“No te digo que le perdones hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete”
sino hasta setenta veces siete”
La celebración eucarística de este domingo nos
sitúa ante la experiencia, tan cristiana, del perdón. Es la propuesta
evangélica ante la realidad frecuente del fracaso de los demás y nuestros
propios fracasos. La propuesta de la compasión que acepta la fragilidad de la
condición humana y otorga nuevas oportunidades a los demás, y a uno mismo.
Esta reacción religiosa, y profundamente humana, ya
era conocida en parte de la tradición veterotestamentaria. Había en ella
indicios para la superación de la ley del talión. El modelo de este
comportamiento es el propio Dios, compasivo ante la debilidad y el error de sus
criaturas. El Eclesiástico, libro al que pertenece la primera lectura, es sólo
una muestra entre otras de un Dios compasivo y misericordioso.
El recuerdo del modo de proceder de Dios no es sólo
motivo de alabanza y agradecimiento. Inspira un modo de comportamiento
práctico: “perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados
cuando lo pidas”.
DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU
PALABRA.
I LECTURA
Lectura del libro del
Eclesiástico 27, 33-28, 9
Furor y cólera son odiosos; el pecador los posee.
Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta
de sus culpas.
Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los
pecados cuando lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la
salud al Señor?
No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus
pecados?
Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por
sus pecados?
Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo;
en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.
Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo;
la alianza del Señor, y perdona el error.
Palabra de Dios
SALMO
Salmo 102, 1-2. 3-4. 9-10.
11-12
R. El Señor es compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Bendice, alma mía, al Señor, y
todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R.
No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R.
No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R.
II LECTURA
Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los Romanos 14, 7-9
Hermanos:
Ninguno de nosotros vive para si mismo
Ninguno de nosotros vive para si mismo
y ninguno muere para sí mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor;
Si vivimos, vivimos para el Señor;
si morimos, morimos para el
Señor;
en la vida y en la muerte somos
del Señor.
Para esto murió y resucitó Cristo:
Para esto murió y resucitó Cristo:
para ser Señor de vivos y
muertos.
Palabra de Dios
EVANGELIO
Ì Evangelio de
Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, se adelantó
Pedro y preguntó a Jesús:
- «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta:
- «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo."
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo:
"Págame lo que me debes."
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré."
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdone porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
- «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta:
- «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo."
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo:
"Págame lo que me debes."
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré."
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdone porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
Palabra del Señor
MEDITAMOS LA PALABRA
¿Cuántas
veces tengo que perdonar?
No es
una pregunta teórica, ni el inicio de un debate entre expertos, ni la
introducción retórica a un discurso. Se trata, más bien, de una cuestión que
arranca de la experiencia universal de las relaciones humanas y su complejidad.
La
presencia de los otros en nuestra vida es motivo de grandes satisfacciones,
pero también de inevitables roces y heridas. Roces y heridas ante los que
reaccionamos. Hay una reacción, aparentemente muy natural, que es la de la
venganza. Incluso hemos teorizado sobre ella. Es la llamada ley del talión. Las
personas, y los pueblos, reclamamos el derecho de responder a nuestros
agresores, dándoles una respuesta contundente, reparadora y disuasoria a su
acción. ¿Quiénes de nuestra generación no recuerdan aquella operación que quiso
llamarse “justicia infinita”?
Aparentemente
muy natural, y muy asentada en nuestra cultura, como en tantas otras, pero ¿es
la mejor respuesta a una herida? Jesús plantea otro modo de actuar: presenta la
otra mejilla, dale además de la túnica el manto, y camina dos millas con quien
te obligue a andar una (Mt 5,38-42). Él reconoció ese modo de actuar en algunos
humanos: “bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán
misericordia” (Mt. 5, 7) y fue su propio modo de actuar cuando pidió al Padre
desde la cruz que perdonara a quienes le maltrataban (Lc 23,34).
Para
Jesús, acierta en la vida, quien es capaz de perdonar. No sólo de olvidar,
remedando el dicho, no sólo mirar para otra parte o no darse por enterado del
daño en cuestión. El perdón es algo más: es aceptar al otro como es,
comprenderle en su fragilidad y amarle sin condiciones. Es entender también que
la violencia engendra nuevas violencias. Perdonar una y otra vez, no sólo hasta
siete veces (número alegórico de multitud) sino hasta setenta veces siete: siempre.
Ten
paciencia conmigo y te lo pagaré todo…
Toda
herida en nuestras relaciones personales tiene sus costos. La ley del talión
obliga a que el agresor pague las consecuencias del daño que ha causado. Algo
de esto sobrevive en la práctica del derecho cuando tasa lo que debe satisfacer
el culpable.
Jesús va
más allá: no busca rebajas en las penas, sino perdón efectivo de la culpa.
Quizá la categoría de amnistía refleja muy bien la propuesta del Señor. La
amnistía requiere grandeza de ánimo por parte de quien la otorga. Grandeza de
ánimo, paciencia con el otro que renuncia a la inmediatez de hacer justicia.
Paciencia que dignifica a quien la practica y, a la vez, libera al ofensor.
La
amnistía renueva la relación entre las personas y da oportunidades nuevas a
quien fracasó y con su fracaso nos hizo sufrir. Es una llamada a la conversión.
Como recuerda la conversación de Jesús con la adúltera perdonada: “¿Nadie te ha
condenado? Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn
8,10-11).
¿No
debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de
ti?
La
conversión que se pide al pecador perdonado no se resuelve sólo en el interior
de la propia conciencia, sino en el comportamiento ordinario que se inspira en
la compasión recibida. No es una condición para el perdón, sino una
consecuencia de la misericordia experimentada.
Movernos
en la vida con compasión: la que necesitamos cada uno, pues todos somos
pecadores y herimos a los demás, y la que necesitan los otros para rehacer sus
vidas. De esto es de lo que en el fondo se trata.
No es
una propuesta fácil hoy: el furor, la cólera, la venganza y la indiferencia,
ejercidos a veces de manera brutal y otras veces con formas más sinuosas, están
excesivamente presentes entre las personas y los pueblos. Restaurar el orden,
restablecer el derecho, reivindicar la justicia… son discursos que muchas veces
encubren un rencor enquistado. El perdón no es una huida retórica, sino una
respuesta compasiva ante los conflictos. Es lo que nos permite entrever un
futuro sin víctimas ni verdugos que, de alguna forma, todos somos ambas cosas.
Un futuro en el que la justicia nos humanice a todos, porque esté arraigada en
la compasión y en el perdón.
Mientras
tanto, las palabras de Jesús siguen resonando en nuestras asambleas litúrgicas
y en nuestras conciencias: “Sean misericordiosos, como su Padre es
misericordioso. No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán
condenados. Perdonen y serán perdonados. Porque con la medida con que midan se
les medirá a ustedes” (Lc 6,36-38).
ESTUDIO BÍBLICO
Primera lectura:
(Eclesiástico 27,33. 28,9)
Marco: El contexto es una serie de colecciones de sentencias agrupadas por los
temas más variados. Se podría titular esta pequeña colección que abarca el fragmento
de hoy “reflexiones sobre la compasión y el rencor”, como dos fuerzas
antagónicas en el corazón del hombre.
Reflexiones
1ª) ¡El furor y la cólera no son de la estructura
del hombre!
El furor
y la cólera son odiosos... En las antiguas culturas la venganza era algo
habitual. Cuando en la legislación judía se introduce la regla del ojo por ojo
y diente por diente, supone una mitigación muy considerable y relevante en
medio de aquellas culturas. Israel irá avanzando pedagógicamente en la mitigación
de la venganza, hasta que desaparezca con la predicación de Jesús, como nos
muestra el sermón de la montaña: se os dijo, pero yo os digo.
El
proceso de humanización de las relaciones sociales, que se manifiesta de modo
singular en el Deuteronomio, fue una considerable contribución a la comprensión
más objetiva del hombre y de sus relaciones sociales. Un modelo ejemplar en
este aspecto es la institución de las ciudades refugio de que nos habla la
Escritura. Con esta institución se evitaba la muerte, en muchas ocasiones, de
verdaderos inocentes, pero que se veían expuestos a la muerte por la costumbre
(hecha ley en aquellas culturas) de la venganza. La cólera y el furor no son
propios de la estructura humana, sino que proceden del pecado. Un paso previo a
la venganza es esta doble actitud de cólera y furor.
La
Escritura nos alecciona que la venganza del hombre atrae la venganza de Dios.
Esta es una descripción realista de la situación de los hombres en sus
relaciones cotidianas a todos los planos. Esta tendencia a eliminar la venganza
y sus consecuencias sigue siendo un mensaje con vigor actualmente. Parece que
nuestra cultura está muy lejos de aquellas costumbres primitivas, pero la
realidad permanece latente en el corazón de los hombres modernos. Sólo desde la
desaparición real de la venganza tanto en el corazón humano como en las
relaciones internacionales, será posible construir una sociedad en justicia,
paz y respeto sincero por todas las personas
2ª) ¡El perdón concedido es garantía del perdón
suplicado!
Perdona
la ofensa a tu prójimo, y se te perdonará los pecados cuando lo pidas... El
autor de este libro manifiesta y expone una actitud permanente humanitaria
frente a los demás. Ha reflexionado sobre el Dios de Israel y sobre la historia
de la salvación y sabe que dos de los atributos más frecuentes del Dios de
Israel son la misericordia y la fidelidad. Y sabe también que el Dios
misericordioso manifiesta esta actitud en dos direcciones: perdonando el pecado
y las flaquezas de los hombres (janún) y acogiendo con tiernísimo afecto al
desgraciado en todos los terrenos (rajum). Dios posee entrañas de misericordia
y benignidad.
Más allá
de las amenazas a su pueblo, para hacerle despertar de su situación religiosa,
sabe que la última palabra de Dios es de misericordia y perdón para restablecer
a su pueblo. Es el reverso de la medalla: contra la venganza, el perdón y la
acogida sin condiciones del otro porque Dios me acoge a mí sin condiciones.
También nuestros hombres y mujeres necesitan que se proclame lo que suplicamos
a Dios en una plegaria pública de la Iglesia y en la que le manifestamos y
reconocemos que manifiesta su poder en el perdón y la misericordia. Y, en
consecuencia, pedimos lo mismo para nuestras relaciones humanas. Son las dos
manifestaciones de Dios para con los hombres.
Segunda lectura: (Romanos
14,7-9)
Marco: El contexto es la caridad con los “débiles” que han de ser acogidos sin
discutir opiniones. Esto revela la ternura y comprensión de Pablo y el sentido
práctico que poseía. Las personas son lo importante y para favorecer la
tranquilidad de sus conciencias es necesario poner todo empeño y estar
dispuestos a renunciar a muchas, mientras no afecten a lo esencial.
Reflexiones
1ª) ¡Todos juntos formamos una comunidad con un
solo destino!
Ninguno
de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. San Pablo lleva
hasta las últimas consecuencias la realidad del cuerpo de Cristo. Poco antes,
Pablo ha dedicado una reflexión a esta realidad para interpretar las distintas
funciones en la Iglesia (Rm 12,5; un desarrollo más pormenorizado puede leerse
en 1Cor 12). Todos dependemos de todos, en la Iglesia nadie debe vivir
aisladamente, el bien de los unos repercute en el bien de los otros. La paz y
la armonía en la comunidad, como ocurre en el cuerpo, sólo se alcanza con la
generosidad de los que más pueden dar y con la aceptación gozosa de los que se
sienten más limitados por la causa que sea.
Esta
visión de Pablo, necesaria para sus lectores que eran cristianos provenientes
del judaísmo y de la gentilidad, tiene una vigencia universal y perenne.
Podríamos traducirlo en una frase diciendo que se trata de mantener vivo
siempre el diálogo de las vidas iluminado por el diálogo de las mentes y de los
corazones. La realidad de la Iglesia de Roma exigía esta exhortación de Pablo
llena de sabiduría, ponderación y realismo.
También
hoy sigue teniendo vigencia esta línea de comportamiento. Es necesario
recuperar un diálogo sincero entre los discípulos de Jesús y, a la vez, entre
estos y el mundo ambiente que los rodea. La comprensión sincera que sabe
mantener lo esencial y sabe ceder y aceptar lo circunstancial sigue siendo una
exigencia necesaria para el buen entendimiento entre los hombres y mujeres.
2ª) ¡Jesús es el centro y el lugar para el encuentro
de todos!
Si
vivimos, vivimos para el Señor... La realidad que mueve a Pablo a dirigirles
esta exhortación es el asunto de la licitud de comer o no comer la carne
sacrificada a los ídolos y que luego se vendía en los mercados. Este mismo
problema vuelve a aparecer en las cartas a los Corintios. Algunos miembros de
la comunidad entendían que los ídolos no son nada y que, por tanto, las carnes
sacrificadas y vendidas eran como las demás que se vendían en el mercado. Pero
otros miembros de la comunidad entendían que al ser sacrificadas quedaban
contaminadas por los ídolos y por tanto no era lícito comerlas.
Se trata
de un problema real y puntual de especial incidencia en la convivencia diaria
de los hermanos. Aquí de nuevo Pablo remite a la primera parte para entender su
pensamiento. En ella expuso la realidad bautismal (c. 6) mediante la cual el
creyente se incorpora realmente a Cristo. Y Éste pasa a ser el Señor de su
vida. La participación en el Cristo muerto y resucitado posibilita la
incardinación real, personal y verdadera (aunque sacramentalmente todavía) en
su cuerpo. Pues bien, Pablo ha desarrollado con especial fuerza y vigor la
realidad de la soberanía de Cristo. Esta soberanía nos hace a todos iguales en
él.
Ahora
traduce estas convicciones doctrinales en unas consecuencias prácticas: en la
comunidad no hay señores y esclavos, porque el único Señor y lugar de encuentro
para todos es Cristo Jesús, el verdadero y único Señor. Nadie puede pretender
el control y menos dominio de la conciencia de nadie. En este momento, en esta
exhortación a los romanos, Pablo les recuerda con toda claridad que el único
Señor de las personas y de las conciencias es Cristo Jesús. Y en este Cristo
Jesús, en su muerte y resurrección, nos ha conseguido la libertad para todos.
Esta
libertad ha de ser salvaguardada con especial atención cuando se trata de los
débiles y cuando se trata del bien de los débiles en sus conciencias: libertad
sincera y conciencia delicada y fraterna; libertad y respeto por el hermano.
Muchas gentes se rigen por estos criterios: lo importante es lo que me parece
mejor, lo que me conviene más, lo que me procura algún gramo personal de
bienestar. Pablo sigue diciendo lo contrario: lo importante es que el otro
posea muchos gramos de bienestar, que lo que al otro le conviene y le construye
es lo mejor.
Evangelio: (Mateo 18,21-35)
Marco: El contexto sigue siendo el discurso comunitario. La lectura recoge una
parábola que invita a perdonar siempre y de corazón.
Reflexiones
1ª) ¡El perdón hay que concederlo siempre y de
corazón!
¿Hasta
siete veces?... El narrador juega con el valor simbólico de los números*: el
siete ya significa un grado de perfección en aquello de que se habla. La
respuesta de Jesús intenta, utilizando el múltiplo de siete, indicar que el
perdón no admite matemáticas ningunas. Que se trata de otra cosa que ha de ser
entendida con otras claves interpretativas. El perdón siempre, en toda
circunstancia y sin condiciones, encaja mal en nuestra mentalidad moderna.
Por esta
causa y por otras, muchos de nuestros contemporáneos tienen la impresión, y la
expresan, de que el Evangelio de Jesús fue útil para aquel tiempo, pero hoy ya
no tiene valor en muchos de sus aspectos. Es cierto que el Evangelio necesita
siempre de una viva actualización seria, pero no creo que la solución sea
cambiar el Evangelio de Jesús por otro Evangelio. Y todavía menos porque el
Evangelio de Jesús molesta al modo de entender la vida, las personas y las
múltiples y complicadas relaciones humanas. El Evangelio fue y es la expresión
de lo que el hombre necesita de verdad para ser solidario, feliz y realizado.
2ª) ¡Desconcertante paradoja!
En el
plano narrativo se quiere poner frente a frente dos situaciones desconcertantes
e inexplicables. Las cantidades y las reacciones de las personas merecen una
atención especial: las del rey, las de los diversos deudores y las de los
sirvientes. Todo tiene la función de invitar y urgir al oyente de la parábola*
y, ahora al lector del texto, a adoptar una postura frente al relato. Y, a
través del relato, frente a la realidad del reino. Los detalles del relato
están al servicio del mensaje central. ¿Cómo es posible que el rey perdone toda
la ingente deuda del siervo porque se lo pidió y éste no
sea capaz de perdonar la ridícula deuda que tiene contraída con él un hermano
suyo? Jesús y el narrador quieren colocar al oyente en una situación extrema
frente al perdón.
Esperan
que reaccione y tome postura. ¡Es necesario parecerse al rey que condona toda
la deuda sin pedir compensaciones! O, de otro modo, que el perdón que concede
el rey es gratuito y el perdón y condonación del siervo con su compañero ha de
ser también total, gratuito y sin condiciones. Pero no todos los personajes del
relato se comportan así. No se ha cumplido la condición necesaria. La
interpretación en el orden religioso o la traslación del relato a la vida real
sólo tiene un mensaje: Dios perdona siempre, a todos (aunque sea ingente la
deuda) y gratuitamente.
Los
hijos del reino deben hacer otro tanto cuando se trata de sus hermanos. El
perdón y la remisión ha de ser total, gratuita y universal. ¿Esta actitud
evangélica fundamental encajaría en nuestra mentalidad moderna crematística y
pragmática? ¿No estaría condenado el Evangelio del perdón y de la reconciliación
al fracaso y al ridículo por irreal y alejado de los grandes intereses de
nuestros hombres y mujeres? Quizá. Pero Jesús quiere que se siga proclamando a
través de la palabra y del testimonio de los creyentes en medio de este mundo
porque lo necesita y, además, de manera urgente y profunda.
Lo mismo
hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su
hermano. La condición para el perdón es que ha de ser de corazón*. El Padre
celestial, en su misericordia, perdona al hombre en su interioridad. En
coherencia con la actitud del Padre celestial, el hombre ha de perdonar desde
su corazón. Allí donde alcanzó el perdón del Padre (corazón) es desde donde ha
de partir el perdón para el hermano.
Tiene
por tanto el perdón dos condiciones imprescindibles: que proceda de la
intimidad alcanzada por Dios y que se extienda a todas las ofensas y para
siempre. Dios no concede el perdón con condiciones y quiere que sus hijos se
perdonen mutuamente sin condiciones. Dios cuando perdona olvida. Y lo mismo han
de hacer los discípulos de Jesús, su Hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario