“Dios revela sus
secretos a los humildes”
“Hijo mío en tus asuntos procede con
humildad y te querrán más que al hombre generoso”, es un consejo tomado del
libro del Eclesiástico que leemos en la primera lectura. El Evangelio nos
recuerda también esta misma virtud cristiana que debe conducir todas nuestras
actuaciones para intentar llegar a conocer la mente de Dios que se revela a los
humildes. En el evangelio de hoy Jesús aprovecha la ocasión, a propósito de una
invitación para comer con un fariseo, para inculcar en los comensales la
necesidad de ser los últimos al elegir los puestos en el banquete, y ser así
los primeros ante el Señor que invita. Además también, Jesús nos indica a
quienes deberíamos invitar en estos casos; que no son otros que los más desamparados.
Será ese el camino para descubrir la misericordia de Dios que actúa
preferentemente con los más necesitados.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS
SU PALABRA.
I
LECTURA
Este
hombre busca que su hijo siga los pasos de la humildad, el respeto y la
misericordia. Se trata de virtudes muy humanas, que en este caso se fundan en
un profundo conocimiento de Dios y de la vida.
Lectura
del libro del Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29
Hijo mío, realiza tus obras con modestia
y serás amado por los que agradan a Dios. Cuanto más grande seas, más humilde
debes ser, y así obtendrás el favor del Señor, porque el poder del Señor es
grande y él es glorificado por los humildes. No hay remedio para el mal del
orgulloso, porque una planta maligna ha echado raíces en él. El corazón
inteligente medita los proverbios y el sabio desea tener un oído atento.
Palabra de Dios.
Salmo
67, 4-5a.c. 6-7b. 10-11
R.
¡Señor, tú eres bueno con los pobres!
Los justos se regocijan, gritan de gozo
delante del Señor y se llenan de alegría. ¡Canten al Señor, entonen un himno a
su Nombre! Su Nombre es “el Señor”. R.
El Señor en su santa Morada es padre de
los huérfanos y defensor de las viudas: Él instala en un hogar a los solitarios
y hace salir con felicidad a los cautivos. R.
Tú derramaste una lluvia generosa,
Señor: tu herencia estaba exhausta y tú la reconfortaste; allí se estableció tu
familia, y tú, Señor, la afianzarás por tu bondad para con el pobre. R.
II
LECTURA
El
autor de este discurso tan imponente nos amonesta para que vivamos conformes a
lo que hemos contemplado. ¿Hemos contemplado algo? Sí, y nos acercamos al monte
Sión, a la alianza en Jesús que nos renueva para poder vivir en la Ciudad
Santa.
Lectura
de la carta a los Hebreos 12, 18-19. 22-24
Hermanos: Ustedes no se han acercado a
algo tangible: “fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de
trompeta, y un estruendo tal de palabras”, que aquellos que lo escuchaban no
quisieron que se les siguiera hablando. Ustedes, en cambio, se han acercado a
la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a
una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, a la asamblea de los
primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acercado a Dios, que
es el Juez del universo, y a los espíritus de los justos que ya han llegado a
la perfección, a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza y a la sangre
purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel.
Palabra de Dios.
ALELUYA Mt 11, 29
Aleluya. “Carguen sobre ustedes mi yugo
y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón”, dice el Señor.
Aleluya.
EVANGELIO
“El
Señor enseña a sus discípulos que deben ser desinteresados y que jamás deben
hacer el bien con la mirada puesta en la retribución que esperan recibir. El
que comparte lo suyo sin buscar recompensa alguna en este mundo, la recibirá de
manos de Dios, quien es generoso en grado infinito”.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 14, 1. 7-14
Un sábado, Jesús entró a comer en casa
de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar
cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: “Si
te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque
puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y
cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: “Déjale el
sitio”, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al
contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que
cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más”, y así quedarás
bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será
humillado, y el que se humilla será elevado”. Después dijo al que lo había
invitado: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus
hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te
inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un
banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.
¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu
recompensa en la resurrección de los justos!”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE
DIOS.
Lucas, el autor del evangelio que hoy
comentamos, recoge cuidadosamente los hechos de la vida de Jesús de Nazaret
trasmitidos por testigos oculares, y nos ofrece ordenadamente el contenido del
mensaje cristiano. Lógicamente los primeros capítulos nos hablan del anuncio
del Reino, del compromiso personal y de la predicación de Jesús llamando a la
conversión. Es el núcleo central del Evangelio, a continuación recoge hechos y
enseñanzas de Jesús dirigidos a sus oyentes con la intención de formar
actitudes básicas de sus seguidores disposiciones personales que son una ayuda
para comprender el mensaje. Son virtudes de menor calibre, (pues también en las
virtudes cristianas hay una jerarquía), pero necesarias para conformar la
identificación con Cristo.
El texto del evangelio de hoy, a
propósito de un banquete en el que los invitados buscaban los primeros puestos,
da pie a Jesús para hablar de la humildad.
“Entró Jesús un sábado en casa de uno de
los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.”
Hoy vemos a Jesús compartiendo un
banquete, invitado por un fariseo. Muchas veces el evangelio nos muestra la
humanidad de Jesús, asistiendo a comidas ofrecidas por amigos y seguidores de
su mensaje. También acude a otros convites “más hostiles”, pues no rechazó
aquellas invitaciones que por curiosidad o por tenderle una trampa le hacían
los escribas, fariseos o publicanos, oponentes y enemigos de su mensaje. Jesús
participaba con gusto en comidas y banquetes, no era un asceta como Juan el
Bautista, sentía la alegría de poder ofrecer su amistad y su mensaje de salvación
a todos aquellos que le buscaban con sinceridad. Recordemos el caso de Zaqueo,
el recaudador de impuestos, que era un corrupto pero se convierte y devuelve el
dinero ganado injustamente y al renacer a una vida nueva Jesús le dice que hay
que celebrarlo en torno a la mesa.
En el evangelio que hoy comentamos,
Jesús es invitado por un fariseo y aprovecha la ocasión para “proponer” a los
invitados el lugar que deben elegir al sentarse a la mesa; la actitud del
invitado ha de ser la humildad. También hay una segunda parte en el texto
dedicada al que invita que veremos luego. En las dos partes de este relato
evangélico hay una resonancia del gran mensaje cristiano, la fraternidad, el
amor al prójimo. Estamos ante el banquete del amor, el “ágape griego”, pero
ahora abierto a todos, preferentemente a los más necesitados.
“Cuando te inviten a una boda no te
sientes en el puesto principal. Al revés cuando te conviden ve a sentarte en el
último puesto…”
Es normal ver, hoy día también en
cualquier evento, que los invitados al llegar van eligiendo los primeros
puestos, la mejor posición. El evangelio nos dice en cambio que nos sentemos en
el último lugar. Al leer esta parte del texto sagrado nos puede parecer una
anécdota o un detalle sin importante, quizás alguno lo interprete como una
simple norma de buena conducta o como una norma de etiqueta. Sin embargo no es
así, este hecho aparentemente trivial tiene un calado más profundo porque nos
introduce en algo básico para la vida cristiana, como es la humildad. Una
virtud difícil de entender porque va en contra de apetencias y deseos propios
muy básicos, como son el egocentrismo y el protagonismo. Tenemos que a admitir
que hoy no está de moda en esta sociedad tan competitiva y prepotente el ser
humilde, es más se nos educa para triunfar, e incluso para el éxito fácil sin
esfuerzo. Vivimos inmersos en un culto a la personalidad, un centramiento
exagerado en el “sí mismo” que hace del “otro” un simple objeto que cuenta muy
poco o nada.
En el cristiano al hablar de humildad
resuenan en seguida las palabras de Jesús diciendo: “El que quiera ganar la
vida la perderá, pero el que está dispuesto a perderla por mi causa la ganará”.
Perder para ganar, esta es la disposición última del que ha entendido la
necesidad de hacerse pequeño para entender el mensaje cristiano. No es la
negación del Yo, ni va en contra de la necesidad que tiene cada ser humano de
formarse y enriquecer su personalidad siendo así cada vez más valioso para la
comunidad a través de su esfuerzo. La autoestima es un valor pedagógico porque
es bueno reconocer los propios valores; la humildad no niega la autoestima, la
enriquece, la completa, pues nos hace conscientes de que todo proviene de Dios,
que dependemos de Él y todo lo que somos se sustenta en ese lazo invisible pero
real con nuestro creador, porque todo se nos ha dado. El humilde toma
consciencia de su valor y de su pequeñez ante la obra divina. En consecuencia
la humildad ayuda a aceptar los planes de Dios sobre nosotros, y estar
dispuestos a servir, sobre todo a los más necesitados.
El mensaje evangélico de hoy se completa
diciendo que cuando venga el que te invitó te dirá, “amigo sube más arriba”. Es
la recompensa ante la postura de la persona discreta y humilde. Porque todo el
que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido, así termina
la primera parte de este relato.
“Cuando des una comida o una cena invita
a aquellos que no pueden pagarte, te pagaran cuando resuciten los justos.”
La segunda parte de este relato es
también un consejo dirigido a aquellos que organizan una comida (dar alimento,
en todos los sentidos). “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus
amigos, ni a tus hermanos o a tus parientes ni a los vecinos ricos porque
corresponderán invitándote y quedarás pagado. Invita a pobres lisiados y
ciegos; dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los
justos.”
La conducta de los que invitan a un
banquete esperando algún beneficio ha sido siempre así y sigue siéndolo, doy
algo para que me des algo, te invito para que después me invites tú. Pero Jesús
pide algo más a sus seguidores, pide un cambio de mentalidad que consiste en la
gratuidad del amor desinteresado, tal como él lo practicó en su vida y predicó
cuando señalaba las bases del Reino de Dios, que había que construir. Este es
el contraste y el escándalo para muchos cuando no entienden que imitar al
Maestro es poner nuestra mesa a disposición del necesitado, pobres, cojos,
mancos o ciegos, ya que El se despojó de su rango, como señala Pablo el apóstol
converso, y se hizo el último y el servidor de todos.
Al final de este texto, como de pasada,
hay una referencia a la recompensa que debemos de esperar al final de la vida.
Dice así, “te pagarán cuando resuciten los justos”. De una forma más explícita
y detallada, encontramos esta misma idea en el evangelio de San Mateo en ese
pasaje tan conocido del juicio final. Que podríamos resumir diciendo que, la
salvación será para aquellos que en su vida han prestado atención a las
necesidades y carencias ajenas. Siendo significativo para los seguidores de
Cristo la afirmación según la cual el Juez Supremo se identifica con los
necesitados, pues al socorrer a aquellos que tienen hambre o sed o son
extranjeros o están desnudos, en la cárcel o enfermos conmigo lo hicisteis.
(Mat.25, 31-46).
La verdadera humildad como generosidad y
condescendencia
Iª
Lectura: Eclesiástico (3,19-21.31.33): La humildad para dejar vivir a los otros
I.1. Este último domingo se nos presenta
enmarcado en planteamientos muy humanos de la vida; se propone a la comunidad
la praxis de la humildad, una de las virtudes que menos estima recibe en este
mundo de competencias infernales, de luchas a muerte por los primeros puestos,
por las grandes producciones, por los estilos arrogantes de comportamiento.
Quien carezca de este estilo, hoy, parece que no tiene futuro.
I.2. La primera lectura, del Sirácida,
es una colección de dichos y refranes de sabiduría, como casi todo el libro, en
que se hace el elogio de la humildad, la reflexión y la limosna. Si tienes
conciencia de ser grande, de valer algo, procura manifestarte ante los otros
con humildad. Es una virtud ésta, no para aparentar lo que no se es, sino para
no apabullar a los otros.
IIª
Lectura: Hebreos (12,18-19.22-24):
II.1. Se prosigue con la alta teología
de la carta a los Hebreos sobre la fe. Esta exhortación fervorosa a una comunidad
judeo-cristiana que está pasando por un mal momento, por dificultades internas
y externas, pone de manifiesto la obra redentora de Cristo, el Sumo Sacerdote,
en comparación con la liturgia, ya muerta e irreversible, del antiguo templo de
Jerusalén. Ahora la liturgia que se propone es de tipo celeste, vital,
existencial.
II.2. Se quiere subrayar que la
comunidad cristiana, llamada a la santidad, no tiene que tener miedo, porque
puede entrar en el misterio de la santidad divina, ya que Jesucristo ha hecho
posible que nuestros pecados se borren. No tenemos que tener miedo a la
santidad (como les sucedía a Moisés y a los israelitas en el Sinaí frente a la
santidad de Yahvé). Ahora con Jesucristo, la santidad de Dios es cercanía,
misterio curativo que humaniza la misma religión. Los ángeles, los cielos, la
Jerusalén celeste, son los signos para hablar de una experiencia que no debemos
perder de vista, una nueva alianza.
Evangelio:
Lucas (14,1.7-14): La humildad ofrece dignidad a los otros
III.1. Nos encontramos con dos parábolas
del buen comportamiento en la mesa. El texto de Lucas está bien construido. En
la primera Jesús se dirige a los comensales a propósito del puesto que deben
ocupar cuando son invitados (vv. 7-11) y en la segunda se dirige a quien invita
para que haga una buena elección de los invitados (vv.12-14). Claro, que nada
es lógico en estas parábolas, porque sucede que cuando somos invitados nos
gustaría ser de los principales; y cuando invitamos nos gustaría hacerlo
teniendo en cuenta la importancia de los mismos. No es eso lo que se propone en
este conjunto, que toma la “mesa” como símbolo casi religioso. Las famosas
“comunidades” fariseas (havurah/havurot, de haver, amigo), tenían cuidado de no
invitar a nadie que no cumplieran con normas estrechas de comportamiento, de
preceptos, de comidas kosher, etc.. No era admitido cualquiera a estas havurot.
Por eso tiene mucho sentido las propuestas “alternativas” de Jesús a los suyos.
En la mesa se compartía amistad e ideas, y por eso tenía tanta importancia.
III.2. El evangelio, como ya se ha
puesto de manifiesto, se nos propone la humildad. ¿Por qué, para ser un buen
seguidor de Jesús es necesario ser el último, el servidor de todos? ¿No es una
falsedad aparentar lo que no se es? Aquí no cabe otra explicación que el mismo
misterio de la condescendencia divina, que siendo poderoso, se ha hecho como
uno de nosotros. La parábola de los primeros y los últimos puestos en un
banquete le sirve a Jesús para poner de manifiesto la humildad. El marco de
esta parábola es la de un sábado en que Jesús es invitado a casa de un fariseo.
Los fariseos, sus escribas, no gozan de buen nombre en el evangelio (Lc
20,46-47). ¿No es bueno aspirar a ser el primero, el mejor, el más perfecto? Si
lo miramos desde la perspectiva de los deportistas en las Olimpiadas parecería
que no es muy acertada la proposición de Jesús, aunque hoy sabemos que
solamente gana uno; y muchos deportistas nos dan la lección de que es tan
importante participar como ganar.
III.3. De alguna forma este ejemplo lo
podíamos aplicar a la vida cristiana: todos valen en una comunidad, todos
tienen algo positivo, todos tienen algo bueno. No importa ser los primeros si
ser el primero nos lleva a ser arrogantes e inmisericordes. Por eso la segunda
parábola de la lectura de hoy pide que no invitemos o compartamos nuestra
amistad con los que nos van a pagar, sino con aquellos que no pueden responder
a nuestra generosidad. Y es que el tema de la humildad, cristianamente hablado,
se resuelve en la generosidad. El que es humilde es generoso, misericordioso
con los otros. Esa es la razón por la que la humildad cristiana es actitud
sabia y principio de amor. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).