¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le
obedecen?
¿Quién es éste que hasta el viento y el
mar le obedecen? El Evangelio de hoy (Mc 4, 35-41) nos recuerda el milagro de
la tempestad calmada. No sabemos si Jesús estaba o parecía dormido; lo cierto era
el miedo de los discípulos en medio de la tormenta. Con gusto se proclama este
evangelio en las circunstancias actuales del mundo y de la Iglesia, pues las
olas están embravecidas, y parece que Jesús está ausente o dormido, mientras
nosotros estamos en medio del peligro y alguno pudiera pensar que ya no hay
remedio. Con todo, no nos perdamos en medio del oleaje en el que nos debatimos,
olvidando que el verdadero problema que aparece en toda la escena es la poca fe
de los discípulos y la solución auténtica es poder exclamar: ¿Quién es éste que
hasta el viento y el mar le obedecen? Es tiempo de ejercitar nuestra fe en
Jesucristo, pues sabemos que Él puede, también hoy, calmar la tempestad y
nosotros volver a gozar de paz.
La segunda lectura (2 Co 5, 14-17) nos
da la posibilidad de ser y vivir en Cristo, algo más atrayente que el mero
cumplimiento de los mandamientos; ésta es la prueba luminosa del amor de
Cristo, que ha muerto por todos nosotros, de modo que muertos con Cristo al
pecado, vivamos ya, no para nosotros, sino para quien ha muerto y resucitado
por todos. Al ser nuevas criaturas en Cristo podemos hacer un acto de fe y de
amor también en nuestro tiempo, que es el que nos corresponde vivir, y es el
tiempo que Dios nos ha dado para salvarnos. No olvidemos que la fe no se vive
con ideas sino con la propia vida. Un gran peligro en las últimas cinco décadas
es que algunos parecen conformarse, al parecer, con palabras en la vida de la
Iglesia; pero estos acostumbran siempre a tener una doble vida.
La primera lectura (Job 38, 1. 8-11) nos
presenta en medio del mar, símbolo de la potencia del mal, la omnipotencia
divina manifestada en la creación, que fundamenta nuestra confianza en la
inmensa bondad omnipotente de Dios, no obstante lo que ven nuestros ojos y
llena de preocupación a nuestros corazones. La esperanza emerge siempre en la
vida del cristiano, pues el Señor es la fuerza de su pueblo y Cristo es el
refugio de nuestra salvación.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Dios
se manifiesta como Señor de la naturaleza. Los grandes fenómenos, que la
ciencia investiga sin cesar, siguen encerrando en el fondo un misterio. Allí
hay algo que los seres humanos no podemos dominar porque es un área que sólo
domina Dios.
Lectura
del libro de Job 38, 1. 8-11
El Señor habló a Job desde la tempestad,
diciendo: ¿Quién encerró con dos puertas al mar, cuando él salía a borbotones
del vientre materno, cuando le puse una nube por vestido y por pañales, densos
nubarrones? Yo tracé un límite alrededor de él, le puse cerrojos y puertas, y
le dije: “Llegarás hasta aquí y no pasarás; aquí se quebrará la soberbia de tus
olas”.
Palabra de Dios.
Salmo
106, 23-26. 28-31
R.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
Los que viajaron en barco por el mar,
para traficar por las aguas inmensas, contemplaron las obras del Señor, sus
maravillas en el océano profundo. R.
Con su palabra desató un vendaval, que
encrespaba las olas del océano: ellos subían hasta el cielo, bajaban al abismo,
se sentían desfallecer por el mareo. R.
Pero en la angustia invocaron al Señor,
y él los libró de sus tribulaciones: cambió el huracán en una brisa suave y se
aplacaron las olas del mar. R.
Entonces se alegraron de aquella calma,
y el Señor los condujo al puerto deseado. Den gracias al Señor por su
misericordia y por sus maravillas en favor de los hombres. R.
II
LECTURA
Cristo
nos renueva constantemente. De su plenitud de Resucitado, nosotros recibimos la
energía que nos impulsa en el camino. La renovación es conversión, que nos hace
dejar atrás el pecado y la maldad, y nos acerca cada vez más a la vida que el
Padre quiere regalarnos.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 5, 14-17
Hermanos: El amor de Cristo nos apremia,
al considerar que si uno solo murió por todos, entonces todos han muerto. Y él
murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino
para Aquél que murió y resucitó por ellos. Por eso nosotros, de ahora en
adelante, ya no conocemos a nadie con criterios puramente humanos; y si
conocimos a Cristo de esa manera, ya no lo conocemos más así. El que vive en
Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha
hecho presente.
Palabra de Dios.
ALELUYA Lc 7, 16
Aleluya. Un gran profeta ha aparecido en
medio de nosotros y Dios ha visitado a su pueblo. Aleluya.
EVANGELIO
Si
Jesús podía calmar el viento y el mar, entonces tendría atributos de Dios... Este
es el descubrimiento que los discípulos de Jesús fueron haciendo poco a poco.
En la persona humana y terrenal de Jesús, Dios mismo se ha ido revelando. Ese
señorío sobre las fuerzas de la naturaleza es también señorío y autoridad sobre
nuestra vida. Dejémonos interpelar por sus enseñanzas y caminar sobre sus
huellas.
+ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 35-41
Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus
discípulos: “Crucemos a la otra orilla”. Ellos, dejando a la multitud, lo
llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se
iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo
despertaron y le dijeron: “¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?”.
Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El
viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: “¿Por qué tienen
miedo? ¿Cómo no tienen fe?”. Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a
otros: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS.
Considerando la situación en la que se
encuentran hoy tantos hombres, pudiéramos pensar que Jesús está dormido, pero
somos nosotros los que estamos un poco adormilados. El problema de la Iglesia
es la falta de discernimiento, perder tiempo y fuerzas en hacer lo que no
produce frutos de vida eterna. Hoy se hacen muchas cosas en la Iglesia, en las
parroquias, en las comunidades, pero los frutos parece que no son muchos.
Actuamos mucho nosotros y dejamos poco a actuar al Espíritu Santo; la
secularización paraliza a la Iglesia y la hace infecunda. Es evidente que las
vocaciones son muy pocas, y es un punto muy sensible de la vida de la Iglesia.
Y entre los que hay algunos están cansados y otros han perdido el entusiasmo.
Es necesario preguntarnos qué es lo que hemos hecho mal y no perder más el
tiempo en lo que no edifica la Iglesia. Sin embargo, sin humildad no es fácil
hacerse tal pregunta y sin fe no se puede volver a mirar de verdad a Cristo.
La Iglesia concreta vive en la historia,
vive en el mundo y, por tanto, en medio de este combate tremendo entre el bien
y el mal, entre los siervos de Dios y los siervos de Satanás. Y es preciso
entrar en este combate en contra del mal; pero mirando con más atención, vemos
que los siervos de Satanás son víctimas, llamadas también a la salvación. Por
eso, nuestra lucha no es contra los malos, sino en contra del mal, del pecado,
que es el único mal verdadero del cristiano. Con todo, hoy día es difícil para
algunos individuar el mal y da la impresión que algunos piensan que todo el
monte es orégano y así van las cosas, pues no es conveniente dialogar con el
diablo. Necesitamos, pues, individuar con urgencia las causas del mal, de
manera que podamos oponernos al mal, llamando a todos a la conversión. El
discernimiento es uno de los dones más escasos en las últimas cinco décadas.
La Iglesia sigue remando en medio de la
constante tempestad de este mundo y está obligada a discernir entre las
tentaciones del mundo y los consuelos de Dios. Tenemos que abrir bien los ojos
y darnos cuenta qué es lo que realmente estamos buscando nosotros en nuestra
vida, a saber, estamos cayendo en las tentaciones del mundo o estamos
realizando la voluntad de Dios donde se encuentran los consuelos de Dios.
Cuando uno está en combate es necesario determinar con mucha precisión dónde
está la debilidad del enemigo y también donde está su fortaleza para poder
actuar con sabiduría y eficacia. Además, en la batalla o vences o eres vencido;
no caben los términos medios. Con respecto al mal, no caben componendas, pues
sabemos que es la fe en Cristo la que vence al mundo. Además, los hechos son
tozudos; no engañan nunca, aunque las palabras sean bonitas, los hechos son
siempre evidentes.
El único problema verdadero de la
Iglesia, que está en el mundo sin ser del mundo, es nuestra poca fe. Poner
nuestra mirada en Jesucristo y ponernos a contemplar a Cristo crucificado y
resucitado. Hay que ver qué es lo que debilita nuestra fe y qué es lo que
fortalece nuestra fe. La oración fortalece nuestra fe; la desacralización de
nuestra vida debilita nuestra fe. En consecuencia, Dios nos está invitando a
entrar en la verdadera vida espiritual cristiana, siguiendo la escuela, por
ejemplo, de Santa Teresa de Jesús o de Santa Catalina de Sena. ¿Qué es rezar
sino tratar a solas mucho tiempo con quien sabemos nos ama?, enseña S. Teresa.
¿Qué es la vida espiritual sino entrar en la celda del conocimiento de Dios y
del conocimiento de nosotros mismos?, enseña S. Catalina de Sena. Vivimos en
comunidades que nos enseñan de verdad quién es Dios y quiénes somos nosotros o
vivimos en comunidades que llevan ya tiempo muertas a Dios y acomodadas al
mundo y, por tanto, no sirven para nada.
En el cristianismo hay siempre una
palabra de esperanza y en nuestra historia concreta actual la realidad que nos
llena de esperanza es poder exclamar ¿Quién es éste que hasta el viento y el
mar le obedecen? Es decir, nuestra esperanza es el encuentro personal con
Cristo, que nos da la capacidad de comunicar la fe a los demás. Estamos
hablando de la fe en Jesucristo: Jesucristo va con nosotros en la misma barca y
hay que encontrarlo, pues a veces parece que se esconde. Y para encontrarlo hay
que necesitarlo, pues no es un adorno. Y para necesitarlo hay que entrar en el
combate espiritual y darnos cuenta que sin mí no podéis hacer nada; pero
también: todo lo puedo en aquel que me conforta. ¿Será tiempo de ir al
desierto? No lo sé. Pero sí es tiempo de que entremos en la vida de oración,
porque ha llegado el tiempo de la verdad y cada uno mostrará lo que lleva dentro,
si lleva a Cristo o lleva el pecado. Cambiará nuestra vida y seremos capaces de
evangelizar con entusiasmo y eficacia el día que podamos abandonarnos en la
Providencia divina; entonces nuestra vida real será distinta. “Aunque se acaban
las ovejas del redil y no queden vacas en el establo, yo exultaré con el Señor”
(Hab 3, 17. 18). (Fr. Pedro Fernández
Rodríguez O. P.)
ESTUDIO
BÍBLICO.
La fe en medio de la lucha por el Reino
Iª Lectura: Job (38,1-11): En las manos
de Dios
La primera lectura de hoy nos habla de
la tempestad, del poder del mal, de las fuerzas de la naturaleza que, a
veces, parecen desatarse y no hay nadie
que las pueda contener. Sabemos que el libro de Job pone al prueba al creyente
que se fía de Dios y no puede explicar por qué ocurren una serie de desgracias
en el mundo. Job es ese tipo de persona que el autor del libro ha escogido para que se asombre; porque, a pesar de que
no podemos explicar muchas cosas de las que pasan en el mundo, sin embargo,
nuestro Dios pone sus propios límites a la naturaleza de las cosas y a la misma
naturaleza humana. Ello implica que debemos asombrados de dónde estamos y de
cómo somos. Nuestra vida, en definitiva, está en las manos de Dios, aunque
algunos quieran pedirle explicaciones de por qué ha debido ocurrir así. Pero
¿acaso alguien se ha dado la vida a sí mismo? Job no encontrará otra respuesta
que aceptar el poder de Dios frente a todo lo que existe. Y ello no es para
abrumarnos, sino para saber que, por encima de toda desgracia, nuestro Dios nos
espera con las manos abiertas.
IIª Lectura: 2ª Corintios (5,14-15): La
muerte por amor
II.1. Este capítulo quinto de la carta
(este texto sería la continuación del domingo 11) es uno de los más bellos y
persuasivos porque en él Pablo nos habla
del amor de Cristo que ha sido derramado sobre nosotros. Efectivamente, los vv.
14-17 son una reflexión cristológica centrada en la “theologia crucis”. Pablo
habla (v. 14) del amor de Cristo que llega hasta la muerte en la cruz por todos.
Se usa la fórmula tradicional del “uno por todos”, que es una metáfora de
calado sustitutorio, vicario, que tanto ha de influir en la teología de la
redención. Quizás lo más sorprendente es la afirmación de que, como uno murió,
“todos murieron”, cuando lo que podíamos esperar es algo así como “por eso
todos viven”. Es esto último lo que se ha de entender, sin duda, tal como se
expone en el v. 15. El sentido es que la muerte de Jesús “por nosotros” nos
hace morir al pecado, a la enemistad y a la sinrazón de la vida. Para ello
debemos recurrir a la teología de la muerte y resurrección que encontramos en
Rom 6,1ss. La cristología soteriológica que nos propone Pablo, apoyado en
fórmulas de fe tradicionales, es una cristología de solidaridad con la
humanidad.
II.2. El Apóstol, pues, presenta la
muerte de Cristo desde la eficacia del amor como comunión en su vida y en su
resurrección. Con ello se quiere significar que lo negativo que pueda tener la
muerte para nosotros ya ha sido asumido por Cristo, y que, desde entonces, no
debemos tenerle miedo a la muerte, porque para nosotros queda la victoria de su
resurrección. Hablar de la muerte siempre ha sido un reto humano y teológico.
En esta carta, pues, Pablo se atiene a las consecuencias de lo que es
inevitable. Cristo nos ha asegurado un triunfo por su amor. Por ello debemos
ser hombres nuevos que, aunque pasemos por la muerte, nunca seremos destruidos
o aniquilados.
Evangelio: Marcos (4,35-41): La fuerza
del Reino nos libera
III.1. El evangelio de Marcos narra el
episodio de la travesía del lago de Galilea
después que Jesús ha hablado a las gentes en parábolas acerca del Reino
de Dios. Es como si Jesús quisiera poner a prueba la fe de sus discípulos, a
ellos que les explicaba el sentido profundo de sus parábolas. El lago, el bello
lago de Galilea, en torno al cual se anuncia el evangelio, se convierte aquí en
el misterioso y tremendo símbolo de una tormenta, que como en el caso del
profeta Jonás 1, de donde se toman algunos rasgos del episodio, viene a aquilatar
cosas importantes. Otras barcas le seguían, pero parece como si solamente
quisiera centrarse todo en la barca donde estaban Jesús y los discípulos que
había elegido. El mar de Galilea, a veces, es como una caldera hirviendo, por
el viento. En la barca se muestran dos actitudes: la de Jesús que duerme
tranquilo y la de los discípulos que están aterrados.
III.2. ¿Por qué esto? Porque Jesús sabe
que su causa por el Reino de Dios debe levantar tormentas, como ésta del
viento, que va a hacer temblar a los discípulos; Jesús está tranquilo porque
confía en su causa, la causa de Dios. Es, pues, esta una escena pedagógica que
pone de manifiesto una actitud y otra. Los discípulos son como Job, y no se
explican muchas cosas que ocurren en la vida, llenándose de miedo. Jesús, que
conoce la voluntad y el proyecto de Dios, se entrega a él con una gran
serenidad porque sabe que ha de vencer,
como de hecho sucede con su "conminación" a la tormenta. Los Santos
Padres siempre interpretaron esta escena de la barca como una imagen de la
Iglesia que debía pasar por estos trances, pero que siempre encontraría a su
Señor a su lado para otorgarle la serenidad de la fe. (Fray Miguel de Burgos Núñez).
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