PASCUA
Resucitados con Cristo
La
experiencia de la Pascua se vive siempre con otros, en comunidad, en cada gesto
de afecto, de esperanza, de ayuda, en cada momento que damos y recibimos vida.
En cada morir para tener una vida más vida -para nosotros, pero especialmente
para los demás-, se hace presente el Dios de la vida que resucitó a Jesucristo
En cada uno de esos momentos estamos haciendo presente la Pascua, el paso del
Señor, la Resurrección de Jesucristo que esta mañana celebramos.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA
I
LECTURA
Podemos
repetir con Pedro: “nosotros somos testigos de todo esto”, porque
experimentamos la presencia del Resucitado que sigue haciendo el bien allí
donde se proclama su nombre. Porque constatamos que con él los oprimidos son
liberados. Porque comemos y bebemos con él en cada mesa donde los creyentes nos
reunimos.
Lectura
de los Hechos de los Apóstoles 10, 34a. 37-43
Pedro, tomando la palabra, dijo:
“Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea,
después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con
el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a
todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en
Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo
resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo,
sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y
bebimos con él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y
a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los
profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el
perdón de los pecados, en virtud de su Nombre”.
Palabra de Dios.
Salmo
117, 1-2. 16-17. 22-23
R.
Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es eterno su amor!
R.
La mano del Señor es sublime, la mano
del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el
Señor. R.
La piedra que desecharon los
constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es
admirable a nuestros ojos. R.
II
LECTURA
La
levadura, por su poder de transformación, tiene un doble simbolismo. Adquiere
valor positivo cuando es figura del Reino que leuda toda la masa. Pero también
tiene un valor negativo si se refiere al pecado que se multiplica y contagia
todo. Haciendo una lectura simbólica del pan ázimo –pan sin levadura– Pablo nos
exhorta a que no permitamos que fermente el pecado. Por el contrario, vivamos
una Pascua pura.
Lectura
de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 5, 6b-8
Hermanos: ¿No saben que “un poco de
levadura hace fermentar toda la masa”? Despójense de la vieja levadura, para
ser una nueva masa, ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura. Porque
Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua,
no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin
levadura de la pureza y la verdad.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
(Debe
decirse hoy; en los días de la octava, es optativa).
Cristianos, ofrezcamos al Cordero
pascual
nuestro sacrificio de alabanza.
El Cordero ha redimido a las ovejas:
Cristo, el inocente,
reconcilió a los pecadores con el Padre.
La muerte y la vida se enfrentaron
en un duelo admirable:
el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora
vive.
Dinos, María Magdalena,
¿qué viste en el camino?
He visto el sepulcro del Cristo viviente
y la gloria del Señor resucitado.
He visto a los ángeles, testigos del
milagro,
he visto el sudario y las vestiduras.
Ha resucitado Cristo, mi esperanza,
y precederá a los discípulos en Galilea.
Sabemos que Cristo resucitó realmente;
tú, Rey victorioso, ten piedad de
nosotros.
ALELUYA 1Cor
5, 7-8
Aleluya. Cristo, nuestra Pascua, ha sido
inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua. Aleluya.
EVANGELIO
(En
esta Misa, en lugar del Evangelio aquí señalado, se puede tomar el de la
Vigilia Pascual, Mt 28, 1-10 y en las misas vespertinas se puede leer Lc 24,
13-35).
En
este discípulo sin nombre que corre rápido, que ve y cree, tenemos presentado
el ideal de discípulo. Podemos poner nuestro nombre en este pasaje. Nosotros no
vemos a Jesús con los ojos del cuerpo físico, pero creemos. Y sostenemos
nuestra fe recordando sus palabras. La Pascua nos renueva en el fervor de
nuestro discipulado.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, de
madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio
que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro
discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor
y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron
al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más
rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en
el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en
el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había
cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar
aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él
también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él
debía resucitar de entre los muertos.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS
Existe la posibilidad de que vivamos la
Pascua, la celebración y la experiencia de la muerte y la Resurrección de
Jesucristo, como algo extraordinario, fuera de lo normal, fuera de lo diario y
cotidiano de nuestra vida, como algo que celebramos, vivimos y disfrutamos
exclusivamente en estos días de nuestra liturgia, sin que se haga presente en
nuestra cotidiana vida diaria.
Y es que a veces se convierten estos
días del Triduo Pascual que terminamos este Domingo de Resurrección, en algo
así como los fuegos artificiales, que son luz, pero no son la luz de cada día,
sino luces de fiestas y de días especiales: ruido y espectáculo de días que se
salen de lo ordinario, pero incapaces de iluminar realmente. Pueden
convertirse, como los fuegos artificiales, en algo fugaz, en algo que se ve, se
disfruta, se celebra, pero que ahí se queda, ahí se acaba, para volver a lo que
hacíamos antes, a nuestras ocupaciones de cada día sin que haya supuesto nada
más hondo que ver en el cielo luces de colores.
Y sin negar que la Semana Santa son días
especiales, a veces, y por desgracia, se queda en eso, en una especie de
paréntesis de nuestra vida, y no, como debería ser para el cristiano, una
vivencia de cada día, por la que cada día cobra sentido. Una experiencia
profunda que nutre de vida nuestra vida.
Y la Pascua es, o debería ser, de todo
menos algo fugaz. La Pascua es la experiencia de la vida y de la salvación, de
la esperanza sobre todo dolor y sobre toda injusticia. El encuentro con el
Resucitado de la Pascua, como a los apóstoles y a María Magdalena -la primera
predicadora de la Resurrección como nos cuenta el pasaje del Evangelio de San Juan
que hoy leemos-, nos abre los ojos para ver la realidad de la existencia desde
otra perspectiva, es capaz de transformar nuestra manera de mirar y ver,
nuestra manera de estar, nuestra manera de vivir. La Pascua tiene en verdad la
capacidad de transformar nuestra vida, como nos narra la lectura de los Hechos
de los Apóstoles que sucedió con ellos, sacándonos de lo conocido, de nuestra
vida tal cual la conocíamos, para lanzarnos sin miedo a transformar nuestro
mundo.
Pero esa experiencia no es algo que simplemente
se ve, y además no es algo que solamente sea puntual, momentáneo y fugaz. En
ningún momento del evangelio de esta mañana se dice que vieran al resucitado,
lo que dice es que al ver las vendas y el sudario, creyeron... y es que la
experiencia del Resucitado es algo que nace de los ojos de la Fe, de quien ha
dado su confianza a una persona y una comunidad, es una experiencia de otro
orden al puramente físico y sensorial.
De nuevo frente a los fuegos
artificiales, la luz de la Pascua es bastante más difícil de descubrir. No
atruena, no deslumbra, no es un espectáculo de miles de personas, es más bien
algo sencillo, algo que se da en lo pequeño, algo sutil marcado por indicios y
detalles, pero que no se impone a nadie. Requiere, más bien, el estar abierto,
dispuesto, en búsqueda, a la espera. Casi que con prisa y necesidad de algo –el
evangelio de hoy está lleno de carreras, de ansiedad y necesidad-. Es una
lógica distinta a la del mundo ordinario la que domina en la experiencia de la
Pascua. Es una lógica de confianza, de amor, de sentido, de experiencia, de
urgencia también. No puede encontrarse con el Resucitado quien no le haya
escuchado en su palabra antes, quien no haya buscado en el mensaje del
evangelio la buena nueva de Dios para el mundo.
La experiencia de la Pascua pues se vive
siempre con otros, en comunidad, en cada gesto de afecto, de esperanza, de
ayuda, en cada momento que damos y recibimos vida. En cada morir para tener una
vida más vida -para nosotros, pero especialmente para los demás-, se hace
presente el Dios de la vida que resucitó a Jesucristo. En cada uno de esos
momentos estamos haciendo presente la Pascua, el paso del Señor, la
Resurrección de Jesucristo.
Es por eso que la experiencia profunda y
real del Resucitado transforma a quien la tiene, siendo un mucho más que un
mero momento, fugaz y puntual. Y precisamente por eso, porque no es fugaz,
tiene su recorrido en el tiempo, siendo capaz de cambiar y transformar vidas,
siendo capaz de traernos a nosotros nuestra propia Resurrección. Igual que en
cierta manera, en la cruz de Cristo estamos todos crucificados, en la
Resurrección de Jesucristo, de algún modo, resucitamos todos.
Lo bueno del Tiempo Pascual que hoy
comenzamos es que tenemos cincuenta días para tratar que no sean meros fuegos
artificiales lo vivido, cincuenta días hasta Pentecostés para tratar que esa
experiencia de resurrección tome cuerpo, se haga parte de nosotros, sea motor y
guía de nuestro día a día, para que no sean meras luces brillantes de muchos
colores y mucho ruido, para que la luz profunda de Jesucristo resucitado se
interiorice y nos empuje en el caminar. Cincuenta días que sean comienzo, nueva
savia para una vida nueva que brota cada Semana Santa.
ESTUDIO BÍBLICO
Hoy la Iglesia celebra el día más grande
de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia,
una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de
Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo
que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino.
De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se
revela en nuestra propia resurrección.
1ª
Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección
I.1. La 1ª Lectura de este día
corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42),
una familia pagana ("temerosos de Dios", simpatizantes del judaísmo,
pero no "prosélitos", porque no llegaban a aceptar la circuncisión)
que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva
en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es
conocido en el libro de los Hechos como el "Pentecostés pagano", a
diferencia de lo que se relata en Hch 2, que está centrado en los judíos de
todo el mundo de entonces.
I.2. Pedro ha debido pasar por una
experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una
visión (Hch 10,1-33) tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa
en todo este relato es "divina", del Espíritu, que es el que conduce
verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.
I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su
judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos con
objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo
lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del
Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues,
se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos
judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al
judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como
sucedió con los *helenistas+. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2)
se debía poner en práctica.
I.4. Con este discurso se pretende
exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la
novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la
resurrección.
I.5. El texto de la lectura es,
primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva
comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos.
La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como
las experiencias pascuales en las que los discípulos *conviven+ con él, en
referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en
la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la
fuerza de la Resurrección del Crucificado.
I.6. Es un discurso de tipo kerygmático,
que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.
2ª
Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo
II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto
bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal,
que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros
catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no
estuviera muy desarrollada esta liturgia.
II.2. El texto saca las consecuencias
que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de
la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues,
nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro.
II.3. Pero no es futuro solamente. El
bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto de
gran expresividad en las teología paulina "syn-ergeirô"= "resucitar
con". Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya en los
cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos
siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos
escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe
adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio
de las miserias de este mundo.
II.4. El autor de Colosenses,
consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante
este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la
mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto
de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en Romanos, que por
el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no
es algo solamente para el final de los tiempos.
II.5. Esto es muy importante resaltarlo
en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una
actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no
nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro
no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a
este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el
único que puede hacernos eternos.
III.
Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo
verdadero
III.1. El texto de Juan 20,1-9, que
todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a
María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su
silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no
está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para
siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la
resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección,
pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el
simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no
olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión
extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado
como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más
íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.
III.2. La figura simbólica y fascinante
del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto
evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la
noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y por eso es
conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto,
como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde
la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace
comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a
Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia
entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.
III.3. La fe en la resurrección, es
verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda
que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata
de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y
de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para
alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha
destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como
negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios
que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida
nueva para cada uno de nosotros.
III.4. Por eso, creer en la
resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer
también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser
algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para
lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie
puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia
existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la
primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de
nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre
tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La
muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio
del Dios que Jesús defendió hasta la muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O.
P.).
¡Feliz Pascua,hermanos!
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