domingo, 12 de mayo de 2019

DOMINGO 4º DE PASCUA


MIS OVEJAS ESCUCHAN MI VOZ, Y YO LAS CONOZCO

Hoy nos dice el libro del Apocalipsis: “Estos son los supervivientes de la gran persecución, y han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”; versículo que evoca los terribles sucesos en nuestras iglesias hermanas de Sri Lanka el Domingo de Resurrección, el día que celebramos solemnemente el triunfo sobre la muerte. La Iglesia de los Mártires no es un capítulo cerrado y acabado de la Historia Antigua de la Iglesia, es un acontecimiento actual que da fuerza y consistencia a la creencia que la Palabra de Dios, el testimonio de los Apóstoles y la sangre de los Mártires edifican y construyen la Iglesia.

El amor profundo que Dios siente por esta humanidad sigue siendo un escándalo y un desafío; por eso, los cristianos, los de entonces y los de ahora, padecen persecuciones, pruebas y, en ocasiones, cruentos martirios. Son los testigos que “se llenaron de alegría y aplaudieron la Palabra del Señor”, los que han descubierto el amor eterno de Dios y los que han sido ya conducidos a las fuentes de las aguas vivas de la vida. Son, como dice San Juan, aquellos que escucharon la voz del Señor y que han recibido la vida eterna.

Nadie elige ser mártir; el martirio es una gracia del cielo. El martirio, como signo, apunta hacia el camino en el que la realidad de la última palabra no es de muerte, sino de resurrección y de vida. La razón no puede dar sentido cabal ni pleno a esta creencia cristiana, sino solo la fe, que alcanza y supera a la razón. Una de las claves está en las lecturas de este Domingo de Pascua: ESCUCHAR LA VOZ DEL SEÑOR.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I Lectura

La predicación suscita diversas reacciones. Algunos judíos y prosélitos quieren seguir escuchando; otros, en cambio, se oponen violentamente. Los paganos se regocijan de la Buena Noticia que nunca antes han oído. Para todo esto, deben estar preparados los Apóstoles. Al misionar, Dios no nos pide “éxito”, porque cada oyente responderá según lo que le dicte su corazón. Como hicieron aquellos primeros misioneros, sigamos anunciando a pesar de las dificultades.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 13, 14. 43-52

En aquellos días: Pablo y Bernabé continuaron su viaje, y de Perge fueron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. Cuando se disolvió la asamblea, muchos judíos y prosélitos que adoraban a Dios siguieron a Pablo y a Bernabé. Estos conversaban con ellos, exhortándolos a permanecer fieles a la gracia de Dios. Casi toda la ciudad se reunió el sábado siguiente para escuchar la Palabra de Dios. Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: “A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra del Señor, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado el Señor: ‘Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra’”. Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna abrazaron la fe. Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por toda la región. Pero los judíos instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su territorio. Estos, sacudiendo el polvo de sus pies en señal de protesta contra ellos, se dirigieron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.
Palabra de Dios.

Salmo 99, 1b-3. 5

R. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Aclame al Señor toda la tierra, sirvan al Señor con alegría, lleguen hasta él con cantos jubilosos. R.

Reconozcan que el Señor es Dios: Él nos hizo y a él pertenecemos; somos su pueblo y ovejas de su rebaño. R.

¡Qué bueno es el Señor! Su misericordia permanece para siempre, y su fidelidad por todas las generaciones. R.

II Lectura

El texto nos ofrece una preciosa imagen simbólica: “han blanqueado sus vestidos con la sangre del Cordero”. Si alguno empapara un vestido con sangre, este se volvería rojo, pero el Apocalipsis dice que quedan blanqueados. El blanco en la Biblia es el color de la victoria, de la luz total, que triunfa sobre el pecado y sobre la muerte. Los mártires, cuya sangre fue derramada como lo fue también la de Cristo, lucen ahora resplandecientes en la gloria celestial.

Lectura del libro del Apocalipsis 7, 9. 14b-17

Yo, Juan, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano. Y uno de los Ancianos me dijo: “Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios y le rinden culto día y noche en su Templo. El que está sentado en el trono extenderá su carpa sobre ellos: nunca más padecerán hambre ni sed, ni serán agobiados por el sol o el calor. Porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor y los conducirá hacia los manantiales de agua viva. Y Dios secará toda lágrima de sus ojos”.
Palabra de Dios.

Aleluya          Jn 10, 14
Aleluya. “Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

“Estos son los pastos de que poco antes había dicho: ‘Y encontrará pastos’. Buen pasto se dice de la vida eterna, en donde ninguna hierba se marchita; todo allí está verde. ‘Y no perecerán jamás’. El añade por qué no han de perecer: ‘Y ninguno las arrebatará de mis manos’. Habla de las ovejas: ni el lobo los arrebata, ni el ladrón los roba, ni el salteador los mata; seguro está del número de aquellos, el que sabe lo que ha dado por ellos” (San Agustín, Tratado sobre san Juan, n. 48).

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 10, 27-30

Jesús dijo: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa”.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Escuchar mi voz… y la voz de los otros

En un mundo secularizado, en el que prima la imagen sobre la palabra, la pregunta no es tanto ¿quién escucha hoy la voz de Dios?, como ¿qué voz, o a qué voz, escuchan hoy la mayoría de nuestros contemporáneos? La escucha, como la contemplación, tienen que ver con la serenidad y con el interior, con la vida profunda e íntima de nuestro yo auténtico, con ese lugar y momento que es capaz de conmovernos hasta las entrañas. San Agustín insistía siempre en que la voz verdadera no está fuera de cada uno, sino que habita en lo más íntimo de nosotros, en lo más auténtico de lo que somos. El reto no es buscar fuera, sino caminar hacia dentro de nosotros mismos, sin caer en el egotismo. Si soy capaz de escucharme, puede que sea capaz de escuchar a Dios, a los otros y a la creación.

Somos seres creados por Dios para comunicarnos. La comunicación es la acción más radicalmente humana. La incomunicación es inhumana, genera tristeza, es fuente de violencia y se encuentra en la raíz de todas las guerras que la humanidad ha tenido hasta el presente. La incomunicación desfigura el mundo y sus rostros; es fuente de ansiedad y perturbación. En la cárcel, el estar incomunicado se considera el castigo más duro que un recluso puede padecer. Cuando uno no está comunicado es como si la creación dejara de existir. Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos experimentado el estrés que genera sentir la falta de comunicación o el no estar conectado. Cuando me retiro, en algún momento, buscando la soledad no es para incomunicarme, sino para huir del ruido, para restablecer la comunicación perdida. Me construyo en comunicación con los otros.

Escuchar el latido de la eternidad

La vida íntima de Dios es comunicación permanente entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios se comunicó en Hijo en la historia humana y se sigue comunicando día a día para nosotros por medio de su Espíritu. Dios no se ha guardado nada para sí mismo y, por la Escritura, sabemos que está atento a los gritos y clamores del mundo.

Uno de los discípulos tuvo la suerte de reclinar su cabeza en el pecho de Jesús y oír los latidos de su corazón. Dios tiene un corazón que late, un corazón vivo. Cuando el pueblo de Israel caminaba por el desierto a la tierra de la libertad ofendió profundamente a Dios porque dudó de su compañía y de su presencia en medio de él. Es en los momentos de angustia y desesperación cuando también nosotros podemos dudar de si Dios camina a nuestro lado. El dolor, la rabia, la desesperación o la tristeza pueden poner a prueba nuestra fe en el Dios de la vida y de la Resurrección. Es un acto de fe creer que Dios nos escucha y acompaña porque su corazón, como sabemos por el testimonio del apóstol que reclinó su cabeza en el pecho de Jesús, sigue latiendo por nosotros y que lo seguirá haciendo por toda la eternidad.

Escuchar a Dios por encima de todo

Creo que nunca ha sido fácil para un cristiano vivir con credibilidad y coherencia el seguimiento a Cristo. Nos ha tocado vivir, al menos en Occidente, en una cultura donde lo cristiano se difumina cada día más; lejos van quedando los tiempos de la cristiandad, en la buena parte de la realidad estaba permeada de ‘lo cristiano’. La secularización nos sitúa en otro escenario. La vivencia de la fe está dejando de ser un hecho social y cultural de masas para pasar a ser un hecho existencial y de comunidades más reducidas. Nuestros templos se vacían y van cerrando poco a poco. El reto es no caer por ello, como el pueblo de Israel en el desierto, en el desaliento, sino el explorar nuevos caminos, el buscar nuevas rutas. Dios sigue comunicando porque su corazón sigue latiendo.

La experiencia del encuentro con la voz de Dios es individual, pero la salvación ofrecida por Dios es universal. Persona y comunidad, individuo y totalidad humana, se entrecruzan porque no podemos vivir incomunicados ni desconectados. Los cristianos tenemos como fundamento de lo que somos la vida de Jesús, confesado como el Cristo, y un proyecto que realizar: ir construyendo con su aliento y Espíritu el Reino de Dios. La voz de Jesús es la misma que la del Padre eterno, “Yo y el Padre somos una sola cosa”, y está, sobre todo, en su Palabra proclamada en la Iglesia en cada celebración y contenida, de modo eminente, en la Biblia, Palabra de Dios. Ojalá escuchemos hoy su voz de resucitado y no endurezcamos nuestros oídos perdidos en el mundanal ruido.

ESTUDIO BÍBLICO.

El Buen Pastor es quien da la vida

I Lectura: Hechos (13,43-52): La gracia de Dios es para todos los hombres

I.1. La primera lectura de este cuarto domingo de Pascua es la consecuencia de otro discurso axial, kerygmático, de los que aparecen frecuentemente en el libro de los Hechos. Pero esta vez es Pablo su artífice y ante un auditorio judío, pero con presencia de paganos que se habían hecho prosélitos o temerosos de Dios. Ya se han rotos las barreras fundamentales entre cristianismo y judaísmo. Los seguidores de Jesús han recibido un nombre nuevo, el de “cristianos”, en la gran ciudad de Antioquía de Siria, y esta comunidad ha delegado a Bernabé y Pablo para anunciar el evangelio entre los paganos.

I.2. Todavía son tímidas estas iniciativas, pero resultarán concluyentes. Ahora, en la otra Antioquía, en la de Pisidia, se nos ofrece un discurso típico (independientemente del de Pedro en casa de Cornelio, c. 10). El sábado siguiente, el número de paganos directos se acrecienta, y los judíos de la ciudad no lo podrán soportar. Sobre el texto de Is. 49,6 se justifica que los cristianos proclamen el evangelio de la vida a aquellos que la buscan con sincero corazón. El evangelio es ese juicio crítico contra nuestras posturas enquistadas en privilegios que son signos de muerte más que caminos de vida. La consecuencia del primer discurso de Pablo en los Hechos de los Apóstoles no se hará esperar. El autor, Lucas, le ha reservado este momento en que ya se dejan claras ciertas posturas que han de confirmarse en Hch 15, sobre la aceptación definitiva de los paganos en el seno de la comunidad judeo-cristiana.

II Lectura: Apocalipsis (7,9.14-17): Dios enjugará las lágrimas de la muerte

II.1. La visión de este domingo, siguiendo el libro de Apocalipsis, no es elitista, es litúrgica, como corresponde al mundo simbólico, pero se reúnen todos los hombres de toda raza, lengua y lugar: son todos los que han vivido y han luchado por un mundo mejor, como hizo Jesucristo. Los vestidos blancos y la palma de la mano denotan vida tras las muerte violenta, como la victoria del mismo Señor resucitado.

II.2. Si en su vida cada uno pudo luchar por una causa, el iluminado de Patmos ve que ahora todos viven en comunión proclamando y alabando la causa del Señor Jesús como la suya propia. No habrá más hambre, ni sed, y todos beberán de la fuente de agua viva. Es toda una revelación de resurrección. Eso es lo que nos espera tras la muerte, por eso merece la pena luchar aquí por la causa de Jesús.

Evangelio: Juan (10,27-30): Dios da su vida a los hombres en Jesús

III.1. Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas, retomando el comienzo de Jn 10,1-10.. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y le acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.

III.2. No viene para ser un personaje nacionalista, sino aquél que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida y de vida verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en hacer. El evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una concepción equivocada de mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.

III.3. Esta polémica, pues, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo hace en Juan; ni siquiera hablaba de sí mismo, pero siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el evangelio de Juan tiene otro tono, menos histórico, aunque más teológico. No entramos en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el Padre y yo somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le discuten los adversarios.
III.4. Es un escándalo, porque toda la vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía ajustarse a su dogmática. Así, pues, lo que decide de un modo definitivo el sentido de este evangelio es la actitud que tenemos ante la verdad que Jesús propone: quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios. Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas palabras de Jesús, sino que estamos ante el “dador de vida”. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


domingo, 5 de mayo de 2019

DOMINGO 3º DE PASCUA



Jesús se manifiesta a los apóstoles resucitado en su trabajo diario, pescando, invitándonos a seguirle desde el servicio y la humildad, haciendo lo mismo que él hizo: “preparando la comida”, invitándonos a coger fuerzas para anunciarle a través de la Eucaristía: “vamos a almorzar” y llevando la Eucaristía a nuestra vida, haciendo de nuestra invitación a seguirle: “sígueme” una permanente Eucaristía donde compartimos la comida: un poco de pan y un pez, y también nuestra vida: “me amas, apacienta mis corderos”.

¿Qué estamos haciendo ante esta invitación?

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA    

Los Apóstoles sabían a quién obedecer. Ni la cárcel ni las amenazas los frenaron. Gracias a su constancia y fidelidad, el Evangelio siguió siendo anunciado a pesar de todas las oposiciones. Y así sigue siendo hasta el día de hoy en muchos lugares de la tierra donde los cristianos son perseguidos y martirizados, y a pesar de eso, las comunidades siguen fieles a Jesús.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27-32. 40b-41

Cuando los Apóstoles fueron llevados al Sanedrín, el Sumo Sacerdote les dijo: “Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!”. Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A él, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen”. Después de hacerlos azotar, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Los Apóstoles, por su parte, salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el Nombre de Jesús.

Palabra de Dios.

Salmo 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b

R. Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste.

Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R.

Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. R.
“Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor”. Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.

II LECTURA

La soberanía del Cordero abarca a toda la creación. No habrá criatura que no reconozca su poder. Este señorío no ha sido alcanzado por la violencia o la imposición, sino por su entrega generosa. ¡Alabemos al Cordero!

Lectura del libro del Apocalipsis 5, 11-14

Yo, Juan, oí la voz de una multitud de Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los Ancianos. Su número se contaba por miles y millones, y exclamaban con voz potente: “El Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza”. También oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían: “Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos”. Los cuatro Seres Vivientes decían: “¡Amén!”, y los Ancianos se postraron en actitud de adoración.
Palabra de Dios.
ALELUYA
       
Aleluya. Resucitó Cristo, que creó todas las cosas y tuvo misericordia de su pueblo. Aleluya.

EVANGELIO

A Pedro se le da la misión de cuidar del rebaño. Pero antes es interrogado sobre el amor. Sólo quien tiene experiencia viva de Jesús, quien comparte el trabajo y la comida con él, quien lo ama con todo el ser, podrá llevar adelante la tarea de apacentar. Porque sólo puede ser pastor el que guarda el vínculo personal y amoroso con el Buen Pastor. 

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 1-19

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Pautas para la homilía 
Jesús, después de resucitar, se apareció varias veces a sus discípulos dándoles pruebas de que estaba vivo; esta es la tercera vez que lo hace y, a diferencia de las anteriores que se apareció en Jerusalén, esta vez lo hace junto al mar de Tiberiades, en Galilea.

Parece que la fe en Jesús resucitado por parte de los discípulos era ya evidente y lo que pretende con esta tercera aparición es afianzar a los discípulos en dicha fe. ¿Y por qué esta vez se les aparece en Galilea y junto al mar de Tiberiades?. Para subrayar, a través del lenguaje simbólico de la pesca, cuál debería ser la misión de los discípulos: “ser pescadores de hombre” (Mc 1,17; Lc 5, 1-11). Y descubrir, a través de esa “pesca”, que el rostro de Dios se manifiesta a través de los demás. Pero, para ser buenos pescadores, no basta con que queramos salir a pescar, eso lo hicieron también Simón Pedro y los discípulos y no pescaron nada, sino que es necesario que escuchemos la llamada del Resucitado, porque sin la presencia de Jesús, sin su aliento y su guía orientadora, no hay evangelización fecunda.

Si nos fijamos bien en los discípulos a los que se apareció Jesús descubrimos que no eran más que siete: cuatro pertenecientes al grupo de los Doce y tres a los “otros”. El número siete tiene un carácter simbólico expresando la plenitud y la totalidad, significando que la tarea de la “pesca” es responsabilidad de toda la Iglesia; esa es la misión de la Iglesia siendo Simón Pedro el capitán de ese barco que es la Iglesia universal, al que Jesús le pregunta tres veces si le ama, le manda “apacentar sus corderos”, “sus ovejas”. Y le pide: “sígueme”. Ante esa petición Simón Pedro le responde: “tú sabes que te quiero”, “tú lo sabes todo”.

La red que no se rompe señala, por un lado, la unidad de la Iglesia y por otro, la capacidad de recibir en su seno a todos los hombres sin distinción de raza, sexo, cultura, mentalidad, religión…, a todos sin excepción. Esa misma plenitud y universalidad de la Iglesia se representa con el número de peces que cogieron: 153 (es un número triangular que procede de la suma 1+2+3..., hasta el 17. El número 17 no es simbólico pero sí lo son el 10 y el 7).

Esa primera parte del texto concluye invitando Jesús a almorzar: “vamos a almorzar”. La comida preparada era un pan y un pescado, la misma comida que tenían cuando la multiplicación de los panes y los peces, y el mismo gesto: tomó el pan y lo repartió, lo mismo hizo con el pez, en una referencia directa a la Eucaristía e invitándonos a todos al partir, repartir y compartir no solo en la Eucaristía sino haciendo también que toda nuestra vida sea una Eucaristía.

Cómo podemos hacer hoy en día para que nuestra vida sea una permanente Eucaristía siguiendo las enseñanzas que nos transmite Jesús en estos textos:

Estamos en primavera, tiempo de alegría, colores vivos, esperanza, despertar de las flores y las plantas,…; la Pascua es también como la primavera para la Iglesia y en nuestros templos se nota que estamos en la primavera pascual: en el blanco de nuestras vestimentas, las flores, el agua, el cirio… Pero la Pascua también se tiene que notar en la vida de cada día. Cómo:

En esta Pascua Dios nos hace varios regalos a través de estos textos:

Se presenta a los apóstoles resucitado y en su trabajo propio, pescando, fuera del templo, en la cotidianeidad de sus vidas, manifestando que a Jesús hay que ir descubriéndolo en nuestro día a día, en nuestro quehacer diario, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los demás…, porque Jesús se nos manifiesta en la sencillez de la vida.
Jesús también se hace presente a los apóstoles en el servicio; con actitud humilde les prepara la comida para que cojan fuerzas y puedan realizar la tarea de anunciarle. A nosotros también nos invita a hacer lo mismo: a seguirle (le dice a Simón Pedro: “sígueme”) y a que demos testimonio de Él siguiendo el ejemplo que Él nos dio: “preparando la comida” a otros con la misma actitud de humidad y la misma disponibilidad como Él lo hizo.
También nos invita a participar de la Eucaristía: “vamos a almorzar”.
A Pedro le da el encargo (misión) de amar, servir, “echar las redes”…, y eso en nombre de Jesús. A nosotros también nos pregunta tres veces si le amamos, y nos invita a apacentar sus corderos, sus ovejas y finalmente nos dice que le sigamos: “sígueme”.
¿Qué estamos haciendo ante esta invitación?

ESTUDIO BÍBLICO.

La Resurrección desde la experiencia del amor

I Lectura: Hechos (5,27-32.40-41): Testigos: El Espíritu y la Comunidad.
I.1. La primera lectura nos presenta el discurso de defensa que Pedro hace ante el Sanedrín judío, que ha comenzado a perseguir a los primeros cristianos, después que los saduceos y las clases sacerdotales (los verdaderos responsables también de la condena de Jesús) se han percatado de que lo que el Nazareno trajo al pueblo no lo habían logrado hacer desaparecer con su muerte. Los discípulos, que comenzaron tímidamente a anunciar el evangelio, van perdiendo el miedo y están dispuestos a dar razón de su fe y de su nuevo modo de vida. Fueron encarcelados y lograron su libertad misteriosamente.

I.2. Para dar razón de su fe, de nuevo, recurren al kerygma que anuncia con valentía la muerte y la resurrección de Jesús, con las consecuencias que ello supone para los responsables judíos que quisieron oponerse a los planes de Dios. La resurrección, pues, no es ya solamente que Jesús ha resucitado y ha sido constituido Salvador de los hombres, sino que “implica” también que su causa continúa adelante por medio de sus discípulos que van comprendiendo mucho mejor lo que el Maestro les enseñó. Esta es una expresión que ha marcado algunas de las interpretaciones sobre el acontecimiento y que no ha sido admitida. Pero en realidad se debe tomar en consideración.

I.3. No podemos centrarnos solamente en el “hecho” de la resurrección en la persona de Jesús, sino que también debemos considerar que la resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de sus discípulos. Y esto es muy importante igualmente, ya que sin ello, si bien se proclame muchas veces que “Jesús ha sido resucitado” no se hubiera ido muy lejos. Es decir, la resurrección de Jesús también da una identidad definitiva a la comunidad cristiana. Ahora la causa de Jesús les apasiona, les fascina, y logran dar un sentido a su vida, que es, fundamentalmente, “anunciar el evangelio”.

II Lectura: Apocalipsis (5,11-14): Liturgia pascual en el cielo
II.1. La segunda lectura nos narra una segunda visión del iluminado de Patmos, en la que se adentra en el santuario celeste (una forma de hablar de una experiencia intensa de lo divino y de la salvación) donde está Dios y donde aparece una figura clave del Apocalipsis: el cordero degollado, que es el Señor crucificado, aunque ya resucitado. Con él estaba toda la plenitud de la vida y del poder divino, como lo muestra el número siete: siete cuernos y siete espíritus.

II.2. La visión, pues, es la liturgia cósmica (en realidad todo el libro del Apocalipsis es una liturgia) del misterio pascual, la celebración y aclamación del misterio de la muerte y resurrección del Señor. Toda la liturgia cristiana celebra ese misterio pascual y por medio de la liturgia los hombres nos trasladamos a aquello que no se puede expresar más que en símbolos. Pero para celebrar y vivir lo que se ha hecho por nosotros.

Evangelio: Juan (21,1-19): La Resurrección, experiencia de amor
III.1. El evangelio de este domingo, como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya estaba terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo estilo, lenguaje y las mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al que les obligó a volver a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una forma de resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el momento de la Pasión. Es muy importante que el “discípulo amado”, prototipo del seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe escapar, porque como muchos especialistas leen e interpretan, no se trata de una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura prototipo de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este escrito maravilloso.

III.2. Pedro, al contrario que en la Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito para reivindicar a Pedro; es el gran protagonista, hasta el punto de que él sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” (v. 7) el que delata o revela situación. Si antes se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el discípulo amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una palabra de fe y de confianza. Es el que señala el camino, el que descubre que “es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.

III.3. El relato nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de Emaús. Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por eso no se les ocurrió preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los hombres. También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una simbología muy determinada: la cena, la eucaristía, aunque aquí parezca que es una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor resucitado. Probablemente el relato de Lc 24 es más conseguido a nivel literario y teológico. En todo caso los discípulos descubrieron al Señor como el resucitado por ciertos signos que habían compartido con El.

III.4. Todo lo anterior, pues, prepara el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Pedro, pues, se nos presenta como el primero, pero entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la experiencia base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el juego encadenado entre los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos) han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo, estas tres interpelaciones a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión (Jn 18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea. Sus negaciones, sus miserias, su debilidad, no impiden que pueda ser el guía de la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su pasado, sus negaciones. En realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la resurrección, porque en Tiberíades, quien se hacen presente con sus signos y pidiendo amor y dando amor, es el Señor resucitado. (Fray Miguel de Burgos Núñez).