Yo soy la resurrección y la vida
Estamos en el último tramo de la Cuaresma y
seguimos leyendo el evangelio de san Juan, que servía de catequesis para los
que se preparaban a recibir el bautismo. La catequesis bautismal enseñaba que
el encuentro con Cristo incorporaba a la vida. Para los cristianos el bautismo
ponía a los fieles al amparo y al cobijo de los méritos de Cristo. Pero este
encuentro no suprime la debilidad y la fragilidad de la naturaleza humana. Sólo
la fe en Jesús nos podía hacerles superar el último límite de la vida. Es lo
que se propone con el milagro de hoy.
Los domingos anteriores presentaban a Cristo como
agua que sacia la sed de la samaritana; como luz que abre los ojos al ciego
para una nueva visión de la vida. En el evangelio de hoy Jesús aparece, de una
parte, frágil y entrañable ante la muerte de uno de sus mejores amigos. Ante
los sollozos de sus hermanas no puede contenerse y se echa a llorar. Se le
rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Pero, por otra
parte, se presenta con todo su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la
vida». Todos estos evangelios son como trazos de un descubrimiento del gran
mensaje de la Pascua, que es vida y vida abundante para todos. A ella debemos
orientar nuestra mirada, para no quedarnos sólo con la Cuaresma.
Más allá de lo material, está el acto de fe en
Cristo Salvador, al cual introducía el sacramento del bautismo. A pesar de
dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la
muerte. Sólo en Él encontramos una esperanza de vida.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
Señor ha resucitado, ha triunfado sobre la muerte. Entrará en los lugares
muertos de nuestra alma, de cada rincón de nuestra vida, y de nuestro pueblo. Y
desde lo más hondo, desde el lugar más oscuro, hará surgir la vida, la luz y la
alegría.
Lectura
de la profecía de Ezequiel 37, 12-14
Así habla el Señor: “Yo voy a abrir
las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío,
a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes,
mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y
vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el
Señor, lo he dicho y lo haré”.
Palabra
de Dios.
Salmo
129, 1-5. 6c-8
R.
En el Señor se encuentra la misericordia.
Desde lo más profundo te invoco,
Señor. ¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria. R.
Si tienes en cuenta las culpas,
Señor, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas
temido. R.
Mi alma espera en el Señor, y yo
confío en su palabra. Como el centinela espera la aurora, espere Israel al
Señor. R.
Porque en él se encuentra la
misericordia y la redención en abundancia: Él redimirá a Israel de todos sus
pecados. R.
II
LECTURA
Pablo
no reniega de las características del cuerpo o de la vida material, pero
remarca la situación de fragilidad y pobreza en la que estamos inmersos. Por
eso necesitamos que el Espíritu nos renueve, nos llene de su gracia, para vivir
conformes a la voluntad de Dios, superando las limitaciones propias de nuestra
naturaleza.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 8-11
Hermanos: Los que viven de acuerdo
con la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la
carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El
que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive
en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu
vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús
habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus
cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
“Jesús
reprocha a Marta su incredulidad. Su amor ha realizado ya su obra en Lázaro,
pero ella no puede verlo hasta que no llegue a creer. Se lo impide su
persistencia en la antigua concepción, representada por la losa que cierra el
sepulcro. La fe aparece aquí como condición para ver/experimentar personalmente
(verás) la gloria-amor de Dios, manifestado en el don de la vida definitiva”
(J. Mateos, J. Barrientos, El Evangelio de Juan, Ed. Cristiandad).
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 11, 1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de
Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que
derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano
Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús:
"Señor, el que tú amas, está enfermo". Al oír esto, Jesús dijo:
"Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de
Dios sea glorificado por ella". Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y
a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos
días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos:
"Volvamos a Judea". Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace
poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?". Jesús les
respondió: "¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no
tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche
tropieza, porque la luz no está en él". Después agregó: "Nuestro
amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le
dijeron: "Señor, si duerme, se sanará". Ellos pensaban que hablaba
del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente:
"Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin
de que crean. Vayamos a verlo". Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los
otros discípulos: "Vayamos también nosotros a morir con él". Cuando
Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro
días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos
habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al
enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María
permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado
aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora, Dios te concederá
todo lo que le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".
Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último
día". Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree
en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.
¿Crees esto?". Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo". Después fue a
llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: "El Maestro está aquí y
te llama". Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro.
Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio
donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a
María, al ver que ésta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando
que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al
verlo, se postró a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi
hermano no habría muerto". Jesús, al verla llorar a ella, y también a los
judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: "¿Dónde lo
pusieron?". Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás". Y Jesús
lloró. Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!". Pero algunos decían:
"Éste que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que
Lázaro muriera?". Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que
era una cueva con una piedra encima, y dijo: "Quiten la piedra".
Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace
cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si
crees, verás la gloria de Dios?". Entonces quitaron la piedra, y Jesús,
levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para
que crean que tú me has enviado". Después de decir esto, gritó con voz
fuerte: "¡Lázaro, ven afuera!". El muerto salió con los pies y las
manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo:
"Desátenlo para que pueda caminar". Al ver lo que hizo Jesús, muchos
de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
El
aguijón de la muerte
Trozos
de nuestra vida van desapareciendo, cuando perdemos familiares y amigos. El
vacío se va apoderando paulatinamente de nosotros. La muerte produce un vacío
incolmable, pero no puede quedarse ahí la reacción ante la misma. Ante la
última prueba de la vida que es la muerte, nos sentimos inermes y desarmados,
como las hermanas de Lázaro, que acuden a Jesús. Como buenas judías el ansia
irreprimible de la vida también formaba parte de su sentido religioso. Ante la
muerte sentimos un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años
luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina
para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de
la que nadie nos puede curar. Pero tampoco nos serviría vivir esta vida para
siempre. Sería horrible un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que
anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras,
una vida plenamente dichosa para todos. Nuestra fe está depositada en el Dios
de vivos.
La
voluntad de vivir que alienta en el hombre lo induce a rebelarse contra esa
devastación irreparable. Por eso algunos han querido calmar esta rebeldía
definiendo al hombre como «ser para la muerte». Así pretenden apagar todos los
anhelos de transcendencia que anidan en el corazón de los hombres. La muerte,
cercana o lejana, prevista o imprevista, esperada o imprevisible es siempre un
aguijón para nuestras vidas. No vale cualquier actitud, ni ocultarla ni
sucumbir ante su terror. La primera verdad absolutamente cierta de nuestra
existencia, además de existir, es que la muerte es inevitable. Cerrar los ojos
ante esta realidad para vivir en la ilusión de liberarse de su condición de
«aguijón» y de sus interrogantes, sería una solución demasiado artificial y
fácil de la vida.
Yo
soy la resurrección y la vida
La
sociedad actual tiene posturas contradictorias ante la muerte. Para unos es un
tema socialmente incorrecto, que hay que ocultar. Ocultamiento o disimulo que
se adorna con flores o solemnes y concurridos funerales. Pero la
despreocupación no responde a la seriedad de la muerte. No se pueden buscar
consuelos verdaderos en los engaños. Para otros el poder despótico de la muerte
produce abatimiento y paralización ante el dolor. Por eso se convierte en un
espectáculo apropiado para comerciar y traficar con él. Pero la muerte no es un
ídolo ante el que los conjuros rituales nos liberarían. Queremos distraernos de
ella, ocultándola. Los hombres han dado culto a la muerte, parándose a celebrar
actos funerarios o paralizados por el miedo. En ambos casos se produce un
silencio de lo esencial, que no es bueno.
No basta
con aspirar a una inmortalidad en línea con nuestros deseos más naturales y
espontáneos, sino que debemos tomarnos en serio lo que somos: nuestra condición
de mortales. El asunto de la muerte siempre ha estado rondando en todas las
situaciones humanas y en todas las religiones. Por eso, los grandes espíritus
religiosos han anunciado la vida y la vida sin límites. Es, ante todo, la vida
lo que nos debe interesar. Los evangelios presentan a Jesús como predicador
infatigable del reino de gracia y de vida de Dios. Jesús no dijo que fuéramos
inmortales, sino que nuestra vida es frágil y pasajera. La muerte lo que nos
dice es que somos pasajeros y peregrinos en este mundo.
Las
palabras humanas apenas si tienen sentido en esta situación. Las palabras
humanas alivian las lágrimas, pero al final ni las enjugan ni dan luz a los ojos.
Por eso, nosotros nos servimos de la palabra de Dios para iluminar este dolor y
animar nuestras conciencias. En esta palabra de Dios se encuentra el verdadero
sentido de la vida. Las enseñanzas de la sabiduría popular siguen siendo
válidas. Una inscripción grabada en una piedra de nuestra ciudad advierte: «Los
que dan consejos ciertos a los vivos, son los muertos». Es cierto que ante la
muerte se relativizan tantos desvelos, afanes y proyectos que nos absorben en
la vida y que nos enfrentan a otros, incluso familiares. Ante la muerte todo
esto debiera pasar a segundo lugar y otorgarle un valor muy relativo. La muerte
nos abre los ojos a la dimensión real de las cosas de este mundo. Sólo hay que
dar importancia a lo esencial.
Los
antiguos cristianos, al final, después de buscar todas las posibles evidencias
confesaban que la resurrección corresponde sólo a la omnipotencia divina y que
está ampliamente profetizada en las Escrituras (Sal. 28, 7; 3, 6; 23, 4; Job
19, 26). Mientras los cristianos atribuyan al testimonio bíblico del mesianismo
mayor peso que a las apariencias del humanismo optimista, tienen en cuanto
tales las mismas posibilidades que el cristianismo original. Ciertamente la
vida es el valor más importante que tenemos, pero nos sentimos desarmados, como
las hermanas de Lázaro, ante la última prueba que es la muerte y de su poder
terrorífico. Nos guía El modo de morir Cristo: «Padre en tus manos encomiendo
mis espíritu» y sus palabras a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida». A la
luz de la resurrección de Cristo podemos serenarnos ante la muerte. Sólo la
Palabra de Dios nos asegura la vida eterna. No damos culto a la muerte, sino
que la seriedad con la que la tomamos nos conduce a confesar la fe en la
resurrección.
Las
verdaderas enseñanzas de los milagros
Nos
cuesta admitir que el dolor, la angustia, la enfermedad o la muerte sean
realidades de la vida y pensamos en intervenciones espectaculares de Dios.
Algunos piensan que los milagros serían la solución de nuestros problemas y
dificultades. Incluso la lectura superficial de la curación de ciegos,
paralíticos y leprosos o lo que es más sorprendente la resurrección de varios
muertos, podía llevar a encomendarnos a esta solución. Pero las mismas
resurrecciones milagrosas fueron volver a esta vida por un espacio nuevo de
tiempo, no eran la vida eterna, porque terminaron por acabarse. Antes o después
los curados de una u otra manera deberán enfrentarse al final de su vida, de la
que no libran ni los milagros. Jesús, ante la tentación de saltarse las leyes
de la naturaleza con gestos espectaculares, dice al tentador «no tentarás al
Señor tu Dios». Arrojarse desde el campanario del templo llamando a los ángeles
como paracaídas es proponer una solución mágica que no casa con la cruz de
Cristo.
Pero los
milagros de Jesús no tenían como objetivo alargar esta vida, sino prepararnos
para creer que hay una vida después de la muerte. Y para hacer entender que la
muerte sin esperanza es una muerte que nace del alejamiento de Dios. Nosotros
vivimos preocupados por la vida física o biológica, pero a Jesús le preocupa
todavía más la angustia y la desesperación ante la ausencia de sentido de la
vida, como si todo fuera absurdo. La Biblia no trata de la muerte biológica, la
que los médicos certifican, sino de la experiencia personal y concreta que el
hombre tiene de la muerte como corte y ruptura desoladora y absurda, la muerte
dolorosa y terrible, de la que todos nos defendemos. Ésta es la muerte que no
ha querido Dios, porque produce alejamiento y huida de Él, que es la fuente y
la plenitud de vida.
Con este
milagro Jesús va más allá de alargar simplemente la vida, porque al final
también Lázaro murió de nuevo. Jesús interviene mostrando así su interés real
por la vida biológica de su amigo, pero sobre todo para proclamar que hay una
vida después de la muerte. Jesús invita a creer en la vida eterna. Se trata de
creer que la vida verdadera es creer y confiar en Él. Esta fe desmiente a todos
los que piensan que la muerte es la solución final. La resurrección de Lázaro
es, pues, un anticipo de la victoria final. Jesús hace este milagro para que
los hombres crean que hay una vida después de la muerte.
Jesús
está preocupado por las realidades materiales, pero añadiendo en ellas algo más
profundo o algunos signos. Del evangelio no se excluye el horizonte de la
muerte, que por supuesto puede llegar en cualquier momento, sino que subraya
que debemos estar preparados para vivir. Por eso necesitamos algo que dé
sentido a la vida, para que la muerte física no se convierta en un obstáculo
infranqueable para creer en la vida eterna. La vuelta de Lázaro a esta vida es
signo de que hay una vida eterna que supera la dura realidad del sepulcro.
Nuestra fe está depositada en el Dios de vivos. La imagen de Dios revelada en
la vida de Jesús no puede ser una fuerza mágica que nos libra de la muerte
física. Sería fácil hablar de un Dios que sólo nos reserva triunfos, pero sería
engañoso, porque nuestras derrotas no tendrían solución final.
El signo
de hoy «yo soy la resurrección y la vida» resulta incluso evidente para sus
enemigos. La resurrección de Lázaro provoca la oposición de los que no aceptan
la fe en Jesús y adelanta su persecución hasta la condena final. Lo que hay de
provocador en este milagro no es un anuncio de una vida por un espacio
temporal, sino presentar a Dios como vida.
ESTUDIO
BÍBLICO
Primera lectura: (Ezequiel
37,12-14).
Marco: Ez
37 recoge la visión cruda de los huesos secos que vuelven a la vida. La
representación es original y singular. Pero el contenido global trata de
responder a las graves preguntas que se hacían los exilados: ¿dónde está la
palabra de Dios? ¿Por qué guarda silencio Dios? ¿Qué futuro espera al pueblo
exilado? ¿Dónde están las promesas de Dios a los patriarcas? El conjunto
responde a estos interrogantes.
Reflexión
¡Dios
responde a los interrogantes más profundos de los hombres! El interrogante
fundamental que recoge todos los otros es ¿cuál es el sentido de la vida y cuál
es su destino futuro? Dios responde a través del profeta que Él mismo toma la
iniciativa de sacarlos del exilio y llevarles de nuevo a la tierra prometida.
Porque se comprometió solemnemente y cumple su palabra. La vuelta del exilio se
convertirá, de esta manera, en la imagen de una liberación mucho más amplia que
tendrá lugar en el momento final de la actuación de Dios en favor de los
hombres, es decir, en el momento que hemos convenido en llamar
"escatológico" (el "tiempo" oportuno en que Dios realiza
plenamente su plan). El exilio y la liberación del mismo se interpretó como un
motivo de esperanza para el futuro de Israel. ¡La vuelta a la vida y a la
esperanza es obra del Espíritu Creador! En este caso, Ezequiel conecta y remite
a la acción creadora del Espíritu. Y el Espíritu vuelve a aparecer en un
momento crucial de la historia de Israel y también como "Espíritu
Creador". La liberación es obra del poder de Dios. Por eso se abre el
futuro a una nueva esperanza. ¡Entra en juego la inquebrantable fidelidad de
Dios! Esta fidelidad inquebrantable de Dios garantiza la esperanza de los
hombres que se realizará en su momento y en el modo, que Dios ha previsto, en
la plenitud de los tiempos. Este anuncio de Ezequiel se realizará en la
resurrección de Jesús.
Segunda lectura: (Romanos
8,8-11).
Marco: Pablo,
procediendo a ilustrar el modo de la justificación por la fe, es decir, los
efectos que produce en nosotros sigue este proceso: (1º) la paz con Dios
(5,1-11); (2º) la vida (5,12-21); (3º) la esperanza y la vida (6, 1-11); (4º)
el creyente es substraído al poder de la ley (7,1-25); (5º) el hombre puede ser
justificado por la fe y entonces, en virtud del Espíritu de la vida el hombre
está capacitado para abrirse a la vida en cuanto hijo y heredero de Dios,
llamado a recibir en el futuro una gloria inefable, en la que participará
juntamente con él todo lo creado (8,1-30).
Reflexión
Respuesta
coherente al don del Espíritu. En esta nueva situación del hombre creada por el
Espíritu, sus actitudes han de ser coherentes con ella. Se ha producido una
nueva vida, y con ella las consecuencias de la nueva vida que se manifiestan en
el comportamiento cotidiano. El creyente que es movido por el Espíritu realiza las
obras del Espíritu. Es luz, porque el Espíritu es luz, en medio de su mundo.
Tiene otras motivaciones más hondas que conducen su vida. ¡El Espíritu, firme
seguridad de nuestra esperanza! Pero la vida en el Espíritu no sólo se
manifiesta en un nuevo modo de comportamiento, sino que también le abre a una
gran esperanza. El mismo Espíritu que resucitó a Jesús, a quien se adhiere por
la fe, realizará en el hombre una obra semejante: la resurrección. El hombre
fue creado para la vida y Dios se la garantiza por la resurrección. Este
fragmento conecta tanto con Ezequiel como con el evangelio en este
planteamiento central para el hombre que fue creado para la vida y la felicidad
y está llamado a la vida y a la felicidad. Y la seguridad de su consecución se
adelanta en las "arras" del Espíritu, que habita en el creyente, es
un anticipo que garantiza la donación total y para siempre de la vida. Los
hombres de hoy, como los de ayer, necesitan el testimonio vivo y convincente de
los discípulos y seguidores de Jesús que afirman la seguridad de nuestra
esperanza. El hombre necesita una respuesta al enigma de la muerte que le
aplasta.
Evangelio: (Juan 11,1-45).
Marco: La afirmación central es que Jesús es la "resurrección y la
vida". A partir de un "signo" (la resurrección de Lázaro), Juan
nos transmite una espléndida reflexión-revelación de Jesús mismo como fuente de
la vida y vencedor de la muerte. Este acontecimiento está estrechamente
relacionado con lo que Juan afirma en 5,24-30 (léase detenidamente).
Reflexión
¡El
camino-proceso de la muerte a la vida, aunque todavía en el ámbito del signo y
del anuncio!
1º) El primer atentado contra la vida del
hombre es la enfermedad, un fenómeno desconcertante y atenazante que asalta al
hombre amenazadoramente. Nos movemos en un ámbito profundamente realista y
humano. ¿Qué hará Jesús con su amigo que sufre el asalto de una enfermedad que
puede conducirlo a la muerte? Este dato hay que entenderlo en aquel contexto
histórico y social en el que la medicina se desenvolvía en niveles muy
rudimentarios. Realismo humano además porque las dos hermanas sin su hermano
quedarán en una situación grave de desamparo. Siempre el punto de partida es el
mismo: la realidad humana ante el proyecto de Dios que era de vida y para la
vida. Sólo desde la aceptación de la experiencia humana podremos valorar la
grandeza del don de la vida que procede de Dios a través de Jesús.
2º) ¡El poder y la gloria de Dios se
revela en la debilidad y en la muerte! La obra de dar la vida se presenta en
dos estratos o niveles: (1º) quien oye y cree la palabra de Cristo posee ya la
vida eterna; es lo mismo que pasar de la muerte a la vida. Ya estamos en el
momento en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y vendrán a la vida
(5,24-25); (2º) llega el tiempo en que todos los que están en las tumbas oirán
su voz y saldrán de ellas (5,28-29). También aquí está presente el bautismo. El
Dios de la vida se enfrenta al poder de la muerte. Está en juego el honor y el
prestigio de Dios y el destino y la felicidad del hombre.
3º) Los hebreos definen con frecuencia la
muerte como una dormición o un sueño en espera del encuentro definitivo con el
Dios de la vida fiel a sus promesas. En este proceso hacia la vida, el maestro
va a requerir una vez más la confianza total del hombre. Son momentos tensos
que el relator quiere presentar dramáticamente ante su lector para que entre él
mismo en el juego, para comprometerlo en el desenlace de la acción. De este
modo lo que Jesús haga afectará a Lázaro y le afectará a él también. A Juan le
gustan la presentaciones dramáticas. Diríamos que era un hábil dramaturgo con
la añadidura de que el drama que el maneja es el de la vida, destino y
felicidad del hombre a través de Jesús. No es una pura pieza literaria. Es un
mensaje definitivo y una repuesta con sentido.
4º) Para que creáis. ¿Para que crean qué?
Que el Hijo del hombre tiene poder para dar la vida al que quiere. La
característica de este episodio es afirmar que el don de la vida es aquí
presentado expresamente como victoria sobre la muerte.
5º) Marta tiene plena confianza en
Jesús amigo suyo y de sus hermanos; pero sobre todo, amigo de Dios. Sabe que su
relación con Dios es única, singular e irrepetible. Al menos en la presentación
que Juan hace de Marta. Envuelta en la desolación, brilla en su corazón la
lámpara que Jesús más estimaba: la confianza en la bondad y la fidelidad
amorosa de Dios Padre, dador y restaurador de la vida.
6º) Tu hermano resucitará... Sé que
resucitará en la resurrección del último día. Con su confesión inicial, Marta
muestra que pertenece al círculo de los fariseos que creen en una resurrección
universal al final de los tiempos (en contra de los saduceos que no profesaban
esta fe). Marta sabe que llegará al final de los tiempos la resurrección
universal como acto previo al
juicio al que seguirá la vida eterna.
7º) ¡La
Vida es una victoria real sobre la muerte! Yo soy la resurrección y la vida.
¿Crees esto?. Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que
tenía que venir al mundo. El secreto de este acontecimiento es que Jesús revela
que la resurrección se anticipará, como en primicia, al tiempo presente
proyectada al futuro. Todo el conjunto centra la atención del lector en la
declaración solemne de Jesús, que supone la oferta más grandiosa para la
humanidad entera porque responde al interrogante más amenazador que atenaza a
los hombres: ¿después de esta vida qué? El centro de interés de todo el
conjunto es subrayar fuertemente que Jesús es "la resurrección y la
vida". Jesús es la resurrección y la vida como oferta para todos los
hombres. Y todo esto se fundamenta en un hecho, en un acontecimiento: Cristo ha
vencido a la muerte; simbólicamente, a nivel de "signo", resucitando
a Lázaro. Este acontecimiento es un "signo" de su propia
Resurrección, que será la respuesta definitiva, porque es una resurrección para
siempre y fuente de esperanza viva para todos los creyentes.
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