“Dios ha visitado
a su pueblo”
La Palabra de Dios de este décimo
domingo actualiza lo que tantas veces proclamó Jesús: que el Reino de Dios
anunciado por los profetas estaba ya presente, en su persona, en su
predicación, con sus obras y milagros. Haciendo el bien. Por eso, podrá decir a
los enviados por el Bautista que querían saber quién era él: “los ciegos ven,
los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los cojos andan,
los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva” (Lc 7, 22). El
profeta Elías adelantó ya los tiempos mesiánicos resucitando al hijo de la
viuda de Sarepta , como testimonio de la misericordia del Dios del profeta
(primera lectura); Jesús resucita a la viuda de Naím (tercera lectura) y Saulo,
convirtiéndose del judaísmo a la fe en Jesús se incorpora a su vida de
resucitado (segunda lectura). Con Jesús la bondad misericordiosa de Dios llega a
todos .
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
La
presencia de un profeta, “hombre de Dios”, siempre es cuestionadora para las
personas de su entorno. El profeta está allí para hacer presente a Dios con
palabras y gestos. Esos vínculos, donde sopla el Espíritu, llevan a reconocer
al Dios de la vida.
Lectura
del primer libro de los Reyes 17, 17-24
En aquellos días, cayó enfermo el hijo
de la viuda que había socorrido al profeta Elías, y su enfermedad se agravó
tanto que no quedó en él aliento de vida. Entonces la mujer dijo a Elías: “¿Qué
tengo que ver yo contigo, hombre de Dios? ¡Has venido a mi casa para recordar
mi culpa y hacer morir a mi hijo!”. “Dame a tu hijo”, respondió Elías. Luego lo
tomó del regazo de su madre, lo subió a la habitación alta donde se alojaba y
lo acostó sobre su lecho. E invocó al Señor, diciendo: “Señor, Dios mío,
¿también a esta viuda que me ha dado albergue la vas a afligir, haciendo morir
a su hijo?”. Después se tendió tres veces sobre el niño, invocó al Señor y
dijo: “¡Señor, Dios mío, que vuelva la vida a este niño!”. El Señor escuchó el
clamor de Elías: el aliento vital volvió al niño, y éste revivió. Elías tomó al
niño, lo bajó de la habitación alta de la casa y se lo entregó a su madre.
Luego dijo: “Mira, tu hijo vive”. La mujer dijo entonces a Elías: “Ahora sí
reconozco que tú eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor está
verdaderamente en tu boca”.
Palabra de Dios.
Salmo
29, 2. 4-6. 11-12a. 13b
R.
Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste.
Yo te glorifico, Señor, porque tú me
libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me
levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan
al sepulcro. R.
Canten al Señor, sus fieles; den gracias
a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida:
si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. R.
“Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a
ayudarme, Señor”. Tú convertiste mi lamento en júbilo: ¡Señor, Dios mío, te
daré gracias eternamente! R.
II
LECTURA
San
Pablo es testigo del modo en que la misericordia de Dios actuó en su vida.
Cristo produjo en él un cambio irrefrenable, que lo convirtió en apóstol. Todo
lo que él había sido hasta ese momento, fue reencausado hacia una nueva
dirección: hacer conocer a Jesucristo.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 1, 11-19
Quiero que sepan, hermanos, que la Buena
Noticia que les prediqué no es cosa de los hombres, porque yo no la recibí ni
aprendí de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Seguramente
ustedes oyeron hablar de mi conducta anterior en el Judaísmo: cómo perseguía
con furor a la Iglesia de Dios y la arrasaba, y cómo aventajaba en el Judaísmo
a muchos compatriotas de mi edad, en mi exceso de celo por las tradiciones
paternas. Pero cuando Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre y me
llamó por medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo
lo anunciara entre los paganos, de inmediato, sin consultar a ningún hombre y
sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que yo, me fui a
Arabia y después regresé a Damasco. Tres años más tarde, fui desde allí a
Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él quince días. No vi a ningún
otro Apóstol, sino solamente a Santiago, el hermano del Señor.
Palabra de Dios.
ALELUYA Lc 7, 16
Aleluya. Un gran profeta ha aparecido en
medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo. Aleluya.
EVANGELIO
El
signo de vida de este joven fue ponerse a hablar. Y así, con la palabra,
recompuso la relación con su madre. Jesús transforma nuestra mudez en
comunicación, nuestra postración en postura erguida, nuestras muertes en vida.
Que nuestra profecía hoy sea comunicación de vida para todos los jóvenes que no
encuentren palabras para sostener su existencia.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 7, 11-17
Jesús se dirigió a una ciudad llamada
Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se
acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una
mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se
conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que
lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. El
muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos
quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha
aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo”. El rumor de lo
que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región
vecina.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Dios ha visitado a su pueblo
El milagro que ha hecho Jesús, ante sus
discípulos, el gentío que va con ellos, y la multitud que acompañaba el
féretro, es un signo clamoroso del reinado de Dios, que devuelve la vida a un
joven, pero que llega también para una mujer viuda, desvalida, que había
perdido su última esperanza. Nada hay imposible para Dios, pues tiene poder
sobre la misma muerte. Jesús manifiesta el poder y la misericordia de Dios resucitando
al hijo de la viuda, y lo hace por su propio poder: “Muchacho, a ti te lo digo,
levántate”; y a la madre desconsolada devolviéndole la esperanza: devuelto su
hijo a la vida, “se lo entregó a su madre.
Ni se queda ahí el efecto de la acción
milagrosa de Jesús. “Todos, sobrecogidos, daban a gloria a Dios: un gran
profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. Los milagros
del Evangelio no son nunca reclamos publicitarios, nunca los hace como
exhibición. Exige la fe en los interesados, buena voluntad y deseos de
encontrar a Dios. Esta finalidad de hacer nacer o aumentar la fe, es el telón
de fondo la actividad prodigiosa de Jesús. Con sus milagros quiere eliminar las
miserias de los hombres devolviéndoles la salud, la vida, pero también y sobre
todo quería darles a entender que había venido a traerles la salvación. Su
finalidad no era suprimir la muerte, sino vencerla. El mensaje de Cristo es
anunciar una vida sin fin. En Jesús Dios ha visitado y redimido a su pueblo. Es
lo que sintieron los que presenciaron la acción milagrosa que a todos exaltó y
llevó a proclamar que Dios estaba con ellos.
Se dignó revelar a su Hijo en mi, dice
Pablo, para que yo lo anunciara a los gentiles (Testimonio de Pablo a los
Gálatas).
La aparición de Cristo a Pablo, sobre el
camino de Damasco, implica su conversión, la vida de Jesús resucitado sale a su
encuentro. Pablo queda transformado radicalmente y comienza una nueva vida, no
como la del hijo de la viuda de Naím ni la de Lázaro a quien Jesús devolvió la
vida. No se trata de la recuperación de un muerto, sino de la total
transformación en Dios. No es una vuelta a la vida terrena, sino de pasar la
vida bienaventurada al lado de Dios, a una vida transformada que sobrepasa
todos los esquemas humanos: la vida nueva en Jesús resucitado.
Ese es el Evangelio que Pablo ha
recibido del mismo Cristo, con el encargo de anunciarlo a los gentiles, a los
de lejos. Los muertos resucitan y la experiencia de la Resurrección de Cristo
es para Pablo garantía de nuestra resurrección. Cristo ha resucitado de entre
los muertos, “como primicias de los que duermen” y por eso nosotros
resucitaremos con él.
Nosotros somos también, como Pablo, de
los que creen sin haber visto.
El encuentro de Pablo con Jesús
resucitado en el camino de Damasco tiene lugar en nosotros en el momento del
bautismo que nos hace vivir una “vida nueva”, aquí y ahora en nuestro mundo, y
nos da la seguridad de que “el que resucitó a Cristo de entre los muertos dará
también la vida a nuestros cuerpos mortales” (Rom 8, 11).
Desde la dicha de creer en Jesús
resucitado sin haberlo visto (Jn 19,29), llevemos a los que no creen ni esperan
un poco de luz, de vida nueva, de amor, solidaridad y comprensión. Como Jesús,
permanezcamos siempre cerca de los que sufren y sienten dolor, de los pobres y
de los abandonados.
ESTUDIO BÍBLICO
I.a
Lectura (1 Reyes 17,17-24): La fuerza de Dios que da vida
No hay mucho que decir de este relato
sobre Elías y la viuda de Sarepta de Sidón, ya que se escoge en la liturgia de
hoy para acompañar al texto del evangelio, puesto que muchos autores han visto
una serie de conexiones o modelos. En realidad es muy distinta la semiótica en
que uno y otro se enmarcan. Elías está en territorio pagano, ayuda a una mujer
pagana, como lo pone Lucas de manifiesto en el relato de la escena de Nazaret
de Jesús (Le 4,14ss). Elías ya había ayudado a la viuda a matar el hambre para
que no faltara la harina en la orza. Pero es claro que el relato quiere ir a
más: la harina asegura no morir de hambre, pero la muerte siempre está al
acecho... y la muerte es peor que el hambre para la mujer que se queda
desamparada.
Todos los gestos taumatúrgicos de Elías
de dar calor y vida al joven con su cuerpo podrían ser mirados como actos de
"reanimación", de choque, como se suele hacer con aquellos que han
perdido el conocimiento o han dejado de respirar. Pero el relato no quiere
quedarse en lo que solamente serían "primeros auxilios", sino que busca
algo más. El profeta pide la ayuda de Dios para que el alma, mejor, el soplo
vital (nefesh), vuelva a él. La antropología bíblica no contempla separación de
alma y cuerpo en la muerte, sino que falta ese soplo vital que Elías, el
profeta de Dios, el anunciador de Dios, quiere trasmitir al joven. Es como si
se quisiera enseñar que Elías se desprende de algo tan esencial a su misión
profética, de esa fuerza divina que le abrasaba, para trasmitirla al moribundo.
Y esa era, sin duda, la fuerza de Dios que es quien da vida a los muertos.
II.a
Lectura (Gálatas 1,11-19): Pablo no inventa el evangelio
Pablo, en su carta a los Gálatas
defenderá "su evangelio", el evangelio o buena noticia de la gracia,
con todo su empeño. El problema se había presentado en la comunidad que había
fundado porque amos intrusos querían imponer otro evangelio, el de la ley, del
que él había desertado desde su fariseísmo el día que "se encontró"
con el Señor Jesús, en una experiencia de "revelación", de
misericordia. El venía de ser perseguidor de ese evangelio, o de aquellos que
lo anunciaban y de pronto se encuentra con las manos vacías... pero Cristo le
hizo ver y experimentar el evangelio de la gracia con todas sus consecuencias.
El texto autobiográfico que hoy leemos quiere poner todo esto de manifiesto. El
evangelio no le llega por una "enseñanza" de otros. Es verdad que la
retórica afirmación de Pablo no excluye que él fuera informado de muchas cosas
por los Apóstoles, pero en lo que se refiere a la "esencia" del
evangelio de la gracia, de la libertad, a la verdad del mismo, eso le viene por
"inspiración", por revelación como le gusta decir. La afirmación es
todo lo retórica que queramos, pero incuestionable.
Sea o no, lo que sigue, un relato
autobiográfico o más bien una argumentación autobiográfica, lo cierto es que él
nos define algunas cosas que confirman su existencia: su vida en el judaísmo
estaba fundamentalmente en contra de este evangelio que ahora anuncia con toda
el alma; su persecución a la "iglesia", es decir, a los cristianos,
tampoco se puede negar y, por lo mismo, su conversión es algo que solamente
puede entenderse como una gracia de Dios. Nada tenía a favor, a no ser que Dios
mismo cambiara el horizonte de su vida y le descubriera que había nacido para
otra cosa que para ser un buen judío o un perfecto fariseo. Estaba llamado a
ser apóstol del evangelio de la gracia, como Jeremías, desde el vientre de su
madre, había sido llamado a ser profeta. Pablo se expresa en los mismos
términos y usa esos simbolismos que muestran el destino o la "llamada"
de Dios. Puede que el Pablo que nos habla aquí sea mirado por algunos como muy
personalista; sin duda que lo es, pues ni siquiera ha confrontado este
evangelio con los otros apóstoles. Pero se trata precisamente de poner los
puntos sobre la íes desde el momento en que algunos que han llegado a Galacia
le niegan el pan y la sal de ser apóstol y de anunciar la verdad del evangelio.
Dirá más adelante: no hay otro evangelio.
Evangelio
(Lucas 7,11-17): La muerte llorada, la muerte vencida
El relato de la "resurrección"
o mejor, de la "vuelta a esta vida" del hijo de la viuda de Naín
tiene una peculiaridades que llaman la atención. Su tono bíblico, sus efectos
deben resaltarse por encima de cualquier otra lectura. Es una aldea que sale
únicamente aquí en toda la biblia. El entierro del joven y su cortejo no tiene
parangón, ya que la madre, viuda por más señas, es la estampa más dramática que
podíamos imaginar. No era frecuente que la mujeres formaran parte del cortejo
judío... por tanto es importante el encuentro entre Jesús y la madre viuda. Es,
además, elocuente que Jesús se compadezca de esta situación y para ello se usa
el verbo "conmoverse" (splagchnizomai) que encontramos en el relato
del Samaritano (Lc 10,33), siendo también la expresión para el padre de la
parábola del hijo pródigo (Lc 15,20). Jesús se acercó y tocó el féretro ¿era
necesario? Se ha visto aquí un signo de cómo Jesús no teme quedar impuro por
tocar a un muerto (aunque sea el féretro). Pero es su palabra lo que hace que el
joven se levante. Y es especialmente significativo cómo el joven "comenzó
a hablar" y Jesús se lo entregó a la madre. La semiótica, es decir, los
signos y símbolos del relato tienen su fuerza y su sentido. Jesús le entrega a
aquella viuda todo lo que ella tenía para vivir, su hijo, que podría ganar el
pan de nuevo para los dos.
Desde esta lectura semiótica, podríamos
entender que aquí no sea exclusivo el sentido del milagro, del prodigio, o que
el título de "profeta" con que se aclama a Jesús al final se entienda
solamente como un taumaturgo, al estilo de Apolonio de Tiana y otros
"taumaturgos" de la época. Jesús es profeta de la muerte y de la
vida. De la muerte porque la afronta con la fuerza de quien está seguro, cree,
que debe ser vencida por la vida. Es una manera, una lección de aproximarse a
la muerte sin el espanto y el miedo con que muchas veces se afronta. Es verdad
que el relato presenta a Jesús en su humanidad; "se conmueve" ante el
dolor de una madre, porque la muerte se debe llorar; pero también se debe
asumir y se debe resucitar'. Pero en realidad el profeta de Galilea todavía no
puede "resucitar" a alguien en el pleno sentido de la palabra. Lo que
hace es "devolver a esta madre su hijo, su apoyo... porque no tiene otra
cosa". Esto es todo un símbolo de la misma humanidad del reino... pero
hubo otros muchos muertos que Jesús no devolvió a la vida y a los que
"devolvió", según los relatos de milagros, les esperaba de nuevo la
muerte. La aclamación de la gente: "Dios ha visitado a su pueblo" es
muy bíblica (cf Le 1,68.78; Hch 15,14; o Ex 32,34; Sal17,3; ls 10,12; Jr 9,24;
Zac 10,3) y se usa para hablar' de una acción salvadora y liberadora de Dios.
Eso es lo que se quería mostrar especialmente, más que un simple poder
taumatúrgico.
Teológicamente hablando, cuando la
catequesis nos solicita hablar de la "resurrección", no podernos caer
en el equívoco de presentar la resurrección del hijo de la viuda de Naín o la
de Lázaro, como si estuviéramos hablando de la resurrección de Jesús y de todos
los muertos. No es posible, aunque el término para hablar de cómo el muchacho
se "levantó" (egeiró), ponerse en pie, sea el mismo que se usa para
hablar de la resurrección de Jesús en las experiencias pascuales (Le 24,6.34).
No obstante, debernos tener muy presente que la resurrección de Jesús es mucho
más que la mera reanimación de un cadáver (a lo que con frecuencia se la reduce
en el imaginario popular y en ciertas teología): existe una disparidad absoluta
entre la resurrección de Jesús y la resurrección de Lázaro o la del hijo de la
viuda de Naín, aunque tantas veces se hayan identificado agrupándolas bajo la
categoría, puramente apologética, de milagro. En realidad, Lázaro o el de Naín,
al revivir; retornan hacia el pasado de la vida terrena, hacia la existencia
cotidiana, mientras que la resurrección de Jesús significa el avance absoluto
hacia el futuro sin retorno, hacia Dios Padre como meta última a la vez que
origen primero de su caminar histórico. Se trata, pues, de dinamismos
contrapuestos. De Lázaro o del Naín podemos decir que reviven o son
"reanimados"; de Jesús hay que decir mucho más: es
"consumado" (cf. Jn 19,30), ya que por su muerte y su resurrección
alcanza la meta suprema de la plenitud y la consumación total. (Fray Miguel de
Burgos Núñez, O. P.).
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