“El que
tenga oídos, que oiga”
Estamos en el tiempo que llamamos
“tiempo ordinario”, el más largo del año litúrgico, que transcurre desde
Pentecostés hasta Adviento. Un tiempo “ordinario” puede sugerir monotonía, un tiempo
liso, semanas y meses sin relieve especial, sin nada extraordinario. Puede que
hasta parezca un tiempo gris, parecido al invierno. Sin embargo, este tiempo –a
pesar de su triste apariencia- tiene su misterio, su riqueza escondida.
Es el tiempo de la siembra y el
tiempo de la vida. En invierno, bajo una aridez aparente, fecundan las
semillas. Parecería que no hay señales de vida porque la vida late bajo la
tierra fértil. Día a día, semana tras semana, penetra en nosotros la semilla,
la Palabra que Dios que el sembrador esparce en nuestra tierra, en las tierras
diversas de las que Jesús hablaba (Mt 13, 1-8; 18-23). Mientras vivimos el
“tiempo ordinario” atendemos a la profundidad de nuestras vidas personales,
acogemos en nuestra entraña creyente la semilla; el Espíritu, la fecunda y van
naciendo en nuestra entraña brotes de vida. El “tiempo ordinario” es tiempo de
interioridad, de madurez, de silencio y contemplación, de lluvias y fríos y
rocíos, de vida latente que crece y empuja. Tal vez es por eso, que el color
verde sea el color de este tiempo.
En este clima de serenidad, Jesús
nos va a hablar, durante varios domingos, del “Reino de los cielos”, de la
misma manera como lo hizo a los suyos, durante cuarenta días, después de resucitar
(Hch 1, 3). El “reino de los cielos” o “reino de Dios”, enunciado por Jesús,
fue su divina y humana obsesión, la “utopía” que anunció y en cuya realización
se comprometió de por vida. Él nunca explica en qué consiste ese “reino”; lo
que hace es sugerir, con un lenguaje poético, cómo actúa Dios y cómo sería el
mundo si hubiera gente que actuara como él.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Al
pecador le das tiempo para que se arrepienta.
Sabiduría: 12, 13. 16-19
No hay más Dios que tú, Señor, que
cuidas de todas las cosas. No hay nadie a quien tengas que rendirle cuentas de
la justicia de tus sentencias. Tu poder es el fundamento de tu justicia, y por
ser el Señor de todos, eres misericordioso con todos.
Tú muestras tu fuerza a los que
dudan de tu poder soberano y castigas a quienes, conociéndolo, te desafían.
Siendo tú el dueño de la fuerza, juzgas con misericordia y nos gobiernas con
delicadeza, porque tienes el poder y lo usas cuando quieres.
Con todo esto has enseñado a tu
pueblo que el justo debe ser humano, y has llenado a tus hijos de una dulce
esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta.
Palabra de Dios
SALMO
Del
salmo 85
R/.
Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Puesto que eres, Señor, bueno y
clemente y todo amor con quien tu nombre invoca, escucha mi oración y a mi
súplica da respuesta pronta. R/.
Señor, todos los pueblos vendrán
para adorarte y darte gloria, pues sólo tú eres Dios, y tus obras, Señor, son
portentosas. R/.
Dios entrañablemente compasivo,
todo amor y lealtad, lento a la cólera, ten compasión de mí, pues clamo a ti,
Señor, a toda hora. R/.
II
LECTURA
El Espíritu intercede por nosotros
con gemidos que no pueden expresarse con palabras.
Romanos: 8, 26-27
Hermanos: El Espíritu nos ayuda en
nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero
el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse
con palabras. Y Dios, que conoce profundamente los corazones, sabe lo que el
Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios,
por los que le pertenecen.
Palabra de Dios
EVANGELIO
Dejen
que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha.
Ì Evangelio
de Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 24-43
En aquel tiempo, Jesús propuso esta
parábola a la muchedumbre: "El Reino de los cielos se parece a un hombre
que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían,
llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando
crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la
cizaña.
Entonces los trabajadores fueron a
decirle al amo: `Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde,
pues, salió esta cizaña?' El amo les respondió: `De seguro lo hizo un enemigo
mío'. Ellos le dijeron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?' Pero él les
contestó: `No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo.
Dejen que crezcan juntos hasta el
tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores:
Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla, y luego
almacenen el trigo en mi granero' ".
Luego les propuso esta otra
parábola: "El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que
un hombre siembra en un huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las
semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se
convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en
las ramas".
Les dijo también otra parábola:
"El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer
y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por
fermentar".
Jesús decía a la muchedumbre todas
estas cosas con parábolas, y sin parábolas nada les decía, para que se
cumpliera lo que dijo el profeta: Abriré mi boca y les hablaré con parábolas;
anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.
Luego despidió a la multitud y se
fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: "Explícanos
la parábola de la cizaña sembrada en el campo".
Jesús les contestó: "El
sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la
buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del
maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el
fin del mundo, y los segadores son los ángeles.
Y así como recogen la cizaña y la
queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a
sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al
pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será
el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el
Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga".
Palabra del Señor
MEDITAMOS
LA PALABRA
El grano de mostaza.
Esta parábola indica el ritmo de
crecimiento, de transformación y consolidación de la Iglesia del reino. En la
diminuta semilla de mostaza se encierra algo inmensamente grande, que irá
creciendo de a poquito, al abrigo de la tierra fecunda.
La pequeñez se transfigura en
grandeza, la humildad en exaltación; en el reino los últimos son los primeros,
los poderosos son los últimos, los que pierden su vida, la ganan. Todo esto
acontece en la Iglesia del reino. Esta parábola sugiere algunos rasgos que han
de configurar el rostro de la Iglesia del reino. He aquí algunos:
La pequeñez e insignificancia como
garantía y augurio de crecimiento y consolidación. La Iglesia del reino se
amolda a gusto en lo pequeño; no tiene aspiraciones de grandeza ni afanes de
poder porque quiere ser decididamente sacramento de Cristo entre los hombres;
quiere “parecerse a Jesús”, que a pesar de su condición divina, se vació de sí
mismo, se hizo esclavo y obediente hasta la muerte (Cf Fil 2, 5-11). No es una
Iglesia presuntuosa ni vanidosa porque es consciente de que, como Jesús, ha
nacido en la pobreza. Sabe que ella es la comunidad de los pobres, porque a
ellos les pertenece el reino (Mt 3,3). Está dichosa de ser pobre y de
parecerlo. Cuando esta Iglesia hace memoria de sí misma, de sus orígenes,
recuerda que fue como una semilla de mostaza, tan minúscula como prometedora.
No se acomoda a la mentalidad este mundo, sino que se transforma interiormente
con una “mentalidad nueva” para discernir la voluntad de Dios, lo que res
bueno, y aceptable y perfecto" (Cr Rm 12, 2).
Se hace un árbol, vienen los
pájaros y anidan en sus ramas. La semilla de mostaza es potencia de vida, vigor
exuberante. Poco a poco, de acuerdo a su propio ritmo lento pero firme, crece y
se hace arbusto. La Iglesia del reino no atropella los ritmos vitales de sus
comunidades sino que los cuida atentamente; tampoco se saltea las etapas
precisas de su misión evangelizadora. No busca “lo eficaz” ni “lo pragmático”
-tantas veces irrespetuoso e incluso, violento- sino que atiende con cuidado y
responsabilidad a los “tallos” verdes que brotan porque son vida y, además,
primicias y promesas del reino.
El trigo y la cizaña
La Iglesia del reino -la que es
trigo bueno- ha aprendido a convivir pacientemente con la cizaña. No se
precipita en arrancarla, sino que espera al final de la cosecha. No es que la
Iglesia del reino desconozca, o no le importe la cizaña, sino que con paciencia
y esperanza, intenta que, mientras el trigo y la cizaña germinan juntos, La
cizaña se marchite y el trigo crezca. La iglesia del Reino imita la paciencia
Dios; no juzga las conductas de los hombres con ligereza porque, como Jesús, no
ha sido enviada para juzgar sino para salvar. El juicio ocurrirá al final del
tiempo, cuando los cosechadores arrancarán la cizaña y la echarán al fuego;
cosecharán el trigo y lo guardarán en los graneros del reino.
La levadura en la masa
La Iglesia del reino está inmersa
en las realidades cotidianas de este mundo. No puede vivir separada, al margen
de ellas y, menos aún, en contra de ellas. Es la “Iglesia en el mundo” del
Vaticano II. Esta Iglesia pequeña es como un puñado de fermento mezclado con
las realidades de este mundo: políticas, culturales, económicas, sociales. Es
la levadura nueva de la Pascua -la “levadura de la sinceridad y la verdad”- que
fermentará la “masa nueva”, el reino de Dios. (Cf 1Co, 5, 6-8).
La Iglesia del Reino, como fermento
vivo, actúa lentamente en el mundo, tratándolo con la paciencia de Dios que,
por ser eterno, no tiene prisas. Ella no compite con el mundo ni es su rival
sino que lo ama entrañablemente y lo respeta en su autonomía de criatura de
Dios. Es una Iglesia persuasiva, acogedora, compasiva, más preocupada por
salvar al mundo que por juzgarlo (Cf Jn 12, 47) El juicio ocurrirá -asegura
Jesús- al final del tiempo.
ESTUDIO
BÍBLICO
Primera lectura: (Sabiduría
12,13.16-19)
Marco: El contexto es el segundo
bloque del libro en el que el autor ofrece una interpretación de la historia de
Israel: la Sabiduría ha acompañado todas las etapas de la historia salvífica de
Israel. El autor adopta un método, habitual en tiempos de Jesús, que consiste
en actualizar para el momento presente una palabra o un acontecimiento del
pasado de Israel con la finalidad pedagógica de iluminar este momento presente
y ofrecer su verdadera significación y valor del mismo. La lectura nos
reconduce a la experiencia de Israel en Egipto y, más en concreto, el castigo
progresivo y moderado de los cananeos.
Reflexiones
1ª) ¡Simbiosis equilibrada del
poder, justicia, perdón y soberanía de Dios!
No hay más Dios que tú, que cuidas
de todo... La afirmación de la unidad y de la unicidad de Dios es una verdad
que comparte el autor de este libro. Esta situación única en que se encuentra
Dios, que ha actuado en Israel y que es reconocido por Israel, no permite
pensar en rivales. Esta rivalidad existía en la comprensión mitológica de los
dioses que comparten los griegos y que conoce este autor. La primera afirmación
conduce al lector al reconocimiento de esta verdad fundamental.
Pero el autor de este libro no
pretende ofrecer un tratado sobre Dios (aunque lo supone, a su manera, por ser
un pensador convencido creyente), sino las consecuencias que ello comporta para
el hombre y su presencia en el mundo. El gobierno que Dios realiza sobre el
mundo no se ajusta a los parámetros o modelos que dirigen el comportamiento de
los reyes de este mundo. Precisamente porque Dios es único y universal para
todos ejerce su poder de forma desconcertante: practicando el perdón. Su
soberanía, por ser universal, es justa. Pero Dios, excelente pedagogo, actúa de
modo adecuado: a quienes se abren sinceramente a su poder y soberanía los
conduce por el camino de la paz; a los que desconfían o ignoran su soberanía la
realiza con fuerza y energía. Sólo así se puede esclarecer o ofrecer a los
hombres la respuesta que necesitan del actuar de Dios para la salvación.
2ª) ¡Armonía de moderación,
humanidad e indulgencia en Dios poderoso soberano!
Tú, poderoso soberano, juzgas con
moderación... Dios manifiesta su poder en el perdón y en la indulgencia. Esta
afirmación acerca del único Dios, brinda al autor la ocasión para dirigir la
mirada a todos los hombres. En un mundo en el que la venganza –y, con
frecuencia, dura venganza– era una costumbre convertida en casi ley general,
estas palabras suponen una renovación singular. Los ejércitos conquistadores
eran devastadores. Dios es presentado como el Bienhechor por excelencia. Israel
fue llamado a hacer presente en el mundo esta comprensión singular de su Dios
al presentarlo como un moderador justo e indulgente.
La lección que el autor quiere
inculcar en sus lectores es que, a imitación de su Dios Bienhechor, deben
adoptar en la vida un generoso humanismo. El sentido humanitario debe ser una
característica del pueblo de Dios. Ya los redactores teólogos deuteronomistas*
habían insistido en esta cualidad de la misión de Israel. En la historia el
pueblo no respondió a este programa. La verdadera fe en Dios conduce a una
actitud humanitaria en aquellos que aceptan esta fe y tratan de vivirla con
coherencia. También este rasgo de nuestro Dios debería ser presentado a los
hombres y mujeres de nuestro tiempo con mayor intensidad y fidelidad. Nuestro
mundo actual es muy sensible a los planteamientos humanitarios, aunque no sea
una praxis generalizada todavía.
Segunda lectura: (Romanos 8,26-27)
Marco: Seguimos proclamando el
capítulo 8. El tema que enmarca estas palabras proclamadas hoy es el premio que
esperamos y que supera con creces a lo que el hombre desea.
Reflexiones
1ª) ¡En el itinerario de la
esperanza la acción del Espíritu es insustituible!
El Espíritu viene en ayuda de
nuestra debilidad... Este capítulo viene precedido por el capítulo 7 en que
Pablo contempla la realidad del hombre abandonado a sus propias fuerzas. En ese
capítulo leemos una autobiografía de Pablo (con toda probabilidad) y una
radiografía del hombre (con toda seguridad). Desde aquella descripción
sangrante de la realidad del hombre sin el recurso de la fe que le conduciría a
Jesús, podemos leer estas palabras con otra luz y con otro vigor. Estas
palabras responden a la realidad humana. La debilidad es un término que alcanza
con singular virulencia al orden moral.
El hombre es arrastrado por un gran
deseo de vida y de bienestar o felicidad, pero no atina a dar con el camino que
le conduciría a satisfacer este deseo. La respuesta se le ofrece en Jesús. Pero
no basta, es necesario conectar con esa respuesta. Esa tarea ha sido reservada
para el Espíritu. Estos pensamientos son particularmente desarrollados en la
promesa del Espíritu recogida e interpretada por los redactores joánicos en los
discursos de despedida (Jn 13-17). La presencia y actuación del Espíritu es
imprescindible para encontrar la luz que dirige los pasos del hombre por la
senda adecuada.
La fraseología paulina dirige ahora
nuestra atención al modo de actuar del Espíritu: ¡con gemidos indescifrables!.
Estas expresiones indican la experiencia pneumática que se daba en las
primitivas comunidades. Se hacía presente el Espíritu en un lenguaje
indescifrable y misterioso, pero eficaz y consolador. La esperanza del
cristiano es posible contando con esta intercesión. Los discípulos de Jesús,
alentados por la interpretación autorizada del último Concilio Ecuménico
–Constitución Gaudium et Spes–, deben vivir los logros de los hombres con gozo
y agradecimiento a la vez que deben pedir al Espíritu la pedagogía adecuada
para conectar profundamente con nuestro mundo actual y ofrecerle la verdadera
solución que arranca del Evangelio.
2ª) ¡El Espíritu conoce muy bien
dónde nos encontramos y dónde deseamos llegar!
El que escudriña los corazones sabe
cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según
Dios. «Dios está lejos, alejado, no se ocupa de los hombres ni se interesa por
sus problemas!,» afirman con frecuencia nuestros contemporáneos. Esta dolorosa
experiencia la vivieron nuestros primeros hermanos cuando entraban en el camino
de Jesús. El propio evangelio, al narrar el itinerario seguido por Jesús,
provocaba indirectamente estas preguntas.
¿Cómo es posible que Dios salve al
hombre en el escándalo y la locura de la cruz? ¿Cómo encaja la experiencia
dolorosa de los hombres en el marco de una bondad de Dios sin límites? Pablo
afirma y enseña a sus lectores que el Espíritu conoce realmente la intimidad
del hombre. Y además sin engaño posible. Lo que todavía es más llamativo en
esta enseñanza de Pablo es que el deseo del Espíritu, cuando es escuchado
sinceramente, hace coincidir con él el deseo del creyente. El propio Espíritu
asume nuestros anhelos y deseos y los hace suyos, pero dirigiéndolos por el
camino de la verdad y fecundidad.
Esta coincidencia posibilita que la
opción adoptada por el hombre, bajo la suave dirección del Espíritu, converjan
en uno solo. Y esta comunión total se produce en el encuentro con la voluntad
de Dios que el Espíritu conoce muy bien y que sabe que es la única que puede
ofrecer al hombre la respuesta que realmente necesita. La comprensión
pneumatológica de Pablo, además de ser vigorosa doctrinalmente, ofrece a los
hombres que caminan en la historia una respuesta válida.
Evangelio: (Mateo 13,24-43)
Marco: Seguimos proclamando el
discurso parabólico. La lectura incluye tres parábolas y la explicación de la
parábola de la cizaña. La primera parábola tiene un sentido muy preciso: la
coexistencia de buenos y malos en la etapa actual del reino, en espera de un
reino perfecto. Las otras dos tienen un tema común: los comienzos del reino son
humildes y ocultos, pero se convertirán en una realidad universal capaz de
acoger a gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación. La explicación de la
parábola de la cizaña es una adición realizada por la Iglesia para adaptarla a
los que ya forman parte de la Iglesia. Se trata de una alegorización
catequética.
Reflexiones
1ª) ¡El sembrador sembró cuidada
semilla en el campo, la cizaña viene de otra parte!
Un enemigo fue y sembró cizaña en
medio del trigo y se marchó. Sin descender a todos los detalles el relato nos
invita a considerar que hay distintos agentes que intervienen en la historia de
los hombres. Cada uno realiza su misión y su tarea. El sembrador bueno siembra
semilla escogida destinada a producir un fruto excelente. Frente al sembrador
bueno, hay otro sembrador que siembra la cizaña. Las dos especies de semillas
no pueden conducir al mismo destino ni producen el mismo fruto. El primero es
de vida y el segundo es de muerte.
La cizaña a que se refiere el
relato tiene gran parecido con la caña de trigo. De tal manera que cuando las
dos comienzan a brotar y crecen se parecen mucho. Sólo más tarde se puede
percibir la diferencia entre las dos formas de cañas. Es necesario aceptar que
en la existencia histórica de la humanidad ésta se encuentra sometida a dos
principios contradictorios que intentan orientar sus pasos. El Dios bueno sólo
siembra semilla buena. Y lo mismo hace su lugarteniente y plenipotenciario Jesús.
De ellos sólo procede semilla que tiene como finalidad la producción de
abundantes y benéficos frutos.
Los hombres y mujeres de nuestro
tiempo tienen la tentación de caer y sucumbir a un difuso determinismo. Los
mensajeros no siempre hemos capaces de transmitir esta consoladora verdad. Hoy
estamos urgidos a vivir en la convicción del sumo respeto de Dios por el
hombre. Este puede elegir el camino del bien o del mal. El discípulo de Jesús
necesita vivir en la convicción de las dos realidades y pedir al Espíritu que
le conceda la acertada pedagogía para ser útil a los hombres que les rodean.
2ª) ¡El escándalo de la
coexistencia de buenos y malos en la etapa actual del reino!
Dejadlos crecer juntos hasta la
siega... ¿De dónde procede el mal en el mundo? Un mal que alcanza con tanta
fuerza al corazón del hombre. ¿Qué hacer con él? Tratar de hacerlo desaparecer,
pero sin comprometer el bien. Se trata de una parábola, por tanto no hay que
descender excesivamente a los detalles narrativos. La situación que el narrador
de la parábola quiere inculcar en sus oyentes es que en el desarrollo de la
historia, en el camino, los hombres se decantan por el bien o por el mal.
Pero el hombre es algo más hondo,
es importante para Dios. Y es necesario dejarlos coexistir. Siempre queda una
esperanza de salvación. Y Dios, en Cristo Jesús, se manifiesta al mundo como el
salvador universal que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad. La impaciencia de los colaboradores en este proyecto
podría comprometer el éxito feliz del plan de Dios. A vosotros no os toca el
juicio, sino el cuidado de la siembra. Dios tiene asignada a cada uno su tarea.
El peligro del excesivo celo es que
arrastraría también el trigo. Esta imagen se entiende mejor si observamos cómo
crece el trigo. Ha sido sembrado a voleo, pero las cañas de trigo nacen y
crecen en manojos, de tal manera que si se arranca una se llevan consigo otras.
La cizaña está en medio de esos manojitos de cañas. Cuando se intenta
arrancarla se llevan tras de sí las cañas de trigo. La preservación del bien
exige un cuidadoso trato del mal. Los hombres son los importantes para Dios.
Esta visión que el creyente tiene
del hombre, inspirado en la seguridad de que es imagen de Dios y destinado a
ser su hijo en Cristo Jesús, debe proclamarla insistentemente. El Evangelio
perfecciona al hombre, no lo destruye. La aceptación gozosa de esa realidad es
el punto de encuentro de los hombres de nuestro tiempo y de los creyentes que
conviven con ellos. Aunque es verdad que el creyente debe ser sagaz y astuto o
sabio para discernir adecuadamente entre las dos realidades contrarias: el bien
y el mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario