Dichosos los que crean sin ver
El segundo domingo de Pascua del
ciclo A hace un planteamiento completo y hermoso de lo que es la vida cristiana
nacida de la victoria de Jesús sobre la muerte: una vida nueva llena de
esperanza que desde el presente se abre confiadamente a la salvación futura
(primera lectura), un estilo de vida común en el que se comparte todo (segunda
lectura), una vida abierta al mundo por medio de la misión alentada por el
Espíritu (evangelio)
La primera lectura del libro de los
Hechos nos traslada a uno de los sumarios o resúmenes de la vida de la
comunidad de Jerusalén. En esta síntesis se enumeran los elementos que
configuran un estilo de vida singular (oración, fracción del pan, escucha de la
enseñanza de los apóstoles, fuerte comunión fraterna).
La segunda lectura de la primera
carta de san Pedro subraya la perspectiva escatológica de la esperanza y de la
salvación inaugurada por la resurrección de Jesucristo; esta esperanza sostiene
al cristiano en las dificultades y pruebas del presente.
El Evangelio nos narra, siguiendo a
Juan, una doble aparición del Resucitado a la comunidad apostólica reunida el
primer día de la semana. Doble aparición en la que, por una parte, Cristo
comunica su Espíritu y su misión a los Once y, por otra, convence al incrédulo
Tomás de su verdadero triunfo sobre la muerte.
Se pueden establecer relaciones
entre las lecturas que faciliten pistas a la predicación: 1) la importancia de
la vida común, del estar juntos, del compartirlo todo, para que haya auténtica
vida cristiana (primera y evangelio); 2) la fe es una forma cualificada de ver
más allá de la visión material (“Dichosos los que crean sin haber visto”)
(segunda y evangelio); 3) las pruebas que acarrea creer en Jesús, los miedos
que hay que superar (segunda y evangelio).
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA
I
LECTURA
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 2, 42-47
“La
palabra hecha fraternidad: En esa comunidad estaba vigente una ley común que
era el compartir los bienes materiales. Nadie que se profesara cristiano podía
eximirse de este nivel de comunicación. Con todo, ese compartir no significaba
renunciar a la propiedad sino que ‘nadie llamaba suyo’, exclusivo, ‘a lo que le
pertenecía’. Es el mismo principio expresado por Juan: ‘Si alguien vive en la
abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad le cierra el corazón, ¿cómo
permanecerá en él el amor de Dios? (1Jn 3, 17)’”.
Todos se reunían asiduamente para
escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la
fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos,
porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes
se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus
bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno.
Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus
casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a
Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la
comunidad con aquellos que debían salvarse.
Palabra
de Dios.
Salmo
117, 2-4. 13-15. 22-24
R.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
O
bien: Aleluya.
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón: ¡es eterno su amor! Que lo
digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor! R.
Me empujaron con violencia para
derribarme, pero el Señor vino en mi ayuda. El Señor es mi fuerza y mi
protección; él fue mi salvación. Un grito de alegría y de victoria resuena en
las carpas de los justos. R.
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a
nuestros ojos. Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en
él. R.
II
LECTURA
En
la Pascua, muchos hermanos nuestros recibieron el bautismo. Junto a ellos,
renovamos nuestras promesas bautismales. Y con las palabras de esta carta,
bendecimos a Dios por la regeneración que ha hecho en nosotros. La fe
compartida, la fe que proclamamos en el bautismo, nos sostiene en medio de los
avatares de esta vida.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pedro 1, 3-9
Bendito sea Dios, el Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la
resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible,
incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque
gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a
ser revelada en el momento final. Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las
diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una
vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado
por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el
día de la Revelación de Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y
creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de
gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
En
este día de la misericordia, las palabras de Jesús nos hablan de perdón. Ese
perdón que viene de Dios, porque él se apiada de toda nuestra miseria y nuestra
bajeza y quiere, en su Espíritu, darnos vida nueva. Él se apiada incluso de
nuestra incredulidad, como lo hizo con Tomás. Con ese perdón nace la paz que
afianza la comunidad.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-31
Al atardecer del primer día de la
semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los
judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz
esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los
discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de
nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los
envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce,
de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros
discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo
la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los
clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de
nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces
apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les
dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí
están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas
incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús
le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber
visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus
discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido
escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
Estamos ante un relato de aparición
del Resucitado. Hemos de pensar que si Jesús, el que murió, no hubiera revelado
o manifestado a los suyos que estaba vivo, la fe en la Resurrección no se
habría iniciado y, con ello, no habría tampoco vida cristiana, ni comunidad
eclesial. Por tanto, cuando los primeros discípulos relatan su experiencia de
encuentro con el Señor tras la muerte están evocando algo decisivo para sus
vidas, algo decisivo para la fe que profesan y testifican. En suma algo
decisivo para nosotros.
Así pues, el texto de Juan 20,
19-31 nos permite adentrarnos en la fascinante experiencia pascual de los
primeros discípulos; experiencia que, para la fe, es siempre referencial y
normativa. Vamos a destacar algunos aspectos de esta experiencia
El primer día de la semana
Fijémonos, las dos apariciones del
resucitado acontecen el mismo día. No es un día cualquiera. Es el día en el que
la Iglesia celebra la Resurrección de Cristo por medio de la Cena del Señor.
Esto quiere decir que los discípulos tienen muy clara la relación entre el
encuentro con el que vive y el día del Señor. La experiencia pascual no solo
modela las vidas sino que estructura los tiempos dándoles sentido.
Estando reunidos los discípulos
La experiencia de la aparición del
resucitado es una experiencia comunitaria. En los dos casos lo es. Precisamente
porque Tomás no está con la comunidad cuando la primera no la vive y no cree a
sus hermanos. Estando con la comunidad, en la segunda, las cosas son
diferentes. Por tanto, la experiencia pascual modela vidas, comunidades y
estructura el tiempo.
La misión: como el Padre me envió
también yo os envío… recibid el Espíritu Santo
La experiencia de encuentro con el
resucitado supone una misión. ¿Qué misión? La misma de Jesús, el Hijo de Dios.
La Iglesia continúa la obra de su Señor. Por eso recibe el Espíritu Santo y
puede en su nombre perdonar los pecados. Este hecho contrasta con la situación
de la que parte el texto: encerrados los discípulos por miedo a los judíos. La
Iglesia pascual es una comunidad valiente que sale a la calle a dar testimonio
de la buena noticia. La experiencia pascual modela vidas, comunidades, empuja
la misión y estructura el tiempo.
Dichosos los que crean sin ver
La aparición es una experiencia
única y singular. Es un ver al que vive con los ojos de la fe a partir de unas
vivencias de manifestación reales, pero no impositivas. Por eso, la experiencia
pascual de los primeros discípulos también necesitó de la fe. El final del
texto deja claro este punto. Sobre todo, si en la comunidad cristiana se tiene
la tentación de pensar que una mirada física puede ser suficiente para llegar a
al fe. La enseñanza del Resucitado a Tomás (dichosos los que crean sin ver)
expresa perfectamente esta idea. Lo que vieran los beneficiarios de las
apariciones también aconteció en el ámbito de la fe. Por eso, su testimonio es
referencial para quienes no hemos visto pero creemos…
ESTUDIO
BÍBLICO
¡Señor mío y Dios mío!
Desde el año 2000 la Congregación
del Culto Divino y de los Sacramentos ha añadido, a la denominación de IIº
Domingo de Pascua, la expresión "o de la Divina misericordia", por
expreso deseo del Papa Juan Pablo II. No obstante, el segundo domingo de Pascua
se le conoce popularmente en la liturgia por el domingo de Santo Tomás, ya que
en los tres ciclos, el evangelio del día, con la escena de Tomás, se determina
el sentido y la fuerza de las lecturas. En estos domingos, hasta Pentecostés,
el ciclo de Mateo deja paso al evangelio de Juan, para que éste, con su
teología y con su espiritualidad, sirva de pauta y catequesis a las comunidades
cristianas que celebran la resurrección.
Iª Lectura: Hch 2,42-47 Compartir
los bienes, compartir la vida
I.1 El texto de Hechos 2,42-47 es
uno de los famosos sumarios, una síntesis, de la vida de la comunidad que el
autor de los Hechos, Lucas, ofrece de vez en cuando en los primeros capítulos
de su narración (ver también Hch 4,32-37;5,12-16), para dar cuenta de la vida
de la comunidad y para proponer a los suyos un ideal que debe ser el modelo de
la Iglesia.
I.2. ¿Vivió así la comunidad
primitiva? Sin duda que sí, pero sin necesidad de llegar a pensar que todo era
perfecto y no había problema alguno. Los había y grandes. Es posible que en el
"compartir", las cosas estuvieran más claras que en otros aspectos
ideológicos que poco a poco van a ir surgiendo. Los «helenistas» (Hch 6,1-6),
no obstante, se quejaban de que sus pobres y viudas estaban más desasistidos.
I.3. Este texto de las cuatro
perseverancias es especialmente significativo después del acontecimiento de
Pentecotés y del discurso de Pedro. Es una consecuencia casi inmediata para
definir la praxis cultual y religiosa de la comunidad que nace en Pentecostés.
Las cuatro "perseverancias" que Lucas propone (êsan dè
proskarteroûntes=eran perseverantes): aceptar la enseñanza de los apóstoles, en
la koinônía, en la fracción del pan y en la oración, son todo un itinerario.
Tiene varias interpretaciones, pero está claro, en principio, que la enseñanza
de los apóstoles es la predicación, que mueve al grupo a la
"comunión", a la "eucaristía" y a la "oración".
I.4. Lucas en este texto ha tratado
de enlazar acciones que son propias de la comunidad cristiana (las cuatro
perseverancias primeras) con otras actitudes religiosas y piadosas del
judaísmo, como es su asistencia al Templo (v. 47), que contrasta con el
"repartir el pan por las casas". En este caso se puede pensar en las
comidas fraternas para los pobres que podían terminar con la "fracción del
pan" o eucaristía.
I.5. Si debiéramos subrayar alguna
cosa especial sería la afirmación de que no había pobres entre ellos. Es la
consecuencia de la koinonía (comunión), que no es solamente algo espiritual,
sino también social y práctico. O, en todo caso, es una consecuencia de la
koinonía espiritual. Este ideal lucano es una expresión de lo que significa y
es una iglesia de comunión. No podemos afirmar que Lucas esté pensando en una
igualdad económica; no es ese el planteamiento. Sí podemos hablar, con pleno
derecho, de solidaridad como consecuencia de la comunión y la renuncia a los
bienes de algunos en favor de los pobres.
IIª Lectura (1Pe 1,3-9) Sin haberle
visto le amáis
II.1. La primera carta de Pedro es
un escrito a los que viven en la "dispersión" y, sin duda, en la
"persecución". No es necesario detenernos en su "autor",
que no es necesariamente el Apóstol Pedro. Es claro que esa es la situación que
viven los cristianos a los que se dirige este escrito
II.2. En un tono solemne comienza
el texto que hoy sirve de IIª Lectura que proclama, ante todo, la resurrección
de Jesús. Y es esa resurrección la que fundamenta la "esperanza"
cristiana. No puede ser de otra forma, ya que es la resurrección el
acontecimiento que hace posible vencer a la muerte y vencer toda dificultad en
la vida y en la persecución de los que han aceptado a Cristo.
II.3. Por eso, la llamada a la fe,
que es una confianza en el "poder" de Dios, determina lo que se nos
dice en los vv. 8-9. Y de esta manera, pues, se ha pretendido enlazar con la
enseñanza final del evangelio de hoy sobre Tomás y la bienaventuranza de
"creer sin ver".
IIIª Lectura (Jn 20,19-31): ¡Señor
mío!
III.1. El texto es muy sencillo,
tiene 2 partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv.
24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma
indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el
saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de
Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los
signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las
atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de
oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión
de la vida por parte de Dios.
III.2. El "soplo" sobre
los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación,
de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37.
El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los
discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y
testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los
discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen
las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas
barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés"
es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto,
teológicamente, es coherente y determinante.
III.3. La figura de Tomás es
solamente una actitud de "antiresurrección"; nos quiere presentar las
dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe
enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades
humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel
momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para
mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora
de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en
esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores
dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y
salva.
III.4. Tomás no se fía de la
palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades,
desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo.
Pero Dios no va a fallar ahora tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a
«mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología;
concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como
Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se
"encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada,
ni entender nada, ni creer nada.
III.5. Tomás, pues, debe comenzar
de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de las manos del Resucitado,
de sus pies y de su costado, porque éste, no es una «imagen», sino la realidad
pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta,
pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como
todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja
de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza
comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de
muerte.