“El que cree tiene vida eterna”
Mientras avanza el mes de agosto, continuamos sumergiéndonos en el discurso del Pan de
Vida que narra San Juan en el capítulo 6 del Evangelio, y que nos va a
acompañar aún durante varias semanas. Tras la multiplicación de los panes que
impactó y dejó saciados a más de cinco mil hombres en los días cercanos a la
Pascua, Jesús siente la necesidad de explicar a sus oyentes el significado de
lo sucedido: el ser humano tiene un hambre profunda, una necesidad de algo
mayor, y solo Él puede convertirse en alimento auténtico. Comer el pan que
Jesús ofrece significa entonces creer en su Palabra, anticipo de la Eucaristía.
Esta afirmación suscitará una gran controversia entre sus oyentes.
También nos trae ecos de conflicto la
experiencia vivida por Elías en su huida al Horeb, que relata la primera
lectura. Ciertamente las dificultades no son ajenas al cristiano, pues forman
parte de la vida humana y de las sociedades en las que estamos inmersos. Pero
la Palabra nos ayuda a abordarlas y salir reforzados de ellas. La receta más
sencilla la ofrece Pablo a los de Éfeso: “Sed buenos… sed imitadores de Dios”.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Uno
espera que el Señor diga: “tú tienes fuerza para hacer este camino”. Pero no,
justamente dice lo que no debería motivarnos a caminar: “el camino es superior
a tus fuerzas”. ¿Cómo voy a caminar entonces si no tengo fuerzas? Precisamente,
con las fuerzas que vienen de Dios, no con las mías. El camino de fe exige que
confiemos, que caminemos teniendo presente que nunca nos faltará la fuerza que
viene de Dios.
Lectura
del primer libro de los Reyes 19, 1-8
El rey Ajab contó a Jezabel todo lo que
había hecho Elías y cómo había pasado a todos los profetas al filo de la
espada. Jezabel envió entonces un mensajero a Elías para decirle: “Que los
dioses me castiguen si mañana, a la misma hora, yo no hago con tu vida lo que
tú hiciste con la de ellos”. Él tuvo miedo, y partió en seguida para salvar su
vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su sirviente. Luego Elías caminó un
día entero por el desierto, y al final se sentó bajo una retama. Entonces se
deseó la muerte y exclamó: “¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no
valgo más que mis padres!”. Se acostó y se quedó dormido bajo la retama. Pero
un ángel lo tocó y le dijo: “¡Levántate, come!”. Él miró y vio que había a su
cabecera una galleta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió,
bebió y se acostó de nuevo. Pero el Ángel del Señor volvió otra vez, lo tocó y
le dijo: “¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!”. Elías
se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días
y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb.
Palabra de Dios.
Salmo
33, 2-9
R.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su
alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo
oigan los humildes y se alegren. R.
Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su
Nombre todos juntos. Busqué al Señor: Él me respondió y me libró de todos mis
temores. R.
Miren hacia él y quedarán
resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó al
Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
El Ángel del Señor acampa en torno de
sus fieles, y los libra. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Felices los que
en él se refugian! R.
II
LECTURA
Es
maravillosa la frase atrevida de este texto: “no entristezcan al Espíritu
Santo”. Y enseguida da los motivos para entristecerlo: si estamos amargados, si
somos enojosos o si nos pasamos insultando a los hermanos. Es decir, son nuestras
malas reacciones hacia nuestros hermanos las que ponen triste al Espíritu.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 30—5, 2
Hermanos: No entristezcan al Espíritu
Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención.
Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda
clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose
los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo. Traten de imitar a
Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo,
que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a
Dios.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 6, 51
Aleluya. “Yo soy el pan vivo bajado del
cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
“Esto es lo que quiero decir en mi segundo
pensamiento. No yo, sino Cristo, cuando hoy en el evangelio nos habla de un
principio de vida que se encarna. Cuando él dice: ‘Nadie ha visto al Padre sino
el que viene de Dios’, es él. Y cuando dice, comparando con la comida que
conocían los judíos: el maná: ‘Los que comían el maná, volvían a morir, pero el
que come el pan que yo daré, vivirá para siempre, no podrá morir’: ¿Cuál es ese
pan? ‘El pan que yo daré, mi carne, para la vida del mundo’. La gran
revelación: la carne, el Dios que se ha encarnado”.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 6, 41-51
Los judíos murmuraban de Jesús, porque
había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y decían: “¿Acaso este no es
Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede
decir ahora: ‘Yo he bajado del cielo?’”. Jesús tomó la palabra y les dijo: “No
murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me
envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los
Profetas: ‘Todos serán instruidos por Dios’. Todo el que oyó al Padre y recibe
su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de
Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida
eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y
murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo
coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan
vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
A
veces nos visita el conflicto
Y no podemos hacer nada por evitarlo.
Forma parte de la condición humana, y en mayor o menor medida nos afecta. Hay
conflictos de todo tipo y de distintos grados; los que nos tocan
individualmente, y los que se mueven a escala internacional. El profeta Elías,
perseguido por la reina Jezabel tras defender la fe monoteísta de Israel, huye
al Horeb, el monte del encuentro con Dios. Jesús, experto en conflictos a lo
largo de todo el Evangelio, se ve confrontado ahora por los judíos a los que
acaba de alimentar y que no entienden el sentido del signo realizado. Quizás,
lo cómodo sería escapar de esas realidades que cuestionan, duelen y traen
sufrimiento. Pero lo más humano, lo evangélico, es servirse de ellas para
crecer, acogerlas como una oportunidad. Utilizar el diálogo y la escucha, la
palabra y hasta la fe, para atravesarlas con confianza. Tenemos en lo humano
herramientas para superar las dificultades de forma victoriosa. Tal vez el
primer paso sea quitarnos el miedo, confiar en el poder de la palabra y en la
bondad intrínseca de todas las personas.
Cuando
el conflicto se convierte en problema
Suele ser lo más habitual. En los
contextos cercanos hay dificultades no resueltas o enquistadas que terminan en
fracaso. Sucede a nivel comunitario o familiar, e incluso en los ámbitos
políticos o de relaciones institucionales. Cuando las sospechas son mayores que
la confianza, o los intereses ocultos que la necesidad del diálogo, nos
enfrentamos con problemas complejos. Hay actitudes que dinamitan las vías del
encuentro y frenan las posibilidades de seguir caminando. Parar es una
tentación, tirarlo todo por la borda: es lo que vive Elías cuando ve mermadas
sus fuerzas. Y lo es vivir cerrado a la novedad del otro, a lo que puede
aportar más allá de los prejuicios: lo experimentan los judíos, que encasillan
a Jesús, pues “conocen a su padre y a su madre” (Jn 6,42). Es tentador, a la
vez que habitual, vivir sin hambre, sin un deseo profundo de algo más, sin una
puerta abierta que culmine en la fe, en la experiencia vital de Dios, o al
menos aceptar esa realidad en el otro: los mismos judíos, presos de una
religiosidad alejada de la vida, se cierran a la oferta de Jesús. Cuando falta
la actitud de acogida y respeto, falla el encuentro.
Alimentarse
y vivir lo eterno
En el Horeb, en medio de su desolación,
Elías se sintió alimentado y recobró las fuerzas. Fue algo más que una torta
cocida y un poco de agua. Quizás la ayuda de Dios por medio de su ángel. El Pan
de la Eucaristía, prefigurado ya en aquella experiencia, ha sido fortaleza para
multitud de personas a lo largo de la Historia. Y el alimento de la Palabra de
Dios ha puesto en pie a generaciones de cristianos, que han reconocido en Jesús
al verdadero Pan de Vida. La “comida rápida” no ha llegado solo a nuestras
mesas, también amenaza a nuestra manera de vivir la fe. No nos vale cualquier
alimento, sino aquel que la Iglesia reconoce en Jesús, ese que fortalece en el
presente y se nos asegura como prenda de eternidad. Somos invitados a buscar lo
que llena y da vida, un manjar de autenticidad y plenitud que denuncia nuestras
frágiles búsquedas y los alimentos fugaces. En nuestro interior hay una sed de
eternidad honda que solo en Jesús podemos colmar por completo.
Tener
fe y seguir caminando
“Yo no tengo fe”, escuchamos con
frecuencia en aquellos que no han estado en contacto con la experiencia
cristiana, pero también en bautizados. ¿Dónde está el secreto? ¿Será que hay
ausencia de deseo en la persona? ¿Que nos fallan las mediaciones necesarias
para que se produzca el encuentro? Jesús define la fe como una atracción: “nadie
viene a mí si el Padre no lo atrae” (Jn 6, 44) . La experiencia religiosa se
asienta sobre un Dios atrayente y atractivo, siempre abierto al encuentro, que
toca lo afectivo desde la seducción. Y esa experiencia de ser cautivados no es
estática, sino que pone en marcha, invita a seguir caminando, a jugarse la vida
por un proyecto. Una fe, una seducción, que se pide, se desea y se vive junto a
otros.
Sean
buenos
Es la invitación de Pablo a los efesios.
Como el consejo que dan las madres de todos los tiempos a sus hijos, la llave
que abre la puerta de la felicidad. La bondad “a imitación de Dios” (Ef 5,1) es
actitud para resolver conflictos (no por rendirse, sino por seguir intentándolo
con confianza), pero también es vía de acceso al encuentro con Dios, a la
experiencia de la fe. “Ser buenos” -que no es meta, sino inicio- es una manera
de pasar por la vida disfrutando del encuentro, comprometiéndose con la realidad,
entrando en la sintonía de Dios. Él, todo Bueno, llevará a plenitud los actos
de bondad del ser humano
ESTUDIO BÍBLICO.
De la sabiduría a la Eucaristía
I
Lectura: 1Reyes (19,4-8): La fuerza de Dios en el corazón del profeta
I.1. La primera lectura nos narra una de
las escenas más maravillosas y excepcionales del profeta Elías, el prototipo
del profetismo del Antiguo Testamento, quien en tiempo de Ajaz y la reina
fenicia Jezabel, su esposa (en el reino del norte, Israel), luchó a muerte por
el yahvismo (la religión judía) que la reina quería “sincretizar” con sus
creencias paganas. El profeta Elías, un defensor a ultranza del monoteísmo
(sólo existe un Dios, Yahvé, y ninguno más) y de sus exigencias éticas, se
enfrenta con la reina y sus lacayos. Sabemos que, en el fondo, es una guerra de
religión, un enfrentamiento de culturas, donde el profeta Elías había derrotado
a espada a los profetas de Baal (dios cananeo-fenicio) y eso le hace huir hacia
el Horeb, que es el monte Sinaí en una tradición bíblica.
I.2. Elías va al encuentro de las
verdaderas raíces del yahvismo, como podemos encontrar en Ex 19. El ángel de
Dios le anima, le pone un pan y agua para que prosiga en esta huida, como
Moisés, hacia el monte de Dios (en el Horeb), para beber en la verdadera fuente
del yahvismo. Hay mucho de simbólico en esta narración, como se ha reconocido
en la interpretación de los expertos. No todo lo que hay en la historia de
Elías y su lucha por el yahvismo es hoy aceptable desde el punto de vista
teológico, aunque defender los principios de una religión que se fundamenta en
la justicia, como hace Elías en otras ocasiones, sí es ejemplo de radicalidad.
Dios viene en ayuda del profeta, porque la lucha es “a muerte”. Defender una
causa justa en nombre de Dios, no es apologética o fundamentalismo, o no debe
serlo al menos, sino que es humanizar la religión.
II
Lectura: Efesios (4,30-5,2): Dios, inspirador de nuestra vida
II.1. La segunda lectura prosigue con la
exhortación a la vida nueva que lleva consigo el sello del Espíritu que deben
poseer los cristianos. Lo que el autor pide, como consecuencia de esta
identidad cristiana en el Espíritu, es determinante para conocer lo que hay que
hacer como cristianos; es lo que se llama la praxis: evitar la agresividad, el
rencor, la ira, la indignación, las injurias, y toda esa serie de maldades o
miserias.
II.2. La alternativa es ser imitadores
de Dios, es decir, bondadosos, compasivos y perdonadores. No es un imposible lo
que se propone en el sentido de que Él sea nuestra vara de medir, sino tener
los mismos sentimientos que Dios, como Padre, tiene con todos nosotros; así los
debemos tener los unos con los otros. Nos recuerda algunos aspectos del Cristo
joánico: como el Padre me ha amado, así os amo yo.
Evangelio:
Juan (6,41-51): “Yo soy” el pan de vida
III.1. El contraste entre la Ley del AT
y la persona de Jesús es una constante en el evangelio de Juan. Frente a la Ley
y su mundo, y especialmente frente a la interpretación y manipulación que
hacían los judíos, el evangelio propone a Jesús como verdadera “verdad” de la
vida. Por eso mismo, los autores de San Juan se inspiran en la Sabiduría divina
a la hora de interpretar el AT y de lo que Jesús ha venido hacer como Palabra
encarnada. En el AT se hablaba de la Sabiduría divina que habría de venir a
este mundo (cf Pro 1,20ss; 8; 9,1ss; Eclo 24,3ss.22ss; Sab 7,22-8,8; 9,10.17)
como Palabra para iluminar en enseñar la forma de llevar a cabo el proyecto
salvífico de Dios. Por eso mismo, en este discurso de Jn 6 se tienen muy en
cuenta estas tradiciones sapienciales como de más alto valor que el mismo
cumplimiento de los preceptos de la Ley. Y en Jn 6 se está pensando que Jesús,
la Palabra encarnada, es la realización de ese proyecto sapiencial de Dios.
III.2. El evangelio de hoy nos introduce
en un segundo momento del discurso del pan de vida. Como es lógico, Juan está
discutiendo con los «judíos» que no aceptan el cristianismo, y el evangelista
les propone las diferencias que existen, no solamente ideológicas, sino también
prácticas. Su cristología pone de manifiesto quién fue Jesús: un hombre de
Galilea, de Nazaret, hijo de José según se creía ¿cómo puede venir del cielo?
Es la misma oposición que Jesús encuentra cuando fue a Nazaret y sus paisanos
no lo aceptaron (Mc 6,1ss). Las protestas de los oyentes le da ocasión al Jesús
joánico, no de responder directamente a las objeciones, sino de profundizar más
en el significado del pan de vida (que al final se definirá como la
eucaristía). Pero ahí aparece una de las fórmulas teológicas joánicas de más
densidad: yo soy el pan de vida. Y así, el discurso sapiencial se hace discurso
eucarístico.
III.3. La presencia personal de Jesús en
la eucaristía, pues, es la forma de ir a Jesús, de vivir con El y de El, y que
nos resucite en el último día. El pan de vida nos alimenta, pues, de la vida
que Jesús tiene ahora, que es una vida donde ya no cabe la muerte. Y aunque se
use una terminología que nos parece inadecuada, como la carne, la «carne»
representa toda la historia de Jesús, una historia de amor entregada por
nosotros. Y es en esa historia donde Dios se ha mostrado al hombre y les ha
entregado todo lo que tiene. Por eso Jesús es el pan de vida. Harían falta
muchas más páginas para poder exponer todo lo que el texto del evangelio de hoy
proclama como “discurso de revelación”. El pan de vida, hace vivir. Esta es la
consecuencia lógica. Casi todos los autores reconocen que estamos ya ante la
parte eucarística de Jn 6.
III.4. Aparece aquí, además, uno de los
puntos más discutidos de la teología joánica: la escatología, que es
presentista y futura a la vez. La vida ya se da, ya se ha adelantado para los
que escuchan y “comen” la “carne” (participación eucarística”). Pero se dice, a
la vez, que será “en el último día”. Esto ha traído de cabeza a muchos a la
hora de definir qué criterios escatológicos se usan. Pero podemos, simplificando,
proponiendo una cosa que es muy importante. La vida que se nos da en la
eucaristía como participación en la vida, muerte y resurrección de Jesús no es
un simulacro de vida eterna, sino un adelanto real y verdadero. Nosotros no
podemos gustarla en toda su radicalidad por muchas circunstancias de nuestra
vida histórica. La eucaristía, como presencia de la vida nueva que Jesús tiene
como resucitado, es un adelanto sacramental en la vida eterna. Tendremos que
pasar por la muerte biológica, pero, desde la fe, consideramos que esta muerte
es el paso a la vida eterna. Y en la eucaristía se puede “gustar” este
misterio. (Fray Miguel de Burgos
Núñez, O. P.).
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