Tercer domingo de Cuaresma, la
oportunidad de reflexionar sobre el nivel de satisfacción con nosotros mismos,
con los demás y con Dios. Se vive anhelando porque se está seco y del interior
no brotan bendiciones, ni alabanzas, sino más bien suplicas y requerimientos
por la sequedad de nuestro ser. Se ocupa el tiempo y los deseos en poder decir
“¡ya tengo!”; en vez de “¡ya soy!”. El deseo forma parte de nosotros. ¿Dónde
vamos sin deseo? Pero también es cuestión de cada uno saber qué se desea y de
dónde brota el deseo.
Tengo sed, Señor, dame agua, tu agua,
esa que “nunca volvamos a tener sed”. Esta agua no es “algo” ni se encuentra
lejos de nosotros. Otra cosa es que se ignore o que se acalle, porque se vive
desde fuera, desconectados, perdidos, poniendo el corazón en la inmediatez
aparatosa, despampanante, en las apariencias.
Tiempo de Cuaresma, tiempo de oración,
limosna y ayuno. No es tiempo de cumplimientos: ya he rezado; he ayunado
–aprovecha para perder volumen- ; he dado limosna. ¡Qué pobreza interior! ¡Qué
sequedad! Nuestro interior ha de ser un manantial del que brota vida, vida
coherente, vida veraz, vida que compartimos; manantial del que brota el amor.
Oración, para identificarnos con el
Padre; limosna, para identificarnos con el prójimo; ayuno, para identificarse
con uno mismo y despojarse de tantos prejuicios e intereses egoístas que alejan
de Dios, de los demás y de uno mismo.
DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
“Y el personaje central del Éxodo, el
personaje-instrumento de Dios para esta alianza, para ésta liberación, para
esta forja de un pueblo que se distinga con perfiles, con leyes, con institutos
tan propios, es Moisés, figura gigantesca, colina del Viejo Testamento. No
podemos pasar esta Cuaresma sin dedicarle a él un pensamiento, ya que la
Cuaresma nos prepara para la fiesta de la redención”
Lectura
del libro del Éxodo 17, 1-7
Toda la comunidad de los israelitas
partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden
del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber.
Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: “Danos agua para que podamos beber”.
Moisés les respondió: “¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?”. El
pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: “¿Para qué nos
hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros
hijos y nuestro ganado?”. Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: “¿Cómo tengo
que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?”.
El Señor respondió a Moisés: “Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos
ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas
del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú
golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo”. Así lo hizo
Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. Aquel lugar recibió el nombre de
Masá –que significa “Provocación”– y de Meribá –que significa “Querella”– a
causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor,
diciendo: “¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?”.
Palabra de Dios.
Salmo
94, 1-2. 6-9
R.
Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón.
¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva! ¡Lleguemos hasta él dándole gracias,
aclamemos con música al Señor! R.
¡Entren, inclinémonos para adorarlo!
¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque él es nuestro Dios, y
nosotros, el pueblo que él apacienta, las ovejas conducidas por su mano. R.
Ojalá hoy escuchen la voz del Señor: “No
endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y provocaron, aunque habían visto mis obras”. R.
II
LECTURA
Pablo
hace una gran confesión de fe, un Credo podemos decir hoy. En esa confesión
reconoce y resalta que ha sido Dios quien nos salvó, nos reconcilió y nos ha
dado la fe para estar unidos a él. Hoy aceptamos con agradecimiento y alegría
tanto amor de parte de Dios.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 1-2. 5-8
Hermanos: Justificados por la fe,
estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos
alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos
gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y la esperanza no quedará
defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía éramos
débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente
se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea
capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que
Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.
Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN Jn 4, 42. 15
Señor, tú eres verdaderamente el
Salvador del mundo; dame agua viva para que no tenga más sed.
EVANGELIO
El
diálogo entre Jesús y esta mujer es muy profundo y está cargado de imágenes.
Hoy podemos descansar en un aspecto del relato: el proceso que ha hecho la
mujer, que ha pasado de reconocer a Jesús como “un judío”, de modo despectivo
por la rivalidad entre los pueblos, a confesarlo ante sus vecinos como profeta
y preguntándose si él no sería el Mesías. Todo un proceso, todo un camino. La
mujer fue descubriendo a lo largo de un diálogo íntimo no sólo quién era ella,
sino también quién era Jesús.
✚ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 4, 5-42
Jesús llegó a una ciudad de Samaría
llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí
se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado
junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua,
y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a
comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me
pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se
trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios
y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’ tú misma se lo hubieras pedido, y él
te habría dado agua viva”. “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el
agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más
grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo
mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta
agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más
volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial
que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua
para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. Jesús le
respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”. La mujer respondió: “No tengo
marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque
has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la
verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres
adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe
adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta
montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no
conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los
judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los
adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben
hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías,
llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió:
“Soy yo, el que habla contigo”. En ese momento llegaron sus discípulos y
quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le
preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”. La mujer,
dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a
un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. Salieron
entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos
le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”. Pero él les dijo: “Yo tengo
para comer un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos se preguntaban
entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Jesús les respondió: “Mi comida
es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes
dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten
los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador
recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y
el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el
proverbio: “Uno siembra y otro cosecha”. Yo los envié a cosechar adonde ustedes
no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus
esfuerzos”. Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra
de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”. Por eso, cuando
los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él
permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y
decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo
hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
¿Cómo
tú siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
Jesús está en Samaría, sentado en un
pozo y llega una mujer. No sabemos su nombre. Esa mujer representa otra
realidad. Representa a Samaría, la infiel.
Nos olvidamos de la persona y
enfrentamos a un judío y una samaritana. ¡Tiembla la tierra! –podrían exclamar
los rabinos de entonces- . No es sólo el rechazo por la cultura, la religión,
el comportamiento moral, también es rechazo por la condición de hombre y mujer.
Hemos olvidado a la persona.
Parece que en este encuentro la única
sensata, que es consciente de esa realidad “escandalosa”, es la mujer y así lo
declara: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”
(v.9) La respuesta de Jesús no es a la pregunta, sino que Jesús va más allá y
lo hace con tono enigmático: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te
pide de beber, le pedirías tú a él y te daría agua viva” (v. 10). Esto provoca
un giro en la atención de la mujer. ¿Qué pasa aquí? ¿Quién es éste realmente?
La mujer ha despertado a su realidad interior, también tiene sed, pero esta sed
no la apagará el agua del pozo de Jacob en Sicar. Y la mujer entra en un
diálogo con Jesús, a otro nivel. Hablan de las diferencias entre judíos y
samaritanos; ¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? No
procede el coqueteo con el judío. El encuentro ha tomado otro cariz. La mujer,
ante Jesús, no puede ocultar su realidad –has tenido cinco maridos y el que
ahora está contigo no es tu marido- y declara: “Señor, veo que tu eres
profeta…”
Para Jesús, nada puede anular la realidad
humana.
¿Hay
que adorar a Dios en el Garizín o en Jerusalén?
¿Dónde adorar a Dios? Ni en este monte
ni en Jerusalén, es la respuesta de Jesús.
Y deja claro que Dios Padre no está
atado, no depende de un lugar concreto. Dios no es propiedad de nadie, de
ninguna religión.
La samaritana no sólo se queda admirada
de este hombre porque no muestra prejuicios, sino porque además su lenguaje es
nuevo. No habla de Dios, habla del Padre.
El Padre no espera grandes ceremonias,
solemnes liturgias y procesiones. El Padre quiere corazones de carne, corazones
sencillos que adoren “en espíritu y verdad” Verdaderos adoradores. “En
espíritu”, con aquella parte de cada uno que acerca más a Dios, que es
espíritu. “En verdad”, Dios es verdad; está de más toda impostura e hipocresía.
“En verdad”, con coherencia, sin engaños, ni justificaciones, sin egoísmos.
Jesús propone una manera de relacionarse con Dios. No es el templo o la ciudad
(Jerusalén) lo que da legitimidad ni garantiza la oración.
¿Qué es lo que Dios quiere de nosotros?
De nosotros, Dios quiere nuestro corazón, lo que el ser humano es, personas
vivas hechas a su imagen. El amor de Dios que también es respeto, nada nos
arrebatará si nosotros voluntariamente, libremente, no se lo damos. Somos
templos y somos sacerdotes (recordad el bautismo), nos ofrecemos y ofrecemos a
Dios la propia voluntad, nuestros proyectos y nos adherimos al plan de Dios,
como nos enseña su Hijo.
Para Jesús, nada puede anular la
realidad humana.
Venid
a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho…
El encuentro con Jesús cambia la vida.
Esto le pasó también a la samaritana. Todo comenzó con la petición de un
sediento y la necesidad fue la razón de ese encuentro. Un encuentro que llegó a
unos límites de sinceridad y respeto que la samaritana no podía imaginar. “Le
dice la mujer: - Sé que va a venir un Mesías (es decir, Ungido); cuando venga
él, nos lo explicará todo” (v.25). Paso a paso, ha habido un descubrirse el uno
a la otra y al final el mismo Jesús de ser proveedor de agua viva le dice a la
mujer: “Soy yo, el que habla contigo” (v.26) -el Mesías-. El secreto ha sido
revelado. La mujer, bien conocida entre los suyos, ha desahogado el peso de su
pobre vida; y ha quedado liberada y enriquecida. Deja el cántaro y marcha a su
ciudad a anunciar: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he
hecho; ¿será éste tal vez el Mesías?” (v.29) La buena nueva es anunciada por
una mujer y pecadora. Y, por eso, porque ella no se engaña, se limita a
proclamar lo que ha sido una buena nueva, y lo hace conduciendo hasta Jesús a
sus paisanos, ofreciéndoles su propia experiencia, su testimonio: “Me ha dicho
todo lo que he hecho”. Y lo que menos importa es que la crean o no la crean, lo
que importa es que crean. “…le rogaron –a Jesús- que se quedara con ellos, y se
quedó allí dos días” (v. 40)
Para Jesús, nada puede anular la
realidad humana.
ESTUDIO BÍBLICO.
Iª
Lectura: Éxodo (17,3-7): Masá y Meriba: Dios siempre da de beber
I.1. Los nombres de Masá y Meribá -en
los que se ha establecido una relación etimológica con el hecho “de tentar y de
contender” (reyerta y tentación), de que habla el relato-, son con toda
seguridad nombres de lugares antiguos que se han cargado de mito y leyenda.
Pero también ha venido a tener su simbología en la actitud por la que pasa el
pueblo y por la que pasan por los todos los creyentes; por eso no importa mucho
si ignoramos en dónde están y en qué desierto. La leyenda judía ideó que esa
roca iba siguiendo a los israelitas por el desierto. Y de ahí tomó pie Pablo
para hacer una lectura midráshica, como han puesto de manifiesto los
especialistas y glosar, desde la perspectiva del cristiano que ve en Cristo el
gran signo de Dios: "Y la roca era Cristo" (1 Cor 10,4).
I.2. La roca del Horeb sobre la que debía
golpear Moisés para dar agua al pueblo en el desierto, en las fuentes de
Meribá, ha tenido una gran tradición en el Antiguo Testamento, especialmente en
los Salmos (78; 95; 105; 106; Sab 11,4). Ya se sabe que el desierto es el lugar
de la prueba, especialmente por la necesidad de beber. El agua, en Israel, era
y es un tesoro, porque es una pequeña región rodeada de desierto. Un poco de
agua es como un milagro y toda sequía es como un castigo y una tentación. Al
pueblo, en el desierto, no le compensa su libertad frente a los faraones; no
quieren morir en el desierto, aunque podían haber muerto esclavos y explotados
cerca de la pirámides de Egipto. Pero así es el sino de todo tipo de
liberación.
I.3. “¿Está o no está el Señor en medio
de nosotros?” Es la pregunta del pueblo sediento… ¿de qué vale la libertad
conquistada? El texto quiere reafirmar la fe de un pueblo en Dios, pase lo que
pase y suceda lo que suceda. Es más, las dificultades y adversidades deben ser
las que ponga de manifiesto la fe en Dios, porque siempre Él, de una manera o
de otra, nos “da del agua de la roca”… Dios está en medio de nosotros, pero no
podemos exigirle que lo muestre como nosotros queremos, sino que sepamos buscar
“el agua” que nos proporciona de rocas que en su entraña llevan una fuente. Sin
la vara de Moisés, sin el milagro de la magia, sino con la confianza y la
fortaleza de ánimo, porque Dios ¡sí está en medio de nosotros!
IIª
Lectura: Romanos (5,1-8): Dios nos ofrece la salvación "por amor"
II.1. La segunda lectura nos ofrece una
enseñanza clave en esta carta paulina. La verdad es que la liturgia no ha
tomado la totalidad de este conjunto, uno de los más fuertes y densos de este
escrito paulino. El apóstol comienza en este instante el meollo de su carta
(5,1-8,39) y lo hace con una significativa proclamación kerygmática de lo que
Dios ha hecho por la humanidad, por medio de Cristo que “lo ha llevado” hasta
dar la vida por todos. Esto es básico en el pensamiento de Pablo y en la
proclamación de la condición de la religión cristiana. Vemos aquí que es Dios
el que sale al encuentro del hombre, no el hombre el que sale a la búsqueda de
Dios. Por eso debemos seguir afirmando que el cristianismo es la religión de la
gracia, de la oferta, del milagro de la misericordia y gratuidad divina.
II.2. Pablo, aquí, centra su pensamiento
en lo que significa en la vida presente para los creyentes ser justificados por
la fe. La salvación, pues, es una gracia de Dios que se nos otorga mediante
nuestra confianza en Jesucristo. El enunciado de esto es de un calado teológico
sin precedentes, dicho, además, por alguien que procede del judaísmo, como
Pablo. Esta gracia es lo que define la justicia de Dios y la vida cristiana. De
esto es de lo que debe gloriarse el cristiano, de creer y experimentar la
gracia que nos llega por medio del Espíritu de Dios. Pablo está queriendo decir
que no hay que gloriarse del esfuerzo que debemos hacer para salvarnos, porque
entiende que la salvación es una gracia, un regalo; pero también los regalos
hay que saber acogerlos y agradecerlos.
II.3. ¿Qué significa, pues, la
proclamación kerygmática de Rom 5,1-11? Pues que la justificación ó si queremos
la salvación, para ser más directos, tiene una estrategia que ha establecido el
mismo Dios, por medio de Cristo. Aunque Pablo no se va a poder liberar del
lenguaje propio del AT, de los sacrificios y de la muerte, no debemos quedarnos
en eso, sino en lo que se afirma. Cristo murió por los “impíos”… y puesto que
Dios nos ama (v. 8), Cristo dio su vida por nosotros. ¿Era necesaria esa
muerte? Para Dios no era necesaria, y no es Dios quien entrega a la muerte a
Jesús, sino los hombres. Pero la formulación de Pablo quiere dejar clara la
iniciativa divina. Esto ha ocurrido porque Dios nos “ha amado” y nos ama…
Evangelio:
Juan (4): El agua viva de una religión de gracia
III.1. El evangelio, de san Juan (en
este domingo se prescinde de Mateo), nos ofrece una de las escenas y diálogos
mejor construidos del cuarto evangelista. Todo hemos escuchado alguna vez esta
narración de Jesús y la samaritana; aunque no siempre hayamos podido abarcar
todo su significado y profundidad. Puede que hoy no la oigamos completa, pero
su sentido es el mismo que exponemos. Jesús pasa por territorio de herejes,
como eran considerados los samaritanos por los judíos ortodoxos. Es una vieja
historia de odios y rencores a causa de la religión. Los samaritanos se
consideraban herederos de los patriarcas, tenían su Pentateuco, creían en
Yahvé, en Dios, pero unos y otros pensaban que su “dios” era mejor que el otro,
y su templo, y su monte santo, y su agua y sus fuentes. La escena se sitúa en
Samaría.
III.2. Los samaritanos proceden de la
unión de tribus asirias y de judíos del reino del Norte antes de su destrucción
en el año 721 a. C.. Después se llegó a un verdadero cisma entre judíos y
samaritanos, como rigorismo de la reforma judía que sigue al destierro de
Babilonia. Los samaritanos se opusieron a la construcción del nuevo Templo de
los judíos. Construyeron otro santuario para ellos en el monte Garizim que fue
destruido en el año 129 a C.. Los samaritanos se consideran descendientes de
los Patriarcas, y estaban orgullosos del pozo que -decían- les había dejado su
padre Jacob por medio de José (Gn 33,19;48,22; Jos 24,32). Los samaritanos
solamente creen en los cinco libros del Pentateuco; aún hoy existen tribus
samaritanas. Un judío religioso debía evitar todo contacto con los samaritanos,
no solamente impuros, sino herejes, y lo que menos se podía pensar era en
pedirle a ellos de comer o beber (Cf. Eclo 50,25-26; Lc 9,52; 10,33; Mt 10,5).
En este relato van a coincidir una serie de factores, muchos tipológicos, para
enseñar verdades que nunca deberíamos olvidar. Jesús fatigado del camino, deja
Jerusalén, va hacia Galilea y pasa por Samaría que era un lugar que evitaban
los judíos piadosos. El, Jesús, un hombre, un judío, y si queremos Dios «pide»
a una mujer pecadora y herética. Jesús, a una samaritana, a una persona que por
herejía solo podía dar hastío y maldición, le pide. Ya sabemos que Jesús le
pide para dar él mucho más. El diálogo es sabroso, es un diálogo con alguien
maldito. Y Jesús ofrece a cambio «agua viva». Esta expresión en el AT
significaba: los valores de la vida, la revelación, la Sabiduría divina y la
Ley (Cf: Jer 2,13; Zac 14,8; Ez 47,9; Prov 13,14; Is 44,3; Jl 3,1). En nuestro
caso, a cambio, Jesús ofrece por el agua del pozo (que puede significar el
judaísmo con lo que prometía y no daba, ya que los samaritanos también eran
judíos), «agua viva» que según el mismo Juan es el Espíritu que da la vida
eterna (cf: Jn 7, 37-39).
III.3. Jesús no pasa por casualidad por
aquél camino, ya que a la ida o vuelta de Jerusalén, había que evitar este
territorio central de Tierra Santa; había elegido él mismo el camino por el que
debía pasar; se siente cansado, pero, más bien que por el camino, a causa de
estas disputas religiosas sin sentido y le pide a la mujer (representante de
todo un pueblo odiado y condenado) agua, llega pidiendo, no ofreciendo. Existe
desconfianza, aunque Jesús ha venido para ofrecer a estos herejes un espíritu
nuevo, un agua viva, un culto nuevo, un Dios verdadero. El agua del pozo estaba
encerrada y el pozo era hondo; representa el judaísmo y el samaritanismo. Es
una crítica a las religiones que ponen tanto empeño en sus cosas, en sus
tradiciones, en sus costumbres y en sus normas. A una y otra religión les
faltaba el agua viva, carecían de Espíritu y verdadera adoración. Vemos a Jesús
que escucha las quejas de la mujer samaritana contra los judíos; pero Jesús, en
el evangelio no representa a los judíos, aunque sea confundido con uno de
ellos. Advirtamos que Jesús pide, para dar; pregunta, para responder; siente
sed, para ofrecerse como agua viva.
III.4. Con esa dinámica de contraste, la
teología joánica de este pasaje, emblemático a todas luces, propone una
religión nueva y un culto nuevo: el culto en Espíritu y verdad. El Espíritu
dará a conocer cuál es el culto que tiene sentido: el conocer a Dios y el
adorarlo como Padre. Pero los judíos y los samaritanos no adoran precisamente a
un Dios como Padre, sino a un dios que ellos mismos se han creado a su modo y
manera; el dios que justifica sus odios y rencores. Esa religión, que muchas
veces sigue siendo la dinámica de nuestras religiones actuales es un contra-Dios
y anti-evangelio. Hoy, pues, también podemos aprender mucho desde el punto de
vista ecuménico en la celebración de la eucaristía con este evangelio joánico.
Ese no pasar de lejos por el terreno, por el mundo o la vida de los malditos;
ese pedir para dar y ofrecer en nombre del Dios vivo la felicidad y la vida
verdadera… es lo propio de la “religión” de Cristo. Son muchos los desafíos que
esta narración evangélica nos sugiere. El relato nos muestra a un Jesús que en
este caso no es un simple judío, sino el Logos de Dios, que habla y dialoga con
una mujer (que representa a un pueblo con sus influencias sincretistas, pero al
fin y al cabo una mujer)… que descubre algo nuevo que viene de Dios. Y entonces
todo cambia… se dejan de lado historias pasadas, reglas que atan el corazón y
el alma de la gente religiosa… y hacen posible descubrir a Dios como Padre. (Fray
Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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