“Yo he
venido para que tengan vida, y la tengan abundante”
En estos domingos de Pascua el
evangelio nos ha ido recordando los encuentros del Señor Resucitado con los
discípulos y la primera comunidad cristiana. Las experiencias de aquellos
testigos siguen resonando con la misma fuerza en quienes en este tiempo
buscamos a Jesús: el Viviente nos vuelve a salir al encuentro para ofrecernos
la plenitud de la vida, la resurrección que Él ha conquistado para nosotros.
Hoy el texto evangélico deja de ser
un relato estrictamente pascual de encuentro. En este domingo, cuarto del
tiempo litúrgico, se nos presenta –como es tradicional- a Jesús como el Buen
Pastor. Frente a ladrones y bandidos que, disfrazados, ofrecen a las ovejas un
destino incierto e infeliz, Él entra por la puerta, deja oír su voz, camina
delante, ofrece una posibilidad de felicidad abundante.
Desde hace 51 años la Iglesia viene
celebrando en este día la “Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones”. Hoy
es un momento apropiado para agradecer a Dios el don de aquellos que han
escuchado la voz de Jesús y le han seguido. También se nos invita a orar con
alegría y esperanza, para que el Dueño envíe obreros a su mies. Y, sobre todo,
se nos pide que vivamos con entusiasmo nuestra particular vocación. Dios llama
porque ama, y la felicidad del ser humano, la “vida abundante” que se le
promete, consiste en acoger el amor que viene de experimentarse llamado por Él.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA
I
LECTURA
El
testimonio y el anuncio suscitan la pregunta, ¿qué debemos hacer? Por esta
razón, con las obras y las palabras, la Iglesia continúa la misión de hacer que
cada ser humano pueda encontrarse con sus cuestionamientos más profundos y
hallar en Jesucristo la respuesta y el sentido de la vida.
Lectura
de los Hechos de los Apóstoles 2, 14a. 36-41
El día de Pentecostés, Pedro
poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: “Todo el pueblo de
Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho
Señor y Mesías”. Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y
dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?”. Pedro
les respondió: “Que cada uno se convierta y se haga bautizar en el nombre de
Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del
Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a
todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera
llamar”. Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a
que se pusieran a salvo de esta generación perversa. Los que recibieron su
palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres
mil.
Palabra
de Dios.
Salmo
22, 1-6
R.
El Señor es mi pastor; nada me puede faltar.
El Señor es mi pastor, nada me
puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas
tranquilas y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el recto sendero, por
amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.
Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo.
R.
II
LECTURA
En
los momentos de sufrimiento, miremos a Cristo. Él soportó el dolor y la
humillación. Él se hizo solidario con todos nuestros dolores. Él es el buen
Pastor que conoce cuál es el sufrimiento de cada una de sus ovejas y que quiere
curar y aliviar. Dejemos que él nos cargue sobre sus hombros.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 20b-25
Queridos hermanos: Si a pesar de
hacer el bien, ustedes soportan el sufrimiento, esto sí es una gracia delante
de Dios. A esto han sido llamados, porque también Cristo padeció por ustedes, y
les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas. Él no cometió pecado y
nadie pudo encontrar una mentira en su boca. Cuando era insultado, no devolvía
el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su
causa al que juzga rectamente. Él llevó sobre la cruz nuestros pecados,
cargándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la
justicia. Gracias a sus llagas, ustedes fueron sanados. Porque antes andaban
como ovejas perdidas, pero ahora han vuelto al Pastor y Guardián de ustedes.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
La
puerta es Jesús y por él entramos a formar parte de este rebaño de sus
seguidores. Jesús no nos propuso una religión individualista ni una fe que se
aísle de todo. Él, la puerta, nos hace entrar en ese redil en el que lo que nos
une es escuchar la voz del único pastor. Celebrar hoy a Jesús buen Pastor
también es celebrar a la Iglesia, que es una, donde nos encontramos y nos
afianzamos unos a otros.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 10, 1-10
Jesús dijo a los fariseos: “Les
aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino
trepando por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta
es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz.
Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir. Cuando ha sacado todas las
suyas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca
seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz”. Jesús
les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las
ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará;
podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para
robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y
la tengan en abundancia”.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
“Sal a darlo todo” es el lema de esta Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones. Todos tenemos vocación, porque la esencia de Dios es “vocar”,
llamar, comunicarse. Vivir en cristiano es vivir “vocacionalmente”, dando
sentido al plan de Dios para cada uno, que no se sabe de una vez para siempre,
sino que se deja descubrir poco a poco. Y así, los llamados/amados tenemos la
misión de convertirnos en llamantes/convocantes. ¡Esto forma parte del misterio
de Dios y de su Iglesia!
¿Qué tenemos que hacer?
No se puede vivir la vida sin un
proyecto, sin un sentido, sin un horizonte. El vivir humano, el seguimiento
cristiano, nos invitan a un camino, una opción constante. Porque todo no sirve
ni llena. Porque la vida es excesivamente hermosa como para desperdiciarla… Se
trata de vivir eligiendo, dando pasos eficaces como aquellos primeros
cristianos impresionados por el testimonio de la Resurrección escuchado por
boca de los discípulos. ¿Cómo servir a este Resucitado? ¿Cómo contagiar su
alegría, cómo extender siempre su Pascua? No valen respuestas teóricas solamente.
La experiencia cristiana necesita ser concretada en un “qué”, en un “cómo”…
La promesa vale para todos los que
llame el Señor
Y el Señor no puede vivir sin
llamar. Porque es, esencialmente, comunicación. Y porque nosotros somos su
imagen, capaces de diálogo con Él. Un trato que nos humaniza y enriquece, que
nos lleva a lo mejor de nosotros mismos. Pero, aunque puedan confundirse, no
todas las llamadas son iguales. Respondemos diariamente a multitud de llamadas
que distraen o empobrecen, que entretienen o ahogan. La llamada del Resucitado
es “promesa de vida plena”. Todos somos invitados, y continuamente además, a
crecer en esta llamada. Los jóvenes y los adultos, los practicantes y los
tibios, también los alejados. Hay una oferta, una promesa de vida feliz, única
y exclusiva para ti. ¿No vas a prestarle atención? ¿No vas a vivir conforme a
ella?
Sus heridas nos han curado
El Cristo de la Pascua viene con
heridas. Pero no son heridas que contagian dolor o maldición, sino que curan.
Son heridas que nos resultan familiares porque nosotros también las tenemos. Lo
que en mi vida no he elegido y se me ha dado (mi infancia, mi familia, mi amor
o desamor…) forma parte de mi, y a veces me disgusta o incomoda. El Resucitado
me enseña a reconciliarme con mi herida, a contemplar mi historia como lenguaje
de salvación, a entender que “todo es gracia”. Y si sus heridas me curan, puedo
volver con las mías a Él, que por ellas me abre un camino nuevo de
reconciliación y servicio. ¿Y si el Resucitado nos estuviese invitando a llevar
su curación a los lugares donde lo humano se presenta herido?
Ladrones y bandidos…
Sigue habiendo muchos a nuestro
alrededor y estamos demasiado habituados a ellos. Tanto que corremos el riesgo
de arrimarnos demasiado a esos lugares de corrupción, poder y oscuridad.
Ladrones que roban y matan, que no conocen ni hablan con amor, que avasallan la
libertad cuando no entran por la puerta. ¿Qué debe sentirse viviendo así? Es
tentadora la oferta de los bandidos de este mundo. Ofrecen rentabilidad,
provecho, futuro, seguridad a cualquier precio. Su llamada, tan racional y
superficial, sigue seduciendo a muchos. Pero están vacíos… Desenmascararlos, y
a nosotros cuando caminamos tras ellos, es una urgencia.
… Y el buen pastor
Que además es, según el relato de
Juan, “la puerta”. El que va de cara, sin escondites. El que ofrece su voz
amable. El que ama y regala un proyecto de amor. El que tiene “vida abundante”.
Sí: Jesús quiere seguir siendo hoy el amigo, el que camina al lado, el que
ofrece plenitud y sentido. Con Él se vive distinto, “resucitados”… Nos toca
ponernos cara a cara frente a Él, acompañar a otros para que disfruten de esa
relación. Y preguntarle cuál es el plan de amor que tiene para nosotros. Nos
toca vivir “en clave vocacional”, desde esa llamada que es diálogo y que nos
hace amigos de Dios. Y nos toca, finalmente, orar, pedir al Resucitado que siga
tocando el corazón de muchos para que, dejándolo todo, le sigan.
ESTUDIO
BÍBLICO
Iª Lectura: Hch 2,14a.36-41: Dios
ha constituido a Jesús Señor y Mesías
I.1. La lectura de los Hechos de
los Apóstoles (2,36-41) quiere mostrar las consecuencias del discurso de Pedro,
que era el centro de esta lectura en el domingo anterior. El mensaje debe
resonar con fuerza, como resuena en el v.36: el crucificado, es el Señor y
Mesías. Y es Dios quien lo ha constituido como tal. Esta afirmación kerygmática
de los primeros cristianos debía resonar a herejía en aquel ambiente, porque en
el libro del Dt 21,23 estaba escrito: ”maldito el que cuelga de un madero”. Y
Pablo, en Gal 3,13, lo deja bien claro. Pero la cruz se la han dado los
hombres. Ni la ha buscado Jesús, ni se la ha impuesto Dios (“Jesús a quien
vosotros habéis crucificado”); han sido los hombres poderosos de este mundo los
que condenan a muerte. Entonces, ¿no debería haberse cumplido el dogma judío de
la maldición del madero? En el caso de Jesús, no. Dios nunca puede maldecir a
un crucificado, y menos al que ha sido crucificado por lo que fue Jesús.
I.2. La Pascua, pues, contradice
muchas cosas religiosas que los hombres han dado por buenas e incluso divinas.
Asimismo, la Pascua es el comienzo de la afirmación paulina de que “Cristo es
el final de la ley” (Rom 10,3), porque si este crucificado ha sido constituido
Señor y Mesías, entonces ya está anulado el dogma de la maldición del madero de
Dt 21,23. Cristo, pues, es el final de la ley y el final de toda maldición
divina sobre nadie.
I.3. La respuesta, desde el corazón
de los oyentes, ante el anuncio de la Pascua, ofrece a Lucas la oportunidad de
mostrar un itinerario bautismal. Nos encontramos, seguramente, con un texto
bautismal en el proceso que se describe: a) conversión (metánoia), un cambio de
mentalidad; b) el bautismo en el nombre del Señor Jesús implica aceptar su
vida, su muerte y su resurrección ; c) el perdón de los pecados es el efecto de
la conversión y el bautismo, es la experiencia de salvación; d) el don del
Espíritu significa cómo se hace presente todo ello en la vida del creyente.
I.4. Por consiguiente, cuando se
predicaba el misterio de la Pascua, la muerte y la resurrección de Jesús, no se
hace por estética, sino para provocar cambios de vida, de actitud y de
mentalidad. Porque ese misterio de Pascua es tan radical, tan profundo, que el
hombre que oye hablar de lo que el Señor ha hecho por nosotros debe preguntarse
por el sentido de su vida. Por ello, pues, el mensaje de esta lectura es el de
la «conversión». Y la conversión es un cambio de rumbo muy importante en lo que
sentimos, en lo que pensamos y en lo que hacemos. No es algo externo, ni
cultual, ni cultural. Si Dios ha constituido a Jesús crucificado como Señor y
Mesías, es porque no hay otro camino para la salvación. El bautismo en el
nombre del Señor Jesús es una propuesta para vivir su vida, morir de amor y
abrirse a su resurrección.
IIª Lectura: IIª Carta de Pedro
(2,20-25): Sus heridas nos han curado
II.1. La IIª Lectura es como una
especie de himno bautismal; porque el bautismo es una participación en el
misterio de su muerte, tal como lo expresaba Pablo en la carta a los Romanos
(Rom 6). El autor de la 2ª de Pedro lo expresa maravillosamente con «sus
heridas nos han curado». Se propone el sentido del “dolor solidario” que Jesús
ha vivido en su vida. Es una expresión que por sí mismo merece toda una
teología y una reflexión de alcance en la línea de la “teología crucis” de
Pablo. Decir que sus heridas nos han curado es poner de manifiesto que su
entrega nos ha salvado de un mundo sin piedad y sin corazón.
II.2. Pero debemos hacer notar que
esta participación en la muerte de Cristo, por medio del bautismo, no es una
participación en sufrimientos sin sentido, sino una participación en la muerte
que lleva a la vida, a la resurrección. De lo contrario romperíamos en mil
pedazos la teología del bautismo cristiano que se nos presenta en este himno de
hoy. Su muerte es una muerte por nosotros, es decir, para que nosotros vivamos.
Evangelio: Juan (10,1-10): Yo he
venido para que tengan vida en plenitud
III.1. El evangelio de Juan
(10,1-10), nos habla del «buen pastor» que es la imagen del día en la liturgia
de este cuarto domingo de Pascua. Comienza el evangelio con una especie de
discurso enigmático, que es así para los oyentes, ya que este texto es bien
claro: en el redil de las ovejas, el pastor entra por la puerta, los ladrones
saltan por la tapia. Es una especie de introducción para las afirmaciones
cristológicas de Juan. Esas afirmaciones, con toda su carga teológica, se
expresan con afirmaciones de revelación bíblica, con el «yo soy».
III.2. En el AT Dios se reveló a
Moisés con ese nombre enigmático de Yahvé (algunos piensan que significa “yo
soy el que soy”, aunque no está claro). Ahora, Jesús, el Señor, no tiene recato
en establecer lo sustancial de lo que es y de lo que siente. Y de la misma
manera que ha dicho en otros momentos que es la verdad, la vida, la
resurrección, la luz, ahora se nos presenta con la imagen del pastor, cuya
tradición veterotestamentaria es proverbial, como nos muestra el Salmo 23. En
realidad, la imagen de este texto joánico es la de Jesús como «puerta», aunque
en el conjunto de Jn 10 se juega precisamente con las dos imágenes: puerta y
pastor.
III.3. La imagen de la puerta es la
imagen de la libertad, de la confianza: no se entra por las azoteas, por las
ventanas, a hurtadillas, a escondidas. Es la imagen, pues, de la confianza. En
el Antiguo Testamento se habla de las puertas del templo: "Abridme las
puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del
Señor, los vencedores entrarán por ella" (Sal 118,19-20). Las puertas del
templo o de la ciudad eran ya el mismo conjunto del templo o de la ciudad santa
(es una especie de metonimia, con lo que se expresa el todo por una parte). Por
eso dice el Sal 122,2: "ya están pisando nuestros pies tus puertas
Jerusalén"; cf. Sal 87,1-2; 118,21; etc.). Pasar por la puerta era ¡el no
va más! para los peregrinos. Ahora Jesús es como la nueva ciudad y el nuevo
templo para encontrarse con Dios. Porque a eso iban los peregrinos a la ciudad
santa a encontrarse con Dios.
III.4. Jesús en este evangelio se
propone, según la teología joánica, como la persona en la que podemos confiar;
por Él podemos entrar y salir para encontrar a Dios y para encontrar la vida.
Quien esté fuera de esa puerta, quien pretenda construir un mundo al margen de
Jesús lo puede hacer, pero no hay otro camino para encontrarse con el Dios de
vida y con la verdad de nuestra existencia. No es una pretensión altisonante,
aunque la afirmación cristológica de Juan sea fuerte. Eso no quita que debamos
mantener un respeto y una comprensión para quien no quiera o no pueda entrar
por esa puerta, Jesús, para encontrar a Dios. Nosotros, no obstante, los que
nos fiamos de su palabra sabemos que él nos otorga una confianza llena de vida.
III.5. Se habla de un “entrar y
salir” que son dos verbos significativos de la vida, como el nacer y el morir.
En Jesús, puerta verdadera de la vida, ésta adquiere una dimensión inigualable.
Por la fórmula de revelación, del “yo”, se quiere mostrar a Jesús que hace lo
contrario de los ladrones que entran de cualquier manera en la casa, para
robar, para matar, para llevarse todo lo que pueden. Jesús, puerta, “viene”
para dar, para ofrecer la vida en plenitud (v. 10). Pero en este domingo
pascual, el símbolo de la puerta debemos enhebrarlo a la significación del misterio
de la resurrección de Jesús. Es verdad que en el texto joánico este significado
no cuenta, pero sí debemos tenerlo presente en la predicación, ya que la
resurrección de Jesús es la “puerta” de la vida nueva para El y para todos
nosotros. Y solamente es desde la resurrección cómo podría expresarse el Cristo
de Juan esas expresiones de revelación del “yo soy” la vida, la resurrección,
el buen pastor, la luz…
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