“Todo lo
que es del Padre es mío.”
Después de la cincuentena pascual,
en que hemos celebrado solemnemente el triunfo de Cristo sobre el pecado y la
muerte, culminando el domingo pasado con la fiesta de Pentecostés, el
nacimiento de la Iglesia y los inicios de la predicación cristiana, hoy se nos
concede celebrar la Solemnidad de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Este es el fundamento de nuestro Credo, que proclamamos cada domingo en
la Eucaristía, quizá algo cansina o rutinariamente, pero que hoy deberíamos
considerar más despacio: Creo en Dios Padre, Todopoderoso…; creo en Jesucristo,
su único Hijo, Nuestro Señor…; creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de
Vida. Es la fiesta de un Dios que es comunión, y que se da a nosotros en
plenitud. Y estamos invitados a entrar en su Misterio de Amor infinito.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
I
LECTURA
"Observamos
la autoconciencia (de la Sabiduría) de ser una criatura como las demás en el
universo, pero al tratarse de la primera creación «acompaña» al creador en su
trabajo. Valorada como ser preexistente, la sabiduría se declara un don
ofrecido al resto de las criaturas".
Lectura
del libro de los Proverbios 8, 22-31
Dice la Sabiduría de Dios: "El
Señor me creó como primicia de sus caminos, antes de sus obras, desde siempre.
Yo fui formada desde la eternidad, desde el comienzo, antes de los orígenes de
la tierra. Yo nací cuando no existían los abismos, cuando no había fuentes de
aguas caudalosas. Antes que fueran cimentadas las montañas, antes que las
colinas, yo nací, cuando él no había hecho aún la tierra ni los espacios ni los
primeros elementos del mundo. Cuando él afianzaba el cielo, yo estaba allí;
cuando trazaba el horizonte sobre el océano, cuando condensaba las nubes en lo
alto, cuando infundía poder a las fuentes del océano, cuando fijaba su límite
al mar para que sus aguas no desbordaran, cuando afirmaba los cimientos de la
tierra, yo estaba a su lado como un hijo querido y lo deleitaba día tras día,
recreándome delante de él en todo tiempo, recreándome sobre la faz de la tierra,
y mi delicia era estar con los hijos de los hombres.
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo
8, 4-9
R.
¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Al ver el cielo, obra de tus manos,
la luna y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en
él, el ser humano para que lo cuides? R.
Lo hiciste poco inferior a los
ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor; le diste dominio sobre la obra de
tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies. R.
Todos los rebaños y ganados, y hasta
los animales salvajes; las aves del cielo, los peces del mar y cuanto surca los
senderos de las aguas. R.
SEGUNDA
LECTURA
Las
palabras de san Pablo son parte de uno de los tantos testimonios que leemos en
el Nuevo Testamento acerca de la Trinidad. Unidos a Jesús no hay lugar para la
desesperación. Porque el Espíritu Santo está en nosotros. Y esa unidad y
presencia nos llenan de una paz infinita.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 1-5
Hermanos: Justificados por la fe,
estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos
alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos
gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta de
las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la
constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza.
Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Es
el Espíritu quien nos guía a la verdad. Una verdad que no es nuestra, sino que
es Dios mismo, una verdad que exige una búsqueda y un encuentro personal. Y
caminar hacia ella exige una tarea de humildad y de constancia. No nos
desanimemos, el camino a la verdad ya es un camino de libertad.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 12-15
Durante la Última Cena, Jesús dijo
a sus discípulos: Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las
pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los
introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo
que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque
recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es
mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
La Unidad en la Diversidad para la
Donación
¡Vana ilusión! sería pretender
conocer a Dios, que habita en una luz inaccesible, comprenderlo, abarcarlo. Él
es un misterio que nos sobrepasa. Ya lo dijo San Agustín: “Si lo entiendes, no
es Dios”. Dios se ha ido revelando a través de la historia de un pueblo no como
una “idea” o “concepto filosófico” más o menos elaborado, sino como un
Dios-Amor que se dona hasta el culmen de la Encarnación del Verbo y el envío
del Espíritu Santo.
Imposible llegar a comprender
plenamente semejante “abismo de generosidad”, como dirá San Pablo. Pero lo que
sí es posible es acrecentar el deseo de ser templos habitados por la Trinidad,
realidad que a muchos santos les ha cautivado el corazón. La liturgia de esta
gran solemnidad nos propone unas claves para descubrir la impresionante riqueza
de este misterio que es sin duda la luz, el gozo, la fuerza y alimento que
necesitamos en nuestro caminar hacia Dios. Porque Dios es para el hombre de hoy
y de todos los tiempos.
Nuestro Dios no es un ser aislado,
frío y distante. Primordialmente es comunión, es “comunidad”. Es un ser
relacional en sus tres personas, en la Unidad y la Diversidad. Cada una de las
lecturas de hoy parece que nos habla de una de estas tres personas, Padre,
Hijo, y Espíritu Santo. Tradicionalmente se han atribuido distintas acciones a
cada una de las personas trinitarias; y sin embargo, es imposible que estén
separadas.
La primera lectura personifica la
Sabiduría de Dios y nos remonta al tiempo antes de la creación del mundo, como
testigo privilegiada de la gran obra de la creación. Nos propone un ambiente de
total inocencia, de un candor casi infantil (“jugaba en su presencia, jugaba
con la bola de la tierra”). Un precioso modo de expresar la ausencia total de
maldad y división en el seno de la Trinidad. Todo es belleza, paz, armonía y
orden.
En la segunda lectura, San Pablo
hace un resumen magistral de la obra de la redención de Cristo: “Hemos recibido
la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor
Jesucristo”. El hombre, creado para la comunión con Dios y con los demás, la
perdió por el pecado. Dios, en su revelación progresiva, restaura la unidad
perdida por la Encarnación, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Y como prenda
de la esperanza, que no defrauda, el Espíritu Santo ha sido derramado en nuestros
corazones.
En el Evangelio, Jesús habla a los
discípulos casi con “nostalgia” del Padre y del Espíritu, como ansiando
“volver” a ese círculo infinito de amor y hacerles partícipes a ellos también
de algún modo: “hablará de lo que oye”, “recibirá de mí lo que os irá
comunicando”. Desea que los discípulos lleguen a la verdad plena, pero él no
puede proporcionarla: es tarea del Espíritu a lo largo de la historia.
En todo ello podemos contemplar una
plena Unidad en la Diversidad. Y una total donación de Amor: la creación, la
redención, el Espíritu Santo como guía en la vida, todo entregado en plenitud
para el hombre.
En un mundo tan dividido,
disgregado, con rupturas interiores, con individualismos y diferencias tan
marcadas, Dios Uno y Trino nos llama a ser nuevamente UNO, a volver –por su
gracia- a la “imagen y semejanza” perdida. Y esto empezando por los niveles que
tenemos más al alcance: en nuestra familia, parroquia, comunidad… Si somos
unidad en lo pequeño y accesible, al final lo seremos también a gran escala.
Tomamos en esta ocasión palabras de San Cirilo de Alejandría: “Todos nosotros
ya no somos más que una sola cosa en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: una
sola cosa por identidad de condición, por la asimilación que obra el amor, por
comunión de la santa humanidad de Cristo y por participación del único y santo
Espíritu”.
La fiesta de hoy es también una
llamada a “salir” de nosotros mismos, a expandir el testimonio de nuestra fe,
allá donde sea necesario, con nuestra vida. A esto nos alienta también
constantemente el Papa Francisco: “Iglesia de puertas abiertas no sólo para
recibir, sino fundamentalmente para salir y llenar de Evangelio la calle y la
vida de los hombres de nuestro tiempo. Si la Iglesia permanece encerrada en sí
misma, auto-referencial, envejece. Entre una Iglesia accidentada que sale a la
calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, no tengo ninguna duda:
prefiero la primera".
ESTUDIO
BÍBLICO
I.ª Lectura Proverbios 8, 22-31:
¡Mi alegría es estar con los hombres!
Dios es sabiduría creadora, ya que
sin ella no podemos ni admirar a Dios, ni admirarnos de nosotros mismos. Este
texto de la sabiduría personificada antes de la creación del mundo, juntamente
con otros textos veterotestamentarios (Eclo 24; Sab 7-9) se ha visto como una
especie de puente en AT de la gran revelación de Jesucristo como palabra
creadora y eterna (Jn 1,24-30) y como sabiduría de Dios (Mt 11,29-20; Lc 11,49;
1 Cor 1,24-30). Pero podemos decir que es un poema de amor divino en lo humano.
Dios no se complace en su mismidad sino en estar con nosotros.
La sabiduría es vida; es decir, el
misterio de Dios es vida para el hombre, no muerte. No es Dios, sabiduría de
vida, una esencia encerrada, sino que se complace en derramarse y en que todos
los hombres la posean. En ese sentido, la sabiduría se ha acercado a los
hombres en Jesucristo. Toda la creación, toda la inteligencia humana, todos los
descubrimientos del mundo, son la manifestación de esta sabiduría. Pero si la
"ofendemos" creyendo que podemos construir un mundo al margen de la
sabiduría de Dios, y desde nuestras propias posibilidades humanas, vamos camino
de la destrucción, de la muerte.
El Salmo 8, que es el salmo
responsorial, una de las piezas maestras de la literatura religiosa, canta todo
esto con grandeza y humildad. Merecería la pena una alusión teológica y
catequética en la homilía.
II.ª Lectura (Rom 5, 1-5): Porque
al darnos al Espíritu, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones
Aquí Pablo comienza en su carta a
los Romanos a poner de manifiesto lo que ha significado el acontecimiento de
gracia revelado en Jesucristo, y al cual accedemos por la fe. Esta es la
experiencia de la gloria de Dios, de su sabiduría de Dios y de su amor. Esto es
real solamente porque el misterio de Dios es un darse sin medida por nosotros.
Se ha dado en Jesucristo y se da continuamente por su Espíritu.
La puerta de acceso a ese misterio
es solamente la fe, no hay nada previo que impida el acceso a la paz y a la
gloria de Dios, ni siquiera el pecado que existe y tiene su poder. Dios, pues,
no hace el misterio de su vida inaccesible para nosotros. Dios no es avaro de
su mismidad, de su misterio, de sus sabiduría o de su gracia, sino que se
complace en entregarse. Esto es vivir la realidad de Dios que es salvación y
redención, como Pablo se encarga de proclamar en este momento.
Evangelio (Juan 16, 12-15): El
Espíritu de la verdad, nos ilumina
Este último anuncio del Paráclito
en el discurso de despedida del evangelio de Juan responde a la alta teología
del cuarto evangelio. ¿Qué hará el Espíritu? Iluminará. Sabemos que no podemos
tender hacia Dios, buscar a Dios, sin una luz dentro de nosotros, porque los
hombres tendemos a apgar las luces de nuestra existencia y de nuestro corazón.
El será como esa "lámpara de fuego" de que hablaba San Juan de la
Cruz en su "Llama de amor viva".
Es el Espíritu el que transformará
por el fuego, por el amor, lo que nosotros apagamos con el desamor. Aquí
aparece el concepto "verdad", que en la Biblia no es un concepto
abstracto o intelectual; en la Biblia, la verdad "se hace", es
operativa a todos los niveles existenciales, se siente con el corazón. Se trata
de la verdad de Dios, y esta no se experimenta sino amando sin medida. Lo que
el Padre y el Hijo tienen, la verdad de su vida, es el mismo Padre y el hijo,
porque se relacionan en el amor, y la entregan por el Espíritu. Nosotros, sin
el amor, estamos ciegos, aunque queramos ser como dioses.