“Hijo,
recuerda que recibiste tus bienes en vida”
El rico epulón y el pobre Lázaro es una
historia ejemplar, y, al igual que las parábolas, invita a la conversión y a
obrar bien. El obrar bien al que se refiere este relato es la justicia: tanto
das, tanto recibes. Ni más ni menos. Como la justicia no suele cumplirse en
este mundo, porque los poderosos imponen su propia ley y su poder, ha surgido
un sentimiento en casi todos los pueblos de que tiene que haber un más allá
donde un juez supremo dé a cada uno su justo merecido. Se desea y se espera que
este juez sabio, poderoso y ecuánime del otro mundo invierta los destinos o las
suertes de las personas, precisamente para restablecer la justicia: el que ha
sido pobre en este mundo, será rico en el otro; mientras que el que ha abundado
en la riqueza aquí, padecerá en el más allá una vida de tormentos y de
privaciones. La parábola es un ataque a las injusticias perpetradas en el mundo
por la distribución desigual de la riqueza, y, al mismo tiempo, una llamada a
que los ricos se decidan a repartir con todas las víctimas de la indigencia;
por la cuenta que les tiene.
Hasta aquí, en esta narración sobre la
justicia no hay nada específicamente cristiano. Historias similares a la del
rico epulón y el pobre Lázaro existen en otras culturas y en otras religiones.
Pero un cristiano ha oído, además de esas historias, la parábola del buen
samaritano y, sobre todo, la del hijo pródigo, en las que hay una superación de
la justicia: la gratuidad, la misericordia. Esto sí es específicamente
cristiano. En efecto, vemos que el hermano mayor de la parábola del hijo
pródigo se mueve en su diálogo con el padre únicamente en el plano de la
justicia: el que la hace, la paga; o lo que es lo mismo, a cada uno, según sus
méritos. Nada más. El Padre –y Jesús– dan un salto cualitativo y se sitúan en
el plano superior de la gratuidad. Ésta supera a la justicia, porque da
infinitamente más que recibe; es más, da sin esperar nada a cambio, cosa que no
sucede en la justicia. Nos preguntamos entonces: ¿es el Padre de Jesús y Padre
nuestro un Dios de la justicia o de la misericordia? Diríamos que de las dos,
porque la justicia no es algo opuesto a la gratuidad; es simplemente un escalón
inferior a la misericordia, de tal modo que el que practica la gratuidad no
puede de ninguna manera obrar injustamente. La gratuidad o misericordia incluye
a la justicia, aunque la supere. La gratuidad o misericordia es el máximo
escalón al que debe tender cualquier seguidor de Jesús. Pero, para ello, ha de
subir a ese peldaño desde la justicia. No puede saltárselo.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
profeta describe la vida de lujo sofisticado que se vivía en las capitales.
Estos placeres de unos pocos hacían un fuerte contraste con “la ruina de José”,
es decir, la calamitosa situación de la mayor parte del pueblo. El pecado no
consiste en tocar música, comer o beber. El pecado es regodearse egoístamente
sin compartir, en un momento en que el pueblo estaba pasando gran necesidad.
Lectura
de la profecía de Amós 6, 1a. 4-7
¡Ay de los que se sienten seguros en
Sión! Acostados en lechos de marfil y apoltronados en sus divanes, comen los
corderos del rebaño y los terneros sacados del establo. Improvisan al son del
arpa, y como David, inventan instrumentos musicales; beben el vino en grandes
copas y se ungen con los mejores aceites, pero no se afligen por la ruina de
José. Por eso, ahora irán al cautiverio al frente de los deportados, y se
terminará la orgía de los libertinos
Palabra de Dios.
Salmo
145, 7-10
R.
¡Alaba al Señor, alma mía!
El Señor hace justicia a los oprimidos y
da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos. R.
El Señor abre los ojos de los ciegos y
endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos. R.
El Señor protege a los extranjeros,
sustenta al huérfano y a la viuda y entorpece el camino de los malvados. R.
El Señor reina eternamente, reina tu
Dios, Sión, a lo largo de las generaciones. R.
II
LECTURA
Conservar
la fe no significa quietismo ni fosilización. Conservar la fe es vivirla alegre
y dinámicamente, sabiendo que todo en nuestra vida se orienta hacia el
encuentro definitivo con Jesucristo.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 6, 11-16
Hombre de Dios, practica la justicia, la
piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea el buen combate de la
fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual
hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de numerosos testigos. Yo
te ordeno delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y delante de Cristo
Jesús, que dio buen testimonio ante Poncio Pilato: observa lo que está
prescrito, manteniéndote sin mancha e irreprensible hasta la Manifestación de
nuestro Señor Jesucristo, Manifestación que hará aparecer a su debido tiempo el
bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y Señor de los señores, el
único que posee la inmortalidad y habita en una luz inaccesible, a quien ningún
hombre vio ni puede ver. ¡A él sea el honor y el poder para siempre! Amén.
Palabra de Dios.
ALELUYA 2Cor 8, 9
Aleluya. Jesucristo, siendo rico, se
hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza. Aleluya.
EVANGELIO
La
parábola nos lleva a una mirada introspectiva y a considerar cuántas riquezas
tenemos. Estas pueden ser bienes materiales o el tesoro que significa “tener
por padre a Abraham”, es decir, ser creyente. No es indispensable que optemos
por la pobreza extrema o nos embarquemos como misioneros a tierras lejanas.
Miremos con atención y, a la puerta de nuestra casa, hay algún hermano o
hermana esperando el pan cotidiano y la buena noticia del Evangelio.
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 16, 19-31
Jesús dijo a los fariseos: Había un
hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía
espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado
Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los
perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al
seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los
muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham,
y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía
a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua,
porque estas llamas me atormentan”. “Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que
has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él
encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros
se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí
no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”. El rico
contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también
caigan en este lugar de tormento”. Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los
Profetas; que los escuchen”. “No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si
alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”. Pero Abraham respondió:
“Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los
muertos, tampoco se convencerán”.
Palabra del Señor.
En la catequesis que hemos recibido
desde niños, se ha identificado "lo que dice" y narra esta historia
del rico epulón y el pobre Lázaro con "lo que realmente quiere
decir". Y se nos han enseñado como reales los que no son más que meros
elementos inventados para la construcción de la historia: la existencia y el
escenario del juicio después de la muerte, el cielo como premio y el infierno
de fuego como castigo, el diálogo de los muertos con los vivos, la
imposibilidad de arrepentimiento una vez que nos llega la muerte, etc. ¿Qué
podemos sacar nosotros hoy de "lo que quiere decir" esta historia
ejemplar?
Para un creyente cristiano, la persona
que hemos sido en nuestra historia engarza con la que seremos más allá de la
muerte
Ciertamente no será como nos lo narra la
parábola, donde se nos muestra a los personajes después de la muerte tal como
estuvieron en este mundo. Pero en la resurrección cristiana, el ser humano que
vivió cada uno en la propia historia no pierde su identidad, sino que la
realiza en plenitud. Es un salto prodigioso de la identidad histórica a la
identidad resucitada, sin el corte de la aniquilación de lo que hemos sido en
la vida.
Para un creyente cristiano, la
resurrección no minimiza en absoluto la vida que hemos ido construyendo en
nuestra historia, sino que le da suma importancia. La identidad resucitada no
se opone a la identidad histórica como el verdadero ser humano al aparente. La
humanidad resucitada se halla ya presente en la humanidad histórica como el
árbol se halla presente en la semilla. ¿Quién puede despreciar la semilla para
poner todo el acento en el árbol?
De ahí se deriva que para llegar a la
vida resucitada no vale construir en la historia cualquier tipo de persona. El
fruto que seremos depende de la semilla que ahora vamos siendo. ¿Da lo mismo
ser asesino que asesinado, ordenar masacres por intereses mezquinos que morir
inocentemente, acaparar injustamente riquezas que morirse de hambre, amar que
odiar, cultivar exquisitas relaciones de fidelidad que practicar el engaño, la
mentira y el fraude? Evidentemente, no. La razón de ello está en que el ser
humano tiene libertad para actuar, pero también responsabilidad de lo que se ha
hecho.
¿Cómo
será el ser humano resucitado?
Todas las culturas han diseñado cómo va
a ser nuestra vida después de la muerte. La parábola de hoy nos lo cuenta con
pelos y señales. Es una imaginación. Porque de la vida del más allá no tenemos
ni el más mínimo atisbo de experiencia, ni la ha tenido nadie. Lo que digamos
no son más que elaboraciones nuestras que las hacemos a la medida de cómo
vivimos aquí en la historia. La única actitud que cabe ante la vida resucitada
en la esperanza o expectativa radical.
La esperanza o la expectativa es una
mezcla de confianza, ilusión, deseo y temor. Ante la vida del más allá no cabe
otra esperanza o expectativa que no sea la radical, pues no se apoya en ningún
tipo de experiencia vivida por nadie. Aunque tengamos la tentación de hablar de
la vida del más allá y de describirla, lo única opción razonable es el silencio
y esa expectativa radical, que, aunque tiene bases racionales firmes para creer
en ella, no está exenta de serias y profundas dudas.
La expectativa exige un compromiso
activo con aquello que se espera. El futuro no llega si uno no se compromete en
su consecución. Y ya sabemos cómo Jesús esperó la resurrección:
comprometiéndose con los pobres, los despreciados, las mujeres, los
abandonados, hasta sufrir la muerte por ello.
Y
del infierno, ¿qué? ¿Es un escenario inventado en éste y en otros pasajes evangélicos?
Los predicadores modernos ya casi no
hablan del infierno, del juicio y de la condenación eterna. Después de una
enorme inflación de siglos de predicaciones amenazantes sobre la condenación
inminente, constatamos ahora un silencio, pero que no deja de ser un silencio
incómodo y hasta perturbador. Porque, aunque ya no se habla de ello, nos
seguimos preguntando: ¿quedarán impunes todas las injusticias, asesinatos,
exterminios, robos, violaciones, etc., sin que los autores reciban un castigo
reparador para sus víctimas? Acerca de la condenación eterna ofrecemos
brevemente una explicación (E. Schillebeeckx, O.P.) entre las muchas que puedan
existir. Es la siguiente. El Dios vivo se hace presente en nuestro mundo en la
fraternidad tal como la vivió y predicó Jesús. Es decir, de la vida de Dios
participa el que ama a los demás. Este vínculo vital con la vida de Dios en la
fraternidad cristiana no puede romperse ni ser aniquilado por la muerte, como
no lo fue con Jesús crucificado. En Jesús, Dios vence a la muerte para aquéllos
que como él viven en este mundo el reino del amor fraterno. Existe cielo porque
la vida de Dios, presente entre los hombres misericordiosos, se continúa
después de la muerte. ¿Y las personas malas, injustas, asesinas, ladrones,
etc.? Pues simple y llanamente están diciendo un no a vivir en nuestro mundo la
vida de Dios, que no tiene otra manifestación que la fraternidad como la
practicó Jesús. Esas personas malas han decidido libremente no tener en este
mundo vida de comunión con Dios en el amor a los demás. Lógicamente, también
están renunciando a una vida con Dios más allá de la muerte. Ésa es su
decisión. Para ellos, la muerte es el final de su camino. No habrá ninguna vida
(con Dios) más allá, porque tampoco la hubo en su historia terrenal. Han negado
el vínculo con la vida de Dios aquí, con lo cual también lo están negando para
después de su muerte. Los malos no tienen vida eterna. Su muerte es realmente
el final de todo, porque se han autoexcluido de esa vida con Dios.
A
Dios no se le acepta por la fuerza de pruebas prodigiosas
"No creerán ni aunque un muerto
resucite". ¿El muerto resucitado es Jesús? Podría ser, porque la
resurrección de Jesús no convence por la fuerza de la evidencia o por ser un
prodigio portentoso. Dios sólo es accesible por la fe, que no es otra cosa que
la seducción que siente quien se abre a que Dios invada su vida. Y esta vida de
Dios se manifiesta en este mundo en la fraternidad al modo de Jesús.
¿Fue
castigado el rico por sus riquezas o por su falta de caridad?
El evangelista Lucas, como judío, se
acuerda de que la Ley y los profetas invitan a la misericordia y prohíben la
ostentación orgullosa; como griego, recuerda asimismo las estimulaciones de esa
cultura a la moderación. Así pues, ¿el error del rico no consistió solamente en
haberse olvidado del pobre Lázaro, sino también en haber vivido con un lujo
excesivo? Desde la óptica cristiana no hay duda: los ricos son condenados por
no tener misericordia con los pobres. Mejor dicho, porque su enriquecimiento se
construye a costa del empobrecimiento de los más débiles. La riqueza puede ser
condenada por filosofías que hacen de la moderación un ideal de virtud. Pero
para los cristianos, no es la riqueza lo que se condena, sino el
empobrecimiento del que son víctimas muchas personas. Y lo son, a causa del
enriquecimiento de unos pocos.
Hoy el empobrecimiento tiene un mayor
alcance que en tiempos de Jesús, porque esta cultura ha convertido el dinero en
su valor supremo que invade, condiciona y caracteriza toda nuestra vida. La
vida nos sabe fundamentalmente a dinero, a mercancía. Por tanto al pobre se le
condena, además de al hambre, a la enfermedad y al analfabetismo, a ser el
mayor proscrito de una sociedad en la que el único sabor de la vida lo da el
dinero, la riqueza.
ESTUDIO BÍBLICO.
La
justicia, ahora, tiene que ver con nuestra felicidad futura
Iª
Lectura: Amós (6,1-7):
I.1. Una de las “invectivas” más fuertes
y acres del profeta Amós es ésta que se lee en este domingo y que nos recuerda
las situaciones más escandalosas de la sociedad de consumo. El profeta de la
justicia social sabe advertir contra aquellos que se refugian en un “boom
económico” como está viviendo en esos instantes el reino del Norte, Israel,
cuya capital, Samaría, era muy lujosa. Una sociedad de consumo es bien injusta
desde todos los puntos de vista: los ricos se hacen más ricos y los pobres más
pobres en la medida en que el lujo, el dinero, el poder, es sólo de unos pocos.
El profeta no callará.
I.2. Pero vemos que el profeta no pretende
pedir apretarse el cinturón ante una crisis que se avecina; el problema es más
de raíz: el pueblo elegido tiene que vivir según los criterios de Dios que pide
la justicia y la igualdad para todos. Su ideología no es la de un hombre
desfasado, sino la de aquél que siente que Dios no puede soportar la
irresponsabilidad humana. Llegará, como llegó, la crisis, la destrucción por
medio de la gran potencia Asiria. La injusticia trae destrucción; siempre ha
sido así. La conciencia crítica de los profetas es una alerta siempre
necesaria. Molestan nuestra comodidad, pero son imprescindibles para nuestra
conciencia adormecida.
IIª
Lectura: Iª Timoteo (6,11-16): Perseverancia en la fe, como confianza
El texto de la carta a Timoteo es una
llamada a la lucha por la fe. El hombre piadoso, religioso, sabe que en este
mundo, mantener la fe, no es fácil, porque las cosas de Dios y del evangelio no
se imponen por sí mismas. Otros dioses, otros poderes, roban el corazón de los
hombres y es necesario mantener la perseverancia. Pero esta virtud no es la
cerrazón en una ideología, sino la dinámica que nos abre al proyecto futuro de
Dios. Este mundo tiene que ir consumándose en la justicia, en la solidaridad,
en el amor...hasta que llegue la manifestación de la plenitud de Dios, que nos
ha revelado Jesucristo.
Evangelio:
Lucas (16,19-31): ¡Construyamos el cielo como Dios quiere, no el infierno!
III.1. El evangelio de Lucas cierra el
famoso capítulo social que el domingo pasado planteaba cuestiones concretas
para los cristianos, como el amor al dinero o a las riquezas y la actitud que
se debe mantener (Lc 16). Se cierra con la famosa parábola del pobre Lázaro y
el rico epulón, que es lo opuesto a la parábola con la que se abría el mismo.
El rico epulón es el motivo para poner de manifiesto, en la mentalidad de
Lucas, lo que espera a los que no son capaces de compartir sus riquezas con los
pobres. Y no ya solamente dando limosnas, sino que la parábola es mucho más
concluyente: la situación de Lázaro se produce por la actitud del que se viste
de púrpura y lino y celebra grandes fiestas. Esta narración parabólica da mucho
de sí para hablar, hoy más que nunca, de las diferencias sociales; del
empobrecimiento mundial, de la deuda que muchos pueblos del Tercer y Cuarto
mundo no pueden soportar. Y se hablará, incluso, del “infierno” que muchos se
merecen… Veamos algunos aspectos.
III.2. La culpabilidad del rico siempre
está en oposición a alguien que vive miserablemente y a quien él debería haber
sacado de ese mal. De ahí que la figura de Lázaro, el pobre, aparezca en toda
la narración como punto de referencia del rico, no solamente mientras están los
dos en este mundo, sino muy especialmente en el más allá. Cuando el rico vive
su situación de desgracia, ya irreversible según la ideología del texto, pide y
ruega que Lázaro le refresque su lengua con la punta de sus dedos (v. 24); o
que se le mande para que advierta a sus hermanos (v. 27). ¿Es un adorno
literario, pasivo, para confirmar lo que se ha definido en el v.25? Es mucho
más que eso. No intentemos definir el “infierno” al pie de la letra de la
narración, con llamas o algo así: ¡sería una equivocación teológicamente
imperdonable! Consideramos que se quiere poner el dedo en la llaga como
conciencia crítica expresada de una forma semiótica por la figura del pobre,
que tiene un nombre propio, a quien él debería haber liberado. Y es que la
riqueza en sí no es neutra, ni se recibe nunca como bien discriminatorio, como
muchos defendían en la mentalidad del judaísmo del tiempo de Jesús y del
cristianismo primitivo.
III.3. La acumulación de riquezas es
injusta; pero es más injusta todavía cuando al lado (y hoy, al lado, por los
medios de comunicación, son miles de kilómetros) hay personas que ni siquiera
tienen las migajas necesarias para comer. A nosotros nos parece que la
culpabilidad de los ricos (o de los pueblos ricos) que se comportan frente a
los miserables como el de nuestro ejemplo está absolutamente presente desde el
principio al final de la narración, y esto sin recurrir a una alegorización
excesiva de la misma. Pero no deja de ser curioso que el rico ni siquiera tiene
nombre. Es un rico sin nombre… ¡qué curioso!. En la parábola, por el contrario,
quien tiene nombre propio es Lázaro. No es eso lo que sucede precisamente en
nuestro mundo de relaciones sociales injustas. Los ricos salen en todos los
periódicos y hablan de ellos todas las revistas financieras y del corazón. Y
además, el rico sin nombre bien que sabe el nombre que tiene el pobre:
¡Lázaro!, signifique lo que signifique (Eleazar, en hebreo significa “Dios es
mi ayuda”). ¡Todo esto da que pensar en la parábola que Jesús ha inventado, no
solamente de una historia, sino de muchas historias reales!
III.4. El rico es culpable frente a
Lázaro, no frente a los pobres en general, que siempre puede ser una excusa;
frente a una persona con nombre propio que se ha encontrado en su vida. Eso,
desde luego, no quita que también se pueda hablar de la esperanza de los pobres
frente al Dios justo, aquí representado por Abrahán. El abismo, pues, entre los
ricos y los pobres, según Lucas quiere poner de manifiesto, puede y debe
cambiarse en el presente. El futuro se hace en el presente y quien sabe cambiar
su presente, cambia también el futuro. Este es el objetivo final también de la
narración sobre el rico epulón y el pobre Lázaro, como lo era del administrador
de la injusticia que supo repartir el dinero acumulado de su señor para hacerse
amigos; no se lo guardó para él. Pero los que usan las riquezas sólo para sí...
se están cerrando el futuro. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).