“Sigan mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo”
“Sigan
mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo”. Poco más hay que decir, después de esta
frase de Pablo. Es posible que hayamos iniciado alguna otra de estas
reflexiones de forma parecida. Pero es que creemos tanto en la fuerza de la
Palabra que, la mayor parte de las veces, es poco lo que se puede añadir. Aún
así, abordamos con gran ilusión esta tarea de la Predicación o, más bien, del
apoyo a ella, poniendo nuestras mentes y nuestros corazones en sus manos para
que sea, de verdad, el Espíritu, quien hable por nosotros.
Y de nuevo, con el convencimiento bien
instalado en nuestras vidas de que poco más que animar a “seguir el ejemplo” de
Cristo, de Pablo, y de muchas otras y otros después de ellos/as, podemos hacer.
Y seguir es eso: “ir después o detrás de alguien”, según reza el DRAE. “Pisar
por donde pone el pie”, que dijo, en otro contexto y de forma más bella el
poeta de Mieres.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
objetivo del aislamiento del leproso consistía en preservar de la enfermedad al
resto de la comunidad. Esta práctica significó una penosa situación para los
leprosos, considerados como impuros, es decir, no aptos para el culto a Dios e
indignos de participar en las cosas santas. Por eso, la curación de un leproso,
o sea, su purificación, estaba supeditada a los sacerdotes.
Lectura
del libro del Levítico 13, 1-2. 45-46
El Señor dijo a Moisés y a Aarón: Cuando
aparezca en la piel de una persona una hinchazón, una erupción o una mancha
lustrosa, que hacen previsible un caso de lepra, la persona será llevada al
sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los sacerdotes. La persona afectada de
lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la
boca e irá gritando: “¡Impuro, impuro!”. Será impuro mientras dure su afección.
Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.
Palabra de Dios.
Salmo
31, 1-2. 5. 11
R.
¡Me alegras con tu salvación, Señor!
¡Feliz el que ha sido absuelto de su
pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en
cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! R.
Pero yo reconocí mi pecado, no te
escondí mi culpa, pensando: “Confesaré mis faltas al Señor”. ¡Y tú perdonaste
mi culpa y mi pecado! R.
¡Alégrense en el Señor, regocíjense los
justos! ¡Canten jubilosos los rectos de corazón! R.
II
LECTURA
En
toda tarea podemos dar gloria a Dios. Toda acción puede ser testimonio de su
amor. Esto es lo que debe resaltar en nuestra vida, para no dar a nadie ocasión
de pecado y hacer crecer la Iglesia de Dios.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 10,
31—11, 1
Hermanos: Sea que ustedes coman, sea que
beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios. No sean
motivo de escándalo ni para los judíos ni para los paganos ni tampoco para la
Iglesia de Dios. Hagan como yo, que me esfuerzo por complacer a todos en todas
las cosas, no buscando mi interés personal, sino el del mayor número, para que
puedan salvarse. Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo.
Palabra de Dios.
ALELUYA
Lc 7, 16
Aleluya. Un gran profeta ha aparecido en
medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo. Aleluya.
EVANGELIO
El
leproso era como un muerto en vida: excluido de toda actividad social y sin
contacto. Jesús envía a este hombre a presentarse delante del sacerdote: con
esta acción quedaba restablecido para la vida pública. Jesús le devuelve no solo
la salud, sino la posibilidad de ser reconocido, de ser alguien dentro de su
sociedad. Porque Jesús no quiere la segregación ni la exclusión. Él vino a
inaugurar el Reino de Dios, un reino donde todos y cada uno tienen su lugar.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Marcos 1, 40-45
Se le acercó un leproso a Jesús para
pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes
purificarme”. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo
quiero, queda purificado”. En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: “No le digas nada a nadie, pero
ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que
ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio”. Sin embargo, apenas se fue,
empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que
Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía
quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
“Vivirá
solo y tendrá su morada fuera del campamento"
El seguimiento a veces, muchas, implica
afrontar vivencias y situaciones que nos resultan complicadas de entender y,
mucho más aún, de explicar. ¿Cómo explicar esta lectura del Levítico, y sobre
todo, la realidad a la que se refiere, a un no creyente, o incluso, a un
creyente de nuestros días? ¿Cómo va a querer Dios, ese Dios al que llamamos
compasivo y misericordioso, que un ser humano viva en los márgenes de todo por
padecer una simple enfermedad?
Efectivamente, los textos no son tan
simples, y es mejor abordarlos desde los contextos en los que fueron elaborados
y haciendo un esfuerzo por ponernos en el lugar de quienes los escribieron,
intentando conocer su comprensión del mundo y, sobre todo, quitando
responsabilidades adheridas al Padre-Madre Dios que, efectivamente, es
compasivo y misericordioso y muchas cosas más que nuestra mente es incapaz de
comprender y nuestra boca, poco experta para decir. Seguro que la explicación
bíblica de este mismo domingo, a cargo de fray Miguel
profundiza mucho más en esto, así que dejamos a los sabios que hablen.
La enfermedad en Israel era un castigo
divino fruto de un pecado anterior -del enfermo o de sus antepasados- y, al
mismo tiempo, causa de impureza para quienes le rodeaban. Por eso, las personas
aquejadas de lepra debían vivir alejadas de las demás. Aunque ahora no
podríamos entender que una situación así se produjera, no es tan extraña:
millones de personas están en las afueras, en los márgenes, en el extrarradio
de las ciudades, y hasta del mundo, por tener una piel diferente, por haber
llegado de un lugar distinto, amar o mostrarse de otra manera.
Así que no estaría mal que pudiéramos
traer a la memoria -la de la cabeza y la del corazón, si es que fueran
distintas- a esas personas que todavía en nuestro siglo XXI son enviadas a
vivir “fuera del campamento” porque no tienen, no saben o no son. Y si de la
memoria y del corazón, pasan a nuestras manos y a nuestros pies, es decir, si
nos movemos y hacemos algo por cambiar esas situaciones, pues tanto mejor.
“Cuando coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios”
Y así nos daremos cuenta de lo que Pablo
decía a sus queridos Corintios. No tendremos que hacer cosas muy
extraordinarias para agradarle. No será menester morir, hacer grandes
sacrificios o exponerse ante las multitudes... “Coman o beban o hagan cualquier otra cosa”, yendo y viniendo, trabajando y en casa; barriendo y
fregando, pintando, componiendo, escribiendo o cultivando la tierra, qué sé yo, lo importante es en nombre de quién lo hacemos. Y si
es en nombre del Dios de la Misericordia, del que nos anunció su Palabra
viviente entre nosotros/as, entonces, no nos queda más remedio que hacerlo
siguiendo sus pasos, poniendo nuestros zapatos en sus huellas e intentando
hacerlo como Él lo hizo. ¿Y eso, cómo fue?
“Sintiendo lástima, extendió la mano y
lo tocó, diciendo: "Quiero: queda limpio"
¿Pueden ver? Como ya anunciábamos al inicio,
los textos son tan elocuentes que nos queda poco que añadir. Pues “enseñando y
haciendo el bien”. Y poco más.
Solo un detalle más que nos ha llamado
la atención de los textos en torno a la diferencia entre “estar fuera” y “estar
dentro”. Dice el texto de Marcos que, después de curar al enfermo: “Jesús ya no
podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado”.
La curación del leproso, hacer el bien y curar a los enfermos, deja a Jesús en
la misma situación del leproso del Levítico. Se pone, o más bien lo ponen, en
la realidad del ser humano al que ha devuelto la salud y sobre todo, la
libertad.
Será esto mismo lo que en unas semanas,
cuando alcancemos la Pascua, veamos que le ocurre al final de sus días: el
ponerse del lado de las personas, especialmente de las que sufren, le acarrea
una cruz, un martirio y la muerte. Entonces estará “fuera” también. Pero ese
ponerse al servicio, esa entrega, ese dar la vida le harán estar
definitivamente dentro: del corazón del Padre, de su reinado, de nuestras
vidas. Y ahí es donde quiere estar.
ESTUDIO
BÍBLICO
Iª
Lectura: Lev 13,1-2.44-46: La lepra, entre higiene y maldición religiosa
I.1. El sentido de la primera lectura
(Lev 13) no puede ser otro que ponernos sobre la pista de una ley de pureza que
pretendía mantener a los hombres que padecían la enfermedad de la lepra fuera
del ámbito de lo sagrado y de la identidad más radical del pueblo de Dios, del
pueblo de la alianza. No se puede considerar que todo lo que la Biblia llama
lepra corresponda a la famosa y técnica "hanseniasis" (el mal de
Hansen). Es verdad que los Israelitas debían ser santos como su Dios era Santo,
mandato que se refería a ser limpios física y moralmente (Lev 11,46 y 20,26).
Las medidas higiénicas concernían a la convivencia social (Dt 23,15 y Lev
19,11-18); la construcción de sus ciudades y campamentos (Dt 23,9-14; Lev
11,1-33), basureros, dotación de agua, cuidado del cuerpo, así como de aspectos
laborales y del descanso (Dt 16,24.25)), y otros. Se practicó el aislamiento de
enfermos contagiosos (Lev 13) mediante la desinfección de ropa, objetos,
instrumentos y casas por medio de la fumigación, el lavado o la ignición (Lev
20,26; Lev 14,32- 47).
I.2. Sin embargo, la injusticia o lo
inhumano de una ley como ésta se explica, porque todo el mundo sabe que esta
enfermedad siempre ha sido una enfermedad de marginación, o como hoy diríamos,
tercermundista. Es verdad que siendo contagiosa podía afectar puntualmente a
otras personas. De hecho, en la Biblia tenemos el caso sintomático en Naamán el
sirio (2 Re 5,1-27), que quizás no era técnicamente lepra, al que se acerca el
profeta Eliseo para mostrar que para Dios no hay distinción, en lo que se
refiere a las miserias, entre los que pertenecen al pueblo de la Alianza y los
paganos. Es ahí donde debemos incidir a la hora de leer este relato de hoy que
ha de ser clave para la interpretación del evangelio.
IIª
Lectura: I0 Corintios (10,31-11,1): La fuerza de los débiles en la comunidad
II.1. La comunidad de Corinto era una
comunidad compleja, lo sabemos. Pablo tuvo que combatir en muchos frentes, ante
muchas situaciones: es el caso de los que eran fuertes, abiertos, capaces de
compartir su fe y su vida con no cristianos sin darle mayor importancia. Los
otros, los "débiles" no lo entendían o no lo querían entender. El
contexto de este texto en el que Pablo mismo se presenta como
"modelo" de inculturación pastoral es muy sugerente. Está enmarcado
en 1Cor 8,1-11,1 que ha dado pie a muchas opiniones, ya que trata de la postura
que han de mantener los cristianos en una ciudad pagana como Corinto, con sus
templos, sus dioses, sus sacrificios y otras cosas. Cómo tienen que vivir los
cristianos en esta situación, )"a lo corinto" o, por el contrario,
con un puritanismo rayano en el fundamentalismo del gueto?
II.2. El texto de hoy insiste
sobremanera en la actitud de Pablo de ser predicador del evangelio. Frente a su
mensaje liberador, no se entiende que los hombres estemos divididos y asustados
por preconcepciones y actitudes que reflejan las divisiones de la sociedad;
esas divisiones que consagra este mundo no pueden mantenerse frente al
evangelio. Pablo sabe que hay débiles en la comunidad, pero se extraña, y
mucho, que esos débiles, luego sean fuertes para las cosas que no merecen la
pena en lo que se refiere a lo religioso y a lo sagrado. La lectura más en
sintonía es que muchas veces nos escandalizamos de cosas que afectan a lo
sagrado, y nos mantenemos indiferentes frente a injusticias, envidias y frente
a los pobres.
Evangelio:
Marcos (1,40-45): Liberar a los marginados, praxis del Reino
III.1. Es el último episodio de la
"praxis" de la famosa jornada de Cafarnaún, antes de pasar a las
disputas (Mc 2,1-3,6). Quiere ser como el "no va más" de todo aquello
a lo que se atreve Jesús en su preocupación por los que sufren y están cargados
de dolor, de miseria y de rechazo por una causa o por otra. En cierta manera es
un milagro "exótico" por lo que implica de que, quien fuera curado de
una enfermedad como la lepra, tenía que presentarse al sacerdote para ser
"reintegrado" a la comunidad de la alianza. Los leprosos son
"muertos vivientes", privados de toda vida de familia, de trabajo y
de religión. El leproso cae de rodillas delante de Jesús (genypetéô). Es verdad
que nos encontramos ante un hecho taumatúrgico sin discusión, pero es mucho más
que eso. Incluso en razón de las exigencias de Lev 13-14, no basta con ser
curado, sino que este hombre debe ir al sacerdote, es decir, al templo para que
de nuevo recupere la identidad como miembro del pueblo elegido de Dios. Pero
Jesús, con su "acción", ya está haciendo posible todo ello; ha ido
más allá de lo que le permitía la ley; se ha acercado a la miseria humana, la
ha curado, pero sobre todo, la ha acogido.
III.2. El relato evangélico está
planteado, con mucho acierto, al final de la actividad de Jesús en esa jornada
de Carfarnaún que nos ha venido ocupando los últimos domingos. La narración
sigue un proceso liberador, en el que se ponen de manifiesto las actitudes de
los hombres y los pensamientos de Dios. Un leproso, como ya hemos dicho, estaba
excluido de la asamblea del pueblo de la alianza y debía presentarse al
sacerdote, en el templo, en Jerusalén, el centro del judaísmo y de las clases
poderosas. Aunque todo comenzara siendo una "ley de sanidad", como en
Israel todo se sacralizaba, se llegó a dogmatizar de tal manera, que quien
estaba afectado por ella, era un maldito, pasando a ser una "ley de
santidad". Ya hemos dicho que esta es una enfermedad de pobres y
marginados. Nadie, pues, se acercaba a ellos: su soledad, su angustia, sus
posibilidades )quién podía compartirlas? Es el momento de romper este círculo
infernal.
III.3. Jesús, que trae el evangelio, va
a enfrentar a los hombres de su tiempo con todo lo que significa marginar al
los pobres en nombre de Dios. Jesús se acerca a él, le toca (expresamente se
dice que extendió la mano y le tocó, lo que implicaría que desde ese instante
Jesús también quedaba bajo la ley sagrada de la contaminación); pero le cura y,
con una osadía inaudita, le envía al sacerdote (a los que representan lo
sagrado y el poder) para que sea un testimonio contra ellos y contra todo lo
que pueda ser sacralizar las leyes sin corazón. El evangelio es un escándalo y
pone de manifiesto eso de que los pobres nos evangelizan. Dios, pues, se hace
vulnerable. No encontramos, pues, ante la fuerza poderosa de un
"sistema" que debe ser vencido por la debilidad del evangelio. Lo
lógica del sistema que está detrás de esa ley de santidad-sanidad, es la de
autoconservación, hasta el punto de ser inexorable. Con esas realidades se
encuentra Jesús en su vida y tiene que hacer opciones como las que aquí se
muestran. La fuerza del Jesús taumaturgo, o médico, pasa a un segundo plano
frente a su opción por los que viven día a día la miseria a que son reducidos
todo los desgraciados.
III.4. En este relato de Marcos no es
menos sugerente el mandato de Jesús de que no diga nada a nadie y el poco caso
que hace de ello el "leproso" curado. El "secreto a voces"
lleva la intencionalidad de este evangelista, porque pretende poner de
manifiesto que más importante que la aceptación por parte del sacerdote de su
curación, es proclamar (se usa, incluso, el verbo kêrýssein, que es propio del
anuncio del evangelio en el cristianismo primitivo) que ha sido Jesús, el
profeta de Galilea, quien le ha llenado el alma y el corazón de gratitud y de
acción de gracias a Dios. La ley, aquí, frente al evangelio, también queda mal
parada y, en cierta forma, anulada. Y si queremos, podemos ver que el
"leproso" curado, ni siquiera va al templo, al sacerdote (el texto,
desde luego, no lo explicita y yo opino que intencionadamente); no le hace
falta, porque el evangelio que Jesús trae en su manos es más que esa religión
que antes lo ha marginado hasta el extremo. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).
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