domingo, 10 de marzo de 2019

DOMINGO 1º DE CUARESMA


“Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”

La Cuaresma es un tiempo oportuno para ejercitarnos en el descentramiento, para dejar de ser nosotros el centro de todo y poner a Dios y al prójimo en el centro de nuestra vida. El episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto nos muestra cómo el Señor se negó a centrarse en su propia hambre; ni siquiera puso el centro en las necesidades de su misión de Mesías, para poner toda su atención en el Padre. Jesús prefirió poner a Dios en el centro de sus preocupaciones. Nosotros somos tentados con frecuencia de exigir a Dios una intervención milagrosa a nuestro favor, como si nosotros fuéramos el centro de todo. El tiempo cuaresmal, con todos los recursos que nos ofrece, nos ayuda a recuperar la primacía de Dios. Si Dios ocupa el centro de nuestra vida, todas las demás cosas estarán en su justo lugar. Cuando Dios deja de ser el centro de nuestras preocupaciones caemos irremediablemente en brazos de los ídolos de este mundo: el tener, el poder y el placer. Ciertamente, no hemos sido creados para sufrir, pero tampoco para vivir fácilmente, sino para vivir intensamente cada momento, gozoso o doloroso. La Cuaresma es un tiempo de combate gozoso, que ‒si salimos victoriosos‒ nos permitirá despojarnos de todo lo que nos impide ser plenamente libres, y compartir lo que somos y tenemos con los demás para posibilitar así el nacimiento de un mundo más justo y en paz.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Este pasaje contiene lo que se ha llamado “el credo histórico de Israel”. Es la proclamación de la fe en el Señor de la historia, que acompaña a su pueblo, percibe su debilidad y sufrimiento, y se abaja para socorrerlo. Sólo Dios es Señor, sólo Dios conduce por el camino de la vida.

Lectura del libro del Deuteronomio 26, 1-2. 4-10

Moisés habló al pueblo diciendo: Cuando entres en la tierra que el Señor, tu Dios, te da en herencia, cuando tomes posesión de ella y te establezcas allí, recogerás las primicias de todos los frutos que extraigas de la tierra que te da el Señor, tu Dios, las pondrás en una canasta, y las llevarás al lugar elegido por el Señor, tu Dios, para constituirlo morada de su Nombre. El sacerdote tomará la canasta que tú le entregues, la depositará ante el altar, y tú pronunciarás estas palabras en presencia del Señor, tu Dios: “Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y se refugió allí con unos pocos hombres, pero luego se convirtió en una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Entonces pedimos auxilio al Señor, el Dios de nuestros padres, y él escuchó nuestra voz. Él vio nuestra miseria, nuestro cansancio y nuestra opresión, y nos hizo salir de Egipto con el poder de su mano y la fuerza de su brazo, en medio de un gran terror, de signos y prodigios. Él nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra que mana leche y miel. Por eso ofrezco ahora las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me diste”. Tú depositarás las primicias ante el Señor, tu Dios, y te postrarás delante de él.
Palabra de Dios.

Salmo 90, 1-2. 10-15

R. En el peligro, Señor, estás conmigo.

Tú que vives al amparo del Altísimo y resides a la sombra del Todopoderoso, di al Señor: “Mi refugio y mi baluarte, mi Dios, en quien confío”. R.

No te alcanzará ningún mal, ninguna plaga se acercará a tu carpa, porque él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos. R.

Ellos te llevarán en sus manos para que no tropieces contra ninguna piedra; caminarás sobre leones y víboras, pisotearás cachorros de león y serpientes. R.

“Él se entregó a mí, por eso, yo lo libraré; lo protegeré, porque conoce mi Nombre; me invocará, y yo le responderé. Estaré con él en el peligro, lo defenderé y lo glorificaré”. R.

II LECTURA

El anuncio de la fe nos ha sido presentado para que lo recibamos desde lo hondo del corazón. Así, cuando lo proclamamos y lo transmitimos con nuestra boca, estamos diciendo abiertamente esta fe que sostiene nuestra vida: Jesucristo es el Señor.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 10, 5-13

Hermanos: Moisés escribe acerca de la justicia que proviene de la Ley: “El hombre que la practique, vivirá por ella”. En cambio, la justicia que proviene de la fe habla así: “No digas en tu corazón: ¿quién subirá al cielo?”, esto es, para hacer descender a Cristo. O bien: “¿quién descenderá al Abismo?”, esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos. Pero, ¿qué es lo que dice acerca de la justicia de la fe? “La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón”, es decir, la palabra de la fe que nosotros predicamos. Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación. Así lo afirma la Escritura: “El que cree en él, no quedará confundido”. Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan. Ya que “todo el que invoque el nombre del Señor se salvará”.
Palabra de Dios.

Aclamación  Mt 4, 4b

El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

EVANGELIO

El diablo cuestiona a Jesús directamente en su condición de Hijo de Dios. Quiere que le demuestre que ser Hijo de Dios significa hacer magia, ser poderoso, o no sufrir ninguna fragilidad humana. La imagen de Dios que el diablo propone se desentiende de la limitación y la vulnerabilidad humanas. Y justamente, Jesús rechaza esta propuesta del diablo. Él es el Hijo de Dios que actúa en la limitación y la debilidad, que no busca obrar como los poderosos de este mundo y que no rehúye el dolor corporal. Jesús, el Hijo de Dios, elige el camino de los pequeños y vulnerables.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4, 1-13

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces: “Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan”. Pero Jesús le respondió: “Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan”. Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: “Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá”. Pero Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”. Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Él dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”. Pero Jesús le respondió: “Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”. Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.
Palabra del Señor 

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Acuérdate de lo que Dios ha hecho por ti.

Según afirma algún exégeta, el libro del Deuteronomio podría llamarse el libro de la memoria. La ofrenda de las primicias era para los israelitas una ocasión muy especial para refrescar la memoria, para recordar la gran hazaña de Dios a favor de su pueblo. Dios lo salvó no porque fuera el pueblo más grande, ni el más fuerte, ni el más numeroso, ni siquiera moralmente el mejor, sino simplemente porque estaba tan oprimido que ni siquiera tenía derecho a engendrar hijos varones; el Faraón había ordenado a los propios hebreos destruir la vida de sus niños. La liberación de la opresión y de la esclavitud es la expresión del amor de Dios por este pueblo, que derivó en una relación especial hasta el punto de convertirlo en su Primogénito, en pueblo elegido. Dios eligió a este pueblo para que a través de él su salvación alcanzara a toda la humanidad.

La ofrenda de las primicias o de los primeros frutos de la cosecha era también una ocasión para recordar que todos los bienes proceden en última instancia de Dios, y que, por tanto, no son el fruto únicamente del esfuerzo personal o colectivo. La presentación de las primicias concluía con la postración ante la presencia de Dios, lo que suponía el reconocimiento de que él era el único Dios. Tal reconocimiento entraña la renuncia a la idolatría.

Al comienzo de la Cuaresma también nosotros estamos invitados a recobrar la memoria, a recordar todo lo que Dios hace por nosotros, pues corremos el peligro de volvernos amnésicos y de atribuirnos a nosotros mismos lo que tenemos. Como Israel, estamos invitados a combatir la idolatría que se presenta a nosotros de muchas formas, a veces tan sutiles que uno no se da cuenta de ello; estamos invitados a poner nuestra vida en las manos de Dios; a poner a Dios en el centro de nuestra existencia; a optar por Él con plena conciencia.

La Cuaresma es una buena ocasión para examinar nuestro corazón y ver si ya amamos a Dios con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser, o si todavía nos aferramos a los ídolos tangibles que nos dan tanta seguridad, al menos por un momento.

Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.

El Salmo responsorial de este día es el mismo que se recita después de las segundas vísperas de cada domingo o solemnidades en el oficio de Completas. Se trata de un diálogo a tres. En la primera estrofa interviene el pueblo de Israel para expresar la seguridad que el creyente experimenta en Dios. En el Templo de Jerusalén, al amparo del Altísimo, a la sombra del Omnipotente, el creyente puede dirigirse a Dios para expresarle su confianza diciéndole: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti». Esa es la actitud de Jesús en las tentaciones del desierto, donde no cesa de refugiarse en Dios. Ante la tentación también nosotros podemos imitar esta actitud de confianza del pueblo fiel y del mismo Jesús. Ceder a la tentación es dejar de confiar en Dios, es desconfiar de que nuestra vida está en sus manos; desconfiar de que él tenga un buen designio para nosotros; es desconfiar de la verdad de su Palabra. Lo primero que espera Dios de nosotros es que confiemos en Él, que nos dejemos guiar por Él. Eso supone aceptar una Palabra que a veces puede desconcertarnos e incluso contrariarnos. Pero nadie mejor que Dios conoce hasta el fondo lo que nos conduce a la paz.

En la segunda y tercera estrofa son los sacerdotes los que toman la palabra a la entrada del templo para dar una catequesis al pueblo. Esta catequesis se resume en decir que la victoria sobre el mal está asegurada porque Dios no cesará de proteger a su pueblo. La certeza de esta victoria se expresa con imágenes muy bellas: «no se te acercará la desgracia»; «la plaga no llegará hasta tu tienda»; Dios ha dado órdenes a sus ángeles «para que te guarden en tus caminos»; los ángeles «te llevarán en sus palmas»; impedirán que tu pie «tropiece en la piedra». Las fuerzas del mal están simbolizadas en los áspides y víboras, en los leones y dragones.

En la cuarta estrofa es Dios quien habla, no para decir que evitará de forma mágica las pruebas de la vida de los creyentes, de quienes se refugian en Dios, de quienes se ponen a su lado, sino para afirmar que Él estará con ellos en la tribulación, defendiéndolos y glorificándolos. Esto también se verifica en el episodio de las tentaciones de Jesús. El Padre no deja solo a Jesús en el desierto, porque Jesús no deja de ponerse a su lado.

La segunda lectura insiste en la confianza en Dios. San Pablo toma las palabras del profeta Isaías que dicen: «el que cree no vacilará»; palabras que el Apóstol retoca para expresar una convicción profunda: «Nadie que cree en Él quedará defraudado». Son palabras muy consoladoras, sobre todo para el momento de la prueba. Dios podrá ocultarse aparentemente durante un tiempo, pero no dejará solos a los que confían en Él. La confianza es el cimiento que sostiene la vida de los creyentes. En adelante, quien invoque con fe al Señor encontrará la salvación.

El Señor es nuestro refugio en la tentación.

Lo primero que resalta en el pasaje evangélico de este domingo es la acción del Espíritu en la vida de Jesús. Él estaba lleno del Espíritu Santo desde su concepción. No le opuso nunca ninguna resistencia; se dejó conducir por él a todas partes, también al desierto para prepararse para su misión. Jesús es el modelo más acabado para la vida de todo cristiano. Como él, también nosotros, que hemos recibido el mismo Espíritu en nuestro bautismo, tenemos que dejarnos conducir en todo momento por el Espíritu Santo. La Cuaresma es un tiempo propicio para escuchar el Espíritu, para atender a sus llamadas, para examinar nuestras resistencias, para extirparlas,… El fruto del Espíritu que resume todos los otros es el amor. La Cuaresma es también un camino de crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.

El Espíritu condujo a Jesús al desierto donde pasó cuarenta días. El desierto es un lugar propicio para encontrarse con Dios lejos de todos los ruidos que pudieran distraernos; pero con frecuencia, ante la penuria del lugar, allí la tentación se vuelve más recia.

Viendo la fragilidad física de Jesús, provocada por el ayuno, el diablo ‒es decir, el que divide o separa‒ trató de apartar a Jesús de su refugio, del Padre. Inició su primer ataque con estas palabras: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús afrontó la tentación agarrándose fuertemente al Padre, centrándose en su Palabra. Jesús no entró en diálogo con el tentador, se limitó a citar unas palabras del libro del Deuteronomio: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». El texto del Deuteronomio continúa diciendo que el hombre vive de toda palabra que sale de la boca de Dios. En su paso por esta tierra el alimento primero de Jesús era hacer la voluntad del Padre. Sin la Palabra que viene de Dios y que alimenta nuestro espíritu nos embrutecemos, nos deshumanizamos. Los cristianos necesitamos alimentarnos cada día de esa Palabra, no solo en momentos puntuales. Solo Dios puede colmar todas nuestras hambres.

Mostrándole todos los reinos de la tierra, el diablo tentó a Jesús por segunda vez diciéndole: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». La tentación parte de una mentira, pues el tentador no es dueño de todos los reinos de la tierra. Se trata de una doble tentación, la tentación del poder que pasa por la caída en la idolatría. También esta tentación quiere apartar a Jesús del Padre enfrentándolo a Él. Jesús responde de nuevo citando el libro del Deuteronomio: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». La idolatría fue el caballo de batalla de toda la historia de Israel, como lo sigue siendo en nuestros tiempos. El libro de los Salmos y también los profetas salieron al paso de esta tentación bien real.

Colocando a Jesús en lo más alto del templo de Jerusalén, el tentador le dice a Jesús: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”». Jesús responde citando de nuevo el libro del Deuteronomio: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”»; es decir, no hay que exigir a Dios pruebas de su presencia ni de su protección. Jesús tiene la certeza de que pase lo que pase el Padre seguirá siendo su único refugio. Jesús no abandona ese refugio por nada del mundo.

Resulta lógico que Jesús recurra al libro del Deuteronomio para defenderse de estas tentaciones, pues este libro fue escrito precisamente para que los israelitas no olvidaran jamás que Dios es su Padre. Ante la tentación se hicieron realidad en Jesús las palabras del Deuteronomio que san Pablo cita en el pasaje de la carta a los Romanos que leemos en este día: «La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón». Del corazón y de los labios de Jesús brotó de modo espontáneo la Palabra oportuna que le ayudó a vencer la tentación. La Cuaresma es un tiempo propicio para introducir más intensamente en nuestro corazón, es decir, en todo nuestro ser, la Palabra de Dios, esa Palabra que ahora se ha encarnado y que es el mismo Jesús; Palabra llena de vida.

El pasaje evangélico concluye diciendo que «acabada toda tentación, el diablo se marchó hasta otra ocasión». Las ocasiones sin duda fueron muchas. Recordemos, por ejemplo, el episodio en el que Pedro, después de confesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, se opuso a que Jesús viviera su misión mesiánica pasando por el camino de la humillación y de la cruz. Pero sobre todo esa tentación se hizo particularmente recia en Getsemaní, impresionante escuela de vida para todos los creyentes.

La Cuaresma es un tiempo para prestar especial atención a Jesús, Palabra de Dios hecha carne, en quien ‒como decía san Juan de la Cruz‒ el Padre nos lo ha dicho todo.

ESTUDIO BÍBLICO.

La fidelidad a Dios nos otorga la liberación de la Pascua.

La Cuaresma es uno de los tiempos litúrgicos más determinantes de la vida cristiana porque nos prepara para celebrar la Pascua: es decir, la muerte y la resurrección del Señor. Alguna vez hemos oído que se llama “cuaresma” porque recuerda el número cuarenta, bien los cuarenta años del pueblo en el desierto antes de entrar en la tierra prometida y gustar definitivamente la liberación de Egipto; o bien los cuarenta días en que Jesús se nos presenta en el desierto preparándose, como el pueblo, para su gran misión.

I Lectura: Deuteronomio (26,4-10): Dios libera a su pueblo.

I.1. En este primer domingo de Cuaresma nos encontramos, primeramente, con una lectura muy significativa, porque es uno de los textos más primitivos del Antiguo Testamento. En esa lectura se nos da un “confesión de fe”, lo que el pueblo creía y repetía frecuentemente: que ellos son descendientes de un arameo errante, un hombre oriental, nuestro padre Abrahán, que lo dejó todo por el Dios que se acercó a los hombres para reconducir la historia de la humanidad, que había perdido su rumbo. La confesión de fe, aparentemente, es pobre, porque es un fórmula y como tal no ofrece detalles; pero tiene la fuerza de la experiencia vital, de los que consideran que su vida tiene una orientación determinada y determinante. El pueblo descendiente de Abrahán ha pasado por numerosas vicisitudes hasta ser un pueblo, una nación.

I.2. Importante es poner de manifiesto también que todo se lo deben a Dios. No a un dios innominado, sino a un Dios que se compromete en la historia de un pueblo concreto y de una comunidad concreta. Ese pueblo es Israel, quien ha dado a la humanidad una de las experiencias religiosas más radicales: porque es un pueblo que ha sentido la liberación de Dios. Ha sido Dios quien se ha hecho notar primero, quien buscó a este pueblo, no ha sido el pueblo quien buscó a Dios. Es verdad que éste no es un privilegio de elección para encerrarse en él mismo, ni para presumir orgullosamente, ya que debe abrirse a todos los demás pueblos y naciones para que conozcan a ese Dios: Yahvé, liberador de Israel y liberador de todos los hombres. Todo lo expresa el Deuteronomio en esa formulación de su fe más radical.

II Lectura. Romanos (10,8-13): Toda la humanidad, en Cristo.

La segunda lectura es muy expresiva, es confesión de fe también, pero va mucho más allá de lo que Dios puede hacer por nosotros. Lo que hizo con Israel es solamente una pequeña manifestación de lo que ha proyectado sobre todos los hombres. Y eso que piensa hacer con nosotros, lo ha hecho con Jesucristo, su Hijo, a quien ha resucitado, lo ha liberado de la muerte. Es eso lo que nos espera a todos de parte del Dios de Israel y del Dios de Jesucristo. Todos, judíos y paganos, deben encontrarse en ese Dios resucitador, porque hemos sido llamados a la vida verdadera. Ese es el sentido de la Pascua cristiana que marca todo el horizonte de este tiempo cuaresmal.

Evangelio: Lucas (4,1-13): En las manos de Dios.

III.1. La lectura del evangelio de Lucas nos expone el relato de las tentaciones, una de las narraciones más expresivas, aunque bien es verdad que no exenta de dificultades. Podemos resumir así el significado del evangelio: Jesús afronta tres tentaciones. Esto viene de la tradición. No es que el número tres sea determinante y no se explica solamente recurriendo al pueblo en el desierto, aunque es posible que esa es la inspiración de este relato. Pero en definitiva son el simbolismo de toda la lucha entre el bien y el mal, entre la elección de uno mismo y la opción por Dios. Todas las tentaciones tienen como objetivo, en definitiva, romper la "comunión" con Dios. Para Lucas, Jesús es el nuevo Adán, como se expresa por su genealogía (Lc 3,1ss), por eso no tiene otro proyecto de vida que el vivir la comunión con Dios, que el primer Adán había perdido.

III.2. Lucas ha leído esta escena de la tradición según su perspectiva personal. Para él no se trata especialmente de releer en Jesús las pruebas del desierto (como en el caso muy evidente de Mateo) y ni siquiera de contemplar a Jesús vencedor sobre Satanás como el Mesías que rechaza el mesianismo glorioso y político. Lo que él considera en Jesús en el desierto es esencialmente el designio del Padre que está cumpliéndose. Y esto lo interpreta según la mentalidad de que no puede suceder sin que se encuentre en su camino al adversario, el que trabaja para que la humanidad se pierda en sí misma.

III.3. Este encuentro es solamente la anticipación de otro que será definitivo: en la Pasión y la Cruz, que es la consecuencia de su vida. De ahí que haya reorganizado la tradición primitiva para que todo acabe en Jerusalén, donde Jesús vivirá su Pasión. En el caso de Mateo el orden de las tentaciones es distinto y termina en un monte muy alto, que es toda una figuración. Ambos han leído este episodio en el evangelio galileo de Q (algunos prefieren llamarlo así). En Lucas todo termina  en Jerusalén porque para este evangelista Jerusalén es el final y el comienzo de la vida de de Jesús y de la comunidad cristiana primitiva. Es en Jerusalén, además, donde han de tener lugar las experiencias del Resucitado a los discípulos y, por lo mismo, este triunfo de Jesús en lo más alto del Templo es todo un apunte de la victoria sobre la muerte que ha de anunciarse desde Jerusalén hasta los confines de la tierra.

III.4. Si Lucas ha querido presentar la filiación divina de Jesús en la dimensión del nuevo Adán (como en la genealogía), su relato de las tentaciones debe leerse en esa clave. De ahí que su cristología, con sus intereses parenéticos, no es descriptiva, sino que busca llevar a la comunidad las posibilidades de vivir una experiencia como la de Jesús. La Iglesia que escucha este relato, la comunidad, vive también bajo el Espíritu, como Jesús, y es conducida por El. Por eso, bajo esa experiencia, los poderes del mal también quieren envolverla en una carrera ciega hacia una desobediencia radical a Dios. En definitiva: Lucas quiere que aprendamos a ser personas libres, como Jesús, en nuestra fidelidad a Dios. Porque Dios es para el hombre, como para Jesús, el que garantiza nuestra libertad y nuestra realización. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).








No hay comentarios:

Publicar un comentario