“Dios lo
resucitó al tercer día y nos lo hizo ver”
El que murió y resucitó en la
periferia envía hoy su Espíritu y alegra todo lo creado, recreando el Cosmos con
su misericordia y su amor. En la barca de la Iglesia, el Espíritu Santo sopla a
nuestras espaldas, el Padre nos envía y El Hijo nos aguarda en su encarnación
continuada. Cada vez que celebremos la eucaristía traeremos a la memoria la
muerte y la Resurrección de Jesús para morir y resucitar con El. La Palabra de
Dios nos procura un colirio para la mirada y el corazón a fin de que
comprendamos la Escritura como los discípulos, y acertemos a detectar cómo y
dónde se manifiesta hoy “el que resucitó de entre los muertos”.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS LA PABRA.
I
LECTURA
“Y
nos mandó que predicásemos al pueblo. Evangelizar significa para la Iglesia
llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, y, con su influjo,
transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. Pero la verdad es que
no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad
del bautismo y de la vida según el evangelio” (Papa Pablo VI, Evangelii
Nuntiandi).
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43
Pedro, tomando la palabra, dijo:
“Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea,
después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con
el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a
todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en
Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo
resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo,
sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y
bebimos con él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y
a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los
profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el
perdón de los pecados, en virtud de su Nombre”.
Palabra
de Dios.
Salmo 117, 1-2. 16-17. 22-23
R.
Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.
O bien: Aleluya, aleluya, aleluya.
¡Den gracias al Señor, porque es
bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es eterno su
amor! R.
La mano del Señor es sublime, la
mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el
Señor. R.
La piedra que desecharon los
constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es
admirable a nuestros ojos. R.
II
LECTURA
Caminamos
por esta tierra con la mirada puesta “en las cosas de arriba”. Jesucristo fue
levantado del sepulcro y de la muerte para elevarnos con él. Que nuestra vida
renueve, en esta celebración pascual, nuestra dimensión de cielo y eternidad.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-4
Hermanos: Ya que ustedes han
resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a
la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no
en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora
oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de
ustedes, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.
Palabra
de Dios.
SECUENCIA
Cristianos,
ofrezcamos al Cordero pascual nuestro sacrificio de alabanza. El Cordero ha
redimido a las ovejas: Cristo, el inocente, reconcilió a los pecadores con el
Padre. La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable: el Rey de la
vida estuvo muerto, y ahora vive. Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el
camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor
resucitado. He visto a los ángeles, testigos del milagro, he visto el sudario y
las vestiduras. Ha resucitado Cristo, mi esperanza, y precederá a los
discípulos en Galilea. Sabemos que Cristo resucitó realmente; tú, Rey
victorioso, ten piedad de nosotros.
Aleluya. Cristo, nuestra Pascua, ha
sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua. Aleluya. 1Cor 5, 7-8
EVANGELIO
Aunque
todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro. No siempre es patente
la luz de la resurrección, no siempre vemos con claridad. Pero esta discípula
nos habla de no dejarnos vencer, de no quedarnos quietos. Estaba oscuro, pero
ella igual se animó. Y buscando entre penumbras, se hizo la luz para recordar y
comprender las promesas de la Sagrada Escritura.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, de
madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio
que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro
discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor
y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron
al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente
que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo,
aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el
sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto
su cabeza; éste no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también
vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía
resucitar de entre los muertos.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
“Dios lo resucitó al tercer día y
nos lo hizo ver”
Con la Resurrección de Cristo,
comienzan los tiempos nuevos donde el Espíritu del Resucitado lo recrea todo.
La primera palabra redentora al principio de la nueva creación, es una palabra
reconciliadora. Las primeras palabras del Resucitado son designios de paz como
fruto definitivo de un amor que ha vencido toda violencia, pecado y muerte. No
hay reproches para los que abandonaron o negaron al Redentor, sino un nuevo
comienzo desde la paz que Jesús comunica. Desde aquel primer domingo en el
tiempo de la Iglesia, ser miembros de la Iglesia es compartir la paz de Cristo,
por muy perturbados o diferentes que nos podamos sentir. Si podemos estar en
paz con nuestras almas divididas, con nuestros impulsos contradictorios y,
aceptar que ello forma parte de lo que somos, nos será más fácil encontrar la
paz de Cristo Resucitado junto con los demás, sin sentirnos amenazados por
nuestras diferencias.
“Buscad los bienes de allá arriba”
El tiempo de Pascua nos estimula
como “gesto pascual” a recrear la mirada sobre Dios, el mundo y el ser humano.
Si logramos ver a los demás con los ojos de Cristo, podemos dar a los otros
mucho más que cosas externas necesarias; puedo darles la mirada de amor que
tanto ansían.
“María Magdalena fue al sepulcro al
amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro”.
Hoy domingo de Resurrección podemos
proponernos mirar a todos con los ojos de Cristo, mirar con amor y
misericordia, tal como nosotros fuimos mirados en Getsemaní, en el Cenáculo,
desde la Cruz y desde el Resucitado. Como María Magdalena y los otros testigos
de la Resurrección nos llega el momento de reconocer a Jesús. Podemos “ver al
Señor” en los otros, en la Iglesia, en la eucaristía, en los empobrecidos, en
los actos cotidianos donde vence el amor ¡Queremos ver y queremos ser vistos,
reconocidos con misericordia!
Renovar cada año la celebración de
Pascua supone recibir un envío: Somos enviados al mundo entero. A los mundos
reales y virtuales. Hoy quien crea tener las manos vacías está más preparado
que nunca para recibir el Espíritu Santo. Llega el momento de regresar a la
vida ordinaria. La Pascua, la victoria de Jesús acompaña todas las horas de
nuestra jornada. La esperanza de la Pascua la tenemos delante, dentro de
nosotros, a nuestro alrededor. La fe, las personas, las familias, la comunidad,
el pueblo, el mundo…todo es agraciado, amado, redimido por Cristo. Tenemos
motivos para esperar. Hemos sido salvados en la esperanza y estamos contentos.
Existen las enfermedades, los males, el miedo, pero también nuestra capacidad
de hacer el bien es mayor. Podemos mirar la vida con ojos nuevos, con sentido,
aprendiendo a esperar y apoyándonos en la fuerza que da la comunidad.
Jesús nos dice: ¡Ánimo, yo he
vencido al mundo! Ha vencido el amor desarmado, la vida como la primavera es
imparable. Somos enviados a reconocer las alegrías y las penas de la gente,
para ser tocados y cambiados por ellos. Ninguna felicidad verdadera excluye la
tristeza. ¡Qué liberador asumir esto! La felicidad cristiana no es una euforia
colectiva, sino la alegría de Dios que lleva sobre sí las penas del mundo. Si
queremos probar la alegría de Dios, no debemos tener miedo de vernos tocados
por la tristeza, dado que ello ahondará el hueco que Dios llenará con la
felicidad. Nuestra sociedad se resiste a este pensamiento liberador porque con
frecuencia no distinguimos la tristeza de la depresión, que es una enfermedad
terrible. Podemos ser felices porque no nos da vergüenza sentirnos también
tristes de vez en cuando. La alegría cristiana es capaz de llevar dentro de sí
el dolor porque es vivir la historia de Cristo, que abarca del bautismo a la
resurrección, abrazando el Viernes Santo como un momento dentro del viaje. Este
viaje que hacemos juntos en la fe, del “escuchar, entender y sentir al creer
sin haber visto…del todo”.
ESTUDIO
BÍBLICO
Misa del día
Hoy la Iglesia celebra el día más
grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva
historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la
muerte de Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección
muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta nuestro
destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo
nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección.
1ª
Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección
I.1. La 1ª Lectura de este día
corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42),
una familia pagana ("temerosos de Dios", simpatizantes del judaísmo,
pero no "prosélitos", porque no llegaban a aceptar la circuncisión)
que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva
en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es
conocido en el libro de los Hechos como el "Pentecostés pagano", a
diferencia de lo que se relata en Hch 2, que está centrado en los judíos de
todo el mundo de entonces.
I.2. Pedro ha debido pasar por una
experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una
visión (Hch 10,1-33) tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa
en todo este relato es "divina", del Espíritu, que es el que conduce
verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.
I.3. El apóstol Pedro vive todavía
de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos
con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que
lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu
del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato,
pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos
judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al
judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como
sucedió con los *helenistas+. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2)
se debía poner en práctica.
I.4. Con este discurso se pretende
exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la
novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la
resurrección.
I.5. El texto de la lectura es,
primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva
comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos.
La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como
las experiencias pascuales en las que los discípulos *conviven+ con él, en
referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en
la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la
fuerza de la Resurrección del Crucificado.
I.6. Es un discurso de tipo
kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del
Señor.
2ª
Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo
II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto
bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal,
que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros
catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no
estuviera muy desarrollada esta liturgia.
II.2. El texto saca las
consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio
pascual: pasar de la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba.
Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la
estela de su futuro.
II.3. Pero no es futuro solamente.
El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto
de gran expresividad en las teología paulina "syn-ergeirô"=
"resucitar con". Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya
en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos
siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos
escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe
adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio
de las miserias de este mundo.
II.4. El autor de Colosenses,
consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante
este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la
mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto
de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en Romanos, que por
el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no
es algo solamente para el final de los tiempos.
II.5. Esto es muy importante
resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone
una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello
no nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro
futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos
ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que
es el único que puede hacernos eternos.
III.
Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo
verdadero
III.1. El texto de Juan 20,1-9, que
todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a
María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su
silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no
está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para
siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la
resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección,
pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el
simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no
olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión
extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado
como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más
íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.
III.2. La figura simbólica y
fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del
cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras
recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y
por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico
concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa
y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos
hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que
ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su
presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y
renovada.
III.3. La fe en la resurrección, es
verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda
que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata
de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y
de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien,
entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a
vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir
para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la
vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada
uno de nosotros.
III.4. Por eso, creer en la
resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer
también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser
algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para
lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie
puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia
existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la
primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de
nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre
tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La
muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio
del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.
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