“El Señor
atraerá hacia sí a todas las naciones”
Las lecturas del Evangelio de los días
precedentes nos han conducido al mensaje que hoy nos trae Lucas. Jesús derriba
los muros que levantamos constantemente entre “nosotros” y los “otros”. Dios
ama a todos, judíos y no judíos, y nos ama antes e independientemente de que le
amemos.
La corrección que Jesús dirige hacia los
fariseos es dura pero necesaria, como advierte la carta a los Hebreos. La
cuestión es si la escuchamos como si no fuera con “nosotros”, sino con “los
otros”. Es decir, si pensamos que no nos atañe. ¿Estamos curados de complejos
de superioridad, de cierta tendencia a menospreciar a los que no cumplen
nuestros cánones de religiosidad?
El fariseísmo no es simplemente un
movimiento religioso de la época de Jesús, es una tentación constante para toda
persona religiosa. Pidámosle a Dios que llene nuestros corazones de su
misericordia para no caer en esa tentación.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
profeta anuncia que Dios vendrá a reunir a todas las naciones. Además quedan
comprometidos los miembros del pueblo que deben anunciar el plan de Dios y
trabajar para esa unión. Porque Dios nos hace participar a todos de su plan y
de su obra.
Lectura
del libro de Isaías 66, 18-21
Así habla el Señor: Yo mismo vendré a
reunir a todas las naciones y a todas las lenguas, y ellas vendrán y verán mi
gloria. Yo les daré una señal, y a algunos de sus sobrevivientes los enviaré a
las naciones extranjeras, a las costas lejanas que no han oído hablar de mí ni
han visto mi gloria. Y ellos anunciarán mi gloria a las naciones. Ellos traerán
a todos los hermanos de ustedes, como una ofrenda al Señor, hasta mi Montaña
santa de Jerusalén. Los traerán en caballos, carros y literas, a lomo de mulas y
en dromedarios –dice el Señor– como los israelitas llevan la ofrenda a la Casa
del Señor en un recipiente puro. Y también de entre ellos tomaré sacerdotes y
levitas, dice el Señor.
Palabra de Dios.
Salmo
116, 1-2
R.
Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio.
¡Alaben al Señor, todas las naciones,
glorifíquenlo, todos los pueblos! R.
Es inquebrantable su amor por nosotros,
y su fidelidad permanece para siempre. R.
II
LECTURA
Durante
siglos, hemos escuchado que hay que temer al castigo de Dios, y que este
castigo es parte de un camino de aprendizaje. Sin embargo, no es este el
mensaje del autor de este escrito, quien quiere acompañar los sufrimientos de
una comunidad para que esta vea y perciba, en medio de sus propios dolores, la
presencia de Dios, que sana y acompaña.
Lectura
de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13
Hermanos: Ustedes se han olvidado de la
exhortación que Dios les dirige como a hijos suyos: Hijo mío, no desprecies la
corrección del Señor, y cuando te reprenda, no te desalientes. Porque el Señor
corrige al que ama y castiga a todo aquel que recibe por hijo. Si ustedes tienen
que sufrir es para su corrección; porque Dios los trata como a hijos, y ¿hay
algún hijo que no sea corregido por su padre? Es verdad que toda corrección, en
el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde,
produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella.
Por eso, “que recobren su vigor las manos que desfallecen y las rodillas que
flaquean. Y ustedes, avancen por un camino llano”, para que el rengo no caiga,
sino que se sane.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 14, 6
Aleluya. “Yo soy el Camino, la Verdad y
la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
“Fíjense
en el evangelio de hoy: ‘Se quedarán afuera. Llamarán a la puerta diciendo:
‘Señor, ábrenos’. Y él les replicará: ‘No sé quiénes son’. Entonces comenzarán
a decir: ‘Hemos comido y bebido, y tú has enseñado en nuestra plazas’. Pero él
les replicará: ‘No sé quiénes son. Aléjense de mí, malvados’. No basta llevar
el nombre cristiano y vivir como pagano para presentarse al cielo y decir: ‘Jesús
me conoce’.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 13, 22-30
Jesús iba enseñando por las ciudades y
pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: “Señor, ¿es
verdad que son pocos los que se salvan?”. Él respondió: “Traten de entrar por la
puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo
conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes,
desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Y él
les responderá: ‘No sé de dónde son ustedes’. Entonces comenzarán a decir:
‘Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas’. Pero él les
dirá: ‘No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el
mal!’. Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a
Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean
arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del
Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los
últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los
últimos”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El
Señor atraerá hacia sí a todas las naciones.
La lectura del profeta Isaías es
prácticamente el final del libro (de la tercera parte o Trito-Isaías). La
profecía nos habla de la nueva Jerusalén, de unos cielos nuevos y una nueva
tierra, que Dios va a crear. En ella reunirá no sólo a los israelitas que
vuelven del destierro, sino también a gentiles venidos de todas las naciones.
Ya no habrá diferencia entre unos y otros, todos adorarán a Dios en pie de
igualdad, presentando ofrendas o sirviendo como sacerdotes y levitas. Y en esa
nueva Jerusalén, los malvados no tendrán sitio. El Evangelio de hoy nos
recuerda cómo con Jesucristo la profecía de Isaías se ha cumplido.
La salvación no es un privilegio
reservado a unos pocos. Por eso, “anunciarán mi gloria a las naciones”, dice
Dios por boca de Isaías, palabras que resuenan en el Salmo hoy proclamado.
Saberse salvado por Dios es inseparable de querer la salvación de los demás.
Decía Santo Tomás de Aquino que no se puede amar a Dios si no se ama lo que Él
ama. ¿Cómo puede alguien pensar que Dios está presente en su vida si no le
importa su prójimo? El mandato de predicar el Evangelio a todo el mundo hunde
sus raíces en el amor, y no en una pretendida conciencia de superioridad.
La salvación no es una “cosa” a poseer,
sino una “relación” a vivir.
La soberbia de creerse superior
espiritualmente a los demás nos aleja del amor y, por tanto, de Dios. Jesús
censura una vez más la religiosidad de los fariseos que creen ser destinatarios
por derecho propio, como descendientes de Abraham, de la salvación. No
comprenden que la salvación consiste en la aceptación libre de la relación de
amistad que Dios nos brinda gratuitamente simplemente porque nos ama, a todos
sin distinción, seamos como seamos. No comprenden que es un don al que debemos
abrirnos y no el premio por cumplir las reglas de un club selecto.
“¿Serán pocos los que se salven?” La
pregunta que le dirigen a Jesús es la clásica pregunta, legalista, farisaica.
¿Qué interés puede tener saber la cantidad de los que se van a salvar si no es
para calcular la probabilidad de salvarse y el esfuerzo requerido para ello?
Corresponde a una visión mercantilista e individualista de la relación con
Dios. Es no haber entendido nada del mensaje de Jesús. Por eso, como en tantas
otras ocasiones, Jesús no responde directamente a su interlocutor, sino que lo
hace rompiendo el marco de referencia desde el que éste se sitúa, cambiando
totalmente la perspectiva. Y lo hace recurriendo a la imagen del banquete,
símbolo de fraternidad y de comunión de vida y amor: “se sentarán a la mesa en
el Reino de Dios”.
Autenticidad
frente a cumplimiento.
Sin embargo, uno puede haber comido y
bebido con alguien, incluso puede haber ido a escucharle, sin que ello suponga
llegar a entablar una relación de amistad con él, sin llegar a conocerle,
simplemente movido por la curiosidad o por el deseo de prestigio que ello
pudiera acarrear. Una vez más el Evangelio nos advierte: no se trata de lo
externo, sino de lo que hay en el interior. Ese es el esfuerzo al que nos llama
Jesús, a no quedarnos en lo superficial. Por eso avisa a los fariseos -con los
que ha comido y bebido y en cuyas plazas ha predicado, y que se consideran
elegidos (fariseo significa “separado”) frente a pecadores y gentiles- de que
“hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. En cuanto a la
mención de Jesús a “la puerta estrecha”, sencillamente se trata de una
referencia implícita (a modo de anáfora) a la pregunta que inmediatamente se le
ha dirigido.
¿Acaso son malos los fariseos? No.
Simplemente razonan desde un enfoque equivocado: el del cumplimiento de la Ley.
Bien podríamos ser nosotros, cristianos del siglo XXI, los destinatarios de las
palabras de Jesús por cuantas veces levantamos muros para separar a “puros” de “impuros”
en lugar de responder desde la misericordia, o por las veces que creemos haber
“ganado” la salvación al cumplir normas y preceptos.
ESTUDIO BÍBLICO.
La Salvación es una Gracia de Dios
Iª Lectura: Isaías (66,18-21): Abrirse a
todos los pueblos
I.1. Nuestra primera lectura de hoy es
el del último capítulo del libro de Isaías que corresponde a un tercer Isaías,
de la escuela del gran maestro que ha dado nombre a este libro en su totalidad.
Es un oráculo que se dirige a los que ha retornado del exilio de Babilonia; es
una llamada de esperanza universal. El fracaso del pueblo, con toda su
identidad, debería haberles enseñado a abrirse a todas las pueblos, razas y
lenguas, para que el proyecto universal de salvación de Yahvé, el Dios de
Israel.
I.2. Es esto lo que se anuncia en esta
lectura; es una llamada a la misión, que no van a escuchar los dirigentes y
responsables. Se cerrarán en una teocracia sacerdotal, con el tiempo, y
frustrarán muchas esperanzas. Comenzará a surgir una mentalidad cultual, legalista;
una religión que no llegará al corazón reemplazará estas palabras proféticas,
hasta que llegue el profeta definitivo, Jesús, quien volverá a recuperar para
su pueblo y para el mundo lo que significa este oráculo.
IIª Lectura: Hebreos (12,5-7.11-13):
¡Tengamos esperanza!
La lectura de Hebreos es una amplia
exhortación a vivir la fe en medio de las dificultades que deben soportar. Los
destinatarios son, muy probablemente, judíos convertidos que se encuentran un
poco desasistidos de los apoyos que encontraban en la praxis del judaísmo, en
la antigua religión. Ahora se les reprocha que no sean capaces de soportar
algunas cosas. Por eso se les exhorta a que cuando reciban una corrección deben
asumirla con paciencia, porque a pesar de desconcierto primero, el final
siempre es positivo. El fruto verdadero de la corrección y la paciencia es una
esperanza firme para no abandonar la fe.
Evangelio: Lucas (13,22-30): Dios nos
espera para salvarnos
III.1. El evangelio puede sonar un poco
desconcertante, dependiendo en gran parte del dicho aislado “esforzaros de
entrar por la puerta estrecha”. El pasaje se sitúa en el camino que Jesús
emprende hacia Jerusalén y el seguimiento que ello implica, es una catequesis
lucana del verdadero discipulado. Pero ¿para qué es necesario ser discípulo de
Jesús? ¿para salvarse, para salvarnos? ¿Esa era la mentalidad del tiempo de
Jesús heredada en ciertos círculos cristianos rigoristas? ¿Son pocos los que se
salvan? Conociendo el mensaje de Jesús y su confianza en Dios, tendríamos que
afirmar que Jesús no respondía a preguntas que se resolvieran desde el punto de
vista legal.
III.2. En realidad la lectura a fondo de
este evangelio plantea cuestiones muy importantes desde el punto de vista de la
actitud cristiana. Jesús no responde directamente a la pregunta del número,
porque no es eso algo que pueda responderse. Lo de la puerta estrecha es un
símil popular y no debe producir escándalo, porque los caminos de Dios no son
lo mismo que los caminos de los hombres: esto es evidente. Esta es una llamada
a la “radicalidad” en todo caso, que pudiéramos transcribir así: quien quiera
salvarse debe vivir según la voluntad de Dios. Eso lo dice todo, aunque para
algunos no resuelve la cuestión. Por ello deberíamos decir que esa preocupación
numérica fue más de los discípulos que trasmitieron estas palabras de Jesús (el
Evangelio Q para algunos especialistas), que estaban más o menos obsesionados
con un cierto legalismo apocalíptico y no bebían los vientos del talante
profético de Jesús.
III.3. Siempre se ha dicho que Jesús lo
que busca son los corazones y la actitudes de los que le siguen. Les pone una
parábola de contraste, la del dueño de la casa que cierra la puerta. La
mentalidad legalista es la de esforzarse por entrar por la puerta estrecha. En
la parábola se adivina un mundo nuevo, un patrón, Dios en definitiva, que no
entiende las cosas como nosotros, por números, por sacrificios, por esfuerzos
personales de lo que se ha llamado “do ut des” (te doy para que me des). Muchos
pensarán que han sido cristianos de toda la vida, que han cumplido los
mandamientos de Dios y de la Iglesia de toda la vida (si es que eso se puede
decir), que han sido muy clericales… pero el “dueño” no los conoce. ¿No es
desesperante la conclusión? El contraste es que podemos estar convencidos que
estamos con Dios, con Jesús, con el evangelio, con la Iglesia, pero en realidad
no hemos estado más que interesados en nosotros mismos y en nuestra salvación.
Eso es lo que la parábola de contraste pone de manifiesto.
III.4. ¿Las cosas deberían ser de otra
manera? ¡Sin duda! Debemos aprender a recibir la salvación como una gracia de
Dios, como un regalo, y a estar dispuestos a compartir este don con todos los
hombres de cualquier clase y religión. Eso es lo que aparece al final de esta
respuesta de Jesús. Los que quieren “asegurarse” previamente la salvación
mediante unas reglas fijas de comportamiento no han entendido nada de la forma
en la que Dios actúa. Por eso no reconoce a los que se presentan con señas de
identidad legalistas, que ocultan un cierto egoísmo. No es una cuestión de
número, sino de generosidad. En la mentalidad legalista y estrecha del
judaísmo, que también ha heredado en muchos aspectos el cristianismo, la
salvación se quiere garantizar previamente como se tratara de un salvoconducto
inmutable e intransferible. No se trata de desprestigiar una moral, una
conducta o una institución, como si el evangelio convocara a la amoralidad y el
desenfreno para poder salvarse. Esta conclusión de moralismo barato (la “gracia
barata” le llamaba Bonhoeffer) no es lo que piden las palabras de Jesús. Pero
sí debemos afirmar rotundamente: si la salvación no sabemos recibirla como una
“gracia”, como un don, no entenderemos nada del evangelio. (Fray Miguel de
Burgos Núñez, O. P.).
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