Bienaventurados
los pobres en el espíritu
Este cuarto domingo del tiempo
ordinario, como los demás entre el tiempo de Navidad y Epifanía y el tiempo de
Cuaresma, parece domingo de transición entre tiempos privilegiados o fuertes,
como si no tuviera una entidad en sí mismo. Sin embargo en este domingo la
lectura evangélica presenta el texto quizás más emblemático de los evangelios
sinópticos, el comienzo del Sermón de la Montaña según san Mateo, las
“Bienaventuranzas”. Emblemático y original. Original porque Jesús viene a “dar
plenitud”, desde este suave monte, donde la tradición coloca la escena, a la
ley que en el abrupto Sinaí entre nubes y truenos Yhavé dictó a Moisés. El
mensaje de Jesús no es una ley a la que someterse, que cumplir; sino un
programa para ser felices; es decir para que el ser humano consiga lo que más
desea, la felicidad. La originalidad está en dónde pone Jesús la felicidad. La
primera lectura y la segunda nos ponen ya en alerta: está en la humildad que
busca la justicia, la moderación; no en ser poderosos, ni aristócratas, ni eruditos…,
y por lo tanto en algo que hoy diríamos que no es lo correcto socialmente, que
no coincide con las expectativas que la persona humana suele fijarse para ser
feliz.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
1ª
LECTURA
El
Señor reconoce la voz y la vida de los pobres. Ellos son el testimonio de una
vida que no depende del consumo, ni de la ambición, ni del atropello hacia sus
hermanos. Estos pobres entregan su vida a Dios, el único que podrá responder a
sus clamores.
Lectura
de la profecía de Sofonías 2, 3; 3, 12-13
Busquen al Señor, ustedes, todos los
humildes de la tierra, los que ponen en práctica sus decretos. Busquen la
justicia, busquen la humildad, tal vez así estarán protegidos en el Día de la
ira del Señor. Yo dejaré en medio de ti a un pueblo pobre y humilde, que se
refugiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá injusticias ni
hablará falsamente; y no se encontrarán en su boca palabras engañosas. Ellos
pacerán y descansarán sin que nadie los perturbe.
Palabra de Dios.
Sal
145, 7-10
R.
Felices los que tienen alma de pobres.
El Señor mantiene su fidelidad para
siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor
libera a los cautivos. R.
El Señor abre los ojos de los ciegos y
endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos. El Señor
protege a los extranjeros. R.
Sustenta al huérfano y a la viuda; y
entorpece el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, reina tu Dios,
Sión, a lo largo de las generaciones. R.
II
LECTURA
“Cristo
es la fuerza de la Iglesia. Y por eso san Pablo escribiendo a los Corintios,
quiere responder a lo que ha motivado las divisiones de Corinto. Las divisiones
han venido, porque los cristianos ya pusieron sus ojos en la sabiduría de la
tierra; yo soy de Apolo, el gran predicador; yo soy de Cefas; yo soy de Pablo,
ya sólo se fijan en la elocuencia de los hombres.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 1, 26-31
Hermanos, tengan en cuenta quiénes son
los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando
humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios
eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo
tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y
lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse
delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por
disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en
santificación y redención, a fin de que, como está escrito: “El que se gloría,
que se gloríe en el Señor”.
Palabra de Dios.
ALELUYA Mt 5, 12ª
Aleluya. Alégrense y regocíjense, porque
tendrán una gran recompensa en el cielo. Aleluya.
EVANGELIO
“Si
alguno medita de una manera piadosa y conveniente, encontrará en este sermón
cuanto se refiere a las buenas costumbres y al modo perfecto de vivir
cristianamente. Por ello concluye así el sermón: ‘Todo aquel que oye estas mis
palabras y hace cuánto le digo, le compararé con un hombre sabio’” (san
Agustín, De sermone Domini, 1, 1).
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Mateo 4, 25—5, 12
Seguían a Jesús grandes multitudes que
llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la
Transjordania. Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus
discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles,
diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece
el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices
los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen
hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos,
porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque
verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos
de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a
ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean
insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en
el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Ser
feliz
Quede claro, Jesús quiere para cada ser
humano la felicidad. También para él. No podía ser de otra manera. Ya
Aristóteles había señalado que la actividad humana, el vivir de cada hombre
busca la felicidad. En esa tendencia se encaja el bien hacer y el bien ser, la
ética. Santo Tomás recoge esta enseñanza, y su programa ético parte de la
búsqueda de la felicidad propia de toda persona humana. El Catecismo de la
Iglesia nos lo recordará, la busca de la felicidad lo ha inscrito Dios en el
ser humano. Dicho de otra manera: Dios quiere que los seres humanos sean felices.
Y una felicidad que no podemos reservar para el cielo. Hemos de adelantar el
cielo, de manera imperfecta, por supuesto, ya aquí en la tierra. El mensaje no
es, pues, ser infeliz en la tierra para ser felices en el cielo y cuanto más
infelices aquí más felices allí.
Felicidad
humana
La felicidad es una utopía, no una
ilusión. Es ilusión, somos ilusos, nos olvidamos de cómo es nuestra condición
humana, nos engañamos, si prescindimos de nuestras limitaciones, nuestras
pulsiones no pocas veces inhumanas, y queremos aquí y ahora la felicidad plena,
como si en vez de seres humanos fuéramos seres angélicos. Es utopía, nunca se
alcanzará aquí la plenitud de la felicidad, pero vivir es caminar hacia ella,
día a día, superando lo que atenta contra lo que nos hace felices.
Es humana por otra razón esencial, nunca
puede consistir la felicidad en un modo de ser y actuar que contradiga lo que
nos constituye como seres humanos; por eso caminar hacia la felicidad, es
caminar hacia nuestra perfección humana: no podemos ser felices como lo es un
león matando y comiendo a la presa. No podemos ser felices aplastando al otro o
despreciándole o creyéndonos que todo tiene que estar en función de nuestros
instintos, placeres a costa de lo que sea. Tiene que ser una felicidad social,
que implique la felicidad del otro. El ser humano es esencialmente social, el
otro pertenece a su ser, - y así es social también la libertad-, porque social
es su vivir, es convivir, construyendo –realizando- su persona y construyendo
comunidad humana.
Somos
felices buscando más el ser que el tener
Con estas premisas es como tenemos que
entender las bienaventuranzas. Somos felices buscando más el ser que el tener,
la convivencia humilde y sencilla, que no el imponeros al otro. Nuestra
felicidad implica tener un corazón abierto para acoger, para ofrecerlo al que
nos necesita, miseri cor dare, tener misericordia. No podemos ser felices si
queremos, a costa de lo que sea, que no exista el dolor en nuestra vida, de
ningún tipo, y cuando llega no pretendemos procesarlo y encajarlo en ella sin
que nos la destroce; ni tampoco siendo indiferentes, troncos secos, ante el
dolor de los demás. Hemos de tener hambre y sed de justicia, es decir, así se
entiende la justicia en los textos bíblicos, de perfección humana, de
desarrollar lo que nos define como seres humanos: la búsqueda de la verdad, la
dimensión afectiva, el sentir a Dios en la vida… Seremos felices en la medida
que nuestro corazón esté limpio de odios, de envidias, de mentiras interesadas,
de pulsiones que nos degradan. Es decir, en la medida que nuestro interior no
es retorcido, sino transparente a nosotros mismos, al otro, a Dios. No podemos
poner la felicidad en la victoria sobre el otro, sino en la convivencia, sin
vencidos ni vencedores, en esforzarnos por la paz que nos hace seres humanos y
felices, y hace a los demás. En fin, y ésta última es la más “atrevida”, aunque
realista, sucedió con los verdaderos profetas: seremos felices aunque la
sociedad no entienda ese programa de vida que ofrecen las bienaventuranzas, se
nos desprecie por “infelices”, seres de otro mundo, no realistas; en concreto
por ponernos de parte del Evangelio, de modo que nuestra causa sea la de Jesús.
“Estad alegres y contentos” -dice la versión de san Mateo, “porque la
recompensa será grande en el cielo”; pero Lucas, en su versión, precisa, “estad
alegres ese día”.
Jesús
es el primer “bienaventurado”
Todo se resume en acomodar nuestra vida
al proyecto de ser humano que Jesús presenta en su Evangelio. Jesús es el
primer “bienaventurado”, fue feliz de acuerdo con el programa de las
“bienaventuranzas” que proclamó. Fue feliz porque realizó en sí la perfección
humana, “hombre perfecto y perfecto hombre”, que nos dice Gaudium et Spes,
ajustó su vida a lo que el Padre quería de él. Nosotros seremos incapaces de
conseguirlo por nosotros mismos, en nosotros existe lo inhumano, es decir, el
pecado; pero él lo sabe y vivió, murió y resucitó para ayudarnos a serlo.
ESTUDIO BÍBLICO.
Iª
Lectura: Sofonías (2,3-3,13): El "resto" del que nace lo nuevo
I.1. La primera lectura del día está
tomada, en textos cortados, del profeta Sofonías , quien actúa en tiempos del
rey Josías (640-609) y nos habla de un tema bien conocido: el “resto de
Israel”, de una nueva comunidad. Precisamente la reforma que comienza este rey
famoso de Judá, se cree que fue promovida, entre otros, por este profeta que
percibe la necesidad de insistir en la justicia, atacando el sincretismo
religioso o la idolatría cultual, así como los abusos de las autoridades. Pero
él prevé que tras la crisis, incluso del castigo que adivina, el pueblo debe
esperar la salvación. Y esta salvación debe llegar en un pequeño “resto”, el
grupo que siempre se ha mantenido fiel a Dios.
I.2. Describe este nuevo pueblo, este
resto, como pobre y humilde, que no debemos entender en sentido espiritual
exclusivamente, porque no podía ser esa la mente del profeta. Desde luego, el
nuevo pueblo, como núcleo, no podía salir de los poderosos, de los ricos e
influyentes, porque estos habían dejado a Judá en el mayor de los desastres
hasta que el profeta anima al rey Josías para la reforma. Es verdad que a este
pueblo pobre y humilde pueden pertenecer todos los que, con nuevos criterios,
renuncien al poder y a la injusticia. Así, pues, el texto de Sofonías viene a
preparar el mensaje de las bienaventuranzas, que es la clave de la Liturgia de
la Palabra de este día.
IIª
Lectura: Iª Corintios (1,26-31): Llamados desde la pequeñez
II.1. La lectura es de 1ª Corintios plasma
la situación social y humana de la comunidad de Corinto. Para poder entender
adecuadamente el texto debemos suponer lo que precede, todo aquello que dice
relación a la sabiduría de la cruz, a la locura con la que Dios quiere salvar
el mundo, que se leerá en otro momento (1 Cor 1,18-25): no con poder, sino con
lo que no cuenta, con el escándalo de la cruz. Pablo, pues, pretende refrendar
esta teología suya con lo que él sabe de la comunidad de Corinto: no se han
hecho cristianos los grandes filósofos y maestros, ni la mayoría de las
familias pudientes; al contrario, se han hecho cristianos los trabajadores de
los puertos, los de oficios bajos. Ese es el signo del camino con el que Dios
lleva adelante su proyecto.
II.2. La diatriba (1,20-25) con la que Pablo
quiere enganchar a la comunidad le lleva de la mano a que esa comunidad sea
capaz de enfrentarse a su propia realidad: ¿de dónde vienen? ¿quiénes son? ¿qué
esperan? Y podrán constatar que no hay muchos sabios, ni entendidos, ni
influyentes ciudadanos de la polis griega. En realidad la comunidad puede leer
la realidad viva de su pequeñez, de lo que no cuenta en este mundo tan cruel.
Por lo mismo, que no piensen desde las grandezas de este mundo. Su vocación, su
llamada es lo que es y así lo ha querido el Señor. Y es eso lo que les debe
enseñar que la “palabra de la cruz” es “poder de Dios” en la misma entraña de
esta comunidad de origen sencillo y humilde. No se trata solamente de un
planteamiento retórico, aunque este texto tiene mucho de “narratio”, sino de
una realidad pura y dura. La “teología de la cruz” es lo propio del
cristianismo y no puede pretender ser como otros grupos sociales en el mundo.
Eso sería desvirtuar su identidad.
Evangelio:
Mateo (5,1-12): Elegir el mundo de las bienaventuranzas como identidad
cristiana
III.1. El primer gran discurso del
evangelio de Mateo (5-7) es muy sintomático en la obra, por su estilo y por su
significado, pues se trata, nada más y nada menos, que del Sermón de la
Montaña. Hay una intencionalidad en presentar en esta “escuela judeo-cristiana”
la predicación de Jesús en esos famosos discursos (los otros son: cc. 10; 13;
18; 24-25), que recuerdan los cinco libros del Pentateuco (la Torah judía).
Pero ciñéndonos al texto de hoy, lo más relevante es el comienzo de este primer
discurso por las famosas “bienaventuranzas”. Eso quiere decir –en continuidad
con el texto elegido el domingo anterior-, que el reinado de Dios se asienta,
pues, sobre las bienaventuranzas. No debe caber la menor duda. Son fórmulas
clásicas de la tradición oriental y bíblica, como anuncio profético de cómo
debe ser el futuro. Por lo mismo, como Dios quiere reinar desde su voluntad
soberana, entonces debemos entender que en este texto se ha querido mostrar
cuál es la voluntad de Dios en su “reinado”.
III.2. Es casi unánime la opinión de que
el texto de las bienaventuranzas procede del “Evangelio Q” como a algunos gusta
llamarlo hoy. No podemos entrar ahora en detalles sobre Q, que está en plena
actualidad a la hora de acercarnos a las fuentes del Jesús histórico. [Quiero
citar dos estudios de síntesis muy al alcance de todos. S. GUIJARRO, Dichos
primitivos de Jesús. Una introducción al “proto-evangelio de dichos Q”,
Salamanca, 2004; A. VARGAS-MACHUCA (Coord.), La fuente “Q” de los evangelios,
Reseña Bíblica, n. 43, Otoño 2004, Verbo Divino, Estella (Navarra), en estos
dos estudios podemos encontrar información y la bibliografía de los últimos
años]. Esto ha de valernos como referencia puesto que hoy están casi resueltos
algunos pormenores: Q tuvo que ser un documento escrito; no eran simplemente
tradiciones orales que tenían a mano los profetas itinerantes; a pesar de sus
arameísmos, Q se escribió en griego; casi la totalidad de Q se conserva en los
evangelios de Mateo y Lucas (se deduce de los 230 versículos en común de ambos
evangelios); el orden original de Q está bien reflejado en el evangelio de
Lucas y es ese orden el que se usa para citar técnicamente el contenido de Q.
El texto de las bienaventuranzas lo tenemos en Lucas con un tono más escueto,
dialéctico, radical. No tienen ese carácter interiorista, casi de virtud a
conseguir, como en el caso de Mateo (Mt 5,3-11), sino que miran a la situación
externa y social de lo que se ve con los ojos y se palpa con las manos. En el
fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los
desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de
los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de
la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su
palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire
libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.
III.3. Es un discurso catequético; por
lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hace
con el Sermón de la Montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay
diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas
y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones; viene del hebreo hôy y
en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético)
como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que
en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas (Lc
6,20-23). Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones
muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación
de simplificar y de ir a lo más concreto.
III.4. En definitiva, el evangelio de
Mateo (5,1-12), concretamente las bienaventuranzas, es la expresión de la
mentalidad de Jesús de cómo debemos entender la llegada del Reino de Dios. ¿Son
una utopía que propone Jesús, sin visos de realidad? Esa sería la respuesta fácil.
No obstante, las utopías (lo que está fuera de los normal), no se proponen para
soñar sino para vivir con ellas y desde ellas. La ética de las
bienaventuranzas, pues, requiere nuestra praxis. Jesús habla así, no solamente
porque soñaba, sino porque las vivía desde su propia experiencia personal y
desde ahí sentía la fuerza de Dios y del evangelio con el que se había
comprometido. Lo importante es su mensaje, que no puede ser distinto de algo
así: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres, y piensa y vive desde
ese mundo para liberarlos. Así debemos entender la primera aproximación al
mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad
teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los limpios de
corazón, de los perseguidos por la justicia, de los que hacen la paz, donde
Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere ni puede revelarse en el mundo de
los ricos, del poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de
escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria
eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios
inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado,
perseguido, calumniado y empobrecido. Y por ello ¿dónde debemos estar los
cristianos? En el mundo del no-poder, que es el de las bienaventuranzas.
III.5. Podemos añadir algo que nos
parece muy pedagógico e imprescindible y que tiene que ver con la praxis misma
de las bienaventuranzas. J. Mateos traducía la primera bienaventuranza de la
siguiente forma “los que eligen ser pobres porque esos tienen a Dios por rey” y
así lo plasma en su edición del NT. Lo justificaba (cf El Evangelio de Mateo.
Lectura comentada, Cristiandad, Madrid, 1981) muy acertadamente, porque, en
definitiva, no se puede ser “pobre de espíritu” o “en el espíritu” buscando
simplemente una interioridad, sino que la opción por la pobreza frente a la
riqueza es un reto frente a este mundo de competencia y de injusticia. Pero
deberíamos decir, ya un poco fuera de la literalidad del texto y de la
posibilidad de la traducción, que esta “opción” de “elegir” debe ser la tónica
de todas las bienaventuranzas de Mateo. Y esto es lo que los cristianos deben
“elegir” para ser solidarios con los que viven esas situaciones reales. Porque
las bienaventuranzas de Jesús se inspiran en la situación inhumana que viven
muchos hijos de Dios y es en ese mundo de las bienaventuranzas donde Dios se
siente el Dios vivo, el Dios de verdad. Por eso los seguidores de Jesús debemos
“elegir”, como opción radical, ese mundo de las bienaventuranzas para que la
fuerza liberadora del evangelio cambie ese mundo. (Fray Miguel de Burgos Núñez,
O. P.).