“Quien quiera
ser el primero, que sea… el servidor de todos”
Sobran palabras para entender lo que
enseña Jesucristo. Otra cosa es que queramos aceptar lo que el Señor nos
propone. El domingo pasado teníamos el primer anuncio de la pasión, muerte y resurrección
de Jesús, sazonado con la reprimenda a Pedro: ¡Tú piensas como los hombres, no
como Dios! (Mc 8,33). Casi sin respirar, el Señor se dirige a todos, a la gente
y a los discípulos, y les dice: Si alguien quiere venir en pos de mí, que se
niegue a sí mismo… (Mc 8,34), es decir, deje de lado su «yo».
El evangelio de hoy presenta el segundo
anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús y lleva implícita una
censura a los discípulos, interesados solo por saber quién de ellos era el más
importante. El Señor trata de colocar las cosas en su sitio, siguiendo el mismo
punto de vista mostrado anteriormente, distinguiendo entre el pensar a modo
humano y a modo divino: humanamente, ambicionamos prevalecer sobre los demás,
destacar, ocupar el primer puesto; la lógica que propone el Señor es totalmente
diversa: para ocupar el primer puesto hay que ponerse al servicio de todos y
pasar por ser el último de todos. Esto se entiende muy bien, pero nuestra
pretensión humana es reacia a aceptarlo, porque implica el compromiso de hacer
como Jesucristo, que “no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en
rescate por muchos” (Mc 10,45).
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
escenario es dramático: Un grupo de violentos e impunes decide atacar a quien
se atreve a anunciar un estilo de vida comprometido con la justicia y la
verdad. Ellos se sienten dueños de la situación, y nada parece detenerlos.
Incluso ofenden las creencias y la actitud religiosa de este hombre. Todo un
desafío para quien no quiere abandonar su fe y su estilo de vida.
Lectura
del libro de la Sabiduría 2, 12. 17-20
Dicen los impíos: Tendamos trampas al
justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en
cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza
recibida. Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará
al final. Porque si el justo es hijo de Dios, él lo protegerá y lo librará de
las manos de sus enemigos. Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para
conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya
que él asegura que Dios lo visitará.
Palabra de Dios.
Salmo
53, 3-6. 8
R.
El Señor es mi apoyo verdadero.
Dios mío, sálvame por tu Nombre,
defiéndeme con tu poder. Dios mío, escucha mi súplica, presta atención a las
palabras de mi boca. R.
Dios mío, sálvame por tu Nombre, porque
gente soberbia se ha alzado contra mí, hombres violentos atentan contra mi
vida, sin tener presente a Dios. R.
Pero Dios es mi ayuda, el Señor es mi
apoyo verdadero: Te ofreceré un sacrificio voluntario, daré gracias a tu
Nombre, porque es bueno. R.
II
LECTURA
Muchas
veces no preguntamos de dónde viene tanto mal. Incluso pensamos que “Dios no
hace nada para impedir tanto mal”, acusando, de alguna manera, al mismo Dios.
Pero el texto es claro: la maldad, las guerras, la violencia, nacen en el
corazón del ser humano. No podemos desentendernos de esta responsabilidad.
Lectura
de la carta de Santiago 3, 16—4, 3
Hermanos: Donde hay rivalidad y
discordia, hay también desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría
que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y
conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es
imparcial y sincera. Un fruto de justicia se siembra pacíficamente para los que
trabajan por la paz. ¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay
entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos
miembros? Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian,
y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra. Ustedes no
tienen, porque no piden. O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el
único fin de satisfacer sus pasiones.
Palabra de Dios.
ALELUYA cf. 2Tes 2, 14
Aleluya. Dios nos llamó, por medio del
Evangelio, para que poseamos la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Aleluya.
EVANGELIO
¿Quién es el mayor? ¡En el Reino de Dios, los pequeños!
✜
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos 9, 30-37
Jesús atravesaba la Galilea junto con
sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía:
“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y
tres días después de su muerte, resucitará”. Pero los discípulos no comprendían
esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron
en la casa, les preguntó: “¿De qué hablaban en el camino?”. Ellos callaban,
porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces,
sentándose, llamó a los Doce y les dijo: “El que quiere ser el primero, debe
hacerse el último de todos y el servidor de todos”. Después, tomando a un niño,
lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: “El que recibe a uno de
estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al
que recibe, sino a Aquel que me ha enviado”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
Para que las palabras de Jesús nos
entusiasmen hemos de echar mano de la sabiduría que viene “de arriba” (segunda
lectura), es decir, superar el modo de pensar humano para pensar como Dios. La
liturgia de la Palabra propone insistentemente dos puntos de vista opuestos,
claramente presentes en la segunda lectura y también en la primera, que pone de
manifiesto el punto de vista de “los impíos” respecto del justo, frente al
punto de vista de Dios, que se sirve de la paradoja de la cruz para ofrecer su
salvación a la humanidad. Frente a “los impíos” está “el justo”, que confía en
el Señor, “dando gracias a su nombre, que es bueno” (salmo responsorial).
“El
más importante”
Esto es lo que interesaba a los
discípulos, más que lo que el Señor acababa de decirles a propósito de su
pasión, muerte y resurrección (segundo anuncio). Lo que el Maestro les enseña
no les interesa, es decir, no quieren entenderlo. Los evangelistas Marcos y
Lucas afirman que a los discípulos les daba miedo preguntar a Jesús sobre el
asunto (cf. Lc 9,45), mientras que Mateo suaviza la reacción de los discípulos
refiriendo que, ante tal anuncio, los discípulos “se pusieron muy tristes” (Mt
17,23).
A los discípulos “les daba miedo
preguntarle” a Jesús. El Señor, en cambio, les pregunta directamente: “¿De qué
discutíais por el camino?”. Notemos la reacción de los discípulos: primero, no
entendían; segundo, les daba miedo preguntarle; tercero, no se atreven a
responder a la pregunta de Jesús.
El ser humano da muchas vueltas para no
afrontar la realidad: buscamos disculpas, ingeniamos dificultades, presentamos
justificaciones… para no dar el brazo a torcer, es decir, para no tomar en
serio el punto de vista de Dios, que es lo que Jesucristo trata de hacernos
comprender, más allá de nuestro interesado “ser el más importante”.
“El
que acoge a un niño en mi nombre me acoge a mí”
El ejemplo que pone el Señor es de lo
más sencillo de entender. Así es como llegamos a la conclusión de que los
discípulos, más que no entender, no querían entender, por las consecuencias que
se derivan de seguir el camino trazado por el Señor: pasión y muerte, dejar
atrás el propio “yo”.
Jesús se identifica con un niño, es
decir, con lo que no cuenta, con lo que nadie toma en consideración, por ser
insignificante. He aquí nuevamente los dos puntos de vista contrapuestos: ser
el más importante (criterio humano) o prestar atención a un niño, algo que se
considera insignificante, sin relevancia, que es lo que propone el Señor.
“…no
me acoge a mí, sino al que me ha enviado”
Este paso es fundamental, pues nos sirve
para adentrarnos en la identidad que Jesucristo establece con nosotros (en la
persona del niño) y la identidad que él tiene con el Padre del cielo. Así es
como lo que se refiere a Jesucristo en realidad encuentra su plenitud en el
Padre del cielo, y a esta plenitud es a la que el Señor quiere conducirnos a
través de su Espíritu, que es quien nos llevará a la verdad plena (cf. Jn
14,26).
“…a
los tres días resucitará”
La resurrección de Jesús es la
demostración del sentido de su vida, desde su encarnación hasta su muerte en la
cruz. De ahí que san Pablo afirme rotundamente: Si Cristo no ha resucitado vana
es nuestra predicación y vana nuestra fe (1 Cor 15,14).
Los discípulos no querían entender lo
que se refería a la pasión y muerte del Señor, tanto que ni se atrevían a
preguntarle. El hecho de la resurrección sí que era algo inaudito, y podría
parecerles cosa poco interesante para ellos en aquel momento, donde lo que
contaba era ser el primero entre los demás.
La resurrección de Jesucristo nos
interpela también a nosotros. El hecho de celebrar la Eucaristía significa que
creemos en la resurrección de Jesús y en la nuestra, tal como confesamos en el
Credo. Ahora bien, una cosa es lo que sabemos o creemos teóricamente y otra
bien distinta aquella que vivimos y que da sentido a nuestra vida.
Jesucristo en la Eucaristía se nos da
como alimento, pan y bebida de “vida eterna”. Acercarnos a comulgar significa
asumir la vida de Jesucristo y tratar de dejarnos guiar por su Espíritu. El
Espíritu no nos mueve a prevalecer sobre los demás ni a pretender ser los más
importantes, sino todo lo contrario, a declararnos, como nuestra Madre del
cielo, la esclava del Señor, que es lo que Jesucristo nos propone este domingo
de manera bien clara: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos
y el servidor de todos”.
No tengamos miedo de lo que nos propone
el Señor, pues él va delante, dado que no ha venido para ser servido sino para
servir. Este es el único camino que lleva a la felicidad, y recorrerlo es
experimentar ya la alegría de ser verdaderamente discípulos del Señor.
ESTUDIO
BÍBLICO
La
religión verdadera es acoger desde la solidaridad
Iª Lectura: Sabiduría (2,12.17-20): El
justo piensa como vive
I.1. La primera lectura se toma
concretamente de un pasaje que pone de manifiesto el razonamiento de los
impíos, de los que están instalados en la sociedad religiosa y política y que
no aceptan que un hombre justo, honrado, simplemente con el testimonio de su
vida, pueda ser una contrarréplica de la ética, de la moral y de las
tradiciones ancestrales con las que se consagra, muy a menudo, la sociedad
injusta y arbitraria de los poderosos. Como el libro de la Sabiduría es propio
de la literatura religiosa griega, algunos han pensado que a la base de esta
lectura está el razonamiento práctico de una filosofía que se muestra en la
ética de los epicúreos, quienes defendían una praxis de justicia y honradez en
la sociedad.
I.2. En todo caso, la lectura cristiana
de este pasaje ha dado como resultado la comparación con los textos del Siervo
de Yahvé de Isaías (52-53) y más concretamente, se apunta a la inspiración que
ha podido suponer para los cristianos sobre la Pasión del Señor, ya que en ese
justo del libro de la Sabiduría se ha visto la actuación de Jesús, tal como
podemos colegir de la lectura misma del evangelio de hoy. Los “no sabios” saben
muy bien condenar a muerte ignominiosa a los justos. Esa es la única sabiduría
que entienden de verdad: el desprecio y la ignominia; es una sabiduría
contracultural: ni divina ni humana. Y esta es ya una historia muy larga en la
humanidad que tanto se valora a sí misma.
IIª Lectura: Santiago (3,16-4,3):
Sabiduría: justicia y paz
II.1. La carta de Santiago (3,16-4,3),
sigue siendo el hilo conductor de esta segunda lectura litúrgica. Además, como
es una carta que pretende establecer un cristianismo práctico, ético y moral,
nos pone sobre el contraste dos sabidurías: la que nace de este mundo y anida
en el corazón del hombre (envidias, desorden, guerras, asesinatos) y la
sabiduría que viene de lo alto (pacificadora, limpieza de corazón,
condescendencia, docilidad, misericordia). En realidad a la primera no se le
debe llamar sabiduría sino insensatez y negatividad. Son dos mundos y podríamos
preguntarnos, de verdad, si el corazón humano no está anidado por estas dos
tendencias (dualismo). Nuestra propia experiencia personal podría darnos la
respuesta.
II.2. El autor considera que el ser
humano, guiado por sus instintos (es el misterio de nuestra debilidad, aunque
le atribuye un débito especial al “diablo” para no caer en el principio de
maldad en el corazón humano), va hacia la perdición por la envidia con la que
nos destrozamos los unos a los otros. Pero el autor propone la sabiduría, que se
adquiere por la oración para llegar a esas actitudes positivas que ha
mencionado antes. No se trata, pues, de leer este texto en clave moralizante
para rebajarlo. Es uno de los textos fuertes del NT, de ese calibre es el
cristianismo que pide la paz fundamentada en la justicia.
Evangelio: Marcos (9,30-37): El que se
entrega debe ser el primero
III.1. El evangelio de Marcos nos
muestra un segundo paso de Jesús en su camino hacia Jerusalén, acompañado por
sus discípulos. El maestro sabe lo que le espera; lo intuye, al menos, con la
lucidez de un profeta: la pasión y la muerte, pero también la seguridad de que
estará en las manos de Dios para siempre, porque su Dios es un Dios de vida.
Pero ese anuncio de la pasión se convierte en el evangelio de hoy en una
motivación más para hablar a los discípulos de la necesidad del servicio.
III.2. No merece la pena discutir si
este segundo anuncio de la pasión son “ipsissima verba” o son una adaptación de
la comunidad a las confidencias más auténticas de Jesús. Hoy se acepta como
histórico que Jesús “sabía algo” de lo que le esperaba. Que la comunidad,
después, adaptara las cosas no debería resultar extraño. Este segundo anuncio
de la pasión lo presenta el evangelista como una enseñanza (edídasken= les
enseñaba). Pero los discípulos ni lo entendían ni querían preguntarle, ya que
les daba pánico. Este no querer preguntarle es muy intencionado en el texto,
porque no se atrevían a entrar en el mundo interior y profético del Maestro.
Jesús tuvo paciencia y pedagogía con ellos y por eso Marcos nos ha presentado
“tres” anuncios en un corto espacio de tiempo (8,27-10,32).
III.3. Tampoco Pedro, en el primer
anuncio (8,27-33), lo había entendido cuando quiere impedir que Jesús pueda ir
a Jerusalén para ser condenado. No encajaba ese anuncio con su confesión
mesiánica, que tenía más valor nacionalista que otra cosa. Marcos ha
emprendido, desde ahora en su narración una dirección que no solamente es
reflejo histórico del camino de Jesús a Jerusalén, sino de “enseñanza” para la comunidad
cristiana de que su “Cristo” no se fue de rositas a Jerusalén. Que confesar el
poder y la gloria del Mesías es o puede ser un tópico religioso poco profético.
En realidad eso es así hasta el final, como lo muestra la escena de Getsemaní
(14,32-42) y en la misma negación de Pedro (14,66-72). Los discípulos no
entendieron de verdad a Jesús, ni siquiera por qué le siguieron, hasta después
de la Pascua.
III.4. En Cafarnaúm, en la casa, que es
un lugar privilegiado por Marcos para las grandes confidencias de Jesús, porque
es el símbolo de donde se reúne la comunidad, (como cuando les explica el
sentido de las parábolas), les pregunta por lo que habían discutido por el
camino; seguramente de grandezas, de ser los primeros cuando llegase el
momento. Sus equivocaciones mesiánicas llegaban hasta ese punto. Jesús tomó a
un niño (muy probablemente el que les servía) y lo puso ante ellos como símbolo
de su impotencia. Es verdad que el niño, como tal, también quiere ser siempre
el primero en todo, pero es impotente. Sin embargo, cuando los adultos quieren
ser los primeros, entonces se pone en práctica lo que ha dicho el libro de la
Sabiduría. Y es que el cristianismo no es una religión de rangos, sino de
experiencias de comunión y de aceptar a los pequeños, a los que no cuentan en
este mundo.
III.5. Acoger en nombre de Jesús a
alguien como un niño es aceptar a los que no tienen poder, ni defensa, ni
derechos; es saber oír a los que no tienen voz; son los pobres y despreciados
de este mundo. La tarea, como muy bien se pone de manifiesto en la praxis
cristiana que Marcos quiere trasmitir a su comunidad, no está en sopesar si los
que se acogen son inocentes o no, sino que debemos mirar a la vulnerabilidad.
Quizás los pequeños, los niños, los pobres, los enfermos contagiosos, no son
inocentes. Tampoco los niños lo son. Es el misterio de la vulnerabilidad humana
lo que Jesús propone a los suyos. Pero los “suyos” –en este caso los Doce-,
discutían por el camino quién sería el segundo de Jesús en su “mesianidad” mal
interpretada. Esta es una enseñanza para el cristianismo de hoy que se debe
plasmar en la Iglesia. La opción por los “vulnerables” (¡los pobres!) es la
verdadera moral del evangelio. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).
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