domingo, 27 de julio de 2014

DOMINGO 17° DEL TIEMPO ORDINARIO


El Reino de Dios se parece a...

Estamos en el llamado tiempo ordinario, en que Jesús se hace presente y guía a su Iglesia. En estos domingos, la liturgia de la Palabra se vale, principalmente, de las parábolas evangélicas, que son narraciones de las que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral.

Y estamos, al menos en este hemisferio, en pleno verano. Este tiempo nos ofrece, estemos o no de vacaciones, por los caminos del mundo y de la vida, con sus calores y sus colores, charlas reposadas y descansos, paseos y baños… y también lecturas y reflexión, soledad y oración silenciosa, viajes y encuentros de amigos y familia, nuevas amistades, veladas de sobremesa y ratos de no hacer nada o quizás horas y días para poder hacer lo que un día no se hizo, tratando de llenar espacios, sentidos y alma de múltiples ideas y estupendas imágenes con que compensar imposibilidades del resto del año.

Qué oportunidad para volver la mirada hacia la vida y a los que nos rodean, como hacía Jesús al retirarse con sus discípulos… y pensar, dialogar con los nuestros…, con esas o parecidas sugerencias, parábolas, historias y recuerdos familiares…, ante la naturaleza, ante el mar, ante la mirada perdida en el horizonte… También nos llama a pararnos, a no quedarnos en la superficie de las cosas

Es como sacar, con “sabiduría”, de “un arca lo nuevo y lo antiguo…”, porque Jesús “todo lo ha hecho bien…” (Mc 7,31) y nosotros nos debemos dejar transformar por Él.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Lectura del primer libro de los Reyes 3, 5. 7-12

En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
- «Pídeme lo que quieras.»
Respondió Salomón:
- «Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?»
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo:
- «Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.»
Palabra de Dios

Salmo 118, 57 y 72. 76-7'7. 127-128. 129-136

R.     ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

Mi porción es el Señor;
he resuelto guardar tus palabras.
Más estimo yo los preceptos de tu boca
que miles de monedas de oro y plata. R.

Que tu bondad me consuele,
según la promesa hecha a tu siervo;
cuando me alcance tu compasión, viviré,
y mis delicias serán tu voluntad. R.

Yo amo tus mandatos
más que el oro purísimo;
por eso aprecio tus decretos
y detesto el camino de la mentira. R.

Tus preceptos son admirables,
por eso los guarda mi alma;
la explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes. R.

II LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 28-30

Hermanos:
Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio.
A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos.
A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó, a los que justificó, los, glorificó.
Palabra de Dios
EVANGELIO

Ì Lectura del santo evangelio según san Mateo 13, 44-52

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
- «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos le contestaron:
- «Sí.»
Él les dijo:
«Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
Palabra del Señor

MEDITAMOS LA PALABRA

Con qué compararemos el Reino de Dios… (Mc 30)

Jesús utilizaba comparaciones conforme al tipo de sociedad y la manera de ser de la gente que se le acercaba para explicar el Reino, con quienes compartían momentos con él…: la naturaleza, las labores del campo, las faenas del mar, los usos domésticos o los negocios de la vida…

Hoy es “el tesoro escondido…”, “el comerciante de perlas finas…”, “la red de pesca…” y al final “el buen padre de familia…”

Jesús quiere destacar el valor del Reino de los cielos, que es mayor que cualquier cosa que existe en el mundo, y con la que nada se le puede comparar. Es un tesoro o perla tan rica que vale más que todo… Aunque el verdadero tesoro del hombre, el que es capaz de dar sentido a su vida, solo se encuentra en Dios, porque solo él sacia el ansia de infinitud que toda persona siente… Cada uno somos un abismo y solo un abismo más grande podrá saciarnos: “Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta” dirá Teresa de Jesús.

El tesoro más importante de la vida

Quien encuentra a Dios, encuentra el tesoro más preciado de su vida, y a Dios solo le encontramos en Jesús y a través de aquellos con los que Jesús se identificó. Jesús es el revelador del Padre, y por él todos los hombres tienen acceso a Dios. Así se lo dice Jesús a su apóstol Felipe: “quien me ve a mí ve al Padre…” (Jn 14,9). Necesitamos de Cristo para ir al Padre, para conocer a Dios.

¿Dónde se encuentra hoy ese tesoro? En los hermanos, en la humanidad doliente. Dios está escondido como un tesoro en todos los hombres y mujeres de la tierra, en la persona que camina a nuestro lado o se sienta junto a nosotros o comparte nuestra relación familiar, o alienta nuestro trabajo o disfruta de nuestro espacio de ocio y descanso. Dios se encuentra escondido en el que sufre o llora en el interior de su corazón, en el emigrante que está sin saber dónde ir, en los desheredados de la fortuna, en los marginados y hasta en los perseguidos por causa de su nombre.

Y quien ha descubierto a Dios así, ha hallado un tesoro y es lo único que da sentido a la vida y en comparación con todo lo de este mundo… es tenido en nada.

¿Tendremos que pedir al Señor “capacidad para discernir el bien y el mal, para escuchar y gobernar…” (1 R 3,5ss), como Salomón? Eso nos podría ayudar a la hora de mirar al hermano.

La alegría de los cristianos: sentir el evangelio como fuente de alegría

Cuando un cristiano ha encontrado ese tesoro y está en disposición de dejarlo todo por él, todo se hace y vuelve más ligero. Suelta lastre, el corazón deja de pesarle y vuela con determinación y alegría. Está hasta en disposición de dejar todo por él. Se da cuenta de que el Evangelio, el Reino de Dios, no es una pesada carga que impide vivir la vida con espontaneidad, sino con amor y alegría, porque siempre nos invita a compartir con los demás. Y empieza la verdadera misión de un cristiano: ayudar a los demás a encontrar su perla, su tesoro escondido…

Al final del Evangelio de hoy, nos encontramos con otra brevísima parábola, “la de la red barredera”, semejante a la del trigo y la cizaña (Mt 13,24ss), con la referencia del juicio final entre los buenos y malos. Pero hasta entonces, no lo olvidemos, todos tenemos la oportunidad de optar por la salvación mediante la conversión.

Las apocalípticas palabras del evangelio de hoy: “apartaos de mí…”, no las quisiéramos ver cumplidas en ningún hombre de la tierra, porque Dios al final de la Creación dijo que “vio que todo cuanto había hecho y estaba muy bien” (Gn 1,31), y en esa bondad misericordiosa confiamos todos.



ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: 1Reyes(3, 5.7-12): Sólo se es grande por la sabiduría

I.1. Dicen los especialistas que este c. 3 de 1º de los Reyes es un texto auténticamente "deuteronomista" que refleja el pensamiento y la teología de esa escuela que habría de encargarse de redactar y poner los fundamentos "espirituales" de la historia pura y dura -y a veces perversa-,del pueblo de Israel, de sus reyes y magistrados. Una escuela llena de sabiduría y de carisma profético. Esta oración de Salomón en Gabaón, como un sueño, bien puede ser el modelo teológico de la "reforma" que buscó dicha escuela que se amparaba en el libro del Deuteronomio.

I.2. La petición del Salomón del v. 9 es verdaderamente estimulante: "un corazón que escuche" (leb shomea), como escuchan los sabios a Dios, para hacer justicia al pueblo. Recién elegido rey de Judá e Israel, los deuteronomistas han sabido plasmar en la figura de Salomón lo que entonces necesitaba el pueblo y el reino. Después de las guerras y batallas de David, era necesaria un "etapa de sabiduría" para atender al pueblo mismo, a los pequeños, a los huérfanos y a las viudas. Porque un verdadero rey tiene su poder en esta sabiduría, que muchos reyes y magistrados han despreciado.

I.3. Un corazón que escuche, es decir, sabio, para poder discernir entre lo malo y lo bueno. El sabio, sin duda, es como el profeta que está abierto a la voz de Dios y a su voluntad. No es profeta el que anuncia el futuro como un adivino que echa las cartas, sino quien sabe escuchar la voz o los silencios de Dios para entregarlo todo después a los hombres. La escuela de la sabiduría es, como muy bien lo expresa nuestro texto, un "corazón escuchante", que quiere aprender a impartir justicia y a conceder lo necesario a los que han sido desposeídos de casi todo.

IIª Lectura: Romanos (8,28-30): El designio de salvación divino para el hombre nuevo

II.1. El texto de la "predestinación", como se conoce esta pequeña perícopa del c. 8 de la carta a los Romanos se presta a muchas lecturas y de hecho así ha sucedido a lo largo de la interpretación de esta carta paulina. Es un texto que parece estar imbuido de un carácter bautismal para comentar el sentido de la elección que Dios hace de aquellos que le aman. Quiere decir que probablemente se comentaba algo así a los bautizados que habían optado por ser cristianos, es decir, semejantes al Hijo, a Cristo.

II.2. Pero ¿verdaderamente estamos predestinados unos y otros a la salvación o a la condenación? No olvidemos que en el texto se está hablando única y exclusivamente del "designio" (próthesis) de Dios; pero Dios no tiene para la humanidad más que un proyecto de salvación que ha revelado en su Hijo Jesucristo. Porque Cristo no ha venido a otra cosa que a salvar a los hombres. En el mismo texto esto se expresa magistralmente en el sentido de que nos ha predestinado a "ser semejantes a la imagen de su Hijo", que no es otra cosa que la "glorificación" (edóxasen). Esto significa que Dios tiene sobre toda la humanidad el designio de lo que ha realizado ya en su Hijo: la resurrección, la vida nueva, que se expresa mediante ese término de la "glorificación".

II.3. El uso de la forma verbal(proôrisein) indica que se trata del inalterable plan de salvación trazado por Dios en favor de sus criaturas, gracias a la encarnación, muerte y resurrección de Jesús nuestro Salvador. El destino o la suerte de cada uno o de los nuestros (el fatum para los romanos; para los griegos están los vocablos moira y eimarmene) no es lo que está contemplado aquí directamente, aunque no podemos olvidar que para construir este hermoso capítulo, Pablo ha debido estar en esa sintonía inculturada. Pero lo que nuestro texto expresa es el plan salvador de Dios, en el que no quedan las cosas al azar, ni siquiera a un libre albedrío barato. Lo que se quiere afirmar rotundamente es que Dios tiene un designio de glorificación del que nadie podría apartarlo («nadie podrán apartarnos del amor de Dios», dirá al final Rom 8,39).

Evangelio: Mateo (13,44-52): El tesoro de la sabiduría del Reino

III.1. El texto evangélico de hoy es el final del c.13 de Mateo, el capítulo de las parábolas por antonomasia, en que una y otra vez se compara el "Reino de los cielos" con las cosas de este mundo, de la tierra, del campo, de la cizaña. En este caso, nos hemos de fijar en el tesoro del campo y la perla (vv. 44-46). Son como dos parábolas en una, aunque pudieran ser independientes en su momento. Las dos parábolas, tras una introducción idéntica, narran el descubrimiento de algo tan valioso que los protagonistas (un hombre cualquiera y un comerciante) no dudan ni un instante en vender todo lo que tienen para adquirirlo; lo hallado es tan extraordinario que están dispuestos a desprenderse de cuanto poseen con tal de apropiárselo. No todos los días tiene uno la suerte de descubrir un tesoro o una perla de inmenso valor. Cualquier hombre sería feliz con un descubrimiento semejante. Por eso, haría todo lo posible por obtenerlo, aunque para ello tuviera que pagar un alto precio. En las dos parábolas, los bienes que poseen los protagonistas del relato, pocos o muchos, son suficientes para que con su totalidad puedan adquirir lo que han encontrado. En ambos casos, el acento recae sobre el descubrimiento y sobre la decisión que toman los dos protagonistas.

III.2. Efectivamente, la decisión que toman parece desproporcionada o, al menos, arriesgada. Pero hemos de considerar que tienen una seguridad en esa decisión que les lleva hasta ese destino. ¿Es sabiduría o coraje (parresía)? Las dos cosas. Los elementos secundarios de las narraciones -si entendemos que son dos-, no dejan de tener sentido, aunque ya sabemos que en la interpretación de los parábolas no debemos exagerar o alegorizar cada una de las cosas que aparecen. Bien es verdad que en la primera hay un elemento sorpresa, porque es como el hombre que está en el campo, muy probablemente contratado, y encuentra el tesoro por casualidad. En el caso del mercader que recorre los bazares, sin duda, que siempre espera encontrar algo extraordinario y por eso porfía.

III.3. Como en los dos casos la comparación es con el “reino de los cielos” (bien en el caso del tesoro, bien en el caso del mercader) entonces el sentido no puede ser otro que este: cuando uno encuentra el Reino de Dios, bien porque ha tenido la suerte inesperada de encontrarse un tesoro o bien porque lo iba buscando habiendo oído hablar de él, entonces todo está en poner en marcha la sabiduría y el coraje de que uno es capaz, los cinco sentidos, arriesgarlo todo, entregar todo lo que uno tiene, por ello.

III.4. ¿Es que el reino de Dios es un tesoro? Naturalmente que sí. Porque es el acontecimiento de un tiempo nuevo de gracia y salvación, de felicidad y amor que Jesús ha predicado y que ha convertido en causa de su vida y de su entrega. Por eso lo importante de estas dos parábolas es la decisión que toman ambos protagonistas y más todavía la alegría de esta decisión en el caso de tesoro en el campo (extraña que el mercader de perlas no tenga esta reacción primera, aunque sea la misma decisión). No he encontrado mejor conclusión que esta: «El Reino aparece así como un don al alcance de todos, de los afortunados y de los inquietos, de los que sin buscarlo se lo encuentran por casualidad y de los que lo descubren al final de una búsqueda. Para responder adecuadamente a ese don, aceptándolo y haciéndolo suyo, el ser humano ha de estar convencido de que el Reino es lo más valioso que se le puede ofrecer y, en consecuencia, ha de estar dispuesto a anteponerlo a cualquier otro bien» (cf. F. Camacho Acosta, Las parábolas del tesoro y la perla, Isidorianum, 2002).



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