“Permanezcan
en la ciudad”
En este domingo celebramos la
Ascensión de Nuestro Señor. ¿Qué significado tiene esta solemnidad? La
tradición de la Iglesia siempre ha leído la solemnidad de este Domingo en
conexión a la solemnidad del Domingo que viene: Pentecostés. Dicho con otras
palabras: la solemnidad de la Ascensión nos pone en espera de la venida del
Espíritu Santo.
En la Sagrada Escritura la
indicaciones de lugar, de ciudades no son simplemente datos históricos,
geográficos, que nos ubican en el espacio,... No... Las indicaciones de
ciudades, de lugares concretos, de sitios en la Escritura casi siempre esconden
una intención. En este Domingo, la Ascensión del Señor paradójicamente no
ocurre en Jerusalén, sino en Betania. Aunque Betania se encuentra cerca de
Jerusalén, Betania no es Jerusalén ciudad de la cual viene la salvación.
Curioso resulta también, que Jesús pide a los discípulos que no se alejen de
Jerusalén, que vuelvan allí hasta que se cumpla la promesa de la cual Jesús les
había hablado. ¿A qué promesa se refiere? ¿Por qué asciende a los cielos en
Betania y no en Jerusalén…?
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
I
LECTURA
Jesucristo
hace nuevas todas las cosas. Pero a nosotros nos puede ocurrir como a los
discípulos, que todavía piensan con esquemas viejos, restaurar el antiguo reino
de Israel, o que directamente se quedan "embelesados" mirando el
cielo y sin reaccionar. Jesucristo ya no está terrenalmente en este mundo, por
eso nos confía la misión a nosotros: Vayan y sean mis testigos. Y para esta
tarea nos deja su Espíritu.
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11
En mi primer Libro, querido
Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta
el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu
Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de
su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía,
y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una
ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran
de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: "La promesa, les dijo, que
yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán
bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días". Los que estaban
reunidos le preguntaron: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino
de Israel?". Él les respondió: "No les corresponde a ustedes conocer
el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad.
Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y
serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines
de la tierra". Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo
ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras
Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les
dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús
que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que
lo han visto partir".
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo
46, 2-3. 6-9
R.
El Señor asciende entre aclamaciones.
Aplaudan, todos los pueblos,
aclamen al Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es
temible, es el soberano de toda la tierra. R.
El Señor asciende entre aclamaciones,
asciende al sonido de trompetas. Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten
a nuestro Rey. R.
El Señor es el Rey de toda la
tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones el Señor
se sienta en su trono sagrado. R.
SEGUNDA
LECTURA
La
Resurrección y la Ascensión de Jesús nos hacen mirar esperanzadamente nuestro
futuro. Esto quiere hacer el Padre también en nosotros; somos hermanos de
Jesucristo, tendremos la misma herencia. Pidamos al Espíritu Santo que nos dé
la luz para comprender esta grandeza a la que somos llamados.
Lectura
de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 17-23
Hermanos: Que el Dios de nuestro
Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y
de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus
corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido
llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la
extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes,
por la eficacia de su fuerza. Éste es el mismo poder que Dios manifestó en
Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha
en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y
Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este
mundo como en el futuro. Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó,
por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de Aquél
que llena completamente todas las cosas.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Aquellos
hombres y mujeres de la primera comunidad disfrutaron de la presencia física y
terrenal de Jesús. ¿Cuál fue el fruto de esa presencia viva de Jesús que la
comunidad había compartido? El fruto fue la alegría y la alabanza. Nosotros hoy
experimentamos los diversos modos de presencia de Jesucristo, en la Eucaristía,
en las comunidades de fe, en los más pobres. Que ese encuentro con Jesucristo
vivo nos lleve también a la alegría y a la alabanza.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Lucas 24, 46-53
Jesús dijo a sus discípulos:
"Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos
al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a
todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son
testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido.
Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de
lo alto". Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y,
elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y
fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él,
volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el
Templo alabando a Dios.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
Una sugerencia para la mejor comprensión de los textos bíblicos de este domingo: leer el evangelio (la conclusión del Evangelio
de Lucas) y a continuación leer la primera lectura, (el inicio del libro de los
Hechos de los Apóstoles). Quizás obtengamos algún resultado no esperado...
¿Cuál es la promesa hecha por Jesús
a los discípulos y a la cual hace referencia cuando asciende?
La primera lectura completa lo
dicho en el Evangelio. En el evangelio Lucas nos describe cuál es
la promesa de Jesús a sus discípulos: “revestirse con la fuerza de lo alto”. La
primera lectura añade algo a la promesa hecha en el Evangelio, es decir,
especifica la promesa: “ser bautizados con Espíritu Santo”. Por tanto,
revestirse con la fuerza de lo alto y ser bautizados con el Espíritu Santo es
la misma promesa que tendrá lugar y se completará el próximo domingo con la
venida del Espíritu Santo, Pentecostés.
Por tanto, la promesa de Jesús a
sus discípulos, hecha en vida, es su Espíritu, la fuerza de lo alto. No es una
promesa de cambio en el mundo, no es una promesa de felicidad aquí y ahora...
Es la promesa de su fuerza para caminar adelante, es la promesa de su Espíritu
que permite hacer presente a Jesús en medio de los que creemos en Él, es la
promesa de que no estamos solos, de que no hemos sido abandonados, ni
engañados... No es una promesa de cambio, sino una promesa de asistencia, de
nueva presencia, de empuje, de fuerza para operar el cambio...
No alejarse de Jerusalén.
La Ascensión de Jesús ocurre en
Betania que no es una ciudad cualquiera en la vida de Jesús. Betania se
encuentra muy cerca de Jerusalén, justo tras subir y pasar el Monte de los
Olivos. Por eso, si Jerusalén fue el lugar donde Jesús gastó más fuerzas en la
predicación, Betania es el lugar del descanso tras la predicación, tras la
misión. Cuando el sol comenzaba a caer, Jesús se retiraba a descansar a la casa
de sus amigos en Betania, probablemente en casa de su querido amigo Lázaro.
Es interesante notar que Jesús
asciende justamente en Betania, que se encuentra al este de Jerusalén, por
donde sale el sol, por donde llega la reina de Israel (el sábado) en la ciudad
en la cual había resucitado a su amigo Lázaro. La ciudad de Betania está fuera
de Jerusalén, justo en el lugar opuesto al Gólgota, justo donde (incluso hoy en
día) está la puerta sellada que sólo abrirá el Mesías. La puerta del Mesías
será abierta con el cumplimiento de la promesa: revestirse de la fuerza de lo alto, bautizarse con Espíritu Santo, Pentecostés.
Por eso, el mandato de Jesús a los
discípulos es el de volver a Jerusalén y no alejarse de allí porque la fuerza
de lo Alto descenderá, plantará su morada, su tienda, su Templo, de nuevo en
Jerusalén. En Betania la presencia de Dios ya estaba. En Jerusalén, la
presencia de Dios había sido destruida, aniquilada, expulsada...
Con esta fiesta nos colocamos a las
puertas, nos colocamos en espera de una nueva presencia de Dios en este mundo,
Dios volverá a tener un lugar en este mundo. La cruz, la muerte de Jesús en
cruz, fue el signo patente de la expulsión, del rechazo de Dios. Ahora, con el
cumplimiento de la promesa, la presencia de Dios vuelve a estar de nuevo en la
tierra. Pero ya no bajo la forma de Templo, sino bajo la vida de los discípulos
de Jesús. La Iglesia, los creyentes, los discípulos son el Nuevo Templo, la
nueva presencia de Dios en nuestra historia.
Por tanto, con esta solemnidad de
la Ascensión nos colocamos en espera del domingo que viene, nos preparamos para
ser revestidos por la fuerza de lo Alto. Es lo que Pablo implora a Dios:
iluminar los ojos del corazón para vivir la esperanza de que su promesa se
cumple.
Hemos de ponernos en camino y
volver a una Jerusalén vacía, abandonada, pero deseosa de que el Señor vuelva a
plantar su Tienda, su presencia en medio de nuestra vida. Nuestra vida puede
estar llena de abandonos, de rechazos, de muertes, pero a pesar de todo, el
Señor está en medio de nuestros sufrimientos siempre con su Palabra tierna y
reconfortante que se dirige a su Iglesia, a nosotros, y que nos dice: ¡Vamos
hacia adelante!
ESTUDIO
BÍBLICO
"Seréis mis testigos hasta los confines de
la tierra"
Iª Lectura (Hch 1,1-11): “Seréis mis testigos”
I.1. Solamente Lucas es verdaderamente
“ascensionista”. Decimos eso porque es Lucas, tanto en el Evangelio como en los
Hechos de los Apóstoles, el único autor que habla o relata este “misterio”
cristológico en todo el Nuevo Testamento. Y sin embargo, las diferencias sobre
el particular de ciertos aspectos y símbolos en el mismo evangelista sorprenden
a quien se detiene un momento a contrastar el final del evangelio (Lc 24,46-53)
y el comienzo de los Hechos (1,1-11). En realidad no son opuestos los
discursos, pero resalta, en concreto, que la Ascensión se posponga «cuarenta
días» en los Hechos de los Apóstoles, mientras que en el Evangelio todo parece
suceder en el mismo día de la Pascua.
I.2. Esto último es lo más
determinante, ya que la Ascensión no implica un grado más o un misterio
distinto de la Pascua. Es lo mismo que la Resurrección, si ésta se concibe como
la «exaltación» de Jesús a la derecha de Dios. ¿Qué es lo que pretende Lucas?
Simplemente establecer un período determinado, simbólico, de cuarenta días (no
contables en espacio y en tiempo), en que lo determinante es lo que se refiere
a hablarles del Reino de Dios y a prepararlos para la venida del Espíritu
Santo. Lo de los cuarenta días es especialmente bíblico: el número recuerda y
apunta a los cuarenta años que Israel caminó en el desierto bajo la pedagogía
divina Dios (Dt 8,2-6); los cuarenta días que pasó Moisés en el monte Sinaí
para recibir la Ley de parte de Dios (Ex 24,18); los cuarenta días de Jesús en
el desierto antes de su vida pública (Lc 4,1-2). «Cuarenta» indica el tiempo de
la prueba y de la enseñanza necesaria. En la tradición de los rabinos el número
«cuarenta» también tenía, en línea con la tradición bíblica, un valor simbólico
para indicar un período de aprendizaje completo y normativo. En los Hechos, es
un tiempo “pascual” extraordinario para consolidar la fe de los discípulos.
I.3. Y ese tiempo Pascual
extraordinario -nos quiere decir Lucas-, está tocando a su fin y el Resucitado
no puede estar llevándolos de la mano como hasta ahora. Deben abrirse al Espíritu,
porque les espera una gran tarea en todo el mundo, “hasta los confines de la
tierra”. La pedagogía lucana, para las necesidades de su comunidad, apunta a
que la Resurrección de Jesús, al contrario que otras personas, no supone un
romper con la tierra, con la historia, con todo lo que ha sido el compromiso de
Jesús con los suyos y con todo el mundo. Esa es la razón de que haya prolongado
su presencia “especial” durante “cuarenta días” entre los suyos, insistiendo en
iluminarlos acerca del Reino de Dios que fue el tema de su mensaje y la causa
de su vida hasta la muerte.
I.4. Pero en todo caso, hay una
promesa muy importante: recibirán la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que
les acompañará siempre. Lucas, pues, usa el misterio de las Ascensión para
llamar la atención sobre la necesidad de que los discípulos entren en acción. Y
deben entrar, porque son enviados por el Resucitado. Ya ha pasado el tiempo de
la prueba. Ya han podido experimentar que el Maestro está vivo, aunque haya
sido crucificado. Su mensaje del Reino no puede quedar en el olvido. Hasta
ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios con él; pero ha llegado el momento de una
ruptura necesaria para la Iglesia en que tiene que salir de sí misma, de la
pasividad gloriosa de la Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.
I.5.La “Ascensión”, como se indica
en Mc 16,19 (tomado sin duda de la tradición lucana) es ser elevado al cielo y
sentarse a la derecha de Dios, es decir, la total exaltación y glorificación de
Jesús. Pero eso es lo que sucede, sin duda, en la resurrección. Por lo mismo,
no es un misterio soteriológico nuevo con respecto a la humanidad de Jesús,
sino una afirmación cristológica que marca el destino final del profeta de
Galilea. No obstante, debemos señalar que en el relato de los Hechos viene a
significar un momento decisivo que pone fin al período pascual. Asimismo, Lucas
lo ha presentado como misterio pedagógico para hacer ver a los discípulos que
ha llegado su hora de anunciar al mundo la salvación de Dios. E incluso tiene
el sentido de purificación definitiva de una ideología nacionalista del
mesianismo de Jesús y del papel de Israel. Todos los hombres han de ser
llamados a la salvación de Dios. Por que Jesús, el Señor exaltado, ya ha
cumplido en la historia su tarea.
IIª
Lectura: Hebreos (9,24..10,23):
El texto de la carta a los Hebreos
quiere recoger algo de esta tradición de la Ascensión como exaltación
definitiva de Jesucristo resucitado para interceder por nosotros delante de
Dios. Bajo el simbolismo del Sumo Sacerdote eterno, que no necesita ofrecer
continuamente sacrificios, como en la Antigua Alianza, su Ascensión es un
beneficio incalculable para nosotros, porque con Él siempre podemos estar
delante de nuestro Dios, dándole gracias o pidiéndole piedad y misericordia por
nuestros pecados, con la seguridad de que todo eso se nos concede. Es una forma
de interpretar la Ascensión, aunque la carta a los Hebreos no use esa
terminología.
O
bien Efesios 1,17-23: A la derecha de Dios
Se nos muestra una plegaria de intercesión
(vv. 17-19); la confesión cristológica (vv. 20-22) y un apunte eclesiológico
(v. 23). Debemos resaltar de este texto de Efesios la intervención de Dios en
Cristo para poner todo bajo sus pies. Para ello lo ha debido “sentar a su
derecha en el cielo”. Es la expresión bíblica que apunta justamente a la
exaltación como resultado de la Ascensión. Es una fórmula que se inspira, sin
duda, en el Sal 110,1 como “entronización” y que apunta a que desde ese momento
Cristo ya tiene el mismo poder soteriológico o salvador de Dios, incluso siendo
hombre. Sería otros de los aspectos teológicos de lo que puede significar la
Ascensión.
Evangelio:
Lucas (24,46-53): Resurrección-Exaltación
Como ya no se celebra la Ascensión
del Señor en el “jueves” precedente a este domingo, su liturgia se traslada a
lo que debería ser el VII Domingo de Pascua. Los textos de este día, pues,
están determinados por esta fiesta del Señor. Es Lucas, tanto en el Evangelio
como en los Hechos de los Apóstoles, el único autor que habla de este misterio
en todo el Nuevo Testamento. Sin embargo, las diferencias sobre el particular
de ciertos aspectos y símbolos en el mismo evangelista sorprenden a quien se
detiene un momento a contrastar el final del evangelio (Lc 24,46-53) y el
comienzo de los Hechos (1,1-11), que son las lecturas fundamentales de la
fiesta de este día. En realidad, los discursos no son opuestos, pero resalta,
en concreto, que la Ascensión se posponga “cuarenta días”, en los Hechos de los
Apóstoles, mientras que en el Evangelio todo parece suceder en el mismo día de
la Pascua. Esto último es lo más determinante ya que la Ascensión no implica un
grado más o un misterio distinto de la Pascua. Es lo mismo que la Resurrección,
si ésta se concibe como la “exaltación” de Jesús a la derecha de Dios.
Debemos reconocer que no es fácil
el uso de los textos de hoy y el significado de los mismos para la predicación
actual.
¿Qué es lo que pretende Lucas?
Simplemente establecer un período determinado, simbólico, de cuarenta días (no contables
en espacio y en tiempo), en que lo determinante es lo que se refiere a
hablarles del Reino de Dios y a prepararlos para la venida del Espíritu Santo.
En ese sentido, en lo esencial, las dos lecturas que se hacen hoy del
acontecimiento coinciden: Jesús instruye a sus discípulos de nuevo,
confirmándolos en su fe todavía frágil, demasiado tradicional respecto al
proyecto salvífico de Dios, para estar alerta. El tiempo Pascual
extraordinario, nos quiere decir Lucas, está tocando a su fin y el Resucitado
no puede estar llevándolos de la mano como hasta ahora. Deben abrirse al
Espíritu porque les espera una gran tarea en todo el mundo, hasta los confines
de la tierra.
Es verdad que en los primeros
siglos de la Iglesia (quizás hasta el s. V) no se puso mucho énfasis en esta
distinción entre Resurrección y Ascensión. Es a partir de ese s. V, con el
apoyo de la narración lucana, cuando se hace un uso litúrgico y catequético en
clave que llega a ser narración histórica. ¿Por qué? Consideramos que depende mucho
de la concepción antropológica de la resurrección. En algunos ámbitos
teológicos la resurrección de Jesús se concibió como “una vuelta a la vida”, a
esta vida, para que sus discípulos pudieran verificar que había resucitado.
Quedaba, pues, el segundo paso: la ruptura con este mundo y con esta historia
de una forma definitiva. Apoyándose en la narración de Lucas, se vio en la
Ascensión la definitiva “subida”: la exaltación a la gloria de Dios. Pero eso
no es muy coherente, ya que la exaltación acontece en la misma resurrección.
Todo lo que se refiere a la
Ascensión del Señor se evoca en el relato de los Hechos, que es el más vivo,
con un simple verbo en pasiva: «fue elevado», sin decirnos nada en lo que
respecta a la clase de prodigio. En Lc 24,31 se dice que «se les hizo
invisible». Todo ello apunta a una terminología sagrada de la época, para
describir la intervención de Dios por encima de todas las cosas. Ya se ha dicho
que la Ascensión no añade nada nuevo con respecto a la Pascua, a la
Resurrección. En todo caso, la pedagogía lucana, para las necesidades de su
comunidad, apuntan a que la Resurrección de Jesús, al contrario que la de otras
personas, no supone un romper con la tierra, con la historia, con todo lo que
ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo.
A pesar de que este misterio se
comunica por una serie de códigos bíblicos que nos hablan de la presencia
misteriosa de Dios (en la nube, como revelación de su gloria, en la que entra
Jesús por la Resurrección o la Ascensión), el tiempo Pascual ha sido necesario
para que los discípulos rompan con todos los miedos para salir al mundo a
evangelizar. Pero en todo caso, hay una promesa muy importante: recibirán la
fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que les acompañará siempre. Lucas, pues,
usa el misterio de la Ascensión para llamar la atención sobre la necesidad de
que los discípulos entren en acción. Hasta ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios
con él; pero ha llegado el momento de una ruptura necesaria para la Iglesia en
que tiene que salir de sí misma, de la pasividad gloriosa de la Pascua, para
afrontar la tarea de la evangelización.
¿Podemos seguir manteniendo este
tipo de lectura? ¿Es correcta? Creo que el NT nos permite otras claves. El
mismo Lucas ha usado los “cuarenta días” en sentido pedagógico.
1) Entendemos, en primer lugar, que
“cuarenta días” no es un tiempo real, espacio-temporal, sino teológico. Es un
tiempo de espera y esperanza para que la comunidad viva intensamente el
acontecimiento de la resurrección y se prepare para anunciar al mundo entero el
mensaje de Jesús (Hch 1,8). Lucas ha buscado, pues, ese “tiempo pedagógico” que
ponga de manifiesto algo importante en el seno de la comunidad: la resurrección
de Jesús no es algo que afecta a Él exclusivamente, sino que tiene otra
dimensión: la de la comunidad. También la comunidad de los seguidores de Jesús
tienen que “resucitar” de sus miedos, de sus ideas poco acertadas sobre Jesús y
sobre su mensaje. Jesús fue resucitado por Dios, pero también Jesús resucitado
quiere hacerse presente desde esa nueva vida en su comunidad. La “Ascensión”
era el momento adecuado para “dejar” a la comunidad resucitada ya, y en manos
del Espíritu que debe llevarla hasta el final.
2) Por otra parte, en segundo
lugar, como muchos autores han puesto de manifiesto, se debe contemplar la
respuesta de lo que significan esos “cuarenta días” para subsanar un problema
que tuvo la comunidad cristiana primitiva con respecto a la Parusía o la vuelta
de Jesús e inaugurar el “final de los tiempos”. Se produjo en los primeros años
cierta decepción cristiana porque la Parusía, la vuelta de Jesús, no acontecía
y el fin del mundo no llegaba. Lucas entiende que el fin del mundo no tenía por
qué llegar, ya que era necesaria la acción de la Iglesia para comunicar el
mensaje de salvación a todos los hombres. Es lo que se conoce como la
“descatologización” de la teología lucana. Es decir: no debemos estar
preocupados por la Parusía, por el fin del mundo, sino por transformar esta
historia por medio de la Palabra y el Espíritu de Jesús. De esa manera se
explica el reproche a los discípulos de estar mirando al cielo… pensando en su
vuelta, cuando hay que mirar a la tierra, a los hombres, para llenar este mundo
de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario