domingo, 7 de junio de 2015

CORPUS CHRISTI 2015


Haced esto en conmemoración mía
  
Este día ni exaltamos un rito, ni nos podemos quedar con unos signos. Exaltamos sobre todo la vida de Jesús, que celebramos con los signos del pan y del vino con unas significaciones muy profundas. Cuentan que Leonardo da Vinci, cuando pintó el cuadro de la última cena, quiso que el centro de todas las miradas fuera Jesús, pero pintó un cáliz precioso encima de la mesa, que llamaba tanto la atención que atraía la vista de los visitantes. Cuando se enteró él, dio un brochazo de pintura sobre el cáliz y lo hizo desaparecer. En la celebración de la Eucaristía el foco tiene que estar en lo sustancial, que es Jesús.
¿Dónde quieres que te preparemos la Pascua?, le preguntaron los discípulos a Jesús. Pensaban en la pascua judía, en el rito de la conmemoración de la liberación de la esclavitud de Egipto, pero Jesús les dice: seguid al hombre del cántaro….. Se trataba de la celebración de una pascua distinta, algo importante iba a suceder en su vida. Un hombre con un cántaro, indicaba el lugar de la celebración. La samaritana, cuando le dio Jesús de beber, encontró el verdadero amor, dejó el cántaro, ya no tendría necesidad de utilizarlo, no le iba a hacer falta y corrió al pueblo a anunciarlo, (Jn 4, 28). A la Eucaristía acudimos con nuestros cántaros, pero mejor dejarlos para que no nos impidan correr para anunciar lo que se nos da. Quizás, hoy, debiéramos pensar nosotros en las rutinas de nuestras viejas eucaristías, pensadas y preparadas para cumplir. ¿Podemos seguir celebrando la Eucaristía, solo para proteger el rito actual y quedarnos tranquilos? Cuando Jesús nos manda: Haced esto en conmemoración mía, … ¿es lo que nosotros celebramos: su memoria salvadora en nuestra vida? ¿Nuestras eucaristías son alimento atractivo, que nos da fuerza y valentía para servir al proyecto del reino del Padre?

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

 “Dios no nos obliga a nada, nos enseña como un padre enseña a sus hijos, nos sugiere que cumplamos sus enseñanzas, dado que al hacerlo nos irá muy bien, dado que todo lo que él hace es para nuestro bien. No necesitamos que nos obliguen, necesitamos aprender a cumplir para nuestro bienestar, para el bien de nuestros semejantes como así también para la sociedad en la cual vivimos” (Rabbi Arieh Sztokman, http://www.youblisher.com/p/336788-Primeras-Palabras-Junio-2012).

Lectura del libro del Éxodo 24, 3-8

En aquellos días Moisés fue a comunicar al pueblo todas las palabras y prescripciones del Señor, y el pueblo respondió a una sola voz: “Estamos decididos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el Señor”. Moisés consignó por escrito las palabras del Señor, y a la mañana siguiente, bien temprano, levantó un altar al pie de la montaña y erigió doce piedras en representación de las doce tribus de Israel. Después designó a un grupo de jóvenes israelitas, y ellos ofrecieron holocaustos e inmolaron terneros al Señor, en sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en unos recipientes, y derramó la otra mitad sobre el altar. Luego tomó el documento de la alianza y lo leyó delante del pueblo, el cual exclamó: ”Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho”. Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: “Ésta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas”.
Palabra de Dios 
Salmo 115, 12-13. 15-18

R. Alzaré la copa de la salvación e invocaré el Nombre del Señor.

¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el Nombre del Señor. R.

¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: Por eso rompiste mis cadenas. R.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el Nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo. R.

II LECTURA

El autor de este escrito nos muestra la novedad de la alianza en Cristo: Su sangre, como entrega voluntaria y amorosa, es la que en verdad nos salva. Esto nos incluye en el proyecto de salvación que Dios tiene para toda la humanidad.

Lectura de la carta a los Hebreos 9, 11-15

Hermanos: Cristo, a diferencia de los sacerdotes del culto antiguo, ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes futuros. Él, a través de una Morada más excelente y perfecta que la antigua -no construida por manos humanas, es decir, no de este mundo creado-, entró de una vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna. Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por obra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente! Por eso, Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres, a fin de que, habiendo muerto para redención de los pecados cometidos en la primera Alianza, los que son llamados reciban la herencia eterna que ha sido prometida.
Palabra de Dios.
 SECUENCIA

(Esta secuencia es optativa. Si se la canta o recita, puede decirse íntegra o en forma breve desde: * “Este es el pan de los ángeles”.)

Glorifica, Sión, a tu Salvador, aclama con himnos y cantos a tu Jefe y tu Pastor.
Glorifícalo cuanto puedas, porque él está sobre todo elogio y nunca lo glorificarás bastante.
El motivo de alabanza que hoy se nos propone es el pan que da la vida.
El mismo pan que en la Cena Cristo entregó a los Doce, congregados como hermanos.
Alabemos ese pan con entusiasmo, alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente.
Porque hoy celebramos el día en que se renueva la institución de este sagrado banquete.
En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua de la nueva alianza pone fin a la Pascua antigua.
El nuevo rito sustituye al viejo, las sombras se disipan ante la verdad, la luz ahuyenta las tinieblas.
Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que se repitiera en memoria de su amor.
Instruidos con su enseñanza, consagramos el pan y el vino para el sacrificio de la salvación.
Es verdad de fe para los cristianos que el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo.
Lo que no comprendes y no ves es atestiguado por la fe, por encima del orden natural.
Bajo la forma del pan y del vino, que son signos solamente, se ocultan preciosas realidades.
Su carne es comida, y su sangre, bebida, pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero.
Se lo recibe íntegramente, sin que nadie pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo.
Lo recibe uno, lo reciben mil, tanto éstos como aquél, sin que nadie pueda consumirlo.
Es vida para unos y muerte para otros. Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado.
Es muerte para los pecadores y vida para los justos; mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios.
Cuando se parte la hostia, no vaciles: Recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero.
La realidad permanece intacta, sólo se parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida.


* Este es el pan de los ángeles, convertido en alimento de los hombres peregrinos: Es el verdadero pan de los hijos, que no debe tirarse a los perros.

Varios signos lo anunciaron: El sacrificio de Isaac, la inmolación del Cordero pascual y el maná que comieron nuestros padres.

Jesús, buen Pastor, pan verdadero, ten piedad de nosotros: Apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes eternos en la tierra de los vivientes.

Tú, que lo sabes y lo puedes todo, tú, que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en tus coherederos y amigos, junto con todos los santos.


ALELUYA        Jn 6, 51

Aleluya. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

 “Cuando el sacerdote levanta la hostia y dice: ‘Este es el sacramento de nuestra fe’, ustedes responden porque así lo sienten: ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección’. Esta es la Eucaristía anuncio de la muerte del Señor, proclamación de su vida eterna, optimismo de unos hombres y de unas mujeres que saben que están siguiendo –aun en medio de la obscuridad y de la confusión de nuestra historia– la luz luminosa de Cristo” (Mons. O. Romero, homilía sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo: “La Eucaristía, principio y signo del Reino de Dios entre los hombres”, 17/6/1979).

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 12-16. 22-25

El primer día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?”. Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?”. Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario”. Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen, esto es mi Cuerpo”. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: “Ésta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Han pasado muchos años y en la historia de la Eucaristía se han ido motivando y descuidando aspectos, por eso los cristianos necesitamos recordarnos los rasgos esenciales como la primera comunidad cristianas vivía esta última cena de Jesús. Se ha destacado demasiado el aspecto sacrificial de la Eucaristía y debiéramos destacar también el aspecto de comunión fraterna, para que no sea una burla cuando participamos todos, satisfechos y necesitados, aprovechados y marginados, sin que la celebración parezca que cuestione a nadie. Si falta fraternidad sobra la Eucaristía. Para que la celebración no nos alimente el egoísmo se debe tender antes a la fraternidad vivida, a resolver injusticias, a perdonar.
La comunidad primera tenían muy claro que la celebración de la cena del Señor era un encuentro con Jesús vivo que les daba fuerza para conocerle mejor, seguirle, vivirle en la comunidad y en el mundo. Ellos no se sentían solos, ni nadie les podía quitar su comunión con Jesús, ni siquiera su muerte; no sentían el vacío de Jesús, sino que le tenían presente de otra manera: la celebración alimentaba su fe, gustando el pan de la Palabra y comiéndole, porque les ayudaba a seguir identificados con él y a vivir como él vivía.

Para ellos era una pascua preparada, pero no de sus elementos externos, ritos y sus componentes, sino de las implicaciones que iba a acarrearles. Se trataba y trata de la celebración de la vida de Jesús entregada libremente, regalada por amor, sin limitaciones desde su encarnación hasta su muerte. Una vida entregada que implica sangre derramada que no se recupera, pero que lo hace Jesús por amor total y asimétrico por nosotros (que no está en proporción con lo que nosotros le amemos a él), que el Padre resucita.
Esta vida entregada, tan propia de la espiritualidad de la pascua se nos entrega como pan del cielo, para que comiéndolo, asimilemos la vida de Jesús, si queremos vivir de verdad. Como el pan que comemos nos viene de fuera y dependemos de él, así hay que introducir la vida de Jesús dentro de nosotros y si no la comemos, venida del cielo, no podemos vivir. Cuando estamos sentados a la mesa, comiendo juntos varias veces al día, debiéramos pensar que todos necesitamos alimentarnos de algo que nos viene regalado, si no morimos y, también, caer en la cuenta que no somos más que nadie, ni superiores a los demás, pues dependemos todos de lo que se nos regala desde fuera.
Vida entregada que es expresión de la vida de Jesús, solidario con todos los hombres, que nos debe hacer solidarios a nosotros. Nos habla a los que solo sabemos comprar, de compartir lo que tenemos. Nos habla de humanidad, de abrirnos a los que tienen hambre solidariamente y a no tener más que lo justo y no acaparar más.
Era impensable no llevar nada a la Eucaristía para compartir, teniendo de sobra, suprimir la parte de la ofrenda era olvidar al pobre. Jesús no puede bendecir nuestra mesa si guardamos nuestros panes y peces para nosotros o es que ¿acaso basta hacer una oración general por todas las necesidades del mundo sin más o echar la calderilla al cestillo de la colecta?
Les empujaba a una vida solidaria y compasiva, vida de pasión por vivir lo humano, por ayudar a los más desfavorecidos y vulnerables. No valía con que les diera lástima o pena, sino que tenían actuar la compasión y mojarse con los sufren. Solidaridad con los males e injusticias que causa nuestro mundo. No basta que nos conmuevan las catástrofes, las desgracias naturales, sino que también lo hagan: el paro, la violencia de cualquier tipo, las injusticias, …. Solidaridad como verdadera caridad, que implica más que dar limosna, dar la cara, aunque te la partan como a Jesús.
Les quitaba, no solo el afán de posesión, sino también todo rastro de exclusión. Entendían que lo que hizo Jesús fue trabajar por la unidad, por la comunión y llamar y sentarse con los más excluidos por cualquier motivo: desde su pecado hasta su condición social fuera la que fuera. La cena del Señor, les recordaba la causa de Jesús.
La cena del Señor les ponía ante la realidad de nuestro Dios. Es encarnado, tiene un cuerpo, es visible se le puede tocar y comer, se relaciona, entra en nosotros por los sentidos y por eso si quiero ser mejor, debo comer y beber del cáliz, no basta hacer más sacrificios, ni ascesis; si comulgo con Jesús, tengo que compartir mi pan, ni vida, mis posesiones, …. con los demás.
Resaltaban también el sentido evangelizador de la Eucaristía. Nosotros que compartimos la persona de Jesús y la celebramos escuchando su Palabra, somos invitados a generar una conciencia viva misionera. No celebramos como meros espectadores para alimentarnos solo nosotros, sino para compartir el alimento que recibimos con los demás, los alejados, los cercanos, quien sean.


ESTUDIO BÍBLICO

Primera lectura: Exodo 24,3-8

Marco: Este fragmento pertenece a una amplia unidad que tiene como tema general la Alianza del Sinaí establecida entre Dios y el pueblo peregrino por el desierto (19-40). Y en un contexto más estricto: ratificación de la Alianza (24,1-18).
Reflexiones:
1ª) ¡Oferta de Dios y respuesta del pueblo!
Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: Haremos todo lo que dice el Señor. Lo esencial de la alianza no es el rito de sangre que la ratifica, sino expresión de la voluntad salvadora de Dios y su oferta gratuita comprometiéndose como soberano a proteger y defender a su pueblo que es su vasallo y la respuesta de este pueblo que acepta libremente su oferta. La alianza busca una comunicación personal y dirigida por una elección y una respuesta libre, fiel y coherente en la realización de sus cláusulas. El centro de la alianza es el reconocimiento de la soberanía de Dios, de su gratuidad, de su amor por su pueblo y la contrapartida que el pueblo debe realizar: aceptar la oferta, agradecerla y poner manos a la obra. Todos los ritos que la acompañan tienen como finalidad visualizar este compromiso por ambas partes. Recuérdese el rito de la alianza con Abraham (Gn 15).
2ª) ¡Las palabras de la alianza autentificadas por un sacrificio de comunión!
Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor... Mandó ofrecer al Señor un sacrificio de comunión. La palabra de Dios es expresión de su voluntad salvadora y la ha comunicado a los hombres para establecer con ellos un diálogo vivo y salvador. Este encuentro en las palabras de Dios que son expresión humana de la única Palabra que tiene (el Logos), misteriosamente establece lazos vivos de comunión y comunicación. El encuentro con la Palabra establece un lazo de comunión con Dios muy profundo. Y esta comunión por la Palabra queda visualizada y ratificada por el sacrificio de comunión. Pero este sería vacío sin aquella comunión personal. Ambos elementos garantizan la comunión de Dios con el hombre y del hombre con su Dios. Y es una comunión vital. Recuérdese el sentido que en el Oriente se da a un banquete: quienes participan juntos en un mismo banquete se hermanan porque ese alimento se convierte en sangre en todos ellos y, por tanto, de alguna manera se establece un lazo indeleble, pues la sangre es el lazo que les une a todos.
3ª) ¿Alianza y comunión!
Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre estos mandamientos. La alianza que establece Dios con el hombre no es de igual a igual sino de superior a inferior (porque no podía ser de otro modo). Es una alianza que conlleva el compromiso del superior para defender y proteger al inferior y este, por su parte, se compromete a obedecer, respetarle y no traicionar la alianza de vasallaje. La alianza eleva al inferior a la categoría de "amigo" del superior que le concede ese privilegio. El resultado es una oferta de amistad y de comunión lo más cercana y profunda que se pueda dar. Es una oferta gratuita y ha de ser garantizada por ambas partes. Dios da su palabra y la cumple; por su parte el hombre ha de hacer lo propio. Y el sello de ese profundo compromiso se visualiza en la sangre. En la sangre está la vida. Son vidas lo que se comprometen en la alianza y, en consecuencia, una comunión vital y no pasajera. Los mandamientos son la respuesta concreta a este compromiso.
Segunda lectura: Hebreos 9,11-15.
Marco: La Carta a los hebreos es un aliento a los perseguidos a causa de su fe en Cristo: acosados por la confiscación de sus bienes, la marginación y la persecución. El fragmento que hoy se proclama recuerda, como telón de fondo, la fiesta judía de la Expiación en la que el Sumo Sacerdote entra, con la sangre de los sacrificios, en el Santísimo del templo donde se encuentra el arca de la alianza. Todo el complejo ritual se encuentra en Lv 16,1-34; Nm 29,7-11.
Reflexiones:
1ª) ¡Su templo es más grande y más perfecto!
Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su templo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre. La interpretación del templo que realiza el autor de la carta a los Hebreos es totalmente nueva porque se fundamenta en la obra realizada por Jesús. Estas palabras se iluminan con aquellas otras que encontramos en el evangelio de Juan a propósito de la expulsión de los vendedores del templo: Destruid este templo, y en tres días yo lo levantaré de nuevo... El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo. Por eso cuando resucitó, los discípulos recordaron lo que había dicho aquel día, y creyeron en la Escritura y en las palabras que él había pronunciado (Jn 2,19-22). Los judíos entienden el templo como el lugar de encuentro del pueblo con su Dios y donde se consume el sacrificio de comunión durante el cual los participantes tienen conciencia de que Dios se hace presente para entrar en comunión con ellos. Jesús Resucitado (Viviente) es el nuevo templo (el verdadero templo) en el que se hará plena la comunión y el encuentro de Dios con los hombres. Y es un encuentro personal, real y vivo. En el sacramento del Pan encontramos al Jesús Viviente que proporciona la más plena comunión personal.

2ª) ¡Nos ha conseguido la liberación eterna!
Ha entrado en el santuario con su propia sangre una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. El Acontecimiento pascual de Jesús se realizó de una vez para siempre. Jesús, en la cruz, derriba todos los muros de separación creando un hombre nuevo. Esta reconciliación se realiza de una vez para siempre, pero se perpetúa en el santuario donde mora: en el cielo como Mediador ante el Padre y en el Pan como presencia inalterable. Ahí nos espera el amigo y confidente. Así nos lo dijo él mismo en la Ultima Cena: Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. En adelante ya no os llamaré siervos, porque el siervo no está al tanto de los secretos de su amo. A vosotros os llamo desde ahora amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre (Jn 15,14-15). Sigue ofreciendo al creyente su amistad que se manifiesta en la comunicación de su intimidad. Recordemos ahora lo que significaba en los palacios del antiguo oriente el grupo de los amigos del rey a diferencia de la masa de sus servidores: tienen acceso a todos sus secretos, están en su presencia, comen con él y mantienen un trato de confianza. Son los privilegiados del rey que participan libremente de su amistad. Hoy como ayer, esta oferta de Jesús a sus discípulos sigue vigente y viva. Así lo ha experimentado muchos hombres y mujeres a lo largo de los siglos.
3ª) ¡Jesús, el Mediador, nos lleva al verdadero culto de Dios!
La sangre de Cristo, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios y nos podrá purificar y llevarnos al culto de Dios vivo. Por eso él es Mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna. La presencia de Jesús en el sacramento del Pan y del Vino son las "arras" (como el Espíritu) de la seguridad de nuestra esperanza. La participación en el Pan establece una corriente vital entre Jesús y los suyos; una comunión de personas y de destino. Nos había dicho Jesús mismo en el discurso sobre el Pan Viviente: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él (Jn 6,54-56). Comulgar en la misma vida es participar en el mismo destino: la resurrección y la vida. La Eucaristía es el alimento de los peregrinos en la tierra alentados por la esperanza que urge el compromiso de solidaridad real con todos (de verdad y con obras, como nos recuerda la 1Jn). Los que participan de un mismo Pan inmortal son empujados, suave pero firmemente, a compartir los bienes visibles y perecederos. Esto es un signo y una consecuencia de la comunión en la misma vida. La Eucaristía alimenta y da certezas al hombre en su esperanza personal y comunitaria. A todos nos espera el mismo destino en comunión: la resurrección.

Evangelio: San Marcos 14,12-16.22-26.
Marco: Narración de la preparación de la Pascua y la institución de la Eucaristía. El evangelista cuenta con que sus lectores lo conocen. En el marco de la Pascua celebra Jesús la Cena y la transforma al hacerla "memorial" (sacramento actualizante) de la obra central de su vida: Muerte y Resurrección-Exaltación.
Reflexiones:
1ª) ¡La Pascua es un banquete festivo que celebra la libertad de un pueblo!
¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?... Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad y prepararon la cena de Pascua. Sabemos que la Pascua celebra la liberación de un pueblo en su totalidad. El banquete pascual establecía una misteriosa comunión de todo el pueblo entre sí y de todo el pueblo con su Dios que le liberó de Egipto. Observemos que la liturgia insiste una y otra vez en la realidad del banquete de comunión que expresa, crea y dinamiza la solidaridad de vida y de destino de todo el pueblo. Este marco pascual nos invita a profundizar en este sentido especial de la Eucaristía. Si en todos los banquetes de comunión celebrados en el templo el participante en el culto tiene conciencia de la presencia cercana de su Dios, con mucha más intensidad vive la experiencia de esta cercanía en el banquete de los banquetes sagrados que era la Pascua. Jesús eligió sabiamente este marco para entregarnos el Pan y el Vino de la nueva y eterna Pascua. En adelante en la celebración de su Pascua promete una presencia del todo singular. El "recuerdo actualizante" de todo lo que es y nos dio proporcionará la ocasión de reavivar la seguridad de su presencia y la urgencia de vivir en solidaridad.
2ª) ¡Este pan soy yo mismo!
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Marcos nos ha transmitido la fórmula más primitiva de la institución de la Eucaristía. Debemos leer las palabras de Jesús en su lengua materna (el arameo) porque expresan más profundamente la realidad que allí se estaba ofreciendo a los hombres. Jesús dijo en realidad: esto que ahora tengo entre mis manos en adelante seré yo mismo en totalidad. Yo mismo transformado o presencializado en el Pan. No es una parte de su ser lo que se nos entrega sino la totalidad del ser humano y divino de Jesús. Esta es la única explicación adecuada habida cuenta del sentido de los términos utilizados por el Maestro. En adelante cuando los creyentes celebren su "memoria" en el sacramento habrán de participar en la gozosa experiencia de encontrarse personalmente con Él. La teología reflexionará profundamente sobre cómo entender estas palabras de Jesús. El resultado es que ahí, en el Pan, está todo Jesús donándose en comunión de vida para todos. Más todavía: el significado primero de estas palabras en Marcos expresan intensa-mente el sentido de comunión y reunión. Unas palabras que leemos en la Didajé explicarían adecuadamente este pensamiento: "como este fragmento estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino" (IX,4).

3ª) ¡Esta es mi sangre de la nueva alianza!
Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Si la alianza que se estableció en el tiempo de las figuras expresaba ya una profunda comunión entre los pactantes de la misma y la sangre era el signo visible de esta alianza, cuanto más la nueva alianza sellada con una Sangre mejor y de más valor como es la de Jesús mismo. El sello es tan indeleble como lo es la donación de Jesús por la humanidad. La participación en su Pan y en su Vino (Sangre) crea entre los participantes una seguridad indestructible en su comunión como nuevo pueblo de Dios. Ningún creyente (adecuadamente dispuesto) queda excluido de esta participación. La participación en la misma Sangre nos hermana a todos, nos iguala y debería romper todo tipo de barreras económi-cas, sociales o culturales. Ya Jesús, en su vida terrena, había practicado lo que hoy se llama la "comensalía abierta", es decir, que comían con él todo tipo de gentes: pecadores, personas marginadas (que eran muchas en su tiempo) y personas de bien como eran sus amigos. Una mesa grande y abierta. Y esta práctica la urge ahora en nuestro mundo. Es necesario encontrar en la participación eucarística la apertura a todos, la solidaridad comprometida.
4ª) ¡Celebradlo en memoria mía hasta que vuelva!
Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios. La Eucaristía es el banquete que se celebra entre el ya y el todavía no de la salvación definitiva. Jesús quiere que celebremos la Eucaristía anunciando su Muerte y proclamando su Resurrección hasta que vuelva. Quiere que en la celebración eucarística hagamos realidad la experiencia de su promesa al despedirse de nosotros: Sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Eso significan las palabras "hacedlo en mi memoria". Celebrar la memoria de Jesús no es un recuerdo neutro, sino una presencia que urge a caminar. Este es el quehacer de la Iglesia en este "ínterim" entre su primera y su segunda venida. Y este es el testimonio ante el mundo al que evangeliza: un testimonio de esperanza firme, de comunión auténtica, de solidaridad gozosa y generosa. Los que participamos de un mismo Pan y de un mismo destino debemos ser un signo creíble para nuestro mundo tan dividido por intereses complejos y poco solidarios. (Fr. Gerardo Sánchez Mielgo O. P.)





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