“Levántate,
vete; tu fe te ha salvado”
Hoy
es domingo: ¿dónde están los demás?
La pregunta no la podemos evitar. Las
palabras de Jesús en el evangelio de Lucas nos mueven hoy a pensar en la
importancia que tienen los números: ¿no han quedado limpios los diez? ¿Los
otros nueve dónde están? De diez sólo una décima parte, sólo uno. Esa pregunta
sobre dónde están los demás, se la hacen muchos que pasan por nuestras iglesias
y comprueban el escaso número de los que celebran El Día del Señor en
comunidad. Es verdad que aquí contamos todos, no sólo los selectos, los buenos.
Cada uno está emplazado, no basta con la mayoría, la interpelación es
individual y personal. Nunca es suficiente hacerlo en nombre de los demás, del
otro. El hecho está ahí y siempre es fácil que se convierta en pregunta: los
demás ¿dónde están?.
Con este espíritu unámonos a esta
celebración del Día del Señor que quiere ser de todos, porque todos, con
nuestras peculiaridades, tenemos mucho que agradecer, si bien lo reconozcan
pocos.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Naamán
era general del ejército enemigo. Había hecho muchas incursiones contra Israel.
Justamente a él, un extranjero y enemigo, el profeta Eliseo debe mostrarle el
camino de la salvación. Y este general pagano y poderoso reconoce al Dios de
Israel. Su curación es un signo de que Dios no quiere cerrar los caminos de la
salvación a nadie. Y nos enseña a no encerrarnos en nuestros estrechos
criterios de merecimiento.
Lectura
del segundo libro de los Reyes 5, 10. 14-17
El profeta Eliseo mandó un mensajero
para que dijera a Naamán, el leproso: “Ve a bañarte siete veces en el Jordán;
tu carne se restablecerá y quedarás limpio”. Naamán bajó y se sumergió siete
veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se
volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. Luego volvió con toda su
comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él
y le dijo: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en
Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor”. Pero Eliseo replicó:
“Por la vida del Señor, a quien sirvo, no aceptaré nada”. Naamán le insistió
para que aceptara, pero él se negó. Naamán dijo entonces: “De acuerdo; pero
permite al menos que le den a tu servidor un poco de esta tierra, la carga de
dos mulas, porque tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros
dioses, fuera del Señor”.
Palabra de Dios.
Salmo
97, 1-4
R.
El Señor manifestó su victoria.
Canten al Señor un canto nuevo, porque
él hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria.
R.
El Señor manifestó su victoria, reveló
su justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en
favor del pueblo de Israel. R.
Los confines de la tierra han
contemplado el triunfo de nuestro Dios. Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos. R.
II
LECTURA
La
Palabra de Dios no está encadenada. Cada vez que la anunciamos, la repetimos,
la enseñamos, la proclamamos, hacemos que esta Palabra se mantenga viva en los
corazones. Y la Palabra hará su obra de sanar y liberar.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 8-13
Querido hijo: Acuérdate de Jesucristo,
que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Esta es la Buena
Noticia que yo predico, por la cual sufro y estoy encadenado como un malhechor.
Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso soporto estas pruebas por
amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está
en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna. Esta doctrina es digna de fe:
Si hemos muerto con él, viviremos con él. Si somos constantes, reinaremos con
él. Si renegamos de él, él también renegará de nosotros. Si somos infieles, él
es fiel, porque no puede renegar de sí mismo.
Palabra de Dios.
ALELUYA 1Tes 5, 18
Aleluya. Den gracias a Dios en toda
ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. Aleluya.
EVANGELIO
Para
los compatriotas de Jesús, el samaritano era como un pagano, un hereje, y
además, un enemigo. Según esta consideración, los samaritanos no podían estar
en buena relación con Dios. Pero ante el paso de Jesús, este samaritano
demuestra más gratitud y reconocimiento que los otros nueve enfermos. Este
samaritano trae un cuestionamiento para nosotros. Él, que supuestamente era de
“los alejados”, se moviliza, alaba a Dios y se expresa efusivamente ante Jesús
dando gracias. Jesús pasa por nuestra vida y sana. Expresémosle nuestra
gratitud.
+ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 17, 11-19
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús
pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al
encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle:
“¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Al verlos, Jesús les dijo:
“Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba sanado, volvió atrás alabando a Dios en
voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole
gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: “¿Cómo, no quedaron purificados
los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios,
sino este extranjero?”. Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.
Palabra del Señor.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La
salud que buscaba Naamán, el sirio.
Visto desde hoy, por lo menos choca que
sea un sirio quien acude al Dios de Israel para obtener la salud que no puede
obtener en su pueblo. Y se entiende, es que hoy también acuden los sirios,
muchos que huyen de la guerra, buscando refugio, entre los que tienen lo
necesario y podrían compartirlo con los que carecen de ello. Pero no sin muchas
dificultades, en la situación antigua y en la actual.
Naamán es un personaje muy importante,
jefe del ejército del rey de Siria, pero que está enfermo de lepra, enfermedad
incurable. Una sirvienta israelita, al servicio de la mujer de este general, le
hace saber que en Israel hay un profeta muy poderoso. Naamán se presentó al rey
de Israel, que quedó perplejo ante su petición. Bueno, ya ha intervenido una
creyente israelita para conducir al general Naamán hacia el profeta de Dios,
pero ante la resistencia del propio Naamán y su deseo de un trato espectacular,
propio de su dignidad, el profeta de Dios también le marca lo que tiene que
hacer, le señala puntualmente el camino: “Ve y lávate siete veces en el Jordán
y quedarás limpio” (2 Reyes 5, 10). Incluso los mismos sirvientes del propio Naamán
median para persuadirle a que acepte lo que manda el profeta. ¿Forma todo este
itinerario parte de la obediencia de la fe? Cierto, no siempre sucede igual,
pero en todo caso siempre son muchas las mediaciones para llegar a la fe.
De
la experiencia de la curación, a la confesión del único Dios.
¡Vaya que salto! ¡Verdaderamente un
salto mortal!. El salto de la fe no es fácil de darlo, porque todo considerado,
siempre queda un vacío. Naamán el sirio dio un salto mortal al aceptar la
palabra del profeta Eliseo, pero cayó de pie, y no como quien recoge el bien
recibido y a otra cosa, sino que se recoloca encontrando su nuevo lugar. Si la
lepra lo tenía postrado, ahora, liberado de ella, se mantiene de pie ante el
único y verdadero Dios. La debilidad de su enfermedad, en interacción con la
fuerza de las palabras del profeta, transforman la experiencia de la curación
en un plus sobreañadido, que pone al dador del bien en primer lugar y comprende
así cómo debe situarse ahora, después de haber sido curado y eliminado el mal
que le humillaba. Naamán, este extranjero y enemigo de Israel, confiesa: “Ahora
conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel”. Ahora ha
cambiado el horizonte de la vida de Naamán el sirio y no simplemente ha
recuperado el bien de la salud que con tanta ansia buscó. Lo mejor del sirio
fue reconocer que todo lo había recibido del Único que todo lo puede.
¿No
ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que un extranjero?
Quizás es que las cosas Jesús las hizo
esta vez muy fáciles, tal como Lucas describe la curación de los diez leprosos.
No les pidió nada, no hizo nada sobre ellos, ni siquiera se habían curado
todavía cuando les dijo que se presentaran a los sacerdotes. Solo cuando iban a
mitad de camino –diríamos- y es posible que ya no veían a Jesús, que quedaba ya
lejos, cayeron en la cuenta que habían sido curados. Esto es, como si nada
hubiera pasado.
Pero las cosas fueron igual para los
diez. Por ahí no hay, pues, que buscar nada para entender lo sucedido. Las
cosas buenas que tenemos todos parece que no se deben a nadie. Son como
naturales. Nos pertenecen por naturaleza, por derecho. ¿Es habitual agradecer
las cosas buenas que tienen todos los demás? Aunque no lo explicita el
evangelista Lucas, sí que debemos suponer que se presentaron a los sacerdotes,
pues la lepra no sólo era una enfermedad física, sino también un rechazo social
que sólo desaparecía cuando los sacerdotes tenían constancia oficial.
Parece que el relato de la vuelta del
samaritano curado a Jesús, en lugar de marcharse alegremente con los otros
nueve, es algo más que una licencia literaria de Lucas. ‘A grandes gritos y
echándose por tierra a los pies de Jesús, alabando a Dios y dándole gracias’,
esta descripción está más cerca de un relato de conversión que una simple constatación
de curación. La acción curativa de Jesús ha llegado hasta transformar el
corazón del leproso samaritano, que prorrumpe a gritos de reconocimiento y de
acción de gracias.
Pero
¿por qué precisamente un extranjero, un samaritano?
El evangelista deja constancia que el
leproso agradecido es un samaritano. Esta frase, escuchada por los lectores
originales, destruía todos los estereotipos que se tenía de los samaritanos,
personas despreciadas por los judíos. No es la ley sino la fe quien salva. Por eso
el samaritano pudo escuchar de Jesús: “levántate, tu fe te ha salvado”.
Ciertamente para ello no fue necesaria ni la mediación de los sacerdotes.
Bastaba reconocer el don recibido.
Como hemos cantado en el salmo
responsorial, el Señor revela a las naciones su justicia, no basada en méritos
propios sino en el reconocimiento de quien nos la da gratuitamente. Basta que
la deseemos de corazón, como hemos visto en Naamán el sirio y el leproso
samaritano. “Porque sin con Él morimos, viviremos también con Él”.
ESTUDIO BÍBLICO.
Necesidad de la acción de gracias a Dios
Iª
Lectura: IIº Reyes (5,14-17): El acceso a Dios de los malditos
I.1. La lectura del Libro de los Reyes
nos presenta una narración del ciclo del profeta Eliseo -discípulo del gran
profeta Elías-, en la que se nos muestra la acción beneficiosa para un leproso
extranjero; nada menos que Naamán, el general de Siria, pueblo eterno enemigo
de Israel. La enfermedad de la lepra era una de las lacras de aquella sociedad,
como existen hoy entre nosotros pandemias de enfermedades malditas,
especialmente para pueblos sin acceso a los medicamentos imprescindibles. Por
eso era considerada la enfermedad más impura y diabólica. ¿Cómo tratar a este enfermo,
que además es un maldito extranjero? Eliseo, a diferencia de su maestro Elías,
que era un profeta de la palabra, se nos presenta más taumatúrgico y recurre el
mítico Jordán, el río de la tierra santa, para que se bañe o se bautice en sus
aguas curativas, casi divinas, para aquella mentalidad. Es como un baño en la
fe de Israel; este es el sentido del texto.
I.2. Pero lo importante es la acción de
gracias a Dios, ya que el profeta no quiere aceptar nada para sí. Este ejemplo,
concretamente, había sido puesto ante los ojos de sus paisanos en Nazaret
(Lc,4,14ss) para mostrar el proyecto nuevo del reino de Dios que no se atiene a
criterios de raza y religión para mostrar su gratuidad y su paternidad para
todo ser humano. Toda persona, ante Dios, es un hijo verdadero. Ese es el Dios
de Jesús. El ejemplo moral de Eliseo de no despreciar a un extranjero es un
adelanto profético de lo que había de venir con la predicación del evangelio.
Por ello, cuando las religiones dividen y justifican guerras y odios, entonces
las religiones han perdido su razón de ser y de existir.
IIª
Lectura: IIª Timoteo (2,8-13): Morir y vivir con Cristo
II.1. La segunda lectura es uno de los
textos cristológicos más sublimes del Nuevo Testamento. Seguramente procede de
una antigua fórmula de fe; un credo que confiesa no solamente la descendencia
davídica de Jesús, sino principalmente su resurrección, a partir de la cual
viene al mundo la salvación. Pero es una fórmula que no se queda exclusivamente
en la proclamación ideológica de una cristología al margen de la vida del
apóstol y de los hombres. Este acontecimiento de la resurrección es lo que
llevó al apóstol a abandonar su vida de seguridad en el judaísmo y a luchar
hasta la muerte para que el mundo encuentre en este acontecimiento la razón
última de la historia futura. El quiere ayudar a salvarse a los hermanos.
II.2. Eso significa que la resurrección de
Jesús es determinante. Su opción por el crucificado es una opción para la
salvación y por la vida eterna. Así, en la estrofa de cuatro miembros, se va
proponiendo la actitud y la forma de vivir una de las experiencias más
radicales de la vida cristiana: morir con El, lleva a la vida; sufrir con El,
nos llevará a reinar; si le negamos, nos negará, pero si somos infieles, El
siempre es fiel. Por lo mismo, pues, no hay razón para la desesperación. En sus
manos está nuestro futuro.
EVANGELIO:
Lucas (17,11-19): La verdadera religión: ¡Saber dar gracias a Dios!
III.1. El relato de los leprosos curados
por Jesús, tal como lo trasmite Lucas, que es el evangelio del día, quiere
enlazar de alguna manera con la primera lectura, aunque es este evangelio el
que ha inducido, sin duda, la elección del texto de Eliseo. Y tenemos que poner
de manifiesto, como uno de los elementos más estimados, la acción de gracias de
alguien que es extranjero, como sucede con Naamán el sirio y con este
samaritano que vuelve para dar gracias a Jesús. El texto es peculiar de Lucas,
aunque pudiera ser una variante de Mc 1,40-45 y del mismo Lc 5,12-16. No
encontramos en el territorio entre Galilea y Samaría, cuando ya Jesús está
camino de Jerusalén desde hace tiempo. Lo de menos es la geografía, y lo
decisivo la acción de gracias del extranjero samaritano, mientras que los
otros, muy probablemente judíos (eso es lo que se quiere insinuar), al ser
curados, se olvidan que han compartido con el extranjero la misma ignominia del
mal de la lepra.
III.2. Ahora, liberados, se preocupan
más de cumplir lo que estaba mandado por la ley: presentarse al sacerdote para
reintegrarse a la comunidad religiosa de Israel (cf Lev 13,45; 14,1-32), aunque
Jesús se lo pidiera. ¿Es esto perverso, acaso? ¡De ninguna manera! En aquella
mentalidad no solamente era una obligación religiosa, sino casi mítica. Y es
algo propio de todas las culturas hasta el día de hoy. No son unos indeseables
lo que esto hacen, pero se muestra, justamente, las carencias de esa religiosidad
mítica y a veces fanática que tan hondo cala en el sentimiento de la gente, y
especialmente de la gente sencilla. No obstante, la crítica evangélica a esta
reacción religiosa tan legalista o costumbrista es manifiesta. Antes de nada
quieren integrarse de nuevo en su religión nacionalista y se olvidan de algo
más decisivo.
III.3. El samaritano, extranjero, casi
hereje, sabe que si ha sido curado ha sido por la acción de Dios. Pero además,
el texto pone de manifiesto que no es la curación física lo importante sino
que, profundizando en ella, se habla de salvación; y es este samaritano quien
la ha encontrado de verdad viniendo a Jesús antes de ir a cumplir preceptos.
Quien sabe dar gracias a Dios, pues, sabe encontrar la verdadera razón de su
felicidad. Es verdad que los judíos leprosos también darían gracias a Dios en
su afán de cumplir con lo que estaba mandado, no debe caber la menor duda. Lo
extraño de relato, como alguien ha hecho notar, es que mientras estaban
enfermos de muerte, estaban juntos, pero ahora curados cada uno va por su
camino, casi con intereses opuestos. La intencionalidad de relato es mostrar
que la verdadera acción de gracias es acudir a quien nos ha hecho el bien. Lo
hace un hereje samaritano, que para los judíos era tan maldito como el tener
todavía la lepra.
III.4. Es, pues, ese maldito samaritano
quien muestra un acto religioso por excelencia: la acción de gracias a quien le
ha dado vida verdadera: a Jesús y a su Dios. El Dios de Jesús, desde luego, no
siempre coincide con el Dios de la ley, de los ritos y de los mitos. Es el Dios
personal que, con entrañas de misericordia, acoge a todos los desvalidos y a
todos los que la sociedad margina en nombre, incluso, de lo más sagrado. La
lepra en aquella época, por impura, alejaba de la comunidad santa de Israel.
Pero en el evangelio se nos quiera decir que no alejaba del Dios vivo y
verdadero. Por eso el samaritano-hereje -sin religión verdadera para la
teología oficial del judaísmo-, expresa su religión de corazón agradecido y
humano. Porque una religión sin corazón, sin humanidad, sin entrañas, no es una
verdadera religión. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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