“Escúchenlo”
En el tiempo de Cuaresma no falta, en
ninguno de los tres Ciclos litúrgicos, un domingo, el segundo en concreto,
dedicado a considerar la Transfiguración del Señor. Esto además de tener esta
fiesta un día dedicado a celebrar este misterio de la Transfiguración, que es
el 6 de agosto. Pero, al incorporarlo como tema cuaresmal, pretende la Iglesia
fijarse en él como paréntesis en el camino a la Cruz con parada y fonda. Es
cuestión de reparar fuerzas y recibir aliento en el camino áspero a la Pasión
del Señor. Y la fonda lo que nos ofrece
es la consideración de lo que ocurrirá al final: la resurrección de
quien muere y padece por nosotros. El fin edulcora lo amargo de los
acontecimientos de la Pasión.
Y la liturgia nos lo aclara por un
acontecimiento lleno de contradicciones, cual es el sacrificio del hijo de
Abrahán. Incomprensible y abominable y que solo se explica como prueba de Dios
a lo más duro de los sentimientos de Abrahán: matar a su hijo, quien además era
la única posibilidad para realizarse como padre de todos los creyentes.
DIOS
NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Dios
renueva su promesa de formar un pueblo. El escenario es aquí el monte Moria. El
lugar alto que habitualmente se usaba para todo tipo de sacrificios, es también
lugar de la revelación de Dios. Allí, en lo alto, Abraham e Isaac, padre e
hijo, germen del pueblo que surgirá de ellos, escuchan la palabra que Dios
pronuncia con juramento: él bendecirá y engrandecerá.
Lectura
del libro del Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18
Dios puso a prueba a Abraham.
“¡Abraham!”, le dijo. Él respondió: “Aquí estoy”. Entonces Dios le siguió
diciendo: “Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de
Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré”. Cuando
llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso
la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego
extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del
Señor lo llamó desde el cielo: “¡Abraham, Abraham!”. “Aquí estoy”, respondió
él. Y el Ángel le dijo: “No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún
daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo
único”. Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos
enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en
holocausto en lugar de su hijo. Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez
a Abraham desde el cielo, y le dijo: “Juro por mí mismo –oráculo del Señor–:
porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te
colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del
cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes
conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán
todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz”.
Palabra de Dios.
Salmo
115, 10. 15-19
R.
Caminaré en presencia del Señor.
Tenía confianza, incluso cuando dije:
“¡Qué grande es mi desgracia!”. ¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus
amigos! R.
Yo, Señor, soy tu servidor, lo mismo que
mi madre: por eso rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor. R.
Cumpliré mis votos al Señor, en
presencia de todo su pueblo, en los atrios de la Casa del Señor, en medio de
ti, Jerusalén. R.
II
LECTURA
“Estas palabras se basan en la convicción de
que Dios dirige el curso de la historia y de la naturaleza, según un designio
salvador en el que, por amor, nos ha destinado a la resurrección con su Hijo en
un mundo reconciliado. Por eso concluye en un himno al amor de Dios: en Cristo,
Dios está de una manera definitiva e irrevocable en favor nuestro”.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 31b-34
Hermanos: Si Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo
entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién
podrá acusar a los elegidos de Dios? “Dios es el que justifica. ¿Quién se
atreverá a condenarlos?”. ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que
resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?
Palabra de Dios.
Aclamación Mt 17, 5
Desde la nube resplandeciente se oyó la
voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.
EVANGELIO
El
monte es lugar de revelación. Allí, en las alturas, los discípulos pueden ver
anticipadamente la vida plena que se realizará en Jesucristo. Y escuchan la voz
que revela quién es Jesús: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. La experiencia
transformadora en el monte Tabor debe impulsar a los discípulos en su caminar
con Jesús. La profundidad y el sentido de lo que vieron y oyeron en ese lugar
se irá manifestando mientras sigan caminando con Jesús hacia la Pascua.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Marcos 9, 2-10
Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y
los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de
ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en
el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando
con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres
carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pedro no sabía qué
decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su
sombra, y salió de ella una voz: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. De
pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto,
hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron
esta orden, pero se preguntaban qué significaría “resucitar de entre los
muertos”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS.
El misterio que celebramos debe generar
en nosotros un profundo agradecimiento, pues es revelación de Dios y
confirmación de su divina voluntad de salvación. Se trata de una intervención
divina para revelarnos y confirmarnos en nuestras creencias. El evangelio de
hoy no va de milagros ni de remedio de necesidades físicas. Si algo trata de
curar es nuestra poca fe.
Sucede que no estamos acostumbrados en
nuestro mundo a que alguien gratuitamente nos abra los secretos inaccesibles
sin pedir retribución. La gratuidad ciertamente no caracteriza nuestro mundo.
Subió
a una montaña alta con ellos
Para comunicar secretos del corazón hay
que apartarse a un lugar escondido. Y, a ser posible, alto, inaccesible a los
demás, pues así se resguarda la intimidad. Al igual que la oración, en lugares
separados e íntimos. El bullicio de las aglomeraciones impide la serenidad de
ánimo y tener los oídos a la escucha.
Siempre se han preferido lugares apartados, inaccesibles o recónditos para las
grandes comunicaciones. Así se había hecho en los grandes momentos de la
historia de Israel, como en el caso de Moisés o en la revelación a Abraham.
Ahora es el Tabor el lugar elegido por Jesús para conducir allí a los
discípulos más cercanos e íntimos.
En el monte se recuerda el sacrificio de
Abraham, a quien Dios pide que sacrifique todas sus creencias y proyectos
humanos, incluso las promesas del mismo Dios, como leemos en la primera lectura
de hoy. De todo hay que prescindir para abandonarse totalmente en las manos de
Dios. Por eso dice Heb 11,17: “Abrahán ofreció a su hijo único… pensando que
Dios tiene poder para resucitar de entre los muertos”. En el monte Sinaí Dios
manifiesta su voluntad de liberar al hombre estableciendo una alianza con él. A
ese lugar se dirigió en condiciones precarias Elías, padre de los profetas. Es
también en el Monte Carmelo donde Yahvé manifiesta su poder sobre toda clase de ídolos de gentiles.
Por ello en la montaña se realizó la
mayor teofanía en que Jesús reveló su sacrificio agradable al Padre y El lo resucitó. Fue un
sacrificio agradable a Dios como lo fue el sacrificio de Isaac en la total
disponibilidad que significaba de la persona hacia su Dios. La redención se
consumó por una total disponibilidad de lo humano en manos de Dios.
Este
es mi Hijo amado
Y se narra la voz de la divinidad: Este
es mi Hijo amado. Es la primera
afirmación del mismo Dios sobre Jesús; no de un ángel ni persona humana. La
afirmación más rotunda de la naturaleza divina de Jesús. Tanto que pienso que
los discípulos no la captaron en ese momento
y sólo lo pudieron relatar tras la resurrección. Con fe plena. La fe de
toda la Iglesia no ha podido confesar mejor la naturaleza de Jesús. Es la
rúbrica divina a nuestra fe. Todo seguimiento a Jesús y toda aceptación de sus
muchas enseñanzas llevan esta rúbrica, están confirmadas así por Dios. Es la
misma firma que da Dios en el bautismo de Jesús, donde también una voz venida
de lo alto aseguró: “Este es mi Hijo
amado, en quien me complazco” (Mt 3,17).
Es la paternidad divina que no tiene
parangón con ninguna humana. En esta afirmación de la filiación de Jesús está
totalmente ausente San José. Se trata de una filiación distinta de la humana y
en la que San José no puede ser incluido ni aludido. Por eso en el mensaje de
Jesús ser hijo de Abrahán no implica ninguna descendencia en la sangre ni en el
cuerpo, sino un vínculo de fe y confianza en Dios, de la que Abrahán es el
primer destinatario y San José el más próximo al aceptar en su fe el misterio
de la concepción milagrosa de María.
Escúchenlo
Y Dios asigna una tarea a cumplir. Todo
acto de amor supone la fe en la persona que se ama. Pero ¿cómo se podrá hoy
escuchar la voz de Dios? Los ruidos
ensordecedores de los medios de comunicación, el bullicio enorme de los
gritos del público y los decibelios agrandados de nuestra vida social hacen
imposible oír esta voz, escuchar este murmullo espiritual. No hay manera de
percibir esa voz suave de Jesús en las grandes aglomeraciones que reinan en
nuestro mundo. Su voz insinuante se pierde en las cascadas de ruidos en que se
desenvuelve nuestra vida y la hace insoportable.
Es lo que de antiguo habían dicho los
profetas: “Escuchad esta palabra que el Señor ha pronunciado contra vosotros”,
grita el profeta con la autoridad de Dios (Am 3,1); “Escucha Israel”, repite
cada día el piadoso israelita (Dt 6,4) y el mismo Jesús se expresa así:
“Escuchad” (Mc 4,3). Escuchar no es sólo aplicar el oído sino también abrir el
corazón (Hch 16,14) y poner en práctica lo que se nos dice (Mt 7,24ss).
Quien tiene el corazón depravado, aunque
sea miembro del pueblo de Dios, no sintoniza con esas palabras, como los judíos
a los que dice Jesús: “Vosotros no podéis escuchar mi palabra… porque no sois
de Dios” (Ju 8, 43.47). Por eso en los tiempos mesiánicos hasta los sordos
escucharán la palabra de Dios y la obedecerán (Mt 11,5). También la Virgen
María reveló ese sentido religioso de escuchar a Dios: “Bienaventurados los que
escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28). Guardar, de eso se trata;
una cosa es oír el evangelio y otra escuchar la Palabra de Dios. Todo ello
depende de la docilidad y el asentimiento íntimo que se da a la palabra
escuchada. La voluntad de Dios es seguramente escuchar a Jesús, secundarle,
seguirle y cumplir lo que él dijo.
Bajaron
de la montaña y… discutían qué quería decir resucitar de entre los muertos
Es la inteligencia humana siempre hay
dudas cuando se trata de comprender la Palabra de Dios. Y esta vez es en torno
al gran misterio de nuestra vida: resucitar, algo que nadie puede hacer por sí
mismo, que es exclusivo del poder de Dios; que no es un fruto del empeño de la
persona ni efecto de sus carismas, sino que es dádiva de Dios.
Eso significa bajar de la montaña: pasar
de una experiencia momentánea de lo divino al fragor y la lucha de la
inteligencia humana por tratar de comprender las cosas de la fe. Tarea ardua,
pero que es la vida misma del fiel. La fe no vive en estado de montaña sino en
el llano terrestre; no con vestiduras blancas y creando placenteras chozas
donde pasar el tiempo, como quería el ingenuo Pedro, sino en la llanura de la
vida ordinaria y en el fragor de la lucha cotidiana. Hoy hay quienes aceptarían
una resurrección que no pasara por la muerte. La cosa va de hijos de Dios por
adopción, que es como hay que entender la resurrección.
ESTUDIO
BÍBLICO.
1
Lectura: Génesis (22): La fe como confianza en Dios
I.1. La primera lectura está recogida de
un texto muy importante en el ciclo de Abrahán (Génesis 22), probablemente el
momento culminante de lo que Dios pide al padre del pueblo: la fe
incondicional, hasta la vida de su hijo, el heredero, por el que había soñado.
No podemos menos de pensar que en este relato, complejo, desconcertante pero
hermoso a la vez, se ha querido plasmar todo una mentalidad de la época. Con el
hijo "heredero" Isaac, que ya ha desbancado a Ismael por mor de su
madre Sara, se quiere mostrar que Dios es quien conduce y quiere conducir esta
historia de promesas. En realidad Dios es así para la mentalidad religiosa
antigua. Se pide lo imposible para que todo termine siendo mucho más humano,
teológico y entrañable. Se pretende mostrar que Abrahán, el padre del pueblo,
sabe renunciar a todo. Es un relato, heroico donde los haya, para poner de
manifiesto la fuerza de la fe de un pueblo que todo se lo debe a Dios.
I.2. Cómo es posible que Dios exija
todas estas cosas? Esta pregunta, hoy, está de más. Son los hombres los que
sienten así las cosas y la expresan de acuerdo a una mentalidad religiosa. El
sacrificio de Isaac ha sido interpretado en toda la tradición judía y cristiana
como anticipo de muchos anhelos y deseos de salvación y redención. Si ahora a
Abrahán se le pide que renuncie a su futuro, a su heredero, es porque se quiere
poner de manifiesto que nuestro futuro está en las manos del Dios de la promesa
y la Alianza. )Acaso la fe debe ser confianza ciega? Probablemente nos
excedemos, o se excede la teología, cuando presentamos la fe en esa tesitura;
debe ser confianza absoluta, pero no ciega. Abrahán sabe que Dios siempre tiene
salidas para uno. También es verdad que este relato es contado como una especie
de condena, a la inversa, de los sacrificios humanos: Dios puede parecer que
pide lo máximo, pero Dios no puede pedir vidas humanas; sería un Dios sin
corazón: por eso Dios siempre ofrece otro camino.
I.3. Muchos especialistas han subrayado
este aspecto y consideran que la "situación" en que ha podido
aparecer esta tradición explica la condena que en Israel suponía, frente a
ciertas religiones y cultos, la condena de los sacrificios humanos. Sería como
un relato pedagógico para mostrar que aunque Dios pida lo máximo al hombre, no
puede ir en contra del hombre mismo ni de su vida. Por eso es como un relato en
que se intenta mostrar que Dios le devuelve "vivo" a su hijo, que es
el hijo en el que se sustentan las promesas que se le han hecho. Por eso, Dios
es un Dios de vivos, no de muertos, como proclamará Jesús (Mc 12,27). La
tradición cristiana, en la lectura de este pasaje de la tradición judía,
presintió el sacrificio de Cristo (es la famosa "Aqedá"
-"amarradura" u "ofrenda"-, porque Isaac fue "atado y
sacrificado"). Los cristianos, no obstante, debemos hoy hacer una lectura
mucho más teológica de esta tradición, sin caer en los aspectos
fundamentalistas que todavía se alimentan en ciertas sinagogas.
2
Lectura: Romanos (8,31-34): El amor de Dios se hace presente en la vida de
Cristo
II.1. La segunda lectura, de Romanos,
quiere volver sobre el sentido del sacrificio como ofrenda a Dios. Pablo, en
esta carta de la fe y la libertad humana, se expresa con una fuerza que
desconcierta a veces. El texto de hoy se nos presenta de una forma lírica y
retórica, con una serie de preguntas que termina en una doxología o alabanza
(v. 39). Es un himno al amor de Dios que se nos ha revelado en Cristo, en su
vida y en sus sufrimientos. Porque es en los sufrimientos donde la prueba del
amor llega a su punto culminante, deja de ser romántico o estético y se hace en
realidad esencia de amor: darlo y ofrecerlo todo. Dios lo ha hecho así por
medio de Cristo, su Hijo. Estamos en sintonía con el texto de Gn 22. Se debería
tener en cuenta la totalidad de este himno, con los vv. 35-39 que no entran en
la lectura de hoy, culminando así uno de los capítulos más extraordinarios de
Romanos.
II.2. En realidad este capítulo es como
un himno que canta la bondad de Dios con la humanidad, precisamente para que no
tengamos miedo de creer en ese Dios. Es verdad que se afirma que Dios no le
ahorró el sacrificio de su vida a Cristo; pero es para subrayar con mayor vigor
que Dios es capaz de darlo todo por nosotros, de renunciar a lo más querido.
Podríamos ver aquí que Pablo puede haber hecho una lectura de la aqedá de
Isaac, sin que Cristo haya podido ser liberado de la muerte. Desde luego es un
texto en el que se ha profundizado mucho en la exégesis de Romanos y se ha
visto un paralelismo, aunque otros lo discuten, con dicho
"teologúmeno" de la aqedá. Dios, pues, asume esa muerte redentora
para que seamos libres. Pero se ha de considerar que en esta especie de aqedá
cristiana es Dios quien se ofrece, quien da, no quien pide como en el caso de
Abrahán e Isaac. Debemos reconocer que esta teología del sacrificio y de la
muerte es muy difícil de explicar en la catequesis y en la teología. Pero se ha
de hacer un intento serio y audaz. Porque Dios no puede "querer" esa
muerte. El amor de Dios está por encima de todo lo que nos puede amargar
nuestra existencia humana y cristiana. Ni Dios, ni Cristo, muerto y resucitado,
pueden condenar a la humanidad porque esa muerte es el camino de la
resurrección para El y para nosotros.
Evangelio:
Marcos (9,1-9): Caminar hacia la Resurrección
III.1. El relato de la Transfiguración
de Marcos nos asoma a una experiencia intensa de Jesús con sus discípulos,
camino de Jerusalén después de haber anunciado la pasión, para que esos
discípulos puedan meterse de lleno en el camino y en la verdadera misión de
Jesús. Los discípulos, o bien desean los primeros puestos del reino, o bien
quieren quedarse en el monte de la gloria de la transfiguración, como Pedro.
Jesús va al monte para orar y entrar en el misterio de lo que Dios le pide;
desde esa experiencia de oración intensa puede iluminar su vida para saber que
le espera lo peor, pero que Dios estará siempre con él. Es una escena
importante y compleja que viene a ser decisiva en el desarrollo del evangelio y
de la vida de Jesús que ahora ya mira a Jerusalén como meta de su vida. Tenemos
que pensar que más que otra cosa, (aunque haya una experiencia histórica de
Jesús y sus discípulos en un monte), esta escena es una construcción teológica
del evangelista, con todas sus consecuencias. En Jn 12,28-30 encontramos una
experiencia de este tipo. El relato, en una teofanía que abarca casi todo,
tiene tres partes: a) vv.1-4 y b) vv. 5-8 y una conclusión c) vv. 9-10 sobre el
"secreto mesiánico", que es muy propio de Marcos y la pregunta de los
discípulos sobre la resurrección de entre los muertos.
III.2. Los personajes del Antiguo
Testamento, Moisés y Elías, están allí para respaldar precisamente la acción de
Jesús. Y la voz misteriosa, entre las nubes, reafirma que, desde ahora, a quien
hay que escuchar y seguir es a Jesús. Los elementos del relato nos muestran los
símbolos especiales de las teofanías propias del AT. Pedro quiere quedarse,
plantarse allí, haciendo tres tiendas, para Moisés, Elías y Jesús. El relato en
sí es en el evangelio de Marcos el comienzo del viaje hacia Jerusalén. Y aunque
no diga, como Lucas, que un profeta no puede "morir fuera de
Jerusalén" viene a ser como el asomarse a la meta de la vida de Jesús: la
resurrección. Pero a la resurrección a la nueva vida no se llega sino por la
muerte. Una muerte que ya está sembrada en la vida del profeta de Galilea y
casi decidida (Mc 3,6). Pedro no quiere bajar del monte porque esa vida nueva
supone aceptar la muerte, y no una muerte cualquiera, sino la muerte en la
cruz. La "gloria" divina que se ha experimentado en el monte está
llamando a otro monte, el del Calvario, para que se viva como realidad plena.
Jesús es el que tiene las ideas claras de todo ello, los discípulos no.
III.3. La decisión de Jesús de bajar del
monte de la transfiguración y seguir caminando hacia Jerusalén, lugar de la
Pasión, es la decisión irrevocable de transformar el mundo, la religión y la
vida. Es verdad que eso le llevará a la muerte. Esa decisión tan audaz, como
decisión de una misión que ahora se confirma en su experiencia con lo divino,
con la voz del Padre, no le llevará directamente al triunfo, sino a la muerte.
Pero el triunfo de la resurrección lo ha podido contemplar, a su manera, en ese
contacto tan intenso con el misterio de Dios. Dios le ha revelado su futuro, la
meta, la victoria de la vida sobre la muerte. Y ahí está su confianza para
seguir su camino y hacer que le acompañen sus discípulos. Estos seguirán sin
entenderlo, sin aceptarlo, preparándose o discutiendo sobre un premio que no
llegará de la forma que lo esperaban. Del cielo se ha oído un mandato:
"escuchadlo", pero no lo escuchan porque su mentalidad es bien otra.
Jesús los ha asomado un poco a la "gloria" de una vida nueva y
distinta, pero no lo han entendido todavía. El relato, desde luego, es
cristológico, (no hay duda!, pero Marcos también quiere que sea pedagógico para
la comunidad: la vida verdadera no se goza "plantándose" en este
mundo, en esta historia, en nuestros proyectos. Está en las manos de Dios. (Fray
Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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