El Reino de Dios se parece a...
Estamos en el llamado tiempo
ordinario, en que Jesús se hace presente y guía a su Iglesia. En estos
domingos, la liturgia de la Palabra se vale, principalmente, de las parábolas
evangélicas, que son narraciones de las que se deduce, por comparación o
semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral.
Y estamos, al menos en este
hemisferio, en pleno verano. Este tiempo nos ofrece, estemos o no de
vacaciones, por los caminos del mundo y de la vida, con sus calores y sus
colores, charlas reposadas y descansos, paseos y baños… y también lecturas y
reflexión, soledad y oración silenciosa, viajes y encuentros de amigos y
familia, nuevas amistades, veladas de sobremesa y ratos de no hacer nada o
quizás horas y días para poder hacer lo que un día no se hizo, tratando de
llenar espacios, sentidos y alma de múltiples ideas y estupendas imágenes con
que compensar imposibilidades del resto del año.
Qué oportunidad para volver la
mirada hacia la vida y a los que nos rodean, como hacía Jesús al retirarse con
sus discípulos… y pensar, dialogar con los nuestros…, con esas o parecidas
sugerencias, parábolas, historias y recuerdos familiares…, ante la naturaleza,
ante el mar, ante la mirada perdida en el horizonte… También nos llama a pararnos,
a no quedarnos en la superficie de las cosas
Es como sacar, con “sabiduría”, de
“un arca lo nuevo y lo antiguo…”, porque Jesús “todo lo ha hecho bien…” (Mc
7,31) y nosotros nos debemos dejar transformar por Él.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Lectura
del primer libro de los Reyes 3, 5. 7-12
En aquellos días, el Señor se
apareció en sueños a Salomón y le dijo:
- «Pídeme lo que quieras.»
Respondió Salomón:
- «Señor, Dios mío, tú has hecho
que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho
y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo
inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar
a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de
gobernar a este pueblo tan numeroso?»
Al Señor le agradó que Salomón
hubiera pedido aquello, y Dios le dijo:
- «Por haber pedido esto y no haber
pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que
pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy
un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después
de ti.»
Palabra
de Dios
Salmo
118, 57 y 72. 76-7'7. 127-128. 129-136
R. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Mi porción es el Señor;
he resuelto guardar tus palabras.
Más estimo yo los preceptos de tu
boca
que miles de monedas de oro y
plata. R.
Que tu bondad me consuele,
según la promesa hecha a tu siervo;
cuando me alcance tu compasión,
viviré,
y mis delicias serán tu voluntad.
R.
Yo amo tus mandatos
más que el oro purísimo;
por eso aprecio tus decretos
y detesto el camino de la mentira.
R.
Tus preceptos son admirables,
por eso los guarda mi alma;
la explicación de tus palabras
ilumina,
da inteligencia a los ignorantes.
R.
II
LECTURA
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 28-30
Hermanos:
Sabemos que a los que aman a Dios
todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio.
A los que había escogido, Dios los
predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos
hermanos.
A los que predestinó, los llamó; a
los que llamó, los justificó, a los que justificó, los, glorificó.
Palabra
de Dios
EVANGELIO
Ì
Lectura del santo evangelio según san Mateo 13, 44-52
En aquel tiempo, dijo Jesús a la
gente:
- «El reino de los cielos se parece
a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y,
lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece
también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor,
se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece
también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está
llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y
los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del
tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán
al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos le contestaron:
- «Sí.»
Él les dijo:
«Ya veis, un escriba que entiende
del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo
nuevo y lo antiguo.»
Palabra
del Señor
MEDITAMOS
LA PALABRA
Con
qué compararemos el Reino de Dios… (Mc 30)
Jesús utilizaba comparaciones
conforme al tipo de sociedad y la manera de ser de la gente que se le acercaba
para explicar el Reino, con quienes compartían momentos con él…: la naturaleza,
las labores del campo, las faenas del mar, los usos domésticos o los negocios
de la vida…
Hoy es “el tesoro escondido…”, “el
comerciante de perlas finas…”, “la red de pesca…” y al final “el buen padre de
familia…”
Jesús quiere destacar el valor del
Reino de los cielos, que es mayor que cualquier cosa que existe en el mundo, y
con la que nada se le puede comparar. Es un tesoro o perla tan rica que vale
más que todo… Aunque el verdadero tesoro del hombre, el que es capaz de dar
sentido a su vida, solo se encuentra en Dios, porque solo él sacia el ansia de
infinitud que toda persona siente… Cada uno somos un abismo y solo un abismo
más grande podrá saciarnos: “Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios
basta” dirá Teresa de Jesús.
El
tesoro más importante de la vida
Quien encuentra a Dios, encuentra
el tesoro más preciado de su vida, y a Dios solo le encontramos en Jesús y a
través de aquellos con los que Jesús se identificó. Jesús es el revelador del
Padre, y por él todos los hombres tienen acceso a Dios. Así se lo dice Jesús a
su apóstol Felipe: “quien me ve a mí ve al Padre…” (Jn 14,9). Necesitamos de
Cristo para ir al Padre, para conocer a Dios.
¿Dónde se encuentra hoy ese tesoro?
En los hermanos, en la humanidad doliente. Dios está escondido como un tesoro
en todos los hombres y mujeres de la tierra, en la persona que camina a nuestro
lado o se sienta junto a nosotros o comparte nuestra relación familiar, o
alienta nuestro trabajo o disfruta de nuestro espacio de ocio y descanso. Dios
se encuentra escondido en el que sufre o llora en el interior de su corazón, en
el emigrante que está sin saber dónde ir, en los desheredados de la fortuna, en
los marginados y hasta en los perseguidos por causa de su nombre.
Y quien ha descubierto a Dios así,
ha hallado un tesoro y es lo único que da sentido a la vida y en comparación
con todo lo de este mundo… es tenido en nada.
¿Tendremos que pedir al Señor
“capacidad para discernir el bien y el mal, para escuchar y gobernar…” (1 R
3,5ss), como Salomón? Eso nos podría ayudar a la hora de mirar al hermano.
La
alegría de los cristianos: sentir el evangelio como fuente de alegría
Cuando un cristiano ha encontrado
ese tesoro y está en disposición de dejarlo todo por él, todo se hace y vuelve
más ligero. Suelta lastre, el corazón deja de pesarle y vuela con determinación
y alegría. Está hasta en disposición de dejar todo por él. Se da cuenta de que
el Evangelio, el Reino de Dios, no es una pesada carga que impide vivir la vida
con espontaneidad, sino con amor y alegría, porque siempre nos invita a
compartir con los demás. Y empieza la verdadera misión de un cristiano: ayudar
a los demás a encontrar su perla, su tesoro escondido…
Al final del Evangelio de hoy, nos
encontramos con otra brevísima parábola, “la de la red barredera”, semejante a
la del trigo y la cizaña (Mt 13,24ss), con la referencia del juicio final entre
los buenos y malos. Pero hasta entonces, no lo olvidemos, todos tenemos la
oportunidad de optar por la salvación mediante la conversión.
Las apocalípticas palabras del
evangelio de hoy: “apartaos de mí…”, no las quisiéramos ver cumplidas en ningún
hombre de la tierra, porque Dios al final de la Creación dijo que “vio que todo
cuanto había hecho y estaba muy bien” (Gn 1,31), y en esa bondad misericordiosa
confiamos todos.
ESTUDIO
BÍBLICO
Iª
Lectura: 1Reyes(3, 5.7-12): Sólo se es grande por la sabiduría
I.1. Dicen los especialistas que
este c. 3 de 1º de los Reyes es un texto auténticamente
"deuteronomista" que refleja el pensamiento y la teología de esa
escuela que habría de encargarse de redactar y poner los fundamentos
"espirituales" de la historia pura y dura -y a veces perversa-,del
pueblo de Israel, de sus reyes y magistrados. Una escuela llena de sabiduría y
de carisma profético. Esta oración de Salomón en Gabaón, como un sueño, bien
puede ser el modelo teológico de la "reforma" que buscó dicha escuela
que se amparaba en el libro del Deuteronomio.
I.2. La petición del Salomón del v.
9 es verdaderamente estimulante: "un corazón que escuche" (leb
shomea), como escuchan los sabios a Dios, para hacer justicia al pueblo. Recién
elegido rey de Judá e Israel, los deuteronomistas han sabido plasmar en la
figura de Salomón lo que entonces necesitaba el pueblo y el reino. Después de
las guerras y batallas de David, era necesaria un "etapa de
sabiduría" para atender al pueblo mismo, a los pequeños, a los huérfanos y
a las viudas. Porque un verdadero rey tiene su poder en esta sabiduría, que
muchos reyes y magistrados han despreciado.
I.3. Un corazón que escuche, es
decir, sabio, para poder discernir entre lo malo y lo bueno. El sabio, sin
duda, es como el profeta que está abierto a la voz de Dios y a su voluntad. No
es profeta el que anuncia el futuro como un adivino que echa las cartas, sino
quien sabe escuchar la voz o los silencios de Dios para entregarlo todo después
a los hombres. La escuela de la sabiduría es, como muy bien lo expresa nuestro
texto, un "corazón escuchante", que quiere aprender a impartir
justicia y a conceder lo necesario a los que han sido desposeídos de casi todo.
IIª
Lectura: Romanos (8,28-30): El designio de salvación divino para el hombre
nuevo
II.1. El texto de la
"predestinación", como se conoce esta pequeña perícopa del c. 8 de la
carta a los Romanos se presta a muchas lecturas y de hecho así ha sucedido a lo
largo de la interpretación de esta carta paulina. Es un texto que parece estar
imbuido de un carácter bautismal para comentar el sentido de la elección que
Dios hace de aquellos que le aman. Quiere decir que probablemente se comentaba
algo así a los bautizados que habían optado por ser cristianos, es decir,
semejantes al Hijo, a Cristo.
II.2. Pero ¿verdaderamente estamos
predestinados unos y otros a la salvación o a la condenación? No olvidemos que
en el texto se está hablando única y exclusivamente del "designio" (próthesis)
de Dios; pero Dios no tiene para la humanidad más que un proyecto de salvación
que ha revelado en su Hijo Jesucristo. Porque Cristo no ha venido a otra cosa
que a salvar a los hombres. En el mismo texto esto se expresa magistralmente en
el sentido de que nos ha predestinado a "ser semejantes a la imagen de su
Hijo", que no es otra cosa que la "glorificación" (edóxasen).
Esto significa que Dios tiene sobre toda la humanidad el designio de lo que ha
realizado ya en su Hijo: la resurrección, la vida nueva, que se expresa
mediante ese término de la "glorificación".
II.3. El uso de la forma
verbal(proôrisein) indica que se trata del inalterable plan de salvación
trazado por Dios en favor de sus criaturas, gracias a la encarnación, muerte y
resurrección de Jesús nuestro Salvador. El destino o la suerte de cada uno o de
los nuestros (el fatum para los romanos; para los griegos están los vocablos
moira y eimarmene) no es lo que está contemplado aquí directamente, aunque no
podemos olvidar que para construir este hermoso capítulo, Pablo ha debido estar
en esa sintonía inculturada. Pero lo que nuestro texto expresa es el plan
salvador de Dios, en el que no quedan las cosas al azar, ni siquiera a un libre
albedrío barato. Lo que se quiere afirmar rotundamente es que Dios tiene un
designio de glorificación del que nadie podría apartarlo («nadie podrán
apartarnos del amor de Dios», dirá al final Rom 8,39).
Evangelio:
Mateo (13,44-52): El tesoro de la sabiduría del Reino
III.1. El texto evangélico de hoy
es el final del c.13 de Mateo, el capítulo de las parábolas por antonomasia, en
que una y otra vez se compara el "Reino de los cielos" con las cosas
de este mundo, de la tierra, del campo, de la cizaña. En este caso, nos hemos
de fijar en el tesoro del campo y la perla (vv. 44-46). Son como dos parábolas
en una, aunque pudieran ser independientes en su momento. Las dos parábolas,
tras una introducción idéntica, narran el descubrimiento de algo tan valioso que
los protagonistas (un hombre cualquiera y un comerciante) no dudan ni un
instante en vender todo lo que tienen para adquirirlo; lo hallado es tan
extraordinario que están dispuestos a desprenderse de cuanto poseen con tal de
apropiárselo. No todos los días tiene uno la suerte de descubrir un tesoro o
una perla de inmenso valor. Cualquier hombre sería feliz con un descubrimiento
semejante. Por eso, haría todo lo posible por obtenerlo, aunque para ello
tuviera que pagar un alto precio. En las dos parábolas, los bienes que poseen
los protagonistas del relato, pocos o muchos, son suficientes para que con su
totalidad puedan adquirir lo que han encontrado. En ambos casos, el acento
recae sobre el descubrimiento y sobre la decisión que toman los dos
protagonistas.
III.2. Efectivamente, la decisión
que toman parece desproporcionada o, al menos, arriesgada. Pero hemos de
considerar que tienen una seguridad en esa decisión que les lleva hasta ese
destino. ¿Es sabiduría o coraje (parresía)? Las dos cosas. Los elementos
secundarios de las narraciones -si entendemos que son dos-, no dejan de tener
sentido, aunque ya sabemos que en la interpretación de los parábolas no debemos
exagerar o alegorizar cada una de las cosas que aparecen. Bien es verdad que en
la primera hay un elemento sorpresa, porque es como el hombre que está en el
campo, muy probablemente contratado, y encuentra el tesoro por casualidad. En
el caso del mercader que recorre los bazares, sin duda, que siempre espera
encontrar algo extraordinario y por eso porfía.
III.3. Como en los dos casos la
comparación es con el “reino de los cielos” (bien en el caso del tesoro, bien
en el caso del mercader) entonces el sentido no puede ser otro que este: cuando
uno encuentra el Reino de Dios, bien porque ha tenido la suerte inesperada de
encontrarse un tesoro o bien porque lo iba buscando habiendo oído hablar de él,
entonces todo está en poner en marcha la sabiduría y el coraje de que uno es
capaz, los cinco sentidos, arriesgarlo todo, entregar todo lo que uno tiene, por
ello.
III.4. ¿Es que el reino de Dios es
un tesoro? Naturalmente que sí. Porque es el acontecimiento de un tiempo nuevo
de gracia y salvación, de felicidad y amor que Jesús ha predicado y que ha
convertido en causa de su vida y de su entrega. Por eso lo importante de estas
dos parábolas es la decisión que toman ambos protagonistas y más todavía la
alegría de esta decisión en el caso de tesoro en el campo (extraña que el
mercader de perlas no tenga esta reacción primera, aunque sea la misma
decisión). No he encontrado mejor conclusión que esta: «El Reino aparece así
como un don al alcance de todos, de los afortunados y de los inquietos, de los
que sin buscarlo se lo encuentran por casualidad y de los que lo descubren al
final de una búsqueda. Para responder adecuadamente a ese don, aceptándolo y
haciéndolo suyo, el ser humano ha de estar convencido de que el Reino es lo más
valioso que se le puede ofrecer y, en consecuencia, ha de estar dispuesto a
anteponerlo a cualquier otro bien» (cf. F. Camacho Acosta, Las parábolas del
tesoro y la perla, Isidorianum, 2002).
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