domingo, 18 de febrero de 2018

DOMINGO 1º DE CUARESMA



“CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO”

El objetivo primordial de la Cuaresma es preparar a los fieles para celebrar la Pascua, la fiesta cristiana por excelencia, con el corazón purificado para poder revivir ese misterio y hacer fecunda su fuerza salvadora. La liturgia cuaresmal está muy influenciada por la disciplina del catecumenado y por el ritual de la penitencia. En el siglo III se estableció en Roma la práctica de conferir el bautismo una vez al año en la vigilia pascual; y en el siglo IV se fijó el ritual de la penitencia canónica, según el cual los penitentes eran reconciliados en la mañana del Jueves Santo. La liturgia se adaptó a estos dos hechos que influyeron claramente en la elección de las lecturas y en la formulación de las oraciones. La Cuaresma antigua se caracterizaba por una liturgia que reunía cada día o casi cada día a toda la comunidad cristiana, consciente de su solidaridad en la obra de la renovación espiritual que se quería realizar. Tenía, por tanto, un fuerte carácter comunitario. Estaba concebida como «el verdadero retiro anual de toda la familia cristiana». Este mismo espíritu pervive aún hoy en nuestra liturgia.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El relato del diluvio presenta de algún modo una nueva creación. Todo renace después de pasar por el agua. En esta renovación, Dios hace una alianza con toda la humanidad. Él no quiere la destrucción sino la vida, lo cual involucra a toda la creación.

Lectura del libro del Génesis 9, 8-15

Dios dijo a Noé y a sus hijos: “Yo establezco mi Alianza con ustedes, con sus descendientes, y con todos los seres vivientes que están con ustedes: con los pájaros, el ganado y las fieras salvajes; con todos los animales que salieron del arca, en una palabra, con todos los seres vivientes que hay en la tierra. Yo estableceré mi Alianza con ustedes: los mortales ya no volverán a ser exterminados por las aguas del Diluvio, ni habrá otro Diluvio para devastar la tierra”. Dios añadió: “Este será el signo de la Alianza que establezco con ustedes, y con todos los seres vivientes que los acompañan, para todos los tiempos futuros: Yo pongo mi arco en las nubes, como un signo de mi Alianza con la tierra. Cuando cubra de nubes la tierra y aparezca mi arco entre ellas, me acordaré de mi Alianza con ustedes y con todos los seres vivientes, y no volverán a precipitarse las aguas del Diluvio para destruir a los mortales”.
Palabra de Dios.

Salmo 24, 4-9

R. Tus senderos, Señor, son amor y fidelidad.

     O bien: Guía nuestros pasos, Señor, por el camino de la paz.

Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador. R.

Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos. Por tu bondad, Señor, acuérdate de mí según tu fidelidad. R.

El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados; él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres. R.

II LECTURA

Se nos presenta una similitud entre las aguas del diluvio y las aguas del bautismo. Noé y su familia renacieron luego de pasar por el agua, y entonces Dios hizo su alianza. Nosotros, al pasar por el agua del Bautismo, nos convertimos en criaturas nuevas, al modo de Jesucristo. Este sacramento hace realidad en nosotros la victoria de Cristo sobre el pecado.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 3, 18-22

Queridos hermanos: Cristo padeció una vez por los pecados –el justo por los injustos– para que, entregado a la muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios. Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba pacientemente, en los días en que Noé construía el arca. En ella, unos pocos –ocho en total– se salvaron a través del agua. Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que está a la derecha de Dios, después de subir al cielo y de habérsele sometido los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades.
Palabra de Dios.

ACLAMACIÓN  Mt 4, 4

El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

EVANGELIO

Jesús es tentado en el desierto, así como lo fue la primera pareja humana, según el relato del libro del Génesis. Jesús vence al tentador y, con esto, comienza un nuevo tiempo, una nueva creación. Desde esa experiencia del desierto, Jesús sale a anunciar que el Reino de Dios está cerca. Con esto, Dios sigue ofreciendo su alianza a la humanidad, y a través de Jesús quiere renovar y reforzar su vínculo con cada ser humano en esta tierra.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 12-15

El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían. Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”.

Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Impetrar de Dios una conciencia pura por la resurrección de Cristo

Las dos primeras lecturas de este domingo nos sitúan ante el bautismo. Este sacramento tiene, por una parte, el mismo efecto purificador que el diluvio; así como de las aguas del diluvio surgió una humanidad nueva, lo mismo ocurre con nuestro bautismo, nos purifica de un modo semejante, no sin dolor, no sin destruir en nosotros todo aquello que hace imposible nuestra relación con Dios, aunque con frecuencia nos resulte más atractivo que el Dios siempre atrayente, fuente de todo bien, belleza y felicidad, el único capaz de colmar los anhelos más profundos de corazón humano. San Pedro entiende el bautismo como impetrar de Dios una conciencia pura, que solo se alcanza por la resurrección de Cristo. El misterio pascual está presente de forma activa también en este sacramento. San Pedro no lo recuerda al comienzo del pasaje que hoy leemos: «Cristo murió por los pecados de una vez para siempre»; siendo el inocente por excelencia, murió por nosotros culpables. La razón de su muerte no fue otra que la de conducirnos a Dios. Esa es la meta del itinerario cuaresmal y de la vida cristiana en general: llevarnos a Dios; posibilitar una comunión de vida más estrecha con él. San Pedro menciona la intervención del Espíritu en todo este misterio. Gracias al Espíritu, Jesús fue devuelto a la vida. Gracias a este Espíritu fue a evangelizar a los espíritus encarcelados, es decir, a los espíritus de aquellos que en tiempos de Noé se rebelaron contra Dios. Donde está Jesús está el Espíritu. También nuestra vida cristiana está marcada por la presencia activa del Espíritu. Sin el Espíritu no hay vida cristiana, no hay sacramentos; el Espíritu guía nuestros pasos en el itinerario cuaresmal.

Un nuevo comienzo

El pasaje evangélico de este primer domingo de Cuaresma recoge el episodio de las tentaciones. San Marcos nos ofrece una versión abreviada pero muy densa; incluso nos proporciona detalles que no encontramos en los otros evangelistas. Jesús se retira al desierto impulsado por el Espíritu. El desierto es, por un parte, un lugar donde la vida resulta difícil; pero también un lugar propicio para encontrarse con Dios. Por boca del profeta Oseas, Dios mismo dice que seducirá a su amada ‒es decir, a su pueblo elegido‒, la llevará al desierto y le hablará al corazón. En el desierto Jesús vivió intensamente este contacto de corazón a corazón con el Padre, aunque no se le mencione en este pasaje. En esta Cuaresma Dios nos concede la oportunidad de imitar a Cristo intensificando nuestra comunión con Dios a corazón abierto.

En número cuarenta, que da origen a la palabra Cuaresma, está asociado en la Biblia a experiencias espirituales intensas: los cuarenta días y cuarenta noches del diluvio ‒evocados de algún modo en la primera lectura‒, los cuarenta años de travesía por el desierto que el pueblo elegido realizó antes de llegar a la tierra prometida, los cuarenta días y las cuarenta noches que Moisés pasó en el monte Sinaí, los cuarenta días y las cuarenta noches que Elías caminó antes de llegar al monte Horeb. A diferencia del evangelio según san Mateo y según san Lucas, el de san Marcos parece indicar que Jesús no fue tentado solamente al final de estos cuarenta días de estancia en el desierto, sino durante todo ese tiempo.

Esta experiencia de desierto parece reescribir los primeros capítulos del Génesis, como si nos quisiera sugerir que con Jesús la historia se escribe de nuevo y con un signo positivo. Jesús marca un nuevo comienzo. Como en el paraíso también en el desierto hay armonía entre el hombre y la naturaleza. La convivencia pacífica entre Jesús y las fieras nos remite a la armonía que profetizó Isaías para los tiempos mesiánicos. Jesús vive también en contacto con los ángeles que le sirven. En Jesús no hay ruptura entre el cielo y la tierra.

Pero como en el Génesis también interviene Satanás para intentar arruinarlo todo, para introducir la ruptura, para tratar de apartar a Jesús del Padre. Aunque nada podrá arrancarle la serena certeza de que el Padre lo ama y nunca lo abandona. Jesús, como nuevo Adán, va a enfrentarse con el tentador, va a desenmascararlo. El primer Adán fue tentado cuando disfrutaba de la abundancia del paraíso recién estrenado; Jesús fue tentado cuando permanecía en la austeridad del desierto, donde carecía incluso de lo necesario desde el punto de vista material, cuando ayunaba. El primer Adán cayó, arrastrando tras de sí a toda la humanidad; Jesús venció, salvando a todos los que se unen a él. Satanás salió derrotado. De esta victoria depende nuestra salvación.

Este episodio de la vida de Jesús es capital para nosotros. Como decía santo Tomás de Aquino «todo lo que Cristo realizó en su carne fue salvífico para nosotros», también esta victoria sobre el tentador.

Al comienzo de la Cuaresma todos los cristianos estamos invitados a acompañar espiritualmente a Jesús en el desierto. Estos cuarenta días son para nosotros como una cura para habituarnos a Dios, para habituar no solo de nuestro espíritu, también nuestra carne a Dios, pues también nuestra carne tiene futuro, está llamada a la resurrección. Como Jesús, tendremos que confrontarnos con Satanás, a quien el Señor llama en alguna ocasión «príncipe de las tinieblas» o «príncipe de este mundo». El tentador aprovecha los momentos de debilidad, de cansancio o de angustia para hacernos caer en sus trampas. Pero tampoco los momentos de oración están exentos de tentación. Toda circunstancia puede ser propicia para tratarnos de separar de Dios. Como decían los antiguos, el diablo tiene envidia de los que tiende a lo mejor. Sólo amando intensamente al Padre ‒como hizo Jesús‒ podremos superar la tentación; sólo amando más al Padre que nuestro propio interés o que nuestras supuestas necesidades podremos resistir cualquier embate. El amor puede con la tentación. Si el amor es fuerte, no hay tentación que se le resista.

Convertíos y creed en el Evangelio

Del desierto Jesús sale listo para comenzar su misión evangelizadora, para expulsar los demonios, para curar a los enfermos,… Las primeras palabras que escuchamos de labios de Jesús en el evangelio según san Marcos son una llamada a la conversión y a la fe. Conversión y fe son como las dos caras de la misma moneda, no se pueden separar. La conversión es la vuelta a Dios; es caminar en la buena dirección, es amar a Dios por encima de todo, más que a uno mismo,… Es un don, una gracia. Nadie puede convertirse por propia iniciativa. En el libro de las Lamentaciones leemos estas palabras: «conviértenos a ti Señor, y nos convertiremos». Pero esta gracia tiene que ser acogida para que se dé una verdadera conversión. La conversión es una tarea de toda nuestra vida. Jamás podremos sentarnos a descansar diciéndonos que ya nos hemos convertido totalmente. Cada mañana hay que retomar el camino de la conversión, hay que reorientar nuestra dirección, dirigir el rumbo hacia Dios. La fe también es, en primer lugar, un don. Tiene muchos aspectos. Uno de ellos es la adhesión total a Dios, es entregarse de corazón a Dios; es confiar en él; es aceptar sus planes, sus criterios, sus tiempos,… es acoger sus palabras, ponerlas en práctica, es hacer su voluntad. La mejor manera de cultivar y acrecentar nuestra fe es orar mucho y hacer el bien. La oración y las buenas obras son como el termómetro que nos indica dónde estamos en la fe.

La Cuaresma puede ser un tiempo decisivo para avanzar en la conversión y para fortalecer nuestra fe, especialmente en un mundo en el que se palpa una creciente falta de fe.

ESTUDIO BÍBLICO.

1 Lectura: Génesis (9,8-15): Un diseño de liberación y de alianza

I.1. La primera lectura es el final del relato del diluvio (más amplio, porque abarca Gn 6,5-9,17), que es un texto lleno de sugerencias sobre la necesidad de ver que Dios, a pesar del alejamiento de la humanidad de su proyecto salvador, siempre ofrece oportunidades de gracia, como a Noé y su familia, que en este caso representan una nueva humanidad. Es un relato que actualmente está tejido sobre las teologías de las redacciones "yahvista" y "sacerdotal" (dos de las fuentes o tradiciones con las que se ha elaborado el Pentateuco) y que tiene paralelos con relatos del Oriente. Los autores bíblicos se han podido inspirar en ellos, pero dándole su tono teológico y catequético de acuerdo con la fe de Israel. Se busca poner de manifiesto que del "pecado y castigo" por una parte, se ha de pasar a la misericordia liberadora por otra, lo cual se representa extraordinariamente en la alianza con Noé y la humanidad.

I.2. El "arca" (tebah) es como una cesta, como la cesta en la que un día Moisés será salvado de las aguas. Siempre en la Biblia hay una teología positiva frente al pecado de la humanidad: la fidelidad de Dios. Sabemos que el relato del diluvio es mítico en el sentido que no ha existido un diluvio "universal", sino que siempre ha habido catástrofes que le han enseñando a la humanidad lo frágil de su existencia. Todas las culturas se remiten a un tipo de relato como éste, porque en todos los pueblos se tiene conciencia del pecado de la humanidad, de la necesidad de un castigo, y del anhelo de la justicia y la misericordia de los dioses. En el caso de nuestro relato, la teología de la misericordia de Dios es manifiesta.

2ª Lectura: I Pedro (3,18-22): La victoria de Jesucristo

II.1. La segunda lectura presenta la acción redentora de Cristo en lo que se presiente una teología de la confesión primitiva del "murió por nuestros pecados" (cf 1Cor 15,3; Rom 6,10; Heb 9,26-28 o Ef 2,18). Esta muerte, sin embargo, no se debe interpretar en la lógica de una necesidad divina, como se hizo en la Edad Media, sino de "pro-existencia", de entrega a la humanidad sin condiciones. Por eso, "murió por nuestros pecados", debemos entenderlo en el sentido de que murió "a causa de nuestros pecados", es decir, el pecado del mundo que nos aleja de la misericordia y salvación de Dios.

II.2. También se hace mención de los días de Noé y se explica como una cierta continuidad con la primera lectura de hoy. Esta carta de Pedro, sea quien sea su autor, pone de manifiesto el ámbito de la existencia cristiana en un mundo adverso, o en un mundo sin fe y sin esperanza. El cristiano, pues, debe saber responder con valentía y vigor al reto de un mundo sin horizontes éticos, incluso debe estar dispuesto a dar su vida por causa de la justicia. Es verdad que en el escrito se percibe un voluntarismo fuerte, un "deber" insustituible; pero deberíamos subrayar también la dimensión "vocacional" cristiana. El hecho del bautismo, y de ahí quizá la conexión con Noé, no puede quedar en un rito sin compromiso, sino que ser bautizados en Cristo significa llevar una vida como la suya: la opción de estar entregado a los demás.

Evangelio: Marcos (1,12-15): Del desierto al evangelio

III.1. El evangelio, en todos los ciclos, el primer domingo de cuaresma, es el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Este de Marcos es el relato más sobrio de los sinópticos, sobre el que Mateo y Lucas construyeron un episodio cargado de insinuaciones teológicas. Que Jesús estuviera el desierto, como lo estuvo Juan el Bautista, no es un hecho del que debamos dudar. Pero, no obstante, el desierto está cargado de simbolismo en la teología de Israel: de la misma manera que es un tiempo de tentación, es también un tiempo de purificación. El número cuarenta, los cuarenta días, señalan, evidentemente, a los cuarenta días del diluvio (por eso se ha escogido en la liturgia de hoy el texto de Génesis sobre el diluvio), o a los cuarenta años del pueblo caminando por el desierto hacia la libertad.

III.2. Por lo mismo, debemos ponernos en esa clave simbólica para entender este momento previo a la vida pública de Jesús que se prepara a conciencia para abordar la gran batalla de su existencia, es decir, la proclamación de la llegada del Reino de Dios. Y es el Espíritu el que le impulsa al desierto (por consiguiente, no puede ser malo el desierto); pero allí se le presentan los animales adversos (alimañas) e incluso ese misterioso personaje, sin rostro y sin identidad, Satanás; aunque también los ángeles que son, por el contrario, la fuerza de Dios. Este es un relato tipo que quiere describir la actividad de Jesús en su pueblo, que vivía como en el desierto. Y es allí donde él debe aprender la necesidad que tienen los hombres del evangelio.


III.3. Señalemos también que el mismo Espíritu, después, le impulsa a Galilea para proclamar el gran mensaje liberador, como se puso de manifiesto en el tercer domingo de este ciclo B. Para vencer en el desierto, es necesaria la fidelidad a Dios por encima de todas las sugerencias de poder y de gloria. El simbolismo en el que debemos leer hoy nuestro relato nos permite ver que el desierto y los cuarenta días es el mundo de Jesús, el tiempo de Jesús con las fuerzas adversas (las de Satanás) y la de Dios (los ángeles). Eso es lo que está presente en la vida, en toda sociedad. )Qué hacer? Pues, como Jesús, proclamar que el tiempo de Dios, el de la salvación y la misericordia no puede ser vencido por el de la maldad, la injusticia o la guerra. Si Jesús estaba guiado por el Espíritu, eso quiere decir que es el Espíritu mismo la voz resonante del evangelio como buena noticia que llama a salir de lo peor que tiene el desierto: las fuerzas del mal. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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