“Ha
llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”
Unos griegos se acercan a uno de los
discípulos y piden la oportunidad de poder conocer a Jesús. Felipe habla con
Andrés y ambos le cuentan a Jesús. He aquí, una interpelación para nosotros hoy.
¿Estamos atentos, los cristianos, a las personas que nos piden conocer a Jesús?
¿Cómo acogemos las preguntas, las dudas, las curiosidades, las inquietudes de
la gente respecto a Jesús? ¿Acuden las personas a nosotros, los cristianos, con
ese deseo? Si la respuesta es negativa, debemos cuestionarnos seriamente. Y si
la respuesta es positiva, debemos seguir respondiendo con franqueza a las demás
preguntas. La Palabra siempre nos interpela y exige nuestra respuesta honesta.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
“Dios
metió su ley en nuestro pecho, la escribió en nuestros corazones. ¿Qué pasó, no
sabemos leer? ¿Se ha borrado todo lo que Dios escribió? Dios firmó un pacto
(alianza) con nosotros, ¿nosotros hemos firmado?, ¿cumplimos lo que hemos
firmado? … Vivimos tiempos de reflexión, cambiemos paradigmas, vivamos con
Dios”
Lectura
del libro de Jeremías 31, 31-34
Llegarán los días –oráculo del Señor– en
que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No
será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la
mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron,
aunque yo era su dueño –oráculo del Señor–. Esta es la Alianza que estableceré
con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi
Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos
serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al
otro: “Conozcan al Señor”. Porque todos me conocerán, del más pequeño al más
grande –oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me
acordaré más de su pecado.
Palabra de Dios.
Salmo
50, 3-4. 12-15
R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y
purifícame de mi pecado! R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y
renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni
retires de mí tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu camino a los impíos y los
pecadores volverán a ti. R.
II
LECTURA
Jesús
es modelo de fe para nosotros. Su dolor no lo alejó de Dios ni lo llevó a la
amargura o la desesperación. Podemos incorporar el dolor a nuestra vida, desde
la fe y la entrega a nuestro Padre.
Lectura
de la carta a los Hebreos 5, 7-9
Hermanos: Cristo dirigió durante su vida
terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquel que podía
salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era
Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa
obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de
salvación eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
Versículo Jn 12, 26
“El que quiera servirme, que me siga, y
donde yo esté, estará también mi servidor”, dice el Señor.
EVANGELIO
Hermosa
“cadena”: los griegos se acercaron a Felipe, este va a contárselo a Andrés, y
los dos van hacia Jesús. Así hemos de obrar cuando algún hermano busca la
verdad, la paz y la vida sana y de fe. Debemos ir nosotros con él hacia Jesús
sin poner frenos. Seremos los mediadores, los que llevemos del brazo a quienes
busquen algo más que su propio bienestar.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 12, 20-33
Había unos griegos que habían subido a
Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de Pascua. Estos se acercaron a
Felipe de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”.
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les
respondió: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo;
pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el
que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi
servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está
turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para eso he llegado a
esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo:
“Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. La multitud, que estaba
presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha
hablado un ángel”. Jesús respondió: “Esta voz no se oyó por mí, sino por
ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este
mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra,
atraeré a todos hacia mí”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Señor,
queremos ver a Jesús
En este camino cuaresmal, la liturgia
nos propone un texto del evangelista Juan que nos presenta a unos personajes
poco comunes en los relatos evangélicos: unos griegos. De hecho, es la única
vez que aparecen relacionándose con los discípulos. En otro pasaje solo se
alude a ellos, como los que viven en la diáspora, lejos de Jerusalén (Jn 7,
35). Sabemos que estos griegos, en realidad eran judíos que vivían en la
diáspora, es decir, fuera de Jerusalén y que era costumbre que subieran a
Jerusalén para las fiestas más importantes como la Pascua, la fiesta de las
tiendas, pentecostés, etc. Es muy interesante este detalle ya que nos invita a
pensar que el cristianismo se había expandido por muchas regiones del imperio
romano en la época en que escribe Juan.
Los griegos se acercan a uno de los
discípulos y piden la oportunidad de poder conocer a Jesús; Felipe habla con
Andrés y ambos le cuentan a Jesús. He aquí, una interpelación para nosotros
hoy. ¿Estamos atentos, los cristianos, a las personas que nos piden conocer a
Jesús? ¿Cómo acogemos las preguntas, las dudas, las curiosidades, las
inquietudes de la gente respecto a Jesús? ¿Acuden las personas a nosotros, los cristianos,
con ese deseo? Si la respuesta es negativa, debemos cuestionarnos seriamente. Y
si la respuesta es positiva, debemos seguir respondiendo con franqueza a las
demás preguntas. La Palabra siempre nos interpela y exige nuestra respuesta
honesta.
El Evangelio no nos cuenta cómo fue el
encuentro de Jesús con ellos ni qué les dijo, simplemente sigue con el discurso
anterior que venía narrando; pero podemos suponer con toda probabilidad que
Jesús les recibió, les escuchó; los griegos le harían preguntas; dialogarían y
pasarían un buen rato juntos, como es el estilo del Jesús joánico. (cf. Jn 1,
36-40)
Morir
para dar vida
Las misteriosas palabras de Jesús sobre
el grano de trigo, la muerte, la vida, los frutos, el servidor, la
glorificación, la hora, son referidas a él mismo, como nos lo dice el
evangelista al final del texto que hemos leído. En estas palabras Jesús anuncia
su muerte, que para Juan es la glorificación. Muerte que es necesaria para dar
fruto como lo muestra el ejemplo del grano de trigo: Jesús es el grano de trigo
que muere para dar fruto. Igualmente, el que está aferrado a esta vida, la
terminará perdiendo. Parece paradójico, pero la propuesta del Evangelio hoy nos
invita a cuestionarnos seriamente sobre cómo estamos viviendo esta vida, que
está llamada a morir para dar fruto. Ya la liturgia nos prepara para celebrar
la culminación del tiempo cuaresmal que será precisamente la Pascua, la de
Jesús y la nuestra que solo tendrá sentido cristiano si nos entregamos como él,
para dar fruto abundantemente (cf. Jn 15, 1-10)
Jesús anuncia la forma en que iba a
morir al decir que atraerá a todos hacia él cuando sea elevado, es decir,
cuando sea colgado en la cruz. La hora del hijo es justamente su muerte que es
al mismo tiempo, su glorificación. La cruz se convierte así en el “trono” donde
reina Jesús sobre el mundo. La muerte en el Evangelio de Juan no es trágica, ni
triste, sino es triunfal, es gloriosa; esta es la perspectiva de la vida eterna
y verdadera que trae Jesús. Desde esta perspectiva también deben mirar los
seguidores de Jesús, que están dispuestos a perder la vida para luego ganarla
verdaderamente como el maestro: Jesús que vino a darnos vida eterna, abundante,
plena con su entrega hasta el fin.
Las palabras del evangelio, hoy nos invitan
a no estar tan aferrados a nuestra vida, a nuestros intereses, nuestros
problemas y pre-ocupaciones, etc. sino en entregarnos, es decir, a “morir” a
nosotros mismos, para así dar vida a los demás. No se trata tanto de hacer
grandes cosas ni sacrificios heroicos sino simplemente aceptar con toda su
densidad y profundidad la misión que cada uno y cada una tenemos en esta vida,
cada quien según la decisión que ha tomado de ser seguidor y discípulo de
Jesús.
¿Qué significa para mi hoy morir como el
grano de trigo? ¿Estoy dispuesto a ser un seguidor de Jesús hasta dar la vida
por los demás? ¿A qué cosas, personas o situaciones vivo aferrado? ¿Qué le
respondo hoy a las palabras de Jesús?
La
nueva alianza en Jesús: Dios siempre cumple
La profecía de Jeremías que anunciaba
una nueva alianza que Dios realizaría con su pueblo se cumple plenamente en
Jesús, quien, al ser glorificado, es decir, elevado en lo alto de la cruz,
atrae a todos hacia él y nos ofrece la salvación. Es precisamente esto lo que
celebraremos al final del camino cuaresmal: la redención plena y la salvación
para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos en Jesús; que según la
carta a los Hebreos, aun siendo Hijo aprendió a obedecer llegando a la muerte y
una muerte de cruz. Es la máxima donación de Dios al género humano.
Gracias a esta Nueva Alianza hecha
realidad en la entrega de Jesús, Dios ya no se acuerda de nuestros pecados ni
de nuestras culpas. Al mismo tiempo que clamamos con el salmista “ten piedad,
de mí, Señor y por tu inmensa ternura, borra mis pecados”.
Una consecuencia de esta nueva alianza
es el conocimiento que Dios mismo pondrá en nuestros corazones para que podamos
vivir como su pueblo, ya que Él es nuestro Dios. El mismo pone en nuestros
corazones este conocimiento. Sería bueno preguntarnos honestamente: ¿Cómo vivo
esta nueva alianza realizada en Jesús? ¿Cómo estoy viviendo mi compromiso
cristiano como parte del nuevo pueblo de Dios? ¿Cómo co-respondo yo a este
inconmensurable amor de Dios que siempre cumple sus promesas?
ESTUDIO BÍBLICO.
I
Lectura: Jeremías (31,31-34): Dios nos renueva
I.1. El texto de Jeremías está inserto
en un bloque literario y teológico que se ha llamado el «libro de la
consolación» (Jr 30-33); y concretamente el de nuestra lectura litúrgica es una
de las afirmaciones más rotundas del AT sobre la necesidad de una alianza
nueva. Jeremías fue un profeta que le tocó vivir la situación más dramática de
su pueblo (los babilonios estaban a las puertas de Jerusalén para destruirla) y
al que la vocación de ser profeta no le vino precisamente como anillo al dedo,
sino que fue lo más contrario a su alma («no quería arrancar para plantar»). La
lectura del profeta Jeremías, en estos términos, se muestra como si solamente
se hubiera empeñado en «arrancar», pero no en «plantar». No obstante, este
libro de la consolación es una llamada a la esperanza y nuestro texto el cenit
teológico de esa esperanza contra toda esperanza. El texto de hoy viene a continuación
de una llamada a la responsabilidad personal (Jr 31,29-30) para poner de
manifiesto que aunque cambien las cosas Dios mantendrá su promesa de salvación.
I.2. Por tanto, Dios, a pesar de todo,
no se echa atrás, sino que está dispuesto a poner la Alianza en el corazón de
cada uno de nosotros; es una forma de comprometerse más profundamente en su
proyecto de salvación. Es una llamada a la responsabilidad más personal, pero
sin descartar el sentido comunitario de todo ello, porque todos los que sientan
esa Alianza en su corazón, se sentirán del pueblo, de la comunidad del Dios
vivo y verdadero. El problema de una alianza nueva podría parecer un atentado
al “dogma” de la Alianza del Sinaí, donde Israel encontró su identidad. Pero ya
se sabe que los dogmas los usan los poderosos para ocupar el lugar de Dios y
para cosas peores. Al pueblo sencillo lo pueden engañar, pero a un profeta no,
porque siempre está alerta a la voz de Dios. Por eso el profeta, con este
mensaje, no solamente le concede a Dios toda su autonomía y libertad, sino que
con ello defiende al pueblo para que también se sienta libre. La ley del
corazón quiere decir que es una “ley humana” lo que Dios pide, humana y a la
par con nuestras debilidades.
I.3. El profeta describe esta nueva
situación como algo que antes ha echado muy en falta, un nuevo “conocimiento de
Dios” (cf Jr 2,8; 4,22; 9,2), por tanto la nueva Alianza no estará en ritos y
ceremonias o sacrificios nuevos, sino en una “experiencia” nueva de Dios: más
humana, más entrañable y misericordiosa que se sienta en el corazón y que se
exprese en la praxis de la justicia y la fraternidad con los que han sido
ignorados. Poner en el corazón “leb” (en hebreo), tiene mucha entraña y
radicalidad en los profetas; es lo que el cerebro para la antropología actual,
porque todo se mueve desde ahí. Pero es más que el cerebro: tener corazón o no
tenerlo, todos sabemos lo que significa al nivel más popular; a nivel bíblico
es como tener espíritu, alma o no tenerla. La ley, sin alma, esclaviza; con alma
libera. El profeta está hablando, pues, de una Alianza que estará plasmada en
la experiencia más profunda y humana de Dios en cada uno de los suyos.
II
Lectura: Hebreos (5,7-9): Cristo, sacerdote solidario de la humanidad
II.1. Nuestra lectura forma parte de una
sección que, comenzando en Heb 4,15, nos muestra a Jesucristo como Sumo
Sacerdote. Esta carta tan peculiar del Nuevo Testamento, que no es de San
Pablo, aunque durante mucho tiempo se la atribuyó la tradición, nos ofrece en
este caso una teología del papel de Jesucristo. El sacerdocio de Jesús, no
obstante, tiene la innovación de no heredarse (como el de Melquisedec), sino
que es nuevo, recién estrenado, capaz de conseguir gracia y salvación, para lo
que el sacerdocio hereditario y ritual no era válido. Es el sacerdocio del Hijo
de Dios, pero que habiéndose hecho uno de nosotros, padeciendo, llorando,
comprendiendo nuestras miserias, siendo absoluta y radicalmente humano, en
contacto con nuestra debilidad, nos introduce en el misterio misericordioso y
amoroso de Dios.
II.2. La figura del Melquisedec, pues,
escogida como modelo para el sacerdocio de Cristo sirve para poner de
manifiesto que Cristo es un sacerdote original: no se hereda, no se aprende el
oficio y no se cansa de atender a los que lo necesitan. El autor construye una
cristología del sacerdocio de Cristo con citas de los Salmos 2,7 y 110,4. No es
alguien que busque lo propio, que se glorifique personalmente: está para los
demás. Y lo más humano de todo: aprender a sufrir, como sufren los hombres. Es
esto lo que lo hace digno de fe. La Pasión, de la cual está hablando, se
entiende como una prueba de solidaridad con la humanidad. Así, pues, nuestro
autor evoca la existencia humana de Jesús y nos da a comprender que esa
existencia la pone al mismo nivel que los demás hombres, frágiles y abocados a
la muerte. De ahí que se diga que aprendió a “obedecer” o la “obediencia”. Yo
creo que quiere decir que aceptó, siendo perfecto moralmente, que debía ser
sufriente, porque todos los hombres lo somos.
III
Evangelio (Juan 12,20-33): La hora de la verdad es la hora de la muerte y ésta,
de la gloria
III.1. El texto de Juan nos ofrece hoy
una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda la
«teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en
cuanto los judíos, sus dirigentes, ya han decidido que debe morir. La
resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido
determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del
evangelio de Juan no se deja dar muerte de cualquier manera; no le roban la
vida, sino que la quiere entregar El con todas sus consecuencias. Por ello se
nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir,
unos paganos simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les
llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren conocerle, como le comunican a
Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide
definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El
judaísmo, su mundo, su religión, su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza
había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano de trigo
que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc
8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; 17,33) y sobre destino de los servidores junto
con el del Maestro, abren el camino de una “revelación” sobre el momento y la
hora de Jesús.
III.2. Efectivamente las palabras que
podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una experiencia
dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia
de Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este
texto joánico, que tiene como testigos no solamente a los discípulos que eran
judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que
escuchó algo extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado,
el Getsemaní de Juan que no está narrado en el momento de la Pasión. En eso caso
puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es la hora
de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de
la opinión de Caifás tras la resurrección de Lázaro de que uno debía morir por
el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este momento que se acerca. Ya
está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe
llegar, sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.
III.3. Por tanto, era como si se Él
esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se ha
venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de
la pasión-glorificación. Y Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos
habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no puede dar fruto.
La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es
verdad que esta decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma
olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse a la muerte en aquellas
condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y
antes de que le secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama
su vida entregándola a los demás, poniéndola en las manos de Dios y de los
hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra
manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la
verdad, porque confía plenamente en el Padre, y advierte que los suyos tenga
también esta misma disposición.
III.4. Los vv. 31-33 nos describen, con
un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es una
teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús;
al contrario, es desde la cruz desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn
3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba en la cruz,
en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo,
razonablemente, en muchos escritos teológicos. Sino porque la muerte de Jesús
le confiere un poderío inconmensurable. La muerte no se la imponen, no es la
consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús
quien la “busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y
porque provoca el juicio sobre el mundo, sobre la falsedad del poder y la
mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de
la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto.
Pero Jesús “atraerá” a todos los hombres hacia El, hacía su hora, hacia su
verdad, hacia su vida nueva. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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