domingo, 11 de diciembre de 2016

DOMINGO 3º DE ADVIENTO


“Él mismo viene a salvarnos”

El tiempo del Adviento es la invitación permanente que Dios nos hace para poder ahondar en la verdadera esperanza, es decir, en el encuentro cara a cara con Él. La inminencia de la venida de Jesús nos invita a “ser fuertes y no temer” (cf. Is 35, 4) para poder contemplar los signos del Reino, con esa misma paciencia con la cual “el sembrador espera el fruto precioso de la tierra” (Sant. 5, 7).

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

La lectura de hoy nos insta a ver a Dios y esperar su llegada. ¿Estamos en verdad seguros que él se acerca a nosotros, que somos vacilantes, limitados en nuestro caminar, débiles y pobres? Él se acerca, ¿nos acercamos nosotros para encontrar en él la verdadera fuerza?

Lectura del libro de Isaías 35, 1-6a. 10

¡Regocíjense el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: “¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: Él mismo viene a salvarlos”. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos, entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Volverán los rescatados por el Señor; y entrarán en Sión con gritos de júbilo, coronados de una alegría perpetua: los acompañarán el gozo y la alegría; la tristeza y los gemidos se alejarán.
Palabra de Dios.
Salmo 145, 6-10

R. Señor, ven a salvarnos.

El Señor mantiene su fidelidad para siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos. R.

El Señor abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos, y protege a los extranjeros. R.

Sustenta al huérfano y a la viuda; y entorpece el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones. R.

II LECTURA

La paciencia nos fortalece en la esperanza, nos quita la ansiedad de querer que Dios intervenga ya, ahora, aquí, como si nosotros supiéramos cuál es el mejor y más propicio momento para la intervención de Dios.

Lectura de la carta de Santiago 5, 7-10

Tengan paciencia, hermanos, hasta que llegue el Señor. Miren cómo el sembrador espera el fruto precioso de la tierra, aguardando pacientemente hasta que caigan las lluvias del otoño y de la primavera. Tengan paciencia y anímense, porque la venida del Señor está próxima. Hermanos, no se quejen los unos de los otros, para no ser condenados. Miren que el juez ya está a la puerta. Tomen como ejemplo de fortaleza y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Is 61, 1

Aleluya. El Espíritu del Señor está sobre mí; él me envió a llevar la buena noticia a los pobres. Aleluya.

EVANGELIO

Juan hubiera esperado una respuesta más simple y directa de parte de Jesús: “Si, yo soy el Mesías que tenía que venir”. Sin embargo la respuesta que da Jesús deja siempre espacio para el discernimiento y la fe. Juan tendrá que interpretar si las obras de Jesús son en verdad signos de la era mesiánica.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 2-11

Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!”. Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: “¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver, entonces? ¿A un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquél de quien está escrito: ‘Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino’. Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él”.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La identidad profética de Juan Bautista

El único de los profetas veterotestamentarios que tendrá la posibilidad de contemplar y señalar al Mesías será Juan el Bautista. Él es la voz profética que anuncia la inminencia del Reino y el advenimiento del Señor. Su expectativa mesiánica se centra en la liberación política y cultual que el Ungido del Señor va a realizar en el pueblo. Su conciencia de ser mensajero y portavoz lo hace asumir aquella esperanza en Yavhé que los anawin vivieron con fidelidad. Su compromiso con la esperanza de Israel lo llevó al desierto para predicar la conversión del corazón y, en consecuencia, de las estructuras. Como consecuencia de esta predicación y de una vivencia radical de la esperanza, fue encarcelado por quienes no quisieron abrir ni dejar transformar el corazón.

La identidad profética de Jesús

La persona de Jesús, su predicación, sus gestos y sus opciones, provocaron desconcierto en el Bautista. Su postura ante el poder político y ante el poder religioso era desafiantes. La expectativa mesiánica de Juan comenzó a ser confusa. ¿Se habría equivocado señalando a Jesús como el Cordero de Dios? ¿No era necesario que el Mesías mostrara su poder acabando con aquellas situaciones de injusticia que oprimían a Israel? Ante esta situación era necesario que Juan envíe a sus discípulos para clarificar la identidad de Jesús.

Si la identidad profética de Juan radicaba en ser una “voz profética”, la identidad profética de Jesús radicaba en ser “Palabra profética”. Son los signos que Jesús realiza los que confirman su identidad mesiánica. El encuentro con aquellas situaciones de miseria, enfermedad, pecado y exclusión, desde la misericordia y la compasión, confirman lo anunciado por el profeta Isaías: “Él mismo viene a salvarnos” (cf. Is 35, 4). Jesús de Nazaret es el rostro íntimo y personal de un Dios que no permanece indiferente ante el sufrimiento y el dolor humano.

La identidad profética del cristiano

La vida cristiana es profética por esencia. Donde hay un cristiano se tiene que notar la diferencia en la vivencia de su fe, de sus palabras y de sus gestos. Se trata de una forma de presencia cualitativa (no proselitista ni fundamentalista) que nos invita a ser portadores de esperanza y de buenas nuevas en medio de una sociedad que sutilmente va apostando por la instauración de un anti-Reino marcado por la marginación, la autorreferencialidad y la indiferencia.

La identidad profética del Bautista, confirmada por el mismo Jesús (cf. Mt 11, 9), nos recuerda que somos portavoces de Dios y que estamos llamados a preparar corazones y caminos de encuentro con el Señor. Nuestras palabras nos exponen hasta el riesgo de ser perseguidos por predicar a Jesús como “Verdad que nos hace libres” (cf. Jn 8,32). Callar implicará sacrificar la felicidad del prójimo.

La identidad profética de Jesús, nos invita a una predicación con palabras y gestos concretos que acorten distancias entre las vivencias radicalmente más complejas de las personas que sufren y el amor incondicional de un Dios que no permanece indiferente ante el misterio del dolor humano. Ser cristiano es asumir el desafío de convertirse en puente entre Dios y la humanidad. Ser canales de gracia con palabras que sanen, curen, perdonen; y gestos históricos concretos que recuerden a otros su vocación y su dignidad de ser imagen de Dios.



ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Isaías (35,1-10): A la búsqueda de la alegría

I.1. La lectura de Isaías evoca una escena de imágenes creativas y creadoras: es como una caravana de repatriados que atraviesa un desierto que se transforma en soto y cañaveral por la abundancia de agua; sanan los mutilados, se alejan los fieras, la caravana se convierte en procesión que lleva a la ciudad ideal del mundo, Sión, Jerusalén: con cánticos. Es una procesión que está encabezada por la personificación de una de las cosas más necesaria para nuestro corazón: La Alegría. Pero no se trata de cualquier alegría, sino de una Alegría con mayúsculas, de una alegría perpetua. Y de nuevo termina la procesión (v. 10), se corta de raíz para que queden alejados la pena y la aflicción (que son el desierto, la infelicidad, la opresión y la injusticia). Es decir, la procesión a la ciudad de Sión la abre la alegría y la cierran la alegría y el gozo.

I.2. El Adviento, pues, es un tiempo para anunciar estas cosas cuando las previsiones, a todos los niveles, son desastrosas, como puede ser el exilio o el desierto. Quien tiene esperanza en el Señor comprenderá estos valores que son distintos de los valores con los que se construye este mundo de producción económica e interesada; porque el Adviento es una caravana viva a la búsqueda del Dios con nosotros, del Enmanuel . Es un oráculo, pues, el de Isaías 35, que no puede quedar solamente en metáforas. Estas cosas se han vivido de verdad en la historia del pueblo de Israel y es necesario revivirlas como comunidad cristiana, especialmente en Adviento.

IIª Lectura: Santiago (5,7-10): A la espera del Señor, con entereza

II.1. Dos elementos resuenan con fuerza en este texto de la carta de Santiago: la venida (parousía ) del Señor y la paciencia ( makrothymía ). Para ello se pone el ejemplo del labrador, pues no hay nada como la paciencia del labrador esperando las gotas de agua que vienen sobre la tierra. hasta que una día llega y ve que se salva su cosecha. De nada vale desesperarse. porque llegará, a pesar de las épocas de larga sequía. Pero la paciencia de que todo cambiará un día es sinónimo de entereza y de ánimo.

II.2. El texto, pues, de la carta Santiago pretende llamar la atención sobre la venida del Señor. El autor hablaba de una venida que se consideraba próxima, como sucedía en los ámbitos apocalípticos del judaísmo y el cristianismo primitivo. Pero recomienda la paciencia para que el juicio no fuera esperado como un obstáculo o un despropósito. Es verdad que no tiene sentido esperar lo que no merece la pena. Hoy no nos valen esas imágenes que se apoyaban en elementos críticos de una época. Pero sí la recomendación de que en la paciencia hay que escuchar a los profetas que son los que han sabido dar a la historia visiones nuevas. No debemos escuchar a los catastrofistas que destruyen, sino a los profetas que construyen.

Evangelio: Mateo (11,2-11): El reino es salvación, ¡no condenación!

III.1. El texto de hoy del evangelio viene a ser como el colofón de todos estos planteamientos proféticos que se nos piden. Sabemos que Jesús era especialmente aficionado al profeta Isaías; sus oráculos le gustaban y, sin duda, los usaba en sus imágenes para hablar de la llegada del Reino de Dios. Mateo (que es el que más cita el Antiguo Testamento), en el texto de hoy nos ofrece una cita de Is. 35,5s (primera lectura de hoy) para describir lo que Jesús hace, como especificación de su praxis y su compromiso ante los enviados de Juan. Es muy posible que en esta escena se refleje una historia real, no de enfrentamiento entre Juan y Jesús, pero sí de puntos de vista distintos. El reino de Dios no llega avasallando, sino que, como se refleja en numerosas parábolas, es como una semilla que crece misteriosamente. pero está ahí creciendo misteriosamente. El labrador lo sabe. y Jesús es como el "labrador" del reino que anuncia. El evangelista Mateo ha resaltado que Juan, en la cárcel, fue informado de las obras de Mesías (no dice sencillamente Jesús, ni el término más narrativo del Señor, como hace Lucas 7,24). Y por eso recibe una respuesta propia del Mesías.

III.2. El Bautista, hombre de Antiguo Testamento, está desconcertado porque tenía puestas sus esperanzas en Jesús, pero parece como si las cosas no fueran lo deprisa que los apocalípticos desean. Jesús le dice que está llevando a cabo lo que se anuncia en Is 35, y asimismo en Is 61,1ss. Jesús está movilizando esa caravana por el desierto de la vida para llegar a la ciudad de Sión; está haciendo todo lo posible para que los ciegos de todas las cegueras vean; que todos los enfermos de todas las enfermedades contagiosas del cuerpo y el alma queden limpios y no destruidos y abandonados a su suerte. El reino que anuncia, y al que dedica su vida, tiene unas connotaciones muy particulares, algunas de las cuales van más allá de lo que los profetas pidieron y anunciaron.

III.3. Finalmente añade una cosa decisiva: ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí! (v.6). Esta expresión ha sido muy discutida, pero gran mayoría de intérpretes opina que se refiere concretamente al Bautista. Ésa es la diferencia con Juan, por muy extraña que nos parezca; porque entre Jesús y Juan se dan diferencias radicales, a pesar del elogio tan manifiesto de nuestro texto (vv.9-10): uno anuncia el juicio que destruye el mal (como los buenos apocalípticos) y el otro (como buen profeta) propone soluciones. Ésa es la verdad de la vida religiosa: los apocalípticos tiene un sentido especial para detectar la crisis de valores, pero no saben proponer soluciones. Los profetas verdaderos, y Jesús es el modelo, no solamente detectan los males, sino que ofrecen remedios: curan, sanan, ayudan a los desgraciados (culpables o no), dan oportunidades de salvación. Nosotros hemos tenido la suerte de nacer después de Juan y haber escuchado las palabras liberadoras del profeta Jesús. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



No hay comentarios:

Publicar un comentario