domingo, 9 de octubre de 2016

DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Levántate, vete; tu fe te ha salvado”

Hoy es domingo: ¿dónde están los demás?

La pregunta no la podemos evitar. Las palabras de Jesús en el evangelio de Lucas nos mueven hoy a pensar en la importancia que tienen los números: ¿no han quedado limpios los diez? ¿Los otros nueve dónde están? De diez sólo una décima parte, sólo uno. Esa pregunta sobre dónde están los demás, se la hacen muchos que pasan por nuestras iglesias y comprueban el escaso número de los que celebran El Día del Señor en comunidad. Es verdad que aquí contamos todos, no sólo los selectos, los buenos. Cada uno está emplazado, no basta con la mayoría, la interpelación es individual y personal. Nunca es suficiente hacerlo en nombre de los demás, del otro. El hecho está ahí y siempre es fácil que se convierta en pregunta: los demás ¿dónde están?.
Con este espíritu unámonos a esta celebración del Día del Señor que quiere ser de todos, porque todos, con nuestras peculiaridades, tenemos mucho que agradecer, si bien lo reconozcan pocos.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Naamán era general del ejército enemigo. Había hecho muchas incursiones contra Israel. Justamente a él, un extranjero y enemigo, el profeta Eliseo debe mostrarle el camino de la salvación. Y este general pagano y poderoso reconoce al Dios de Israel. Su curación es un signo de que Dios no quiere cerrar los caminos de la salvación a nadie. Y nos enseña a no encerrarnos en nuestros estrechos criterios de merecimiento.

Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 10. 14-17

El profeta Eliseo mandó un mensajero para que dijera a Naamán, el leproso: “Ve a bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio”. Naamán bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor”. Pero Eliseo replicó: “Por la vida del Señor, a quien sirvo, no aceptaré nada”. Naamán le insistió para que aceptara, pero él se negó. Naamán dijo entonces: “De acuerdo; pero permite al menos que le den a tu servidor un poco de esta tierra, la carga de dos mulas, porque tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses, fuera del Señor”.
Palabra de Dios.

Salmo 97, 1-4

R. El Señor manifestó su victoria.

Canten al Señor un canto nuevo, porque él hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. R.

El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. Aclame al Señor toda la tierra, prorrumpan en cantos jubilosos. R.

II LECTURA

La Palabra de Dios no está encadenada. Cada vez que la anunciamos, la repetimos, la enseñamos, la proclamamos, hacemos que esta Palabra se mantenga viva en los corazones. Y la Palabra hará su obra de sanar y liberar.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 8-13

Querido hijo: Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que yo predico, por la cual sufro y estoy encadenado como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso soporto estas pruebas por amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna. Esta doctrina es digna de fe: Si hemos muerto con él, viviremos con él. Si somos constantes, reinaremos con él. Si renegamos de él, él también renegará de nosotros. Si somos infieles, él es fiel, porque no puede renegar de sí mismo.
Palabra de Dios.

ALELUYA        1Tes 5, 18

Aleluya. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. Aleluya.

EVANGELIO

Para los compatriotas de Jesús, el samaritano era como un pagano, un hereje, y además, un enemigo. Según esta consideración, los samaritanos no podían estar en buena relación con Dios. Pero ante el paso de Jesús, este samaritano demuestra más gratitud y reconocimiento que los otros nueve enfermos. Este samaritano trae un cuestionamiento para nosotros. Él, que supuestamente era de “los alejados”, se moviliza, alaba a Dios y se expresa efusivamente ante Jesús dando gracias. Jesús pasa por nuestra vida y sana. Expresémosle nuestra gratitud.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 17, 11-19

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba sanado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?”. Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.
                                                  Palabra del Señor.




MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La salud que buscaba Naamán, el sirio.

Visto desde hoy, por lo menos choca que sea un sirio quien acude al Dios de Israel para obtener la salud que no puede obtener en su pueblo. Y se entiende, es que hoy también acuden los sirios, muchos que huyen de la guerra, buscando refugio, entre los que tienen lo necesario y podrían compartirlo con los que carecen de ello. Pero no sin muchas dificultades, en la situación antigua y en la actual.

Naamán es un personaje muy importante, jefe del ejército del rey de Siria, pero que está enfermo de lepra, enfermedad incurable. Una sirvienta israelita, al servicio de la mujer de este general, le hace saber que en Israel hay un profeta muy poderoso. Naamán se presentó al rey de Israel, que quedó perplejo ante su petición. Bueno, ya ha intervenido una creyente israelita para conducir al general Naamán hacia el profeta de Dios, pero ante la resistencia del propio Naamán y su deseo de un trato espectacular, propio de su dignidad, el profeta de Dios también le marca lo que tiene que hacer, le señala puntualmente el camino: “Ve y lávate siete veces en el Jordán y quedarás limpio” (2 Reyes 5, 10). Incluso los mismos sirvientes del propio Naamán median para persuadirle a que acepte lo que manda el profeta. ¿Forma todo este itinerario parte de la obediencia de la fe? Cierto, no siempre sucede igual, pero en todo caso siempre son muchas las mediaciones para llegar a la fe.

De la experiencia de la curación, a la confesión del único Dios.

¡Vaya que salto! ¡Verdaderamente un salto mortal!. El salto de la fe no es fácil de darlo, porque todo considerado, siempre queda un vacío. Naamán el sirio dio un salto mortal al aceptar la palabra del profeta Eliseo, pero cayó de pie, y no como quien recoge el bien recibido y a otra cosa, sino que se recoloca encontrando su nuevo lugar. Si la lepra lo tenía postrado, ahora, liberado de ella, se mantiene de pie ante el único y verdadero Dios. La debilidad de su enfermedad, en interacción con la fuerza de las palabras del profeta, transforman la experiencia de la curación en un plus sobreañadido, que pone al dador del bien en primer lugar y comprende así cómo debe situarse ahora, después de haber sido curado y eliminado el mal que le humillaba. Naamán, este extranjero y enemigo de Israel, confiesa: “Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel”. Ahora ha cambiado el horizonte de la vida de Naamán el sirio y no simplemente ha recuperado el bien de la salud que con tanta ansia buscó. Lo mejor del sirio fue reconocer que todo lo había recibido del Único que todo lo puede.

¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que un extranjero?

Quizás es que las cosas Jesús las hizo esta vez muy fáciles, tal como Lucas describe la curación de los diez leprosos. No les pidió nada, no hizo nada sobre ellos, ni siquiera se habían curado todavía cuando les dijo que se presentaran a los sacerdotes. Solo cuando iban a mitad de camino –diríamos- y es posible que ya no veían a Jesús, que quedaba ya lejos, cayeron en la cuenta que habían sido curados. Esto es, como si nada hubiera pasado.

Pero las cosas fueron igual para los diez. Por ahí no hay, pues, que buscar nada para entender lo sucedido. Las cosas buenas que tenemos todos parece que no se deben a nadie. Son como naturales. Nos pertenecen por naturaleza, por derecho. ¿Es habitual agradecer las cosas buenas que tienen todos los demás? Aunque no lo explicita el evangelista Lucas, sí que debemos suponer que se presentaron a los sacerdotes, pues la lepra no sólo era una enfermedad física, sino también un rechazo social que sólo desaparecía cuando los sacerdotes tenían constancia oficial.

Parece que el relato de la vuelta del samaritano curado a Jesús, en lugar de marcharse alegremente con los otros nueve, es algo más que una licencia literaria de Lucas. ‘A grandes gritos y echándose por tierra a los pies de Jesús, alabando a Dios y dándole gracias’, esta descripción está más cerca de un relato de conversión que una simple constatación de curación. La acción curativa de Jesús ha llegado hasta transformar el corazón del leproso samaritano, que prorrumpe a gritos de reconocimiento y de acción de gracias.

Pero ¿por qué precisamente un extranjero, un samaritano?

El evangelista deja constancia que el leproso agradecido es un samaritano. Esta frase, escuchada por los lectores originales, destruía todos los estereotipos que se tenía de los samaritanos, personas despreciadas por los judíos. No es la ley sino la fe quien salva. Por eso el samaritano pudo escuchar de Jesús: “levántate, tu fe te ha salvado”. Ciertamente para ello no fue necesaria ni la mediación de los sacerdotes. Bastaba reconocer el don recibido.

Como hemos cantado en el salmo responsorial, el Señor revela a las naciones su justicia, no basada en méritos propios sino en el reconocimiento de quien nos la da gratuitamente. Basta que la deseemos de corazón, como hemos visto en Naamán el sirio y el leproso samaritano. “Porque sin con Él morimos, viviremos también con Él”.


ESTUDIO BÍBLICO.

Necesidad de la acción de gracias a Dios

Iª Lectura: IIº Reyes (5,14-17): El acceso a Dios de los malditos

I.1. La lectura del Libro de los Reyes nos presenta una narración del ciclo del profeta Eliseo -discípulo del gran profeta Elías-, en la que se nos muestra la acción beneficiosa para un leproso extranjero; nada menos que Naamán, el general de Siria, pueblo eterno enemigo de Israel. La enfermedad de la lepra era una de las lacras de aquella sociedad, como existen hoy entre nosotros pandemias de enfermedades malditas, especialmente para pueblos sin acceso a los medicamentos imprescindibles. Por eso era considerada la enfermedad más impura y diabólica. ¿Cómo tratar a este enfermo, que además es un maldito extranjero? Eliseo, a diferencia de su maestro Elías, que era un profeta de la palabra, se nos presenta más taumatúrgico y recurre el mítico Jordán, el río de la tierra santa, para que se bañe o se bautice en sus aguas curativas, casi divinas, para aquella mentalidad. Es como un baño en la fe de Israel; este es el sentido del texto.

I.2. Pero lo importante es la acción de gracias a Dios, ya que el profeta no quiere aceptar nada para sí. Este ejemplo, concretamente, había sido puesto ante los ojos de sus paisanos en Nazaret (Lc,4,14ss) para mostrar el proyecto nuevo del reino de Dios que no se atiene a criterios de raza y religión para mostrar su gratuidad y su paternidad para todo ser humano. Toda persona, ante Dios, es un hijo verdadero. Ese es el Dios de Jesús. El ejemplo moral de Eliseo de no despreciar a un extranjero es un adelanto profético de lo que había de venir con la predicación del evangelio. Por ello, cuando las religiones dividen y justifican guerras y odios, entonces las religiones han perdido su razón de ser y de existir.

IIª Lectura: IIª Timoteo (2,8-13): Morir y vivir con Cristo

II.1. La segunda lectura es uno de los textos cristológicos más sublimes del Nuevo Testamento. Seguramente procede de una antigua fórmula de fe; un credo que confiesa no solamente la descendencia davídica de Jesús, sino principalmente su resurrección, a partir de la cual viene al mundo la salvación. Pero es una fórmula que no se queda exclusivamente en la proclamación ideológica de una cristología al margen de la vida del apóstol y de los hombres. Este acontecimiento de la resurrección es lo que llevó al apóstol a abandonar su vida de seguridad en el judaísmo y a luchar hasta la muerte para que el mundo encuentre en este acontecimiento la razón última de la historia futura. El quiere ayudar a salvarse a los hermanos.

II.2. Eso significa que la resurrección de Jesús es determinante. Su opción por el crucificado es una opción para la salvación y por la vida eterna. Así, en la estrofa de cuatro miembros, se va proponiendo la actitud y la forma de vivir una de las experiencias más radicales de la vida cristiana: morir con El, lleva a la vida; sufrir con El, nos llevará a reinar; si le negamos, nos negará, pero si somos infieles, El siempre es fiel. Por lo mismo, pues, no hay razón para la desesperación. En sus manos está nuestro futuro.

EVANGELIO: Lucas (17,11-19): La verdadera religión: ¡Saber dar gracias a Dios!

III.1. El relato de los leprosos curados por Jesús, tal como lo trasmite Lucas, que es el evangelio del día, quiere enlazar de alguna manera con la primera lectura, aunque es este evangelio el que ha inducido, sin duda, la elección del texto de Eliseo. Y tenemos que poner de manifiesto, como uno de los elementos más estimados, la acción de gracias de alguien que es extranjero, como sucede con Naamán el sirio y con este samaritano que vuelve para dar gracias a Jesús. El texto es peculiar de Lucas, aunque pudiera ser una variante de Mc 1,40-45 y del mismo Lc 5,12-16. No encontramos en el territorio entre Galilea y Samaría, cuando ya Jesús está camino de Jerusalén desde hace tiempo. Lo de menos es la geografía, y lo decisivo la acción de gracias del extranjero samaritano, mientras que los otros, muy probablemente judíos (eso es lo que se quiere insinuar), al ser curados, se olvidan que han compartido con el extranjero la misma ignominia del mal de la lepra.

III.2. Ahora, liberados, se preocupan más de cumplir lo que estaba mandado por la ley: presentarse al sacerdote para reintegrarse a la comunidad religiosa de Israel (cf Lev 13,45; 14,1-32), aunque Jesús se lo pidiera. ¿Es esto perverso, acaso? ¡De ninguna manera! En aquella mentalidad no solamente era una obligación religiosa, sino casi mítica. Y es algo propio de todas las culturas hasta el día de hoy. No son unos indeseables lo que esto hacen, pero se muestra, justamente, las carencias de esa religiosidad mítica y a veces fanática que tan hondo cala en el sentimiento de la gente, y especialmente de la gente sencilla. No obstante, la crítica evangélica a esta reacción religiosa tan legalista o costumbrista es manifiesta. Antes de nada quieren integrarse de nuevo en su religión nacionalista y se olvidan de algo más decisivo.

III.3. El samaritano, extranjero, casi hereje, sabe que si ha sido curado ha sido por la acción de Dios. Pero además, el texto pone de manifiesto que no es la curación física lo importante sino que, profundizando en ella, se habla de salvación; y es este samaritano quien la ha encontrado de verdad viniendo a Jesús antes de ir a cumplir preceptos. Quien sabe dar gracias a Dios, pues, sabe encontrar la verdadera razón de su felicidad. Es verdad que los judíos leprosos también darían gracias a Dios en su afán de cumplir con lo que estaba mandado, no debe caber la menor duda. Lo extraño de relato, como alguien ha hecho notar, es que mientras estaban enfermos de muerte, estaban juntos, pero ahora curados cada uno va por su camino, casi con intereses opuestos. La intencionalidad de relato es mostrar que la verdadera acción de gracias es acudir a quien nos ha hecho el bien. Lo hace un hereje samaritano, que para los judíos era tan maldito como el tener todavía la lepra.

III.4. Es, pues, ese maldito samaritano quien muestra un acto religioso por excelencia: la acción de gracias a quien le ha dado vida verdadera: a Jesús y a su Dios. El Dios de Jesús, desde luego, no siempre coincide con el Dios de la ley, de los ritos y de los mitos. Es el Dios personal que, con entrañas de misericordia, acoge a todos los desvalidos y a todos los que la sociedad margina en nombre, incluso, de lo más sagrado. La lepra en aquella época, por impura, alejaba de la comunidad santa de Israel. Pero en el evangelio se nos quiera decir que no alejaba del Dios vivo y verdadero. Por eso el samaritano-hereje -sin religión verdadera para la teología oficial del judaísmo-, expresa su religión de corazón agradecido y humano. Porque una religión sin corazón, sin humanidad, sin entrañas, no es una verdadera religión. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


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