Los que
creemos en la Asunción de María afirmamos el destino final al que todos estamos
llamados. Nuestro cuerpo no constituye un obstáculo para la plena unión y
relación con Dios, con los seres humanos, con la creación; por el contrario,
lejos de ser un alma prisionera del cuerpo, éste es vehículo de comunicación,
de amor, y expresión de nuestra identidad personal. En la resurrección, nuestra
corporeidad es rescatada y transfigurada en lo absoluto de Dios. Aquello que
creemos y esperamos es ya realidad en María.
«Dichosa tú, porque has creído»
Esta fiesta celebra que «la Virgen María, cumplido
el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste»
(Constitución apostólica Munificentissimus Deus de Pío XII del 1/11/1950). En
muchos pueblos se celebraba desde antiguo este misterio, pero durante muchos
siglos esta creencia no tuvo la oficialidad que hoy tiene. Se tenía la
convicción de que el sepulcro servía como crisol para dejar ese cuerpo limpio
para la resurrección. Si embargo, desde antiguo ya se veía la muerte de María
como una «dormición», el descanso de la vida. Así expresaban que la muerte de
María no tenía la condición trágica que nosotros experimentamos, sino que había
sido un paso imperceptible: se había dormido, pero estaba viva. María, la Madre
de Dios, fue objeto de glorificación corporal después de su muerte y en ella se
manifiesta el fin y la plenitud de toda la creación. Con esta sanción oficial
del dogma de la Asunción se proclama el misterio de fe sobre el destino de
María y de todos nosotros.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
I
LECTURA
Como en la primera lectura de ayer, también en
este texto se asocian simbólicamente el Arca y la Mujer. Pero aquí aparece otra
figura: el Dragón, el que se opone a Dios y a su plan. Esta lucha tiene un fin,
y la victoria final es para Dios. La Mujer, radiante, vestida de sol, participa
de esta victoria y es María.
Lectura del libro del
Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab
Se abrió el Templo de Dios que está
en el cielo y quedó a la vista el Arca de la Alianza. Y apareció en el cielo un
gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona
de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba
a dar a luz. Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el
fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. Su
cola arrastraba una tercera parte de las estrellas del cielo, y las precipitó
sobre la tierra. El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz,
para devorar a su hijo en cuanto naciera. La Mujer tuvo un hijo varón que debía
regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado
hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto, donde Dios le había
preparado un refugio. Y escuché una voz potente que resonó en el cielo:
"Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía
de su Mesías".
Palabra de
Dios.
SALMO
Salmo 44, 10b-12. 15b-16
R. ¡De pie a
tu derecha está la Reina, Señor!
Una hija de reyes está de pie a tu
derecha: es la reina, adornada con tus joyas y con oro de Ofir. R.
¡Escucha, hija mía, mira y presta
atención! Olvida tu pueblo y tu casa paterna, y el rey se prendará de tu
hermosura. Él es tu señor: inclínate ante él. R.
Las vírgenes van detrás, sus
compañeras la guían, con gozo y alegría entran al palacio real. R.
SEGUNDA LECTURA
"Sabemos bien que todo lo que Jesucristo
llevó a cabo y sufrió no se circunscribe a su vida personal, sino que es parte
de un designio divino en el que nosotros también estamos incluidos. El es el
Redentor, lo que quiere decir que toda su obra redentora nos concierne.
Jesucristo no vino a la tierra solamente para morir; vino para unirnos a él y
asociarnos a su triunfo". (Pablo VI, audiencia general del 13/4/1966).
Lectura de la primera carta
del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 15, 20-27a
Hermanos: Cristo resucitó de entre
los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de
un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto,
así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno
según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos; luego, aquellos
que estén unidos a él en el momento de su Venida. En seguida vendrá el fin,
cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado
todo Principado, Dominio y Poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta
que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será
vencido es la muerte, ya que Dios "todo lo sometió bajo sus pies".
Palabra de Dios.
EL EVANGELIO PARA EL DÍA DE
HOY
María fue una mujer alegre. A pesar de las
dificultades e imprevistos que tuvo en su vida, ella sabía en quién confiaba.
Por eso tenía ese gozo certero y esa serenidad interior que la llevaron a
descubrir la obra de Dios en este mundo y a cantar, por eso, su alabanza.
Ì Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-56
Durante su embarazo, María partió y
fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías
y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría
en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres
bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy
yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el
niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se
cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces:
"Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo
en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En
adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha
hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de
generación en generación sobre aquéllos que lo temen. Desplegó la fuerza de su
brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono
y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los
ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su
misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y
de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres
meses y luego regresó a su casa.
Palabra del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
La glorificación corporal de María después de su
muerte la atestigua la devoción espontánea de los fieles. En realidad estas
tradiciones encontraron su lugar más apropiado en la inspiración poética de los
himnos de la fiesta de la Dormición. Era para los fieles la enseña y el
estandarte del destino de toda la humanidad como consecuencia de la resurrección
de Cristo. Los textos hablan de la muerte natural de la Virgen. En realidad
muchas expresiones de devoción mariana de los antiguos cristianos no son más
que ilustraciones de la fe en la unión hipostática de la divinidad y la
humanidad en Cristo, por la que se comunican sus propiedades.
Pero con la figura de María nos sucede, a veces,
que nos encantamos tanto con su figura que terminamos por elevarla a una
criatura tan nimbada de gloria que no nos dice nada sobre nuestras tristezas y
angustias. Todas las gracias que podamos atribuir a María, no deben ocultar que
continúa siendo una mujer de nuestra raza. El camino no es atribuirle lo que ni
es ni tiene. Pero también sucede, otras veces, que la reducimos a nuestras
limitadas perspectivas de la vida sin reconocer la singular dignidad de la
Madre de Dios. Así ocultamos lo que es y tiene. Sin duda que el reconocimiento
de su excelencia es el mejor camino para conducirnos a su Hijo, nuestro
Salvador. En su obediencia a Dios reconocemos al modelo acabado de humanidad.
La Asunción en cuerpo y alma a los cielos es el
término normal de su vida. La Asunción manifiesta la fe de la Iglesia en el
triunfo de María, realidad que todos esperamos alcanzar. Es expresión de la
resurrección y de la plenitud de ser, consecuencia de toda una vida entregada
enteramente a Dios. La última palabra sobre nuestro destino no la tiene la
muerte.
La dureza de la realidad, sobre todo la muerte,
contradice el mensaje de la Asunción
El problema de la muerte no deriva de que algunos ambientes
la consideren como una herencia maldita y fatal, sino en que su poder
devastador fácilmente nos induce a renegar de Dios. No se trata, pues, de negar
la muerte biológica, sino de asumir la muerte como finitud de las tareas
presentes. El problema aparece cuando tenemos que enfrentarnos a la realidad
última de nuestra existencia como experiencia tenebrosa, que produce
alejamiento y huida de Dios. Ante esta realidad de toda vida humana no vale
cualquier actitud. Cercana o lejana, prevista o imprevista, esperada o
imprevisible la muerte es siempre un aguijón para nuestras vidas. Es preciso
buscar una respuesta a este corte definitivo de la vida humana. Cerrar los ojos
ante esta realidad para vivir en la ilusión de liberarse de su condición de
«aguijón» y de sus interrogantes, sería una solución demasiado artificial y
fácil de la vida. Por eso, la manera de morir de María es una necesaria lección
para todos.
Nosotros vivimos preocupados por la vida física o
biológica, pero a Jesús le preocupa todavía más la angustia y la desesperación
ante la ausencia de sentido de la vida, como si todo fuera absurdo. La Biblia
no trata de la muerte biológica, la que los médicos certifican, sino de la
experiencia personal y concreta que el hombre tiene de la muerte como corte y
ruptura desoladora y absurda, la muerte dolorosa y terrible, de la que todos
nos defendemos. La voluntad de vivir, que alienta en el hombre, lo induce a
rebelarse contra esa devastación irreparable. Por eso algunos han querido
calmar esta rebeldía definiendo al hombre como «ser para la muerte». Así
pretenden apagar todos los anhelos de transcendencia que anidan en el corazón
de los hombres. La dormición de María enciende esa luz en los corazones de los
fieles.
El canto de María proclama que la muerte no tiene
la última palabra
Necesitamos una figura que nos ayude a asociarnos a
la grandeza de la salvación otorgada en Cristo. Por suerte está María para
llevarnos a lo esencial, para conducirnos a la sabiduría. En el umbral de la
casa de Zacarías, nace el himno mariano del Magníficat. La visitación da paso a
un desahogo espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret. La Iglesia lo
repite en la liturgia. En el saludo Isabel llama a María, primero, «Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» y, luego, expresa
elocuentemente la actitud de María: «Dichosa tú, porque has creído». Estas dos
bendiciones «bendita y dichosa», no son una cortesía, sino que se refieren
directamente a la fe de María en el momento de la anunciación.
La alegría de la fe parece una paradoja. Para
algunos aparece como un obstáculo para la felicidad, porque nos coarta la
libertad. Dios no alegra nuestro rostro, sino que más bien parece
ensombrecerlo. Así desaparece del horizonte de nuestras vidas la fe que hizo feliz
a María. La fe es la mejor gracia que podemos pedir a Dios para ir hasta el
fondo del misterio de las cosas: la realidad es siempre mucho más grande y
sorprendente que lo que vemos. La fe no es el límite que vemos desde el valle,
sino el horizonte que se vislumbra desde la montaña.
Así María puede cantar a pleno pulmón que «todas
las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho obras
grandes por mí». La madre de Dios es la realización más plena de cuantas
posibilidades están inscritas en la naturaleza humana, capaz de recibir la
plenitud del Ser divino. Toda su vida es expresión del uso correcto del don de
la libertad. Es la llena de gracia por antonomasia. El canto que María dirige
en el evangelio a Dios ensalza a la humanidad redimida por la divina
misericordia frente a cuantos quieren erigirse en dueños de nuestro destino en
esta historia. Por eso puede cantar que la muerte no es la última respuesta a
las aspiraciones humanas. La gracia de Dios la cubrió desde el principio con su
sombra. Su fidelidad hizo que se uniera más y más a Dios, de modo que toda su
persona estaba preparada para entrar en el cielo. Esta es la verdad que hoy
celebramos.
Es necesario promover imágenes de esperanza
Hay que confesar que las imágenes usadas para representar
el misterio de la esperanza eterna (supervivencia postmortal, visión beatífica,
los novísimos...) serán siempre muy débiles. Conviene advertir que este género
literario religioso, muy presente en la Biblia, sobre las últimas cosas de la
vida y de la historia es una literatura para tiempos de crisis. Tiene la
ventaja de defender la identidad religiosa frente a los que pretenden arrasar
con todo, incluido Dios, pero tienen el inconveniente de ser refugio de los que
sólo pronostican amenazas terroríficas en nombre de Dios. De esto sabemos
demasiado los predicadores. Pero más allá de esas imágenes está la fe en Dios.
El problema es que las imágenes con las que hemos traducido las últimas
realidades de la historia son más espectáculo impresionante que serena
esperanza.
Pero no podemos dejar de advertir que al
desaparecer esas imágenes podemos quedarnos sin el contenido religioso de las
mismas. Es alarmante que se abandone la escatología cristiana por falta de fe,
pero es todavía más alarmante que se rechace, porque ofende a la razón. Hemos
perdido las representaciones escatológicas y nos perdemos también su mensaje.
Seguramente que nuestra vida religiosa estuvo sobrecargada de imágenes
celestiales o infernales, pero lo cierto es que la ausencia de unas y otras
puede obscurecer el acceso a las profundas y esperanzadoras realidades que
anunciaban.
La Iglesia inmersa en la historia es consciente de
que el triunfo final no ha llegado todavía, pero puede dirigir la mirada a
aquélla que es para nosotros «señal de esperanza cierta y de consuelo». La
Asunción de María quiere decir que, por la resurrección de Cristo, su cuerpo y
alma, su plenitud de ser, viven para siempre. El resto de los mortales debemos
esperar al momento final del tiempo para se produzca esa reconstrucción de la
naturaleza humana que la muerte rompió. María ya lo consiguió. Y esto es una
viva imagen de esperanza para los fieles.
ESTUDIO
BÍBLICO
La Asunción
1ª Lectura: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-6.10: ¡El
cielo siempre nos espera!
I.1. Se ha querido comenzar esta lectura poniendo
la manifestación celestial del Arca de la Alianza, que ya había desaparecido
del Santuario de Jerusalén, probablemente con la conquista de los babilonios.
¡Es imposible encontrarla en alguna parte, a pesar de que se alimente la
leyenda de mil maneras! Y ni siquiera será necesaria en un cielo nuevo, porque
entonces habrá perdido su sentido. En nuestro texto es todo un símbolo de una
nueva época escatológica que revela las nuevas relaciones entre Dios y la
humanidad.
I.2. Y si de signos se trata, el de la mujer
encinta ha sido identificado en María durante mucho tiempo. Esta lectura ya no
tiene sentido, aunque se haya escogido este texto para la fiesta de la
Asunción. No es posible que el niño que ha de nacer se identifique con Jesús
que sería arrebatado al cielo para evitar que sea destrozado por el dragón. Si
fuera así, toda la historia de Jesús de Nazaret, el Señor encarnado que vivió
como nosotros y fue crucificado, perdería todo su sentido. La transposición no
sería muy acertada.
I.3. El símbolo del cielo, apocalíptico desde
luego, es el de la nueva comunidad, la Iglesia liberada y redimida por Dios que
engendra hijos a los que les espera una vida nueva más allá de la historia.
También María es “hija” de esa Iglesia liberada y salvada que vive como
nosotros, siente con nosotros y es resucitada como nosotros, aunque sea madre
de nuestro Salvador. Y por eso es también “madre” nuestra.
2ª Lectura: Primera a los Corintios 15, 20-26: En
Cristo, todos tendremos una vida nueva
II.1. Cuando Pablo se enfrenta a los que niegan la
resurrección de entre los muertos, se apoya en la resurrección de Cristo que ha
proclamado como kerygma en los primeros versos de esta carta (1Cor 15,1-5). En
el v. 20 el apóstol da un grito de victoria, con una afirmación desafiante
frente a los que afirman que tras la muerte no hay nada. Si Cristo ha
resucitado, hay una vida nueva. De lo contrario, Cristo que es hombre como
nosotros, tampoco habría resucitado.
II.2. Podríamos decir muchas más cosas que Pablo
sugiere en este momento. Él le llama “primicia” (aparchê), no en el sentido
temporal, sino de plenitud. En Cristo es en quien Dios ha manifestado de verdad
lo que nos espera a sus hijos. Él es el nuevo Adán, en él se resuelve el drama
de la humanidad; por eso es desde aquí desde donde debe arrancar la verdadera
teología de la Asunción, es decir, de la resurrección de María. Porque la
Asunción no es otra cosa que la resurrección, que tiene en la de Cristo su
eficiencia y su modelo; lo mismo que sucederá con nosotros.
Evangelio según san Lucas 1, 39-56: Un canto de
“enamorada” de Dios
III.1. La visitación da paso a un desahogo
espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido demasiado!. El
Magnificat es un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar
la originalidad literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de
copistas que ha llevado a algunos intérpretes a opinar que, en realidad, es un
canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por
los mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad
existen indicios de que podía ser así, pero la mayoría piensa que Lucas se lo
atribuye a María a causa de la bendición como respuesta a las palabras de
Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto
propio de María en aquel momento y para esa ocasión que hoy se nos relata.
III.2. Se dice que el canto puede leerse en cuatro
estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de vista teológico
como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva
intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien
acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno,
su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilér”,
sino plenamente entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se
mire desde donde se mire, que Lucas ha querido mostrarnos con este canto (no
sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de otra
manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es
una joven “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.
III.3. Los temas, pues, podrían exponerse así: (1)
la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su bendición personal;
(2) el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le
aceptan; (3) su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de
los hombres y mujeres; y (4) su especial misericordia para con Israel, que no
ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es que
Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde,
para cumplir la esperanza de toda doncella judía, pero representando a todas
las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el judaísmo la
maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su
maternidad es en expectativa de un Liberador.
III.4. Este canto liberador (no precisamente
libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es
posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada,
de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal,
fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber
que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso
se nota. No se trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión
feminista y de maternidad de la que pueden aprender hombres y mujeres. Es, desde
luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús. De
alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.
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