“Porque
todo el que se eleva será humillado,
y el que se humilla será elevado.”
y el que se humilla será elevado.”
La liturgia de este domingo ofrece
con realismo sutil la carta de San Pablo a Timoteo, -al final de su vida con
una evaluación profunda de su recorrido personal y evangelizador- y, en el
evangelio San Lucas, volviendo al tema de la oración, presenta las conocidas
figuras del fariseo y el publicano, cargadas también de simbolismos y
referencias para la vida diaria de los discípulos de Jesús, creyentes de todos
los tiempos.
El conjunto de la liturgia nos
facilita una reflexión sencilla y profunda de nuestros particulares modos de
orar, partiendo el concepto que tenemos de nosotros mismos y de los demás. La
consecuencia de tales percepciones y valoraciones es que la conversión, que nos
pide el evangelio a diario, comenzará por conocer mejor nuestra identidad, las
actitudes que adoptamos al valorarnos a nosotros y a los demás, para establecer
relaciones positivas con el prójimo y con Dios.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
PRIMERA
LECTURA
Dios
inclina el oído de su corazón a las súplicas y oraciones de quienes, con
humildad, confían en él.
Lectura
del libro del Eclesiástico 35, 12-14. 16-18
El Señor es juez y no hace
distinción de personas: no se muestra parcial contra el pobre y escucha la
súplica del oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando
expone su queja. El que rinde el culto que agrada al Señor, es aceptado, y su
plegaria llega hasta las nubes. La súplica del humilde atraviesa las nubes y
mientras no llega a su destino, él no se consuela: no desiste hasta que el
Altísimo interviene, para juzgar a los justos y hacerles justicia.
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo
33, 2-3. 17-19. 23
R.
El pobre invocó al Señor, y él lo escuchó.
Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo
oigan los humildes y se alegren. R.
El Señor rechaza a los que hacen el
mal para borrar su recuerdo de la tierra. Cuando los justos claman, el Señor
los escucha y los libra de todas sus angustias. R.
El Señor está cerca del que sufre y
salva a los que están abatidos. El Señor rescata a sus servidores, y los que se
refugian en él no serán castigados. R.
SEGUNDA
LECTURA
La
oración de san Pablo, cuando su martirio se acerca, es una oración agradecida
al Señor, ya que por gracia de Dios, ha podido conservar íntegro su tesoro más
precioso: la fe.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18
Querido hijo: Ya estoy a punto de
ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he
peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya
está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me
dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con
amor su manifestación. Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino
que todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta! Pero el Señor
estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi
intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca
del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su
Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Nos
cuesta aprender, por eso el Señor nos tiene que repetir a menudo que, el que se
ensalza será humillado y el que se humilla será enaltecido. No nos basta venir
a la casa de Dios, escuchar su Palabra y recibir su eucaristía, si no lo
hacemos con un corazón humilde y agradecido. ¿Con qué actitud nos acercamos al
Señor, con el orgullo del fariseo o con la humildad del publicano? ¿Y cómo nos
relacionamos con nuestros hermanos, con el juicio orgulloso del fariseo o con
la humildad serena del publicano?
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 18, 9-14
Refiriéndose a algunos que se
tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: Dos
hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El
fariseo, de pie, oraba así: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como
los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese
publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis
entradas". En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se
animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho,
diciendo: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!". Les aseguro
que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo
el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
Dos
figuras de orantes en el evangelio.
Las figuras del fariseo y del
publicano que presenta Jesús pueden ser consideradas como una síntesis del
sentimiento religioso y de lo que constituye la auténtica actitud religiosa:
Aparece la contraposición de dos actitudes que vienen a recoger la radicalidad
del mensaje de Jesús; también pueden aparecer dos criterios antagónicos, de los
hombres y de Dios, reflejados habitualmente por los evangelistas cuando hablan
de la justicia, del ayuno, del amor o del culto.
En ambos personajes podremos
descubrir sus rasgos de fidelidad, coherencia y esfuerzo para el cumplimiento
de las normas que exigen sus compromisos con la sociedad y la religión. En el
fondo de sus conciencias rigen unos principios o criterios que les llevan a
consecuencias radicalmente diferenciadas.
El fariseo: Seguridad en sí mismo,
cargado de obras buenas, limosnas ayunos y oraciones que le llevan sinceramente
a dar gracias a Dios. Convencido de lo que dice, con “orgullo” santo, diferente
a los demás hombres; santidad distinguida, rígida y legalista, al que no se
puede hablar de conversión, porque eso es para los pecadores. Hipocresía fina,
que no es capaz de descubrir la vanidad y ceguera de su mentalidad y
comportamientos. Es la figura del fariseo de todos los tiempos, que late
también en nuestra propia personalidad.
El publicano: Aprovecha su puesto
oficial, al servicio de Roma, para enriquecerse con la extorsión de los pobres.
No rezador; cuando entra al templo descubre que su vida exige un cambio
radical, y quisiera iniciar un estilo nuevo; se presenta como es, sin traje de
fiesta y ante Dios, manifestando su situación interior. Salió justificado, no
por el comportamiento anterior, sino por el cambio que está dispuesto a
inyectar en su trayectoria personal.
La humildad y sus variantes.
Muchos han hecho de su falsa
humildad la máscara que oculte su vanidad. En la vida aparecen dos clases de
falsa-humildad: Una estratégica (ante los demás para arrancar una alabanza no
conseguida de otra forma), otra sincera, pero perjudicial (de quien se
menos-precia a sí mismo) por desconocer sus cualidades, dones y talentos
naturales o adquiridos.
¿Qué será la verdadera humildad?
Digamos que no hay que hacer nada para ser humilde, sino reconocer que “soy lo
que soy”, sin más. No hace falta hablar del tema; basta con rechazar cualquier
orgullo, vanidad, jactancia, vanagloria, soberbia, altivez, arrogancia,
impertinencia... ¡casi nada! recordando, por otra parte también, que la
humildad no es solo “la verdad”, sino “andar en verdad”, es decir conocer la
verdad de lo que uno es y buscar a diario ese conocimiento personalizado de sí
mismo.
Cuanto se violente la verdad, por
defecto o por exceso, se aleja uno de la humildad. Se trata de descubrir
nuestras auténticas posibilidades (dones de naturaleza y gracia) con sus
propias limitaciones humanas; ni superiores ni inferiores que otros, sino lo
que seamos en verdad para valorarlo con acierto y responsabilidad, en las
relaciones interpersonales: Un conocimiento en totalidad, para el que
necesitamos la ayuda de Dios y del prójimo.
Trayectoria de San Pablo.
San Pablo cambió su trayectoria de
vida cuando descubrió a Jesús camino de Damasco. Es modelo de generosidad y
entrega a la causa del evangelio tras su conversión del mismo modo que lo fuera
antes persiguiendo a los cristianos; los rasgos de su identidad aparecen
perfilados lo mismo en su trayectoria farisaica que cuando apeló al Cesar para
ser juzgado por su condición judía.
Constancia y fidelidad, entrega y
compromiso que le acarrean persecuciones y fatigas sin límite; considera basura
el resto de atractivos terrenales ante la figura de Cristo que le llama a ser
testigo de su vida, muerte y resurrección en el mundo entero. Pudo decir que
“por la gracia de Dios soy lo que soy”; nosotros ¿nos atreveremos a repetirlo
de veras?
En la vida práctica
a.- Grandeza de ser humildes.
Aceptemos que la humildad no alude a comportamientos o actuaciones, a cuanto
tenemos o hagamos, sino a modos de ser, actitudes, esa identidad continuada que
siempre nos acompaña: Aquello que permanece inscrito en lo más íntimo del ser
humano-sobrenaturalizado.
b.- Esperanza del caminar desde
abajo. Atreverse a vivir el evangelio implica hacernos preguntas elementales,
para ser respondidas por nosotros mismos: ¿Quién soy? ¿Objetivos de mi vida?
¿Qué representa para mí Jesucristo, o declararme cristiano?
c.- Necesidad de discurrir en
verdad, y coherencia para re-conocer mejor cómo somos, en la complejidad de
facetas de la vida afectiva íntima, familiar, social, evangelizadora.
d.- Gratitud por la ayuda de Dios.
La oración, fuente de perdón y de paz habitual, será ayuda eficaz para orientar
nuestra comunión con Dios y el prójimo, viviendo el futuro con esperanza y
caridad fraterna.
ESTUDIO
BÍBLICO
Iª
Lectura: Eclesiástico (35,12-14.16-18): El culto que agrada a Dios
El texto del Eclesiástico, o
Sirácida, se enmarca originariamente en la descripción de la verdadera
religión. Se pretende poner de manifiesto la relación estrecha que debe haber
entre el culto y la vida moral. Por ello aparece, por una parte, la relación
entre justicia y plegaria; de ahí que en primer lugar se hable de la rectitud y
la justicia del Señor que se preocupa de los pobres y los débiles, de los
humildes e indefensos. Y es después cuando se ensalza la plegaria perseverante
de quien se siente pobre delante de Dios, de quien necesita de Él por encima de
todas las cosas. Pero ¿hay alguien que no necesita de su misericordia y bondad?
Dios no tiene preferencias de personas, aunque se preocupe especialmente de los
indefensos, y el culto que le agrada debe estar en sintonía con la voluntad
sincera de conversión.
IIª
Lectura: IIª Timoteo (4,6-8.16-18): La victoria del evangelio
II.1. Leemos el texto de la IIª
Timoteo en que el autor, como si fuera el mismo Pablo, se nos presenta en los
últimos días de su vida, antes del martirio, sintiéndose abandonado de casi
todos, pero no está solo: el Señor le acompaña. Es uno de los textos más
elocuentes y bellos del epistolario paulino. La tradición es segura en cuanto
al martirio del Apóstol de los gentiles, y aquí es descrita como una
experiencia martirial. Es como un examen de conciencia evangélico lo que
podemos escuchar y meditar en este domingo, que se proyecta elocuentemente en
una dimensión sacramental de la vida cristiana, que debe ser una vida verdaderamente
apostólica.
II.2. Con metáforas e imágenes
desbordantes se habla de la muerte como la victoria del evangelio. Se percibe
claramente que la muerte del Apóstol no es el final; como tampoco es para
nosotros nuestra muerte. Su vida ha sido como una carrera larga, competitiva,
por una corona, la de la justicia, que Dios otorga a los que se mantienen
fieles. Por otra parte, los elementos autobiográficos de que se encuentra
abandonado y en disposición de ser juzgado, son también parte de esa lucha hasta
el final de quien ha hecho una opción por el evangelio con todas sus
consecuencias. No le preocupa su autodefensa, sino que el evangelio sea
conocido en todas partes.
Evangelio:
Lucas (18,9-14): La verdadera religión según Jesús
III.1. El texto del evangelio es
una de esas piezas maestras que Lucas nos ofrece en su obra. Es bien conocida
por todos esta narración ejemplar (no es propiamente una parábola) del fariseo
y el publicano que subieron al templo a orar. No olvidemos el v. 9, muy
probablemente obra del redactor, Lucas, para poder entender esta narración:
“aquellos que se consideran justos y desprecian a los demás”. Los dos polos de
la narración son muy opuestos: un fariseo y un publicano. Es un ejemplo típico
de estas narraciones ejemplares en las que se usan dos personajes: el modelo y
el anti-modelo. Uno es un ejemplo de religiosidad judía y el otro un ejemplo de
perversión para la tradiciones religiosas de su pueblo, sencillamente porque
ejerce una de las profesiones malditas de la religión de Israel (colector de
impuestos) y se “veía obligado” a tratar con paganos. Es verdad que era un
oficio voluntario, pero no por ello perverso. Las actitudes de esta narración
“intencionada” saltan a la vista: el fariseo está “de pie” orando; el
publicano, alejado, humillado hasta el punto de no atreverse a levantar sus
ojos. El fariseo invoca a Dios y da gracias de cómo es; el publicano invoca a
Dios y pide misericordia y piedad. El escenario, pues, y la semiótica de los
signos y actitudes están a la vista de todos.
III.2. Lo que para Lucas proclama
Jesús delante de los que le escuchan es tan revolucionario que necesariamente
debía llevarle a la muerte y, sin embargo, hasta un niño estaría de parte de
Jesús, porque no es razonable que el fariseo “excomulgue” a su compañero de
plegaria. Pero la ceguera religiosa es a veces tan dura, que lo bueno es
siempre malo para algunos y lo malo es siempre bueno. Lo bueno es lo que ellos
hacen; lo malo lo que hacen los otros. ¿Por qué? Porque la religión del fariseo
se fundamenta en una seguridad viciada y se hace monólogo de uno mismo. Es una
patología subjetiva envuelta en el celofán de lo religioso desde donde ve a
Dios y a los otros como uno quiere verlos y no como son en verdad. En realidad
solamente se está viendo a sí mismo. Esto es más frecuente de lo que pensamos.
Por el contrario, el publicano tendrá un verdadero diálogo con Dios, un diálogo
personal donde descubre su “necesidad” perentoria y donde Dios se deja
descubrir desde lo mejor que ofrece al hombre. El fariseo, claramente, le está
pasando factura a Dios. Esto es patente y esa es la razón de su religiosidad.
El publicano, por el contrario, pide humildemente a Dios su factura para
pagarla. El fariseo no quiere pagar factura porque considera que ya lo ha hecho
con los “diezmos y primicias” y ayunos, precisamente lo que Dios no tiene en
cuenta o no necesita. Eso se han inventado como sucedáneo de la verdadera
religiosidad del corazón.
III.3. El fariseo, en vez de
confrontarse con Dios y con él mismo, se confronta con el pecador; aquí hay un
su vicio religioso radical. El pecador que está al fondo y no se atreve a
levantar sus ojos, se confronta con Dios y consigo mismo y ahí está la
explicación de por qué Jesús está más cerca de él que del fariseo. El pecador
ha sabido entender a Dios como misericordia y como bondad. El fariseo, por el
contrario, nunca ha entendido a Dios humana y rectamente. Éste extrae de su
propia justicia la razón de su salvación y de su felicidad; el publicano
solamente se fía del amor y de la misericordia de Dios. El fariseo, que no sabe
encontrar a Dios, tampoco sabe encontrar a su prójimo porque nunca cambiará en
sus juicios negativos sobre él. El publicano, por el contrario, no tiene nada
contra el que se considera justo, porque ha encontrado en Dios muchas razones
para pensar bien de todos. El fariseo ha hecho del vicio virtud; el publicano
ha hecho de la religión una necesidad de curación verdadera. Solamente dice una
oración, en muy pocas palabras: “ten piedad de mí porque soy un pecador”. La
retahíla de cosas que el fariseo pronuncia en su plegaria han dejado su oración
en un vacío y son el reflejo de una religión que no une con Dios.