“No conviertan en un mercado la casa de mi Padre”
La Palabra de hoy nos presenta a Jesús
decidido a ir hasta las últimas consecuencias en la implantación del Reino de
Dios, aunque ello pueda costarle la vida. Jesús realiza en el Templo un símbolo
de gran fuerza expresiva, escandaloso para las autoridades religiosas judías,
que no nace de la ira sino de la profunda vivencia de un Dios Padre que quiere
habitar en el corazón de todo ser humano sin distinción, sin discriminación. Un
Dios que muchas veces expulsamos del templo de nuestro corazón con la
hipocresía, el egoísmo y el rechazo al otro.
Jesús hace frente a la gran tentación de
tratar de salvarse a sí mismo y se entrega confiado a la misión que el Padre le
ha encomendado asumiendo el dolor que el amor puede conllevar.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Israel
comprendió su relación con Dios en los términos de una alianza, como las que
celebraban antiguamente los reyes. En este pacto, Dios ya ha hecho su parte: ha
sacado al pueblo de Egipto. La parte que correspondía al pueblo sería de aquí
en más vivir como pueblo “de Dios”, un pueblo liberado para caminar en
libertad, derecho y justicia.
Lectura
del libro del Éxodo 20, 1-17
Dios pronunció estas palabras: “Yo soy
el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud. No
tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ninguna escultura y ninguna
imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la
tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto, porque
yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres
en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen; y tengo
misericordia a lo largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis
mandamientos. No pronunciarás en vano el Nombre del Señor, tu Dios, porque él
no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano. Acuérdate del día sábado
para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas; pero
el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. En él no harán
ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni
tus animales, ni el extranjero que reside en tus ciudades. Porque en seis días,
el Señor hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, pero el
séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día sábado y lo declaró
santo. Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra
que el Señor, tu Dios, te da. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás.
No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu
prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni
su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le pertenezca”.
Palabra de Dios.
Salmo
18, 8-11
R.
Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
La ley del Señor es perfecta, reconforta
el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple. R.
Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos.
R.
La palabra del Señor es pura, permanece
para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. R.
Son más atrayentes que el oro, que el
oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal. R.
II
LECTURA
Jesús
rompió los moldes de cualquier expectativa que pudiera tener la humanidad sobre
Dios. Por eso, no se comprende a Jesús desde la disquisición filosófica ni
desde una visión exitista. Sólo podemos unirnos al misterio de Jesucristo en la
vida entregada por amor.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 1, 22-25
Hermanos: Mientras los judíos piden
milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio,
predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los
paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto
judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de
los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los
hombres.
Palabra de Dios.
Aclamación Jn 3, 16
Dios amó tanto al mundo, que entregó a
su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga Vida eterna.
EVANGELIO
Jesús
es “la” señal que el Padre nos da para que lo conozcamos. Todo en Jesús nos
habla del Padre. Y la resurrección es el último indicio que nos confirma que
Dios es el Dios de los vivientes y quiere darnos la Vida Eterna. No busquemos
más señal que esa: la presencia vivificante de Jesús Resucitado, que nos
muestra el camino hacia el Padre.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 2, 13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos.
Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes,
ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un
látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus
bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los
vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre
una casa de comercio”. Y sus discípulos recordaron las palabras de la
Escritura: “El celo por tu Casa me consume”. Entonces los judíos le
preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”. Jesús les respondió:
“Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Los judíos le
dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo,
¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él se refería al templo de su
cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había
dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en
su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos,
porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie:
Él sabía lo que hay en el interior del hombre.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El
Templo de Jerusalén en tiempos de Jesús
Llegamos en nuestro camino cuaresmal
hacia la Pascua a un momento que supone un punto de inflexión en la vida de
Jesús, un momento que precipitó los acontecimientos. Este episodio que hoy
contemplamos -comúnmente llamado “la expulsión de los mercaderes del Templo”-
es, según señalan los historiadores, el principal desencadenante de su
apresamiento y condena a muerte.
Los cuatro evangelios nos narran este
hecho y para los cuatro supone un momento crucial en el que Jesús manifiesta
fehaciente la oposición de su mensaje con el de las autoridades religiosas del
Templo, los saduceos. Los sinópticos colocan el acontecimiento cronológicamente,
al final del relato, antes del inicio de la Pasión. Juan, en cambio, lo sitúa
al principio con una clara intención teológica: todo su evangelio queda de este
modo enmarcado en la confrontación entre “los judíos” (como grupo diferenciado
de los discípulos) y Jesús.
Para entender lo que se nos narra
debemos tener en cuenta cómo funcionaba el Templo de Jerusalén en tiempos de
Jesús. El Templo estaba gestionado por la poderosa minoría saducea:
conservadora en lo religioso (sólo admite como Escrituras la Torá o el
Pentateuco y no cree en la resurrección de los muertos), tenía mayoría en el
Sanedrín y colaboraba con el poder imperial romano, lo que le reportaba
notables privilegios. El funcionamiento del Templo giraba en torno al culto
dado a Dios, especialmente a través de los sacrificios de animales que tenían
lugar en su interior. La ley judía prescribía con detalle la realización de
estos sacrificios como acción de gracias, expiación, petición o adoración a
Dios. Los animales sacrificados debían ser los determinados por la ley y
cumplir una serie de requisitos, como por ejemplo no tener defecto físico.
También se requería entrar con dinero en el Templo para hacer las limosnas
correspondientes, y no podía hacerse con moneda pagana, considerada impura,
sino con la moneda acuñada por las autoridades del Templo. Esta es la razón por
la cual existían puestos de venta de palomas para el sacrificio ritual y
cambistas de moneda, no dentro del Templo, sino en la gran explanada donde se
encontraba el Templo, el patio o Atrio de los Gentiles.
Por otra parte, la estructura del Templo
estaba perfectamente jerarquizada conforme a unos pretendidos rangos de pureza:
de menos puro en lo exterior a más puro en lo interior. Así, a la explanada
exterior, el Atrio de los Gentiles, estaba permitida la entrada a cualquiera.
En la primera estancia del Templo, el Atrio de las Mujeres, podía entrar
cualquier israelita, varón o mujer. A la siguiente estancia, el Atrio de los
Israelitas, sólo podían acceder los judíos varones mayores de edad sin
enfermedad o defecto físico. En la siguiente estancia, el Atrio de los
Sacerdotes, sólo podían estar los sacerdotes encargados de realizar los
sacrificios. Y en el núcleo más interior del Templo se encontraba el Sancta
Sanctorum, el lugar más sagrado, delimitado por un velo, en el que sólo podía
entrar el Sumo Sacerdote una vez al año para pedir perdón por los pecados del
pueblo.
No
es un arrebato de ira, es un “gesto profético”
Es evidente que Jesús conocía el
funcionamiento del Templo. Había estado allí muchas veces, no sólo en su vida
pública, como señalan los propios evangelios, sino también, como es lógico
suponer, desde niño para acudir a celebraciones importantes como la Pascua. La
acción de Jesús no es, por tanto, fruto de un arrebato de indignación fortuita.
Se trata de un gesto bien pensado y calculado que se enmarca dentro de la -bien
conocida por los judíos- tradición profética. Como los grandes profetas, Jesús
lleva su mensaje al corazón de Israel: Jerusalén. Y como ellos, acompaña sus
palabras con gestos que otorgan mayor fuerza expresiva a las mismas y que,
incluso, escandalizan a sus oyentes. La expulsión de los mercaderes del Templo,
lejos de ser una manifestación de “ira santa” o un pasaje con el que justificar
la violencia contra la impiedad (como en algunos momentos de la historia del
cristianismo se ha pretendido) es la expresión más contundente de la
predicación de Jesús contra la hipocresía religiosa, la cosificación de Dios en
nuestro propio beneficio (idolatría, al fin y al cabo) y la discriminación de
las personas basada en las normas de pureza.
No es casualidad que los evangelios nos
resuman el mensaje de Jesús en el Templo con citas de los profetas Isaías y
Jeremías. En ellos ya se encontraba hacía siglos una dura crítica a la
hipocresía de aquellos que iban al Templo a cumplir con las normas religiosas y
al salir de él seguían manchándose las manos de sangre, robos, adulterio y
despreciando y oprimiendo a los pobres convirtiendo la casa de Dios en una
cueva de bandidos (Is 56, 1-7, Jr 7, 1-11). Quien mercadea no son tanto los
vendedores de palomas y los cambistas cuanto las autoridades religiosas, que se
enriquecen con los sacrificios, y los que creen que pueden comprar a Dios con
sus ofrendas.
El evangelio de Juan, además, vincula
claramente la acción de Jesús con su condena a muerte al poner en su boca las
palabras del Salmo 69, 10: “el celo por tu casa me cuesta la vida” y es el que
más claro deja que con Jesús se ha cumplido lo anunciado por los profetas: con la
llegada del Mesías el verdadero culto a Dios -es decir, la verdadera amistad
con él- ya no está reservado a unos pocos y encerrado dentro de un templo
construido por hombres (Zac 14, 21: “no habrá ya mercader alguno en el Templo
del Señor de los ejércitos cuando llegue aquel día”).
El
tiempo anunciado por los profetas ya ha llegado
¿Cuál es el verdadero culto a Dios? Un
culto basado en la ley del amor que Cristo vivió e hizo posible y que no
discrimina a nadie en razón de su procedencia, sexo, edad, salud o cargo
religioso.
La primera lectura del libro del Éxodo
aún nos habla de un Dios que castiga al pecador, pero en este conocimiento
imperfecto que aún se tiene de Dios en el Antiguo Testamento ya está apuntado
que Dios es más misericordioso que justiciero: “castigo el pecado de los padres
en los hijos, nietos y bisnietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad
por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos”. En Jesucristo se
refleja el mismo rostro de Dios y en él no hay sombra alguna de venganza o de
castigo. Es el ser humano el que da la espalda a Dios, Dios nunca le da la
espalda al ser humano. La cruz, que después de lo vivido por Jesús hoy en el
Templo está ahora más cerca, da prueba de ello. Jesucristo no busca la cruz,
sino el bien del ser humano por encima de todo, aunque ello pueda conllevar la
cruz.
El decálogo revelado a Moisés, es el
anticipo a la ley del amor, que ha de llevarnos más allá: a la entrega por el
otro. Amarnos como Dios nos ama, como Jesús nos amó, es la ley preciosa como el
oro y dulce como la miel de la que habla el Salmo. No hay que seguir buscando
signos ni profundas sabidurías.
ESTUDIO BÍBLICO.
La religión verdadera es dar la vida por
los otros
1ª
Lectura: Éxodo (20,1-17): Dios y el hombre se encuentran en la Alianza
I.1. La primera lectura es el famoso
Decálogo, corazón de un «código de la alianza» que ha venido a ser la expresión
más definida de la teología sacerdotal (a diferencia del Decálogo de Dt 5,6-21)
y que ha jugado un papel considerable en la evolución ética de la humanidad.
Aún expresado en forma negativa y absoluta, tiene unos objetivos bien
determinados: proteger a la comunidad, al pueblo de la Alianza, para darle una
identidad y que no vuelvan a la esclavitud. Es eso lo que le espera al pueblo
si adoran a otros dioses extraños ya que todos los imperios tenían sus dioses
protectores y los dominadores los imponían como signo de victoria.
I.2. Pero, además, es un código en diez
Palabras que expresa una relación dialogal, interpersonal. El Decálogo intenta
expresar unos derechos fundamentales, como hoy defendemos en el ámbito de la
comunidad internacional. Por ello debemos valorarlo como una propuesta, en
aquella época, que se adelanta siglos y siglos a muchas conquistas humanas de
nuestra época. Pretende que las relaciones entre Dios y el hombre, y la de los
hombres entre sí, estén dominadas por la adoración y la religión verdadera, la
justicia, en cuanto todo pecado contra el prójimo es un pecado contra Dios. Es
verdad que el decálogo es como un “escudo” que protege la santidad de Dios,
pero también la dignidad de todos los hombres, del prójimo en concreto.
I.3. Detrás de estas expresiones
formuladas en esa teología sacerdotal, debemos ver la acción del Dios salvador
que ha hecho alianza con el pueblo. Éste, por su parte, debe ser no solamente
un buen intermediario, sino un verdadero misionero de este proyecto salvador de
Dios. Se ha dicho que en el fondo de todo debemos saber ver la gratitud de
Dios. Antes, pues, de que la humanidad se haya dotado de los derechos
fundamentales, estos intentos del “decálogo” muestran el anhelo de Israel por
ser un pueblo fiel, un pueblo justo, aunque dependiente de Dios. Pero es que en
Dios está la fuente de toda la justicia y dignidad humana, según la mejor teología
bíblica.
2
Lectura: I Corintios (1,22-25): Dios habla desde la sabiduría de la cruz
II.1 La segunda lectura nos propone la
sabiduría de la cruz. Es un pasaje de la carta en donde Pablo afronta el
problema de la división de la comunidad en distintas facciones que se remiten a
personajes del cristianismo primitivo; unos a Pablo, otros a Pedro, otros a
Apolo; e incluso otros (muy probablemente el mismo Pablo) a Cristo como el
único que puede dar consistencia a nuestra fe. El texto de hoy forma parte de
un gran conjunto (1Cor 1-4) que el apóstol afronta por informaciones de las
“gentes de Cloe”, quizás una de las comunidades domésticas. Y en vez de una
reprimenda moralizante y sin sentido propone, para la unidad y la comunión de
la comunidad, que “crux sola nostra theologia”, como decía Lutero. En la cruz,
las divisiones, los partidos, los grupos de élite de una comunidad, quedan a la
altura de nuestras propias miserias.
II.2. Pablo habla del Cristo crucificado
frente al que no caben las divisiones, el valer más o menos, el ser los
primeros o los últimos, porque en la cruz de Cristo se revela el Dios que se ha
“abajado” a nosotros. Ese Cristo crucificado, revelación del verdadero Dios, es
locura para los judíos que siempre conciben a Dios desde la grandeza; locura
para la sabiduría de este mundo que es también una sabiduría de prepotencia
inaudita. La religión de la cruz, no obstante, no es la religión de la
ignominia, sino de la condescendencia con los débiles y con los que no cuentan
en este mundo. Aunque algunos hayan tachado este planteamiento paulino como la
decadencia de la sociedad (Nietzsche), ése es el único camino donde podemos
reconocer a nuestro Salvador. Con un estilo retórico, usando la “diatriba” de
una forma clásica, pregunta Pablo con insistencia si los sabios, los
entendidos, los investigadores pueden ofrecer el sentido profundo y radical de
nuestra vida. Porque nuestra vida verdadera es mucho más que conocer el “genoma
humano”.
II.3. No obstante, no se trata de la
condena la sabiduría humana en sí, ni de la investigación y de la filosofía.
Tampoco se ha de entender la “theologia crucis” como la religión del
masoquismo. ¡Nada de eso! No es así como Pablo argumenta, sino de cómo es
posible que nuestros criterios y nuestras decisiones humanas estén a la altura
de quien nos da vida y Espíritu. Por eso, su afirmación decisiva es que Dios ha
hecho a Cristo, el crucificado, no lo olvidemos, “poder y sabiduría de Dios”. Y
conocemos que ese es un “poder sin-poder” y una “sabiduría sin la lógica fría
de este mundo”. Es el poder y la sabiduría de quien se ha entregado “por
nosotros”. Es ahí donde se construye la “theologia crucis” en la
“pro-existencia”, en saber vivir para los demás, como hace nuestro Dios. Desde
ahí Pablo quiere curar la locura de las divisiones y de las arrogancias humanas
que existen en la comunidad de Corinto.
Evangelio:
Juan (2,13-25): Jesús busca una religión de vida
III.1. El relato de la expulsión de los
vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona
en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto
joánico. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con
las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como
el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa
manera como se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión,
mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa
propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a
latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más
este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por
tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar,
proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”.
Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un
acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía
“en acto”.
III.2. El evangelio de Juan, pues, nos
presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras.
Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma:
en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte
de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir
se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente
normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra
“religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la
condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado
siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado
contra el templo porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar
muchas cosas. Ahora, Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían
los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a
sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios,
no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenando
el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y
después no tenga incidencia en la vida.
III.3. No olvidemos que este episodio ha
quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como
acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas
inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad
lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc
19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos
van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús
de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente
espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está
anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo
importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el
«cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no
sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la
ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se
apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el
Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia
teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no
podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres
seguimos prefiriendo el Dios de la ley y la religión del templo y de los
sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.
(Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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