“¡Felices los que creen sin haber visto!"
Las lecturas de este domingo tienen
un nexo común: la comunidad de los apóstoles y su vivencia con el Resucitado
después del acontecimiento Pascual. Podemos decir que el orden “histórico” es
el inverso del orden litúrgico en cuanto a los fragmentos de la Escritura que
hemos leído se refiere. Primero los discípulos debieron recibir el Espíritu
Santo exhalado por Jesús y luego comenzarían a hacer milagros y profetizar en nombre
del mismo. Sin embargo la liturgia no es historia, la liturgia es recuerdo del
momento fundante del Cristianismo, la liturgia es memorial de la Pascua del
Señor y por ello el orden que hoy leemos no es cronológico sino teológico.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
I
LECTURA
El
pueblo ahora se convoca en torno de los apóstoles. Todos saben que los signos
no vienen de ellos, sino de Jesús, porque "crecía el número de creyentes
que se unía al Señor". Comprometidos con el pueblo, los apóstoles
manifiestan a Jesús.
Lectura
de los Hechos de los Apóstoles 5, 12-16
Los Apóstoles hacían muchos signos
y prodigios en el pueblo. Todos solían congregarse unidos en un mismo espíritu,
bajo el pórtico de Salomón, pero ningún otro se atrevía a unirse al grupo de
los Apóstoles, aunque el pueblo hablaba muy bien de ellos. Aumentaba cada vez
más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres. Y
hasta sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas,
para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera a alguno de
ellos. La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo
enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban sanados.
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo
117, 2-4. 13-15. 22-27a
R.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! O bien:
Aleluya.
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón: ¡es eterno su amor! Que lo
digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor! R.
La piedra que desecharon los
constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es
admirable a nuestros ojos. Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y
regocijémonos en él. R.
Sálvanos, Señor, asegúranos la
prosperidad. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Nosotros los bendecimos
desde la Casa del Señor: el Señor es Dios, y él nos ilumina. R.
SEGUNDA
LECTURA
"Yo
soy el Alfa y la Omega, primera y última letras del alfabeto griego, que
expresan el comienzo y fin de todas las cosas. El transcurso de la historia
(creación y revelación) es una especie de libro o poema alfabético donde todo
está incluido. Dios mismo se vuelve así revelación escrita, conforme a un
motivo común del judaísmo tardío.
Lectura
del libro del Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19
Yo, Juan, hermano de ustedes, con
quienes comparto las tribulaciones, el Reino y la espera perseverante en Jesús,
estaba en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de
Jesús. El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una
voz fuerte como una trompeta, que decía: "Escribe en un libro lo que ahora
vas a ver, y mándalo a las siete iglesias que están en Asia". Me di vuelta
para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro, y
en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una
larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro. Al ver esto, caí
a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo:
"No temas: Yo soy el Primero y el Último, el Viviente. Estuve muerto, pero
ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo
que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro".
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
"El
saludo de Jesús de Nazaret crucificado y resucitado deseando la paz muestra que
es algo más que un simple saludo: es una afirmación teológica que será la
fuente de la alegría cristiana. Es una paz que contrasta con los miedos y las
puertas cerradas. Es una paz que abre espacios y crea acciones valientes. Jesús
Nazareno resucitado se identifica con las marcas visibles de los estigmas en
sus manos y la herida en su costado. Las marcas de la cruz son iluminadas desde
la perspectiva de la resurrección como un signo de esperanza para todos
aquellos y aquellas que trabajan por un mundo justo y solidario, por una
iglesia y una sociedad que incluya en dignidad a todos sus hijos e hijas.”
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Juan 20, 19-31
Al atardecer del primer día de la
semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los
judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo:
"¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus
manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al
Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre
me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló
sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán
perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el
Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le
dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Él les respondió: "Si no veo
la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los
clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde,
estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás.
Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de
ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás:
"Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi
costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomás
respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora
crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no
se encuentran relatados en este Libro. Éstos han sido escritos para que ustedes
crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su
Nombre.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS LA PALABRA
Los apóstoles protagonistas de las
lecturas son también los que durante la semana santa han aparecido con más
fuerza: Pedro y Juan, al apóstol que negó al Señor pero luego se arrepintió y
fue perdonado y el discípulo amado que recostaba su cabeza sobre el hombro de
Cristo en la Última Cena.
Un punto importante es ver como se
nos describe la actividad de esta primera comunidad de los apóstoles en su
andanza postpascual; se nos muestra como una continuidad de la actividad del
Jesús hecho hombre: Pedro realiza multitud de milagros y a él le llevan los
enfermos, como hacían con Cristo; de la misma manera Juan profetiza,
recordándonos la predicación profética de Cristo, la predicación del Reino de
Dios. Y es que ambos se han convertido en testimonios del Resucitado, sus vidas
y sus actos sólo quieren transmitir esa vivencia. Y sobre esa vivencia se
edifica la Iglesia, porque sólo es a través de este testimonio de los apóstoles
que podemos llegar al Resucitado.
Es por ello que queremos dedicar
estas pautas de la homilía a lo que hemos llamado el testimonio de la Iglesia
para la fe del creyente.
No nos puede sorprender que la
Iglesia nos proponga la lectura de este Evangelio en el domingo de la Octava de
Pascua. En él se nos explica la “relación” entre los discípulos y el Resucitado
en dos apariciones. La primera tiene lugar “al atardecer de ese mismo día, el
primero de la semana” (Juan 20, 19) cuando sólo diez de los discípulos,
asustados y encerrados, son testigos de la aparición de Cristo y reciben de Él
el Espíritu Santo. De la misma manera en el momento de la creación “Yahvé formó
al hombre con el polvo de la tierra; luego sopló en su nariz un aliento de
vida, y el hombre tuvo aliento de vida” (Génesis 2,7). El encuentro con el
Resucitado es siempre una nueva creación para el hombre por medio del Espíritu
Santo. Y es a través de ese Espíritu Santo que la Iglesia recibe el ministerio
de perdonar los pecados como nos recuerda el Evangelio de hoy.
La segunda aparición se realiza al
cabo de ocho días, una semana más tarde, cuando los discípulos se reúnen de
nuevo en el mismo lugar. Entre ellos esta vez también se encuentra Tomás, a
diferencia de la vez anterior. Éste había desaparecido en el momento crucial,
pero era el mismo que en la pasión de Jesús animaba a los otros discípulos para
mostrar su solidaridad con el Maestro: “vayamos también nosotros a morir con
Él” (Juan 11, 16). Estos dos días, el primero y el octavo, son el testimonio de
que ya desde el principio los cristianos se reunían regularmente para
encontrarse con el Señor Resucitado. De hecho el encuentro con el Resucitado no
se da fácilmente en la soledad ni un solo día al año adornados con nuestras
“mejores galas”. El encuentro con Cristo pasa por el testimonio de los
Apóstoles y la comunión con la Iglesia que los tiene como fundamentos. Ni si
quiera Tomás, que con tanta radicalidad le siguió en vida, se escapa a esta
regla. El gran contacto con Cristo resucitado, incluso el tangible, puede ser
experimentado con aquellos que se encuentran “congregados en un mismo Espíritu”
(Hechos 5,12). Y no se trata de ningún tipo de “solidaridad de clase”, sino de
experiencia de la Iglesia, una Iglesia que no siempre puede ser perfecta pero
que hace tangible en ella las llagas del Resucitado para suscitar la fe.
El problema de Tomás no es la duda
de si Jesús se apareció o no, sino si sus compañeros apóstoles dicen la vedad o
no, si en verdad han visto el Resucitado. El problema es fiarse de los
hermanos. Muchas veces nuestro problema es más cercano al de Tomás de lo que
podemos pensar; el problema es si reposamos o no nuestra fe sobre el testimonio
apostólico de la Iglesia. Porque a través de él se nos ha transmitido el
Resucitado. Quizás por esto Jesús hace inmediatamente la afirmación por primera
vez en el Evangelio de “Bienaventurados los que creyeron sin ver”.
En la tradición de la Iglesia el
octavo día es considerado otra vez como el primero, es como volver al
principio, es como volver al paraíso. No sin razón por ello, ya en los tiempos
antiguos, los nuevos bautizados en la noche de Pascua que eran revestidos con
túnicas blancas las llevaban durante toda la semana, para experimentar en ellos
la nueva creación, su nuevo renacer en Cristo por el agua y el Espíritu, su
renacer a la verdad que los Apóstoles les habían retransmitido. Por ello este
domingo es llamado domingo “in Albis” (en blanco) y es también para nosotros el
comienzo de un nuevo viaje al paraíso…
ESTUDIO BÍBLICO
La fe en la Resurrección no es puro
personalismo
Iª Lectura: Hechos (5, 12-16).
Pertenece al conjunto llamado de
los sumarios, en los que Lucas presenta una visión de conjunto de la vida de la
comunidad primitiva y su crecimiento. El fragmento de hoy subraya especialmente
el testimonio apostólico, sobre todo a través de signos y prodigios (como lo
hacía Jesús) y la reacción de los que recibían el beneficio o de los que lo
presenciaban.
IIª Lectura: Apocalipsis (1, 9-19).
El fragmento recoge la primera
visión-vocación del profeta. El libro del Apocalipsis nos va a acompañar, como
segunda lectura. durante toda la cincuentena pascual. Por eso es necesario
recordar brevemente que este escrito pertenece a un género literario peculiar:
a través de visiones, a veces desconcertantes y complejas en su interpretación,
intenta afirmar algunas verdades fundamentales. Se recurre a ese modo de
expresión para consolar en momentos difíciles y de persecución. El autor
intenta mostrar o presentar al lector algunas verdades centrales: la Iglesia es
perseguida como lo fue su Maestro y Señor (el Cordero degollado); en medio de
la persecución es invitada a contemplar que el Cordero degollado está vivo ante
el trono del Todopoderoso; por tanto, es posible mantener la fidelidad al
Evangelio movidos por una gran esperanza.
IIIª Lectura (Jn 20, 19-31): ¡Señor
mío! La resurrección se cree, no se prueba
III.1. El texto es muy sencillo,
tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv.
24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma
indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el
saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de
Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los
signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las
atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición
entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida
por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad
objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una
hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo
cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe
proponerse con más creatividad.
III.2. El “soplo” sobre los
discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de
la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El
espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los
discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y
testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los
discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen
las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas
barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una
consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es
muy coherente y determinante.
III.3. La figura de Tomás es
solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las
dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la
realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida.
Algunos todavía la quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará
que la fe tenga sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante
que debe tener una cierta racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una
vuelta a la vida no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce,
debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus
seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en
aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente,
para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la
hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto
en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores
dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y
salva.
III.4. Tomás no se fía de la
palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades,
desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo.
Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a
«mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología;
concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás
quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se
“encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni
creer nada.
III.5. Tomás, pues, debe comenzar
de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado,
de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad
pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida
distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus
hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar
que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la
confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y
no de muerte.
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