“Lo que rebosa del corazón, lo habla
la boca”
Cierta sabiduría antigua, múltiples
veces contrastada por la experiencia, se recoge hoy en los breves versículos
que se proclaman en la liturgia, procedentes del libro del Eclesiástico (27,
5-8). Se ha de reconocer que, repetidamente, el desarrollo de la vida ofrece
ocasiones para evidenciar si se poseen los valores auténticos y poder
diversificarlos de los que lo son tan solo en apariencia. El fruto puede
ofrecer por fuera signos de buena salud, pero, en ocasiones, esta apreciación
cae por tierra apenas se intenta consumirlo. Las situaciones difíciles
confirman si la aparente fragilidad de la arcilla es capaz de endurecerse a
fuego y convertirse así en vasija resistente. El trato criba los actos humanos
y pone de manifiesto, en el roce diario, si la mies trillada desprende el
preciado grano o, por el contrario, todo se resuelve en paja y tamo que se lo
lleva el viento. En términos equivalentes, puede expresarse cuanto pide la
Palabra de Dios en el Evangelio de este domingo (Lc 6, 39-45): es preciso
lanzarse a velas desplegadas a la conquista de lo auténtico, lo real, lo bueno
y lo verdadero. Constituye un compromiso adquirido desde la iniciación en la
fe. Tenemos prometido que lo corruptible se vestirá de inmortalidad y la muerte
será absorbida por la victoria (1 Cor 15, 54-55).
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Hoy
la palabra de Dios nos exhorta a tener discernimiento y contemplar la realidad
tal cual es, sin dejarnos engañar por apariencias. Y esto no sólo para ver el
ambiente que nos rodea, sino sobre todo, para vernos a nosotros mismos. ¿Qué
fruto estamos dando?
Lectura
del libro del Eclesiástico 27, 4-7
Cuando se zarandea la criba, quedan los
residuos: así los desechos de un hombre aparecen en sus palabras. El horno pone
a prueba los vasos del alfarero, y la prueba del hombre está en su
conversación. El árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos; así la
palabra expresa la índole de cada uno. No elogies a nadie antes de oírlo
razonar, porque allí es donde se prueban los hombres.
Palabra de Dios.
Salmo
91, 2-3. 13-16
R.
Es bueno darte gracias, Señor.
Es bueno dar gracias al Señor, y cantar,
Dios Altísimo, a tu Nombre; proclamar tu amor de madrugada, y tu fidelidad en
las vigilias de la noche. R.
El justo florecerá como la palmera,
crecerá como los cedros del Líbano: trasplantado en la Casa del Señor,
florecerá en los atrios de nuestro Dios. R.
En la vejez seguirá dando frutos, se
mantendrá fresco y frondoso, para proclamar qué justo es el Señor, mi Roca, en
quien no existe la maldad. R.
II
LECTURA
San
Pablo proclama con profundo gozo su fe en la resurrección. Seremos
transformados, liberados de todo pecado, y viviremos en comunión con Dios. De
esta certera esperanza saca también una conclusión: mantengámonos firmes,
progresando siempre en nuestro camino hacia el encuentro definitivo.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 15, 51.
54-58
Hermanos: Les voy a revelar un misterio:
No todos vamos a morir, pero todos seremos transformados. Cuando lo que es
corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de
la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: “La muerte ha
sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?”.
Porque lo que provoca la muerte es el pecado y lo que da fuerza al pecado es la
Ley. ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor
Jesucristo! Por eso, queridos hermanos, permanezcan firmes e inconmovibles,
progresando constantemente en la obra del Señor, con la certidumbre de que los
esfuerzos que realizan por él no serán vanos.
Palabra de Dios.
ALELUYA
Flp 2, 15d. 16ª
Aleluya. Ustedes brillan como rayos de
luz en el mundo, mostrando la Palabra de Vida. Aleluya.
EVANGELIO
Las
imágenes de los árboles y sus frutos son claramente ilustrativas. No podremos
dar aquello que no esté en nuestra esencia. No podrá brotar nada que no haya
sido madurado en la intimidad y el silencio del corazón. Dejemos que obre allí,
en el interior, el Espíritu Santo, y entonces todas nuestras obras serán frutos
reconfortantes y sustanciosos para nuestros hermanos.
Ì Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 39-45
Jesús hizo esta comparación: ¿Puede un
ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? El discípulo no es
superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su
maestro. ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la
viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que
te saque la paja de tu ojo”, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo?
¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar
la paja del ojo de tu hermano. No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol
malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen
higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el
bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su
maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El resplandor de Cristo resucitado
envuelve con sus destellos la mesa de la Palabra, en torno a la cual se
congrega la asamblea de los creyentes para celebrar el presente domingo. La
esperanza cristiana, que se apoya con firmeza en la omnipotencia divina, abarca
un campo muy amplio, una de cuyas parcelas se despliega en el presente para
nuestra consideración: los cuerpos corruptibles no tornarán a la nada, sino que
se vestirán de inmortalidad. Resucitarán inmortales y gloriosos, a semejanza
del cuerpo glorioso de Jesucristo, pero no recibirán la glorificación por su
propio poder, sino por el poderío del Redentor. La muerte que afecta a nuestros
cuerpos ha sido derrotada por la resurrección del Señor, que afecta a los
unidos a Él para siempre.
Es consolador recordar este artículo de
la fe: las almas de los bienaventurados necesitan de la perfección que consiste
en la unión con los respectivos cuerpos resucitados. A este propósito puede
recordarse una reflexión que hacía santo Tomás de Aquino: para que el gozo en
la gloria eterna sea pleno es preciso que «esto corruptible», es decir el
cuerpo, se «vista», como de su ornamento, de la «incorrupción». Además, es
congruente que los cuerpos reciban también el premio prometido por su
colaboración en incontables obras buenas. En fin, los ciudadanos de la
Jerusalén del cielo han de asemejarse en todo a Cristo, su Cabeza, que ha
resucitado de entre los muertos con un cuerpo glorioso, para gloria de Dios
Padre (cf. In 1Cor 15, lect. 9).
Por otra parte, una invitación al
discernimiento se presenta en la actual celebración dominical. La inteligencia,
no solo tiene poder para ello, sino que estimula siempre al ejercicio de
semejante tarea. Está llamada la razón a analizar las metas y el alcance de los
compromisos; es capaz de investigar y discernir la verdad y la bondad, a veces
por comparación con lo falso o defectuoso. Para progresar siempre con buen pie,
es aconsejable no perder de vista la meta a conseguir, medios a utilizar y
estorbos a obviar. Debe hacerlo la razón, en cuyo auxilio viene la fe. Las
propuestas que hace la mente a la voluntad se refuerzan en ella por medio de la
caridad y la esperanza.
La indagación conduce a clarificar si en
el misterioso interior de cada uno se halla, ciertamente, una voluntad de
ayudar y, a la vez, la necesaria luz, preparación, rectitud y autenticidad para
hacerlo. Pueden hallarse estos valores, pero para guiar por la senda de la
trascendencia han de estar sublimados, conectados y recibiendo fuerza de la
fuente divina de la que brotan. El manantial de la luz está en Dios y lo mismo
cabe decir de la ciencia, sabiduría, consejo y rectitud del alma. El ciego no
puede guiar a otro ciego, ni el discípulo arrogarse la ciencia de su maestro.
El examen de la interioridad hará caer
en la cuenta de, al menos, la posible inclinación al defecto de la hipocresía,
ficción, doblez o fingimiento. La falsedad se opone a la verdad. La razón debe
formar juicios verdaderos, a comenzar por lo que concierne a la propia
persona. Es evidente que para conducir a
los demás hacia la rectitud, se ha de forjar en uno mismo la firme decisión de
ajustarse a ella. Solo así podrá calibrarse la entidad de las posibles
deficiencias del prójimo y ayudarlo con justicia, caridad y misericordia:
«Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota
del ojo de tu hermano».
Una vez más anima el Señor a la forja
del corazón, tan importante para vivir y actuar. El corazón es el motor de la
vida espiritual y ha de mantenerse siempre sano, en sintonía y unión con la
voluntad de Dios y en solidaridad de amor para con los semejantes. El que es
bueno, de la bondad que atesora su corazón saca el bien.
Por Cristo ha llegado la victoria,
abierta a toda la humanidad. Merece la pena mantenerse firmes y constantes y
trabajar por el Señor sin reservas, convencidos de que no dejará sin recompensa
nuestra fatiga. La exhortación de san Pablo a los Corintios continúa con plena
actualidad.
ESTUDIO BÍBLICO.
La
resurrección, un puro don de Dios
I.
Lectura (Ben Sirac - Eclesiástico 27, 4-7): Palabra y sabiduría.
El libro de Ben Sirac nos ofrece una
serie de sentencias de tipo sapiencial que quieren poner de manifiesto la
importancia de lo que decimos, de la palabra, como fruto de lo que somos. La
criba, el horno, la reflexión, el fruto del árbol son las imágenes de
comparación de lo que verdaderamente tiene sentido. No es el oropel de lo
externo, sino de lo interno y lo permanente lo que tiene sentido en la vida. La
tiranía de la exterioridad es algo que el sabio no soporta. La sabiduría no
viene de las cosas que se hacen o se sienten a medias. La sabiduría viene de lo
más profundo. Por eso la palabra de sabiduría vale su peso en oro.
Efectivamente, la palabra en el ser
humano es tan importante porque en ello se expresan nuestros sentimientos y
deseos; el amor y el odio; la verdad y la mentira; la exhortación y la
calumnia. Con la palabra se mata la fama y la honra de otros y con la palabra
se resucita a los que han sido calumniados. Sentencias llenas de sabiduría que
no podemos menospreciar, y que son el fruto de la experiencia y la reflexión.
La palabra dice lo que llevamos en el corazón.
II.
Lectura (I. Corintios 15, 54-58): Resurrección y corporeidad.
Esta lectura de San Pablo a los
Corintios podría ser la que en este domingo sirva como clave interpretativa y
como mensaje cristiano en el contexto de la eucaristía. Porque la eucaristía es
el marco adecuado para celebrar el misterio de la resurrección de Jesús y de
los muertos. El texto de Pablo podría completarse mejor con otros versículos
anteriores del mismo capítulo que se ha venido leyendo durante varios domingos
y, desde cuya perspectiva globalizante, ofrecemos esta reflexión. Pablo habla
del paso de lo corruptible a lo incorruptible; de lo mortal, a lo inmortal.
Aunque cada uno de los términos tiene su significación, y cada uno de ellos hay
que entenderlos por su contrario; la realidad no es una descripción puntual de
lo que somos y de lo que seremos, es una descripción totalizante. Es decir:
aquí la corporeidad psíquica está determinada por la corruptibilidad, lo mísero
y lo débil. No se trata de una maldición, de un modo de ser maldito, sino de
ser tal como somos creados por Dios. Si no fuéramos así, no existiríamos; por
lo tanto, no es algo que expresa negatividad radical, sino limitación
creatural: seres vivientes, pero a los que les queda ser todavía seres
pneumáticos, inmortales.
Por el contrario, la corporeidad de la
resurrección es pneumática; es decir, incorruptible, gloriosa y dinámica. Es el
ser completado en su creaturalidad por la acción creadora de Dios, que tiene en
cuenta quiénes somos. En la muerte debemos ser tratados por Dios como una
necesidad decisiva. Entonces Pablo, apoyado en la resurrección de Jesús, tiene
la seguridad de la fe de que la muerte no es lo último; es lo último que vemos
si no existe fe; pero si existe fe y esperanza, entonces es lo penúltimo. La
muerte expresa lo poco que somos todavía aquí; pero la resurrección habla de
que seremos la misma persona, porque Dios seguirá con nosotros "a través
de la muerte". La identidad de mi mismidad, y la discontinuidad con la
historia y el tiempo en que he sido "yo mismo", es uno de los grandes
misterios de la resurrección. No se trata de que desaparezca totalmente
"lo que yo era", sino de que siga siendo "yo mismo", pero
liberado, necesariamente, de la positiva corporeidad creacional, ya que desde
ella nadie tiene futuro ("la carne y la sangre no pueden heredar el Reino
de Dios", v. 50), sería abocarse a la nada. ¿Quiere decir que Dios nos ha
creado imperfectamente? No debería entenderse así en absoluto, sino que Dios no
ha terminado de crearnos hasta que lleguemos a ser resucitados. No se trata de
un mecanismo natural de la esencia humana, ya que la resurrección no se realiza
"desde abajo", sino "desde arriba", desde Dios Creador;
todo se apoya en el acto del Dios que resucita.
El nuevo cuerpo, el nuevo ser, es un
puro don de Dios (1Cor 15, 38ss; 2Cor 5, 1), como es nuestra primera creación;
pero Dios se lo hace al difunto, y éste es reconocible para sí mismo y para los
otros. La resurrección significa así, fundamentalmente, el don de una nueva
existencia (una existencia total, salvada, solidaria y perfeccionada). Los
hombres reciben una existencia nueva y definitiva, plena y perfecta, en su
vida, y en sus relaciones interpersonales. Cuando muchos hombres le dan todas
las cartas a la muerte, Pablo se las ofrece a Dios. No triunfa la nada en la
muerte; es Dios, Dios resucitador, el que triunfa en la muerte de mí mismo. Es
eso lo que ha sucedido con Jesucristo resucitado de entre los muertos. Por eso
Pablo acaba pidiendo que nuestra fatiga en el Señor no será vana. Confiar en el
Señor de la vida es una opción muy importante de ser cristiano. Es eso lo que
debemos aprender a vivir y experimentar en la eucaristía, porque en ella se
adelanta sacramentalmente esa gran experiencia de vida que el Señor ya tiene y
nos ofrece a nosotros.
Evangelio
(Lucas 6, 39-45): La sabiduría de la misericordia.
Este texto, final del sermón del llano
lucano, nos invita a poner en práctica las palabras de Jesús. Se habla de una parábola,
que en realidad son dos comparaciones (mashal, proverbio). En primer lugar la
del ciego y en segundo lugar la del discípulo y maestro. Después vemos una
construcción que se nos presenta como un paralelismo antitético, centrada sobre
el árbol bueno y el malo (vv. 43-45), poniendo de manifiesto que todo árbol se
valora de verdad por sus frutos. Ninguno puede dar un fruto distinto de su
esencia: los higos no se buscan en las espinas, ni las uvas en los zarzales.
Todo este conjunto es sapiencial, como el texto de Ben Sirac. Esto lo
encontramos, aunque no exactamente así, en Mt 7, 1ss (el sermón de la montaña).
En el mundo judío el discípulo no estaba
llamado a superar al maestro como sucede a veces en el mundo occidental no
bíblico. Mas bien se trata de imitar la sabiduría del maestro que le ha
enseñado. Pero en este discurso, previamente, está el famoso dicho de "sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36). Es ahí
donde se apoya esta enseñanza de los dichos de Jesús: que los ciegos, que los
discípulos, traten de imitar la misericordia del Padre. Es, pues, una llamada a
ser discípulos de la misericordia. De esa manera no estaremos preocupados de
ver y agrandar el mal o los fallos de los otros y pasar por altos los nuestros.
"Sed misericordiosos" es no admitir esa clase de ceguera patológica
que tenemos para querer guiar a los que ven o tienen más sabiduría que
nosotros. No reconocer eso es ser como los ciegos y los discípulos que sin
sabiduría quieren ser más sabios que su maestro.
Aunque el cristianismo no es una
religión de la perfección o de la efectividad malsana, no quiere decir que no
se empeñe en la vida de cada día, en las relaciones humanas. El no juzgar a los
demás no significa dejar pasar las cosas como si se estuviera proponiendo una
"liberalidad" extrema. Vuelve a tener sentido que la "imitatio
Dei" en la misericordia es lo que debe hacernos verdaderos hermanos. De
hecho en estos dichos aparece varias veces el término "hermano". Y es
para el hermano para quien se debe tener un corazón fraterno y abierto. El
corazón es clave en la última de las comparaciones, sobre el fruto bueno.
Porque es del corazón, hablando en términos bíblicos, de donde salen los frutos
de nuestra vida. ¿Qué es lo que debemos tener en el corazón? Por decirlo en una
sola palabra: misericordia. De ahí salen los frutos de nuestra vida para que
los demás los recojan. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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