“Él
mismo viene a salvarnos”
El tiempo del Adviento es la invitación
permanente que Dios nos hace para poder ahondar en la verdadera esperanza, es
decir, en el encuentro cara a cara con Él. La inminencia de la venida de Jesús
nos invita a “ser fuertes y no temer” (cf. Is 35, 4) para poder contemplar los
signos del Reino, con esa misma paciencia con la cual “el sembrador espera el
fruto precioso de la tierra” (Sant. 5, 7).
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
La
lectura de hoy nos insta a ver a Dios y esperar su llegada. ¿Estamos en verdad
seguros que él se acerca a nosotros, que somos vacilantes, limitados en nuestro
caminar, débiles y pobres? Él se acerca, ¿nos acercamos nosotros para encontrar
en él la verdadera fuerza?
Lectura
del libro de Isaías 35, 1-6a. 10
¡Regocíjense el desierto y la tierra
reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se
alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano,
el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el
esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las
rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: “¡Sean fuertes, no
teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: Él mismo
viene a salvarlos”. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán
los oídos de los sordos, entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua
de los mudos gritará de júbilo. Volverán los rescatados por el Señor; y
entrarán en Sión con gritos de júbilo, coronados de una alegría perpetua: los
acompañarán el gozo y la alegría; la tristeza y los gemidos se alejarán.
Palabra de Dios.
Salmo
145, 6-10
R.
Señor, ven a salvarnos.
El Señor mantiene su fidelidad para
siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor
libera a los cautivos. R.
El Señor abre los ojos de los ciegos y
endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos, y protege a los
extranjeros. R.
Sustenta al huérfano y a la viuda; y
entorpece el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, reina tu Dios,
Sión, a lo largo de las generaciones. R.
II
LECTURA
La
paciencia nos fortalece en la esperanza, nos quita la ansiedad de querer que
Dios intervenga ya, ahora, aquí, como si nosotros supiéramos cuál es el mejor y
más propicio momento para la intervención de Dios.
Lectura
de la carta de Santiago 5, 7-10
Tengan paciencia, hermanos, hasta que
llegue el Señor. Miren cómo el sembrador espera el fruto precioso de la tierra,
aguardando pacientemente hasta que caigan las lluvias del otoño y de la
primavera. Tengan paciencia y anímense, porque la venida del Señor está
próxima. Hermanos, no se quejen los unos de los otros, para no ser condenados. Miren
que el juez ya está a la puerta. Tomen como ejemplo de fortaleza y de paciencia
a los profetas que hablaron en nombre del Señor.
Palabra de Dios.
ALELUYA
Is 61, 1
Aleluya. El Espíritu del Señor está
sobre mí; él me envió a llevar la buena noticia a los pobres. Aleluya.
EVANGELIO
Juan
hubiera esperado una respuesta más simple y directa de parte de Jesús: “Si, yo
soy el Mesías que tenía que venir”. Sin embargo la respuesta que da Jesús deja
siempre espacio para el discernimiento y la fe. Juan tendrá que interpretar si
las obras de Jesús son en verdad signos de la era mesiánica.
✜ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 2-11
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel
de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:
“¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús les respondió:
“Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los
paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los
muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel
para quien yo no sea motivo de tropiezo!”. Mientras los enviados de Juan se
retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: “¿Qué fueron a
ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre
vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios
de los reyes. ¿Qué fueron a ver, entonces? ¿A un profeta? Les aseguro que sí, y
más que un profeta. Él es aquél de quien está escrito: ‘Yo envío a mi mensajero
delante de ti, para prepararte el camino’. Les aseguro que no ha nacido ningún
hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el
Reino de los Cielos es más grande que él”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La identidad profética de Juan Bautista
El único de los profetas
veterotestamentarios que tendrá la posibilidad de contemplar y señalar al
Mesías será Juan el Bautista. Él es la voz profética que anuncia la inminencia
del Reino y el advenimiento del Señor. Su expectativa mesiánica se centra en la
liberación política y cultual que el Ungido del Señor va a realizar en el
pueblo. Su conciencia de ser mensajero y portavoz lo hace asumir aquella
esperanza en Yavhé que los anawin vivieron con fidelidad. Su compromiso con la
esperanza de Israel lo llevó al desierto para predicar la conversión del
corazón y, en consecuencia, de las estructuras. Como consecuencia de esta
predicación y de una vivencia radical de la esperanza, fue encarcelado por
quienes no quisieron abrir ni dejar transformar el corazón.
La identidad profética de Jesús
La persona de Jesús, su predicación, sus
gestos y sus opciones, provocaron desconcierto en el Bautista. Su postura ante
el poder político y ante el poder religioso era desafiantes. La expectativa
mesiánica de Juan comenzó a ser confusa. ¿Se habría equivocado señalando a
Jesús como el Cordero de Dios? ¿No era necesario que el Mesías mostrara su
poder acabando con aquellas situaciones de injusticia que oprimían a Israel?
Ante esta situación era necesario que Juan envíe a sus discípulos para
clarificar la identidad de Jesús.
Si la identidad profética de Juan
radicaba en ser una “voz profética”, la identidad profética de Jesús radicaba
en ser “Palabra profética”. Son los signos que Jesús realiza los que confirman
su identidad mesiánica. El encuentro con aquellas situaciones de miseria,
enfermedad, pecado y exclusión, desde la misericordia y la compasión, confirman
lo anunciado por el profeta Isaías: “Él mismo viene a salvarnos” (cf. Is 35,
4). Jesús de Nazaret es el rostro íntimo y personal de un Dios que no permanece
indiferente ante el sufrimiento y el dolor humano.
La identidad profética del cristiano
La vida cristiana es profética por
esencia. Donde hay un cristiano se tiene que notar la diferencia en la vivencia
de su fe, de sus palabras y de sus gestos. Se trata de una forma de presencia
cualitativa (no proselitista ni fundamentalista) que nos invita a ser
portadores de esperanza y de buenas nuevas en medio de una sociedad que
sutilmente va apostando por la instauración de un anti-Reino marcado por la
marginación, la autorreferencialidad y la indiferencia.
La identidad profética del Bautista,
confirmada por el mismo Jesús (cf. Mt 11, 9), nos recuerda que somos portavoces
de Dios y que estamos llamados a preparar corazones y caminos de encuentro con
el Señor. Nuestras palabras nos exponen hasta el riesgo de ser perseguidos por
predicar a Jesús como “Verdad que nos hace libres” (cf. Jn 8,32). Callar
implicará sacrificar la felicidad del prójimo.
La identidad profética de Jesús, nos
invita a una predicación con palabras y gestos concretos que acorten distancias
entre las vivencias radicalmente más complejas de las personas que sufren y el
amor incondicional de un Dios que no permanece indiferente ante el misterio del
dolor humano. Ser cristiano es asumir el desafío de convertirse en puente entre
Dios y la humanidad. Ser canales de gracia con palabras que sanen, curen,
perdonen; y gestos históricos concretos que recuerden a otros su vocación y su
dignidad de ser imagen de Dios.
ESTUDIO BÍBLICO.
Iª
Lectura: Isaías (35,1-10): A la búsqueda de la alegría
I.1. La lectura de Isaías evoca una
escena de imágenes creativas y creadoras: es como una caravana de repatriados
que atraviesa un desierto que se transforma en soto y cañaveral por la
abundancia de agua; sanan los mutilados, se alejan los fieras, la caravana se
convierte en procesión que lleva a la ciudad ideal del mundo, Sión, Jerusalén:
con cánticos. Es una procesión que está encabezada por la personificación de
una de las cosas más necesaria para nuestro corazón: La Alegría. Pero no se
trata de cualquier alegría, sino de una Alegría con mayúsculas, de una alegría
perpetua. Y de nuevo termina la procesión (v. 10), se corta de raíz para que
queden alejados la pena y la aflicción (que son el desierto, la infelicidad, la
opresión y la injusticia). Es decir, la procesión a la ciudad de Sión la abre
la alegría y la cierran la alegría y el gozo.
I.2. El Adviento, pues, es un tiempo
para anunciar estas cosas cuando las previsiones, a todos los niveles, son
desastrosas, como puede ser el exilio o el desierto. Quien tiene esperanza en
el Señor comprenderá estos valores que son distintos de los valores con los que
se construye este mundo de producción económica e interesada; porque el Adviento
es una caravana viva a la búsqueda del Dios con nosotros, del Enmanuel . Es un
oráculo, pues, el de Isaías 35, que no puede quedar solamente en metáforas.
Estas cosas se han vivido de verdad en la historia del pueblo de Israel y es
necesario revivirlas como comunidad cristiana, especialmente en Adviento.
IIª
Lectura: Santiago (5,7-10): A la espera del Señor, con entereza
II.1. Dos elementos resuenan con fuerza
en este texto de la carta de Santiago: la venida (parousía ) del Señor y la
paciencia ( makrothymía ). Para ello se pone el ejemplo del labrador, pues no
hay nada como la paciencia del labrador esperando las gotas de agua que vienen
sobre la tierra. hasta que una día llega y ve que se salva su cosecha. De nada
vale desesperarse. porque llegará, a pesar de las épocas de larga sequía. Pero
la paciencia de que todo cambiará un día es sinónimo de entereza y de ánimo.
II.2. El texto, pues, de la carta
Santiago pretende llamar la atención sobre la venida del Señor. El autor
hablaba de una venida que se consideraba próxima, como sucedía en los ámbitos
apocalípticos del judaísmo y el cristianismo primitivo. Pero recomienda la
paciencia para que el juicio no fuera esperado como un obstáculo o un
despropósito. Es verdad que no tiene sentido esperar lo que no merece la pena.
Hoy no nos valen esas imágenes que se apoyaban en elementos críticos de una
época. Pero sí la recomendación de que en la paciencia hay que escuchar a los
profetas que son los que han sabido dar a la historia visiones nuevas. No debemos
escuchar a los catastrofistas que destruyen, sino a los profetas que
construyen.
Evangelio:
Mateo (11,2-11): El reino es salvación, ¡no condenación!
III.1. El texto de hoy del evangelio
viene a ser como el colofón de todos estos planteamientos proféticos que se nos
piden. Sabemos que Jesús era especialmente aficionado al profeta Isaías; sus
oráculos le gustaban y, sin duda, los usaba en sus imágenes para hablar de la
llegada del Reino de Dios. Mateo (que es el que más cita el Antiguo
Testamento), en el texto de hoy nos ofrece una cita de Is. 35,5s (primera
lectura de hoy) para describir lo que Jesús hace, como especificación de su
praxis y su compromiso ante los enviados de Juan. Es muy posible que en esta
escena se refleje una historia real, no de enfrentamiento entre Juan y Jesús,
pero sí de puntos de vista distintos. El reino de Dios no llega avasallando,
sino que, como se refleja en numerosas parábolas, es como una semilla que crece
misteriosamente. pero está ahí creciendo misteriosamente. El labrador lo sabe.
y Jesús es como el "labrador" del reino que anuncia. El evangelista
Mateo ha resaltado que Juan, en la cárcel, fue informado de las obras de Mesías
(no dice sencillamente Jesús, ni el término más narrativo del Señor, como hace
Lucas 7,24). Y por eso recibe una respuesta propia del Mesías.
III.2. El Bautista, hombre de Antiguo
Testamento, está desconcertado porque tenía puestas sus esperanzas en Jesús,
pero parece como si las cosas no fueran lo deprisa que los apocalípticos
desean. Jesús le dice que está llevando a cabo lo que se anuncia en Is 35, y
asimismo en Is 61,1ss. Jesús está movilizando esa caravana por el desierto de
la vida para llegar a la ciudad de Sión; está haciendo todo lo posible para que
los ciegos de todas las cegueras vean; que todos los enfermos de todas las
enfermedades contagiosas del cuerpo y el alma queden limpios y no destruidos y
abandonados a su suerte. El reino que anuncia, y al que dedica su vida, tiene
unas connotaciones muy particulares, algunas de las cuales van más allá de lo
que los profetas pidieron y anunciaron.
III.3. Finalmente añade una cosa
decisiva: ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí! (v.6). Esta expresión ha
sido muy discutida, pero gran mayoría de intérpretes opina que se refiere
concretamente al Bautista. Ésa es la diferencia con Juan, por muy extraña que
nos parezca; porque entre Jesús y Juan se dan diferencias radicales, a pesar
del elogio tan manifiesto de nuestro texto (vv.9-10): uno anuncia el juicio que
destruye el mal (como los buenos apocalípticos) y el otro (como buen profeta)
propone soluciones. Ésa es la verdad de la vida religiosa: los apocalípticos
tiene un sentido especial para detectar la crisis de valores, pero no saben
proponer soluciones. Los profetas verdaderos, y Jesús es el modelo, no
solamente detectan los males, sino que ofrecen remedios: curan, sanan, ayudan a
los desgraciados (culpables o no), dan oportunidades de salvación. Nosotros
hemos tenido la suerte de nacer después de Juan y haber escuchado las palabras
liberadoras del profeta Jesús. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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