Con el Espíritu se nos da el don
del Amor
Pentecostés es la culminación de la
fiesta de la Pascua, la celebración del misterio de la resurrección de Jesús,
celebración que ha durado cincuenta días. Hacemos memoria, recordamos, que la
primera comunidad de los cristianos recibió el impulso y el don que les hizo
capaces de superar el miedo, de anunciar la Buena Noticia de Jesús de Nazaret a
todas las gentes. Nosotros, reunidos en la Iglesia por la acción de ese
Espíritu, también hemos recibido ese don, también estamos comprometidos con la
tarea de anunciar el Evangelio. Para eso hemos sido convocados, para extender
el destino de bienaventuranza que Dios ha preparado para todos los seres
humanos, para crear una humanidad nueva donde el pecado sea superado con el
perdón, y donde las diferencias no sean armas de separación sino dones para la
edificación del bien común, de una sociedad alegre y en paz.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
I
LECTURA
El
encuentro comunitario tiene que expresar la presencia del Espíritu. Y cuando
esto ocurre, la actitud de sus miembros genera muchas preguntas entre "los
de afuera". Los cristianos nos debemos dejar movilizar e interpelar por el
Espíritu, que tanto en este grupo de galileos, como en nosotros, genera siempre
novedad.
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés,
estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido,
semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se
encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que
descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les
permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las
naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de
asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran
admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son todos
galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?
Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma
Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en
Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos,
cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las
maravillas de Dios".
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo
103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34
R.
Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor,
Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡La tierra está
llena de tus criaturas! R.
Si les quitas el aliento, expiran y
vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie
de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para siempre,
alégrese el Señor por sus obras! Que mi canto le sea agradable, y yo me
alegraré en el Señor. R.
SEGUNDA
LECTURA
¿Tenemos
la grandeza y la fe suficiente como para reconocer que en el hermano el
Espíritu está obrando? ¿Somos capaces de VER lo que el hermano realiza
impulsado e inspirado por el Espíritu?
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 3b-7.
12-13
Hermanos: Nadie puede decir:
"Jesús es el Señor", si no está impulsado por el Espíritu Santo.
Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu.
Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de
actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno,
el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos
miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no
forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos
sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo, -judíos y
griegos, esclavos y hombres libres-, y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
En el relato del Evangelio de
Juan la donación del Espíritu Santo difiere del relato de Lucas en Hechos de
los Apóstoles. Aquí el Espíritu es entregado a los Doce y se describe como si
fuera una “nueva creación”. Sin embargo, esta diferencia no oculta un tema que
es común a ambos relatos: la dimensión comunitaria y la misión. Según el
evangelio de Juan, los discípulos aprenderán a perdonarse gracias al Espíritu,
y de un modo similar al relato de los Hechos, donde son enviados para anunciar
la salvación a todos los hombres. Nuevamente: el Espíritu es quien genera
comunidad e impulsa a esta comunidad a ir hacia el mundo.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-23
Al atardecer del primer día de la
semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los
judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo:
"¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus
manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió
a mí, Yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos
y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los
que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los
retengan".
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
La escena de Pentecostés narrada
por el autor de los Hechos de los Apóstoles es muy rica en símbolos con gran
significado religioso. Lucas narra la llegada del Espíritu como se narraban en
el Antiguo Testamento las manifestaciones de Dios. En especial, en los textos
en los que Dios hace Alianza con su pueblo en el Sinaí (la fiesta judía de
Pentecostés hacía memoria de este acontecimiento), se habla también de fenómenos
parecidos: ruidos, vientos recios, estruendos, truenos… Es el momento de la
fundación de Israel como pueblo de Dios. Lo mismo acontece en el Nuevo
Testamento. Ya reunidos por Jesús, se constituye ahora la comunidad plenamente
en Iglesia, en comunidad que ora, predica y convive: sin miedo, con alegría,
con paz.
Israel recibió en el Sinaí una Ley,
tesoro estimadísimo por los judíos, orgullo de su pueblo y don eminente de
Dios. La Iglesia, el día de Pentecostés, recibe también un regalo, el don por
antonomasia, la mismísima persona del Espíritu Santo. Es la Nueva Ley, que hace
posible la creación de una humanidad nueva, una vida nueva que es participación
anticipada de la vida divina. Una vida de libertad, de paz, de alegría, de
perdón y de comunidad.
¿En qué consiste esa Nueva Ley, ese
Don mayúsculo? Se trata del Amor mayúsculo que es Dios. Como decía santo Tomás
de Aquino, no podemos esperar de Dios un regalo mejor que Él mismo. Y así es.
Con el Espíritu lo que se nos da es el don del Amor, que no es sino la vida de
Dios, Dios mismo. Ese Amor, esa Ley, es lo que nos hace capaces de perdonar, de
cerrar las heridas, de vencer el miedo y de construir una sociedad más humana,
más justa. Para eso está fundada la Iglesia, esa es su misión.
Pablo desglosa admirablemente qué
significa el don del amor en su imagen del cuerpo de Cristo. Todos somos
incorporados a Cristo por haber bebido de un mismo Espíritu. Igual que el
cuerpo posee muchos miembros y sin embargo es uno solo, lo mismo en la Iglesia:
hay muchos dones, ministerios y funciones, pero todos destinados a la
consecución del bien común. En la creación de una humanidad nueva, de un gran
cuerpo del que cada uno de nosotros formamos parte, el Espíritu hace posible la
unidad gracias a la diversidad (y no la unidad a pesar de la diversidad):
siendo diferentes, teniendo cada uno características personales y gozando de
dones distintos, todos tenemos que estar implicados en la construcción de la
comunidad humana. Es el Espíritu el que suscita la pluralidad: la variedad y la
diferencia son dones graciosos del mismo Dios. Somos homicidas de nosotros
mismos si pretendemos uniformar lo que Dios ha hecho diverso. Anulando las
diferencias suscitadas por el mismo Espíritu amputamos el cuerpo de Cristo.
Por eso el don del Espíritu es
expresado en el texto de los Hechos como el don de “hablar lenguas
extranjeras”. A pesar de mantener cada uno sus diferencias personales,
culturales y lingüísticas, a todos llegaba la Buena Nueva. El don de lenguas
nos habla de la universalidad intrínseca al Evangelio. Su oferta de
bienaventuranza es para todos los hombres y mujeres el mundo. No porque deban
uniformarse, sino porque deben perdonarse y trabajar en la construcción del
bien común. Respetando las diferencias, conjugando la diversidad de lenguas en
una gramática humana universal.
En el texto hay también una clara
resonancia al capítulo 11 del Génesis, donde los humanos, movidos por su
orgullo fueron castigados a no entenderse, quedando la humanidad fracturada,
rota. Lo que allí obró la soberbia y el orgullo, la rebeldía contra Dios, es
deshecho por lo que obra ahora la humildad y la obediencia de Cristo al Padre.
Gracias a esa relación entre el Padre y el Hijo podemos gozar del don del
Espíritu, que convierte la diferencia en comunión, la tristeza en alegría, el
miedo en anuncio.
El regalo ya ha sido hecho. El amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se
nos ha dado. Ahora nos toca ser dóciles a ese Espíritu, escuchar sus mociones,
dejarnos aconsejar por la suavidad de su caricia. Su soplo es suave en nuestro
rostro, pero es fuego en nuestras entrañas: nos llama a salir, a exponeros al
daño que supone amar y dar la vida por la comunión de los hombres y las mujeres
de este mundo.
A ello hacía alusión el Papa
Francisco en su carta a la Conferencia Episcopal Argentina: “Una Iglesia que no
sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su
encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a
cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta
alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia
accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia
encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí
misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos
conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos
impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar»”.
ESTUDIO
BÍBLICO
El Domingo de Pentecostés
(cincuenta días después de la Pascua) nos muestra, con la proverbial primera
lectura (Hechos 2,1-11), que las experiencias de Pascua, de la Resurrección,
nos han puesto en el camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para
llevarla al mundo, para transformar la historia, para fecundar a la humanidad
en una nueva experiencia de unidad (no uniformidad) de razas, lenguas, naciones
y culturas. Lucas ha querido recoger aquí lo que sintieron los primeros
cristianos cuando perdieron el miedo y se atrevieron a salir del «cenáculo»
para anunciar el Reino de Dios que se les había encomendado.
Todo el capítulo primero de los
Hechos de los Apóstoles es una preparación interna de la comunidad para poner
de manifiesto lo importante que fueron estas experiencias del Espíritu para
cambiar sus vidas, para profundizar en su fe, para tomar conciencia de lo que
había pasado en la Pascua, no solamente con Jesús, sino con ellos mismos y para
reconstruir el grupo de los Doce, al que se unieron todos los seguidores de
Jesús. Por eso, el día de Pentecostés ha sido elegido por Lucas para concretar
una experiencia extraordinaria, rompedora, decidida, porque era una fiesta
judía que recordaba en algunos círculos judíos el don de la Ley del Sinaí, seña
de identidad del pueblo de Israel y del judaísmo. Las pretensiones para que la
identidad de la comunidad de Jesús resucitado se mostrara bajo la fuerza y la
libertad del Espíritu es algo muy sintomático. El evangelista sabe lo que
quiere decir y nosotros también, porque el Espíritu es lo propio de los
profetas, de los que no están por una iglesia estática y por una religión sin
vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad
apostólica y quien la configura como comunidad profética y libre. Veamos
algunos aspectos de los textos bíblicos:
Iª Lectura: (Hch 2,1-11): El
Espíritu lo renueva todo
I.1. Este es un relato germinal,
decisivo y programático; propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús
en Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser es
pec tadores neutrales o marginales a la experiencia del Espíritu. Porque ésta
es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro de la
lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde
dentro y lo hace capaz de relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para
expresar es ta realidad de la acción libre y renovadora de Dios, la tradición
cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los
relatos bíblicos donde Dios interviene en la historia hu mana. La manifestación
clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la liberación del Éxodo, que
culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento
del don de la Alianza.
I.2. Pentecostés era una fiesta
judía, en realidad la “Fiesta de las Semanas” o “Hag Shabu’ot” o de las
primicias de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por
“quincuagésimo,” (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La fiesta se describe en Ex
23,16 como “la fiesta de la cosecha,” y en Ex 34,22 como “el día de las
primicias o los primeros frutos” (Num 28,26). Son siete semanas completas desde
la pascua; es decir, cuarenta y nueve días y en el quincuagésimo, el día es la
fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev
23,15-19; Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión,
en cada uno está el traerle al Señor el “tributo de su libre ofrenda” (Dt
16,9-11). Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre el
sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este
capítulo. Las antiguas versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios
rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de poner de manifiesto
la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la
comunidad renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la
liturgia el cómputo farisaico que fijaba la celebración de Pentecostés 50 días
después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy
probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.
I.3. Pero ese es el trasfondo
solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la
Torre de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una im por tan cia
sustancial, ya que Lucas no se queda solamente en los episodios exclusivamente
israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc 3,1ss en que
se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien
la Iglesia es el nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo
escatológico a partir del cuál la humanidad entera encontrará finalmente toda
posibilidad de salvación. De hecho, tiene muchas posibilidades teológicas el
reclamo y el trasfondo a Gn 11,1-9 sobre la torre de babel. Porque Babel,
Babilonia, ha sido para el pueblo bíblico el prototipo de la idolatría, del
poder contaminante y tirano, opuesto a Dios. Podemos ver una contraposición
entre la “globalización” de Babel y cómo ahora viene el Espíritu a la comunidad
en Jerusalén. Ahora, ya no para conquistar a los pueblos, sino para mostrar
como Dios se incultura en todas las razas y lenguas por medio de su Espíritu.
Cada uno lo “entiende” en su propia cultura, en su propio ser, incluso en su
propia religión, podíamos decir.
I.4. Por eso mismo, no es una Ley
nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de
Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don
incomparable. El nuevo Israel y la nueva humanidad, pues, serán conducidos, no
por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo Israel, sino
por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que
todos los hombres, no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo
pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10) -que se ha
considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu
adelantarse a la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien
todavía no habían podido liberarse de sus concepciones judías y nacionalistas
I.5. Lo que Lucas quiere subrayar,
pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la
habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la
intencionalidad -sin duda del redactor-, de transformar el relato primitivo de
un milagro de «glosolalia» (hablar lenguas casi celestiales, ¡para
entendernos!), en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda
la humanidad representada en Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de
Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno
profético por el que todos es cu chan cómo se interpreta al alcance de todos la
“acción salvífica de Dios”; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto
acontece en el corazón de los hombres.
I.6. El relato de Pentecostés que
hoy leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias
a la vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua
de su Señor, es como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si
no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido bautizados y el
sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que
se conmemora el don de la ley en el Sinaí como garantía de la Alianza de Dios
con su pueblo, se nos describe que en el seno de la comunidad de los discípulos
del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.
I.7. De esa manera se quiere
significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la
Iglesia, por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le
quiere dar una nueva iden tidad profética a ese pueblo, que dejará de ser
nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los
hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la
salvación de Dios. De ahí que se quiera significar todo ello con el don de
lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto salvífico de
Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al
episodio desconcertante de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se
fue por su camino para “independizarse de Dios”. Eso es lo que lleva a cabo el
Espíritu Santo: la unificación armoniosa de la humanidad en un mismo proyecto
salvífico divino.
IIª Lectura: Iª Corintios
(12,3-7.12-13): La comunión en el Espíritu
II.1. Pablo presenta a la comunidad
de Corinto la unidad de la misma por medio del Espíritu. En realidad esta
sección responde a un problema surgido en las comunidades de Corinto, en las
que algunos que recibían dones o carismas extraordinarios, competían entre
ellos sobre cuáles era los más importantes. Pablo va a dedicarle una reflexión
prolongada (cc. 12-14), pero poniendo todo bajo el criterio de la caridad (c.
13). Con toda probabilidad, la misma comunidad le ha pedido un pronunciamiento
ante ciertos excesos de cosas extraordinarias que rompían la armonía espiritual
II.2. La diversidad (diairesis, en
griego) de gracias y dones comunitarios no deben romper la unidad de la
comunidad, porque todos necesitamos tener algo fundamental, sin la cual no se
es nada: el Espíritu del Señor Jesús para confesar nuestra fe; sin el Espíritu
no somos cristianos, aunque creamos tener gracias extraordinarias y hablemos
lenguas que nadie entiende. La diversidad, pues, recibe su identidad propia en
el Espíritu primeramente. Así es como se construye la primera parte del texto
hablando sobre la diairesis, de dones extraordinarios, de ministerios y
funciones, pero un mismo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios. No se trata
de una construcción estética de Pablo, aunque, con razón, algunos han hablado
de la “catedral” comunitaria; es la polifonía teológica de todo lo que hace que
la comunidad cristiana tenga vida e identidad.
II.3. Los dones espirituales, los
carismas, no son algo solamente estético, pero bien es verdad que si no se
viven con la fuerza y el calor del Espíritu no llevarán a la comunión. Y una
comunidad sin unidad de comunión, es una comunidad sin el Espíritu del Señor.
Así se hace el “cuerpo” del Señor, desde la unidad en la pluralidad. Eso es lo
que sucede en nuestro propio cuerpo: pluralidad en la unidad ¿Quién garantiza
esa unidad? ¡Desde luego, el Espíritu!
Evangelio Juan (20,19-23): La paz y
el gozo, frutos del Espíritu
III.1. El evangelio de hoy, Juan
(20,19-23), nos viene a decir que desde el mismo día en que Jesús resucitó de
entre los muertos su comunicación con los discípulos se realizó por medio del
Espíritu. El Espíritu que «insufló» en ellos les otorgaba discernimiento,
alegría y poder para perdonar los pecados a todos los hombres.
III.2. Pentecostés es como la
representación decisiva y programática de cómo la Iglesia, nacida de la Pascua,
tiene que abrirse a todos los hombres. Esta es una afirmación que debemos
sopesarla con el mismo cuidado con el que San Juan nos presenta la vida de
Jesús de una forma original y distinta. Pero las afirmaciones teológicas no
están desprovistas de realidad y no son menos radicales. La verdad es que el
Espíritu del Señor estuvo presente en toda la Pascua y fue el auténtico
artífice de la iglesia primitiva desde el primer día en que Jesús ya no estaba
históricamente con ellos. Pero si estaba con ellos, por medio del Espíritu que
como Resucitado les había dado.
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