“Ser
discípulo de Jesús exige vivir como Él”
En algunas ocasiones las palabras de
Jesús contienen un fuerte contraste con las ideas y experiencias comunes,
incluso entre los creyentes. La preferencia por Él y su Evangelio, por encima
de tantas cosas y personas que construyen nuestra vida está en la base del
seguimiento del Señor. Algo más que un saber de doctrinas, normas y ritos. Se
trata de vivir como Él, con sus valores, sus opciones y sus riesgos.
El seguimiento produce en el discípulo
una sabiduría que excede los saberes de nuestra inteligencia: nos hace
partícipes de la sabiduría de Dios que Él mismo nos envía. Una sabiduría que no
describe el mundo, eso es tarea de todos seamos creyentes o no. Es una
sabiduría que nos ayuda a desenvolvernos en la vida, comprendiendo lo que Dios
quiere.
Una sabiduría que trasmuta nuestros
sentimientos haciendo de cuanto puede encaminarnos a la esclavitud ocasiones de
una profunda y amorosa, fraterna, libertad.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
En
esta oración, que deberíamos rezar seguido, proclamamos que no podemos
pretender alcanzar el conocimiento de Dios y sus misterios. Debemos descansar
de esa ansiedad racional de querer saberlo todo, conocerlo todo, encontrar
explicación a todo. Dios se ha revelado, y se revela continuamente. Y nos
rendimos ante el Misterio mismo del Dios vivo. Lo contemplamos, lo adoramos,
dialogamos con él, y debemos saber que nuestra mente siempre será limitada para
comprenderlo.
Lectura del libro de la Sabiduría 9,
13-18
¿Qué hombre puede conocer los designios
de Dios o hacerse una idea de lo que quiere el Señor? Los pensamientos de los
mortales son indecisos y sus reflexiones, precarias, porque un cuerpo
corruptible pesa sobre el alma y esta morada de arcilla oprime a la mente con
muchas preocupaciones. Nos cuesta conjeturar lo que hay sobre la tierra, y lo
que está a nuestro alcance lo descubrimos con esfuerzo; pero ¿quién ha
explorado lo que está en el cielo? ¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú
mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu?
Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, así
aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría, fueron salvados.
Palabra de Dios.
Salmo
89, 3-6. 12-14. 17
R.
¡Señor, tú has sido nuestro refugio!
Tú haces que los hombres vuelvan al
polvo, con sólo decirles: “Vuelvan, seres humanos”. Porque mil años son ante
tus ojos como el día de ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. R.
Tú los arrebatas, y son como un sueño,
como la hierba que brota de mañana: por la mañana brota y florece, y por la
tarde se seca y se marchita. R.
Enséñanos a calcular nuestros años, para
que nuestro corazón alcance la sabiduría. ¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...?
Ten compasión de tus servidores. R.
Sácianos en seguida con tu amor, y
cantaremos felices toda nuestra vida. Que descienda hasta nosotros la bondad
del Señor; que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar la obra de nuestras
manos. R.
II
LECTURA
Filemón
tiene que aceptar un cambio en su vida, Onésimo en su vida, y por supuesto en
la vida de toda la comunidad: el esclavo ahora es hermano. Todo un proceso que
solamente desde la fe y desde el amor se puede realizar.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a Filemón 9b-10. 12-17
Querido hermano: Yo, Pablo, ya anciano y
ahora prisionero a causa de Cristo Jesús, te suplico en favor de mi hijo
Onésimo, al que engendré en la prisión. Te lo envío como si fuera una parte de
mí mismo ser. Con gusto lo hubiera retenido a mi lado, para que me sirviera en
tu nombre mientras estoy prisionero a causa del Evangelio. Pero no he querido
realizar nada sin tu consentimiento, para que el beneficio que me haces no sea
forzado, sino voluntario. Tal vez, él se apartó de ti por un instante, a fin de
que lo recuperes para siempre, no ya como un esclavo, sino como algo mucho
mejor, como un hermano querido. Si es tan querido para mí, cuánto más lo será
para ti, que estás unido a él por lazos humanos y en el Señor. Por eso, si me
consideras un amigo, recíbelo como a mí mismo.
Palabra de Dios.
ALELUYA Sal 118, 135
Aleluya. Que brille sobre mí la luz de
tu rostro, y enséñame tus preceptos. Aleluya.
EVANGELIO
Con
estas comparaciones Jesús quiere que atendamos nuestro deseo de seguirlo, que
no debe estar basado en un impulso del momento sino en un proyecto. Así como
quien tiene un proyecto de edificar una casa debe considerar muchas cosas, así
también nosotros para seguir a Jesús. ¿Y qué debemos tener en cuenta? Si somos
capaces de renunciar, de dejar aquello que nos impide seguir al Señor. Solo así
nos embarcaremos a una vida que debe transitar en medio de un mundo que parece
vivir de impulsos, sentimientos, cambios contantes de opciones y de ideologías.
En este contexto continuaremos siendo “los que siguen a Jesús”.
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 14, 25-33
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él,
dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su
padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y
hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz
y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar
una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con
qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y
todos los que lo vean se rían de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no
pudo terminar”. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta
antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra
él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos,
envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de
ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El que no renuncia a todos sus bienes no
puede ser discípulo mío
Los relatos evangélicos de los domingos
anteriores nos han ido preparando para esta revelación exigente de Jesús. No es
pues, una enseñanza arbitraria ni sorpresiva: tiene su lógica. Los humanos
vivimos envueltos en muchas experiencias, ahormados por muchas palabras e
ideas. Constituyen un universo de saberes y de valores. Y de alguna manera son
el sustrato de nuestra personalidad.
Jesús no desprecia esas coordenadas humanas.
Pero le importa que no naufraguemos en ellas. Y se propone a sí mismo como el
eje que las integra y las sublima.
Y no lo hace con discursos abstractos:
los razonamientos de Jesús son siempre muy concretos. Hoy le vemos elegir tres
experiencias muy concretas: la familia, la cruz y la lucidez.
La familia constituye el espacio natural
en que nacemos y nos desarrollamos. Pocas instituciones tienen un valor tan
alto. No obstante, Jesús no la absolutiza ni la banaliza. Las relaciones
familiares, que son un magnífico impulso para el crecimiento en libertad, a
veces son también una trampa que acaba oprimiendo a sus miembros. Es importante
ser lúcidos para liberarse y liberar.
La cruz es el símbolo del sufrimiento,
tantas veces inevitable. Pero la cruz de Jesús es algo más: expresa el
desprecio a quien es diferente, a quien con su modo de vivir y de obrar
cuestiona tantos convencionalismos, inercias y comodidades. Vivir como creyente
incomoda frecuentemente en la sociedad, e incluso en la Iglesia. Porque el creyente
es el que busca y arriesga. El que sabe, con todas las consecuencias, que Dios
está más allá de nuestras imágenes, nuestros discursos y de nuestras
religiones.
La tercera cosa concreta de la que habla
Jesús hoy es la lucidez. La lucidez es más que prudencia, que tantas veces es
nadar y guardar la ropa, como solemos decir. Para Jesús ser lúcido es actuar
con decisión. Y mantener los compromisos asumidos con uno mismo, con los demás
y con Dios.
En la familia, en la cruz y en la
lucidez están reflejados todos los bienes. Ser discípulo es estar dispuesto a
renunciar a ellos para que, en su bondad, no nos ahoguen; para que en su
ambigüedad, nos hagan libres para estar junto a Él y seguirle con fidelidad.
¿Cómo comprender todo esto?
El texto del libro de la Sabiduría que
hemos proclamado comenzaba preguntándose: ¿Qué hombre conoce el designio de
Dios, quién comprende lo que Él quiere?
No es una pregunta que hoy se hagan con
frecuencia los expertos en ética y en humanidad. Suelen interesarnos otras
cosas más próximas, prácticas y eficaces.
Y, no obstante, para quienes creemos en
un Dios amigo de los hombres e inquieto por nuestra felicidad, es una pregunta
insoslayable. El Espíritu que Dios derrama sobre nosotros fecunda la sabiduría.
Comprender lo que Él quiere tiene que ver con el sentido que damos a nuestra
vida, con la jerarquía de nuestros valores, con la inspiración de nuestras
acciones, con el discernimiento de lo que vamos logrando y de lo que a veces
olvidamos o traicionamos. En definitiva con nuestro crecimiento en lúcida y
responsable libertad.
Seguidores en una Iglesia que sigue a su
Señor
En el texto evangélico de hoy el
interlocutor de Jesús no es un “tu” individualizado, sino un “vosotros”
comunitario. El seguimiento no es un empeño individual, sino una experiencia
compartida. Los cristianos llamamos Iglesia al conjunto de los que creemos en
Jesús y le seguimos.
La Iglesia es, en efecto, una comunidad
de seguidores. Todo lo que ella hace debe tener ese trasfondo. Antes que
compartir una doctrina, obedecer unas normas, realizar unos ritos, nos une
haber descubierto a Jesús como camino, verdad y vida. Alguien que nos lleva a
los demás, como hermanos, pues todos somos hijos de su Padre.
Viene bien recordar estas palabras del
Papa Francisco en su Exhortación La alegría del Evangelio (151): “No se nos
pide que seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que
vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos
los brazos”. Es decir, una Iglesia que no se guarda para sí misma, sino que
sigue a su Señor.
ESTUDIO BÍBLICO.
El verdadero discípulo de Jesús tiene
que amar lo que él ama.
Iª
Lectura: Sabiduría (9,13-19): Con Dios, el hombre es más que los dioses.
I.1. Esta lectura del libro de la
Sabiduría forma parte de una reflexión de tipo filosófico y teológico, en que
el ser humano entra dentro de sí mismo para preguntarse por las cosas más
importantes: ¿qué es el hombre frente a Dios? La experiencia nos demuestra que
lo que hacemos y tocamos es frágil, pero intuimos que debe haber algo que no
fenece, el misterio de Dios. Para ello se necesita, no facticidades mecánicas,
sino Sabiduría para discernir lo que tiene sentido y lo que no tiene.
I.2. La debilidad humana no es un
misterio de negatividad, sino de necesidad de Alguien que nos busca. La
debilidad reclama salvación, ayuda, necesidad de Alguien a quien se le atribuye
la creación y la salvación. Esto que es obvio, solamente lo decimos o lo
aprendemos en la medida en que la vida se nos escapa de las manos. El deseo
natural de trascendencia, de cielo, es algo que llevamos en el corazón, y sólo
con sabiduría y espíritu lograremos que no muera nunca.
IIª Lectura: Filemón (vv. 9-10.12-17): La
libertad de ser cristiano
II.1. La segunda lectura es de la carta
a Filemón, un escrito muy breve de Pablo mientras estaba en prisión,
probablemente en Éfeso, hacia el año 55. Parece un escrito privado, sin
relevancia doctrinal, pero que, no obstante, revela un temática enteramente
cristiana. Mientras Pablo estaba prisionero, llega un esclavo, Onésimo, que
había huido de la casa de su patrón, Filemón. El esclavo se convierte y Pablo
entiende que ha adquirido con la libertad de los hijos de Dios, como se expresa
en Gal 4,19, su libertad social. Si vuelve a su amo, según el sistema de
entonces, debería sufrir un gran castigo. Pablo, sintiéndose responsable de su
libertad humana, pide la misma libertad social que ha adquirido el esclavo con
su conversión.
II.2. Este pequeño escrito puede ser
considerado como el manifiesto cristiano contra la esclavitud. Al cristianismo
se le ha acusado siempre de que no había hecho nada por abolir la esclavitud,
pero en cierta forma es injusto. Pablo, en pocas líneas, pide al “dueño” de un
esclavo que lo tenga como hermano. Es verdad que no hay una propuesta
“jurídica” para aquellos momentos ante el terrible problema de la esclavitud.
Pero aquí Pablo envía a Onésimo a su dueño Filemón, no para que se someta al
rigor jurídico de la esclavitud, sino al calor humano y teológico de ser libre,
por ser persona, por ser cristiano como Filemón y porque es hijo de Dios con
todas las consecuencias. Es verdad que se debería haber hecho más a través de
la historia del cristianismo contra esta lacra. Pero en la entraña misma del
evangelio la esclavitud está condenada.
Evangelio:
Lucas (14,25-33): ¡Radicalidad del Reino!
III.1. El evangelio de Lucas de hoy está
formado por otro de los conjuntos fuertes de su narración del viaje del profeta
hacia Jerusalén, como propuesta del verdadero discipulado y el seguimiento de
Jesús. No se nos oculta la dificultad que supone centrar todo el significado de
lo que se quiere decir y poner de manifiesto en este conjunto de dichos y
parábolas. La ruptura con la ideología familiar, que no con los sentimientos y
lazos familiares, (cf Lc 18,20), en principio no tiene nada que ver con la
parábola del que quiere construir una torre o con la del rey que debe ir a la
guerra. Estos textos están aquí reunidos por Lucas, aunque Jesús los
pronunciara en ocasiones bien distintas. Por lo mismo, Lucas pretende que una
cosa se entienda por la otra. Ha escogido dichos del famoso Evangelio Q (vv.
26-27; en Mt 10,37-38 están más suavizados al cambiar “odiar” por “amar… más
que”) sobre el odio familiar y la cruz. Finalmente ha rematado todo con el v.
33 sobre “renunciar a todos los bienes”, que es algo exclusivo de Lucas, aunque
redactado con el mismo tenor de los vv. 26-27 (tipo condicional de prótesis:
“si alguien viene a mí”… y apódosis: “no puede ser mi discípulo”). Las dos
parábolas de los vv. 28-32 ilustran un poco el empeño que hay que poner en
estas propuestas radicales. Lucas, pues, ha confeccionado un catecismo del
seguimiento y la identidad cristiana en este mundo que no deja lugar a dudas:
quiere impresionar y ser claro.
III.2. Quizás fueran necesarias algunas
explicaciones exegéticas para poder medir el alcance de este evangelio de hoy.
El hecho de que Mateo haya preferido “amar… más que a mí” (filéô… hyper eme) al
término “odiar” (miséô) que tenemos en Lc, denota que ha habido una corrección.
La mayoría de autores piensa que el tenor original, más semítico si cabe,
propio de los predicadores itinerantes que pusieron muy en práctica la vida de
Jesús, se ha mantenido en Lucas (también se usa “odiar” en el Evangelio de
Tomas 55 y 101). E incluso la mayoría piensa que Jesús nunca pudo demandar a
sus seguidores que odiaran a su padre, a su madre o a sus hermanos. Algunos
profetas itinerantes llevaron hasta el extremo la renuncia al estatus familiar
y hablaron de odiar, con todo el semitismo que ello comporta. Pero Jesús no
pudo pedir “odiar”, cuando había exigido amar incluso a los enemigos (cf Lc
6,27; Mt 5,44). Esto está hoy bastante bien asumido, sin que ello denote
“edulcorar” la radicalidad del Reino y del seguimiento de Jesús.
III.3. Desde luego, ser discípulo de
Jesús significa un valor absoluto como alternativa a todo proyecto de este
mundo e incluso familiar. Es verdad que la palabra odiar, en este caso al
padre, a la madre y a los hermanos, es un semitismo propio de trasfondo arameo
de las palabras de Jesús que ponen en evidencia la pobreza de ese vocabulario.
Por eso, muchos han traducido el odiar por "preferir". Efectivamente,
si alguien quiere ser discípulo de Jesús, pero prefiere las claves familiares,
los intereses de familias, la ataduras sociales y culturales de ese mundo,
entonces no puede ser un auténtico discípulo de Jesús. Las familias (en sentido
general y cultural) trasmiten amor; pero a veces las familias, los clanes, los
grupos, trasmiten otros valores muy negativos (incluso odio de unas familias
contra otras), que un discípulo de Jesús no puede asumir, ni respetar. Ese es
el sentido de saber y poder “llevar su cruz” siguiendo a Jesús. Es una ruptura
la que se propone. Por eso, el discípulo, como el hombre que construye una
torre, o el rey que debe ir a una guerra, debe clarificarse y evaluar lo que
pretende en el compromiso del seguimiento. Jesús propone una nueva forma de
vida, de sentimientos, de preferencias, que a veces suenan a escándalo, pero
así es el verdadero discípulo de Jesús y la radicalidad absoluta del evangelio.
Y no es precisamente odio lo que Jesús pide a los suyos, sino amor, incluso a
los enemigos.
III.4. Lucas ha sacado en conclusión de
todo esto lo que afirma en el v. 33: “quien no renuncia (apotássomai: se
separa) de todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” ¿Por qué? ¿quería
enseñar a odiar la riqueza o amar la pobreza? Pues ni una cosa ni la otra.
Jamás Lucas pide amar la pobreza en sí. Quiere que todo se ponga en común, como
señala en Hch 4,34, para que no haya indigentes entre los cristianos; o sea, la
razón de renunciar a los bienes es para que no haya pobres e incluso para que
haya justicia en el mundo. Es verdad que no debemos atenuar la fuerza del
texto, y la lectura que podemos hacer del evangelio tendrá distintos tonos
según el contexto cultural y social donde se viva. Debemos ser conscientes de
que la pobreza y la riqueza existen personificadas: hay ricos, pocos; y muchos
pobres. Pero hay bienes suficientes en el mundo para que todos tengan lo
necesario. El mundo es injusto por causa de los que aman las riquezas y el
poder; en muchos casos esos amores los trasmite la familia, el clan, el
entorno, los intereses de clase y de grupo. Ese mundo se desmorona ante la radicalidad
del Reino y de la vida de Jesús. Buscar la seguridad en los bienes de este
mundo es poner el corazón en aquello que nos aleja de Dios (ponerlo en Mammón,
el dios del dinero). La renuncia a la familia y a los bienes, tiene su lógica y
su espiritualidad profética. Supone, es verdad, un cierto escándalo: el
escándalo del reino de Dios.
III.5. Por tanto, el redactor del
evangelio de Lucas, como catequesis en su lectura de la tradición de Jesús a su
comunidad cristiana, ha sacado sus consecuencias prácticas: decidirse por Jesús
debe ser primordial. Y en momentos determinados de la vida, quizás en
situaciones límites o concretas, debemos preferir la radicalidad del evangelio,
que es la radicalidad del Reino de Dios (de la voluntad de Dios) a las imposiciones
religiosas, sociales y políticas de los “nuestros”. Eso no significa odiarlos,
pero no podemos tener problema de conciencia, en nombre del evangelio, de
“separarnos” (apotássomai) de su mundo y de sus imposiciones. Eso es lo que
debe significar hoy, sin duda, el “odiar”: separarnos de sus criterios, de sus
imposiciones injustas y de sus caprichos o de tradiciones ancestrales y
sagradas, a veces, que no se pueden mantener si no dignifican o liberan de
verdad. Esto, para la actitud de los cristianos en el mundo contra la
injusticia, la guerra, el mercantilismo o una globalización inmisericorde, debe
ser la verdadera alternativa de identidad. Si no lo hacemos, por no traicionar
el entorno de “los nuestros”, habremos perdido nuestra identidad como seguidores
de Jesús y de su evangelio. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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