domingo, 12 de junio de 2016

DOMINGO 11º DEL TIEMPO ORDINARIO


Tus pecados están perdonados

Nuestras acciones deben estar motivadas por el amor, no por cumplimientos que no nos tocan el corazón. Nuestra vida se medirá por el amor que pongamos en ella. Solo desde la apertura al otro, desde el agradecimiento y desde la gratuidad y desde el servicio podemos empezar a construir el Reino.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA

I LECTURA

La misión de Natán era denunciar el pecado. De este modo, le ofrece a David la posibilidad del arrepentimiento. Reconocer el pecado es el inicio del camino hacia el perdón.

Lectura del segundo libro de Samuel 12, 7-10. 13

El profeta Natán dijo a David: “Así habla el Señor, el Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; te entregué la casa de tu señor y puse a sus mujeres en tus brazos; te di la casa de Israel y de Judá, y por si esto fuera poco, añadiría otro tanto y aún más. ¿Por qué entonces has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas. Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita”. David dijo a Natán: “¡He pecado contra el Señor!”. Natán le respondió: “El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás”.
Palabra de Dios.

Salmo 31, 1-2. 5. 7. 11

R. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.

¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! R.

Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: “Confesaré mis faltas al Señor”. ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! R.

Tú eres mi refugio, tú me libras de los peligros y me colmas con la alegría de la salvación. ¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos! ¡Canten jubilosos los rectos de corazón! R.

II LECTURA

San Pablo era fariseo y conocía bien los alcances de la Ley. Al conocer a Cristo, todo eso quedó en segundo plano. Es Cristo, con el Espíritu, el que le da vida nueva desde su interior. La Ley, que es externa al hombre, no puede animar nuestro ser.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 2, 16. 19-21

Hermanos: Como sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo, hemos creído en él, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley: en efecto, nadie será justificado en virtud de las obras de la Ley. Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. Yo no anulo la gracia de Dios: si la justicia viene de la Ley, Cristo ha muerto inútilmente.
Palabra de Dios.

ALELUYA        1Jn 4, 10
Aleluya. Dios nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Aleluya.

EVANGELIO

Hay mucho amor en esta mujer, que besa, unge, llora... Y hay mucho amor en Jesús, que recibe, contempla y perdona. Él no niega que ella es pecadora, pero puede ir más allá de eso. El pecado queda atrás, pues el amor lo supera. Esta mujer, que ha entrado llorando, ahora puede salir de aquella casa en paz.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 7, 36—8, 3

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”. Pero Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. “Di, Maestro”, respondió él. “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?”. Simón contestó: “Pienso que aquél a quien perdonó más”. Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor”. Después dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”. Los invitados pensaron: “¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?”. Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”. Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

En la primera lectura del Segundo libro de Samuel, el mensaje de Dios a través del profeta Natán al rey David, es atemporal. Es una llamada a vivir desde el agradecimiento. Sólo aquel que verdaderamente valora lo que tiene es agradecido de verdad. El agradecimiento nos saca de nosotros mismos y nos lleva al otro, nos ensancha el corazón el sabernos queridos y bendecidos.

La falta de agradecimiento, nos centra en nosotros mismos, nos vuelve egoístas y en el fondo genera exigencias que desembocan en envidias, celos, insatisfacción,… donde todos nuestros deseos se expresan de una manera negativa y donde la debilidad humana y el deseo de tener más y más sin mirar el precio y las maneras como conseguirlos nos convierte en esclavos modernos de nuestros deseos muchas veces incontrolables y egoístas.

Afortunadamente nunca debemos perder de vista que no dependemos solo de nuestras fuerzas y de que Él nos sostiene y nos alienta. Nos ayuda a ser capaces de reconocer nuestras limitaciones. Solo reconociendo nuestra finitud seremos capaces de ensanchar nuestros horizontes y llegar a ser más felices. Nunca podemos olvidar de que el mayor de deseo de Dios para con nosotros no es que seamos buenos, que también, el deseo profundo de Dios es que seamos felices, y solo desde el desprendimiento y la consciencia de las propias limitaciones podemos sentirnos plenamente amados y perdonados podemos ser plenamente felices.

Dios en el AT, al contrario de lo que pudiera parecer, no es un castigador vengativo, sino un educador. Intenta enseñarnos que nuestras acciones tienen consecuencias. Esa enseñanza es especialmente valiosa en nuestra sociedad, que muchas veces disocia las acciones y sus consecuencias, generando la falsa apariencia de que nuestros actos no generan consecuencias. Esa falta de conexión es una falsedad que nos sirve para evitar tener mala conciencia, o para pacificar escrúpulos. El mal que viene después del pecado no es un castigo divino, sino la circunstancia de nuestros propios actos. El dolor que causamos en las personas que queremos, la soledad, la falta de profundidad en las relaciones, la destrucción del medio ambiente, son consecuencias directas de nuestras acciones. Nuestra libertad tiene límites, mejor dicho un único límite – no hacer al otro lo que tú no desees que el otro te lo haga a ti.

De esto también nos habla el salmo, quien pide perdón a Dios lo recibe y sentir ese amor infinito de Dios padre y madre.

En la segunda lectura de San Pablo a los Gálatas, habla sobre la ley y la justificación. Les pone su ejemplo personal. Según la ley judía San Pablo estaba condenado, pero no a los ojos de Dios. La ley divina, la lógica divina, no tiene nada que ver con la ley humana y su aplicación. Si vivimos, por Cristo vivimos. Si vivimos como cristianos y seguimos el ejemplo de Jesús, Cristo vive en nosotros. Muchas veces nos preocupamos como vivir dentro de una sociedad secularizada, donde muchas leyes van incluso contra la fe cristiana, pero Jesús nos enseñó que incluso en los tiempos difíciles se puede vivir dentro de esta sociedad diciendo: “den al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios, lo que es de Dios”. Mt 22, 15-21

Y lo que Dios nos pide, su mandamiento principal, su lógica es la lógica del amor.

El Evangelio insiste en el mismo mensaje en el que vienen incidiendo todas las lecturas, esta vez la enseñanza viene de manos de una mujer pecadora. Una mujer que tenía mucho de que arrepentirse, pero que también tuvo la capacidad de postrarse, llorar, cuidar, y amar. Jesús no sigue nuestra lógica, que a veces no es capaz de reconocer los gestos o el valor de las pequeñas cosas, Jesús.

El ve lo que nosotros no vemos, mira nuestro interior, nuestros pensamientos, deseos, sentimientos. Esta mujer es el ejemplo de una persona rechazada y condenada según la ley que marca la sociedad de su época, pero perdonada y aceptada según la lógica de Dios, porque tenía el corazón lleno amor.

Nuestras acciones deben estar motivadas por el amor, no por cumplimientos que no nos tocan el corazón. Nuestra vida se medirá por el amor que pongamos en ella. Solo desde la apertura al otro, desde el agradecimiento y desde la gratuidad y desde el servicio podemos empezar a construir el Reino.

Puede que no podamos hacer grandes cosas, pero si podemos hacer pequeñas cosas con mucho amor (Teresa de Calcuta).


ESTUDIO BÍBLICO

Dios hace que la religión tenga vida

Iª Lectura: 1Samuel (12,7-10.13): Dios perdona… a quien confiesa su culpa

I.1. El profeta Natán no fue, desde luego, el "profeta de bolsillo" del rey David, a pesar de famoso oráculo de 2Sam 7 que tánto tiene que ver con el establecimiento de la monarquía davídica en Judá, y con la teología del mesianismo posterior. Es verdad que los reyes dispusieron a su antojo de "profetas", que en realidad no eran profetas. Los autores o el autor "deuteronomista" (los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes) que tiene muy en cuenta la sabida de David al trono judío no podía pasar por alto que el rey pudiera disponer a su antojo de la vida de nadie. Este es el caso de Urías, puesto en primera fila en la batalla para que muriera en la guerra, un hitita, para llevarse consigo a Betsabé su esposa (la que sería la madre de Salomón su sucesor). El relato que se nos propone, pues, tiene toda la carga profética y moral de condenar los crímenes del rey David, el prototipo, el modelo para los judíos. Pues ahí tenemos al profeta de Dios que no esconde la palabra y el juicio contra los crímenes del rey poderoso. David no era un santo y la subida al trono fue una verdadera tragedia para sus contrincantes, como la misma familia de Saúl (el primer rey del pueblo elegido, contra la misma voluntad de Samuel, otro profeta).

I.2. Es verdad que la pretensión del relato tiene un doble objetivo: mostrar la fuerza persuasiva de la palabra profética, como palabra que viene de Dios, que no se vende, que es juicio de condena y salvación según las circunstancias. Natán tendrá que ver con la situación política del reinado davídico, pero no a costa de silenciar el juicio contra el rey que actúa injustamente. Es un rasgo bien definido del verdadero profeta que tiene conciencia de que la palabra viene de Dios, dura y exigente en muchos casos, como fuego ardiente… Esta es su seguridad frente a reyes y poderosos. Y así ocurre fehacientemente en el caso de Natán y David. Es probable que Natán tuviera ciertas predilecciones por David y que influyera en un momento determinado por Salomón como sucesor de su padre… pero no hasta el punto de poder vender ante él la palabra de Dios.

I.3. Pero también tiene, el relato, un tono moralizante necesario: quien se arrepiente, aunque sus crímenes sean grandes, encontrará el perdón. Porque sea el rey de "dos reinos" y haya conquistado todo "un mundo" para él y para los suyos, no le está permitido ir contra Dios y contra sus súbitos. Estos tienen de parte al profeta, es decir a Dios mismo, pues el profeta es el único que pone enfrente a Dios y al rey. Es lo primero y decisivo en esta escena de tipo religioso, entre el profeta y el rey como individuo. Después tendrá consecuencias en la historia misma de la familia de David, en la rebelión de sus hijos, en los intereses políticos de la misma Betsabé para que Salomón sea preferido sobre otros. Es verdad que esto no se contempla aquí, sino la necesidad de reconocer la culpa y arrepentirse ante Dios, que es lo que busca el profeta. El profeta ha conseguido lo que quería, no precisamente humillar en nombre de Dios, sino que se imponga la justicia, el derecho de Dios y de los hombres. Arrepentido… el rey, el hombre, es perdonado.

IIª Lectura: Gálatas (2,16.19-21): En Cristo he encontrado al Dios vivo y verdadero

II.1. El texto de la carta a los Gálatas es una de las maravillas teológicas del apóstol en la defensa que hace del evangelio al que dedica su vida. Cristo crucificado se revela en su vida como la fuerza de Dios y desde entonces prefiere vivir crucificado, siendo un maldito como tal, que vivir agarrado a la ley, que le aleja de la gracia. En estos versos está recogida la "tesis" que se defiende con todas sus fuerzas en esta carta de Pablo. Son los versos que concluyen el c. 2, después de toda una serie de datos biográficos imprescindibles; su oposición a los judaizantes que llegaron a Antioquía en nombre de Santiago y de enfrentarse al mismo Pedro por tal de no perder la libertad que los cristianos han conquistado en Cristo Jesús.

II.2. La dialéctica entre vivir en Dios y vivir en la Ley es descomunal. Se trata, muy probablemente, de una de las expresiones más fuertes y logradas de Pablo. Antes, cuando vivía según la Ley, pensaba que vivía en Dios y con Dios; vivía en la Alianza y en la fidelidad de un buen judío. Ahora todo ha cambiado al descubrir a Cristo, el Hijo crucificado. Ahora es cuando se ha encontrado verdaderamente con Dios. ¿Es esta una ruptura? Sí, es una ruptura definitiva. La cuestión no está, pues, en aceptar o no aceptar la Ley, sino en este planteamiento cristológico. Si los oponentes hubieran podido pedir una fórmula de compromiso o conciliación, Pablo por el contrario, plantea las cosas como alternativa y contraposición. Se debe de elegir, pues, entre la Ley o Cristo. Y está claro cómo se expresa Pablo: solamente es posible elegir a Cristo, es decir, crucificarse con él, como exigencia radical del evangelio.

II.3. La cuestión se centra en el hecho de que compara lo que es vivir según la Ley, y lo que es vivir crucificado con Cristo. Y la conclusión es nítida: prefiere estar crucificado con Cristo, a vivir según la Ley. Viviendo en la Ley él sabe que no le espera más que la muerte espiritual sin sentido. Por el contrario, viviendo crucificado le espera una vida verdadera. Viviendo según la Ley no es posible, para Pablo, encontrarse con el Dios vivo y verdadero, con el Dios salvador. Viviendo «crucificado» uno se encuentra con el Dios vivo y verdadero, el Dios salvador y liberador, porque Dios se ha revelado realmente en la vida del crucificado. ¿Por qué? nos preguntamos todavía. La respuesta está en Gal 2,20, porque es en la cruz donde el Hijo le ha mostrado su amor y su entrega. Y si el Hijo es la revelación de Dios, entonces es en la cruz donde el Dios real se entrega a todos los hombres, independientemente de su raza y religión.

III. Evangelio: Lucas (7,36-8,3): Jesús, profeta del perdón y la misericordia

III.1. Esta escena, una de las más hermosas y significativas del evangelio de Lucas ha sido muy valorada, reinventada varias veces, evocada en la poesía, la pintura y el drama. La verdad es que estamos ante un "capolavoro" del arte narrativo. En el marco de una comida a la que es invitado Jesús, se enfrentan un fariseo (en realidad muchos fariseos) y una mujer pecadora. Es el fariseo el que hace pública esa maldad. Esta pecadora anónima (no identificada, de ninguna manera, con María Magdalena, aunque de ella se nos hable a continuación) parece que sea una prostituta. Es lo que exige el guión moralista y así se ha tratado casi siempre el pecado de ésta; parece que es lo que pega. Pero en verdad no tiene por qué estar marcada con esa indignidad que afecta tan marginalmente a la mujer. Y si en realidad lo fuera, ¡mejor!, porque de esa manera Jesús se cubre de gloria profética. Jesús desde luego, no es un invitado de piedra, aunque se trata de un enfrentamiento, entre un hombre y una mujer; un puritano, uno que tiene conciencia de que no se contamina como el profeta que se deja secar los pies por una mujer pecadora. Enfrente, o mejor, postrada, esa mujer sin nombre (el hombre curiosamente tiene nombre, Simón, y con ello dignidad social y religiosa). Ya esto es significativo.

III.2. Está claro que el fariseo pretende desacreditar a su invitado, quizás porque su invitación obedecía más bien a cierta buena fama de profeta de la que Jesús gozaba en Galilea entre la gente. No interviene, en primera instancia, porque todo va saliendo según ciertas previsiones; todo esto vale para dejar en evidencia al profeta. Parece que aquí, en el marco de una comida, y con testigos presenciales, todo eso va a acabar. Ya sabemos que Jesús tiene fama de comedor y ser amigo de publicanos y pecadores; se ha afirmado un momento antes (Lc 7,34). Pero Jesús no se dirige primeramente a la mujer, sino a Simón, con esa breve parábola de los dos deudores con deudas desproporcionadas. La enseñanza es meridiana: a quien más se le perdona más agradece. Los gestos de la mujer pueden ser todo lo ambiguos que queramos, pero no para Jesús, ni para el fariseo, que representa todo un mundo religioso y una mentalidad. Para los rabinos de la época… ¡no digamos!

III.3. Jesús, este Jesús de Lucas, que se nos presenta tan cercano a la mujer, a los débiles, tan abierto a la misericordia… después de haber dejado bien claro en la parábola hasta dónde quiere llegar, se pone de parte de la mujer. Lo que le reprocha a Simón, lo pone a cuenta de la mujer, de la pecadora, ¡algo inaudito! En realidad, la narración parece insinuar que Jesús no ha sido invitado con buenas intenciones a casa del fariseo. Al final son dos mundos los que se enfrentan: el de los fariseos y el de Jesús. Y quien dictamina este enfrentamiento, la juez, es una mujer pecadora. No ha sido tratado Jesús con dignidad por parte de los fariseos, de hombres. Y resulta que esta mujer viene a restituir toda la dignidad para este profeta amigo de publicanos y pecadores. Parece como si la mujer si hubiera enterado que Jesús no ha sido tratado con toda la dignidad que merece y ella viene a suplirlo. Es verdad que se trata de una pecadora en toda regla (por lo que sea, ¡es igual!), porque Jesús le perdona sus pecados y por ello explota el auditorio de hombres y de fariseos: ¡solamente Dios puede perdonar pecados!

III.4. El fariseo, los fariseos, los puritanos, no se sienten perdonados… porque no sienten necesidad y no pueden agradecer. La mujer sí siente la necesidad de comprensión, de perdón, de misericordia y, consiguientemente, ama mucho. Debemos resaltar la fuerza del v. 47, incluso en una buena traducción: no es su amor lo que provoca el perdón, sino el perdón de Jesús lo que le lleva a amar con toda el alma y todo el corazón. Ella ha pedido comprensión, perdón, misericordia… y se le ha concedido. Ella lo necesitaba y ha llevado a cabo todo aquello que le acercaba a quien consideraba que se lo podía ofrecer de parte de Dios. Los "fariseos" (no solamente Simón, aunque éste los representa) no se acercan a Jesús, no le ofrecen ni siquiera la hospitalidad dignificadora, sino una hospitalidad para ser cazado y ser juzgado. El profeta, amigo de publicanos y pecadores, de la mujer y de gente sencilla y necesitada, ha salido ileso… pero no sin escándalo de los que no se sienten pecadores. Y no saben que esa dignidad estirada y legal… puede ser también pecado. Y podrían tener el mismo perdón como la mujer. Pero eso sería rebajarse a una moral débil que no pueden soportar. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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