domingo, 6 de noviembre de 2016

DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Para Dios todos están vivos”

Avanza el mes de noviembre, que comenzó con la fiesta de todos los santos, y continuó con la memoria agradecida de nuestros fieles difuntos. En muchos lugares y comunidades cristianas a este mes le da sentido el recuerdo de aquellos que ya se fueron de este mundo, así como la oración por ellos. Algunas imágenes de nuestra cultura actual son caricaturas tenebrosas de esta experiencia humana que nos desconcierta. En el horizonte se nos impone una reflexión mayor, más profunda: ¿Cuál es el final que nos espera? ¿Qué hay al cruzar el umbral de esta tierra? ¿Por qué, qué sentido tienen la muerte y la vida?

Después de tantos siglos de pensamiento filosófico o teológico, estas grandes cuestiones, y otras muchas, siguen en el aire. La muerte nos sitúa ante una realidad mayor, un más allá que nos desborda, y que nos pide una palabra a lo que vivimos –y cómo lo vivimos- en el presente.

La tradición cristiana tiene una respuesta desde la fe: “creemos en la resurrección de los muertos”. La liturgia de este domingo nos recuerda cómo el antiguo Israel fue dando pasos en su comprensión de esta realidad, y cómo Jesús la supera desde la madurez de su fe. Será su Palabra, pero sobre todo su propia Resurrección, la que nos ayude a nosotros a disfrutar de esta respuesta para seguir ofreciéndola al mundo.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Estos jóvenes hermanos soportaron el martirio por su fe. En medio de los tormentos, los sostiene una convicción: Dios es el único Señor de la Vida, y él los hará resucitar. Esta fe en la resurrección y la templanza con que llevaron su martirio es parte del testimonio que ellos entregaron.

Lectura del segundo libro de los Macabeos 6, 1; 7, 1-2. 9-14

El rey Antíoco envió a un consejero ateniense para que obligara a los judíos a abandonar las costumbres de sus padres y a no vivir conforme a las leyes de Dios. Fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey, flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo prohibida por la Ley. Pero uno de ellos, hablando en nombre de todos, le dijo: “¿Qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de nuestros padres”. Una vez que el primero murió, llevaron al suplicio al segundo. Y cuando estaba por dar su último suspiro dijo: “Tú, malvado, nos privas de la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya que nosotros morimos por sus leyes”. Después de éste fue castigado el tercero. Apenas se lo pidieron, presentó su lengua, extendió decididamente sus manos y dijo con valentía: “Yo he recibido estos miembros como un don del cielo, pero ahora los desprecio por amor a sus leyes y espero recibirlos nuevamente de él”. El rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del valor de aquel joven, que no hacía ningún caso de sus sufrimientos. Una vez que murió éste, sometieron al cuarto a la misma tortura y a los mismos suplicios. Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló así: “Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por él. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
Palabra de Dios.

Salmo 16, 1. 5-6. 8b. 15

R. ¡Señor, al despertar, me saciaré de tu presencia!

Escucha, Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay falsedad. R.

Mis pies se mantuvieron firmes en los caminos señalados: ¡Mis pasos nunca se apartaron de tus huellas! Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras. R.

Escóndeme a la sombra de tus alas. Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro, y al despertar me saciaré de tu presencia. R.

II LECTURA

La carta nos exhorta a orar para que la Palabra del Señor siga propagándose. También hoy hay gran necesidad de dar a conocer la Palabra de Dios y llevar esa Buena Noticia a muchas personas que la necesitan. Acompañemos y apoyemos todos los esfuerzos e iniciativas que se realizan para que la Palabra de Dios sea difundida cada vez más.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 2, 16—3, 5

Hermanos: Que nuestro Señor Jesucristo y Dios nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra buena. Finalmente, hermanos, rueguen por nosotros, para que la Palabra del Señor se propague rápidamente y sea glorificada como lo es entre ustedes. Rueguen también para que nos veamos libres de los hombres malvados y perversos, ya que no todos tienen fe. Pero el Señor es fiel: él los fortalecerá y los preservará del Maligno. Nosotros tenemos plena confianza en el Señor de que ustedes cumplen y seguirán cumpliendo nuestras disposiciones. Que el Señor los encamine hacia el amor de Dios y les dé la perseverancia de Cristo.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Apoc 1, 5-6

Aleluya. Jesucristo es el primero que resucitó de entre los muertos. ¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Aleluya.

EVANGELIO

Nuestro Dios es el Viviente y nos ha creado para la vida. Todo lo bueno que vivimos aquí, con toda su belleza y amor, no es más que un pálido anticipo de la plenitud que Dios nos regalará. Cada momento de amor, de lucidez y de belleza en este mundo es un pedacito de cielo que acercamos a la tierra. Todo se encamina hacia la comunión definitiva de amor que es la Vida Eterna.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 20, 27-38

Se acercaron a Jesús algunos saduceos que niegan la resurrección y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y luego, el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa ya que los siete la tuvieron por mujer?”. Jesús les respondió: “En este mundo, los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, ‘el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará

Sucedió en el s. II a.C. El episodio del martirio de toda una familia judía piadosa nos lleva a tomar conciencia de cómo se sigue repitiendo este hecho. A pesar de los siglos trascurridos ha sido una constante en la Historia. El testimonio de los mártires nos invita a superar la instintiva fijación en los medios, en el dolor, en la situación injusta. Lo que verdaderamente es una provocación es el sentido que ellos le dan a su muerte, aceptada en todos los casos. Se puede morir por accidente, por enfermedad o de forma trágica. Pero también se puede morir entregando la vida por un bien mayor. Y esto, siempre, cuestiona.

Quizás la vida tenga más valor que “pasarla”. Quizás valga más el sentido que le damos a la existencia, que el cuerpo que nos contiene, las relaciones o influencias sociales que nos mueven, o la Historia y sus vaivenes. Esto es lo que realmente merece ser pensado: ¿Qué vale más que la vida? ¿Por qué o por quien soy capaz de ponerla en juego?

Estamos dispuestos a morir

Muerte y vida están estrechamente ligadas. Dicen que se muere como se vive, no puede ser de otra forma. Y el final no se improvisa: podemos vivir con sentido, de acuerdo a un proyecto que elegimos y que nos marca. Cuando todo está ordenado así, cuando los golpes no desencajan ese horizonte vital deseado, entonces la muerte es más que un trágico final, impredecible y cruel. Puede convertirse en la guinda que corona una vida, el silencio final que hace comprender toda la partitura que ha estado sonando. No es la frustración de un proyecto, sino su culminación final. Eso no significa que deje de ser una experiencia de dolor, y que en ocasiones nos “rompe” interiormente… Es una realidad que forma parte de nuestra antropología, de la condición humana. Porque hemos dado sentido a la vida, nuestra muerte tiene también una palabra que decir cuando llega el silencio final… ¿Cómo elijo vivir el presente para darle sentido al futuro?

Al despertar me saciaré de tu semblante

No se habla hoy de eternidad. Todo es contingente, limitado, de “usar y tirar”. Vivimos un mundo de estímulos y respuestas inmediatas, donde todo se convierte en frágil y las palabras pierden su sentido más eterno. Hablar de algo “para siempre” es casi impensable. Lo eterno aburre, cansa, aprisiona. Y sin embargo, humanamente, nos centra lo que no pasa, lo que queda para siempre. ¿No será que en el fondo tenemos hambre de eternidad? Más que una utopía irrealizable o falsamente consoladora, es la promesa que Dios da a sus hijos: tú puedes vivir conmigo sin límites. Porque los límites nos rompen nuestros planes: el tiempo que se agota, los espacios que se acaban, los amores que se frustran, la salud que se pierde… Necesitamos anclar nuestra vida en una realidad que permanezca. ¿Cómo ofrecer a nuestro mundo respuesta a ese anhelo? La experiencia de Dios, eterno y fiel, sigue siendo un ofrecimiento para este deseo. Por la resurrección de Cristo somos llamados, invitados, atraídos a “lo que no se pasa”.

Dios nuestro Padre, que nos ha amado tanto

Lo que en el fondo la muerte pone en juego, lo que realmente nos cuestiona es lo que pasa con el amor. Las realidades contingentes sabemos que caducan, pero, ¿y lo que hay en nosotros de inmortal? Sí, la muerte toca a nuestra capacidad de amor, eso que intuimos que no se puede terminar. Ofrece una respuesta a nuestro amor (lo que hayas amado, en Cristo, no se termina sino que se plenifica) desde el amor. Porque al final, después de la última puerta, cuando todo parece oscuro, la fe nos dice que nos recibe el que es Amor, Dios mismo.

No tenemos muchas más certezas, pero Jesús nos ha iluminado sobre ello. El último tramo de la vida es el camino que lleva al Amor verdadero y pleno, es el gozo de experimentarlo sin límites ni contradicciones, sin velos ni heridas. Al final es sólo Dios, su misericordia y su ternura de Padre lo que se nos da como premio y como respuesta. Por eso, frente al amor, sólo se nos pide confianza…

Seguid cumpliendo todo lo que os hemos enseñado

Nos llegan continuamente imágenes distorsionadas de esta realidad que es profundamente humana. Algunas, de moda en el mundo juvenil; otras, por el cine o los medios de comunicación, nos presentan el pánico de la muerte o el hastío de la vida. Tan fea es la muerte que hay que alejarla de la realidad cotidiana. Nos distancian de esa experiencia vital humana, la disfrazan de tragedia y barbarie, con espíritu de burla y afán de comercio, y nos meten en una cultura del terror y lo oscuro. Y no es así. “Morir solo es morir”, “es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba” “tener la paz, la luz, la casa juntas”, como escribió Martín Descalzo afrontando su final. ¿Y si volviésemos a una comprensión más humana, más sencilla, más natural y de confianza?

Cuando llegue la resurrección…

Jesús, en el pasaje del evangelio de hoy, no responde. Buscan, buscamos, respuestas casuísticas o fantasías para acercarnos a esta realidad. Pero la muerte nos enfrenta a una experiencia real, que requiere madurez humana y evangélica para ser abordada, y también para interpretarla. A la luz de la Palabra, de la confianza en el Dios que nos ama, la respuesta que se nos pide es de confianza. La doctrina de la Iglesia en este aspecto no entra en detalles de ningún tipo: es madura, vuelve a lo esencial y básico. Al final, más allá de imágenes, se pide una respuesta de fe.

No es Dios de muertos sino de vivos

El problema que el ser humano tiene quizás no sea su muerte, sino su vida, el modo de afrontarla. La propia y la ajena. El reto está en vivir, en hacerlo cada día con esperanza e ilusión, desde la entrega y el amor, gozando de este regalo único que se nos ha dado. Compartiéndola con otros, cuidando vidas que también nos pertenecen, haciéndonos responsables, maduros, solidarios. En Jesús de Nazaret tenemos no sólo el modelo del hombre que experimentó la resurrección final, sino de aquel que hizo de su existencia una vida con sentido y plenitud.

ESTUDIO BÍBLICO.

Hemos sido creados para la vida no para la muerte

Iª Lectura: 2º Macabeos (7,1-14): El martirio como experiencia de vida

I.1. Desde la fiesta de Todos los Santos, la liturgia del año comienza a introducirnos en los temas llamados escatológicos, los que se preocupan de las últimas cosas de la vida y de la fe, del futuro personal y de esta historia. Y hay que poner de manifiesto que sobre esas ultimidades es necesario preguntarse, y debemos relacionarnos con ellas como planteamiento base de la existencia cristiana: ¿Qué nos espera? ¿En quién está nuestro futuro? ¿Será posible la felicidad que aquí ha sido imposible? La liturgia de hoy quiere ofrecernos respuesta, más bien aproximaciones, de lo que fue uno de los descubrimientos más grandes de la fe de Israel y de los mismos planteamientos personales de Jesús, el Señor.

I.2. Esta lectura de los Macabeos nos cuenta la historia del martirio de una familia piadosa judía del s. II a. Cristo que no consintió en renunciar a sus tradiciones religiosas de comer algo impuro y someterse a la mentalidad pagana de los griegos. Es una de las epopeyas religiosas en que se descubre que, cuando se da la vida por algo, siempre se hace porque se considera que la vida aquí en la tierra no lo es todo, que debe haber otra vida. Esta creencia le costó mucho descubrirla al pueblo de Dios. Durante mucho tiempo se creía en Dios, pero no fue fácil dar un paso hacia la afirmación de que ese Dios nos ha creado para la vida y no para la muerte.

IIª Lectura: 2ª Tesalonicenses (2,15 -3,5): Dios, nuestro consuelo y esperanza

La segunda lectura nos ofrece un texto de consolación. El autor, en este caso puede ser un discípulo de Pablo, más que Pablo mismo, habla de un consuelo eterno y una esperanza espléndida. Sin duda que se refiere a lo que se trata en la carta: el final de los tiempos y la suerte de los que han muerto. La Palabra del Señor trae a los hombres esa esperanza, esa posibilidad, esa opción que hay que hacer frente a ella. Porque en este mundo, en lo más radical de nosotros mismos, debemos elegir entre la nada o esa esperanza que Dios nos ofrece. El autor se apoya precisamente en que Dios es fiel y nunca falta a sus promesas; si Él ha prometido la vida, debemos vivir con esa esperanza espléndida.

Evangelio: Lucas (20,27-38): Nadie, desde su muerte, vive en la "nada"

III.1. En el evangelio de este día es donde encontramos una de las páginas magistrales de lo que Jesús pensaba sobre esas ultimidades de la vida. El profeta Jesús, como persona, como ser humano, se pregunta, y le preguntaban, enseñaba y respondía a las trampas que le proponían. La ley de la halizah (Dt 25,9-19) es a todas luces inhumana, no solamente antifeminista. La ridiculez de la trampa saducea para ver de quién será esposa la mujer de los siete hermanos no hará dudar a Jesús. En este caso son los saduceos, el partido de la clase dirigente de Israel, que se caracterizaba, entre otras cosas, por una negación de la vida después de la muerte, los que pretenden ponerle en ridículo. En ese sentido, los fariseos eran mucho más coherentes con la fe en el Dios de la Alianza. Es verdad que la concepción de los fariseos era demasiado prosaica y pensaban que la vida después de la muerte sería como la de ahora; de ello se burlaban los saduceos que solamente creían en esta vida. En todo caso, su pensamiento escatológico podría ceñirse a la supervivencia del pueblo de Dios en este mundo, en definitiva… un mundo sin fin, sin consumación. Y, por lo mismo, donde el sufrimiento, la muerte y la infelicidad, nunca serían vencidas. Sabemos que Lucas ha seguido aquí el texto de Marcos, como lo hizo también Mateo.

III.2. Jesús es más personal y comprometido que los fariseos y se enfrenta con los materialistas saduceos; lo que tiene que decir lo afirma rotundamente, recurre a las tradiciones de su pueblo, a los padres: Abrahán, Isaac y Jacob. Pero es justamente su concepción de Dios como Padre, como bondad, como misericordia, lo que le llevaba a enseñar que nuestra vida no termina con la muerte. Un Dios que simplemente nos dejara morir, o que nos dejara en la insatisfacción de esta vida y de sus males, no sería un Dios verdadero. Y es que la cuestión de la otra vida, en el mensaje de Jesús, tiene que ver mucho con la concepción de quién es Dios y quiénes somos nosotros. Jesús tiene un argumento que es inteligente y respetuoso a la vez: no tendría sentido que los padres hubieran puesto se fe en un Dios que no da vida para siempre. El Dios que se reveló en la zarza ardiendo de Sinaí a Moisés es un Dios de una vez, porque es liberador; es liberador del pueblo de la esclavitud y es liberador de la esclavitud que produce la muerte. De ahí que Jesús proclame con fuerza que Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Para Él “todos están vivos”, dice Jesús afirmando algo (según Lucas lo entiende) que debe ser el testimonio más profundo de su pensamiento escatológico, de lo que le ha preocupado al ser humano desde que tiene uso de razón: hemos sido creados para la vida y no para la muerte.


III.3. Es verdad que sobre la otra vida, sobre la resurrección, debemos aprender muchas cosas y, sobre todo, debemos “repensar” con radicalidad este gran misterio de la vida cristiana. No podemos hacer afirmaciones y proclamar tópicos como si nada hubiera cambiado en la teología y en la cultura actual. Jesús, en su enfrentamiento con los saduceos, no solamente se permite desmontarles su ideología cerrada y tradicional, materialista y “atea” en cierta forma. También corrige la mentalidad de los fariseos que pensaban que en la otra vida todo debía ser como en ésta o algo parecido. Debemos estar abiertos a no especular con que la resurrección tiene que ocurrir al final de los tiempos y a que se junten las cenizas de millones y millones de seres. Debemos estar abiertos que creer en la resurrección como un don de Dios, como un regalo, como el final de su obra creadora en nosotros, no después de toda una eternidad, de años sin sentido, sino en el mismo momento de la muerte. Y debemos estar abiertos a “repensar”, como Jesús nos enseña en este episodio, que nuestra vida debe ser muy distinta a ésta que tanto nos seduce, aunque seamos las mismas personas, nosotros mismos, los que hemos de ser resucitados y no otros. Debemos, a su vez, “repensar” cómo debemos relacionarnos con nuestros seres queridos que ya no están con nosotros y hacer del cristianismo una religión coherente con la posibilidad de una vida después de la muerte. Y esto, desde luego, no habrá teoría científica que lo pueda explicar. Será la fe, precisamente la fe, lo que le faltaba a los saduceos, el gran reto a nuestra cultura y a nuestra mentalidad deshumanizada. No seremos, de verdad, lo que debemos de ser hasta que no sepamos pasar por la muerte como el verdadero nacimiento. Si negamos la resurrección, negamos a nuestro Dios, al Dios de Jesús que es un Dios de vivos y que da la vida verdadera en la verdadera muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).

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