“Este hijo mío estaba perdido
y lo hemos encontrado”
y lo hemos encontrado”
Ya próxima la Pascua, las lecturas de
este cuarto domingo de cuaresma acentúan la idea del retorno, siempre
acompañado de conversión, que consiste en la renovación del corazón para vivir
con más entusiasmo la fe.
Tras un largo y fatigoso caminar por el
desierto, el pueblo elegido llega desde
la dura esclavitud de Egipto al umbral de la tierra prometida, para iniciar una
historia nueva.
La parábola del hijo pródigo describe el
viaje de cada persona, también del discípulo de Cristo, desde la lejanía del
pecado o, simplemente, desde la apatía y la rutina para gozar del
encuentro con el Padre. Este retorno se
realiza transitando el camino que el mismo Padre ha abierto a la humanidad,
Cristo Jesús. Es un camino amplio, abierto a todos. Por ese camino, que es el
mismo Cristo, va el hijo pródigo que, reconociendo sus malos pasos, decide
levantarse y volver. En este hijo está representado el género humano; en él
estamos todos.
Mientras hacemos nuestro camino
cuaresmal, la liturgia de la Iglesia nos ofrece esta hermosa parábola del hijo
pródigo para que podamos gustar con agradecido corazón la grandeza de la
misericordia de Dios hacia la humanidad y, por tanto, hacia cada uno de
nosotros. Un mensaje especialmente cercano al corazón de Jesús quien, con gran
fuerza, desea dejarlo patente ante
quienes le criticaban entonces y a sus
equivalentes de todos los tiempos.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
1 Lectura Jos 4, 19; 5, 10-12
El
maná caía ante el pueblo, como un don, cuando el pueblo no podía trabajar, ni
sembrar, ni cosechar. El maná era la comida de la transición, porque el
proyecto era que el pueblo comiera del fruto de su trabajo. Una vez que esto
ocurrió, ya no se necesitó más el regalo. Por eso esta primera comida está
asociada a la fiesta, a la Pascua, a la liberación. Hay fiesta cuando todo el
pueblo come del fruto de su trabajo.
Lectura del libro de Josué.
Después de atravesar el Jordán, los
israelitas entraron en la tierra prometida el día diez del primer mes, y
acamparon en Guilgal. El catorce de ese mes, por la tarde, celebraron la Pascua
en la llanura de Jericó. Al día siguiente de la Pascua, comieron de los
productos del país -pan sin levadura y granos tostados- ese mismo día. El maná
dejó de caer al día siguiente, cuando comieron los productos del país. Ya no
hubo más maná para los israelitas, y aquel año comieron los frutos de la tierra
de Canaán.
Palabra de Dios.
Salmo
33, 2-7
R.
¡Gusten y vean que bueno es el Señor.
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su
alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo
oigan los humildes y se alegren. R.
Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos
su Nombre todos juntos. Busqué al Señor: Él me respondió y me libró de todos
mis temores. R.
Miren hacia él y quedarán
resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó al
Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
2ª Lectura 2Cor 5, 17-21
Las
palabras de Pablo invitan a la reconciliación. Y debemos considerarlas como una
exhortación que abarca a toda la vida y a cada actividad. Somos ministros de la
reconciliación no solo “con Dios”, sino entre los hermanos y hermanas.
Lectura de la segunda carta del apóstol
san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: El que vive en Cristo es una
nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente.
Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió con él por intermedio de Cristo
y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque es Dios el que estaba
en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de
los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación. Nosotros somos,
entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por
intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: déjense
reconciliar con Dios. A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con
el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él.
Palabra de Dios
ACLAMACIÓN Lc 15, 18
“Iré a la casa de mi padre y le diré:
Padre, pequé contra el Cielo y contra ti”.
EVANGELIO
ÌEvangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 1-3. 11-32
Todos los publicanos y pecadores se
acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban,
diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo
entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su
padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les
repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que
tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida inmoral.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó
a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de
esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado
calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las
daba. Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan
en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!’. Ahora mismo iré a la
casa de mi padre y le diré: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no
merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Entonces
partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo
vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El
joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser
llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus servidores: ‘Traigan enseguida la
mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado’. Y
comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la
casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de
los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: ‘Tu hermano
ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha
recobrado sano y salvo’. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para
rogarle que entrara, pero él le respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo sin
haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un
cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha
vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el
ternero engordado!’. Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás siempre
conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque este
hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado’”.
ESTUDIO
BÍBLICO.
La primera lectura pretende recordar un
hecho bien determinado de la historia primitiva del pueblo de Israel cuando se
celebró la Pascua, fiesta de la liberación, en Guilgal. Es la primera Pascua en
la tierra prometida, para señalar que desde ahora se terminan los dones
extraordinarios del desierto, como el maná, porque el pueblo no puede vivir
exclusivamente de cosas extraordinarias, sino que tiene que vivir su fe en
Dios, en Yahvé, desde la experiencia de cada día, de la lucha de cada día, del
trabajo de cada día. La confianza en Dios no puede alimentarse de cosas que
estén fuera de lo normal, sino que debemos acostumbrarnos a ver la mano de Dios
en todos los momentos de nuestra vida.
Si la primera Pascua, la del Éxodo (Ex
12), es la de la liberación, esta Pascua en Guilgal es un memorial de acción de
gracias porque ha terminado el tiempo del desierto, de la esclavitud. Es muy
probable que el autor deuteronomista, redactor de los libros históricos, quiera
hacer presente que la tierra es también un don de la Pascua de la liberación.
Es una fiesta de unidad, de alegría: Dios ha cumplido su promesa. Un día
escuchó el lamento del pueblo y hoy el pueblo debe hacerle una fiesta porque es
un Dios consecuente. Es probable que la historicidad de este relato deje muchos
cabos sueltos, pero no importa.
II
Lectura: 2ª Corintios (5,17-21): La salvación como reconciliación
II.1. La lectura pone como tema
dominante la reconciliación a lo que Pablo dedica toda su vida apostólica, toda
su pasión por Cristo. Eso es lo que él ha querido trasmitir a su comunidad
frente a algunos adversarios que lo ponen en duda. El evangelio de Cristo, para
Pablo, se centra precisamente en la reconciliación de todos los hombres con
Dios; por ello da Cristo su vida y eso es lo que los cristianos celebramos en
las Pascua, a la que nos prepara este tiempo de Cuaresma. La Pascua de Cristo
abre, pues, una nueva era: la era de la reconciliación.
II.2. La teología de la reconciliación
ha dado mucho que hablar y se presta a muchas lecturas según el mundo religioso
de la época y de la sociedad de esclavos y libres de entonces. Pablo, sin duda,
ha teologizado estas fórmulas y le ha dado su sentido. El tema lo remata
maravillosamente Pablo con una fórmula tradicional sobre la muerte redentora de
Cristo (v.21). De alguna manera, Pablo piensa que está en sus manos el misterio
de la reconciliación de Dios con los hombres. El sabe que esto viene de Dios
(v.19) y sabe que ello ha sido posible mediante la muerte de Jesús (v. 21).
Pero la reconciliación por la muerte no es una necesidad que tenga Dios de la
misma muerte, sino porque así lo han querido los hombres en el rechazo de Cristo.
La pregunta es ¿cómo reconciliarse con Dios? Aceptando el mensaje de la
salvación que Pablo está encargado de proclamar en el mundo. Este mensaje es el
evangelio, y el evangelio está centrado en la muerte y resurrección de Jesús.
Evangelio:
Lucas (15,1-3. 11-32): El Dios, Padre, pródigo de sus hijos
III.1. En este domingo nos encontramos
en el corazón de la Cuaresma, y de alguna manera, en el corazón del evangelio
de Lucas, que es la lectura determinante del Ciclo C del año litúrgico. En el
corazón, porque Lc 15, siempre se ha considerado el centro de esta obra, más
por lo que dice y enseña en su catequesis, que porque corresponda exactamente a
ese momento de la narración sobre Jesús. La otras lecturas de hoy simplemente
acompañan a la grandeza y radicalidad de lo que hoy se nos comunica en el
evangelio. Por eso, el misterio de la reconciliación, diríamos que se expresa
maravillosamente en el evangelio de este día: Lc 15,11-32. Esta es una de las
piezas maestra de la literatura narrativa del Nuevo Testamento, y una
maravillosa historia de amor de padre frente a egoísmos y rencores de hijos.
Jesús, ante las acusaciones de los que le reprochan que le da oportunidades a
los publicanos y pecadores, cosa que no entra en los cálculos de las
tradiciones más exigentes del judaísmo, contesta con esta parábola para dejar
bien claro que eso es lo que quiere Dios y eso es lo que hace Dios por medio de
él.
III.2. Se podrían escribir páginas
enteras de la narración, de su intriga asombrosa, de los “tempi” narrativos, de
su desenlace. Se podría recurrir a hermenéuticas sofisticadas de las formas en
las que esto se ha logrado. Del lenguaje y el arte de la misma intriga divina.
De hecho hay libros maravillosos que pueden servir no solamente para preparar
el texto a nivel literario, exegético, teológico y espiritual (cf v.g. F.
CONTRERAS MOLINA, Un padre tenía dos hijos, Estella, Verbo Divino, 1999). Hay
textos clásicos de escritores y predicadores que dan en la tecla verdadera de
la armonía y la polifonía del texto bíblico. La hermenéutica podría decirnos
que no es un texto sagrado, sino de simple humanidad. Pero no es verdad que en
boca de Jesús no sea precisamente sagrado: es describir lo divino por lo
humano.
III.3. Es toda una justificación y una
defensa incuestionable de Dios, de Dios como Padre. Por eso no es, propiamente
hablando, la parábola del hijo pródigo, del hijo que vuelve, del hijo que se
arrepiente, aunque esto es muy importante en la narración y en su profundidad
simbólica. Es la parábola del Padre, de Dios, que nunca abandona a sus hijos,
que nunca los olvida. De ahí que algunos autores, con razón, han señalado que
deberíamos comenzar a entender la parábola fijándonos en el hijo mayor; el que
no quiere entrar a la fiesta que da el padre por haber encontrado a su hijo.
Él, que siempre se ha quedado con el padre en la casa, tiene unos derechos
legales que nadie le niega, pero le falta la capacidad del padre para tener la
alegría de ver que su hermano ha vuelto. No tiene mentalidad de hijo, de
hermano; es alguien que está centrado en sí mismo, sólo en él, en su mundo, en
su salvación.
III.4. El hijo mayor, en el fondo, no
quiere que su padre sea padre, sino juez inmisericorde. Porque esto es lo
importante de la parábola, por encima de cualquier otra cosa: que se ha
organizado una fiesta por un hermano perdido, y no está dispuesto a participar
en ella. Jesús está hablando de Dios y es la forma de contestarle a los
escribas y fariseos que se escandalizan de dar oportunidades a los perdidos: el
Dios que él trae es el de la parábola; el que viendo de lejos que su hijo
vuelve, sale a su encuentro para hacerle menos penosa y más humana su
conversión, su vuelta, su cambio de mentalidad y de rumbo. Esta es su
significación última y definitiva. ¿Estaríamos nosotros dispuestos a entrar a
esa fiesta de la alegría? ¿Queremos para los otros el mismo Dios que queremos
para nosotros? (Fray Miguel de Burgos Núñez, O.P..
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