domingo, 5 de junio de 2016

DOMINGO 10º TIEMPO ORDINARIO CICLO C


“Dios ha visitado a su pueblo”

La Palabra de Dios de este décimo domingo actualiza lo que tantas veces proclamó Jesús: que el Reino de Dios anunciado por los profetas estaba ya presente, en su persona, en su predicación, con sus obras y milagros. Haciendo el bien. Por eso, podrá decir a los enviados por el Bautista que querían saber quién era él: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los cojos andan, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva” (Lc 7, 22). El profeta Elías adelantó ya los tiempos mesiánicos resucitando al hijo de la viuda de Sarepta , como testimonio de la misericordia del Dios del profeta (primera lectura); Jesús resucita a la viuda de Naím (tercera lectura) y Saulo, convirtiéndose del judaísmo a la fe en Jesús se incorpora a su vida de resucitado (segunda lectura). Con Jesús la bondad misericordiosa de Dios llega a todos .

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

La presencia de un profeta, “hombre de Dios”, siempre es cuestionadora para las personas de su entorno. El profeta está allí para hacer presente a Dios con palabras y gestos. Esos vínculos, donde sopla el Espíritu, llevan a reconocer al Dios de la vida.

Lectura del primer libro de los Reyes 17, 17-24

En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la viuda que había socorrido al profeta Elías, y su enfermedad se agravó tanto que no quedó en él aliento de vida. Entonces la mujer dijo a Elías: “¿Qué tengo que ver yo contigo, hombre de Dios? ¡Has venido a mi casa para recordar mi culpa y hacer morir a mi hijo!”. “Dame a tu hijo”, respondió Elías. Luego lo tomó del regazo de su madre, lo subió a la habitación alta donde se alojaba y lo acostó sobre su lecho. E invocó al Señor, diciendo: “Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me ha dado albergue la vas a afligir, haciendo morir a su hijo?”. Después se tendió tres veces sobre el niño, invocó al Señor y dijo: “¡Señor, Dios mío, que vuelva la vida a este niño!”. El Señor escuchó el clamor de Elías: el aliento vital volvió al niño, y éste revivió. Elías tomó al niño, lo bajó de la habitación alta de la casa y se lo entregó a su madre. Luego dijo: “Mira, tu hijo vive”. La mujer dijo entonces a Elías: “Ahora sí reconozco que tú eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor está verdaderamente en tu boca”.
Palabra de Dios.

Salmo 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b

R. Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste.

Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R.

Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. R.

“Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor”. Tú convertiste mi lamento en júbilo: ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.

II LECTURA

San Pablo es testigo del modo en que la misericordia de Dios actuó en su vida. Cristo produjo en él un cambio irrefrenable, que lo convirtió en apóstol. Todo lo que él había sido hasta ese momento, fue reencausado hacia una nueva dirección: hacer conocer a Jesucristo.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 1, 11-19

Quiero que sepan, hermanos, que la Buena Noticia que les prediqué no es cosa de los hombres, porque yo no la recibí ni aprendí de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Seguramente ustedes oyeron hablar de mi conducta anterior en el Judaísmo: cómo perseguía con furor a la Iglesia de Dios y la arrasaba, y cómo aventajaba en el Judaísmo a muchos compatriotas de mi edad, en mi exceso de celo por las tradiciones paternas. Pero cuando Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre y me llamó por medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos, de inmediato, sin consultar a ningún hombre y sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y después regresé a Damasco. Tres años más tarde, fui desde allí a Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él quince días. No vi a ningún otro Apóstol, sino solamente a Santiago, el hermano del Señor.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Lc 7, 16

Aleluya. Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo. Aleluya.

EVANGELIO

El signo de vida de este joven fue ponerse a hablar. Y así, con la palabra, recompuso la relación con su madre. Jesús transforma nuestra mudez en comunicación, nuestra postración en postura erguida, nuestras muertes en vida. Que nuestra profecía hoy sea comunicación de vida para todos los jóvenes que no encuentren palabras para sostener su existencia.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 7, 11-17

Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo”. El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Dios ha visitado a su pueblo

El milagro que ha hecho Jesús, ante sus discípulos, el gentío que va con ellos, y la multitud que acompañaba el féretro, es un signo clamoroso del reinado de Dios, que devuelve la vida a un joven, pero que llega también para una mujer viuda, desvalida, que había perdido su última esperanza. Nada hay imposible para Dios, pues tiene poder sobre la misma muerte. Jesús manifiesta el poder y la misericordia de Dios resucitando al hijo de la viuda, y lo hace por su propio poder: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”; y a la madre desconsolada devolviéndole la esperanza: devuelto su hijo a la vida, “se lo entregó a su madre.

Ni se queda ahí el efecto de la acción milagrosa de Jesús. “Todos, sobrecogidos, daban a gloria a Dios: un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. Los milagros del Evangelio no son nunca reclamos publicitarios, nunca los hace como exhibición. Exige la fe en los interesados, buena voluntad y deseos de encontrar a Dios. Esta finalidad de hacer nacer o aumentar la fe, es el telón de fondo la actividad prodigiosa de Jesús. Con sus milagros quiere eliminar las miserias de los hombres devolviéndoles la salud, la vida, pero también y sobre todo quería darles a entender que había venido a traerles la salvación. Su finalidad no era suprimir la muerte, sino vencerla. El mensaje de Cristo es anunciar una vida sin fin. En Jesús Dios ha visitado y redimido a su pueblo. Es lo que sintieron los que presenciaron la acción milagrosa que a todos exaltó y llevó a proclamar que Dios estaba con ellos.

Se dignó revelar a su Hijo en mi, dice Pablo, para que yo lo anunciara a los gentiles (Testimonio de Pablo a los Gálatas).

La aparición de Cristo a Pablo, sobre el camino de Damasco, implica su conversión, la vida de Jesús resucitado sale a su encuentro. Pablo queda transformado radicalmente y comienza una nueva vida, no como la del hijo de la viuda de Naím ni la de Lázaro a quien Jesús devolvió la vida. No se trata de la recuperación de un muerto, sino de la total transformación en Dios. No es una vuelta a la vida terrena, sino de pasar la vida bienaventurada al lado de Dios, a una vida transformada que sobrepasa todos los esquemas humanos: la vida nueva en Jesús resucitado.

Ese es el Evangelio que Pablo ha recibido del mismo Cristo, con el encargo de anunciarlo a los gentiles, a los de lejos. Los muertos resucitan y la experiencia de la Resurrección de Cristo es para Pablo garantía de nuestra resurrección. Cristo ha resucitado de entre los muertos, “como primicias de los que duermen” y por eso nosotros resucitaremos con él.

Nosotros somos también, como Pablo, de los que creen sin haber visto.

El encuentro de Pablo con Jesús resucitado en el camino de Damasco tiene lugar en nosotros en el momento del bautismo que nos hace vivir una “vida nueva”, aquí y ahora en nuestro mundo, y nos da la seguridad de que “el que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a nuestros cuerpos mortales” (Rom 8, 11).

Desde la dicha de creer en Jesús resucitado sin haberlo visto (Jn 19,29), llevemos a los que no creen ni esperan un poco de luz, de vida nueva, de amor, solidaridad y comprensión. Como Jesús, permanezcamos siempre cerca de los que sufren y sienten dolor, de los pobres y de los abandonados.


ESTUDIO BÍBLICO

I.a Lectura (1 Reyes 17,17-24): La fuerza de Dios que da vida

No hay mucho que decir de este relato sobre Elías y la viuda de Sarepta de Sidón, ya que se escoge en la liturgia de hoy para acompañar al texto del evangelio, puesto que muchos autores han visto una serie de conexiones o modelos. En realidad es muy distinta la semiótica en que uno y otro se enmarcan. Elías está en territorio pagano, ayuda a una mujer pagana, como lo pone Lucas de manifiesto en el relato de la escena de Nazaret de Jesús (Le 4,14ss). Elías ya había ayudado a la viuda a matar el hambre para que no faltara la harina en la orza. Pero es claro que el relato quiere ir a más: la harina asegura no morir de hambre, pero la muerte siempre está al acecho... y la muerte es peor que el hambre para la mujer que se queda desamparada.

Todos los gestos taumatúrgicos de Elías de dar calor y vida al joven con su cuerpo podrían ser mirados como actos de "reanimación", de choque, como se suele hacer con aquellos que han perdido el conocimiento o han dejado de respirar. Pero el relato no quiere quedarse en lo que solamente serían "primeros auxilios", sino que busca algo más. El profeta pide la ayuda de Dios para que el alma, mejor, el soplo vital (nefesh), vuelva a él. La antropología bíblica no contempla separación de alma y cuerpo en la muerte, sino que falta ese soplo vital que Elías, el profeta de Dios, el anunciador de Dios, quiere trasmitir al joven. Es como si se quisiera enseñar que Elías se desprende de algo tan esencial a su misión profética, de esa fuerza divina que le abrasaba, para trasmitirla al moribundo. Y esa era, sin duda, la fuerza de Dios que es quien da vida a los muertos.

II.a Lectura (Gálatas 1,11-19): Pablo no inventa el evangelio

Pablo, en su carta a los Gálatas defenderá "su evangelio", el evangelio o buena noticia de la gracia, con todo su empeño. El problema se había presentado en la comunidad que había fundado porque amos intrusos querían imponer otro evangelio, el de la ley, del que él había desertado desde su fariseísmo el día que "se encontró" con el Señor Jesús, en una experiencia de "revelación", de misericordia. El venía de ser perseguidor de ese evangelio, o de aquellos que lo anunciaban y de pronto se encuentra con las manos vacías... pero Cristo le hizo ver y experimentar el evangelio de la gracia con todas sus consecuencias. El texto autobiográfico que hoy leemos quiere poner todo esto de manifiesto. El evangelio no le llega por una "enseñanza" de otros. Es verdad que la retórica afirmación de Pablo no excluye que él fuera informado de muchas cosas por los Apóstoles, pero en lo que se refiere a la "esencia" del evangelio de la gracia, de la libertad, a la verdad del mismo, eso le viene por "inspiración", por revelación como le gusta decir. La afirmación es todo lo retórica que queramos, pero incuestionable.

Sea o no, lo que sigue, un relato autobiográfico o más bien una argumentación autobiográfica, lo cierto es que él nos define algunas cosas que confirman su existencia: su vida en el judaísmo estaba fundamentalmente en contra de este evangelio que ahora anuncia con toda el alma; su persecución a la "iglesia", es decir, a los cristianos, tampoco se puede negar y, por lo mismo, su conversión es algo que solamente puede entenderse como una gracia de Dios. Nada tenía a favor, a no ser que Dios mismo cambiara el horizonte de su vida y le descubriera que había nacido para otra cosa que para ser un buen judío o un perfecto fariseo. Estaba llamado a ser apóstol del evangelio de la gracia, como Jeremías, desde el vientre de su madre, había sido llamado a ser profeta. Pablo se expresa en los mismos términos y usa esos simbolismos que muestran el destino o la "llamada" de Dios. Puede que el Pablo que nos habla aquí sea mirado por algunos como muy personalista; sin duda que lo es, pues ni siquiera ha confrontado este evangelio con los otros apóstoles. Pero se trata precisamente de poner los puntos sobre la íes desde el momento en que algunos que han llegado a Galacia le niegan el pan y la sal de ser apóstol y de anunciar la verdad del evangelio. Dirá más adelante: no hay otro evangelio.

Evangelio (Lucas 7,11-17): La muerte llorada, la muerte vencida

El relato de la "resurrección" o mejor, de la "vuelta a esta vida" del hijo de la viuda de Naín tiene una peculiaridades que llaman la atención. Su tono bíblico, sus efectos deben resaltarse por encima de cualquier otra lectura. Es una aldea que sale únicamente aquí en toda la biblia. El entierro del joven y su cortejo no tiene parangón, ya que la madre, viuda por más señas, es la estampa más dramática que podíamos imaginar. No era frecuente que la mujeres formaran parte del cortejo judío... por tanto es importante el encuentro entre Jesús y la madre viuda. Es, además, elocuente que Jesús se compadezca de esta situación y para ello se usa el verbo "conmoverse" (splagchnizomai) que encontramos en el relato del Samaritano (Lc 10,33), siendo también la expresión para el padre de la parábola del hijo pródigo (Lc 15,20). Jesús se acercó y tocó el féretro ¿era necesario? Se ha visto aquí un signo de cómo Jesús no teme quedar impuro por tocar a un muerto (aunque sea el féretro). Pero es su palabra lo que hace que el joven se levante. Y es especialmente significativo cómo el joven "comenzó a hablar" y Jesús se lo entregó a la madre. La semiótica, es decir, los signos y símbolos del relato tienen su fuerza y su sentido. Jesús le entrega a aquella viuda todo lo que ella tenía para vivir, su hijo, que podría ganar el pan de nuevo para los dos.

Desde esta lectura semiótica, podríamos entender que aquí no sea exclusivo el sentido del milagro, del prodigio, o que el título de "profeta" con que se aclama a Jesús al final se entienda solamente como un taumaturgo, al estilo de Apolonio de Tiana y otros "taumaturgos" de la época. Jesús es profeta de la muerte y de la vida. De la muerte porque la afronta con la fuerza de quien está seguro, cree, que debe ser vencida por la vida. Es una manera, una lección de aproximarse a la muerte sin el espanto y el miedo con que muchas veces se afronta. Es verdad que el relato presenta a Jesús en su humanidad; "se conmueve" ante el dolor de una madre, porque la muerte se debe llorar; pero también se debe asumir y se debe resucitar'. Pero en realidad el profeta de Galilea todavía no puede "resucitar" a alguien en el pleno sentido de la palabra. Lo que hace es "devolver a esta madre su hijo, su apoyo... porque no tiene otra cosa". Esto es todo un símbolo de la misma humanidad del reino... pero hubo otros muchos muertos que Jesús no devolvió a la vida y a los que "devolvió", según los relatos de milagros, les esperaba de nuevo la muerte. La aclamación de la gente: "Dios ha visitado a su pueblo" es muy bíblica (cf Le 1,68.78; Hch 15,14; o Ex 32,34; Sal17,3; ls 10,12; Jr 9,24; Zac 10,3) y se usa para hablar' de una acción salvadora y liberadora de Dios. Eso es lo que se quería mostrar especialmente, más que un simple poder taumatúrgico.

Teológicamente hablando, cuando la catequesis nos solicita hablar de la "resurrección", no podernos caer en el equívoco de presentar la resurrección del hijo de la viuda de Naín o la de Lázaro, como si estuviéramos hablando de la resurrección de Jesús y de todos los muertos. No es posible, aunque el término para hablar de cómo el muchacho se "levantó" (egeiró), ponerse en pie, sea el mismo que se usa para hablar de la resurrección de Jesús en las experiencias pascuales (Le 24,6.34). No obstante, debernos tener muy presente que la resurrección de Jesús es mucho más que la mera reanimación de un cadáver (a lo que con frecuencia se la reduce en el imaginario popular y en ciertas teología): existe una disparidad absoluta entre la resurrección de Jesús y la resurrección de Lázaro o la del hijo de la viuda de Naín, aunque tantas veces se hayan identificado agrupándolas bajo la categoría, puramente apologética, de milagro. En realidad, Lázaro o el de Naín, al revivir; retornan hacia el pasado de la vida terrena, hacia la existencia cotidiana, mientras que la resurrección de Jesús significa el avance absoluto hacia el futuro sin retorno, hacia Dios Padre como meta última a la vez que origen primero de su caminar histórico. Se trata, pues, de dinamismos contrapuestos. De Lázaro o del Naín podemos decir que reviven o son "reanimados"; de Jesús hay que decir mucho más: es "consumado" (cf. Jn 19,30), ya que por su muerte y su resurrección alcanza la meta suprema de la plenitud y la consumación total. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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