domingo, 14 de julio de 2013

DOMINGO 15º DEL TIEMPO ORDINARIO


"Ve, y procede tú de la misma manera".

La conocida parábola del buen samaritano parece recordarnos de un modo nuevo la advertencia que Dios hace por boca de Moisés a su pueblo: no os estoy pidiendo imposibles, mirad en vuestro corazón y lo hallaréis, porque allí también estoy Yo. Hoy Jesús nos invita a hacernos prójimos de los demás, a abrir nuestra existencia al otro.

El rostro misericordioso de Dios puede manifestarse en cualquier hombre de buena voluntad, en cualquiera que quiera vivir en plenitud su propia humanidad. Nuestra sociedad debería poner al menos tanto interés en contar el compromiso solidario que realmente se da por parte de tantas y tantas personas, como pone en narrar el dolor, la inhumanidad y el sufrimiento que otros siembran. De lo contrario, corremos el riesgo de que se acabe fijando en nuestras conciencias una horrible parábola del buen samaritano sin buen samaritano. Una suerte de cruz sin resurrección que puede llevarnos a caer en la tentación de las autojustificaciones contra las que las lecturas de hoy nos advierten.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

Los mandamientos de Dios no son jeroglíficos oscuros ni mensajes encriptados. Son palabras que podemos tener sencillamente en nuestra boca y en nuestro corazón, y que se resumen en el verbo amar. Por la misma fuerza del verbo, desde la boca y el corazón, la palabra "amar" debe pasar a la acción.

Lectura del libro del Deuteronomio 30, 9-14

Moisés habló al pueblo, diciendo: El Señor, tu Dios, te dará abundante prosperidad en todas tus empresas, en el fruto de tus entrañas, en las crías de tu ganado y en los productos de tu suelo. Porque el Señor volverá a complacerse en tu prosperidad, como antes se había complacido en la prosperidad de tus padres. Todo esto te sucederá porque habrás escuchado la voz del Señor, tu Dios, y observado sus mandamientos y sus leyes, que están escritas en este libro de la Ley, después de haberte convertido al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: "¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?". Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: "¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?". No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques.
Palabra de Dios.

SALMO

Sal 68, 14. 17. 30-31. 36-37

R. Busquen al Señor, y vivirán.

Mi oración sube hasta ti, Señor, en el momento favorable: respóndeme, Dios mío, por tu gran amor, sálvame, por tu fidelidad. R.

Respóndeme, Señor, por tu bondad y tu amor, por tu gran compasión vuélvete a mí; yo soy un pobre desdichado, Dios mío, que tu ayuda me proteja: así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias. R.

Porque el Señor salvará a Sión y volverá a edificar las ciudades de Judá: el linaje de sus servidores la tendrá como herencia, y los que aman su Nombre morarán en ella. R.

SEGUNDA LECTURA

"Él es la imagen de Dios invisible". Cuando nos preguntamos cómo es Dios, con qué sentimientos actúa, con qué palabras habla, contemplemos a Jesús. Todo lo que Dios es, está mostrado en el Hijo.

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 1, 15-20

Cristo Jesús es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra, los seres visibles y los invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades: todo fue creado por medio de él y para él. Él existe antes que todas las cosas y todo subsiste en él. Él es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. Él es el Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que él tuviera la primacía en todo, porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

Los ladrones golpean, el samaritano cura. Los ladrones despojan de todo, el samaritano pone sus propios bienes. Los ladrones se van y dejan al hombre medio muerto, el samaritano se acerca y pone al hombre en el camino de la vida. Amar al prójimo es mucho más que una limosna: es revertir el mal y el daño que provocan los saqueadores y los violentos y que sacan al hombre y a la mujer de su camino en la vida. Amar al prójimo es sanar, disponer recursos y estar cerca para que cada hijo e hija de Dios pueda concretar su proyecto en este mundo.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 25-37

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?". Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo". "Has respondido exactamente, ?le dijo Jesús?; obra así y alcanzarás la vida". Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver". ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

Una moral fundamentada en el Amor.

El deber de auxilio, también conocido en ética como principio del Buen Samaritano, ha servido para inspirar algunas de nuestras leyes civiles. Así, en muchos países como el nuestro, está penada la omisión del deber de socorro, ya sea por no proporcionar auxilio directo a quién está en una situación de peligro grave, ya sea por no avisar a quien puede socorrer a esa persona para librarle de dicho peligro. Estamos, por tanto, ante una importante aportación de la tradición cristiana al progreso moral de la sociedad: no es lícito permanecer pasivo ante un mal ajeno que puedo remediar.

Podemos decir, a este respecto, que el mensaje del Evangelio ha ayudado a la razón humana a descubrir esta verdad moral que hoy en día la mayoría de las personas, cristianas o no, aceptan. Podemos (y debemos) discutir desde la ética racional cuál es el fundamento de este principio moral. Este debate nos lleva, generalmente, al núcleo en el que se sustentan los principios morales fundamentales: la dignidad humana. Para nosotros, los cristianos, dicha dignidad tiene su origen en la acción creadora de Dios: estamos hechos a su imagen y semejanza. Dios es puro amor y por puro amor nos crea, nos cuida y nos lleva a plenitud.

Libertad y gracia.

Las palabras que Moisés dirige al pueblo de Israel forman parte de uno de los grandes discursos que encontramos en el libro del Deuteronomio y se enmarcan en una invitación y una promesa que Dios hace a su pueblo: acoge mi palabra y tendrás vida. El pueblo es libre de aceptar el ofrecimiento que Dios hace. Y su aceptación supone dos aspectos: ha de ser una aceptación plena e incondicional (la expresión “con todo tu corazón y con toda tu alma” se repite en varias ocasiones a lo largo del discurso) e implica una nueva y más recta vida que no es un imposible.

La nueva vida a la que Dios nos llama no es ajena a nuestra naturaleza, no hace violencia a lo que somos, como muchas veces se nos quiere hacer creer. Dios no impone normas desde fuera para ponernos a prueba, Dios no es alguien que busca enfrentarse al hombre. La nueva vida que Dios nos ofrece es la vida auténticamente humana: “el mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”. Hemos sido creados para entrar en esa nueva vida que nos ha sido regalada por Jesucristo: “Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz”, proclama el himno de Colosenses -parte del cual que leemos hoy- en sus primeros versículos. Por medio de su amor, de su gracia, somos transformados a esa nueva vida. Decir que es algo inalcanzable porque solo depende de nosotros, o que nada podemos porque todo depende de Dios son vanas justificaciones. Tanto la libertad humana como la ayuda divina entran en juego.

La provocación de Jesús.

La pedagogía de Jesús una vez más se pone de manifiesto a través de la narración. La brillante y conocida parábola que recoge el evangelio de Lucas busca provocar a quien, a su vez, ha tratado de provocar y poner a prueba a Jesús. Quien lee o escucha la parábola inevitablemente se siente interpelado: y yo, ¿con qué personaje me identifico? Pero el propio contenido de la parábola también es provocador por los personajes que Jesús elige: un sacerdote, un levita y un samaritano. El samaritano es un hereje y un extranjero (Jerusalén y Jericó son ciudades de la región de Judá) para un judío de la época. El sacerdote y el levita (maestro de la Ley, como quien interroga a Jesús) podrían justificar su conducta con pretextos varios, tal y como busca justificarse quien pone a prueba a Jesús. Y va a ser el samaritano quien muestre el vivo rostro del amor misericordioso de Dios. Todo un escándalo.

La parábola de Jesús termina con una pregunta ¿quién se hizo prójimo del aquel hombre malherido? De este modo, le da la vuelta sutilmente a la cuestión: no se trata de si el otro es o no mi prójimo, sino de si yo me hago o no prójimo del otro. Mientras el maestro de la Ley quiere indagar acerca del otro, acerca de quién debe ser considerado prójimo y quién no, Jesús cambia la perspectiva pidiéndole que ponga el foco en sí mismo en vez de en el otro. Y así convierte lo que le formulaban como una cuestión eminentemente especulativa, en una llamada a un cambio de vida. Por eso le envía a actuar: “Anda, haz tú lo mismo”.

Una vez más, el Evangelio insiste en ello: el amor a Dios y el amor al ser humano no pueden concebirse de manera separada o independiente. Que de tanto repetirlo no se nos olvide vivirlo.



ESTUDIO BÍBLICO

La ley de Dios es dar vida

Iª Lectura: Deuteronomio (30,10-14): La Ley en el corazón

I.1. La primera lectura está tomada de uno de los libros que más ha influido en la vida y en la teología del pueblo del Antiguo Testamento, el Deuteromonio (30,10-14). Fue un libro que se escribió para catequizar; la “leyenda” admite que en momentos determinados y de dificultades se escondió en el templo de Jerusalén y que apareció después de muchos años, lo que motivó una reforma religiosa en tiempo de rey Josías (cf 2Re 22,3-4ss), cuando vivía el profeta Jeremías. Pudiera ser que el Deuteronomio no fuera encontrado por el sacerdote Jilquías bajo los cimientos del templo de Jerusalén en el año 622 ac. Según algunos expertos, estos escritos (la obra deuteronomista) fueron redactados para proporcionarle al rey Josías una base de autoridad en la que fundamentar su reforma religiosa, que centralizo la religión alrededor de un solo templo y altar, el de Jerusalén. Algunos defienden que el recopilador y autor de la literatura deuteronomista pudo ser el profeta Jeremías, colaborador de la reforma religiosa que el rey Josías emprendió en el año 621 ac.

I.2. El texto de hoy es de los más densos, profundos y expresivos. Los sabios siempre habían comparado la ley de Dios a la Sabiduría, y ésta se consideraba inaccesible. En esta exhortación de hoy se quiere poner de manifiesto que aquello que Dios quiere para su pueblo y para cada uno de nosotros es muy fácil de entender, con objeto de que se pueda llevar a la práctica. Lo que Dios quiere que hagamos no hay que ir a buscarlo más allá del cielo o a las profundidades del mar: lo bueno, lo hermoso, lo justo, es algo que debe estar en nuestro corazón, debe nacer de nosotros mismos. Y esa es la voluntad de Dios. En la liturgia de hoy resonará con fuerza una concepción de la ley, de la voluntad de Dios, que nada tiene que ver con un determinismo o un fundamentalismo irracional. Dios no nos obliga a hacer cosas porque sí, porque Él sea Dios y nosotros criaturas, sino que pretende conducirnos con libertad para ser liberados de una inercia social y religiosa en la que hasta lo más hermoso se quiere determinar de una forma puntual.

IIª Lectura: Colosenses (1,15-20): Cristo imagen del Dios invisible

II.1. La carta a los Colosenses nos ofrece hoy un himno cristológico de resonancias inigualables: Cristo es la imagen de Dios, pero es criatura como nosotros también. Lo más profundo de Dios, lo más misterioso, se nos hace accesible por medio de Cristo. Y así, Él es el “primogénito de entre los muertos”, lo que significa que nos espera a nosotros lo que a Él. Si a Él, criatura, Dios lo ha resucitado de entre los muertos, también a nosotros se nos dará la vida que Él tiene.

II.2. Entre las afirmaciones o títulos sobre Cristo que podrían parecernos alejadas de nuestra cultura y de nuestra mentalidad, podemos escuchar y cantar este “himno” como una alabanza al “primado” de Cristo en todo: en su creaturalidad, en su papel salvífico, en su resurrección de entre los muertos. Para los cristianos ello no debe ser extraño, porque nuestra religión, nuestro acceso a Dios, está fundamentada en Cristo. Puede que, en el trasfondo, se sugiera alguna polémica para afirmar la “plenitud” de todas las cosas en Cristo. Pero este canto es como un grito necesario, porque hoy, más que nunca, podemos seguir afirmando que Cristo es el “salvador” del cosmos.

Evangelio: Lucas (10,25-37): ¿A quién debemos amar?

III.1. Y ahora el evangelio del día: una de las narraciones más majestuosas de todo el Nuevo Testamento y del evangelio de Lucas. Una narración que solamente ha podido salir de los labios de Jesús, aunque Lucas la sitúe junto a ese diálogo con el escriba que pretende algo imposible. El escriba quiere asegurarse la vida eterna, la salvación, y quiere que Jesús le puntualice exactamente qué es lo que debe hacer para ello. Quiere una respuesta “jurídica” que le complazca. Pero los profetas no suelen entrar en esos diálogos imposibles e inhumanos. Ya la tradición cristiana nos puso de manifiesto que Jesús había definido que la ley se resumía en amar a Dios y al prójimo en una misma experiencia de amor (cf Mc 12,28ss). No es distinto el amor a Dios del amor al prójimo, aunque Dios sea Dios y nosotros criaturas. Pero el escriba, que tenía una concepción de la ley demasiado legalista, quiere precisar lo que no se puede precisar: ¿quién es mi prójimo, el que debo amar en concreto? Aquí es donde la parábola comienza a convertirse en contradicción de una mentalidad absurda y puritana.

III.2. Dos personajes, sacerdote y levita, pasan de lejos cuando ven a un hombre medio muerto. Quizás venían del oficio cultual, quizás no querían contaminarse con alguien que podía estar muerto, ya que ellos podrían venir de ofrecer un culto muy sagrado a Dios. ¿Era esto posible? Probablemente sí (es una de las explicaciones válidas). Pero eso no podía ser voluntad de Dios, sino tradición añeja y cerrada, intereses de clase y de religión. Entonces aparece un personaje que es casi siniestro (estamos en territorio judío), un samaritano, un hereje, un maldito de la ley. Éste no tiene reparos, ni normas, ha visto a alguien que lo necesita y se dedica a darle vida. Mi prójimo -piensa Jesús-, el inventor de la parábola, es quien me necesita; pero más aún, lo importante no es saber quién es mi prójimo, sino si yo soy prójimo de quien me necesita. Jesús, con el samaritano, está describiendo a Dios mismo y a nadie más. Lo cuida, lo cura, lo lleva a la posada y la asegura un futuro.

III.3. Una religión que deja al hombre en su muerte, no es una religión verdadera (la del sacerdote y el levita); la religión verdadera es aquella que da vida, como hace el Dios-samaritano. Algunos Santos Padres hicieron una interpretación simbólica muy acertada: vieron en el “samaritano” al mismo Dios. Por tanto cuando Jesús cuenta esta historia o esta parábola, quiere hablar de Dios, de su Dios. Y si eso es así, entonces son verdaderamente extraordinarias las consecuencias a las que podemos llegar. Nuestro Dios es como el “hereje” samaritano que no le importa ser alguien que rompa las leyes de pureza o de culto religiosas con tal de mostrar amor a alguien que lo necesita. La parábola no solamente hablaba de una solidaridad humana, sino de la praxis del amor de Dios. Fue creada, sin duda, para hablar a los "escribas" de Israel del comportamiento heterodoxo de Dios, el cual no se pregunta a quién tiene que amar (como hace el escriba, nómikos del relato), sino que quiere salvar a todos y ofrecerles un futuro.


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