"Ve, y
procede tú de la misma manera".
La conocida parábola del buen
samaritano parece recordarnos de un modo nuevo la advertencia que Dios hace por
boca de Moisés a su pueblo: no os estoy pidiendo imposibles, mirad en vuestro
corazón y lo hallaréis, porque allí también estoy Yo. Hoy Jesús nos invita a
hacernos prójimos de los demás, a abrir nuestra existencia al otro.
El rostro misericordioso de Dios
puede manifestarse en cualquier hombre de buena voluntad, en cualquiera que
quiera vivir en plenitud su propia humanidad. Nuestra sociedad debería poner al
menos tanto interés en contar el compromiso solidario que realmente se da por
parte de tantas y tantas personas, como pone en narrar el dolor, la inhumanidad
y el sufrimiento que otros siembran. De lo contrario, corremos el riesgo de que
se acabe fijando en nuestras conciencias una horrible parábola del buen
samaritano sin buen samaritano. Una suerte de cruz sin resurrección que puede
llevarnos a caer en la tentación de las autojustificaciones contra las que las
lecturas de hoy nos advierten.
CONTEMPLAMOS LA PALABRA
I
LECTURA
Los
mandamientos de Dios no son jeroglíficos oscuros ni mensajes encriptados. Son
palabras que podemos tener sencillamente en nuestra boca y en nuestro corazón,
y que se resumen en el verbo amar. Por la misma fuerza del verbo, desde la boca
y el corazón, la palabra "amar" debe pasar a la acción.
Lectura
del libro del Deuteronomio 30, 9-14
Moisés habló al pueblo, diciendo:
El Señor, tu Dios, te dará abundante prosperidad en todas tus empresas, en el
fruto de tus entrañas, en las crías de tu ganado y en los productos de tu
suelo. Porque el Señor volverá a complacerse en tu prosperidad, como antes se
había complacido en la prosperidad de tus padres. Todo esto te sucederá porque
habrás escuchado la voz del Señor, tu Dios, y observado sus mandamientos y sus
leyes, que están escritas en este libro de la Ley, después de haberte
convertido al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Este
mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de
tu alcance. No está en el cielo, para que digas: "¿Quién subirá por
nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y
ponerlo en práctica?". Ni tampoco está más allá del mar, para que digas:
"¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de
manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?". No, la palabra está
muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal
68, 14. 17. 30-31. 36-37
R.
Busquen al Señor, y vivirán.
Mi oración sube hasta ti, Señor, en
el momento favorable: respóndeme, Dios mío, por tu gran amor, sálvame, por tu
fidelidad. R.
Respóndeme, Señor, por tu bondad y
tu amor, por tu gran compasión vuélvete a mí; yo soy un pobre desdichado, Dios
mío, que tu ayuda me proteja: así alabaré con cantos el nombre de Dios, y
proclamaré su grandeza dando gracias. R.
Porque el Señor salvará a Sión y
volverá a edificar las ciudades de Judá: el linaje de sus servidores la tendrá
como herencia, y los que aman su Nombre morarán en ella. R.
SEGUNDA
LECTURA
"Él
es la imagen de Dios invisible". Cuando nos preguntamos cómo es Dios, con
qué sentimientos actúa, con qué palabras habla, contemplemos a Jesús. Todo lo
que Dios es, está mostrado en el Hijo.
Lectura
de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 1, 15-20
Cristo Jesús es la Imagen del Dios
invisible, el Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas
todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra, los seres visibles y los
invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades: todo fue creado por
medio de él y para él. Él existe antes que todas las cosas y todo subsiste en
él. Él es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. Él es el
Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que él
tuviera la primacía en todo, porque Dios quiso que en él residiera toda la
Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en
el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Los
ladrones golpean, el samaritano cura. Los ladrones despojan de todo, el
samaritano pone sus propios bienes. Los ladrones se van y dejan al hombre medio
muerto, el samaritano se acerca y pone al hombre en el camino de la vida. Amar
al prójimo es mucho más que una limosna: es revertir el mal y el daño que
provocan los saqueadores y los violentos y que sacan al hombre y a la mujer de
su camino en la vida. Amar al prójimo es sanar, disponer recursos y estar cerca
para que cada hijo e hija de Dios pueda concretar su proyecto en este mundo.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 25-37
Un doctor de la Ley se levantó y le
preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer
para heredar la Vida eterna?". Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está
escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?". Él le respondió: "Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y
con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo". "Has
respondido exactamente, ?le dijo Jesús?; obra así y alcanzarás la vida".
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta
pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús volvió a tomar la palabra
y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de
unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo
medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y
siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se
conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y
vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se
encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño
del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré
al volver". ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del
hombre asaltado por los ladrones?". "El que tuvo compasión de
él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la
misma manera".
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
Una moral fundamentada en el Amor.
El deber de auxilio, también
conocido en ética como principio del Buen Samaritano, ha servido para inspirar
algunas de nuestras leyes civiles. Así, en muchos países como el nuestro, está
penada la omisión del deber de socorro, ya sea por no proporcionar auxilio
directo a quién está en una situación de peligro grave, ya sea por no avisar a
quien puede socorrer a esa persona para librarle de dicho peligro. Estamos, por
tanto, ante una importante aportación de la tradición cristiana al progreso
moral de la sociedad: no es lícito permanecer pasivo ante un mal ajeno que
puedo remediar.
Podemos decir, a este respecto, que
el mensaje del Evangelio ha ayudado a la razón humana a descubrir esta verdad
moral que hoy en día la mayoría de las personas, cristianas o no, aceptan.
Podemos (y debemos) discutir desde la ética racional cuál es el fundamento de
este principio moral. Este debate nos lleva, generalmente, al núcleo en el que
se sustentan los principios morales fundamentales: la dignidad humana. Para
nosotros, los cristianos, dicha dignidad tiene su origen en la acción creadora
de Dios: estamos hechos a su imagen y semejanza. Dios es puro amor y por puro
amor nos crea, nos cuida y nos lleva a plenitud.
Libertad y gracia.
Las palabras que Moisés dirige al
pueblo de Israel forman parte de uno de los grandes discursos que encontramos
en el libro del Deuteronomio y se enmarcan en una invitación y una promesa que
Dios hace a su pueblo: acoge mi palabra y tendrás vida. El pueblo es libre de
aceptar el ofrecimiento que Dios hace. Y su aceptación supone dos aspectos: ha
de ser una aceptación plena e incondicional (la expresión “con todo tu corazón
y con toda tu alma” se repite en varias ocasiones a lo largo del discurso) e
implica una nueva y más recta vida que no es un imposible.
La nueva vida a la que Dios nos
llama no es ajena a nuestra naturaleza, no hace violencia a lo que somos, como
muchas veces se nos quiere hacer creer. Dios no impone normas desde fuera para
ponernos a prueba, Dios no es alguien que busca enfrentarse al hombre. La nueva
vida que Dios nos ofrece es la vida auténticamente humana: “el mandamiento está
muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”. Hemos sido creados para
entrar en esa nueva vida que nos ha sido regalada por Jesucristo: “Damos gracias
a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo
santo en la luz”, proclama el himno de Colosenses -parte del cual que leemos
hoy- en sus primeros versículos. Por medio de su amor, de su gracia, somos
transformados a esa nueva vida. Decir que es algo inalcanzable porque solo
depende de nosotros, o que nada podemos porque todo depende de Dios son vanas
justificaciones. Tanto la libertad humana como la ayuda divina entran en juego.
La provocación de Jesús.
La pedagogía de Jesús una vez más
se pone de manifiesto a través de la narración. La brillante y conocida
parábola que recoge el evangelio de Lucas busca provocar a quien, a su vez, ha
tratado de provocar y poner a prueba a Jesús. Quien lee o escucha la parábola
inevitablemente se siente interpelado: y yo, ¿con qué personaje me identifico?
Pero el propio contenido de la parábola también es provocador por los
personajes que Jesús elige: un sacerdote, un levita y un samaritano. El
samaritano es un hereje y un extranjero (Jerusalén y Jericó son ciudades de la
región de Judá) para un judío de la época. El sacerdote y el levita (maestro de
la Ley, como quien interroga a Jesús) podrían justificar su conducta con
pretextos varios, tal y como busca justificarse quien pone a prueba a Jesús. Y
va a ser el samaritano quien muestre el vivo rostro del amor misericordioso de
Dios. Todo un escándalo.
La parábola de Jesús termina con
una pregunta ¿quién se hizo prójimo del aquel hombre malherido? De este modo,
le da la vuelta sutilmente a la cuestión: no se trata de si el otro es o no mi
prójimo, sino de si yo me hago o no prójimo del otro. Mientras el maestro de la
Ley quiere indagar acerca del otro, acerca de quién debe ser considerado
prójimo y quién no, Jesús cambia la perspectiva pidiéndole que ponga el foco en
sí mismo en vez de en el otro. Y así convierte lo que le formulaban como una
cuestión eminentemente especulativa, en una llamada a un cambio de vida. Por
eso le envía a actuar: “Anda, haz tú lo mismo”.
Una vez más, el Evangelio insiste
en ello: el amor a Dios y el amor al ser humano no pueden concebirse de manera
separada o independiente. Que de tanto repetirlo no se nos olvide vivirlo.
ESTUDIO
BÍBLICO
La ley de Dios es dar vida
Iª Lectura: Deuteronomio
(30,10-14): La Ley en el corazón
I.1. La primera lectura está tomada
de uno de los libros que más ha influido en la vida y en la teología del pueblo
del Antiguo Testamento, el Deuteromonio (30,10-14). Fue un libro que se
escribió para catequizar; la “leyenda” admite que en momentos determinados y de
dificultades se escondió en el templo de Jerusalén y que apareció después de
muchos años, lo que motivó una reforma religiosa en tiempo de rey Josías (cf
2Re 22,3-4ss), cuando vivía el profeta Jeremías. Pudiera ser que el Deuteronomio
no fuera encontrado por el sacerdote Jilquías bajo los cimientos del templo de
Jerusalén en el año 622 ac. Según algunos expertos, estos escritos (la obra
deuteronomista) fueron redactados para proporcionarle al rey Josías una base de
autoridad en la que fundamentar su reforma religiosa, que centralizo la
religión alrededor de un solo templo y altar, el de Jerusalén. Algunos
defienden que el recopilador y autor de la literatura deuteronomista pudo ser
el profeta Jeremías, colaborador de la reforma religiosa que el rey Josías
emprendió en el año 621 ac.
I.2. El texto de hoy es de los más
densos, profundos y expresivos. Los sabios siempre habían comparado la ley de
Dios a la Sabiduría, y ésta se consideraba inaccesible. En esta exhortación de
hoy se quiere poner de manifiesto que aquello que Dios quiere para su pueblo y
para cada uno de nosotros es muy fácil de entender, con objeto de que se pueda
llevar a la práctica. Lo que Dios quiere que hagamos no hay que ir a buscarlo
más allá del cielo o a las profundidades del mar: lo bueno, lo hermoso, lo
justo, es algo que debe estar en nuestro corazón, debe nacer de nosotros
mismos. Y esa es la voluntad de Dios. En la liturgia de hoy resonará con fuerza
una concepción de la ley, de la voluntad de Dios, que nada tiene que ver con un
determinismo o un fundamentalismo irracional. Dios no nos obliga a hacer cosas
porque sí, porque Él sea Dios y nosotros criaturas, sino que pretende
conducirnos con libertad para ser liberados de una inercia social y religiosa
en la que hasta lo más hermoso se quiere determinar de una forma puntual.
IIª Lectura: Colosenses (1,15-20):
Cristo imagen del Dios invisible
II.1. La carta a los Colosenses nos
ofrece hoy un himno cristológico de resonancias inigualables: Cristo es la
imagen de Dios, pero es criatura como nosotros también. Lo más profundo de
Dios, lo más misterioso, se nos hace accesible por medio de Cristo. Y así, Él
es el “primogénito de entre los muertos”, lo que significa que nos espera a
nosotros lo que a Él. Si a Él, criatura, Dios lo ha resucitado de entre los
muertos, también a nosotros se nos dará la vida que Él tiene.
II.2. Entre las afirmaciones o
títulos sobre Cristo que podrían parecernos alejadas de nuestra cultura y de
nuestra mentalidad, podemos escuchar y cantar este “himno” como una alabanza al
“primado” de Cristo en todo: en su creaturalidad, en su papel salvífico, en su
resurrección de entre los muertos. Para los cristianos ello no debe ser
extraño, porque nuestra religión, nuestro acceso a Dios, está fundamentada en
Cristo. Puede que, en el trasfondo, se sugiera alguna polémica para afirmar la
“plenitud” de todas las cosas en Cristo. Pero este canto es como un grito
necesario, porque hoy, más que nunca, podemos seguir afirmando que Cristo es el
“salvador” del cosmos.
Evangelio: Lucas (10,25-37): ¿A
quién debemos amar?
III.1. Y ahora el evangelio del
día: una de las narraciones más majestuosas de todo el Nuevo Testamento y del
evangelio de Lucas. Una narración que solamente ha podido salir de los labios
de Jesús, aunque Lucas la sitúe junto a ese diálogo con el escriba que pretende
algo imposible. El escriba quiere asegurarse la vida eterna, la salvación, y
quiere que Jesús le puntualice exactamente qué es lo que debe hacer para ello.
Quiere una respuesta “jurídica” que le complazca. Pero los profetas no suelen
entrar en esos diálogos imposibles e inhumanos. Ya la tradición cristiana nos
puso de manifiesto que Jesús había definido que la ley se resumía en amar a
Dios y al prójimo en una misma experiencia de amor (cf Mc 12,28ss). No es
distinto el amor a Dios del amor al prójimo, aunque Dios sea Dios y nosotros
criaturas. Pero el escriba, que tenía una concepción de la ley demasiado
legalista, quiere precisar lo que no se puede precisar: ¿quién es mi prójimo,
el que debo amar en concreto? Aquí es donde la parábola comienza a convertirse
en contradicción de una mentalidad absurda y puritana.
III.2. Dos personajes, sacerdote y
levita, pasan de lejos cuando ven a un hombre medio muerto. Quizás venían del
oficio cultual, quizás no querían contaminarse con alguien que podía estar
muerto, ya que ellos podrían venir de ofrecer un culto muy sagrado a Dios. ¿Era
esto posible? Probablemente sí (es una de las explicaciones válidas). Pero eso
no podía ser voluntad de Dios, sino tradición añeja y cerrada, intereses de
clase y de religión. Entonces aparece un personaje que es casi siniestro
(estamos en territorio judío), un samaritano, un hereje, un maldito de la ley.
Éste no tiene reparos, ni normas, ha visto a alguien que lo necesita y se
dedica a darle vida. Mi prójimo -piensa Jesús-, el inventor de la parábola, es
quien me necesita; pero más aún, lo importante no es saber quién es mi prójimo,
sino si yo soy prójimo de quien me necesita. Jesús, con el samaritano, está
describiendo a Dios mismo y a nadie más. Lo cuida, lo cura, lo lleva a la
posada y la asegura un futuro.
III.3. Una religión que deja al
hombre en su muerte, no es una religión verdadera (la del sacerdote y el
levita); la religión verdadera es aquella que da vida, como hace el
Dios-samaritano. Algunos Santos Padres hicieron una interpretación simbólica
muy acertada: vieron en el “samaritano” al mismo Dios. Por tanto cuando Jesús
cuenta esta historia o esta parábola, quiere hablar de Dios, de su Dios. Y si
eso es así, entonces son verdaderamente extraordinarias las consecuencias a las
que podemos llegar. Nuestro Dios es como el “hereje” samaritano que no le
importa ser alguien que rompa las leyes de pureza o de culto religiosas con tal
de mostrar amor a alguien que lo necesita. La parábola no solamente hablaba de
una solidaridad humana, sino de la praxis del amor de Dios. Fue creada, sin
duda, para hablar a los "escribas" de Israel del comportamiento
heterodoxo de Dios, el cual no se pregunta a quién tiene que amar (como hace el
escriba, nómikos del relato), sino que quiere salvar a todos y ofrecerles un
futuro.
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