domingo, 26 de mayo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD


“Todo lo que es del Padre es mío.”

Después de la cincuentena pascual, en que hemos celebrado solemnemente el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, culminando el domingo pasado con la fiesta de Pentecostés, el nacimiento de la Iglesia y los inicios de la predicación cristiana, hoy se nos concede celebrar la Solemnidad de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este es el fundamento de nuestro Credo, que proclamamos cada domingo en la Eucaristía, quizá algo cansina o rutinariamente, pero que hoy deberíamos considerar más despacio: Creo en Dios Padre, Todopoderoso…; creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor…; creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida. Es la fiesta de un Dios que es comunión, y que se da a nosotros en plenitud. Y estamos invitados a entrar en su Misterio de Amor infinito.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

"Observamos la autoconciencia (de la Sabiduría) de ser una criatura como las demás en el universo, pero al tratarse de la primera creación «acompaña» al creador en su trabajo. Valorada como ser preexistente, la sabiduría se declara un don ofrecido al resto de las criaturas".

Lectura del libro de los Proverbios 8, 22-31

Dice la Sabiduría de Dios: "El Señor me creó como primicia de sus caminos, antes de sus obras, desde siempre. Yo fui formada desde la eternidad, desde el comienzo, antes de los orígenes de la tierra. Yo nací cuando no existían los abismos, cuando no había fuentes de aguas caudalosas. Antes que fueran cimentadas las montañas, antes que las colinas, yo nací, cuando él no había hecho aún la tierra ni los espacios ni los primeros elementos del mundo. Cuando él afianzaba el cielo, yo estaba allí; cuando trazaba el horizonte sobre el océano, cuando condensaba las nubes en lo alto, cuando infundía poder a las fuentes del océano, cuando fijaba su límite al mar para que sus aguas no desbordaran, cuando afirmaba los cimientos de la tierra, yo estaba a su lado como un hijo querido y lo deleitaba día tras día, recreándome delante de él en todo tiempo, recreándome sobre la faz de la tierra, y mi delicia era estar con los hijos de los hombres.
Palabra de Dios.

SALMO

Salmo 8, 4-9

R. ¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!

Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? R.

Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor; le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies. R.

Todos los rebaños y ganados, y hasta los animales salvajes; las aves del cielo, los peces del mar y cuanto surca los senderos de las aguas. R.

SEGUNDA LECTURA

Las palabras de san Pablo son parte de uno de los tantos testimonios que leemos en el Nuevo Testamento acerca de la Trinidad. Unidos a Jesús no hay lugar para la desesperación. Porque el Espíritu Santo está en nosotros. Y esa unidad y presencia nos llenan de una paz infinita.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 1-5

Hermanos: Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

Es el Espíritu quien nos guía a la verdad. Una verdad que no es nuestra, sino que es Dios mismo, una verdad que exige una búsqueda y un encuentro personal. Y caminar hacia ella exige una tarea de humildad y de constancia. No nos desanimemos, el camino a la verdad ya es un camino de libertad.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 12-15

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Palabra del Señor.


COMPARTIMOS LA PALABRA

La Unidad en la Diversidad para la Donación

¡Vana ilusión! sería pretender conocer a Dios, que habita en una luz inaccesible, comprenderlo, abarcarlo. Él es un misterio que nos sobrepasa. Ya lo dijo San Agustín: “Si lo entiendes, no es Dios”. Dios se ha ido revelando a través de la historia de un pueblo no como una “idea” o “concepto filosófico” más o menos elaborado, sino como un Dios-Amor que se dona hasta el culmen de la Encarnación del Verbo y el envío del Espíritu Santo.

Imposible llegar a comprender plenamente semejante “abismo de generosidad”, como dirá San Pablo. Pero lo que sí es posible es acrecentar el deseo de ser templos habitados por la Trinidad, realidad que a muchos santos les ha cautivado el corazón. La liturgia de esta gran solemnidad nos propone unas claves para descubrir la impresionante riqueza de este misterio que es sin duda la luz, el gozo, la fuerza y alimento que necesitamos en nuestro caminar hacia Dios. Porque Dios es para el hombre de hoy y de todos los tiempos.

Nuestro Dios no es un ser aislado, frío y distante. Primordialmente es comunión, es “comunidad”. Es un ser relacional en sus tres personas, en la Unidad y la Diversidad. Cada una de las lecturas de hoy parece que nos habla de una de estas tres personas, Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Tradicionalmente se han atribuido distintas acciones a cada una de las personas trinitarias; y sin embargo, es imposible que estén separadas.

La primera lectura personifica la Sabiduría de Dios y nos remonta al tiempo antes de la creación del mundo, como testigo privilegiada de la gran obra de la creación. Nos propone un ambiente de total inocencia, de un candor casi infantil (“jugaba en su presencia, jugaba con la bola de la tierra”). Un precioso modo de expresar la ausencia total de maldad y división en el seno de la Trinidad. Todo es belleza, paz, armonía y orden.

En la segunda lectura, San Pablo hace un resumen magistral de la obra de la redención de Cristo: “Hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo”. El hombre, creado para la comunión con Dios y con los demás, la perdió por el pecado. Dios, en su revelación progresiva, restaura la unidad perdida por la Encarnación, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Y como prenda de la esperanza, que no defrauda, el Espíritu Santo ha sido derramado en nuestros corazones.

En el Evangelio, Jesús habla a los discípulos casi con “nostalgia” del Padre y del Espíritu, como ansiando “volver” a ese círculo infinito de amor y hacerles partícipes a ellos también de algún modo: “hablará de lo que oye”, “recibirá de mí lo que os irá comunicando”. Desea que los discípulos lleguen a la verdad plena, pero él no puede proporcionarla: es tarea del Espíritu a lo largo de la historia.

En todo ello podemos contemplar una plena Unidad en la Diversidad. Y una total donación de Amor: la creación, la redención, el Espíritu Santo como guía en la vida, todo entregado en plenitud para el hombre.

En un mundo tan dividido, disgregado, con rupturas interiores, con individualismos y diferencias tan marcadas, Dios Uno y Trino nos llama a ser nuevamente UNO, a volver –por su gracia- a la “imagen y semejanza” perdida. Y esto empezando por los niveles que tenemos más al alcance: en nuestra familia, parroquia, comunidad… Si somos unidad en lo pequeño y accesible, al final lo seremos también a gran escala. Tomamos en esta ocasión palabras de San Cirilo de Alejandría: “Todos nosotros ya no somos más que una sola cosa en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: una sola cosa por identidad de condición, por la asimilación que obra el amor, por comunión de la santa humanidad de Cristo y por participación del único y santo Espíritu”.

La fiesta de hoy es también una llamada a “salir” de nosotros mismos, a expandir el testimonio de nuestra fe, allá donde sea necesario, con nuestra vida. A esto nos alienta también constantemente el Papa Francisco: “Iglesia de puertas abiertas no sólo para recibir, sino fundamentalmente para salir y llenar de Evangelio la calle y la vida de los hombres de nuestro tiempo. Si la Iglesia permanece encerrada en sí misma, auto-referencial, envejece. Entre una Iglesia accidentada que sale a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, no tengo ninguna duda: prefiero la primera".


ESTUDIO BÍBLICO

I.ª Lectura Proverbios 8, 22-31: ¡Mi alegría es estar con los hombres!

Dios es sabiduría creadora, ya que sin ella no podemos ni admirar a Dios, ni admirarnos de nosotros mismos. Este texto de la sabiduría personificada antes de la creación del mundo, juntamente con otros textos veterotestamentarios (Eclo 24; Sab 7-9) se ha visto como una especie de puente en AT de la gran revelación de Jesucristo como palabra creadora y eterna (Jn 1,24-30) y como sabiduría de Dios (Mt 11,29-20; Lc 11,49; 1 Cor 1,24-30). Pero podemos decir que es un poema de amor divino en lo humano. Dios no se complace en su mismidad sino en estar con nosotros.

La sabiduría es vida; es decir, el misterio de Dios es vida para el hombre, no muerte. No es Dios, sabiduría de vida, una esencia encerrada, sino que se complace en derramarse y en que todos los hombres la posean. En ese sentido, la sabiduría se ha acercado a los hombres en Jesucristo. Toda la creación, toda la inteligencia humana, todos los descubrimientos del mundo, son la manifestación de esta sabiduría. Pero si la "ofendemos" creyendo que podemos construir un mundo al margen de la sabiduría de Dios, y desde nuestras propias posibilidades humanas, vamos camino de la destrucción, de la muerte.

El Salmo 8, que es el salmo responsorial, una de las piezas maestras de la literatura religiosa, canta todo esto con grandeza y humildad. Merecería la pena una alusión teológica y catequética en la homilía.

II.ª Lectura (Rom 5, 1-5): Porque al darnos al Espíritu, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones

Aquí Pablo comienza en su carta a los Romanos a poner de manifiesto lo que ha significado el acontecimiento de gracia revelado en Jesucristo, y al cual accedemos por la fe. Esta es la experiencia de la gloria de Dios, de su sabiduría de Dios y de su amor. Esto es real solamente porque el misterio de Dios es un darse sin medida por nosotros. Se ha dado en Jesucristo y se da continuamente por su Espíritu.

La puerta de acceso a ese misterio es solamente la fe, no hay nada previo que impida el acceso a la paz y a la gloria de Dios, ni siquiera el pecado que existe y tiene su poder. Dios, pues, no hace el misterio de su vida inaccesible para nosotros. Dios no es avaro de su mismidad, de su misterio, de sus sabiduría o de su gracia, sino que se complace en entregarse. Esto es vivir la realidad de Dios que es salvación y redención, como Pablo se encarga de proclamar en este momento.

Evangelio (Juan 16, 12-15): El Espíritu de la verdad, nos ilumina

Este último anuncio del Paráclito en el discurso de despedida del evangelio de Juan responde a la alta teología del cuarto evangelio. ¿Qué hará el Espíritu? Iluminará. Sabemos que no podemos tender hacia Dios, buscar a Dios, sin una luz dentro de nosotros, porque los hombres tendemos a apgar las luces de nuestra existencia y de nuestro corazón. El será como esa "lámpara de fuego" de que hablaba San Juan de la Cruz en su "Llama de amor viva".

Es el Espíritu el que transformará por el fuego, por el amor, lo que nosotros apagamos con el desamor. Aquí aparece el concepto "verdad", que en la Biblia no es un concepto abstracto o intelectual; en la Biblia, la verdad "se hace", es operativa a todos los niveles existenciales, se siente con el corazón. Se trata de la verdad de Dios, y esta no se experimenta sino amando sin medida. Lo que el Padre y el Hijo tienen, la verdad de su vida, es el mismo Padre y el hijo, porque se relacionan en el amor, y la entregan por el Espíritu. Nosotros, sin el amor, estamos ciegos, aunque queramos ser como dioses.



jueves, 16 de mayo de 2013

PENTECOSTÉS




Con el Espíritu se nos da el don del Amor

Pentecostés es la culminación de la fiesta de la Pascua, la celebración del misterio de la resurrección de Jesús, celebración que ha durado cincuenta días. Hacemos memoria, recordamos, que la primera comunidad de los cristianos recibió el impulso y el don que les hizo capaces de superar el miedo, de anunciar la Buena Noticia de Jesús de Nazaret a todas las gentes. Nosotros, reunidos en la Iglesia por la acción de ese Espíritu, también hemos recibido ese don, también estamos comprometidos con la tarea de anunciar el Evangelio. Para eso hemos sido convocados, para extender el destino de bienaventuranza que Dios ha preparado para todos los seres humanos, para crear una humanidad nueva donde el pecado sea superado con el perdón, y donde las diferencias no sean armas de separación sino dones para la edificación del bien común, de una sociedad alegre y en paz.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

El encuentro comunitario tiene que expresar la presencia del Espíritu. Y cuando esto ocurre, la actitud de sus miembros genera muchas preguntas entre "los de afuera". Los cristianos nos debemos dejar movilizar e interpelar por el Espíritu, que tanto en este grupo de galileos, como en nosotros, genera siempre novedad.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios".
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo 103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34

R. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.

Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡La tierra está llena de tus criaturas! R.

Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. R.

¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras! Que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor. R.

SEGUNDA LECTURA

¿Tenemos la grandeza y la fe suficiente como para reconocer que en el hermano el Espíritu está obrando? ¿Somos capaces de VER lo que el hermano realiza impulsado e inspirado por el Espíritu?

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 3b-7. 12-13

Hermanos: Nadie puede decir: "Jesús es el Señor", si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo, -judíos y griegos, esclavos y hombres libres-, y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

En el relato del Evangelio de Juan la donación del Espíritu Santo difiere del relato de Lucas en Hechos de los Apóstoles. Aquí el Espíritu es entregado a los Doce y se describe como si fuera una “nueva creación”. Sin embargo, esta diferencia no oculta un tema que es común a ambos relatos: la dimensión comunitaria y la misión. Según el evangelio de Juan, los discípulos aprenderán a perdonarse gracias al Espíritu, y de un modo similar al relato de los Hechos, donde son enviados para anunciar la salvación a todos los hombres. Nuevamente: el Espíritu es quien genera comunidad e impulsa a esta comunidad a ir hacia el mundo.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-23

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

La escena de Pentecostés narrada por el autor de los Hechos de los Apóstoles es muy rica en símbolos con gran significado religioso. Lucas narra la llegada del Espíritu como se narraban en el Antiguo Testamento las manifestaciones de Dios. En especial, en los textos en los que Dios hace Alianza con su pueblo en el Sinaí (la fiesta judía de Pentecostés hacía memoria de este acontecimiento), se habla también de fenómenos parecidos: ruidos, vientos recios, estruendos, truenos… Es el momento de la fundación de Israel como pueblo de Dios. Lo mismo acontece en el Nuevo Testamento. Ya reunidos por Jesús, se constituye ahora la comunidad plenamente en Iglesia, en comunidad que ora, predica y convive: sin miedo, con alegría, con paz.

Israel recibió en el Sinaí una Ley, tesoro estimadísimo por los judíos, orgullo de su pueblo y don eminente de Dios. La Iglesia, el día de Pentecostés, recibe también un regalo, el don por antonomasia, la mismísima persona del Espíritu Santo. Es la Nueva Ley, que hace posible la creación de una humanidad nueva, una vida nueva que es participación anticipada de la vida divina. Una vida de libertad, de paz, de alegría, de perdón y de comunidad.

¿En qué consiste esa Nueva Ley, ese Don mayúsculo? Se trata del Amor mayúsculo que es Dios. Como decía santo Tomás de Aquino, no podemos esperar de Dios un regalo mejor que Él mismo. Y así es. Con el Espíritu lo que se nos da es el don del Amor, que no es sino la vida de Dios, Dios mismo. Ese Amor, esa Ley, es lo que nos hace capaces de perdonar, de cerrar las heridas, de vencer el miedo y de construir una sociedad más humana, más justa. Para eso está fundada la Iglesia, esa es su misión.

Pablo desglosa admirablemente qué significa el don del amor en su imagen del cuerpo de Cristo. Todos somos incorporados a Cristo por haber bebido de un mismo Espíritu. Igual que el cuerpo posee muchos miembros y sin embargo es uno solo, lo mismo en la Iglesia: hay muchos dones, ministerios y funciones, pero todos destinados a la consecución del bien común. En la creación de una humanidad nueva, de un gran cuerpo del que cada uno de nosotros formamos parte, el Espíritu hace posible la unidad gracias a la diversidad (y no la unidad a pesar de la diversidad): siendo diferentes, teniendo cada uno características personales y gozando de dones distintos, todos tenemos que estar implicados en la construcción de la comunidad humana. Es el Espíritu el que suscita la pluralidad: la variedad y la diferencia son dones graciosos del mismo Dios. Somos homicidas de nosotros mismos si pretendemos uniformar lo que Dios ha hecho diverso. Anulando las diferencias suscitadas por el mismo Espíritu amputamos el cuerpo de Cristo.

Por eso el don del Espíritu es expresado en el texto de los Hechos como el don de “hablar lenguas extranjeras”. A pesar de mantener cada uno sus diferencias personales, culturales y lingüísticas, a todos llegaba la Buena Nueva. El don de lenguas nos habla de la universalidad intrínseca al Evangelio. Su oferta de bienaventuranza es para todos los hombres y mujeres el mundo. No porque deban uniformarse, sino porque deben perdonarse y trabajar en la construcción del bien común. Respetando las diferencias, conjugando la diversidad de lenguas en una gramática humana universal.

En el texto hay también una clara resonancia al capítulo 11 del Génesis, donde los humanos, movidos por su orgullo fueron castigados a no entenderse, quedando la humanidad fracturada, rota. Lo que allí obró la soberbia y el orgullo, la rebeldía contra Dios, es deshecho por lo que obra ahora la humildad y la obediencia de Cristo al Padre. Gracias a esa relación entre el Padre y el Hijo podemos gozar del don del Espíritu, que convierte la diferencia en comunión, la tristeza en alegría, el miedo en anuncio.

El regalo ya ha sido hecho. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Ahora nos toca ser dóciles a ese Espíritu, escuchar sus mociones, dejarnos aconsejar por la suavidad de su caricia. Su soplo es suave en nuestro rostro, pero es fuego en nuestras entrañas: nos llama a salir, a exponeros al daño que supone amar y dar la vida por la comunión de los hombres y las mujeres de este mundo.

A ello hacía alusión el Papa Francisco en su carta a la Conferencia Episcopal Argentina: “Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar»”.



ESTUDIO BÍBLICO

El Domingo de Pentecostés (cincuenta días después de la Pascua) nos muestra, con la proverbial primera lectura (Hechos 2,1-11), que las experiencias de Pascua, de la Resurrección, nos han puesto en el camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al mundo, para transformar la historia, para fecundar a la humanidad en una nueva experiencia de unidad (no uniformidad) de razas, lenguas, naciones y culturas. Lucas ha querido recoger aquí lo que sintieron los primeros cristianos cuando perdieron el miedo y se atrevieron a salir del «cenáculo» para anunciar el Reino de Dios que se les había encomendado.

Todo el capítulo primero de los Hechos de los Apóstoles es una preparación interna de la comunidad para poner de manifiesto lo importante que fueron estas experiencias del Espíritu para cambiar sus vidas, para profundizar en su fe, para tomar conciencia de lo que había pasado en la Pascua, no solamente con Jesús, sino con ellos mismos y para reconstruir el grupo de los Doce, al que se unieron todos los seguidores de Jesús. Por eso, el día de Pentecostés ha sido elegido por Lucas para concretar una experiencia extraordinaria, rompedora, decidida, porque era una fiesta judía que recordaba en algunos círculos judíos el don de la Ley del Sinaí, seña de identidad del pueblo de Israel y del judaísmo. Las pretensiones para que la identidad de la comunidad de Jesús resucitado se mostrara bajo la fuerza y la libertad del Espíritu es algo muy sintomático. El evangelista sabe lo que quiere decir y nosotros también, porque el Espíritu es lo propio de los profetas, de los que no están por una iglesia estática y por una religión sin vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad apostólica y quien la configura como comunidad profética y libre. Veamos algunos aspectos de los textos bíblicos:

Iª Lectura: (Hch 2,1-11): El Espíritu lo renueva todo

I.1. Este es un relato germinal, decisivo y programático; propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser es pec tadores neutrales o marginales a la experiencia del Espíritu. Porque ésta es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro de la lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace capaz de relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para expresar es ta realidad de la acción libre y renovadora de Dios, la tradición cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los relatos bíblicos donde Dios interviene en la historia hu mana. La manifestación clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la liberación del Éxodo, que culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento del don de la Alianza.

I.2. Pentecostés era una fiesta judía, en realidad la “Fiesta de las Semanas” o “Hag Shabu’ot” o de las primicias de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por “quincuagésimo,” (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La fiesta se describe en Ex 23,16 como “la fiesta de la cosecha,” y en Ex 34,22 como “el día de las primicias o los primeros frutos” (Num 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua; es decir, cuarenta y nueve días y en el quincuagésimo, el día es la fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev 23,15-19; Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno está el traerle al Señor el “tributo de su libre ofrenda” (Dt 16,9-11). Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre el sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las antiguas versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de poner de manifiesto la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la comunidad renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el cómputo farisaico que fijaba la celebración de Pentecostés 50 días después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.

I.3. Pero ese es el trasfondo solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una im por tan cia sustancial, ya que Lucas no se queda solamente en los episodios exclusivamente israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc 3,1ss en que se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad entera encontrará finalmente toda posibilidad de salvación. De hecho, tiene muchas posibilidades teológicas el reclamo y el trasfondo a Gn 11,1-9 sobre la torre de babel. Porque Babel, Babilonia, ha sido para el pueblo bíblico el prototipo de la idolatría, del poder contaminante y tirano, opuesto a Dios. Podemos ver una contraposición entre la “globalización” de Babel y cómo ahora viene el Espíritu a la comunidad en Jerusalén. Ahora, ya no para conquistar a los pueblos, sino para mostrar como Dios se incultura en todas las razas y lenguas por medio de su Espíritu. Cada uno lo “entiende” en su propia cultura, en su propio ser, incluso en su propia religión, podíamos decir.

I.4. Por eso mismo, no es una Ley nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don incomparable. El nuevo Israel y la nueva humanidad, pues, serán conducidos, no por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo Israel, sino por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que todos los hombres, no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10) -que se ha considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu adelantarse a la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien todavía no habían podido liberarse de sus concepciones judías y nacionalistas

I.5. Lo que Lucas quiere subrayar, pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda del redactor-, de transformar el relato primitivo de un milagro de «glosolalia» (hablar lenguas casi celestiales, ¡para entendernos!), en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda la humanidad representada en Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno profético por el que todos es cu chan cómo se interpreta al alcance de todos la “acción salvífica de Dios”; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto acontece en el corazón de los hombres.

I.6. El relato de Pentecostés que hoy leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias a la vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua de su Señor, es como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido bautizados y el sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que se conmemora el don de la ley en el Sinaí como garantía de la Alianza de Dios con su pueblo, se nos describe que en el seno de la comunidad de los discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.

I.7. De esa manera se quiere significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia, por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar una nueva iden tidad profética a ese pueblo, que dejará de ser nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de Dios. De ahí que se quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto salvífico de Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su camino para “independizarse de Dios”. Eso es lo que lleva a cabo el Espíritu Santo: la unificación armoniosa de la humanidad en un mismo proyecto salvífico divino.

IIª Lectura: Iª Corintios (12,3-7.12-13): La comunión en el Espíritu

II.1. Pablo presenta a la comunidad de Corinto la unidad de la misma por medio del Espíritu. En realidad esta sección responde a un problema surgido en las comunidades de Corinto, en las que algunos que recibían dones o carismas extraordinarios, competían entre ellos sobre cuáles era los más importantes. Pablo va a dedicarle una reflexión prolongada (cc. 12-14), pero poniendo todo bajo el criterio de la caridad (c. 13). Con toda probabilidad, la misma comunidad le ha pedido un pronunciamiento ante ciertos excesos de cosas extraordinarias que rompían la armonía espiritual

II.2. La diversidad (diairesis, en griego) de gracias y dones comunitarios no deben romper la unidad de la comunidad, porque todos necesitamos tener algo fundamental, sin la cual no se es nada: el Espíritu del Señor Jesús para confesar nuestra fe; sin el Espíritu no somos cristianos, aunque creamos tener gracias extraordinarias y hablemos lenguas que nadie entiende. La diversidad, pues, recibe su identidad propia en el Espíritu primeramente. Así es como se construye la primera parte del texto hablando sobre la diairesis, de dones extraordinarios, de ministerios y funciones, pero un mismo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios. No se trata de una construcción estética de Pablo, aunque, con razón, algunos han hablado de la “catedral” comunitaria; es la polifonía teológica de todo lo que hace que la comunidad cristiana tenga vida e identidad.

II.3. Los dones espirituales, los carismas, no son algo solamente estético, pero bien es verdad que si no se viven con la fuerza y el calor del Espíritu no llevarán a la comunión. Y una comunidad sin unidad de comunión, es una comunidad sin el Espíritu del Señor. Así se hace el “cuerpo” del Señor, desde la unidad en la pluralidad. Eso es lo que sucede en nuestro propio cuerpo: pluralidad en la unidad ¿Quién garantiza esa unidad? ¡Desde luego, el Espíritu!

Evangelio Juan (20,19-23): La paz y el gozo, frutos del Espíritu

III.1. El evangelio de hoy, Juan (20,19-23), nos viene a decir que desde el mismo día en que Jesús resucitó de entre los muertos su comunicación con los discípulos se realizó por medio del Espíritu. El Espíritu que «insufló» en ellos les otorgaba discernimiento, alegría y poder para perdonar los pecados a todos los hombres.

III.2. Pentecostés es como la representación decisiva y programática de cómo la Iglesia, nacida de la Pascua, tiene que abrirse a todos los hombres. Esta es una afirmación que debemos sopesarla con el mismo cuidado con el que San Juan nos presenta la vida de Jesús de una forma original y distinta. Pero las afirmaciones teológicas no están desprovistas de realidad y no son menos radicales. La verdad es que el Espíritu del Señor estuvo presente en toda la Pascua y fue el auténtico artífice de la iglesia primitiva desde el primer día en que Jesús ya no estaba históricamente con ellos. Pero si estaba con ellos, por medio del Espíritu que como Resucitado les había dado.





jueves, 9 de mayo de 2013

La Ascensión del Señor



“Permanezcan en la ciudad”

En este domingo celebramos la Ascensión de Nuestro Señor. ¿Qué significado tiene esta solemnidad? La tradición de la Iglesia siempre ha leído la solemnidad de este Domingo en conexión a la solemnidad del Domingo que viene: Pentecostés. Dicho con otras palabras: la solemnidad de la Ascensión nos pone en espera de la venida del Espíritu Santo.

En la Sagrada Escritura la indicaciones de lugar, de ciudades no son simplemente datos históricos, geográficos, que nos ubican en el espacio,... No... Las indicaciones de ciudades, de lugares concretos, de sitios en la Escritura casi siempre esconden una intención. En este Domingo, la Ascensión del Señor paradójicamente no ocurre en Jerusalén, sino en Betania. Aunque Betania se encuentra cerca de Jerusalén, Betania no es Jerusalén ciudad de la cual viene la salvación. Curioso resulta también, que Jesús pide a los discípulos que no se alejen de Jerusalén, que vuelvan allí hasta que se cumpla la promesa de la cual Jesús les había hablado. ¿A qué promesa se refiere? ¿Por qué asciende a los cielos en Betania y no en Jerusalén…?

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

Jesucristo hace nuevas todas las cosas. Pero a nosotros nos puede ocurrir como a los discípulos, que todavía piensan con esquemas viejos, restaurar el antiguo reino de Israel, o que directamente se quedan "embelesados" mirando el cielo y sin reaccionar. Jesucristo ya no está terrenalmente en este mundo, por eso nos confía la misión a nosotros: Vayan y sean mis testigos. Y para esta tarea nos deja su Espíritu.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11

En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: "La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días". Los que estaban reunidos le preguntaron: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?". Él les respondió: "No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra". Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir".
Palabra de Dios.

SALMO

Salmo 46, 2-3. 6-9

R. El Señor asciende entre aclamaciones.

Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el soberano de toda la tierra. R.

El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas. Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey. R.

El Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones el Señor se sienta en su trono sagrado. R.

SEGUNDA LECTURA

La Resurrección y la Ascensión de Jesús nos hacen mirar esperanzadamente nuestro futuro. Esto quiere hacer el Padre también en nosotros; somos hermanos de Jesucristo, tendremos la misma herencia. Pidamos al Espíritu Santo que nos dé la luz para comprender esta grandeza a la que somos llamados.

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 17-23

Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Éste es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro. Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de Aquél que llena completamente todas las cosas.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

Aquellos hombres y mujeres de la primera comunidad disfrutaron de la presencia física y terrenal de Jesús. ¿Cuál fue el fruto de esa presencia viva de Jesús que la comunidad había compartido? El fruto fue la alegría y la alabanza. Nosotros hoy experimentamos los diversos modos de presencia de Jesucristo, en la Eucaristía, en las comunidades de fe, en los más pobres. Que ese encuentro con Jesucristo vivo nos lleve también a la alegría y a la alabanza.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 46-53

Jesús dijo a sus discípulos: "Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto". Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

Una sugerencia para la mejor comprensión de los textos bíblicos de este domingo: leer el evangelio (la conclusión del Evangelio de Lucas) y a continuación leer la primera lectura, (el inicio del libro de los Hechos de los Apóstoles). Quizás obtengamos algún resultado no esperado...

¿Cuál es la promesa hecha por Jesús a los discípulos y a la cual hace referencia cuando asciende?

La primera lectura completa lo dicho en el Evangelio. En el evangelio Lucas nos describe cuál es la promesa de Jesús a sus discípulos: “revestirse con la fuerza de lo alto”. La primera lectura añade algo a la promesa hecha en el Evangelio, es decir, especifica la promesa: “ser bautizados con Espíritu Santo”. Por tanto, revestirse con la fuerza de lo alto y ser bautizados con el Espíritu Santo es la misma promesa que tendrá lugar y se completará el próximo domingo con la venida del Espíritu Santo, Pentecostés.

Por tanto, la promesa de Jesús a sus discípulos, hecha en vida, es su Espíritu, la fuerza de lo alto. No es una promesa de cambio en el mundo, no es una promesa de felicidad aquí y ahora... Es la promesa de su fuerza para caminar adelante, es la promesa de su Espíritu que permite hacer presente a Jesús en medio de los que creemos en Él, es la promesa de que no estamos solos, de que no hemos sido abandonados, ni engañados... No es una promesa de cambio, sino una promesa de asistencia, de nueva presencia, de empuje, de fuerza para operar el cambio...

No alejarse de Jerusalén.

La Ascensión de Jesús ocurre en Betania que no es una ciudad cualquiera en la vida de Jesús. Betania se encuentra muy cerca de Jerusalén, justo tras subir y pasar el Monte de los Olivos. Por eso, si Jerusalén fue el lugar donde Jesús gastó más fuerzas en la predicación, Betania es el lugar del descanso tras la predicación, tras la misión. Cuando el sol comenzaba a caer, Jesús se retiraba a descansar a la casa de sus amigos en Betania, probablemente en casa de su querido amigo Lázaro.

Es interesante notar que Jesús asciende justamente en Betania, que se encuentra al este de Jerusalén, por donde sale el sol, por donde llega la reina de Israel (el sábado) en la ciudad en la cual había resucitado a su amigo Lázaro. La ciudad de Betania está fuera de Jerusalén, justo en el lugar opuesto al Gólgota, justo donde (incluso hoy en día) está la puerta sellada que sólo abrirá el Mesías. La puerta del Mesías será abierta con el cumplimiento de la promesa: revestirse de la fuerza de lo alto,  bautizarse con Espíritu Santo, Pentecostés.

Por eso, el mandato de Jesús a los discípulos es el de volver a Jerusalén y no alejarse de allí porque la fuerza de lo Alto descenderá, plantará su morada, su tienda, su Templo, de nuevo en Jerusalén. En Betania la presencia de Dios ya estaba. En Jerusalén, la presencia de Dios había sido destruida, aniquilada, expulsada...

Con esta fiesta nos colocamos a las puertas, nos colocamos en espera de una nueva presencia de Dios en este mundo, Dios volverá a tener un lugar en este mundo. La cruz, la muerte de Jesús en cruz, fue el signo patente de la expulsión, del rechazo de Dios. Ahora, con el cumplimiento de la promesa, la presencia de Dios vuelve a estar de nuevo en la tierra. Pero ya no bajo la forma de Templo, sino bajo la vida de los discípulos de Jesús. La Iglesia, los creyentes, los discípulos son el Nuevo Templo, la nueva presencia de Dios en nuestra historia.

Por tanto, con esta solemnidad de la Ascensión nos colocamos en espera del domingo que viene, nos preparamos para ser revestidos por la fuerza de lo Alto. Es lo que Pablo implora a Dios: iluminar los ojos del corazón para vivir la esperanza de que su promesa se cumple.

Hemos de ponernos en camino y volver a una Jerusalén vacía, abandonada, pero deseosa de que el Señor vuelva a plantar su Tienda, su presencia en medio de nuestra vida. Nuestra vida puede estar llena de abandonos, de rechazos, de muertes, pero a pesar de todo, el Señor está en medio de nuestros sufrimientos siempre con su Palabra tierna y reconfortante que se dirige a su Iglesia, a nosotros, y que nos dice: ¡Vamos hacia adelante!



ESTUDIO BÍBLICO

"Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra"

 Iª Lectura (Hch 1,1-11): “Seréis mis testigos”

I.1. Solamente Lucas es verdaderamente “ascensionista”. Decimos eso porque es Lucas, tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, el único autor que habla o relata este “misterio” cristológico en todo el Nuevo Testamento. Y sin embargo, las diferencias sobre el particular de ciertos aspectos y símbolos en el mismo evangelista sorprenden a quien se detiene un momento a contrastar el final del evangelio (Lc 24,46-53) y el comienzo de los Hechos (1,1-11). En realidad no son opuestos los discursos, pero resalta, en concreto, que la Ascensión se posponga «cuarenta días» en los Hechos de los Apóstoles, mientras que en el Evangelio todo parece suceder en el mismo día de la Pascua.

I.2. Esto último es lo más determinante, ya que la Ascensión no implica un grado más o un misterio distinto de la Pascua. Es lo mismo que la Resurrección, si ésta se concibe como la «exaltación» de Jesús a la derecha de Dios. ¿Qué es lo que pretende Lucas? Simplemente establecer un período determinado, simbólico, de cuarenta días (no contables en espacio y en tiempo), en que lo determinante es lo que se refiere a hablarles del Reino de Dios y a prepararlos para la venida del Espíritu Santo. Lo de los cuarenta días es especialmente bíblico: el número recuerda y apunta a los cuarenta años que Israel caminó en el desierto bajo la pedagogía divina Dios (Dt 8,2-6); los cuarenta días que pasó Moisés en el monte Sinaí para recibir la Ley de parte de Dios (Ex 24,18); los cuarenta días de Jesús en el desierto antes de su vida pública (Lc 4,1-2). «Cuarenta» indica el tiempo de la prueba y de la enseñanza necesaria. En la tradición de los rabinos el número «cuarenta» también tenía, en línea con la tradición bíblica, un valor simbólico para indicar un período de aprendizaje completo y normativo. En los Hechos, es un tiempo “pascual” extraordinario para consolidar la fe de los discípulos.

I.3. Y ese tiempo Pascual extraordinario -nos quiere decir Lucas-, está tocando a su fin y el Resucitado no puede estar llevándolos de la mano como hasta ahora. Deben abrirse al Espíritu, porque les espera una gran tarea en todo el mundo, “hasta los confines de la tierra”. La pedagogía lucana, para las necesidades de su comunidad, apunta a que la Resurrección de Jesús, al contrario que otras personas, no supone un romper con la tierra, con la historia, con todo lo que ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo. Esa es la razón de que haya prolongado su presencia “especial” durante “cuarenta días” entre los suyos, insistiendo en iluminarlos acerca del Reino de Dios que fue el tema de su mensaje y la causa de su vida hasta la muerte.

I.4. Pero en todo caso, hay una promesa muy importante: recibirán la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que les acompañará siempre. Lucas, pues, usa el misterio de las Ascensión para llamar la atención sobre la necesidad de que los discípulos entren en acción. Y deben entrar, porque son enviados por el Resucitado. Ya ha pasado el tiempo de la prueba. Ya han podido experimentar que el Maestro está vivo, aunque haya sido crucificado. Su mensaje del Reino no puede quedar en el olvido. Hasta ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios con él; pero ha llegado el momento de una ruptura necesaria para la Iglesia en que tiene que salir de sí misma, de la pasividad gloriosa de la Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.

I.5.La “Ascensión”, como se indica en Mc 16,19 (tomado sin duda de la tradición lucana) es ser elevado al cielo y sentarse a la derecha de Dios, es decir, la total exaltación y glorificación de Jesús. Pero eso es lo que sucede, sin duda, en la resurrección. Por lo mismo, no es un misterio soteriológico nuevo con respecto a la humanidad de Jesús, sino una afirmación cristológica que marca el destino final del profeta de Galilea. No obstante, debemos señalar que en el relato de los Hechos viene a significar un momento decisivo que pone fin al período pascual. Asimismo, Lucas lo ha presentado como misterio pedagógico para hacer ver a los discípulos que ha llegado su hora de anunciar al mundo la salvación de Dios. E incluso tiene el sentido de purificación definitiva de una ideología nacionalista del mesianismo de Jesús y del papel de Israel. Todos los hombres han de ser llamados a la salvación de Dios. Por que Jesús, el Señor exaltado, ya ha cumplido en la historia su tarea.

IIª Lectura: Hebreos (9,24..10,23):

El texto de la carta a los Hebreos quiere recoger algo de esta tradición de la Ascensión como exaltación definitiva de Jesucristo resucitado para interceder por nosotros delante de Dios. Bajo el simbolismo del Sumo Sacerdote eterno, que no necesita ofrecer continuamente sacrificios, como en la Antigua Alianza, su Ascensión es un beneficio incalculable para nosotros, porque con Él siempre podemos estar delante de nuestro Dios, dándole gracias o pidiéndole piedad y misericordia por nuestros pecados, con la seguridad de que todo eso se nos concede. Es una forma de interpretar la Ascensión, aunque la carta a los Hebreos no use esa terminología.

O bien Efesios 1,17-23: A la derecha de Dios

Se nos muestra una plegaria de intercesión (vv. 17-19); la confesión cristológica (vv. 20-22) y un apunte eclesiológico (v. 23). Debemos resaltar de este texto de Efesios la intervención de Dios en Cristo para poner todo bajo sus pies. Para ello lo ha debido “sentar a su derecha en el cielo”. Es la expresión bíblica que apunta justamente a la exaltación como resultado de la Ascensión. Es una fórmula que se inspira, sin duda, en el Sal 110,1 como “entronización” y que apunta a que desde ese momento Cristo ya tiene el mismo poder soteriológico o salvador de Dios, incluso siendo hombre. Sería otros de los aspectos teológicos de lo que puede significar la Ascensión.

Evangelio: Lucas (24,46-53): Resurrección-Exaltación

Como ya no se celebra la Ascensión del Señor en el “jueves” precedente a este domingo, su liturgia se traslada a lo que debería ser el VII Domingo de Pascua. Los textos de este día, pues, están determinados por esta fiesta del Señor. Es Lucas, tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, el único autor que habla de este misterio en todo el Nuevo Testamento. Sin embargo, las diferencias sobre el particular de ciertos aspectos y símbolos en el mismo evangelista sorprenden a quien se detiene un momento a contrastar el final del evangelio (Lc 24,46-53) y el comienzo de los Hechos (1,1-11), que son las lecturas fundamentales de la fiesta de este día. En realidad, los discursos no son opuestos, pero resalta, en concreto, que la Ascensión se posponga “cuarenta días”, en los Hechos de los Apóstoles, mientras que en el Evangelio todo parece suceder en el mismo día de la Pascua. Esto último es lo más determinante ya que la Ascensión no implica un grado más o un misterio distinto de la Pascua. Es lo mismo que la Resurrección, si ésta se concibe como la “exaltación” de Jesús a la derecha de Dios.

Debemos reconocer que no es fácil el uso de los textos de hoy y el significado de los mismos para la predicación actual.

¿Qué es lo que pretende Lucas? Simplemente establecer un período determinado, simbólico, de cuarenta días (no contables en espacio y en tiempo), en que lo determinante es lo que se refiere a hablarles del Reino de Dios y a prepararlos para la venida del Espíritu Santo. En ese sentido, en lo esencial, las dos lecturas que se hacen hoy del acontecimiento coinciden: Jesús instruye a sus discípulos de nuevo, confirmándolos en su fe todavía frágil, demasiado tradicional respecto al proyecto salvífico de Dios, para estar alerta. El tiempo Pascual extraordinario, nos quiere decir Lucas, está tocando a su fin y el Resucitado no puede estar llevándolos de la mano como hasta ahora. Deben abrirse al Espíritu porque les espera una gran tarea en todo el mundo, hasta los confines de la tierra.

Es verdad que en los primeros siglos de la Iglesia (quizás hasta el s. V) no se puso mucho énfasis en esta distinción entre Resurrección y Ascensión. Es a partir de ese s. V, con el apoyo de la narración lucana, cuando se hace un uso litúrgico y catequético en clave que llega a ser narración histórica. ¿Por qué? Consideramos que depende mucho de la concepción antropológica de la resurrección. En algunos ámbitos teológicos la resurrección de Jesús se concibió como “una vuelta a la vida”, a esta vida, para que sus discípulos pudieran verificar que había resucitado. Quedaba, pues, el segundo paso: la ruptura con este mundo y con esta historia de una forma definitiva. Apoyándose en la narración de Lucas, se vio en la Ascensión la definitiva “subida”: la exaltación a la gloria de Dios. Pero eso no es muy coherente, ya que la exaltación acontece en la misma resurrección.

Todo lo que se refiere a la Ascensión del Señor se evoca en el relato de los Hechos, que es el más vivo, con un simple verbo en pasiva: «fue elevado», sin decirnos nada en lo que respecta a la clase de prodigio. En Lc 24,31 se dice que «se les hizo invisible». Todo ello apunta a una terminología sagrada de la época, para describir la intervención de Dios por encima de todas las cosas. Ya se ha dicho que la Ascensión no añade nada nuevo con respecto a la Pascua, a la Resurrección. En todo caso, la pedagogía lucana, para las necesidades de su comunidad, apuntan a que la Resurrección de Jesús, al contrario que la de otras personas, no supone un romper con la tierra, con la historia, con todo lo que ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo.

A pesar de que este misterio se comunica por una serie de códigos bíblicos que nos hablan de la presencia misteriosa de Dios (en la nube, como revelación de su gloria, en la que entra Jesús por la Resurrección o la Ascensión), el tiempo Pascual ha sido necesario para que los discípulos rompan con todos los miedos para salir al mundo a evangelizar. Pero en todo caso, hay una promesa muy importante: recibirán la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que les acompañará siempre. Lucas, pues, usa el misterio de la Ascensión para llamar la atención sobre la necesidad de que los discípulos entren en acción. Hasta ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios con él; pero ha llegado el momento de una ruptura necesaria para la Iglesia en que tiene que salir de sí misma, de la pasividad gloriosa de la Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.

¿Podemos seguir manteniendo este tipo de lectura? ¿Es correcta? Creo que el NT nos permite otras claves. El mismo Lucas ha usado los “cuarenta días” en sentido pedagógico.

1) Entendemos, en primer lugar, que “cuarenta días” no es un tiempo real, espacio-temporal, sino teológico. Es un tiempo de espera y esperanza para que la comunidad viva intensamente el acontecimiento de la resurrección y se prepare para anunciar al mundo entero el mensaje de Jesús (Hch 1,8). Lucas ha buscado, pues, ese “tiempo pedagógico” que ponga de manifiesto algo importante en el seno de la comunidad: la resurrección de Jesús no es algo que afecta a Él exclusivamente, sino que tiene otra dimensión: la de la comunidad. También la comunidad de los seguidores de Jesús tienen que “resucitar” de sus miedos, de sus ideas poco acertadas sobre Jesús y sobre su mensaje. Jesús fue resucitado por Dios, pero también Jesús resucitado quiere hacerse presente desde esa nueva vida en su comunidad. La “Ascensión” era el momento adecuado para “dejar” a la comunidad resucitada ya, y en manos del Espíritu que debe llevarla hasta el final.

2) Por otra parte, en segundo lugar, como muchos autores han puesto de manifiesto, se debe contemplar la respuesta de lo que significan esos “cuarenta días” para subsanar un problema que tuvo la comunidad cristiana primitiva con respecto a la Parusía o la vuelta de Jesús e inaugurar el “final de los tiempos”. Se produjo en los primeros años cierta decepción cristiana porque la Parusía, la vuelta de Jesús, no acontecía y el fin del mundo no llegaba. Lucas entiende que el fin del mundo no tenía por qué llegar, ya que era necesaria la acción de la Iglesia para comunicar el mensaje de salvación a todos los hombres. Es lo que se conoce como la “descatologización” de la teología lucana. Es decir: no debemos estar preocupados por la Parusía, por el fin del mundo, sino por transformar esta historia por medio de la Palabra y el Espíritu de Jesús. De esa manera se explica el reproche a los discípulos de estar mirando al cielo… pensando en su vuelta, cuando hay que mirar a la tierra, a los hombres, para llenar este mundo de vida.