“Conocerán que son mis discípulos”
Avanza el tiempo de Pascua, el más
importante para los cristianos. Las luces de la resurrección no esconden la
realidad que se sigue desarrollando en nuestro adentro, en el mundo que nos
rodea. Las noticias de estos últimos días ponen delante de nosotros episodios
de violencia, nuevos casos de corrupción, más crisis económica, historias de
sufrimiento con rostros y nombres concretos. En medio de todo esto, ¿qué es lo
importante? ¿Qué merece la pena y es eterno? Corremos el riesgo de desanimarnos
y vivir sin pasión, de dejarnos llevar por la prisa, lo superficial, las
alarmas sociales y los gritos interesados de los medios de comunicación. Jesús
Resucitado sigue superando esas barreras para hacerse visible en nuestra vida,
en la Iglesia -que es el nuevo cenáculo- , para hacernos propuestas de sentido
y esperanza. Él vuelve a recordarnos cuál es el proyecto que ofrece a quienes
desean seguirle: vivir amando, entregando la vida, transformando esta sociedad
desde abajo, desde lo más hondo que es el amor. Estos principios siguen siendo
una oferta de felicidad para los hombres de cualquier época.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
I
LECTURA
Este
es el final del primer viaje misionero "entre los paganos". La
Iglesia fue animada por el Espíritu a dejar el mundo conocido, el del ámbito
judío, y a encontrarse con otras culturas. Toda esta novedad ahora
"vuelve" a la comunidad para que se reflexione sobre ella y madure.
Así crece la Iglesia, descubriendo la voluntad de Dios en los nuevos
acontecimientos que día tras día se suscitan.
Lectura
de los Hechos de los Apóstoles 14, 21b-27
Pablo y Bernabé volvieron a Listra,
a Iconio y a Antioquía de Pisidia. Confortaron a sus discípulos y los
exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que es necesario pasar por
muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. En cada comunidad,
establecieron presbíteros, y con oración y ayuno, los encomendaron al Señor en
el que habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Luego
anunciaron la Palabra en Perge y descendieron a Atalía. Allí se embarcaron para
Antioquía, donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para realizar la
misión que acababan de cumplir. A su llegada, convocaron a los miembros de la
Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho con ellos y cómo había
abierto la puerta de la fe a los paganos.
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo 144, 8-13a
R. Bendeciré tu Nombre eternamente,
Dios mío, el único Rey. O bien: Aleluya.
El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia; el Señor es bueno con todos y tiene
compasión de todas sus criaturas. R.
Que todas tus obras te den gracias,
Señor, y tus fieles te bendigan; que anuncien la gloria de tu reino y proclamen
tu poder. R.
Así manifestarán a los hombres tu
fuerza y el glorioso esplendor de tu reino: tu reino es un reino eterno, y tu
dominio permanece para siempre. R.
SEGUNDA LECTURA
En
la Alianza celebrada en tiempos de Moisés, Dios proclamaba: "Yo seré su
Dios y ustedes serán mi pueblo". Ese vínculo nos ha dado identidad como
pueblo de Dios a lo largo de los siglos, a pesar de las infidelidades y el
pecado. Llegará un día en que ya no habrá nada que menoscabe esa alianza, y
viviremos plenamente como pueblo de Dios redimido y triunfante.
Lectura
del libro del Apocalipsis 21, 1-5a
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una
tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el
mar ya no existe más. Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del
cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su
esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: "Ésta es la carpa
de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el
mismo Dios será con ellos su propio Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no
habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes
pasó". Y el que estaba sentado en el trono dijo: "Yo hago nuevas todas
las cosas".
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
"El
mandamiento nuevo dice que hay que amar al prójimo con la medida con que ama
Cristo ("como yo los he amado"). Se podría decir que esto es
imposible como mandamiento: no se puede imponer o mandar que amemos como ama
Cristo, porque eso supera nuestras posibilidades. Pero esto se puede entender
correctamente dentro de la mística de San Juan. Así como la voluntad del Padre
es aceptada y cumplida por Cristo, él ahora hace partícipes de esta voluntad a
todos los creyentes para que también puedan amar con amor divino. No se trata
entonces de un esfuerzo humano para ver quién puede amar más, sino de la
gratuita donación de Dios que nos da la posibilidad de amar con un amor que
viene de Dios. Por eso, se dice que el mandamiento nuevo se nos da"
Ì Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 13, 31-33a. 34-35
Durante la última cena, después que
Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y
Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo
glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho
tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros.
Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto
todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los
unos a los otros".
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
Las lecturas de este domingo V de
Pascua nos ponen en contacto con el carácter misionero de la Iglesia, y a la
vez nos recuerdan que la vida del cristiano tiene un cimiento fundamental: el
amor, único criterio que verifica la experiencia religiosa, que da autenticidad
a la misión y credibilidad al Evangelio. El valor central para cualquier vida
humana y la puerta de acceso al misterio del Dios que se manifiesta en Jesús.
Hay que pasar mucho para entrar en
el Reino de Dios
Con frecuencia confundimos el amor
con esa sensación de “estar bien”, “estar a gusto”, una experiencia meramente
sensible, afectiva, superficial. Esa que cuando aprietan las dificultades
desaparece de inmediato. No es el amor el antídoto que quite el dolor. La vida
humana corre paralela a esas dos realidades, que la van marcando. Dios, la
adhesión a Él, no evita el sufrimiento: al Reino no se accede sin haberse
curtido, como humanos, en el dolor o la dificultad. La vida cristiana vivida en
integridad trae, si cabe, un plus: experimentar la integridad del Evangelio
supone un ir “contra corriente” que incomoda. Trascender las categorías
superficiales de lo humano, apostar por un estilo de vida, unos valores
profundos y exigentes. El Reino de Dios, para construirse, pide un esfuerzo
amasado en amor.
Lo que Dios había hecho por medio
de ellos
No se pierde el amor que damos, o
el dolor con que en ocasiones lo revestimos para ofrecerlo a otros. ¡No se
pierde el amor! Como el trigo enterrado que pudriendo da vida, toda pizca de
amor ofrecida engendra bien, aporta vida, abre futuro. A nosotros o a otros,
¡qué más da! ¿No lo hemos experimentado en ocasiones? Dios nos necesita y se
sirve de nosotros para que lo bueno se extienda. Somos capaces de obras
grandes, que Él hace a través de nuestra frágil humanidad. El bien no surge de
la nada sino que se da por gestos sencillos de personas sencillas.
Un cielo nuevo y una tierra nueva
Desde siempre hemos pensado que era
tarea nuestra realizarlo. Nos decepciona ver que todavía no llega ése tiempo, y
da la sensación de que está cada vez más lejos. Nos defraudan los políticos en
quienes parece que hemos delegado su construcción. Nos desencantan muchos
proyectos humanos que, cuando los hay, desaparecen como humo envueltos en
palabras o trampas. ¿Llegará algún día? La Escritura termina anunciando su
venida como un regalo, que se recibe más que se merece. “Ahora hago el universo
nuevo”. Ya está aquí envuelto en fragilidades. Es cuestión de disponerse a
acogerlo, de afinar la vista para reconocerlo y apuntarse a él. De superar la
visión corta que sólo presenta lo feo y negativo. ¿Te atreves a mirarlo?
La morada de Dios con los hombres
El Apocalipsis hace referencia a la
Iglesia, nuevo Cenáculo. Pero es más. Hay muchas señales que indican que Dios
ya ha puesto su morada en esta tierra. Tal vez en la bondad del ser humano,
capaz de obras grandes. En experiencias de entrega y generosidad. En la gente
que apuesta por la verdad y la belleza. En el silencio de un corazón que ama y
que busca. El mundo nuevo no sale demasiado en la prensa pero ya existe
tímidamente. La Pascua nos pone en la pista de la obra nueva de Dios en este
mundo viejo. Todo está habitado por Él, que nos sale al encuentro en lo que
vivimos.
Que os améis unos a otros…
¡Qué pocas cosas hay realmente
importantes en la vida! El desprendimiento, los años o el sufrimiento nos hacen
tomar conciencia de ello. Lo que merece la pena es el amor. Y no es que sea una
obligación darlo: es que es una necesidad para recibirlo. “Que os améis” dice
el Señor en el momento trascendental de su vida, y ése es el mandato principal
que de Él hemos recibido y a Él nos remite como si fuera un sacramento. Y éste
debiera ser el mayor criterio para examinar la plenitud de nuestra vida: el
amor que damos, que nos damos “unos a otros” y no guardamos de forma
egocéntrica.
… Como yo os he amado
¡Es una medida inalcanzable! Pero
una aventura apasionante escalar semejante calidad y plenitud de amor. El amor
de Jesús, amar “como” Él, supone asumir el dolor, acercarse a los demás,
comprender a los otros, esforzarse en acoger. No es un amor que se queda en
palabras sino que va a hechos concretos. Que sabe de desprendimiento y de cruz.
Que apunta a la Pascua. Por eso siempre debemos preguntarnos: “¿cómo amaría
Jesús?”
Conocerán que sois mis discípulos
Siempre nos ronda la tentación de
confundir el signo de identidad de los discípulos de Jesús. Hemos puesto
demasiadas normas -algunas muy pesadas y otras un tanto discriminatorias- donde
sólo debe estar el amor. Cumplir mandamientos no resulta del todo difícil;
quedarse en lo externo es muy cómodo. La raíz y el centro, la razón de nuestra
fe es exclusivamente el amor: el que experimentamos de Dios (“Él nos amó
primero”) y el que vivimos con pasión y exigencia: ¡del amor seremos examinados
al final!
Tal vez no sean momentos fáciles
los que vivimos. Pero son tiempos en los que amar al estilo de Jesús es un
desafío. Porque creemos que el amor da sentido y plenitud a lo humano seguimos
anunciando el Evangelio. ¡El Resucitado nos anima y acompaña!
ESTUDIO
BÍBLICO
Resurrección es amarse como
hermanos
Iª Lectura: Hechos (14,21-27): La
Iglesia, comunión de comunidades
I.1. Esta es la descripción del
primer viaje apostólico en que Lucas ha resumido la actividad misionera de la
comunidad de Antioquía, y de Pablo más concretamente. Durante este primer viaje
apostólico se nos presenta a Pablo y a Bernabé trabajando denodadamente por
hacer presente el Reino de Dios en ciudades importantes de Cilicia, y de la
provincia romana de la Capadocia, al sur de Turquía. En realidad deberíamos
tener muy presente los cc. 13-14 de los Hechos, que forman una unidad
particular de esta misión tan concreta. Son dignos de destacar los elementos y
perfiles de esta tarea, que implica a todos los cristianos, que por el hecho de
serlo, están llamados a la misión evangelizadora. Resalta el coraje para
anunciar la palabra de Dios y el exhortar a perseverar en la fe. Todo se ha
preparado con cuidado, la comunidad ha participado en la elección y, por lo
mismo, es la comunidad la que está implicada en esta evangelización en el mundo
pagano. Está a punto de terminar el primer viaje apostólico con el que Lucas ha
querido resumir una primera etapa de la comunidad primitiva.
I.2. Jerusalén, de alguna manera,
había quedado a la espera de este primer ciclo en que ya los primeros paganos
se adhieren a la nueva fe. Y es la comunidad de Antioquía, donde los discípulos
reciben un nombre nuevo, el de cristianos, la que se ha empeñado, con acierto
profético, en abrirse a todo el mundo, a todos los hombres, como Jesús les
había pedido a los apóstoles (Hch 1,8). La iniciativa, pues, la lleva la
comunidad de Antioquía de Siria, no la de Jerusalén. Pero en definitiva es la
“comunidad cristiana” quien está en el tajo de la misión. Ya sabemos que
algunos de Jerusalén, ni siquiera veían con buenos ojos estas iniciativas,
porque parecían demasiado arriesgadas.
I.3. No obstante, no se debe
olvidar el gran protagonista de todo esto: el Espíritu, que se encarga de abrir
caminos. Por eso, si no es Jerusalén y los Doce, será Antioquía y los nuevos
“apóstoles” quienes cumplirán las palabras del “resucitado”: ¿por qué? porque
el mensaje no puede encadenarse al miedo de algunos. En esas ciudades
evangelizadas, algunos judíos y sinagogas no aceptarán a éstos con su doctrina,
porque todavía pensaban que eran judíos. Pero ni siquiera en la comunidad cristiana
de Jerusalén, por parte de algunos, se aprobarán estas iniciativas. Es más, al
final de este “viaje” habrá que “sentarse” a hablar y discernir qué es lo que
Dios quiere de los suyos. La asamblea de Jerusalén está esperando (Hch 15).
IIª Lectura : Apocalipsis (21,1-5):
En Dios, todo será nuevo
II.1. Esta es una lectura
grandiosa, porque es una lectura típica de este género literario. Leemos, pues,
un texto que tiene todas las connotaciones de la ideología apocalíptica. Tiene
toda la poesía de lo utópico y de lo maravilloso. En realidad es algo idílico,
no puede ser de otra manera para el “vidente” de Patmos, como para todos los
videntes del mundo. Jerusalén, lugar de la presencia de Dios para la religión
judía alcanza aquí el cenit de lo que ni siquiera David había soñado cuando
conquistó la ciudad a los jebuseos. Todo pasará, hasta lo más sagrado. Porque
se anuncia una ciudad nueva, un tabernáculo nuevo, en definitiva una
“presencia” nueva de Dios con la humanidad.
II.2. Un cielo nuevo y una tierra nueva,
de la que desciende una nueva Jerusalén, que representa la ciudad de la paz y
la justicia, de la felicidad, en la línea de muchos profetas del Antiguo
Testamento. Se nos quiere presentar a la Iglesia como el nuevo pueblo de Dios,
en la figura de la esposa amada, ya no amenazada por guerras y hambre. Es el
idilio de lo que Pablo y Bernabé recomendaban: hay que pasar mucho para llegar
al Reino de Dios. Dios hará nueva todas las cosas, pero sin que sea necesario
dramatizar todo los momentos de nuestra vida. Es verdad que para ser felices es
necesario renuncias y luchas. El evangelio nos dará la clave.
III. Evangelio: (13,31-35): La
batalla del amor
III.1. Estamos, en el evangelio de
Juan en la última cena de Jesús. Ese es el marco de este discurso de despedida,
testamento de Jesús a los suyos. La última cena de Jesús con sus discípulos
quedaría grabada en sus mentes y en su corazón. El redactor del evangelio de
Juan sabe que aquella noche fue especialmente creativa para Jesús, no tanto
para los discípulos, que solamente la pudiera recordar y recrear a partir de la
resurrección. Juan es el evangelista que más profundamente ha tratado ese
momento, a pesar de que no haya descrito la institución de la eucaristía. Ha
preferido otros signos y otras palabras, puesto que ya se conocían las palabras
eucarísticas por los otros evangelistas. Precisamente las del evangelio de hoy
son determinantes. Se sabe que para Juan la hora de la muerte de Jesús es la
hora de la glorificación, por eso no están presentes los indicios de tragedia.
III.2. La salida de Judas del
cenáculo (v.30) desencadena la “glorificación” en palabras del Jesús joánico.
¡No!, no es tragedia todo lo que se va a desencadenar, sino el prodigio del
amor consumado con que todo había comenzado (Jn 13,1). Jesús había venido para
amar y este amor se hace más intenso frente al poder de este mundo y al poder
del mal. En realidad esta no puede ser más que una lectura “glorificada” de la
pasión y la entrega de Jesús. Y no puede hacerse otro tipo de lectura de lo que
hizo Jesús y las razones por las que lo hizo. Por ello, ensañarse en la pasión
y la crueldad del su sufrimiento no hubiera llevado a ninguna parte. El
evangelista entiende que esto lo hizo el Hijo del hombre, Jesús, por amor y así
debe ser vivido por sus discípulos.
III.3. Con la muerte de Jesús
aparecerá la gloria de Dios comprometido con él y con su causa. Por otra parte,
ya se nos está preparando, como a los discípulos, para el momento de pasar de
la Pascua a Pentecostés; del tiempo de Jesús al tiempo de la Iglesia. Es lógico
pensar que en aquella noche en que Jesús sabía lo que podría pasar tenía que
preparar a los suyos para cuando no estuviera presente. No los había llamado
para una guerra y una conquista militar, ni contra el Imperio de Roma. Los
había llamado para la guerra del amor sin medida, del amor consumado. Por eso,
la pregunta debe ser: ¿Cómo pueden identificarse en el mundo hostil aquellos
que le han seguido y los que le seguirán? Ser cristiano, pues, discípulo de
Jesús, es amarse los unos a los otros. Ese es el catecismo que debemos vivir.
Todo lo demás encuentra su razón de ser en esta ley suprema de la comunidad de
discípulos. Todo lo que no sea eso es abandonar la comunión con el Señor
resucitado y desistir de la verdadera causa del evangelio.