domingo, 24 de agosto de 2014

DOMINGO 21 DEL TIEMPO ORDINARIO


“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.”

Necesariamente tenemos que preguntarnos qué nos dice a nosotros el texto del evangelio de Mateo que leemos hoy. Podemos seguir interpretándolo como nos enseñaron hasta ahora: que es la confirmación de que el Papa es el sucesor de Pedro, y de que éste recibe de Jesús todos los poderes; mejor dicho, todo el poder. Pero nada más ajeno al texto de Mateo y, desde luego, nada más inconveniente para el Reino de Dios y para los cristianos de hoy. Esos aparentes privilegios que se conceden a Pedro, en realidad no son tales. El servicio a Jesús Mesías, Hijo de Dios, que el apóstol acaba de confesar, conlleva preocuparse de los pobres, de las viudas que no tienen protección, de los enfermos, de los niños –totalmente desvalidos en aquella época–, de los huérfanos, de los excluidos. Y esta preocupación, además de compasión, era una crítica contra los poderosos de entonces, y, lógicamente, también contra los de ahora. Por eso, ser servidores de ese reino de Dios que Jesús implantó, lleva a estar expuesto continuamente a persecuciones de todo tipo. Pedro, que es alabado por confesar a Jesús como Mesías, a renglón seguido es tildado como un Satanás porque el mesianismo que él creía y esperaba era el del poder, no el del servicio y del consiguiente sufrimiento. Y Jesús de ninguna manera pasaba por eso.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

Lectura del libro de Isaías 22, 19-23

Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio:
«Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo.
Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías:
le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes;
será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá.
Colgaré de su hombro la llave del palacio de David:
lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá.
Lo hincaré como un clavo en sitio firme,
dará un trono glorioso a la casa paterna.»
Palabra de Dios
SALMO

Salmo 137, 1-2a. 2bc-3. 6 y 8bc

R. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre. R.

Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
Acreciste el valor en mi alma. R.

El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R.

II LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 11, 33-36

¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva?
Él es el origen, gula y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén.
Palabra de Dios
EVANGELIO

Ì Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
- «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
- «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó:
- «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
- «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Palabra del Señor

MEDITAMOS LA PALABRA

Cesarea de Filipo está íntimamente ligada al poder imperial de Roma.

La localización de la escena en la región de Cesarea de Filipo no es un dato intrascendente para ver el alcance de lo que se nos narra en el texto evangélico. Todo en Cesarea, empezando por el hombre, hablaba del poderío militar, económico, político e ideológico de Roma y de su emperador. El César de Roma ostentaba los títulos de Divino, Hijo de Dios, Dios, Dios de Dios, Señor, Redentor, Liberador y Salvador del mundo. De ahí que, cuando Pedro confiesa y aplica eso mismo a Jesús, está cometiendo una alta traición al emperador; para el evangelista, es claramente una sustitución del reino de Roma por el reino de Dios. Si la actuación romana dirigida por el divino Augusto traía la paz mediante la guerra, la violencia y la victoria, la actuación cristiana encarnada en el divino Jesús traía la paz mediante la justicia.

¿Quién dice la gente y quién decís vosotros que soy yo?

Los discípulos enumeran los personajes que la gente asocia con Jesús. Los cuatro señalados sitúan a Jesús en la tradición profética, que se caracterizó por el rechazo al sufrimiento del pueblo y a los poderes que lo originaban. Los profetas, al hablar de un mundo alternativo al que su pueblo vivía, siempre resultaban incómodos para las elites. Jesús era visto por la gente en esa línea profética de rechazo al poder, que en aquellos momentos venía de Roma.

Pedro es portavoz porque tiene una vinculación especial con Jesús.

Pedro reitera la confe¬sión que todos los discípulos hicieron ya en la barca después del milagro de Jesús caminando sobre el agua. De igual modo, no sólo Pedro, sino todos los discípulos habían sido felicitados ya antes por Jesús. Pedro es portavoz de los discípulos. Pero, además, la figura histórica singular de Pedro viene a concretar al¬go que, para Mateo, debe ser un rasgo permanente de la Iglesia: su vinculación a Jesús. Pedro es fundamental para la Iglesia porque está unido a Jesús, que sí es el fundamental. Vinculación ciertamente ambivalente, porque Pedro confiesa a Jesús como Mesías e Hijo de Dios, pero lo entiende como poderoso, no como sufriente; como otros discípulos, no es capaz de velar en Getsemaní; reniega de Jesús con un juramento y, arrepentido, llora amargamente. Este es Pedro al que Jesús sostiene, y que se nos aparece como el prototipo de discípulo de Jesús.

No se puede entender el diálogo entre Jesús y Pedro sin la conexión que tiene con la profecía de la pasión que le sigue.

Los tres evangelios sinópticos sitúan inmediatamente después de la confesión de Pedro el primer anuncio de la pasión. La predicción que hace Jesús de su pasión señala el verdadero alcance del tipo de Mesías que Pedro acaba de confesar. La protesta de Pedro ante las palabras de Jesús sobre la necesidad de su pasión es una prueba de que, al confesar la mesianidad de Jesús, Pedro deja ver que su idea del Mesías es más bien como la de todos los demás discípulos: totalmente judía, de poder, motivo que le vale una dura repulsa de labios de Jesús.

Pedro es una roca en tanto que esta roca encarna la fe y no el poder.

Jesús edificará su Iglesia sobre Pedro en cuanto que ha confesado públicamente a Jesús de Nazaret. Así pues, en las palabras de Jesús hacia Pedro hay una alabanza y una promesa referidas, no tanto a su persona, como a su actitud de fe. Dice santo Tomás que Cristo es el fundamento de la iglesia por sí mismo, y que Pedro lo es sólo en tanto que confesó a Cristo. La exigencia para ser congregado en la iglesia de Jesús, por tanto, no es otra que el tener la misma fe que confesó Simón en Cesarea. Y esta comunidad de Jesús prevalecerá mientras sea inquebrantable nuestra fe en él. Pedro, que es felicitado por su fe, inmediatamente pasa a ser llamado Satanás por Jesús, porque entendía el mesianismo como poder. A este Pedro–Satanás, Jesús no lo hubiera considerado como una roca para fundamentar su Iglesia.

El atar y el desatar del buen pastor.

La expresión atar y desatar designaba entre los judíos de la época la potestad para interpretar la ley de Moisés con autoridad. Según eso, Jesús confiere a Pedro la autoridad para interpretar las exigencias del Reino de Dios según las palabras y actuaciones de Jesús –buen pastor–, y adaptarlas a nuevas necesidades y situaciones. Pedro no está recibiendo de Jesús un poder absoluto sobre la disciplina, como si fuera un emperador romano o un rey. La misión que reciben él y los apóstoles es exponer la voluntad de Dios a la luz de Jesús para conducir a los hombres al reino de los cielos. Y en estas enseñanzas de Jesús no cabe la autoridad monárquica para Pedro, que si quiere ser el primero, ha de ser el servidor.

Las puertas del Hades no podrán contra una comunidad empeñada en dar vida.

El Hades –o el infierno– es el reino de la muerte. Hay una interpretación que ve en la frase de Jesús una promesa a los miembros de la Iglesia de su futura resurrección. Pero aquí, más que una promesa, posiblemente se trate de un encargo que hace Jesús a los discípulos de luchar y vencer a los destructivos poderes del reino de la muerte. Como lo hizo él. La muerte es la destrucción de todo lo que tiene vida. Pero la vida humana no es monolítica y uniforme, sino que se ramifica en muchos y diferenciados ámbitos vitales. Lo mismo hay que decir de la muerte: no existe la muerte en general, sino muchas muertes: en cada ámbito vital se produce un tipo de muerte específico y apropiado. Hay muerte en la negación de la vida biológica, pero también en la destrucción o deterioro de la vida psíquica, la vida sensitiva, la vida económica, la vida del conocimiento, la vida de la justicia, la vida de las relaciones con Dios, la vida de la belleza, la vida del juego y la vida de las relaciones sociales. La pobreza es muerte; la ignorancia, también; las injusticias y el odio entre hermanos, entre vecinos o entre razas, también. ¡Vaya si el creyente en el Reino de vida de Jesús de Nazaret tiene variedad de campos de muerte humana donde luchar para erradicarlos! Entonces sí que las puertas de la muerte no podrán contra una comunidad de Jesús que esté empeñada en poner vida allí donde haya muerte.

 La interpretación de este texto por el papado romano.

El Obispo de Roma se autodenomina el sucesor de Pedro. En la cúpula de la basílica de San Pedro de Roma pueden leerse, sobre fondo dorado, las palabras de Mateo: «Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella». Es todo un símbolo. Sin embargo, hoy gran parte de los exégetas más prestigiosos –también los católicos– está de acuerdo en que «del Pedro de la Biblia al papa de la ciudad eterna sólo se puede pasar dando un salto cualitativo». Mateo no está pensando en la escena de Cesarea en una sucesión explícita en el ministerio de Pedro. Los factores que llevaron, entre los siglos II-IV, a la formación de la primacía romana en la Iglesia fueron muy diversos: Roma era capital del imperio; la comunidad era numerosa y relevante por su actividad caritativa; era un centro importante de la ortodoxia; contaba con unos fundadores apostólicos y con sepulcros de apóstoles, en particular el sepulcro de Pedro. Más tarde, la estructura política del imperio favoreció en la Iglesia, y demandó de ella unas estructuras jerárquicas y una cúspide monárquica. Por eso el camino del papado desde un ministerio de soberanía a un ministerio de servicio es, dada su historia, especialmente arduo.

Cualquiera que sea el ministerio conferido a Pedro, lo que sí está fuera de toda duda es que ha de entenderse y ejercerse según el Evangelio, y que hay que medirlo con este Evangelio. Remite siempre al mensaje de Jesús, que, con su palabra y con su obrar, se dirigió de manera preferente a los pobres, y estuvo entre aquellas gentes no como el que manda, sino como quien sirve.

ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: Isaías (22,19-23): La autoridad de la justicia

I.1. La Iª Lectura se refiere probablemente a una serie de acontecimientos políticos y de la corte del rey Ezequías, que tienen conexión, de alguna manera, con el momento en que Senaquerib, emperador de Asiria, invadió la tierra santa (701 a. C.). Jerusalén estuvo a punto de caer, pero algo sucedió que impidió la conquista de la ciudad de Sión. Se han dado distintas opiniones al respecto, siendo la más probable una rebelión de Babilonia… y esto era más urgente que la caída de Jerusalén. El profeta Isaías siempre entendió que eso se debía a la acción de Dios que conduce todos los momentos de la historia. El pueblo, sin embargo, parece que se lo agradeció más al rey que a Dios. Todo esto se cuenta en 2Re 18-20. El reino quedó totalmente destruido, aunque Jerusalén no cayera en manos asirias.

I.2. En este oráculo de hoy, bajo el simbolismo de las llaves, que aparecerá en el evangelio, se quiere mostrar la actuación de Dios con el secretario Sobná, hombre rico y ambicioso, que se estaba construyendo un mausoleo que escandaliza al profeta frente a la situación de tributos, injusticias y pobreza que vive el pueblo. El profeta anuncia su destitución por Eliaquín, el mayordomo, que debía ser un hombre más consecuente con la situación posbélica.

I.3. El oráculo lo dice todo: un padre para el pueblo y en sus manos estarán las llaves del reino de David; era el hombre de confianza que necesitaba Ezequías en aquellos momentos, quien fue un rey reformador. Con las llaves se cierra y se abre. Será un administrador de justicia para un pueblo destrozado, donde los pobres son más pobres y los ricos más ricos. Esa es la situación que debe cambiar. Quien tiene las llaves, debe saber que es el administrador de Dios. Y que no tiene derecho a coartar libertades ni a permitir miserias.

II.ª Lectura: Romanos (11,33-36): Himno a la Sabiduría

II.1. El c. 11 de Romanos termina con un maravilloso himno a la sabiduría divina. Viene a cerrar los cc. 9-11, en los que el apóstol se ha planteado en profundidad el misterio del pueblo de Israel, su destino, su futuro. Y esto lo hace porque a través de toda la carta ha venido hablando de un pueblo nuevo, de una comunidad nueva, que no se fundamenta en otra cosa que en la fe en Jesucristo, quien ha dado su vida por toda la humanidad. Pero Pablo era judío, su raza no era determinante, pero en la lectura que hace del Antiguo Testamento lo ve como el pueblo que recibió las promesas de Dios, con un papel histórico y teológico que no se puede olvidar. Con este himno, Pablo concluye la parte doctrinal de la carta a los Romanos, y deja en manos del misterio de Dios, de su divina sabiduría, el destino de su pueblo por el que siente una cierta fascinación.

II.2. Algunos apuntan a que Rom 11,33-36 sería el himno conclusivo de la parte doctrinal de la carta (Rom 1-11). Pero no debemos olvidar la famosa y discutida doxología de Rom 16,25-27, también en forma de himno, que algunos manuscritos desplazan a Rom 14,23 o a Rom 15,33 y que ha dado lugar a la polémica sobre la autenticidad de Rom 16. ¿Pertenece Rom 16 a la carta dirigida a los Romanos? No es necesario entrar en esa discusión crítica de manuscritos. Podemos suponer, pues, que piezas como éstas se creaban o recreaban en las comunidades paulinas, para la liturgia, en las que no falta cierta influencia del judaísmo helenista. Pablo, por su parte, las aprovecha en momentos bien señalados para cerrar o rematar ciertas ideas decisivas. Este es uno de ellos, porque debemos estar de acuerdo que Rom 9-11 es una sección reflexionada y de largo alcance.

II.3. El himno pone de manifiesto algo que debemos tener muy presente. Desde luego, es un himno a Dios y nos recuerda mucho lo que podemos leer en el libro de Job (35,7;41,1-3), es decir, la impotencia del hombre frente al misterioso designio de la historia que no la podemos abarcar en profundidad, por muy alto que haya volado la humanidad. Encontrarse con Dios es “un misterio” y nadie puede exigirle algo, porque nadie le ha dado nada. Al contrario, todo lo hemos recibido de Él. Y resuena explícitamente la grandeza de la fidelidad de Dios al hombre, a la humanidad entera, no solamente a Israel.

II.4. En Rom 9-11 ni Israel ni los paganos, que ahora forman parte del proyecto salvador, son los verdaderos protagonistas de las afirmaciones y de los argumentos que se ponen sobre la mesa. Consideramos que el verdadero protagonista es Dios que quiere salvar a todos los hombres sin que eso sea faltar a su fidelidad a la alianza con Israel. Pero su fidelidad salvadora con Israel forma parte de este mismo proyecto. De ahí que este himno final venga a ponerse en el centro de todo esta acción salvadora de Dios como una decisión de su sabiduría. Tanto los paganos como Israel deben admirar la sabiduría divina. Las preguntas sapienciales de los vv. 34-35, inspiradas en dos textos de la Escritura (Is 40,13; Job 41,3) son suficientemente elocuentes al respecto. Nadie puede ni debe discutir la soberana libertad de Dios para salvar a todos los hombres y a Israel. Los pueblos han sido llamados a la salvación porque Dios lo quiere así. Israel será salvado, porque Dios así lo ha decidido.

Evangelio: Mateo (16,13-20): Confesión de fe viva y verdadera

III.1. El evangelio de hoy es uno de los textos más específicos de la teología de este evangelista. El simbolismo de las llaves, de atar y desatar, se aplica ahora a Pedro, el apóstol que habría de negar a Jesús. ¿De dónde nacen estas palabras, cuyo fondo arameo es innegable? Mc 8,27-29 no contiene las palabras sobre las llaves, lo cual resulta ciertamente extraño. Mateo nos ofrece una verdadera confesión de fe de Pedro en sentido pospascual y unas palabras de Jesús otorgándole un poder precisamente por esa confesión de fe. Por lo tanto, ese poder, en lo que se refiere a la comunidad de Mateo, tiene que ver con una promesa y función en la Iglesia. Este es uno de los textos más discutidos en torno al «primado» de Pedro y sus sucesores.

III.2. El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras sobre el “primado”. Es evidente que la tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que significa “roca”. El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo, no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo. Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su ministerio. Se seguirá discutiendo si las palabras de Jesús sobre la “piedra” se refieren a la persona de Pedro, o a la confesión que Pedro proclama (no olvidemos que es una confesión pospascual en toda regla). Pero aquí se funda, en la tradición católica, el primado y la misma “infalibilidad” papal. Pero ¿de qué valdría la "infalibilidad" si solamente se tiene en cuenta lo doctrinal?, porque la doctrina cambia con el tiempo en expresiones y en comprensión. Esta "vexata quaestio" no debería ser el fondo del texto de Mateo, sino precisamente la necesidad que tenemos de vivir en la "comunión" de la fe que nos salva, más que en la afinidad doctrinal. La Iglesia, pues, no se fundamenta sobre la doctrina, sino sobre la fe de Pedro, que es un misterio de confianza (emunah) en la palabra de Jesús, quien nos ha revelado la salvación de Dios. Ni el mismo Pedro sería nada sin la confesión de su fe en Cristo e Hijo de Dios (con todo lo que ello implica), ni la Iglesia tendría sentido sin el Cristo e Hijo de Dios confesado por Pedro. Pedro, por ello, no está situado por encima de la Iglesia, sino que recibe esa misión y lleva a cabo ese servicio en el seno de la misma comunidad a la que sirve con la confesión de su fe.

III.3. El texto de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes y no lo debemos ignorar. Todavía en ello debemos tener grandes expectativas ecuménicas, con la esperanza de los pasos que hemos de dar con las respectivas interpretaciones que corresponden a las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los católicos siempre interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. ¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.

III.4. Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego, tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se hace frecuentemente, sobre los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús, como si estas nos llevaran directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega de estas palabras es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos ante la teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús histórico. Y eso sin entrar en la discusión, hoy no tan relevante, de si las palabras del “tu es petrus” son una interpolación posterior como defienden algunos especialistas.

III.5. Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En Cristo, claro está (cf 1Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo, no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los que son recalcitrantes y rompen la comunión.

III.6. En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la “infalibilidad” doctrinal, sino al servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeo-cristiana que necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa. Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.




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