Apacienta mis
ovejas
A ningún seguidor de Jesús se le ahorra
el proceso de maduración en la fe, que conlleva necesariamente una dimensión
evangelizadora: ¡Ay de mí si no evangelizara! (1 Cor 9,16). Fue el recorrido
que hicieron aquellos primeros discípulos, en cuyo espejo nos gustaría vemos
reflejados. ¿Lograremos un día, como el apóstol Pedro, fortalecer y confirmar
la fe que profesamos? Tu sígueme. Lo demás se te dará por añadidura.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
anuncio se hace en el Templo y por las casas. El Templo era el centro de la
vida religiosa, y en sus patios se juntaba la gente a debatir sobre la Ley de
Moisés y a hablar de su fe. Las casas son los recintos donde se vive lo
cotidiano y familiar, se comparte con los conocidos y se los invita a pasar un
rato y charlar. Así, en el Templo y en las casas, en el centro y en la
periferia, donde la gente reza y vive, resuena el anuncio del Evangelio.
Lectura
de los Hechos de los Apóstoles 5, 27-32. 40b-41
Cuando los Apóstoles fueron llevados al
Sanedrín, el Sumo Sacerdote les dijo: “Nosotros les habíamos prohibido
expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su
doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!”.
Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: “Hay que obedecer a Dios antes que a
los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes
hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A él, Dios lo exaltó con su poder,
haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el
perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el
Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen”. Después de hacerlos
azotar, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Los
Apóstoles, por su parte, salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido
considerados dignos de padecer por el Nombre de Jesús.
Palabra de Dios.
Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b
R. Yo te glorifico, Señor, porque tú me
libraste.
Yo te glorifico, Señor, porque tú me
libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me
levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan
al sepulcro. R.
Canten al Señor, sus fieles; den gracias
a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida:
si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. R.
“Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a
ayudarme, Señor”. Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te
daré gracias eternamente! R.
II
LECTURA
Jesucristo
ya ha pasado de esta vida terrenal a la celestial para recibir la honra que
merece. El texto del Apocalipsis nos muestra la fiesta eterna del cielo, donde
todo será alabanza. Con esta visión, este libro nos exhorta a alabar.
Lectura
del libro del Apocalipsis 5, 11-14
Yo, Juan, oí la voz de una multitud de
Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los
Ancianos. Su número se contaba por miles y millones, y exclamaban con voz
potente: “El Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y la
riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza”. También
oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de
ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían: “Al que está sentado
sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de
los siglos”. Los cuatro Seres Vivientes decían: “¡Amén!”, y los Ancianos se
postraron en actitud de adoración.
Palabra de Dios.
ALELUYA
Aleluya. Resucitó Cristo, que creó todas
las cosas y tuvo misericordia de su pueblo. Aleluya.
EVANGELIO
Ezequiel
había profetizado que, en los tiempos mesiánicos, los pescadores recogerían
redes llenas de peces que no se romperían (cf. Ez 47). En esta gran pesca,
Jesús trae esta abundancia de vida a su comunidad, tal como había dicho: “Vine
para que tengan vida en abundancia”. Y la red intacta, sin fisuras, puede
convertirse en la figura de la unidad de la Iglesia, donde estemos todos los
discípulos y no se pierda ni uno solo.
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 1-19
Jesús resucitado se apareció otra vez a
los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos
Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los
hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”.
Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la
barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla,
aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen
algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la
derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces
que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es
el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era
lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en
la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien
metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un
pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los
pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a
tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser
tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el
Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el
pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus
discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan,
¿me amas más que éstos?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”.
Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez:
“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te
quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez:
“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que por tercera
vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que
te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras
joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo,
extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De
esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después
de hablar así, le dijo: “Sígueme”.
Palabra del Señor.
O
bien, más breve:
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 1-14.
Jesús resucitado se apareció otra vez a
los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos
Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los
hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”.
Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la
barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla,
aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen
algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la
derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces
que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es
el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era
lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en
la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien
metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un
pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los
pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a
tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser
tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el
Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el
pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus
discípulos.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS.
Reconocimiento
Quedaba atrás aquel día en el que unos
pescadores, dejando las redes a orillas del lago de Genesaret, habían decidido
seguir tras la llamada de Jesús atraídos por su reclamo. Ahora, aunque en el
mismo escenario del lago, sus sensaciones eran muy diferentes. Recordaban sin
duda su desbandada y dispersión tras el prendimiento del Maestro. Habían
mascado el fracaso de la Cruz. Estaban de vuelta. Eso sí, al menos se habían
reagrupado, volvían a reencontrarse en su trabajo de siempre. Eran momentos de
reconsiderar, de reorientar y de recomenzar sus vidas. ¡Qué difícil resultaba
todo ahora, sin la presencia de aquel en quien habían puesto toda su confianza!
La dura brega de una noche sin pescar nada, la red vacía…, lo decía todo.
Ahora bien, Dios aprieta pero no ahoga.
El mismo Jesús que había degustado en su pasión el sabor amargo del abandono y
de la soledad infinita y que había sido resucitado y revalidado en su misión
por su Padre Dios, salía de nuevo al encuentro de los suyos para curar sus
heridas recordándoles aquella su primera llamada en este mismo lugar: Echad la
red a la derecha de la barca y encontraréis. Ante la asombrosa redada de peces,
fue el discípulo amado -el mismo que a instancias de Pedro había mediado ante
Jesús en la última Cena para reconocer al traidor (Jn 13, 25)- el que desvelaba
ahora a Pedro el misterio de cuanto estaba aconteciendo: Es el Señor. La
pincelada teológica del evangelista lo dice todo: era al amanecer, renacía de
nuevo la esperanza perdida.
Reencuentro y misión
La reacción de Pedro no se dejó esperar.
No dudó un instante en lanzarse al agua buscando la orilla para reencontrarse
con Jesús. Allí les esperaba una vez más su confidente con la mesa preparada al
calor de las brasas. ¿Nuevos recuerdos para Pedro? En Jn 18, 18 leemos: “cuando
Jesús entró en el atrio del sumo sacerdote para ser interrogado, los siervos y
los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y, junto con
ellos, estaba también Pedro calentándose”. Era el frío gélido de quien había
renegado de su Maestro.
La Cena de la traición recuperaba en
esta nueva escena el calor del amor incondicional, de la fiel amistad, de la
acogida fraterna. Era el mismo Jesús quien les invitaba a degustar de la
copiosa redada: Venid y comed… Y tomando el pan, se lo da; y de igual modo el
pez. Nadie se atrevió a decir nada, pues todos le habían reconocido en la pesca
milagrosa. Era la señal del reencuentro. Había que celebrarlo en silencio, con
la emoción entrecortada de quien es incapaz de articular palabra alguna. Desde
entonces y para siempre, el pan y el pez serán para los creyentes el signo
eucarístico de la presencia sacramental del Resucitado.
Escarbando en el rescoldo de las
cenizas, Jesús volvía a encender en sus discípulos la llama de una fe
acrisolada por la prueba. Una fe llamada a crecer y fortalecerse en el
testimonio generoso de la misión tal como el mismo Jesús les había enseñado: Yo
soy el Buen Pastor y he venido para que las ovejas tengan vida en abundancia
(Jn 10,10).
Apacienta mis ovejas
El evangelio de hoy evoca aquella otra
escena de la vocación de los cuatro primeros discípulos, en la que, también
después de una copiosa pesca, Pedro, asombrado y anonado, exclama: Aléjate de
mí, Señor, que soy un hombre pecador. A pesar de todo, y aún a sabiendas de que
un día le negaría, Jesús confía en él: No temas. Desde ahora serás pescador de
hombres (Lc 5,1-11).
Por eso, en estos momentos, después de
haberle negado tres veces, serán otras tantas las que habrá que responder a la
pregunta del Señor: Pedro, ¿me amas? Pues, siendo así, apacienta mis ovejas. Es
la propia misión apostólica la que le irá confirmando día a día en su vocación:
yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto,
confirma a tus hermanos (Lc 22,32).
El sígueme final del relato no tenía ya
para Pedro las mismas connotaciones de aquella primera llamada a orillas del
lago de Galilea. A ejemplo del Maestro, estaba dispuesto a sellar su misión con
el martirio.
ESTUDIO BÍBLICO
La Resurrección desde la experiencia del
amor
Iª Lectura: Hechos (5,27-32.40-41):
Testigos: El Espíritu y la Comunidad
I.1. La primera lectura nos presenta el
discurso de defensa que Pedro hace ante el Sanedrín judío, que ha comenzado a
perseguir a los primeros cristianos, después que los saduceos y las clases
sacerdotales (los verdaderos responsables también de la condena de Jesús) se
han percatado de que lo que el Nazareno trajo al pueblo no lo habían logrado
hacer desaparecer con su muerte. Los discípulos, que comenzaron tímidamente a
anunciar el evangelio, van perdiendo el miedo y están dispuestos a dar razón de
su fe y de su nuevo modo de vida. Fueron encarcelados y lograron su libertad
misteriosamente.
I.2. Para dar razón de su fe, de nuevo,
recurren al kerygma que anuncia con valentía la muerte y la resurrección de
Jesús, con las consecuencias que ello supone para los responsables judíos que
quisieron oponerse a los planes de Dios. La resurrección, pues, no es ya
solamente que Jesús ha resucitado y ha sido constituido Salvador de los
hombres, sino que “implica” también que su causa continúa adelante por medio de
sus discípulos que van comprendiendo mucho mejor lo que el Maestro les enseñó.
Esta es una expresión que ha marcado algunas de las interpretaciones sobre el
acontecimiento y que no ha sido admitida. Pero en realidad se debe tomar en
consideración.
I.3. No podemos centrarnos solamente en
el “hecho” de la resurrección en la persona de Jesús, sino que también debemos
considerar que la resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de sus discípulos.
Y esto es muy importante igualmente, ya que sin ello, si bien se proclame
muchas veces que “Jesús ha sido resucitado” no se hubiera ido muy lejos. Es
decir, la resurrección de Jesús también da una identidad definitiva a la
comunidad cristiana. Ahora la causa de Jesús les apasiona, les fascina, y
logran dar un sentido a su vida, que es, fundamentalmente, “anunciar el
evangelio”.
IIª Lectura: Apocalipsis (5,11-14):
Liturgia pascual en el cielo
II.1. La segunda lectura nos narra una
segunda visión del iluminado de Patmos, en la que se adentra en el santuario
celeste (una forma de hablar de una experiencia intensa de lo divino y de la
salvación) donde está Dios y donde aparece una figura clave del Apocalipsis: el
cordero degollado, que es el Señor crucificado, aunque ya resucitado. Con él
estaba toda la plenitud de la vida y del poder divino, como lo muestra el
número siete: siete cuernos y siete espíritus.
II.2. La visión, pues, es la liturgia
cósmica (en realidad todo el libro del Apocalipsis es una liturgia) del
misterio pascual, la celebración y aclamación del misterio de la muerte y
resurrección del Señor. Toda la liturgia cristiana celebra ese misterio pascual
y por medio de la liturgia los hombres nos trasladamos a aquello que no se
puede expresar más que en símbolos. Pero para celebrar y vivir lo que se ha
hecho por nosotros.
Evangelio: Juan (21,1-19): La
Resurrección, experiencia de amor
III.1. El evangelio de este domingo,
como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya estaba
terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo
estilo, lenguaje y las mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén
al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al que les obligó a volver
a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una
forma de resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el
momento de la Pasión. Es muy importante que el “discípulo amado”, prototipo del
seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de
Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe
escapar, porque como muchos especialistas leen e interpretan, no se trata de
una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura prototipo
de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este
escrito maravilloso.
III.2. Pedro, al contrario que en la
Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había
oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito
para reivindicar a Pedro; es el gran protagonista, hasta el punto de que él
sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo
está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar
que es el “discípulo amado” (v. 7) el que delata o revela situación. Si antes
se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el discípulo
amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una
palabra de fe y de confianza. Es el que señala el camino, el que descubre que
“es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.
III.3. El relato nos muestra un cierto
itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de Emaús.
Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por
eso no se les ocurrió preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era
el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como
al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los
hombres. También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una
simbología muy determinada: la cena, la eucaristía, aunque aquí parezca que es
una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor resucitado.
Probablemente el relato de Lc 24 es más conseguido a nivel literario y
teológico. En todo caso los discípulos descubrieron al Señor como el resucitado
por ciertos signos que habían compartido con El.
III.4. Todo lo anterior, pues, prepara
el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su
fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera
comunidad de discípulos. Pedro, pues, se nos presenta como el primero, pero
entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la experiencia
base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el
juego encadenado entre los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos)
han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo, estas tres interpelaciones
a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión
(Jn 18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea.
Sus negaciones, sus miserias, su debilidad, no impiden que pueda ser el guía de
la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el
evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su
pasado, sus negaciones. En realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con
el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la resurrección,
porque en Tiberíades, quien se hacen presente con sus signos y pidiendo amor y
dando amor, es el Señor resucitado. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O.P.).
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