domingo, 4 de septiembre de 2016

DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Ser discípulo de Jesús exige vivir como Él”

En algunas ocasiones las palabras de Jesús contienen un fuerte contraste con las ideas y experiencias comunes, incluso entre los creyentes. La preferencia por Él y su Evangelio, por encima de tantas cosas y personas que construyen nuestra vida está en la base del seguimiento del Señor. Algo más que un saber de doctrinas, normas y ritos. Se trata de vivir como Él, con sus valores, sus opciones y sus riesgos.

El seguimiento produce en el discípulo una sabiduría que excede los saberes de nuestra inteligencia: nos hace partícipes de la sabiduría de Dios que Él mismo nos envía. Una sabiduría que no describe el mundo, eso es tarea de todos seamos creyentes o no. Es una sabiduría que nos ayuda a desenvolvernos en la vida, comprendiendo lo que Dios quiere.

Una sabiduría que trasmuta nuestros sentimientos haciendo de cuanto puede encaminarnos a la esclavitud ocasiones de una profunda y amorosa, fraterna, libertad.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

En esta oración, que deberíamos rezar seguido, proclamamos que no podemos pretender alcanzar el conocimiento de Dios y sus misterios. Debemos descansar de esa ansiedad racional de querer saberlo todo, conocerlo todo, encontrar explicación a todo. Dios se ha revelado, y se revela continuamente. Y nos rendimos ante el Misterio mismo del Dios vivo. Lo contemplamos, lo adoramos, dialogamos con él, y debemos saber que nuestra mente siempre será limitada para comprenderlo.

Lectura del libro de la Sabiduría 9, 13-18

¿Qué hombre puede conocer los designios de Dios o hacerse una idea de lo que quiere el Señor? Los pensamientos de los mortales son indecisos y sus reflexiones, precarias, porque un cuerpo corruptible pesa sobre el alma y esta morada de arcilla oprime a la mente con muchas preocupaciones. Nos cuesta conjeturar lo que hay sobre la tierra, y lo que está a nuestro alcance lo descubrimos con esfuerzo; pero ¿quién ha explorado lo que está en el cielo? ¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu? Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, así aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría, fueron salvados.
Palabra de Dios.

Salmo 89, 3-6. 12-14. 17

R. ¡Señor, tú has sido nuestro refugio!

Tú haces que los hombres vuelvan al polvo, con sólo decirles: “Vuelvan, seres humanos”. Porque mil años son ante tus ojos como el día de ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. R.

Tú los arrebatas, y son como un sueño, como la hierba que brota de mañana: por la mañana brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita. R.

Enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría. ¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...? Ten compasión de tus servidores. R.

Sácianos en seguida con tu amor, y cantaremos felices toda nuestra vida. Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor; que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar la obra de nuestras manos. R.

II LECTURA
Filemón tiene que aceptar un cambio en su vida, Onésimo en su vida, y por supuesto en la vida de toda la comunidad: el esclavo ahora es hermano. Todo un proceso que solamente desde la fe y desde el amor se puede realizar.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Filemón 9b-10. 12-17

Querido hermano: Yo, Pablo, ya anciano y ahora prisionero a causa de Cristo Jesús, te suplico en favor de mi hijo Onésimo, al que engendré en la prisión. Te lo envío como si fuera una parte de mí mismo ser. Con gusto lo hubiera retenido a mi lado, para que me sirviera en tu nombre mientras estoy prisionero a causa del Evangelio. Pero no he querido realizar nada sin tu consentimiento, para que el beneficio que me haces no sea forzado, sino voluntario. Tal vez, él se apartó de ti por un instante, a fin de que lo recuperes para siempre, no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como un hermano querido. Si es tan querido para mí, cuánto más lo será para ti, que estás unido a él por lazos humanos y en el Señor. Por eso, si me consideras un amigo, recíbelo como a mí mismo.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Sal 118, 135

Aleluya. Que brille sobre mí la luz de tu rostro, y enséñame tus preceptos. Aleluya.

EVANGELIO

Con estas comparaciones Jesús quiere que atendamos nuestro deseo de seguirlo, que no debe estar basado en un impulso del momento sino en un proyecto. Así como quien tiene un proyecto de edificar una casa debe considerar muchas cosas, así también nosotros para seguir a Jesús. ¿Y qué debemos tener en cuenta? Si somos capaces de renunciar, de dejar aquello que nos impide seguir al Señor. Solo así nos embarcaremos a una vida que debe transitar en medio de un mundo que parece vivir de impulsos, sentimientos, cambios contantes de opciones y de ideologías. En este contexto continuaremos siendo “los que siguen a Jesús”.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 14, 25-33

Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío

Los relatos evangélicos de los domingos anteriores nos han ido preparando para esta revelación exigente de Jesús. No es pues, una enseñanza arbitraria ni sorpresiva: tiene su lógica. Los humanos vivimos envueltos en muchas experiencias, ahormados por muchas palabras e ideas. Constituyen un universo de saberes y de valores. Y de alguna manera son el sustrato de nuestra personalidad.

Jesús no desprecia esas coordenadas humanas. Pero le importa que no naufraguemos en ellas. Y se propone a sí mismo como el eje que las integra y las sublima.

Y no lo hace con discursos abstractos: los razonamientos de Jesús son siempre muy concretos. Hoy le vemos elegir tres experiencias muy concretas: la familia, la cruz y la lucidez.

La familia constituye el espacio natural en que nacemos y nos desarrollamos. Pocas instituciones tienen un valor tan alto. No obstante, Jesús no la absolutiza ni la banaliza. Las relaciones familiares, que son un magnífico impulso para el crecimiento en libertad, a veces son también una trampa que acaba oprimiendo a sus miembros. Es importante ser lúcidos para liberarse y liberar.

La cruz es el símbolo del sufrimiento, tantas veces inevitable. Pero la cruz de Jesús es algo más: expresa el desprecio a quien es diferente, a quien con su modo de vivir y de obrar cuestiona tantos convencionalismos, inercias y comodidades. Vivir como creyente incomoda frecuentemente en la sociedad, e incluso en la Iglesia. Porque el creyente es el que busca y arriesga. El que sabe, con todas las consecuencias, que Dios está más allá de nuestras imágenes, nuestros discursos y de nuestras religiones.

La tercera cosa concreta de la que habla Jesús hoy es la lucidez. La lucidez es más que prudencia, que tantas veces es nadar y guardar la ropa, como solemos decir. Para Jesús ser lúcido es actuar con decisión. Y mantener los compromisos asumidos con uno mismo, con los demás y con Dios.

En la familia, en la cruz y en la lucidez están reflejados todos los bienes. Ser discípulo es estar dispuesto a renunciar a ellos para que, en su bondad, no nos ahoguen; para que en su ambigüedad, nos hagan libres para estar junto a Él y seguirle con fidelidad.

¿Cómo comprender todo esto?

El texto del libro de la Sabiduría que hemos proclamado comenzaba preguntándose: ¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Él quiere?

No es una pregunta que hoy se hagan con frecuencia los expertos en ética y en humanidad. Suelen interesarnos otras cosas más próximas, prácticas y eficaces.

Y, no obstante, para quienes creemos en un Dios amigo de los hombres e inquieto por nuestra felicidad, es una pregunta insoslayable. El Espíritu que Dios derrama sobre nosotros fecunda la sabiduría. Comprender lo que Él quiere tiene que ver con el sentido que damos a nuestra vida, con la jerarquía de nuestros valores, con la inspiración de nuestras acciones, con el discernimiento de lo que vamos logrando y de lo que a veces olvidamos o traicionamos. En definitiva con nuestro crecimiento en lúcida y responsable libertad.

Seguidores en una Iglesia que sigue a su Señor

En el texto evangélico de hoy el interlocutor de Jesús no es un “tu” individualizado, sino un “vosotros” comunitario. El seguimiento no es un empeño individual, sino una experiencia compartida. Los cristianos llamamos Iglesia al conjunto de los que creemos en Jesús y le seguimos.

La Iglesia es, en efecto, una comunidad de seguidores. Todo lo que ella hace debe tener ese trasfondo. Antes que compartir una doctrina, obedecer unas normas, realizar unos ritos, nos une haber descubierto a Jesús como camino, verdad y vida. Alguien que nos lleva a los demás, como hermanos, pues todos somos hijos de su Padre.

Viene bien recordar estas palabras del Papa Francisco en su Exhortación La alegría del Evangelio (151): “No se nos pide que seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos”. Es decir, una Iglesia que no se guarda para sí misma, sino que sigue a su Señor.

ESTUDIO BÍBLICO.

El verdadero discípulo de Jesús tiene que amar lo que él ama.

Iª Lectura: Sabiduría (9,13-19): Con Dios, el hombre es más que los dioses.

I.1. Esta lectura del libro de la Sabiduría forma parte de una reflexión de tipo filosófico y teológico, en que el ser humano entra dentro de sí mismo para preguntarse por las cosas más importantes: ¿qué es el hombre frente a Dios? La experiencia nos demuestra que lo que hacemos y tocamos es frágil, pero intuimos que debe haber algo que no fenece, el misterio de Dios. Para ello se necesita, no facticidades mecánicas, sino Sabiduría para discernir lo que tiene sentido y lo que no tiene.

I.2. La debilidad humana no es un misterio de negatividad, sino de necesidad de Alguien que nos busca. La debilidad reclama salvación, ayuda, necesidad de Alguien a quien se le atribuye la creación y la salvación. Esto que es obvio, solamente lo decimos o lo aprendemos en la medida en que la vida se nos escapa de las manos. El deseo natural de trascendencia, de cielo, es algo que llevamos en el corazón, y sólo con sabiduría y espíritu lograremos que no muera nunca.

 IIª Lectura: Filemón (vv. 9-10.12-17): La libertad de ser cristiano

II.1. La segunda lectura es de la carta a Filemón, un escrito muy breve de Pablo mientras estaba en prisión, probablemente en Éfeso, hacia el año 55. Parece un escrito privado, sin relevancia doctrinal, pero que, no obstante, revela un temática enteramente cristiana. Mientras Pablo estaba prisionero, llega un esclavo, Onésimo, que había huido de la casa de su patrón, Filemón. El esclavo se convierte y Pablo entiende que ha adquirido con la libertad de los hijos de Dios, como se expresa en Gal 4,19, su libertad social. Si vuelve a su amo, según el sistema de entonces, debería sufrir un gran castigo. Pablo, sintiéndose responsable de su libertad humana, pide la misma libertad social que ha adquirido el esclavo con su conversión.

II.2. Este pequeño escrito puede ser considerado como el manifiesto cristiano contra la esclavitud. Al cristianismo se le ha acusado siempre de que no había hecho nada por abolir la esclavitud, pero en cierta forma es injusto. Pablo, en pocas líneas, pide al “dueño” de un esclavo que lo tenga como hermano. Es verdad que no hay una propuesta “jurídica” para aquellos momentos ante el terrible problema de la esclavitud. Pero aquí Pablo envía a Onésimo a su dueño Filemón, no para que se someta al rigor jurídico de la esclavitud, sino al calor humano y teológico de ser libre, por ser persona, por ser cristiano como Filemón y porque es hijo de Dios con todas las consecuencias. Es verdad que se debería haber hecho más a través de la historia del cristianismo contra esta lacra. Pero en la entraña misma del evangelio la esclavitud está condenada.

Evangelio: Lucas (14,25-33): ¡Radicalidad del Reino!

III.1. El evangelio de Lucas de hoy está formado por otro de los conjuntos fuertes de su narración del viaje del profeta hacia Jerusalén, como propuesta del verdadero discipulado y el seguimiento de Jesús. No se nos oculta la dificultad que supone centrar todo el significado de lo que se quiere decir y poner de manifiesto en este conjunto de dichos y parábolas. La ruptura con la ideología familiar, que no con los sentimientos y lazos familiares, (cf Lc 18,20), en principio no tiene nada que ver con la parábola del que quiere construir una torre o con la del rey que debe ir a la guerra. Estos textos están aquí reunidos por Lucas, aunque Jesús los pronunciara en ocasiones bien distintas. Por lo mismo, Lucas pretende que una cosa se entienda por la otra. Ha escogido dichos del famoso Evangelio Q (vv. 26-27; en Mt 10,37-38 están más suavizados al cambiar “odiar” por “amar… más que”) sobre el odio familiar y la cruz. Finalmente ha rematado todo con el v. 33 sobre “renunciar a todos los bienes”, que es algo exclusivo de Lucas, aunque redactado con el mismo tenor de los vv. 26-27 (tipo condicional de prótesis: “si alguien viene a mí”… y apódosis: “no puede ser mi discípulo”). Las dos parábolas de los vv. 28-32 ilustran un poco el empeño que hay que poner en estas propuestas radicales. Lucas, pues, ha confeccionado un catecismo del seguimiento y la identidad cristiana en este mundo que no deja lugar a dudas: quiere impresionar y ser claro.

III.2. Quizás fueran necesarias algunas explicaciones exegéticas para poder medir el alcance de este evangelio de hoy. El hecho de que Mateo haya preferido “amar… más que a mí” (filéô… hyper eme) al término “odiar” (miséô) que tenemos en Lc, denota que ha habido una corrección. La mayoría de autores piensa que el tenor original, más semítico si cabe, propio de los predicadores itinerantes que pusieron muy en práctica la vida de Jesús, se ha mantenido en Lucas (también se usa “odiar” en el Evangelio de Tomas 55 y 101). E incluso la mayoría piensa que Jesús nunca pudo demandar a sus seguidores que odiaran a su padre, a su madre o a sus hermanos. Algunos profetas itinerantes llevaron hasta el extremo la renuncia al estatus familiar y hablaron de odiar, con todo el semitismo que ello comporta. Pero Jesús no pudo pedir “odiar”, cuando había exigido amar incluso a los enemigos (cf Lc 6,27; Mt 5,44). Esto está hoy bastante bien asumido, sin que ello denote “edulcorar” la radicalidad del Reino y del seguimiento de Jesús.

III.3. Desde luego, ser discípulo de Jesús significa un valor absoluto como alternativa a todo proyecto de este mundo e incluso familiar. Es verdad que la palabra odiar, en este caso al padre, a la madre y a los hermanos, es un semitismo propio de trasfondo arameo de las palabras de Jesús que ponen en evidencia la pobreza de ese vocabulario. Por eso, muchos han traducido el odiar por "preferir". Efectivamente, si alguien quiere ser discípulo de Jesús, pero prefiere las claves familiares, los intereses de familias, la ataduras sociales y culturales de ese mundo, entonces no puede ser un auténtico discípulo de Jesús. Las familias (en sentido general y cultural) trasmiten amor; pero a veces las familias, los clanes, los grupos, trasmiten otros valores muy negativos (incluso odio de unas familias contra otras), que un discípulo de Jesús no puede asumir, ni respetar. Ese es el sentido de saber y poder “llevar su cruz” siguiendo a Jesús. Es una ruptura la que se propone. Por eso, el discípulo, como el hombre que construye una torre, o el rey que debe ir a una guerra, debe clarificarse y evaluar lo que pretende en el compromiso del seguimiento. Jesús propone una nueva forma de vida, de sentimientos, de preferencias, que a veces suenan a escándalo, pero así es el verdadero discípulo de Jesús y la radicalidad absoluta del evangelio. Y no es precisamente odio lo que Jesús pide a los suyos, sino amor, incluso a los enemigos.

III.4. Lucas ha sacado en conclusión de todo esto lo que afirma en el v. 33: “quien no renuncia (apotássomai: se separa) de todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” ¿Por qué? ¿quería enseñar a odiar la riqueza o amar la pobreza? Pues ni una cosa ni la otra. Jamás Lucas pide amar la pobreza en sí. Quiere que todo se ponga en común, como señala en Hch 4,34, para que no haya indigentes entre los cristianos; o sea, la razón de renunciar a los bienes es para que no haya pobres e incluso para que haya justicia en el mundo. Es verdad que no debemos atenuar la fuerza del texto, y la lectura que podemos hacer del evangelio tendrá distintos tonos según el contexto cultural y social donde se viva. Debemos ser conscientes de que la pobreza y la riqueza existen personificadas: hay ricos, pocos; y muchos pobres. Pero hay bienes suficientes en el mundo para que todos tengan lo necesario. El mundo es injusto por causa de los que aman las riquezas y el poder; en muchos casos esos amores los trasmite la familia, el clan, el entorno, los intereses de clase y de grupo. Ese mundo se desmorona ante la radicalidad del Reino y de la vida de Jesús. Buscar la seguridad en los bienes de este mundo es poner el corazón en aquello que nos aleja de Dios (ponerlo en Mammón, el dios del dinero). La renuncia a la familia y a los bienes, tiene su lógica y su espiritualidad profética. Supone, es verdad, un cierto escándalo: el escándalo del reino de Dios.

III.5. Por tanto, el redactor del evangelio de Lucas, como catequesis en su lectura de la tradición de Jesús a su comunidad cristiana, ha sacado sus consecuencias prácticas: decidirse por Jesús debe ser primordial. Y en momentos determinados de la vida, quizás en situaciones límites o concretas, debemos preferir la radicalidad del evangelio, que es la radicalidad del Reino de Dios (de la voluntad de Dios) a las imposiciones religiosas, sociales y políticas de los “nuestros”. Eso no significa odiarlos, pero no podemos tener problema de conciencia, en nombre del evangelio, de “separarnos” (apotássomai) de su mundo y de sus imposiciones. Eso es lo que debe significar hoy, sin duda, el “odiar”: separarnos de sus criterios, de sus imposiciones injustas y de sus caprichos o de tradiciones ancestrales y sagradas, a veces, que no se pueden mantener si no dignifican o liberan de verdad. Esto, para la actitud de los cristianos en el mundo contra la injusticia, la guerra, el mercantilismo o una globalización inmisericorde, debe ser la verdadera alternativa de identidad. Si no lo hacemos, por no traicionar el entorno de “los nuestros”, habremos perdido nuestra identidad como seguidores de Jesús y de su evangelio. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


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