“Para
Dios todos están vivos”
Avanza el mes de noviembre, que comenzó
con la fiesta de todos los santos, y continuó con la memoria agradecida de
nuestros fieles difuntos. En muchos lugares y comunidades cristianas a este mes
le da sentido el recuerdo de aquellos que ya se fueron de este mundo, así como
la oración por ellos. Algunas imágenes de nuestra cultura actual son
caricaturas tenebrosas de esta experiencia humana que nos desconcierta. En el
horizonte se nos impone una reflexión mayor, más profunda: ¿Cuál es el final
que nos espera? ¿Qué hay al cruzar el umbral de esta tierra? ¿Por qué, qué
sentido tienen la muerte y la vida?
Después de tantos siglos de pensamiento
filosófico o teológico, estas grandes cuestiones, y otras muchas, siguen en el
aire. La muerte nos sitúa ante una realidad mayor, un más allá que nos
desborda, y que nos pide una palabra a lo que vivimos –y cómo lo vivimos- en el
presente.
La tradición cristiana tiene una
respuesta desde la fe: “creemos en la resurrección de los muertos”. La liturgia
de este domingo nos recuerda cómo el antiguo Israel fue dando pasos en su
comprensión de esta realidad, y cómo Jesús la supera desde la madurez de su fe.
Será su Palabra, pero sobre todo su propia Resurrección, la que nos ayude a
nosotros a disfrutar de esta respuesta para seguir ofreciéndola al mundo.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Estos
jóvenes hermanos soportaron el martirio por su fe. En medio de los tormentos,
los sostiene una convicción: Dios es el único Señor de la Vida, y él los hará
resucitar. Esta fe en la resurrección y la templanza con que llevaron su
martirio es parte del testimonio que ellos entregaron.
Lectura del segundo libro de los
Macabeos 6, 1; 7, 1-2. 9-14
El rey Antíoco envió a un consejero
ateniense para que obligara a los judíos a abandonar las costumbres de sus
padres y a no vivir conforme a las leyes de Dios. Fueron detenidos siete
hermanos, junto con su madre. El rey, flagelándolos con azotes y tendones de
buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo prohibida por la Ley. Pero uno
de ellos, hablando en nombre de todos, le dijo: “¿Qué quieres preguntar y saber
de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de nuestros
padres”. Una vez que el primero murió, llevaron al suplicio al segundo. Y
cuando estaba por dar su último suspiro dijo: “Tú, malvado, nos privas de la
vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya
que nosotros morimos por sus leyes”. Después de éste fue castigado el tercero.
Apenas se lo pidieron, presentó su lengua, extendió decididamente sus manos y
dijo con valentía: “Yo he recibido estos miembros como un don del cielo, pero
ahora los desprecio por amor a sus leyes y espero recibirlos nuevamente de él”.
El rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del valor de aquel joven, que no
hacía ningún caso de sus sufrimientos. Una vez que murió éste, sometieron al
cuarto a la misma tortura y a los mismos suplicios. Y cuando ya estaba próximo a
su fin, habló así: “Es preferible morir a manos de los hombres, con la
esperanza puesta en Dios de ser resucitados por él. Tú, en cambio, no
resucitarás para la vida”.
Palabra de Dios.
Salmo
16, 1. 5-6. 8b. 15
R.
¡Señor, al despertar, me saciaré de tu presencia!
Escucha, Señor, mi justa demanda,
atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay
falsedad. R.
Mis pies se mantuvieron firmes en los
caminos señalados: ¡Mis pasos nunca se apartaron de tus huellas! Yo te invoco,
Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha mis
palabras. R.
Escóndeme a la sombra de tus alas. Pero
yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro, y al despertar me saciaré de tu
presencia. R.
II
LECTURA
La
carta nos exhorta a orar para que la Palabra del Señor siga propagándose.
También hoy hay gran necesidad de dar a conocer la Palabra de Dios y llevar esa
Buena Noticia a muchas personas que la necesitan. Acompañemos y apoyemos todos
los esfuerzos e iniciativas que se realizan para que la Palabra de Dios sea
difundida cada vez más.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 2,
16—3, 5
Hermanos: Que nuestro Señor Jesucristo y
Dios nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y
una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra
buena. Finalmente, hermanos, rueguen por nosotros, para que la Palabra del
Señor se propague rápidamente y sea glorificada como lo es entre ustedes.
Rueguen también para que nos veamos libres de los hombres malvados y perversos,
ya que no todos tienen fe. Pero el Señor es fiel: él los fortalecerá y los
preservará del Maligno. Nosotros tenemos plena confianza en el Señor de que
ustedes cumplen y seguirán cumpliendo nuestras disposiciones. Que el Señor los encamine
hacia el amor de Dios y les dé la perseverancia de Cristo.
Palabra de Dios.
ALELUYA Apoc 1, 5-6
Aleluya. Jesucristo es el primero que
resucitó de entre los muertos. ¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de
los siglos! Aleluya.
EVANGELIO
Nuestro
Dios es el Viviente y nos ha creado para la vida. Todo lo bueno que vivimos
aquí, con toda su belleza y amor, no es más que un pálido anticipo de la
plenitud que Dios nos regalará. Cada momento de amor, de lucidez y de belleza
en este mundo es un pedacito de cielo que acercamos a la tierra. Todo se
encamina hacia la comunión definitiva de amor que es la Vida Eterna.
✜ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 20, 27-38
Se acercaron a Jesús algunos saduceos
que niegan la resurrección y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si
alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle
descendencia se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero
se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y luego, el tercero.
Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la
mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa ya que los siete la
tuvieron por mujer?”. Jesús les respondió: “En este mundo, los hombres y las
mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo
futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir porque son
semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de
la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, ‘el Dios de Isaac y el Dios
de Jacob’. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en
efecto, viven para él”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Vale la pena morir a manos de los
hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará
Sucedió en el s. II a.C. El episodio del
martirio de toda una familia judía piadosa nos lleva a tomar conciencia de cómo
se sigue repitiendo este hecho. A pesar de los siglos trascurridos ha sido una
constante en la Historia. El testimonio de los mártires nos invita a superar la
instintiva fijación en los medios, en el dolor, en la situación injusta. Lo que
verdaderamente es una provocación es el sentido que ellos le dan a su muerte,
aceptada en todos los casos. Se puede morir por accidente, por enfermedad o de
forma trágica. Pero también se puede morir entregando la vida por un bien
mayor. Y esto, siempre, cuestiona.
Quizás la vida tenga más valor que
“pasarla”. Quizás valga más el sentido que le damos a la existencia, que el
cuerpo que nos contiene, las relaciones o influencias sociales que nos mueven,
o la Historia y sus vaivenes. Esto es lo que realmente merece ser pensado: ¿Qué
vale más que la vida? ¿Por qué o por quien soy capaz de ponerla en juego?
Estamos dispuestos a morir
Muerte y vida están estrechamente
ligadas. Dicen que se muere como se vive, no puede ser de otra forma. Y el
final no se improvisa: podemos vivir con sentido, de acuerdo a un proyecto que
elegimos y que nos marca. Cuando todo está ordenado así, cuando los golpes no
desencajan ese horizonte vital deseado, entonces la muerte es más que un
trágico final, impredecible y cruel. Puede convertirse en la guinda que corona
una vida, el silencio final que hace comprender toda la partitura que ha estado
sonando. No es la frustración de un proyecto, sino su culminación final. Eso no
significa que deje de ser una experiencia de dolor, y que en ocasiones nos
“rompe” interiormente… Es una realidad que forma parte de nuestra antropología,
de la condición humana. Porque hemos dado sentido a la vida, nuestra muerte
tiene también una palabra que decir cuando llega el silencio final… ¿Cómo elijo
vivir el presente para darle sentido al futuro?
Al despertar me saciaré de tu semblante
No se habla hoy de eternidad. Todo es
contingente, limitado, de “usar y tirar”. Vivimos un mundo de estímulos y
respuestas inmediatas, donde todo se convierte en frágil y las palabras pierden
su sentido más eterno. Hablar de algo “para siempre” es casi impensable. Lo
eterno aburre, cansa, aprisiona. Y sin embargo, humanamente, nos centra lo que
no pasa, lo que queda para siempre. ¿No será que en el fondo tenemos hambre de
eternidad? Más que una utopía irrealizable o falsamente consoladora, es la
promesa que Dios da a sus hijos: tú puedes vivir conmigo sin límites. Porque
los límites nos rompen nuestros planes: el tiempo que se agota, los espacios
que se acaban, los amores que se frustran, la salud que se pierde… Necesitamos
anclar nuestra vida en una realidad que permanezca. ¿Cómo ofrecer a nuestro
mundo respuesta a ese anhelo? La experiencia de Dios, eterno y fiel, sigue
siendo un ofrecimiento para este deseo. Por la resurrección de Cristo somos
llamados, invitados, atraídos a “lo que no se pasa”.
Dios nuestro Padre, que nos ha amado
tanto
Lo que en el fondo la muerte pone en
juego, lo que realmente nos cuestiona es lo que pasa con el amor. Las
realidades contingentes sabemos que caducan, pero, ¿y lo que hay en nosotros de
inmortal? Sí, la muerte toca a nuestra capacidad de amor, eso que intuimos que
no se puede terminar. Ofrece una respuesta a nuestro amor (lo que hayas amado,
en Cristo, no se termina sino que se plenifica) desde el amor. Porque al final,
después de la última puerta, cuando todo parece oscuro, la fe nos dice que nos
recibe el que es Amor, Dios mismo.
No tenemos muchas más certezas, pero
Jesús nos ha iluminado sobre ello. El último tramo de la vida es el camino que
lleva al Amor verdadero y pleno, es el gozo de experimentarlo sin límites ni
contradicciones, sin velos ni heridas. Al final es sólo Dios, su misericordia y
su ternura de Padre lo que se nos da como premio y como respuesta. Por eso,
frente al amor, sólo se nos pide confianza…
Seguid cumpliendo todo lo que os hemos
enseñado
Nos llegan continuamente imágenes
distorsionadas de esta realidad que es profundamente humana. Algunas, de moda
en el mundo juvenil; otras, por el cine o los medios de comunicación, nos
presentan el pánico de la muerte o el hastío de la vida. Tan fea es la muerte
que hay que alejarla de la realidad cotidiana. Nos distancian de esa
experiencia vital humana, la disfrazan de tragedia y barbarie, con espíritu de
burla y afán de comercio, y nos meten en una cultura del terror y lo oscuro. Y
no es así. “Morir solo es morir”, “es cruzar una puerta a la deriva y encontrar
lo que tanto se buscaba” “tener la paz, la luz, la casa juntas”, como escribió
Martín Descalzo afrontando su final. ¿Y si volviésemos a una comprensión más
humana, más sencilla, más natural y de confianza?
Cuando llegue la resurrección…
Jesús, en el pasaje del evangelio de
hoy, no responde. Buscan, buscamos, respuestas casuísticas o fantasías para
acercarnos a esta realidad. Pero la muerte nos enfrenta a una experiencia real,
que requiere madurez humana y evangélica para ser abordada, y también para
interpretarla. A la luz de la Palabra, de la confianza en el Dios que nos ama,
la respuesta que se nos pide es de confianza. La doctrina de la Iglesia en este
aspecto no entra en detalles de ningún tipo: es madura, vuelve a lo esencial y
básico. Al final, más allá de imágenes, se pide una respuesta de fe.
No es Dios de muertos sino de vivos
El problema que el ser humano tiene
quizás no sea su muerte, sino su vida, el modo de afrontarla. La propia y la
ajena. El reto está en vivir, en hacerlo cada día con esperanza e ilusión,
desde la entrega y el amor, gozando de este regalo único que se nos ha dado.
Compartiéndola con otros, cuidando vidas que también nos pertenecen,
haciéndonos responsables, maduros, solidarios. En Jesús de Nazaret tenemos no
sólo el modelo del hombre que experimentó la resurrección final, sino de aquel
que hizo de su existencia una vida con sentido y plenitud.
ESTUDIO BÍBLICO.
Hemos sido creados para la vida no para
la muerte
Iª
Lectura: 2º Macabeos (7,1-14): El martirio como experiencia de vida
I.1. Desde la fiesta de Todos los
Santos, la liturgia del año comienza a introducirnos en los temas llamados
escatológicos, los que se preocupan de las últimas cosas de la vida y de la fe,
del futuro personal y de esta historia. Y hay que poner de manifiesto que sobre
esas ultimidades es necesario preguntarse, y debemos relacionarnos con ellas
como planteamiento base de la existencia cristiana: ¿Qué nos espera? ¿En quién
está nuestro futuro? ¿Será posible la felicidad que aquí ha sido imposible? La
liturgia de hoy quiere ofrecernos respuesta, más bien aproximaciones, de lo que
fue uno de los descubrimientos más grandes de la fe de Israel y de los mismos
planteamientos personales de Jesús, el Señor.
I.2. Esta lectura de los Macabeos nos
cuenta la historia del martirio de una familia piadosa judía del s. II a.
Cristo que no consintió en renunciar a sus tradiciones religiosas de comer algo
impuro y someterse a la mentalidad pagana de los griegos. Es una de las
epopeyas religiosas en que se descubre que, cuando se da la vida por algo,
siempre se hace porque se considera que la vida aquí en la tierra no lo es
todo, que debe haber otra vida. Esta creencia le costó mucho descubrirla al
pueblo de Dios. Durante mucho tiempo se creía en Dios, pero no fue fácil dar un
paso hacia la afirmación de que ese Dios nos ha creado para la vida y no para
la muerte.
IIª
Lectura: 2ª Tesalonicenses (2,15 -3,5): Dios, nuestro consuelo y esperanza
La segunda lectura nos ofrece un texto
de consolación. El autor, en este caso puede ser un discípulo de Pablo, más que
Pablo mismo, habla de un consuelo eterno y una esperanza espléndida. Sin duda
que se refiere a lo que se trata en la carta: el final de los tiempos y la
suerte de los que han muerto. La Palabra del Señor trae a los hombres esa
esperanza, esa posibilidad, esa opción que hay que hacer frente a ella. Porque
en este mundo, en lo más radical de nosotros mismos, debemos elegir entre la
nada o esa esperanza que Dios nos ofrece. El autor se apoya precisamente en que
Dios es fiel y nunca falta a sus promesas; si Él ha prometido la vida, debemos
vivir con esa esperanza espléndida.
Evangelio:
Lucas (20,27-38): Nadie, desde su muerte, vive en la "nada"
III.1. En el evangelio de este día es
donde encontramos una de las páginas magistrales de lo que Jesús pensaba sobre
esas ultimidades de la vida. El profeta Jesús, como persona, como ser humano,
se pregunta, y le preguntaban, enseñaba y respondía a las trampas que le
proponían. La ley de la halizah (Dt 25,9-19) es a todas luces inhumana, no
solamente antifeminista. La ridiculez de la trampa saducea para ver de quién
será esposa la mujer de los siete hermanos no hará dudar a Jesús. En este caso
son los saduceos, el partido de la clase dirigente de Israel, que se
caracterizaba, entre otras cosas, por una negación de la vida después de la
muerte, los que pretenden ponerle en ridículo. En ese sentido, los fariseos
eran mucho más coherentes con la fe en el Dios de la Alianza. Es verdad que la
concepción de los fariseos era demasiado prosaica y pensaban que la vida
después de la muerte sería como la de ahora; de ello se burlaban los saduceos
que solamente creían en esta vida. En todo caso, su pensamiento escatológico
podría ceñirse a la supervivencia del pueblo de Dios en este mundo, en
definitiva… un mundo sin fin, sin consumación. Y, por lo mismo, donde el
sufrimiento, la muerte y la infelicidad, nunca serían vencidas. Sabemos que
Lucas ha seguido aquí el texto de Marcos, como lo hizo también Mateo.
III.2. Jesús es más personal y
comprometido que los fariseos y se enfrenta con los materialistas saduceos; lo
que tiene que decir lo afirma rotundamente, recurre a las tradiciones de su
pueblo, a los padres: Abrahán, Isaac y Jacob. Pero es justamente su concepción
de Dios como Padre, como bondad, como misericordia, lo que le llevaba a enseñar
que nuestra vida no termina con la muerte. Un Dios que simplemente nos dejara
morir, o que nos dejara en la insatisfacción de esta vida y de sus males, no
sería un Dios verdadero. Y es que la cuestión de la otra vida, en el mensaje de
Jesús, tiene que ver mucho con la concepción de quién es Dios y quiénes somos
nosotros. Jesús tiene un argumento que es inteligente y respetuoso a la vez: no
tendría sentido que los padres hubieran puesto se fe en un Dios que no da vida
para siempre. El Dios que se reveló en la zarza ardiendo de Sinaí a Moisés es
un Dios de una vez, porque es liberador; es liberador del pueblo de la
esclavitud y es liberador de la esclavitud que produce la muerte. De ahí que
Jesús proclame con fuerza que Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Para Él
“todos están vivos”, dice Jesús afirmando algo (según Lucas lo entiende) que
debe ser el testimonio más profundo de su pensamiento escatológico, de lo que
le ha preocupado al ser humano desde que tiene uso de razón: hemos sido creados
para la vida y no para la muerte.
III.3. Es verdad que sobre la otra vida,
sobre la resurrección, debemos aprender muchas cosas y, sobre todo, debemos
“repensar” con radicalidad este gran misterio de la vida cristiana. No podemos
hacer afirmaciones y proclamar tópicos como si nada hubiera cambiado en la
teología y en la cultura actual. Jesús, en su enfrentamiento con los saduceos,
no solamente se permite desmontarles su ideología cerrada y tradicional,
materialista y “atea” en cierta forma. También corrige la mentalidad de los
fariseos que pensaban que en la otra vida todo debía ser como en ésta o algo
parecido. Debemos estar abiertos a no especular con que la resurrección tiene
que ocurrir al final de los tiempos y a que se junten las cenizas de millones y
millones de seres. Debemos estar abiertos que creer en la resurrección como un
don de Dios, como un regalo, como el final de su obra creadora en nosotros, no
después de toda una eternidad, de años sin sentido, sino en el mismo momento de
la muerte. Y debemos estar abiertos a “repensar”, como Jesús nos enseña en este
episodio, que nuestra vida debe ser muy distinta a ésta que tanto nos seduce,
aunque seamos las mismas personas, nosotros mismos, los que hemos de ser
resucitados y no otros. Debemos, a su vez, “repensar” cómo debemos
relacionarnos con nuestros seres queridos que ya no están con nosotros y hacer
del cristianismo una religión coherente con la posibilidad de una vida después
de la muerte. Y esto, desde luego, no habrá teoría científica que lo pueda
explicar. Será la fe, precisamente la fe, lo que le faltaba a los saduceos, el
gran reto a nuestra cultura y a nuestra mentalidad deshumanizada. No seremos,
de verdad, lo que debemos de ser hasta que no sepamos pasar por la muerte como
el verdadero nacimiento. Si negamos la resurrección, negamos a nuestro Dios, al
Dios de Jesús que es un Dios de vivos y que da la vida verdadera en la
verdadera muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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