“El que esté sin pecado, que tire la
primera piedra”
Este domingo es el domingo del desbroce,
de barrer y limpiar el camino con ramas de brezo para que el Maestro entre en
Jerusalén unos días después. Es el domingo de la novedad, donde quedan
perfiladas las actitudes nuevas que se requieren para disponerse al ¡Hosanna!
que ya se barrunta y que pronto se apagará con otras voces condenatorias.
Jesús es lo nuevo, su mensaje es la
novedad -toda novedad tiene pronto su detractores, no gusta-. Él es “el nuevo”
de esta historia salvífica. Otros muchos
antes que Él habían puesto su empeño en predicar al pueblo la salvación que
viene de Dios: jueces, reyes, profetas, libros llenos de sabiduría… hasta que
llegó Juan, el último. Pero solo Jesús supo lanzarse a lo que estaba por
delante, no sin miedo ¡claro!; sabiendo de los cambios/giros que da el pueblo
cuando lo azuzan. El pueblo pasa de la
alabanza y glorificación a la repulsa y condena con tremenda facilidad; depende
del vocinglero de turno.
En una semana, se cambiarán las tornas.
Jesús no se sorprendió cuando aquel cambio se produjo. Los que le escuchaban
decir aquellas cosas que vemos en el este Evangelio, los que se sorprenden, los
que lo ponen a prueba y lo acusan “sotto voce”, los que le admiran y quedan desconcertados
por su actitud de respeto, acogida y perdón, los expectantes a su reacción
rompedora ante aquel dilema malicioso de los muy fanáticos de siempre… fueron
tan previsibles, tan humanos, que Jesús se limitó a escuchar y garabatear en el
suelo, esperando las acusaciones y levantando la mirada entorno para decir su
frase tan lapidaria como las piedras que ya tenían preparadas para arrojarlas
sobre aquella mujer… El que esté limpio de culpa… Casi seguro que Jesús también
buscaba con su mirada entre tierna y escudriñadora dónde estaba el hombre
incitador y no menos culpable, si es que
lo había…
Por eso, su actitud del “anda, y en
adelante no peques más” es uno de los últimos gestos de su mensaje salvífico:
acoger, guardar silencio, no preguntar, -ni siquiera por el individuo que
convirtió a aquella mujer en adúltera; ¿acaso era verdad o era una “fake news”
de los viejos acusadores del lugar…?-, perdonar, perdonar siempre, porque de
eso se trataba y se trata. Ante su actitud desconcertante, fueron escabulléndose…
y solo quedaron en aquel escenario seco y pedregoso como los corazones de los
acusadores, Jesús y la mujer. El evangelio no nos dice qué hicieron sus
discípulos - ¿estaban presentes? ¿callaron por cobardía?, ¿se sentían también
descubiertos?-; pero en esta mañana de
domingo sí nos pregunta de manera indirecta: ¿qué hubieras hecho tú?
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I Lectura
Si
bien el profeta rememora la epopeya del Éxodo, eso no tiene comparación con
algo nuevo que Dios hará en el presente. El gran signo de esta novedad será la
fecundidad en medio del desierto. Todo esto nos incita a crecer en la
esperanza, y a creer que no hay lugar en el cual Dios no pueda actuar y
fecundar.
Lectura
del libro de Isaías 43, 16-21
Así habla el Señor: el que abrió un
camino a través del mar y un sendero entre las aguas impetuosas; el que hizo
salir carros de guerra y caballos, todo un ejército de hombres aguerridos;
ellos quedaron tendidos, no se levantarán, se extinguieron, se consumieron como
una mecha. No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas
antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?
Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa. Me glorificarán las
fieras salvajes, los chacales y los avestruces; porque haré brotar agua en el
desierto y ríos en la estepa, para dar de beber a mi Pueblo, mi elegido, el
pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza.
Palabra de Dios.
Salmo
25, 1-6
R.
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!
Cuando el Señor cambió la suerte de
Sión, nos parecía que soñábamos: nuestra boca se llenó de risas y nuestros
labios, de canciones. R.
Hasta los mismos paganos decían: “¡El
Señor hizo por ellos grandes cosas!”. ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
y estamos rebosantes de alegría! R.
¡Cambia, Señor, nuestra suerte como los
torrentes del Négueb! Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre
canciones. R.
El sembrador va llorando cuando esparce
la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas. R.
II
LECTURA
Pablo
nos presenta un serio programa de vida espiritual. La fe cristiana es un
camino, en el cual no solo adherimos a la Palabra de Jesús sino que nos
adherimos a él mismo, uniendo nuestra vida a su Pascua. El programa nos llama a
vivir en la esperanza de compartir la vida eterna, no por nuestros méritos sino
por su Gracia.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 3, 8-14
Hermanos: Todo me parece una desventaja
comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él,
he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal
de ganar a Cristo y estar unido a él, no con mi propia justicia –la que procede
de la Ley– sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y
se funda en la fe. Así podré conocerlo a él, conocer el poder de su
resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a él en
la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los
muertos. Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la
perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido
yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo
alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo
hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del
llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN Jl 2, 12-13
“Vuelvan a mí de todo corazón, porque
soy bondadoso y compasivo”, dice el Señor.
EVANGELIO
El
autor del Evangelio se cuida mucho en mantener el anonimato de la mujer. Ella
representa y simboliza a todas aquellas mujeres que son manipuladas y
denigradas. A esta, de la cual sólo se dice que ha sido sorprendido en
adulterio, sin especificar cómo, ni con quien, Jesús la recibe, la defiende y
en lugar de exponer el pecado de ella, expone el de todos, para que todos
reconozcan y reconozcamos nuestra condición de pecadores.
Ì Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Juan 8, 1-11
Jesús fue al monte de los Olivos. Al
amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y
comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que
había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a
Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés,
en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y Tú, ¿qué dices?”.
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús,
inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se
enderezó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que arroje la
primera piedra”. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al
oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más
ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose,
le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?”.
Ella le respondió: “Nadie, Señor”. “Yo tampoco te condeno –le dijo Jesús–.
Vete, no peques más en adelante”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
2º Isaías.
¿Qué tiene de malo ser 2º? Nada. Es
necesario leer los textos pensando en los verbos/frases de acción que aquí se
utilizan: abrió camino en el mar, caía para no levantarse, se apagaron como
mecha. No recordar lo de antaño, no pensar en lo antiguo, realizar algo
nuevo, ya está brotando, abrir camino en
el desierto, dar de beber al pueblo, proclamar mi alabanza… Sin verbo -sin el
Verbo posterior- los nombres, el tuyo y el mío, quedan sin sustancia por muy
sustantivos que sean. Texto del 2º
Isaías. Texto que completa la liberación iniciada antaño. En medio de la
crisis, Isaías adquiere un tono de esperanza para el pueblo. En medio de tanta
incertidumbre, brotará la esperanza. En medio de tanto desconcierto, aunque
cueste creerlo, tiene cabida la alabanza, la acción de gracias, la presencia de
Dios… porque la confianza en Dios es así de productiva, de transformadora, pero
requiere tiempo, paciencia, sabia espera. Dios es así, un poco antojadizo: se
hace de rogar, pero hay que rogar…, porque sin ruego, sin oración… la sequedad
del desierto (interior) avanza rápido. Y es que el Señor ha estado grande con
nosotros y por eso estamos alegres, invita el salmo 125. Alegres, sí, pero no
ciegos ante cuanto nos rodea.
Pablo
Es claro exponente de esta confianza
esperanzada: se apoya en la fe en Cristo, en la justicia que viene de Dios, en
la fuerza de la resurrección, en la comunión con Jesús y sus muchos
padecimientos que se prolongan en el tiempo, en los hermano. Una “certeza” de
que ha sido alcanzado por Cristo, no por mérito propio, sino porque le impele
la fuerza de Dios a través de Cristo y por eso se lanza hacia adelante,
confiado, olvidando lo pasado… que no fue poco. Casi seguro que Pablo conocía
ese pensamiento conciso de Heráclito: “Si no se espera lo inesperado, lo
inesperado no acontece”, aunque había en él urgencia por el inminente final de
los tiempos. A veces, leyendo este texto de hoy
-que tiene sus dosis de humildad- y otros muchos textos suyos, pareciera
que Pablo es un poco ególatra, un poco centro de aquel pequeño universo en que
los seguidores nuevos del cristianismo tenían una cierta conciencia “ser los
elegidos”. Lo que hace Pablo con los cristianos de Filipo es darles gracias por
las atenciones inmerecidas y ponerlos un poco en guardia con los ataques que
pudieran surgir ¡y surgieron! del entorno. Nada nuevo, si a nosotros nos
escribiera ahora… porque la carta también es para nosotros.
Jesús
Su actitud primera -lo había hecho antes
muchas veces- fue retirarse a orar al monte.
Sin el soporte previo de la oración -que también es acción- los pasos
siguientes no tendrían sentido. Después
ya se puso a enseñar y a oír acusaciones sin prueba alguna. Su acción fue
escuchar primero, dejar un tiempo de reflexión, de cierta tensión expectante y
actuar en consecuencia. ¿Qué escribió en el suelo? No lo sabemos. Da igual,
Dejaba trascurrir un breve tiempo para ponerlos nerviosos. Dijo su sentencia:
El que esté limpio que… todos se marcharon ¿avergonzados? Es probable. Nadie
tiró ninguna piedra; era su corazón de piedra el que les impedía aceptar y
comprender la misericordia de Jesús.
Él se incorporó. Son muchas las veces
que en el Evangelio Jesús invita a “levantarse y andar”; Él mismo “se levanta” en muchos momentos y pasa a la
acción, no sin antes haber contemplado (con-el-templo; sin haber antes mirado
atentamente y visto con el corazón y la mente más claros tras muchos ratos de
oración). Seguro que Jesús también ayudó
a incorporarse a aquella mujer arrojada, arrebujada en su ropa, en su temor y
su vergüenza, pero fueron sus palabras las que le ayudaron a levantarse de la postración para
siempre: “Anda, vete tranquila, y en adelante no peques más”. ¿Cabía mayor
consuelo? No hubo reproches, ni envíos penitenciales o de limosna al templo
¡qué más hubieran querido los del templo: una mujer que vuelve arrepentida y
con dádivas!; Ella sintió solo aceptación de su persona y el pronto regreso a
casa donde le esperaban su marido y sus hijos…; es de suponer que si era
llamada adúltera, es por estar casada. Porque la acusación, una vez más, había
sido falsa. Como tantas.
Y entre la polvareda de su regreso a
casa, se volvió a mirar a Jesús, vislumbrándolo, con los ojos cegados por el
sol, mientras Él sonreía, viendo cómo ella trastabillaba en su apresurada
carrera ganadora y liberadora.
ESTUDIO BÍBLICO.
El gozo en el Dios de la Misericordia
Antes de entrar en la gran semana de
nuestra Redención, el quinto domingo de Cuaresma nos ofrece, en sus lecturas,
esa dimensión inaudita e irrepetible de lo que es el proyecto de salvación
sobre nosotros. Del libro de Isaías, de la carta a los Filipenses y del
evangelio de Juan emanan los tonos más íntimos del proyecto de Dios que quiere
renovar todas las cosas, que perdona hasta el fondo del ser sin otra
contrapartida que la mejor disponibilidad humana.
I Lectura: Isaías (43,16-21): Memoria
liberadora
I.1. El texto de Isaías recuerda el
momento culminante de la actuación de Dios en el AT: la liberación de Egipto.
Aquí, lo sabemos, el pueblo esclavo recibió su identidad en su libertad. Ese es
el credo de su fe que se repite de generación en generación. No hay cosa más
grande para el pueblo de Dios que recordar esa hazaña liberadora divina. Pues
bien, eso se quedará en mantillas ante lo que Dios tiene que hacer por
nosotros, por la humanidad, por la historia. Y el Dios que promete una cosa, la
cumple. Será ese lenguaje simbólico de la liberación, del paso del mar, del
agua y el maná en el desierto, el que se use para anunciar lo nuevo que hará
con nosotros.
I.2. Hacer memoria del pasado es bueno,
no para la nostalgia, sino precisamente para renovarse. Eso es lo que el
Deuteroisaías propone. Las raíces están precisamente en el pasado y no se puede
cortar la trama de la historia de un pueblo, de una religión que es en esencia
liberadora. Un pueblo sin historia es un pueblo sin raíces; pero la memoria,
para ser auténtica, debe hacerse y leerse en clave profética, no precisamente
jurídica o nostálgica. Cuando los cristianos leemos la historia de Jesús y la
intervención de Dios en su vida, y muy especialmente en su muerte, hacemos
memoria profética que muestra que el Dios de Israel, el de Egipto, no se ha
dormido, sino que siempre está dando vida donde los hombres sembramos
esclavitud o tragedias.
II Lectura: Filipenses (3,8-14): La
experiencia verdadera del Señor
II.1. Este es uno de los pasajes más
íntimos y personales del apóstol Pablo, nos habla de lo que supone para él
“haber conocido a Cristo”; por Él todo le parece pérdida, por Él todo lo que en
este mundo es relumbrón, le parece una nadería. Lo curioso es que un capítulo
tan decisivo como éste de Filipenses se presta a unas ciertas dudas de
autenticidad: ¿es de Pablo? ¿no es, más bien, otra carta distinta de lo que
venimos leyendo en continuidad desde Flp 1,1-3,1a? Yo me inclino, claramente,
por una carta distinta de la que se
puede leer hasta 3,1a.. Desde luego, el cambio de tono que se produce en 3,1b
no es justificable con el tono entrañable de todo el texto anterior de la
carta. Pero de ahí a pensar que Pablo no está hablando con estas palabras, las
de la lectura de hoy, a mi entender, no se justificaría. Es un retrato muy
personal, muy decisivo, de sus opciones, de su conversión, de cómo dejó de ser
un fanático de la ley para ser un “enamorado” de Cristo, de su pasión y su
resurrección. No tenemos una descripción de lo que Pablo sintió en su alma al “convertirse”
y muchos autores nos dice que ésta es la mejor estampa de lo que el apóstol
sintió en su alma al pasar del judaísmo al cristianismo.
II.2. Conocer a Cristo, su evangelio,
vivir en el horizonte de la fe pascual
es haber encontrado el sentido de su vida y de la felicidad por la que
luchó en el judaísmo. Ahora, dice Pablo, todo es distinto: no tiene que
aparentar, ni justificarse a sí mismo, ni intentar ser el primero o el mejor...
eso no vale para nada. Eso era lo que vivía antes de su conversión llegando,
incluso, a perseguir a los cristianos por tratar de ser el primero de los
judíos, como buen discípulo rabínico. Haber “conocido” a Cristo es haber
experimentado la fuerza del amor de Dios. No olvidemos que conocer, aquí, no
tiene el sentido de “gnosis” o conocimiento intelectual, sino el sentido
bíblico de yd‘ y el daat Elohim de los profetas (Os 4,1.6; 5,4; 8,2 ; Jr 2,8;
4,22; 9,2.5 en oráculos de amenaza o bien de salvación: Os 2,22; Jr 31,34 o Is
28,8) experiencia de Dios, de lo santo; o la misma experiencia del amor entre
hombre y mujer). Ahora ha sentido la verdadera liberación de todo lo que mata y
esclaviza en este mundo.
Evangelio: Juan (8,1-11): El Dios de la
dignidad de los pequeños
III.1. El pasaje de la mujer adúltera
(muy probablemente un texto de Lucas que en el trasiego de la transmisión de
los textos pasó al de Juan), es una pieza maestra de la vida; es una lección
que nos revela de nuevo por qué Pablo
hablaba así al haber conocido al Señor. Porque, aunque el Apóstol se refería al
Señor resucitado, en ese Señor estaba bien presente este Jesús de Nazaret del
pasaje evangélico. El libro del Levítico dice: si adultera un hombre con la
mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte
(Lv 20,10); y el Deuteronomio, por su parte, exige: los llevaréis a los dos a
las puertas de la ciudad y los lapidaréis hasta matarlos (Dt 22,24). Estas eran
las penas establecidas por la Ley. No tendríamos que dudar de que Dios esto no
lo ha exigido nunca, sino que la cultura de la época impuso estos castigos como
exigencias morales. Jesús no puede estar de acuerdo con ello: ni con las leyes
de lapidación y muerte, ni con la ignominia de que solamente el ser más débil
tenga que pagar públicamente. La lectura “profética” que Jesús hace de la ley
pone en evidencia una religión y una moral sin corazón y sin entrañas. No mandó
Jesús buscar al “compañero” para que juntos pagaran. Lo que indigna a Jesús es
la “dureza” de corazón de los fuertes oculta en el puritanismo de aplicar una ley
tan injusta como inhumana.
III.2. Vemos a una mujer indefensa
enfrentada sola a la ignominia de la mentira y de la falsedad. ¿Dónde estaba su
compañero de pecado? ¿Solamente los débiles -en este caso la mujer- son los
culpables? Para los que hacen las leyes y las manipulan sí, pero para Dios, y
así lo entiende Jesús, no es cuestión de buscar culpables, sino de rehacer la
vida, de encontrar salida hacia la liberación y la gracia. Los poderosos de
este mundo, en vez de curar y salvar, se ocupan de condenar y castigar. Pero el
Dios de Jesús siente un verdadero gozo cuando puede ejercer su misericordia.
Porque la justicia de Dios, muy distinta de la ley, se realiza en la
misericordia y en el amor consumado. Es ahí donde Dios se siente justo con sus
hijos. Presentimos que en la conciencia más personal de Jesús se siente en ese
momento, sin decirlo, como el que tiene que aplicar la voluntad divina. Lo han
obligado a ello los poderosos, como en Lc 15,1 le obligaron a justificar por
qué comía con publicanos y pecadores. Jesús persona su pecado (¡que nadie se
escandalice de su permisividad!), pero de qué distinta forma afronta la
situación y el pecado mismo.
III.3. Jesús escucha atento las
acusaciones de aquellos que habían encontrado a la mujer perdiendo su dignidad
con un cualquiera (probablemente estaba entre los acusadores, pero él era
hombre y parece que tenía derecho a acusar), y lo que se le ocurre es
precisamente devolvérsela para siempre. Eso es lo que hace Dios constantemente
con sus hijos. Así se explica, pues, aquello que decía el libro Isaías de que
todo quedará pequeño con lo que Dios ofrecerá a los hombres. Son estas pequeñas
cosas las que dejan en mantillas las actuaciones del pasado, aunque sea la
liberación de Egipto. Porque el Dios de la liberación de Egipto tiene que ser
eternamente liberador para cada uno desde su situación personal. Eso es lo que
sucede en el caso concreto con la mujer del pasaje evangélico de hoy. De nada
le valía a ella que se hablara del Dios liberador de Egipto, si los escribas,
los responsables, la dejaban sola para siempre. Jesús, pues, es el mejor
intérprete del Dios de la liberación que se apiada y escucha los clamores y
penas de los que sufren todo el peso de una sociedad y una religión sin
misericordia.
III.4. ¿Qué significa “el que esté libre
de pecado tire la primera piedra”? ¿Por qué reacciona Jesús así? No podemos
imaginar que los que llevan a la mujer son todos malos o incluso adúlteros. ¡No
es eso! Pero sí pecadores de una u otra forma. Entonces, si todos somos pecadores,
¿por qué nos somos más humanos al juzgar a los demás? No es una cuestión de que
hay pecados y pecados. Esto es verdad. Pero por muy simple que sea nuestro
pecado todos queremos perdón y misericordia. Los grandes pecados también piden
misericordia, y desde luego, ningún pecado ante Dios exige la muerte. Por tanto deberíamos hacer
una lectura humana y teológica. Toda religión que exige la pena de muerte ante
los pecados… deja de ser verdadera religión
porque Dios no quiere la muerte del pecador. Esto debería ya ser una
conquista absoluta de la humanidad.
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