Aunque pueda parecer una cuestión
redundante a veces los cristianos tenemos que preguntarnos a qué se debe
nuestra necesidad de Dios; para qué necesitamos Dios. Podemos actuar como si
opinásemos que es simplemente un juez que dictamina lo que está bien y lo que
está mal y por ello que con nuestras propias fuerzas podemos llegar a la
salvación. O podemos reflexionar sobre la necesidad viva de su Gracia paternal
que nos purifica y nos perdona, regenerándonos y dándonos una nueva vida. Si
pensamos la primera opción nos situaremos frente a Él como el fariseo que rinde
cuenta de sus virtudes, tranquilo y orgulloso por ser todas ellas excelentes.
Si vivimos la segunda dejaremos nuestra vida abierta al silencio sanador de su
persona como el publicano, y esperaremos que su acción en nuestro silencio nos
justifique y llene de sentido.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
sabio considera que la imparcialidad de Dios se juega, justamente, en escuchar
al pobre. Es que no escucharlo es practicar una justicia parcial, torcida, y
contra los derechos de todos.
Lectura
del libro del Eclesiástico 35, 12-14. 16-18
El Señor es juez y no hace distinción de
personas: no se muestra parcial contra el pobre y escucha la súplica del
oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su
queja. El que rinde el culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria
llega hasta las nubes. La súplica del humilde atraviesa las nubes y mientras no
llega a su destino, él no se consuela: no desiste hasta que el Altísimo
interviene, para juzgar a los justos y hacerles justicia.
Palabra de Dios.
Salmo
33- 2-3. 17-19. 23
R.
El pobre invocó al Señor, y él lo escuchó.
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su
alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo
oigan los humildes y se alegren. R.
El Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra. Cuando los justos claman, el Señor los
escucha y los libra de todas sus angustias. R.
El Señor está cerca del que sufre y
salva a los que están abatidos. El Señor rescata a sus servidores, y los que se
refugian en él no serán castigados. R.
II
LECTURA
San
Pablo considera que su búsqueda de Dios ha sido una carrera. Usando imágenes de
las competencias de entonces, él se ha estado preparando para este momento. Ha
llegado a la meta, es decir, al final de su vida, y su fe está firme.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18
Querido hijo: Ya estoy a punto de ser
derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado
hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está
preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará
en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor
su manifestación. Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que
todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta! Pero el Señor
estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi
intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca
del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su
Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Palabra de Dios.
Aleluya 2Cor 5, 19
Aleluya. Dios estaba en Cristo
reconciliando al mundo consigo, confiándonos la palabra de la reconciliación.
Aleluya.
EVANGELIO
“Jesús
enfrentó esa forma de espiritualidad equivocada que coloca sobre la conciencia
de las personas sentimientos insoportables de culpa por no alcanzar metas
excesivamente altas. Esa forma de comprender las Escrituras es un verdadero
obstáculo a la vida que procede del Evangelio, cuyo núcleo central es la
liberación de todas las personas.”
+ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 18, 9-14
Refiriéndose a algunos que se tenían por
justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: Dos hombres
subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo,
de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás
hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. En
cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios
mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”. Les aseguro que este último volvió
a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será
humillado, y el que se humilla será elevado.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El Señor es un Dios justo que no desoye
a la viuda cuando repite su queja.
La primera lectura del Evangelio de esta
semana enlaza con las lecturas que se proclamaron el domingo anterior. Vuelven
a aparecer la figura del juez, dibujado por la exaltación de la virtud de la
justicia divina, y de la viuda insistente que es finalmente escuchada. Dios
juez y viuda desamparada son dos figuras típicas de la Biblia, quizás porque
una encarna uno de los atributos divinos por antonomasia y la otra el nivel más
grande de desvalimiento para un israelita. Sin embargo es interesante ver en
que ámbito semántico se mueve esta virtud de la justicia en la lectura de hoy.
Ser justo en Dios se relaciona con la escucha y la atención. Dios escucha,
atiende y hace justicia al pobre. Toda una lección para muchos hombres que no
escuchamos, atendemos poco y hacemos parva justicia especialmente con los
pobres.
"Ahora me aguarda la corona
merecida con la que el Señor juez justo me premiará aquel día"
Las palabras de despedida de Pablo a
Timoteo son uno de los testimonios de fe más conmovedores de sus epístolas. El
apóstol con dos símiles muestra cómo ha entendido su vida en Cristo: ha
combatido el combate y ha corrido hasta la meta. En definitiva ha luchado por
lo que creía y ha recorrido un camino de fe duro y lleno de dificultades. Y lo
importante es el final de todo ello, el poder recibir la corona del juez justo.
En las guerras y competiciones sólo uno recibía la corona pero en la vida en
Cristo son todos los que le siguen fielmente los que reciben la corona. Lo
importante no es ya quién llega el primero sino saber el por qué de la carrera,
el por quién corremos y a quien encontraremos en la meta. La meta no es un
final sino un encuentro, una persona y una coronación; sobreabundancia de todas
nuestras expectativas. Sólo así podemos entender como el apóstol finaliza su
mensaje. Cuando el hombre va a morir por su amor al crucificado no mira su
gloria sino la de Cristo. Cuando la gloria del hombre llega a su fin es cuando
proclama la eternidad de la gloria de Dios. La gloria del hombre es así la
alabanza eterna de Dios.
"Porque todo el que se enaltece será
humillado y el que se humilla será enaltecido"
Jesús utiliza esta parábola para enseñar
a todos los que le escuchan cuál es la oración grata a Dios, cuál es la oración
que Dios escucha y por ello cuál la que consigue la justificación y la sanación
del hombre. Jesús muestra estos dos personajes tan diversos y contrastados para
hacer captar al oyente por sí sólo su enseñanza. Puede ser que en nuestra vida
no nos encontremos con situaciones tan extremas pero sí que en muchos momentos
seamos bastante parecidos al fariseo erguido y en demasiadas pocas ocasiones
similares al publicano contrito.
La gran diferencia entre ambos es que
uno no necesita más que a sí mismo y el otro sólo busca la misericordia de
Dios. El fariseo repasa sus méritos, los describe, los numera y así se
contempla a sí mismo intachable ante el creador. Puede hacerlo en el templo o
en su casa sólo, el lugar sacro es lo de menos. Al no postrarse físicamente
ante Dios deja claro que no necesita de su acción, que no ve su vida como
necesitada de su misericordia. El publicano abre su vida a Dios, a su
misericordia. No expone sus méritos sino que deja espacio a Dios para que actúe.
Abre su vida vacía al creador para que se llene de su acción regeneradora. La
gloria del fariseo es su vida presente mientras que la gloria del publicano es
la futura por la acción de Dios. La acción de gracias del fariseo no deja de
ser un ejercicio de autocomplacencia donde Dios no tiene espacio, mientras que
la petición de misericordia del publicano es el silencio del hombre ante su
creador que implora la eficacia de su perdón. La humillación del publicano deja
a Dios ser Dios mientras que la soberbia del fariseo simplemente expresa su no
necesidad de misericordia. Por ello la gloria de la justificación de Dios se hace
eficaz en quien como la viuda lo pide y no puede hacerse presente en quien como
el fariseo la ignora.
ESTUDIO BÍBLICO.
Iª Lectura: Eclesiástico
(35,12-14.16-18): El culto que agrada a Dios
El texto del Eclesiástico, o Sirácida,
se enmarca originariamente en la descripción de la verdadera religión. Se pretende
poner de manifiesto la relación estrecha que debe haber entre el culto y la
vida moral. Por ello aparece, por una parte, la relación entre justicia y
plegaria; de ahí que en primer lugar se hable de la rectitud y la justicia del
Señor que se preocupa de los pobres y los débiles, de los humildes e
indefensos. Y es después cuando se ensalza la plegaria perseverante de quien se
siente pobre delante de Dios, de quien necesita de Él por encima de todas las
cosas. Pero ¿hay alguien que no necesita de su misericordia y bondad? Dios no
tiene preferencias de personas, aunque se preocupe especialmente de los
indefensos, y el culto que le agrada debe estar en sintonía con la voluntad
sincera de conversión.
IIª
Lectura: IIª Timoteo (4,6-8.16-18): La victoria del evangelio
II.1. Leemos el texto de la IIª Timoteo
en que el autor, como si fuera el mismo Pablo, se nos presenta en los últimos
días de su vida, antes del martirio, sintiéndose abandonado de casi todos, pero
no está solo: el Señor le acompaña. Es uno de los textos más elocuentes y
bellos del epistolario paulino. La tradición es segura en cuanto al martirio
del Apóstol de los gentiles, y aquí es descrita como una experiencia martirial.
Es como un examen de conciencia evangélico lo que podemos escuchar y meditar en
este domingo, que se proyecta elocuentemente en una dimensión sacramental de la
vida cristiana, que debe ser una vida verdaderamente apostólica.
II.2. Con metáforas e imágenes
desbordantes se habla de la muerte como la victoria del evangelio. Se percibe
claramente que la muerte del Apóstol no es el final; como tampoco es para
nosotros nuestra muerte. Su vida ha sido como una carrera larga, competitiva,
por una corona, la de la justicia, que Dios otorga a los que se mantienen
fieles. Por otra parte, los elementos autobiográficos de que se encuentra
abandonado y en disposición de ser juzgado, son también parte de esa lucha
hasta el final de quien ha hecho una opción por el evangelio con todas sus
consecuencias. No le preocupa su autodefensa, sino que el evangelio sea
conocido en todas partes.
Evangelio:
Lucas (18,9-14): La verdadera religión según Jesús
III.1. El texto del evangelio es una de
esas piezas maestras que Lucas nos ofrece en su obra. Es bien conocida por
todos esta narración ejemplar (no es propiamente una parábola) del fariseo y el
publicano que subieron al templo a orar. No olvidemos el v. 9, muy
probablemente obra del redactor, Lucas, para poder entender esta narración:
“aquellos que se consideran justos y desprecian a los demás”. Los dos polos de
la narración son muy opuestos: un fariseo y un publicano. Es un ejemplo típico
de estas narraciones ejemplares en las que se usan dos personajes: el modelo y
el anti-modelo. Uno es un ejemplo de religiosidad judía y el otro un ejemplo de
perversión para la tradiciones religiosas de su pueblo, sencillamente porque
ejerce una de las profesiones malditas de la religión de Israel (colector de
impuestos) y se “veía obligado” a tratar con paganos. Es verdad que era un
oficio voluntario, pero no por ello perverso. Las actitudes de esta narración
“intencionada” saltan a la vista: el fariseo está “de pie” orando; el
publicano, alejado, humillado hasta el punto de no atreverse a levantar sus
ojos. El fariseo invoca a Dios y da gracias de cómo es; el publicano invoca a
Dios y pide misericordia y piedad. El escenario, pues, y la semiótica de los
signos y actitudes están a la vista de todos.
III.2. Lo que para Lucas proclama Jesús
delante de los que le escuchan es tan revolucionario que necesariamente debía
llevarle a la muerte y, sin embargo, hasta un niño estaría de parte de Jesús,
porque no es razonable que el fariseo “excomulgue” a su compañero de plegaria.
Pero la ceguera religiosa es a veces tan dura, que lo bueno es siempre malo
para algunos y lo malo es siempre bueno. Lo bueno es lo que ellos hacen; lo
malo lo que hacen los otros. ¿Por qué? Porque la religión del fariseo se
fundamenta en una seguridad viciada y se hace monólogo de uno mismo. Es una
patología subjetiva envuelta en el celofán de lo religioso desde donde ve a
Dios y a los otros como uno quiere verlos y no como son en verdad. En realidad
solamente se está viendo a sí mismo. Esto es más frecuente de lo que pensamos.
Por el contrario, el publicano tendrá un verdadero diálogo con Dios, un diálogo
personal donde descubre su “necesidad” perentoria y donde Dios se deja
descubrir desde lo mejor que ofrece al hombre. El fariseo, claramente, le está
pasando factura a Dios. Esto es patente y esa es la razón de su religiosidad.
El publicano, por el contrario, pide humildemente a Dios su factura para
pagarla. El fariseo no quiere pagar factura porque considera que ya lo ha hecho
con los “diezmos y primicias” y ayunos, precisamente lo que Dios no tiene en
cuenta o no necesita. Eso se han inventado como sucedáneo de la verdadera
religiosidad del corazón.
III.3. El fariseo, en vez de
confrontarse con Dios y con él mismo, se confronta con el pecador; aquí hay un
su vicio religioso radical. El pecador que está al fondo y no se atreve a
levantar sus ojos, se confronta con Dios y consigo mismo y ahí está la
explicación de por qué Jesús está más cerca de él que del fariseo. El pecador
ha sabido entender a Dios como misericordia y como bondad. El fariseo, por el
contrario, nunca ha entendido a Dios humana y rectamente. Éste extrae de su
propia justicia la razón de su salvación y de su felicidad; el publicano
solamente se fía del amor y de la misericordia de Dios. El fariseo, que no sabe
encontrar a Dios, tampoco sabe encontrar a su prójimo porque nunca cambiará en
sus juicios negativos sobre él. El publicano, por el contrario, no tiene nada
contra el que se considera justo, porque ha encontrado en Dios muchas razones
para pensar bien de todos. El fariseo ha hecho del vicio virtud; el publicano
ha hecho de la religión una necesidad de curación verdadera. Solamente dice una
oración, en muy pocas palabras: “ten piedad de mí porque soy un pecador”. La
retahíla de cosas que el fariseo pronuncia en su plegaria han dejado su oración
en un vacío y son el reflejo de una religión que no une con Dios. (Fray Miguel
de Burgos Núñez, O. P.).
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