domingo, 27 de abril de 2014

DOMINGO 2° DE PASCUA



Dichosos los que crean sin ver

El segundo domingo de Pascua del ciclo A hace un planteamiento completo y hermoso de lo que es la vida cristiana nacida de la victoria de Jesús sobre la muerte: una vida nueva llena de esperanza que desde el presente se abre confiadamente a la salvación futura (primera lectura), un estilo de vida común en el que se comparte todo (segunda lectura), una vida abierta al mundo por medio de la misión alentada por el Espíritu (evangelio)

La primera lectura del libro de los Hechos nos traslada a uno de los sumarios o resúmenes de la vida de la comunidad de Jerusalén. En esta síntesis se enumeran los elementos que configuran un estilo de vida singular (oración, fracción del pan, escucha de la enseñanza de los apóstoles, fuerte comunión fraterna).

La segunda lectura de la primera carta de san Pedro subraya la perspectiva escatológica de la esperanza y de la salvación inaugurada por la resurrección de Jesucristo; esta esperanza sostiene al cristiano en las dificultades y pruebas del presente.

El Evangelio nos narra, siguiendo a Juan, una doble aparición del Resucitado a la comunidad apostólica reunida el primer día de la semana. Doble aparición en la que, por una parte, Cristo comunica su Espíritu y su misión a los Once y, por otra, convence al incrédulo Tomás de su verdadero triunfo sobre la muerte.

Se pueden establecer relaciones entre las lecturas que faciliten pistas a la predicación: 1) la importancia de la vida común, del estar juntos, del compartirlo todo, para que haya auténtica vida cristiana (primera y evangelio); 2) la fe es una forma cualificada de ver más allá de la visión material (“Dichosos los que crean sin haber visto”) (segunda y evangelio); 3) las pruebas que acarrea creer en Jesús, los miedos que hay que superar (segunda y evangelio).

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

Lectura de los Hechos de los apóstoles 2, 42-47

“La palabra hecha fraternidad: En esa comunidad estaba vigente una ley común que era el compartir los bienes materiales. Nadie que se profesara cristiano podía eximirse de este nivel de comunicación. Con todo, ese compartir no significaba renunciar a la propiedad sino que ‘nadie llamaba suyo’, exclusivo, ‘a lo que le pertenecía’. Es el mismo principio expresado por Juan: ‘Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad le cierra el corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios? (1Jn 3, 17)’”.

Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse.
Palabra de Dios.

Salmo 117, 2-4. 13-15. 22-24

R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!

O bien: Aleluya.

Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón: ¡es eterno su amor! Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor! R.

Me empujaron con violencia para derribarme, pero el Señor vino en mi ayuda. El Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación. Un grito de alegría y de victoria resuena en las carpas de los justos. R.

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él. R.

II LECTURA

En la Pascua, muchos hermanos nuestros recibieron el bautismo. Junto a ellos, renovamos nuestras promesas bautismales. Y con las palabras de esta carta, bendecimos a Dios por la regeneración que ha hecho en nosotros. La fe compartida, la fe que proclamamos en el bautismo, nos sostiene en medio de los avatares de esta vida.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 1, 3-9

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final. Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación.
Palabra de Dios.

EVANGELIO     

En este día de la misericordia, las palabras de Jesús nos hablan de perdón. Ese perdón que viene de Dios, porque él se apiada de toda nuestra miseria y nuestra bajeza y quiere, en su Espíritu, darnos vida nueva. Él se apiada incluso de nuestra incredulidad, como lo hizo con Tomás. Con ese perdón nace la paz que afianza la comunidad.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-31

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

Estamos ante un relato de aparición del Resucitado. Hemos de pensar que si Jesús, el que murió, no hubiera revelado o manifestado a los suyos que estaba vivo, la fe en la Resurrección no se habría iniciado y, con ello, no habría tampoco vida cristiana, ni comunidad eclesial. Por tanto, cuando los primeros discípulos relatan su experiencia de encuentro con el Señor tras la muerte están evocando algo decisivo para sus vidas, algo decisivo para la fe que profesan y testifican. En suma algo decisivo para nosotros.

Así pues, el texto de Juan 20, 19-31 nos permite adentrarnos en la fascinante experiencia pascual de los primeros discípulos; experiencia que, para la fe, es siempre referencial y normativa. Vamos a destacar algunos aspectos de esta experiencia

El primer día de la semana

Fijémonos, las dos apariciones del resucitado acontecen el mismo día. No es un día cualquiera. Es el día en el que la Iglesia celebra la Resurrección de Cristo por medio de la Cena del Señor. Esto quiere decir que los discípulos tienen muy clara la relación entre el encuentro con el que vive y el día del Señor. La experiencia pascual no solo modela las vidas sino que estructura los tiempos dándoles sentido.

Estando reunidos los discípulos

La experiencia de la aparición del resucitado es una experiencia comunitaria. En los dos casos lo es. Precisamente porque Tomás no está con la comunidad cuando la primera no la vive y no cree a sus hermanos. Estando con la comunidad, en la segunda, las cosas son diferentes. Por tanto, la experiencia pascual modela vidas, comunidades y estructura el tiempo.

La misión: como el Padre me envió también yo os envío… recibid el Espíritu Santo

La experiencia de encuentro con el resucitado supone una misión. ¿Qué misión? La misma de Jesús, el Hijo de Dios. La Iglesia continúa la obra de su Señor. Por eso recibe el Espíritu Santo y puede en su nombre perdonar los pecados. Este hecho contrasta con la situación de la que parte el texto: encerrados los discípulos por miedo a los judíos. La Iglesia pascual es una comunidad valiente que sale a la calle a dar testimonio de la buena noticia. La experiencia pascual modela vidas, comunidades, empuja la misión y estructura el tiempo.

Dichosos los que crean sin ver

La aparición es una experiencia única y singular. Es un ver al que vive con los ojos de la fe a partir de unas vivencias de manifestación reales, pero no impositivas. Por eso, la experiencia pascual de los primeros discípulos también necesitó de la fe. El final del texto deja claro este punto. Sobre todo, si en la comunidad cristiana se tiene la tentación de pensar que una mirada física puede ser suficiente para llegar a al fe. La enseñanza del Resucitado a Tomás (dichosos los que crean sin ver) expresa perfectamente esta idea. Lo que vieran los beneficiarios de las apariciones también aconteció en el ámbito de la fe. Por eso, su testimonio es referencial para quienes no hemos visto pero creemos…



ESTUDIO BÍBLICO

¡Señor mío y Dios mío!

Desde el año 2000 la Congregación del Culto Divino y de los Sacramentos ha añadido, a la denominación de IIº Domingo de Pascua, la expresión "o de la Divina misericordia", por expreso deseo del Papa Juan Pablo II. No obstante, el segundo domingo de Pascua se le conoce popularmente en la liturgia por el domingo de Santo Tomás, ya que en los tres ciclos, el evangelio del día, con la escena de Tomás, se determina el sentido y la fuerza de las lecturas. En estos domingos, hasta Pentecostés, el ciclo de Mateo deja paso al evangelio de Juan, para que éste, con su teología y con su espiritualidad, sirva de pauta y catequesis a las comunidades cristianas que celebran la resurrección.

Iª Lectura: Hch 2,42-47 Compartir los bienes, compartir la vida

I.1 El texto de Hechos 2,42-47 es uno de los famosos sumarios, una síntesis, de la vida de la comunidad que el autor de los Hechos, Lucas, ofrece de vez en cuando en los primeros capítulos de su narración (ver también Hch 4,32-37;5,12-16), para dar cuenta de la vida de la comunidad y para proponer a los suyos un ideal que debe ser el modelo de la Iglesia.

I.2. ¿Vivió así la comunidad primitiva? Sin duda que sí, pero sin necesidad de llegar a pensar que todo era perfecto y no había problema alguno. Los había y grandes. Es posible que en el "compartir", las cosas estuvieran más claras que en otros aspectos ideológicos que poco a poco van a ir surgiendo. Los «helenistas» (Hch 6,1-6), no obstante, se quejaban de que sus pobres y viudas estaban más desasistidos.

I.3. Este texto de las cuatro perseverancias es especialmente significativo después del acontecimiento de Pentecotés y del discurso de Pedro. Es una consecuencia casi inmediata para definir la praxis cultual y religiosa de la comunidad que nace en Pentecostés. Las cuatro "perseverancias" que Lucas propone (êsan dè proskarteroûntes=eran perseverantes): aceptar la enseñanza de los apóstoles, en la koinônía, en la fracción del pan y en la oración, son todo un itinerario. Tiene varias interpretaciones, pero está claro, en principio, que la enseñanza de los apóstoles es la predicación, que mueve al grupo a la "comunión", a la "eucaristía" y a la "oración".

I.4. Lucas en este texto ha tratado de enlazar acciones que son propias de la comunidad cristiana (las cuatro perseverancias primeras) con otras actitudes religiosas y piadosas del judaísmo, como es su asistencia al Templo (v. 47), que contrasta con el "repartir el pan por las casas". En este caso se puede pensar en las comidas fraternas para los pobres que podían terminar con la "fracción del pan" o eucaristía.

I.5. Si debiéramos subrayar alguna cosa especial sería la afirmación de que no había pobres entre ellos. Es la consecuencia de la koinonía (comunión), que no es solamente algo espiritual, sino también social y práctico. O, en todo caso, es una consecuencia de la koinonía espiritual. Este ideal lucano es una expresión de lo que significa y es una iglesia de comunión. No podemos afirmar que Lucas esté pensando en una igualdad económica; no es ese el planteamiento. Sí podemos hablar, con pleno derecho, de solidaridad como consecuencia de la comunión y la renuncia a los bienes de algunos en favor de los pobres.

IIª Lectura (1Pe 1,3-9) Sin haberle visto le amáis

II.1. La primera carta de Pedro es un escrito a los que viven en la "dispersión" y, sin duda, en la "persecución". No es necesario detenernos en su "autor", que no es necesariamente el Apóstol Pedro. Es claro que esa es la situación que viven los cristianos a los que se dirige este escrito

II.2. En un tono solemne comienza el texto que hoy sirve de IIª Lectura que proclama, ante todo, la resurrección de Jesús. Y es esa resurrección la que fundamenta la "esperanza" cristiana. No puede ser de otra forma, ya que es la resurrección el acontecimiento que hace posible vencer a la muerte y vencer toda dificultad en la vida y en la persecución de los que han aceptado a Cristo.

II.3. Por eso, la llamada a la fe, que es una confianza en el "poder" de Dios, determina lo que se nos dice en los vv. 8-9. Y de esta manera, pues, se ha pretendido enlazar con la enseñanza final del evangelio de hoy sobre Tomás y la bienaventuranza de "creer sin ver".

IIIª Lectura (Jn 20,19-31): ¡Señor mío!

III.1. El texto es muy sencillo, tiene 2 partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios.

III.2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es coherente y determinante.

III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de "antiresurrección"; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer nada.

III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una «imagen», sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.





domingo, 20 de abril de 2014

PASCUA DE RESURRECCIÓN


“Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver”

El que murió y resucitó en la periferia envía hoy su Espíritu y alegra todo lo creado, recreando el Cosmos con su misericordia y su amor. En la barca de la Iglesia, el Espíritu Santo sopla a nuestras espaldas, el Padre nos envía y El Hijo nos aguarda en su encarnación continuada. Cada vez que celebremos la eucaristía traeremos a la memoria la muerte y la Resurrección de Jesús para morir y resucitar con El. La Palabra de Dios nos procura un colirio para la mirada y el corazón a fin de que comprendamos la Escritura como los discípulos, y acertemos a detectar cómo y dónde se manifiesta hoy “el que resucitó de entre los muertos”.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS LA PABRA.

I LECTURA   

“Y nos mandó que predicásemos al pueblo. Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo y de la vida según el evangelio” (Papa Pablo VI, Evangelii Nuntiandi).

Lectura de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

Pedro, tomando la palabra, dijo: “Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre”.
Palabra de Dios.

Salmo  117, 1-2. 16-17. 22-23

R. Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.

O bien: Aleluya, aleluya, aleluya.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es eterno su amor! R.

La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R.

II LECTURA

Caminamos por esta tierra con la mirada puesta “en las cosas de arriba”. Jesucristo fue levantado del sepulcro y de la muerte para elevarnos con él. Que nuestra vida renueve, en esta celebración pascual, nuestra dimensión de cielo y eternidad.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-4

Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.
Palabra de Dios.

SECUENCIA    

Cristianos, ofrezcamos al Cordero pascual nuestro sacrificio de alabanza. El Cordero ha redimido a las ovejas: Cristo, el inocente, reconcilió a los pecadores con el Padre. La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable: el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora vive. Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado. He visto a los ángeles, testigos del milagro, he visto el sudario y las vestiduras. Ha resucitado Cristo, mi esperanza, y precederá a los discípulos en Galilea. Sabemos que Cristo resucitó realmente; tú, Rey victorioso, ten piedad de nosotros.

Aleluya. Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua. Aleluya. 1Cor 5, 7-8

EVANGELIO

Aunque todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro. No siempre es patente la luz de la resurrección, no siempre vemos con claridad. Pero esta discípula nos habla de no dejarnos vencer, de no quedarnos quietos. Estaba oscuro, pero ella igual se animó. Y buscando entre penumbras, se hizo la luz para recordar y comprender las promesas de la Sagrada Escritura.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; éste no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

“Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver”

Con la Resurrección de Cristo, comienzan los tiempos nuevos donde el Espíritu del Resucitado lo recrea todo. La primera palabra redentora al principio de la nueva creación, es una palabra reconciliadora. Las primeras palabras del Resucitado son designios de paz como fruto definitivo de un amor que ha vencido toda violencia, pecado y muerte. No hay reproches para los que abandonaron o negaron al Redentor, sino un nuevo comienzo desde la paz que Jesús comunica. Desde aquel primer domingo en el tiempo de la Iglesia, ser miembros de la Iglesia es compartir la paz de Cristo, por muy perturbados o diferentes que nos podamos sentir. Si podemos estar en paz con nuestras almas divididas, con nuestros impulsos contradictorios y, aceptar que ello forma parte de lo que somos, nos será más fácil encontrar la paz de Cristo Resucitado junto con los demás, sin sentirnos amenazados por nuestras diferencias.

“Buscad los bienes de allá arriba”

El tiempo de Pascua nos estimula como “gesto pascual” a recrear la mirada sobre Dios, el mundo y el ser humano. Si logramos ver a los demás con los ojos de Cristo, podemos dar a los otros mucho más que cosas externas necesarias; puedo darles la mirada de amor que tanto ansían.

“María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro”.

Hoy domingo de Resurrección podemos proponernos mirar a todos con los ojos de Cristo, mirar con amor y misericordia, tal como nosotros fuimos mirados en Getsemaní, en el Cenáculo, desde la Cruz y desde el Resucitado. Como María Magdalena y los otros testigos de la Resurrección nos llega el momento de reconocer a Jesús. Podemos “ver al Señor” en los otros, en la Iglesia, en la eucaristía, en los empobrecidos, en los actos cotidianos donde vence el amor ¡Queremos ver y queremos ser vistos, reconocidos con misericordia!

Renovar cada año la celebración de Pascua supone recibir un envío: Somos enviados al mundo entero. A los mundos reales y virtuales. Hoy quien crea tener las manos vacías está más preparado que nunca para recibir el Espíritu Santo. Llega el momento de regresar a la vida ordinaria. La Pascua, la victoria de Jesús acompaña todas las horas de nuestra jornada. La esperanza de la Pascua la tenemos delante, dentro de nosotros, a nuestro alrededor. La fe, las personas, las familias, la comunidad, el pueblo, el mundo…todo es agraciado, amado, redimido por Cristo. Tenemos motivos para esperar. Hemos sido salvados en la esperanza y estamos contentos. Existen las enfermedades, los males, el miedo, pero también nuestra capacidad de hacer el bien es mayor. Podemos mirar la vida con ojos nuevos, con sentido, aprendiendo a esperar y apoyándonos en la fuerza que da la comunidad.

Jesús nos dice: ¡Ánimo, yo he vencido al mundo! Ha vencido el amor desarmado, la vida como la primavera es imparable. Somos enviados a reconocer las alegrías y las penas de la gente, para ser tocados y cambiados por ellos. Ninguna felicidad verdadera excluye la tristeza. ¡Qué liberador asumir esto! La felicidad cristiana no es una euforia colectiva, sino la alegría de Dios que lleva sobre sí las penas del mundo. Si queremos probar la alegría de Dios, no debemos tener miedo de vernos tocados por la tristeza, dado que ello ahondará el hueco que Dios llenará con la felicidad. Nuestra sociedad se resiste a este pensamiento liberador porque con frecuencia no distinguimos la tristeza de la depresión, que es una enfermedad terrible. Podemos ser felices porque no nos da vergüenza sentirnos también tristes de vez en cuando. La alegría cristiana es capaz de llevar dentro de sí el dolor porque es vivir la historia de Cristo, que abarca del bautismo a la resurrección, abrazando el Viernes Santo como un momento dentro del viaje. Este viaje que hacemos juntos en la fe, del “escuchar, entender y sentir al creer sin haber visto…del todo”.


ESTUDIO BÍBLICO

Misa del día

Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección.

1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección

I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42), una familia pagana ("temerosos de Dios", simpatizantes del judaísmo, pero no "prosélitos", porque no llegaban a aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el "Pentecostés pagano", a diferencia de lo que se relata en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el mundo de entonces.

I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una visión (Hch 10,1-33) tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es "divina", del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.

I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como sucedió con los *helenistas+. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en práctica.

I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.

I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos *conviven+ con él, en referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.

I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.

2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo

II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal, que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia.

II.2. El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro.

II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto de gran expresividad en las teología paulina "syn-ergeirô"= "resucitar con". Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio de las miserias de este mundo.

II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente para el final de los tiempos.

II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos eternos.

III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero

III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

III.2. La figura simbólica y fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.


III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

domingo, 13 de abril de 2014

DOMINGO DE RAMOS



Jesús entra en Jerusalén aclamado como “Señor”, “el Hijo de David”, el Mesías esperado: “decid a la hija de Sión, mira que viene tu Rey” (Is 62,11); “justo y victorioso” (Zac 9,9). 

Pero al revés de los vencedores guerreros que llegan con sus caballos y carruajes y entran en la ciudad revestidos de poder, Jesús entra como rey manso, humilde y pacífico. El asno es el animal manso que también montó David en tiempo de paz. 

El mesianismo de Jesús no es triunfalista ni sigue la lógica del poder. 

Es Dios mismo que se ha manifestado en la conducta de Jesús como poderoso en el amor y en la compasión entregándose totalmente por nosotros. 

“Hosana al Hijo de David” es un clamor de salvación. Todos tenemos facultades y poderes. Hoy el evangelio, presentándonos el mesianismo novedoso de Jesucristo, recuerda que sólo esos poderes nos humanizan y nos salvan cuando los ejercemos como mediación del amor.


Les ofrecemos un servicio completo dedicado a la Semana Santa. Allí encontrarán todo el material para seguir litúrgicamente estos días y su llamado a la santidad por las huellas de Jesús Nazareno. Haz clic en el siguiente enlace.





Domingo 5° de Cuaresma


Yo soy la resurrección y la vida

Estamos en el último tramo de la Cuaresma y seguimos leyendo el evangelio de san Juan, que servía de catequesis para los que se preparaban a recibir el bautismo. La catequesis bautismal enseñaba que el encuentro con Cristo incorporaba a la vida. Para los cristianos el bautismo ponía a los fieles al amparo y al cobijo de los méritos de Cristo. Pero este encuentro no suprime la debilidad y la fragilidad de la naturaleza humana. Sólo la fe en Jesús nos podía hacerles superar el último límite de la vida. Es lo que se propone con el milagro de hoy.

Los domingos anteriores presentaban a Cristo como agua que sacia la sed de la samaritana; como luz que abre los ojos al ciego para una nueva visión de la vida. En el evangelio de hoy Jesús aparece, de una parte, frágil y entrañable ante la muerte de uno de sus mejores amigos. Ante los sollozos de sus hermanas no puede contenerse y se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Pero, por otra parte, se presenta con todo su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida». Todos estos evangelios son como trazos de un descubrimiento del gran mensaje de la Pascua, que es vida y vida abundante para todos. A ella debemos orientar nuestra mirada, para no quedarnos sólo con la Cuaresma.

Más allá de lo material, está el acto de fe en Cristo Salvador, al cual introducía el sacramento del bautismo. A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Sólo en Él encontramos una esperanza de vida.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA   

El Señor ha resucitado, ha triunfado sobre la muerte. Entrará en los lugares muertos de nuestra alma, de cada rincón de nuestra vida, y de nuestro pueblo. Y desde lo más hondo, desde el lugar más oscuro, hará surgir la vida, la luz y la alegría.

Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14

Así habla el Señor: “Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”.
Palabra de Dios.

Salmo 129, 1-5. 6c-8

R. En el Señor se encuentra la misericordia.

Desde lo más profundo te invoco, Señor. ¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria. R.

Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido. R.

Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra. Como el centinela espera la aurora, espere Israel al Señor. R.

Porque en él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia: Él redimirá a Israel de todos sus pecados. R.
  
II LECTURA   

Pablo no reniega de las características del cuerpo o de la vida material, pero remarca la situación de fragilidad y pobreza en la que estamos inmersos. Por eso necesitamos que el Espíritu nos renueve, nos llene de su gracia, para vivir conformes a la voluntad de Dios, superando las limitaciones propias de nuestra naturaleza.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 8-11

Hermanos: Los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

“Jesús reprocha a Marta su incredulidad. Su amor ha realizado ya su obra en Lázaro, pero ella no puede verlo hasta que no llegue a creer. Se lo impide su persistencia en la antigua concepción, representada por la losa que cierra el sepulcro. La fe aparece aquí como condición para ver/experimentar personalmente (verás) la gloria-amor de Dios, manifestado en el don de la vida definitiva” (J. Mateos, J. Barrientos, El Evangelio de Juan, Ed. Cristiandad).

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 11, 1-45

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo". Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella". Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea". Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?". Jesús les respondió: "¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él". Después agregó: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se sanará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo". Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: "Vayamos también nosotros a morir con él". Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día". Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?". Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo". Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: "El Maestro está aquí y te llama". Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que ésta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto". Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: "¿Dónde lo pusieron?". Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás". Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!". Pero algunos decían: "Éste que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?". Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?". Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado". Después de decir esto, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera!". El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar". Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

El aguijón de la muerte

Trozos de nuestra vida van desapareciendo, cuando perdemos familiares y amigos. El vacío se va apoderando paulatinamente de nosotros. La muerte produce un vacío incolmable, pero no puede quedarse ahí la reacción ante la misma. Ante la última prueba de la vida que es la muerte, nos sentimos inermes y desarmados, como las hermanas de Lázaro, que acuden a Jesús. Como buenas judías el ansia irreprimible de la vida también formaba parte de su sentido religioso. Ante la muerte sentimos un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar. Pero tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos. Nuestra fe está depositada en el Dios de vivos.

La voluntad de vivir que alienta en el hombre lo induce a rebelarse contra esa devastación irreparable. Por eso algunos han querido calmar esta rebeldía definiendo al hombre como «ser para la muerte». Así pretenden apagar todos los anhelos de transcendencia que anidan en el corazón de los hombres. La muerte, cercana o lejana, prevista o imprevista, esperada o imprevisible es siempre un aguijón para nuestras vidas. No vale cualquier actitud, ni ocultarla ni sucumbir ante su terror. La primera verdad absolutamente cierta de nuestra existencia, además de existir, es que la muerte es inevitable. Cerrar los ojos ante esta realidad para vivir en la ilusión de liberarse de su condición de «aguijón» y de sus interrogantes, sería una solución demasiado artificial y fácil de la vida.

Yo soy la resurrección y la vida

La sociedad actual tiene posturas contradictorias ante la muerte. Para unos es un tema socialmente incorrecto, que hay que ocultar. Ocultamiento o disimulo que se adorna con flores o solemnes y concurridos funerales. Pero la despreocupación no responde a la seriedad de la muerte. No se pueden buscar consuelos verdaderos en los engaños. Para otros el poder despótico de la muerte produce abatimiento y paralización ante el dolor. Por eso se convierte en un espectáculo apropiado para comerciar y traficar con él. Pero la muerte no es un ídolo ante el que los conjuros rituales nos liberarían. Queremos distraernos de ella, ocultándola. Los hombres han dado culto a la muerte, parándose a celebrar actos funerarios o paralizados por el miedo. En ambos casos se produce un silencio de lo esencial, que no es bueno.

No basta con aspirar a una inmortalidad en línea con nuestros deseos más naturales y espontáneos, sino que debemos tomarnos en serio lo que somos: nuestra condición de mortales. El asunto de la muerte siempre ha estado rondando en todas las situaciones humanas y en todas las religiones. Por eso, los grandes espíritus religiosos han anunciado la vida y la vida sin límites. Es, ante todo, la vida lo que nos debe interesar. Los evangelios presentan a Jesús como predicador infatigable del reino de gracia y de vida de Dios. Jesús no dijo que fuéramos inmortales, sino que nuestra vida es frágil y pasajera. La muerte lo que nos dice es que somos pasajeros y peregrinos en este mundo.

Las palabras humanas apenas si tienen sentido en esta situación. Las palabras humanas alivian las lágrimas, pero al final ni las enjugan ni dan luz a los ojos. Por eso, nosotros nos servimos de la palabra de Dios para iluminar este dolor y animar nuestras conciencias. En esta palabra de Dios se encuentra el verdadero sentido de la vida. Las enseñanzas de la sabiduría popular siguen siendo válidas. Una inscripción grabada en una piedra de nuestra ciudad advierte: «Los que dan consejos ciertos a los vivos, son los muertos». Es cierto que ante la muerte se relativizan tantos desvelos, afanes y proyectos que nos absorben en la vida y que nos enfrentan a otros, incluso familiares. Ante la muerte todo esto debiera pasar a segundo lugar y otorgarle un valor muy relativo. La muerte nos abre los ojos a la dimensión real de las cosas de este mundo. Sólo hay que dar importancia a lo esencial.

Los antiguos cristianos, al final, después de buscar todas las posibles evidencias confesaban que la resurrección corresponde sólo a la omnipotencia divina y que está ampliamente profetizada en las Escrituras (Sal. 28, 7; 3, 6; 23, 4; Job 19, 26). Mientras los cristianos atribuyan al testimonio bíblico del mesianismo mayor peso que a las apariencias del humanismo optimista, tienen en cuanto tales las mismas posibilidades que el cristianismo original. Ciertamente la vida es el valor más importante que tenemos, pero nos sentimos desarmados, como las hermanas de Lázaro, ante la última prueba que es la muerte y de su poder terrorífico. Nos guía El modo de morir Cristo: «Padre en tus manos encomiendo mis espíritu» y sus palabras a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida». A la luz de la resurrección de Cristo podemos serenarnos ante la muerte. Sólo la Palabra de Dios nos asegura la vida eterna. No damos culto a la muerte, sino que la seriedad con la que la tomamos nos conduce a confesar la fe en la resurrección.

Las verdaderas enseñanzas de los milagros
Nos cuesta admitir que el dolor, la angustia, la enfermedad o la muerte sean realidades de la vida y pensamos en intervenciones espectaculares de Dios. Algunos piensan que los milagros serían la solución de nuestros problemas y dificultades. Incluso la lectura superficial de la curación de ciegos, paralíticos y leprosos o lo que es más sorprendente la resurrección de varios muertos, podía llevar a encomendarnos a esta solución. Pero las mismas resurrecciones milagrosas fueron volver a esta vida por un espacio nuevo de tiempo, no eran la vida eterna, porque terminaron por acabarse. Antes o después los curados de una u otra manera deberán enfrentarse al final de su vida, de la que no libran ni los milagros. Jesús, ante la tentación de saltarse las leyes de la naturaleza con gestos espectaculares, dice al tentador «no tentarás al Señor tu Dios». Arrojarse desde el campanario del templo llamando a los ángeles como paracaídas es proponer una solución mágica que no casa con la cruz de Cristo.

Pero los milagros de Jesús no tenían como objetivo alargar esta vida, sino prepararnos para creer que hay una vida después de la muerte. Y para hacer entender que la muerte sin esperanza es una muerte que nace del alejamiento de Dios. Nosotros vivimos preocupados por la vida física o biológica, pero a Jesús le preocupa todavía más la angustia y la desesperación ante la ausencia de sentido de la vida, como si todo fuera absurdo. La Biblia no trata de la muerte biológica, la que los médicos certifican, sino de la experiencia personal y concreta que el hombre tiene de la muerte como corte y ruptura desoladora y absurda, la muerte dolorosa y terrible, de la que todos nos defendemos. Ésta es la muerte que no ha querido Dios, porque produce alejamiento y huida de Él, que es la fuente y la plenitud de vida.

Con este milagro Jesús va más allá de alargar simplemente la vida, porque al final también Lázaro murió de nuevo. Jesús interviene mostrando así su interés real por la vida biológica de su amigo, pero sobre todo para proclamar que hay una vida después de la muerte. Jesús invita a creer en la vida eterna. Se trata de creer que la vida verdadera es creer y confiar en Él. Esta fe desmiente a todos los que piensan que la muerte es la solución final. La resurrección de Lázaro es, pues, un anticipo de la victoria final. Jesús hace este milagro para que los hombres crean que hay una vida después de la muerte.

Jesús está preocupado por las realidades materiales, pero añadiendo en ellas algo más profundo o algunos signos. Del evangelio no se excluye el horizonte de la muerte, que por supuesto puede llegar en cualquier momento, sino que subraya que debemos estar preparados para vivir. Por eso necesitamos algo que dé sentido a la vida, para que la muerte física no se convierta en un obstáculo infranqueable para creer en la vida eterna. La vuelta de Lázaro a esta vida es signo de que hay una vida eterna que supera la dura realidad del sepulcro. Nuestra fe está depositada en el Dios de vivos. La imagen de Dios revelada en la vida de Jesús no puede ser una fuerza mágica que nos libra de la muerte física. Sería fácil hablar de un Dios que sólo nos reserva triunfos, pero sería engañoso, porque nuestras derrotas no tendrían solución final.

El signo de hoy «yo soy la resurrección y la vida» resulta incluso evidente para sus enemigos. La resurrección de Lázaro provoca la oposición de los que no aceptan la fe en Jesús y adelanta su persecución hasta la condena final. Lo que hay de provocador en este milagro no es un anuncio de una vida por un espacio temporal, sino presentar a Dios como vida.

ESTUDIO BÍBLICO

Primera lectura: (Ezequiel 37,12-14).

Marco: Ez 37 recoge la visión cruda de los huesos secos que vuelven a la vida. La representación es original y singular. Pero el contenido global trata de responder a las graves preguntas que se hacían los exilados: ¿dónde está la palabra de Dios? ¿Por qué guarda silencio Dios? ¿Qué futuro espera al pueblo exilado? ¿Dónde están las promesas de Dios a los patriarcas? El conjunto responde a estos interrogantes.

Reflexión
¡Dios responde a los interrogantes más profundos de los hombres! El interrogante fundamental que recoge todos los otros es ¿cuál es el sentido de la vida y cuál es su destino futuro? Dios responde a través del profeta que Él mismo toma la iniciativa de sacarlos del exilio y llevarles de nuevo a la tierra prometida. Porque se comprometió solemnemente y cumple su palabra. La vuelta del exilio se convertirá, de esta manera, en la imagen de una liberación mucho más amplia que tendrá lugar en el momento final de la actuación de Dios en favor de los hombres, es decir, en el momento que hemos convenido en llamar "escatológico" (el "tiempo" oportuno en que Dios realiza plenamente su plan). El exilio y la liberación del mismo se interpretó como un motivo de esperanza para el futuro de Israel. ¡La vuelta a la vida y a la esperanza es obra del Espíritu Creador! En este caso, Ezequiel conecta y remite a la acción creadora del Espíritu. Y el Espíritu vuelve a aparecer en un momento crucial de la historia de Israel y también como "Espíritu Creador". La liberación es obra del poder de Dios. Por eso se abre el futuro a una nueva esperanza. ¡Entra en juego la inquebrantable fidelidad de Dios! Esta fidelidad inquebrantable de Dios garantiza la esperanza de los hombres que se realizará en su momento y en el modo, que Dios ha previsto, en la plenitud de los tiempos. Este anuncio de Ezequiel se realizará en la resurrección de Jesús.

Segunda lectura: (Romanos 8,8-11).

Marco: Pablo, procediendo a ilustrar el modo de la justificación por la fe, es decir, los efectos que produce en nosotros sigue este proceso: (1º) la paz con Dios (5,1-11); (2º) la vida (5,12-21); (3º) la esperanza y la vida (6, 1-11); (4º) el creyente es substraído al poder de la ley (7,1-25); (5º) el hombre puede ser justificado por la fe y entonces, en virtud del Espíritu de la vida el hombre está capacitado para abrirse a la vida en cuanto hijo y heredero de Dios, llamado a recibir en el futuro una gloria inefable, en la que participará juntamente con él todo lo creado (8,1-30).

Reflexión
Respuesta coherente al don del Espíritu. En esta nueva situación del hombre creada por el Espíritu, sus actitudes han de ser coherentes con ella. Se ha producido una nueva vida, y con ella las consecuencias de la nueva vida que se manifiestan en el comportamiento cotidiano. El creyente que es movido por el Espíritu realiza las obras del Espíritu. Es luz, porque el Espíritu es luz, en medio de su mundo. Tiene otras motivaciones más hondas que conducen su vida. ¡El Espíritu, firme seguridad de nuestra esperanza! Pero la vida en el Espíritu no sólo se manifiesta en un nuevo modo de comportamiento, sino que también le abre a una gran esperanza. El mismo Espíritu que resucitó a Jesús, a quien se adhiere por la fe, realizará en el hombre una obra semejante: la resurrección. El hombre fue creado para la vida y Dios se la garantiza por la resurrección. Este fragmento conecta tanto con Ezequiel como con el evangelio en este planteamiento central para el hombre que fue creado para la vida y la felicidad y está llamado a la vida y a la felicidad. Y la seguridad de su consecución se adelanta en las "arras" del Espíritu, que habita en el creyente, es un anticipo que garantiza la donación total y para siempre de la vida. Los hombres de hoy, como los de ayer, necesitan el testimonio vivo y convincente de los discípulos y seguidores de Jesús que afirman la seguridad de nuestra esperanza. El hombre necesita una respuesta al enigma de la muerte que le aplasta.

Evangelio: (Juan 11,1-45).

Marco: La afirmación central es que Jesús es la "resurrección y la vida". A partir de un "signo" (la resurrección de Lázaro), Juan nos transmite una espléndida reflexión-revelación de Jesús mismo como fuente de la vida y vencedor de la muerte. Este acontecimiento está estrechamente relacionado con lo que Juan afirma en 5,24-30 (léase detenidamente).

Reflexión
¡El camino-proceso de la muerte a la vida, aunque todavía en el ámbito del signo y del anuncio!

1º) El primer atentado contra la vida del hombre es la enfermedad, un fenómeno desconcertante y atenazante que asalta al hombre amenazadoramente. Nos movemos en un ámbito profundamente realista y humano. ¿Qué hará Jesús con su amigo que sufre el asalto de una enfermedad que puede conducirlo a la muerte? Este dato hay que entenderlo en aquel contexto histórico y social en el que la medicina se desenvolvía en niveles muy rudimentarios. Realismo humano además porque las dos hermanas sin su hermano quedarán en una situación grave de desamparo. Siempre el punto de partida es el mismo: la realidad humana ante el proyecto de Dios que era de vida y para la vida. Sólo desde la aceptación de la experiencia humana podremos valorar la grandeza del don de la vida que procede de Dios a través de Jesús.

2º) ¡El poder y la gloria de Dios se revela en la debilidad y en la muerte! La obra de dar la vida se presenta en dos estratos o niveles: (1º) quien oye y cree la palabra de Cristo posee ya la vida eterna; es lo mismo que pasar de la muerte a la vida. Ya estamos en el momento en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y vendrán a la vida (5,24-25); (2º) llega el tiempo en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas (5,28-29). También aquí está presente el bautismo. El Dios de la vida se enfrenta al poder de la muerte. Está en juego el honor y el prestigio de Dios y el destino y la felicidad del hombre.

3º) Los hebreos definen con frecuencia la muerte como una dormición o un sueño en espera del encuentro definitivo con el Dios de la vida fiel a sus promesas. En este proceso hacia la vida, el maestro va a requerir una vez más la confianza total del hombre. Son momentos tensos que el relator quiere presentar dramáticamente ante su lector para que entre él mismo en el juego, para comprometerlo en el desenlace de la acción. De este modo lo que Jesús haga afectará a Lázaro y le afectará a él también. A Juan le gustan la presentaciones dramáticas. Diríamos que era un hábil dramaturgo con la añadidura de que el drama que el maneja es el de la vida, destino y felicidad del hombre a través de Jesús. No es una pura pieza literaria. Es un mensaje definitivo y una repuesta con sentido.

4º) Para que creáis. ¿Para que crean qué? Que el Hijo del hombre tiene poder para dar la vida al que quiere. La característica de este episodio es afirmar que el don de la vida es aquí presentado expresamente como victoria sobre la muerte.

5º) Marta tiene plena confianza en Jesús amigo suyo y de sus hermanos; pero sobre todo, amigo de Dios. Sabe que su relación con Dios es única, singular e irrepetible. Al menos en la presentación que Juan hace de Marta. Envuelta en la desolación, brilla en su corazón la lámpara que Jesús más estimaba: la confianza en la bondad y la fidelidad amorosa de Dios Padre, dador y restaurador de la vida.

6º) Tu hermano resucitará... Sé que resucitará en la resurrección del último día. Con su confesión inicial, Marta muestra que pertenece al círculo de los fariseos que creen en una resurrección universal al final de los tiempos (en contra de los saduceos que no profesaban esta fe). Marta sabe que llegará al final de los tiempos la resurrección universal como acto previo al juicio al que seguirá la vida eterna.

7º) ¡La Vida es una victoria real sobre la muerte! Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees esto?. Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. El secreto de este acontecimiento es que Jesús revela que la resurrección se anticipará, como en primicia, al tiempo presente proyectada al futuro. Todo el conjunto centra la atención del lector en la declaración solemne de Jesús, que supone la oferta más grandiosa para la humanidad entera porque responde al interrogante más amenazador que atenaza a los hombres: ¿después de esta vida qué? El centro de interés de todo el conjunto es subrayar fuertemente que Jesús es "la resurrección y la vida". Jesús es la resurrección y la vida como oferta para todos los hombres. Y todo esto se fundamenta en un hecho, en un acontecimiento: Cristo ha vencido a la muerte; simbólicamente, a nivel de "signo", resucitando a Lázaro. Este acontecimiento es un "signo" de su propia Resurrección, que será la respuesta definitiva, porque es una resurrección para siempre y fuente de esperanza viva para todos los creyentes.