“Este es mi Hijo
amado; escúchenlo”.
En este segundo domingo de cuaresma la liturgia
eucarística tiene un mensaje central que ya está en la antífona de entrada:
“busquen mi rostro”. Buscar la presencia de Dios que no está en las alturas
alejado de la humanidad sino en la historia cotidiana de las personas y de los
pueblos, encarnado como amor que da confianza para seguir adelante. La máxima
expresión de esa cercanía benevolente es Jesucristo. Palabra que debemos
escuchar de modo especial en este tiempo de cuaresma.
DIOS
NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
“Rabi David Kimji sostiene que cuando el pueblo hebreo se
conduce con rectitud, por el camino de la bondad, el respeto, las buenas
costumbres y la palabra de Dios, entonces se asemeja a las estrellas que están
en el cielo, radiantes, brillantes, causa de suspiros y admiración continua. La
profunda enseñanza de Abraham es que él supo salir del polvo para convertirse
en el primer rayo de esperanza que cual lucero en la noche, nos alumbró el
camino para hallar el propio” (Rabino Marcos Perelmutter).
Lectura
del libro del Génesis 15, 5-12. 17-18
Dios dijo a Abrám: “Mira hacia el cielo
y, si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”.
Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación.
Entonces el Señor le dijo: “Yo soy el Señor que te hice salir de Ur de los
caldeos para darte en posesión esta tierra”. “Señor, respondió Abrám, ¿cómo
sabré que la voy a poseer?”. El Señor le respondió: “Tráeme una ternera, una
cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una tórtola y un pichón
de paloma”. Él trajo todos estos animales, los cortó por la mitad y puso cada mitad
una frente a otra, pero no dividió los pájaros. Las aves de rapiña se
abalanzaron sobre los animales muertos, pero Abrám las espantó. Al ponerse el
sol, Abrám cayó en un profundo sueño, y lo invadió un gran temor, una densa
oscuridad. Cuando se puso el sol y estuvo completamente oscuro, un horno
humeante y una antorcha encendida pasaron en medio de los animales
descuartizados. Aquel día, el Señor hizo una alianza con Abrám diciendo: “Yo he
dado esta tierra a tu descendencia”.
Palabra de Dios.
Salmo
26, 1. 7-9. 13-14
R.
El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a
quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? R.
¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta
voz, apiádate de mí y respóndeme! Mi corazón sabe que dijiste: “Busquen mi
rostro”. R.
Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes
de mí. No alejes con ira a tu servidor, Tú, que eres mi ayuda; no me dejes ni
me abandones, mi Dios y mi salvador. R.
Yo creo que contemplaré la bondad del
Señor en la tierra de los vivientes. Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor
y espera en el Señor. R.
II
LECTURA
La luminosidad de Cristo Resucitado es para san Pablo motivo de
esperanza. Son muchas las oscuridades que atravesamos en esta tierra,
oscuridades producidas por los pecados propios y ajenos. En este caminar,
avanzamos con seguridad cuando nos centramos en la luz de Cristo.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 3, 17—4, 1
Hermanos: Sigan mi ejemplo y observen
atentamente a los que siguen el ejemplo que yo les he dado. Porque ya les
advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay muchos que se portan
como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la perdición, su dios es el
vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian
sino las cosas de la tierra. En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y
esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. Él
transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo
glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio.
Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son
mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor.
Palabra de Dios.
O
bien, más breve:
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 3, 20—4, 1
Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del
cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor
Jesucristo. Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a
su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su
dominio. Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver,
ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en
el Señor.
Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN Mt 17, 5
Desde la nube resplandeciente se oyó la
voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.
EVANGELIO
Moisés representa la Ley y Elías los profetas. Todo el Antiguo
Testamento habla de Jesús y “de su partida” que
iba a cumplirse en Jerusalén. Jerusalén será la ciudad del rechazo, del
Viernes Santo, a oscuras, y de la muerte. Pero la existencia de Jesús no
terminará allí. Como anticipo de lo que vendrá después, Jesús se muestra transfigurado.
Para nosotros, sus discípulos que no entendemos el camino y nos resistimos a
pasar por la cruz en Jerusalén, Jesús nos adelanta lo que vendrá: al final
estaremos en la luz, con él, para siempre.
✜Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 9, 28b-36
Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y
subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus
vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban
con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de
la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros
tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús
y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo
a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías”. Él no sabía lo que decía. Mientras
hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos
se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: “Este es
mi Hijo, el Elegido, escúchenlo”. Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que
habían visto.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
“Yo soy el Señor que te sacó de la
tierra de los caldeos para darte esta tierra”
Según la primera lectura del Génesis, el
Dios que gratuitamente irrumpe en la vida de Abrahán, no cae del cielo donde
está instalado, sino que desde dentro sostiene e impulsa la historia, en orden
a que los seres humanos sean libres: “Yo soy el Señor que te sacó de la tierra
de los caldeos para darte esta tierra”. Y en ese compromiso de Dios por la
liberación o plena humanización de los seres humanos, tiene sentido el símbolo
de la Alianza.
Pero si a Dios nadie le ha visto
directamente porque su realidad es inabarcable ¿cómo prestar confianza o creer
en su promesas? Es aquí donde Abrahán es presentado como prototipo del
verdadero creyente que sale de su propia tierra y es capaz de seguir esperando
cuando ya no hay razones para esperar ¿Cómo soñar con una descendencia numerosa
cuando se le pide que sacrifique sin más a Isaac su hijo único? Abrahán es
figura de Jesucristo, según la Carta a los hebreos, “iniciador de la fe”
Hermanos míos queridos y añorados, manténgase
así, en el Señor
En la misma línea va lo que san Pablo
escribe a los cristianos de Filipo, una ciudad económicamente próspera donde se
absolutiza la confianza en las riquezas y el prestigio social. El apóstol
lamenta de que algunos cristianos se dejan contagiar por esa cultura consumista
de rivalidad. Y recomienda insistentemente que “se mantengan firmes en el Señor
Jesucristo” que se abrió totalmente a la presencia de Dios y fue testigo de su
amor a todos no pretendiendo imponerse a nadie sino siendo servidor de todos
hasta la muerte de Cruz. Así la conducta de Jesucristo es referencia segura
para todos sus discípulos.
“Se llevó a Pedro, Juan y Santiago a un
montaña”
El evangelio de la trasfiguración
presenta la fe cristiana como encuentro con Jesucristo, revelación de Dios y
camino para toda la humanidad. Jesús “se llevó a Pedro, Juan y Santiago
–representantes de la comunidad cristiana- a un montaña”, lugar donde según la
tradición bíblica Dios habla. Primero, como en el caso de Abrahán y en la misma
encarnación. El Invisible irrumpe gratuitamente. Signo de su presencia e la luz
“sus vestidos brillaban de blanco”, lo mismo que los vestidos resplandecientes
de los ángeles en los relatos evangélicos sobre la resurrección de Jesús. La
luz es signo de la vida cuya fuente es Dios. Y esta presencia del Invisible
cuyo símbolo en la revelación bíblica es la nube - presente pero en la oscuridad-
se ha manifestado en la historia del pueblo, con sus legisladores representados
en Moisés y en los profetas que representa Elías. Esa historia de salvación
culmina en Jesucristo.
Pero ¿cómo aceptar que Jesucristo,
condenado a muerte por blasfemo y por rebelde político, puede ser el Hijo de
Dios? Es lo que Pedro, Juan y Santiago –la comunidad cristiana – no entienden:
prefieren quedarse en las alturas respirando aire puro, y no ir a Jerusalén
donde amenazan los conflictos, el fracaso, la humillación y el sufrimiento. No
comprenden que el verdadero Dios revelado en Jesucristo no es el todopoderoso
que se impone por la fuerza, sino Abba” ternura infinita cuyo poder se
manifiesta en la misericordia o amor comprometido en liberar a la humanidad de
sus limitaciones y miserias. Sólo quienes bajan al campo de batalla y son
testigos creíbles de ese amor comprometido son verdaderos seguidores de
Jesucristo.
El mensaje de este domingo puede
centrarse en estos aspectos:
1. La revelación de Dios en la historia
bíblica que prepara la revelación de Jesucristo “Dios con nosotros”
2. La confesión cristiana en la
divinidad de Jesucristo implica buscar el rostro de Dios en los rostros humanos
3. El tema de la fe cristiana como
seguimiento de Jesucristo que por llevar a cabo en este mundo el reino de Dios
o la fraternidad, elige no la lógica del poder que se impone por la fuerza,
sino camino del amor que incluye también el sufrimiento.
ESTUDIO
BÍBLICO
La
Transfiguración: una experiencia intensa de Dios
Las lecturas de este segundo domingo de
Cuaresma están enmarcadas en unos simbolismos que son propios de unos tiempos
lejanos, donde lo religioso, lo legendario, lo mítico y lo real se dan cita en
la búsqueda constante por el sentido de la vida, por el futuro y por aquellos
aspectos que nos trascienden, que van más allá de lo que cada día sentimos y
vivimos.
Iª
Lectura: Génesis (15,5-18): Promesa y Alianza
a los que se fían de Dios
I.1. En esta lectura de hoy se nos
presenta a Abrahán al que se le da a contar las estrellas del cielo para
significar que todos los que se fíen de Dios serán su pueblo, su familia. Eso
es lo que se quiere representar muy especialmente y ese es el sentido de la
“alianza” que Dios hace con él. La narración es muy del estilo bíblico,
recuerda incluso la revelación de Yahvé en el Éxodo, pero aplicada a Abrahán
llamándolo desde su tierra babilónica. El drama del padre del pueblo lo
resuelve Dios prometiéndole alianza, y en ella, un hijo, porque la alianza no
puede perdurar sino de generación en generación. Es un relato ancestral en
algunos aspectos, pero actualizado con el tema del compromiso de Dios por medio
del berit (alianza). La teología se impone, desde luego, a la narrativa, en
todos los aspectos. La “intriga” del relato se resuelve en promesa; la angustia
del padre creyente encuentra en Dios lo que la vida de cada día no le ofrece:
un hijo, un futuro, un nombre de generación en generación.
I.2. Algunos elementos de esta narración
solamente pueden ser del narrador creyente, el elohista, (aunque los vv. 5-6
sean de la tradición yahvista) que adelanta en Abrahán una experiencia y un
sentido de lo religioso que es muy posterior en Israel. Otro texto de la alianza
con Abrahán lo tenemos en Gn 17 (pero este relato es de la tradición
sacerdotal). Abrahán no podía ser tan definidamente “monoteísta”, pero eso no
quiere decir que el relato no tenga todos los ingredientes religiosos de la
antigüedad para poner de manifiesto que en la vida lo religioso cuenta mucho.
La fe tiene que ver con el ser humano y con el misterio de la vida y de la
descendencia. El hombre no puede darse un futuro por sus propias fuerzas.
Abrahán, desde su religión de dioses o Dios familiar no le queda más que
contemplar las estrellas; es un signo de que Alguien conduce nuestra
existencia. Bajo el símbolo del animal dividido, en rito ancestral, pasa Dios
bajo el símbolo de la brasa encendida.
I.3. Vemos, en nuestra lectura, una
iniciativa exclusivamente divina, es, lo que se ha llamado un compromiso
“unilateral” de Dios; aunque bien es verdad que se cuenta con la confianza
(emunah) del padre del pueblo. La teología de la alianza, como sabemos, es
determinante en el pueblo bíblico, y aunque la alianza más originaria es la del
Sinaí, para sellar la liberación de Egipto, tampoco podía faltar un signo que
expresara la alianza y el compromiso de Dios con el padre de un pueblo de
creyentes. Así lo verá muy acertadamente San Pablo en su carta a los Gálatas
(Gal 3) cuando considera que las promesas que se hicieron a Abrahán se cumplen
cuando todos los hombres, judíos o paganos, puedan formar parte de ese pueblo,
sencillamente por la fe en Dios, como Abrahán.
IIª
Lectura: Filipenses (3,17-4,1): La Transfiguración de Pablo por la cruz
II.1. Nuestra lectura tiene unas
resonancias bien características: Pablo invita a la comunidad a que sea
imitadora de sus sentimientos, y no seguidora de sus adversarios, que son
enemigos de la cruz de Cristo. Porque es la cruz de Cristo, a pesar de su
aparente fracaso, lo único que nos garantiza una vida verdadera, una vida que
va más allá de la muerte, y que nos hará ciudadanos del cielo. El Dios de la
cruz es el único que puede transformar nuestra historia, nuestros anhelos,
nuestros fracasos, nuestra debilidad en un grito de libertad y de vida más allá
de esta historia, porque es el único Dios que se ha comprometido con la
humanidad.
Evangelio:
Lucas (9,28-36): La Transfiguración
desde la oración
III.1. ¿A dónde nos lleva el evangelio
de hoy? Si seguimos el texto en sus inicios: subió al monte a orar. Esto es muy
propio de Lucas y siempre en momentos importantes de la vida de Jesús. No hay
nombre para el monte en ninguno de los evangelistas (cf Mt 17,1-9; Mc 9,2-10).
El evangelista Lucas, a su manera, quiere asomarnos, por un pequeño instante,
con los discípulos, a esa vida que no está limitada por nada ni por nadie.
Quien escucha, hoy, en este domingo de Cuaresma, este pasaje del evangelio
quedará sorprendido, porque no le será fácil entender todo lo que en él
acontece. Pero debemos pensar que Lucas, recogiendo la tradición de Marcos, que
es el primer evangelista que la asumió de otros, sabe que en su comunidad habrá
dificultades para entenderla. De todas formas ha limado un poco su lenguaje y
su intención catequética. La Transfiguración es una escena llena de contenidos
simbólicos. Es como un respiro que Dios le concede a Jesús en su camino hacia
Jerusalén, hacia la pasión y la muerte, con objeto de que alcance a experimentar
un previamente la meta. Solo desde la oración, entiende Lucas, es posible
vislumbrar lo que sucede en el alma de Jesús. Ese coloquio que Jesús mantiene
con los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, representan la Ley y
los Profetas y con ellos se entabla un diálogo en profundidad sobre su
“partida” (éxodo), sobre su futuro, en definitiva, sobre su muerte.
III.2. La Transfiguración, pues, quiere
ser una preparación para la hora tan decisiva que le espera a Jesús. Los
discípulos más conocidos acompañan a Jesús en este momento, como sucederá
también en el relato de Getsemaní, en el momento de la pasión, pero tanto aquí
como allí, el verdadero protagonista es Jesús, porque es él quien afronta las
consecuencias de su vida y del evangelio que ha predicado. No obstante, aquí
los discípulos se ven envueltos en una experiencia profunda, trascendente, que
les hace evadirse de toda realidad. Dos personajes, Moisés y Elías, que
subieron cada uno en su momento al Sinaí para encontrarse con Dios, ahora se hacen
testigos de esta experiencia. La presencia de estos personajes “adorna” la
escena, pero no la llenan. En realidad la escena se llena de contenido con la
voz divina que proclama algo extraordinario. Quien está allí es alguien más
importante de Moisés y Elías, la Ley y los Profetas ¡que ya es decir! En
realidad la escena se configura sencillamente con un “hombre” que ora
intensamente a Dios para que no le falten las fuerzas en su “éxodo”, en su ida
a Jerusalén. Todo en un monte que no tiene nombre y que no hay que buscarlo,
aunque la tradición posterior haya designado el Tabor.
III.3. Todo ha sucedido, según san
Lucas, “mientras oraba”. Esto es especialmente significativo. Estas cosas
intensas, espirituales, transformadoras, no pueden ocurrir más que en la otra
dimensión humana. Es la dimensión en la que se revela que, sin embargo, el Hijo
de Dios está allí. Los discípulos han vivido algo intenso, algo que no se
esperaban (aunque de ellos no se dice que oren y esa es una diferencia digna de
tener en cuenta); pero Jesús, que ha vivido esta experiencia más intensamente
que ellos, sin embargo, sabe que debe bajar del monte misterioso de la
Transfiguración para seguir su camino, para acercarse a los necesitados, para
dar de beber a los sedientos y de comer a los hambrientos la palabra de vida.
Su “éxodo” no puede ser como le hubiera gustado a Pedro, a sus discípulos, que
pretenden quedarse allí instalados. Queda mucho por hacer, y dejar huérfanos a
los hombres que no han subido a las alturas espirituales y misteriosas de la
Transfiguración, sería como abandonar su camino de profeta del Reino de Dios.
Probablemente Jesús vivió e hizo vivir a los suyos experiencias profundas; la
de la transfiguración que se describe aquí puede ser una de ellas, pero siempre
estuvo muy cerca de las realidades más cotidianas. No obstante, ello le valió
para ir vislumbrando, como profeta, que tenía que llegar hasta dar la vida por
el Reino. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).
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