“LA PAZ SEA CON USTEDES”
El haber experimentado el encuentro con
el Señor, viéndolo vivo, en medio de la comunidad, en fraternidad cercana,
dejándose ver y tocar, nos permite descubrir
que en la historia, todo ser humano es necesario. Nos debemos unos a
otros para hacer verdad y encarnar la alegría del Evangelio en el momento
presente.
Esta es nuestra fe, o su fruto. Vivir en
la confianza de sabernos amados y descubrir que cada uno de los hermanos
estamos llamados a compartir experiencias de Evangelio en la historia que nos
toca vivir. Ante todo encarnar la misericordia que se nos ha dado.
Sin cerrarnos al miedo de lo que es
distinto, diferente o desconocido. Pues
toda comunidad humana cerrada en sí misma, enrocada, aherrojada, narcisista tal
vez. Necesita aires nuevos, los aires con olores distintos, de la multitud de
personas que en su dignidad reclaman y necesitan del Señor Resucitado.
De éste Señor Misericordia infinita en
la que nos distingue y conoce. Haciéndose hermano, hermana, padre o madre en
cada necesidad humana. Devolviéndonos nuestro propio rostro. El rostro que, en
cada uno de nosotros, el Padre descubre a su propio Hijo.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I LECTURA
Los
prodigios obrados por los apóstoles no sólo causan admiración, sino que generan
algo más grande: llevan a la conversión. Así, la comunidad crece, formándose
con hombres y mujeres que al recibir la Buena Noticia optan por esta propuesta
de vida.
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 5, 12-16
Los Apóstoles hacían muchos signos y
prodigios en el pueblo. Todos solían congregarse unidos en un mismo espíritu,
bajo el pórtico de Salomón, pero ningún otro se atrevía a unirse al grupo de
los Apóstoles, aunque el pueblo hablaba muy bien de ellos. Aumentaba cada vez
más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres. Y
hasta sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas,
para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera a alguno de
ellos. La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo
enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban sanados.
Palabra de Dios.
Salmo
117, 2-4. 13-15. 22-27a
R.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es
eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón: ¡es eterno su amor! Que lo
digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor! R.
La piedra que desecharon los
constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es
admirable a nuestros ojos. Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y
regocijémonos en él. R.
Sálvanos, Señor, asegúranos la
prosperidad. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Nosotros los bendecimos
desde la Casa del Señor: el Señor es Dios, y él nos ilumina. R.
II
LECTURA
El
Viviente se dirige a las iglesias y se revela como Señor de la historia y Juez
de la humanidad. Él tiene las llaves que representan el poder sobre la muerte.
Él anuncia a sus fieles lo que va a suceder.
Lectura
del libro del Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19
Yo, Juan, hermano de ustedes, con
quienes comparto las tribulaciones, el Reino y la espera perseverante en Jesús,
estaba en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de
Jesús. El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una
voz fuerte como una trompeta, que decía: “Escribe en un libro lo que ahora vas
a ver, y mándalo a las siete iglesias que están en Asia”. Me di vuelta para ver
de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro, y en medio
de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga
túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro. Al ver esto, caí a sus
pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo: “No temas:
Yo soy el Primero y el Último, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para
siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto,
lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro”.
Palabra de Dios.
ALELUYA
Jn 20, 29
Aleluya. “Ahora crees, Tomás, porque me
has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
La
bienaventuranza final que pronuncia Jesús está dirigida a nosotros: “¡Felices
los que creen sin haber visto!”. Como
Tomás, no podremos ver al Resucitado, recibir la paz y vivir en el Espíritu si
no estamos con la comunidad. La comunidad es el lugar donde el Resucitado
quiere hacerse presente, porque este es el estilo de vida que eligió en la
tierra y que nos marcó para siempre: caminar juntos, superando individualismos
e indiferencias.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 20, 19-31
Al atardecer del primer día de la
semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los
judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz
esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los
discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de
nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los
envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce,
de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros
discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo
la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los
clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de
nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces
apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les
dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí
están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas
incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús
le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber
visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus
discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido
escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Las puertas cerradas
En la vida, en nuestra vida de fe,
atravesamos momentos de luz, sombras y oscuridad. No vemos nada claro.
Mantenemos la duda. Nos acobardamos ante
aquello que nos parece insalvable y no encerramos, poniendo hasta
cerrojos y trancas en el corazón y nos convertimos en seres casi irracionales.
Todo se hace noche. Sin escapatoria y sin salida. Sin libertad. Desterrados de
nosotros mismos. Incapaces de analizar
lo que experimentamos en medio de tanto sinsentido.
Volver a recobrar la confianza necesita
de un levantarse y ponerse en camino hacia ese mundo de sueños y sombras. De
muerte. Hay que poner luz. Hay que caminar hacia los fundamentos de nuestra
propia persona.
Confiar, confiarnos a nuestra capacidad
personal, sabiendo que somos mucho más que solo miedo. Hacer un camino interior
que lleve a descubrir justamente que necesitamos “tocar” cada rincón de nuestra
intimidad para ordenar e iluminar. Para poner vida.
Paz a ustedes. Como el Padre me ha
enviado, así también los envío yo
Necesitamos descubrir la verdad del Resucitado que vive
en la comunidad y en cada uno. Destruir
todo cerrojo que impide abrirse a la historia presente en que viven las
comunidades y que celebran la presencia
del Señor. Cada comunidad. Su vida, es
la referencia personal, local y
universal para cada uno de los seguidores del Señor.
Será imprescindible acoger la misión que
el Señor nos entrega. Ponerse en camino,
en itinerancia, hasta la tierra de cumanos
cómo deseaba Domingo de Guzmán, hasta las fronteras de cualquier
horizonte. Por caminos que son sagrados y que se han de hacer descalzos. Con
humildad. Sabiendo que ni la Palabra ni los carismas del Espíritu Santo nos
pertenecen, sino que han de entregarse. Con nosotros también lo hicieron.
Hemos
visto al Señor
Por pura misericordia y compasión del
Señor. Él nos llamó a ser hermanos, nos hizo partícipes de su amor, nos entregó
la oración.
Hemos palpado su presencia, tocado su persona. En su misericordia gozamos del perdón. Nos ha
dado en prenda su palabra. Nos ha abierto los ojos para ver, en los hermanos
que sufren por cualquier causa, el verdadero rostro de Dios.
Trae tu dedo, aquí tienes mis manos;
trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Todo el programa del Evangelio se
contiene en estas palabras del Señor. Tiene la absoluta confianza de que tanto
Tomás como todos los cristianos, seremos capaces de responder con la
generosidad y respeto que merecen sus heridas.
El Señor que hace presente el Reino de
Dios sabe que su comunidad lo realizará desde la conversión del corazón, la
fidelidad y el respeto que se debe a toda persona que sufre el descarte. Se trata de vivir y convivir en la ley
evangélica del amor.
ESTUDIO BÍBLICO.
La
fe en la Resurrección no es puro personalismo
I Lectura: Hechos (5, 12-16).
Pertenece al conjunto llamado de los
sumarios, en los que Lucas presenta una visión de conjunto de la vida de la
comunidad primitiva y su crecimiento. El fragmento de hoy subraya especialmente
el testimonio apostólico, sobre todo a través de signos y prodigios (como lo
hacía Jesús) y la reacción de los que recibían el beneficio o de los que lo
presenciaban.
II Lectura: Apocalipsis (1, 9-19).
El fragmento recoge la primera
visión-vocación del profeta. El libro del Apocalipsis nos va a acompañar, como
segunda lectura. durante toda la cincuentena pascual. Por eso es necesario
recordar brevemente que este escrito pertenece a un género literario peculiar:
a través de visiones, a veces desconcertantes y complejas en su interpretación,
intenta afirmar algunas verdades fundamentales. Se recurre a ese modo de
expresión para consolar en momentos difíciles y de persecución. El autor
intenta mostrar o presentar al lector algunas verdades centrales: la Iglesia es
perseguida como lo fue su Maestro y Señor (el Cordero degollado); en medio de
la persecución es invitada a contemplar que el Cordero degollado está vivo ante
el trono del Todopoderoso; por tanto, es posible mantener la fidelidad al
Evangelio movidos por una gran esperanza.
III Lectura (Jn 20, 19-31): ¡Señor mío!
La resurrección se cree, no se prueba
III.1. El texto es muy sencillo, tiene
dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25
sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación
sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la
paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús
resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de
las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan
que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los
suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de
Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable,
empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética
de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y
aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más
creatividad.
III.2. El “soplo” sobre los discípulos
recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida
nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu
del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a
la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad
de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de
donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será
el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para
la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la
resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.
III.3. La figura de Tomás es solamente
una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que
nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la
resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Algunos todavía la
quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe tenga
sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante que debe tener
una cierta racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida
no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse
con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y
desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que
Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el
Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder
comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta
escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores
dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y
salva.
III.4. Tomás no se fía de la palabra de
sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su
misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios
no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es
una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar
de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que
Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma
de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.
III.5. Tomás, pues, debe comenzar de
nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de
sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad
pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida
distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus
hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar
que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la
confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y
no de muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).