“No
teman”
Hemos celebrado hace poco las fiestas de
la Ascensión y de Pentecostés. En la primera, dedicada a la Jornada Mundial de
las Comunicaciones, rezaba el lema siguiente: No temas, que yo estoy contigo
(Is 43,5). La liturgia de Pentecostés, a su vez, celebra el primer despliegue
intrépido y valiente de la evangelización apostólica, en la que los discípulos
de Jesús dejan atrás temores y miedos.
Es la tónica que preside toda la
historia de la salvación. Quien confía en Dios no tiene por qué temer. El Dios
que guió y acompañó a su pueblo desde la nube, símbolo de su presencia, en la
epopeya del éxodo es el mismo que alienta y da ánimos a Pedro y sus compañeros,
zarandeados por las olas: ¡Ánimo!, soy yo; no teman (Mt 14,27). Fue justamente
en medio de las dificultades y turbulencias inherentes al anuncio del evangelio
cuando mejor experimentaron los apóstoles la mano amiga de quien no les dejaba
solos y a la deriva. Ese es el legado heredado de la tradición cristiana y que
nos compromete en toda suerte de iniciativas encaminadas al testimonio y la
confesión pública de la fe cristiana.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
LECTURA
El
profeta es una molestia para quienes obran el mal, por eso estos buscarán una
forma de acabar con él. No ahorrarán calumnias, denuncias falsas y violencia.
Sin embargo, el creyente no desespera y entrega su causa en manos de Dios. Dios
es quien lo sostiene.
Lectura
del libro de Jeremías 20, 10-13
Dijo el profeta Jeremías: Oía los
rumores de la gente: “¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo
denunciaremos!”. Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: “Tal vez se
lo pueda seducir; prevaleceremos sobre él y nos tomaremos nuestra venganza”.
Pero el Señor está conmigo como un guerrero temible: por eso mis perseguidores
tropezarán y no podrán prevalecer; se avergonzarán de su fracaso, será una
confusión eterna, inolvidable. Señor de los ejércitos, que examinas al justo,
que ves las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos!, porque
a ti he encomendado mi causa. ¡Canten al Señor, alaben al Señor, porque él
libró la vida del indigente del poder de los malhechores!
Palabra de Dios.
Salmo
68, 8- 10. 14. 17. 33-35
R.
Respóndeme, Dios mío, por tu gran amor.
Por ti he soportado afrentas y la
vergüenza cubrió mi rostro; me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un
extranjero para los hijos de mi madre: porque el celo de tu Casa me devora, y
caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian. R.
Pero mi oración sube hasta ti, Señor, en
el momento favorable: respóndeme, Dios mío, por tu gran amor, sálvame, por tu
fidelidad. Respóndeme, Señor, por tu bondad y tu amor, por tu gran compasión
vuélvete a mí. R.
Que lo vean los humildes y se alegren,
que vivan los que buscan al Señor: porque él Señor escucha a los pobres y no
desprecia a sus cautivos. Que lo alaben el cielo, la tierra y el mar, y todos
los seres que se mueven en ellos. R.
II
LECTURA
San
Pablo presenta una antítesis entre Adán y Cristo. Adán –que en hebreo significa
“ser humano”– es la figura de todo ser humano pecador. Todos hemos pecado y
todos necesitamos que nuestra humanidad sea redimida. La antítesis del Adán
pecador es Cristo, hombre nuevo, que nos alcanza la gracia y el perdón.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 12-15
Hermanos: Por un solo hombre entró el
pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los
hombres, porque todos pecaron. En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes
de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin
embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no
habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es
figura del que debía venir. Pero no hay proporción entre el don y la falta.
Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y
el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados
mucho más abundantemente sobre todos.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 15, 26b. 27a
Aleluya. “El Espíritu de la Verdad dará
testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Cuántos
creyentes, a lo largo de la historia, fueron víctimas de la violencia a causa
de su fe. Los recordamos y honramos como mártires. Y aunque sus verdugos
podrían haber pensado en que los vencieron con la muerte, la realidad es que el
testimonio de esos mártires hace que muchas cosas salgan a la luz. Como
seguidores de Cristo, ellos no devolvieron la violencia recibida.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Mateo 10, 26-33
Jesús dijo a sus apóstoles: No teman a
los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no
deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día;
y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a
los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel
que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno. ¿Acaso no se vende un par de
pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin
el consentimiento del Padre de ustedes. También ustedes tienen contados todos
sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me
reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que
está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel
que reniegue de mí ante los hombres.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS
Anclados
en la Palabra de Dios
El discurso apostólico de Mt 10
constituye una especie de breviario o vademécum misionero valedero para todos
los tiempos. Inspirado en lo que fue la propia misión de Jesús, ejemplariza el
modelo a seguir por cuantos se sienten llamados a continuar en la obra de la
evangelización. Asocia la suerte de los discípulos a la de su Maestro, con el
que conforman una misma familia. Como enviados de Cristo Jesús, están en manos
de Dios y por tanto no deben preocuparse ante posibles acontecimientos.
El fragmento que hoy nos ocupa viene
enmarcado en la segunda parte del discurso (10, 24-42). Ahora bien, su
contenido rebasa con creces el horizonte del primer envío de los Doce al pueblo
de Israel, de dos en dos, como itinerantes de la predicación del Reino. La
actividad de Jesús y de sus inmediatos seguidores es asumida ahora por toda la
comunidad cristiana como destinataria directa del encargo dejado por Jesús. La
luz del evangelio, como la lámpara sobre el candelero, ha de alumbrar a todos
los hombres (5,14-16) superando las estrechas fronteras del judaísmo.
Es dentro de este contexto eclesial
donde resuena la voz del evangelio de hoy, repetida cuatro veces: no temáis. La
misma voz salida de los labios de Jesús en varias ocasiones haciéndose eco del
reiterativo testimonio de los profetas. Cuando Jeremías es llamado a ser
profeta de Dios siendo todavía un muchachuelo temeroso y asustadizo, recibe la
palabra reconfortadora Yahvé: No les tengas miedo (1,8); por eso, curtido por
la experiencia, proferirá más tarde las palabras que hemos escuchado en la
primera lectura: pero Yahvé está conmigo, cual campeón poderoso (20,11). Es la
misma palabra de apoyo y consuelo que escuchará más tarde el profeta Ezequiel
ante la dura misión que le espera: no temas aunque te rodeen amenazantes y te
veas sentado sobre escorpiones. No tengas miedo de lo que digan, ni te asustes
de ellos (2,6).
Es el destino reservado a los mensajeros
de Dios. En medio de una visión nocturna, le dirá el Señor a Pablo, el gran
heraldo de Cristo Jesús: no tengas miedo, sigue hablando y no te calles (Hch
18,9). En su turbulento viaje a Roma por mar, como prisionero y en medio de la
tempestad y del naufragio, la palabra del Señor le va a confirmar y animar en
su misión: no temas, Pablo; tú tienes que comparecer ante el César (27,24). El
Apóstol sabía muy bien a quién se había confiado.
Predicar
sin temor
El miedo paraliza. ¿Cómo superarlo en
momentos de prueba y persecución? Los discípulos, vinculados en la misión a la
suerte de su Maestro, habrán de afrontar con temple y entereza las múltiples
penalidades inherentes a su actividad apostólica, aleccionados y aconsejados
por su ejemplo. La motivación última “del Reino y su justicia” (Mt 6,33)
comporta una actitud consecuente hasta el final, incluso hasta el propio martirio
si éste fuera el caso. Sólo a Dios hay que temer, es decir, acoger y
reverenciar su soberanía desde la sabia actitud de una fe obediente a su
Palabra. Si Dios provee hasta de los gorriones y de los cabellos de la cabeza,
¿cómo no va a preocuparse de quienes son sus portavoces en la tierra? Nada
ocurre sin su anuencia. No están a la intemperie, zarandeados por el azar, sino
en las manos amorosas y providentes de nuestro Padre Dios. El temor de Dios,
principio de sabiduría cristiana, aleja y libera a sus enviados de todo posible
temor a los hombres.
No se está defendiendo con esto un falso
e ingenuo optimismo cristiano. Al contrario, el hecho de proclamar públicamente
la fe comporta por lo general una serie de contratiempos e incomodidades que se
suman al ya de por sí conflictivo y duro combate de la vida. Ahora bien,
semejante actitud de resistencia activa ante las adversidades, capaz de superar
el temor a los hombres, sólo es comprensible desde la plena confianza que
despierta la promesa de Jesús en cuantos se declaran abiertamente a su favor.
Es la convicción profunda que subyace en el fondo de toda esta serie de dichos
sapienciales.
Mantengamos
nuestra confesión de fe (Heb 4,14)
A finales del siglo primero, cuando los
primeros cristianos se vieron envueltos en la persecución, necesitaron de la
exhortación y el apoyo de sus líderes para no desfallecer en la confesión de la
fe siguiendo el ejemplo de Jesucristo ante Poncio Pilato (1 Tm 6,12-13). Eran
alentados a no perder de vista a Jesús, “el apóstol y sumo sacerdote de nuestra
fe”, ascendido ya a los cielos y fiel cumplidor de su Promesa (Heb 3,1; 4,14,
10,23).
Esta exhortación del predicador de la
carta a los Hebreos a mantener nuestra confesión de fe sigue siendo de plena
vigencia en la actualidad. Es la invitación que se nos hace a cuantos hemos
sido incorporados por el bautismo a Cristo Jesús. Él es quien pone las palabras
en nuestra boca y nos quita todos los miedos. Necesitamos una fuerte dosis
sabiduría y fortaleza del Espíritu para saber testimoniar en nuestro mundo, con
coraje y valentía, la fe que profesamos. No temáis… Lo que yo os digo en la
oscuridad, decidlo vosotros a la luz; lo que escucháis al oído, proclamadlo desde
las azoteas.
ESTUDIO BÍBLICO.
I
LECTURA
(Jeremías 20,10-13).
La I Lectura de Jeremías 20,10-13, forma
parte de los famosos textos que se tienen como "confesiones de
Jeremías"; textos de experiencia en los que se muestra la lucha interna
del hombre de Dios, del que está seducido por El, ya que tiene que hablar y
proclamar lo que nosotros no queremos oír. El profeta siente que los que no
están con él le acechan y están siempre seguros de que caerá; que los sencillos
que le siguen se darán cuenta de que el profeta les engaña. Este es el
"sino" del verdadero profeta: nunca le concederán la razón. Es verdad
que el profeta ha sido fuerte, incluso ha hablado contra el templo (7,1-15) en
un discurso que es una prefiguración de lo que diría también Jesús.
Ahora, Jeremías experimenta que los
poderosos, los que están en contra de su misión y su palabra, quieren
"quemar" al profeta. Pretenden "seducirlo" como un día Dios
lo había seducido cuando era casi un joven. Es eso mismo lo que pretenden los
enemigos. Su vida ha sido un drama, no hay más que hacer un recorrido por su
libro: sufrimientos, marginación social y su soledad (cf. 15,10.17; 16,13),
persecuciones y las acusaciones que soporta (cf. 11,18-19; 20,10), azotes,
torturas, cárcel y condena a muerte de parte de las autoridades (cf. 20,1-6;
26,11; 37,15-16; 38,1-13). Quieren hacer lo que Dios, pero para destruirlo y
así el drama es más certero. De ahí que, "seducción" por
"seducción", el profeta prefiere la seducción divina que le quema el
alma y las entrañas con verdadero amor.
Por eso Jeremías, a pesar de saber que
Dios le ha "arruinado" su vida normal o juvenil, prefiere a Dios;
prefiere ponerse en sus manos. Ese es el canto final de esta
"confesión" dramática del alma. Es, sí, una lamentación de Jeremías,
aunque el texto acaba con una alabanza a Dios. Es una experiencia trágica de la
que no se puede librar, porque tiene que seguir siendo fiel a Dios y a los
hombres. No puede decir o hablar como los falsos profetas. Se queja a Dios de
que lo haya elegido para esta tarea tan difícil y lo haya seducido (20,7). Y
una vez seducido, vencido, comprado, se queda con Dios y con su palabra que es
lo que puede traer luz a la entraña de la tierra. Por eso la pregunta para
nosotros no puede ser otra que ¿se puede seguir persiguiendo a los profetas?
Dios, no obstante, suscitará otros como Jeremías.
II
LECTURA (Romanos 5,12-15)
La Lectura de Romanos 5,12-15 es uno de
los textos más asombrosos de San Pablo en los que durante mucho tiempo se ha
visto una afirmación rotunda del pecado original. Pablo está intentando hacer
una lectura midráshica del texto de Gn 1-3, pretendiendo comparar a la
humanidad vieja y a la humanidad nueva. La vieja procedente de Adán, la nueva
liberada y salvada por Cristo. La actualización del texto de Génesis es muy
simple, demasiado simple, pero esa era la forma en que se hacía entonces.
Intentaba poner de manifiesto que la muerte se explica por el pecado, pero no
ha de entenderse necesariamente la muerte en sentido biológico, sino como el
"mysterium mortis" que nos agarra la mente y el corazón. Se trata de
la muerte que hay que llorar, pero también que hay que saber "decir"
y asumir. Podemos afirmar que es uno de los textos más difíciles de la carta a
los Romanos sobre lo que todavía hay mucho por decir y explicar.
Interpretamos hoy que en Adán no ha
pecado toda la humanidad, según se tradujo al latín (la Vulgata) el texto
griego de Pablo; en Adán (ef 'ho=in quo). La construcción es difícil: no se
debe leer "existe la muerte, porque en él (Adán) todos pecaron", como
interpretó San Agustín, siguiendo a la Vulgata. Preferimos, pues, "existe
la muerte, porque todos pecaron"; sería nuestra traducción libre del texto
paulino. Es verdad que en el texto sagrado van muy unidos la muerte y el
pecado. Pero el pecado debe ser libre, participativo, no simplemente
hereditario; el pecado original, pues, debe personalizarse, es decir, debemos
ser responsables de lo que hacemos malo. No se trata, pues, de una herencia
maldita, como tampoco la muerte biológica viene a serlo, a pesar que de esa
forma se piensa en muchos ámbitos humanos y religiosos.
Es verdad que existe un pecado original,
y el "tipo" de ello es Adán (aunque Adán no es una persona concreta,
sino la humanidad vieja), pero de Pablo no se debería sacar en consecuencia una
concepción biológico-hereditaria del pecado y de la muerte. Sin duda que
pecamos siguiendo el ejemplo de unos con otros, y en este sentido seguirnos el
ejemplo de Adán (=la humanidad vieja) y el pecado nos asoma a la muerte como
experiencia trágica, tremenda y tenebrosa de enfrentarnos, a veces, con la
realidad última de nuestra existencia. Pero frente a Adán está Cristo que ha
traído gracia y la salvación. Estamos constantemente bajo el dominio del
pecado, pero con la salvación y la gracia de Cristo somos liberados del pecado
y de la muerte sin sentido, porque ésta cobra un sentido nuevo. Solamente en la
acción salvadora de Dios en Cristo podemos salir del pecado original (=la
humanidad vieja) y ser criaturas nuevas.
EVANGELIO
(Mateo 10,26-33):
El evangelio de Mateo 10,26-33 viene a
ser como una respuesta al texto que se lee en la Iª Lectura sobre las
confesiones de Jeremías. Allí podíamos sacar en consecuencia que, ante este
tipo de experiencias proféticas, el silencio de Dios puede llevar a un callejón
sin salida. Ahora, la palabra de Jesús es radical: no temáis a los hombres que
lo único que pueden hacer es quitar la voz; pero incluso en el silencio de la
muerte, la verdad no quedará obscurecida. Esta es una sección que forma parte
del discurso de misión de Jesús a sus discípulos según lo entiende Mateo.
No es un texto cómodo, justamente porque
la misión del evangelio debe enfrentarnos con los que quieren callar la verdad,
y es que la proclamación profética y con coraje del evangelio, da la medida de
la libertad y de la confianza en Dios. Cuando se habla de alternativa radical
se entiende que hay que sufrir las consecuencias de confiar en la verdad del
evangelio de Jesús. Aunque la verdad no está para herir, ni para matar, ni
siquiera para condenar por principio, sino a "posteriori", es decir,
cuando se niega la esencia de las cosas y del ser.
Se ha de tener muy presente, en la
lectura del texto, que no es más importante el profeta que su mensaje, ni la
misión del evangelizador que el evangelio mismo. Por eso es muy pertinente la
aclaración de: lo que "os digo en secreto" -que es la
"revelación" de la verdad del evangelio y del reino de Dios, mensaje
fundamental de Jesús-, no lo guardéis para vosotros. Eso es lo que se debe proclamar
públicamente, porque los demás también deben experimentarlo y conocerlo. No
está todo en una adhesión personal, sino en el sentido
"comunicativo". La dialéctica entre secreto/proclamación no obedece a
los parámetros de los "mass media", sino más bien a la simbología bíblica
de luz/tinieblas que se experimenta en la misma obra de la creación y
transformación del caos primigenio. Es como una autodonación, tal como Dios
hizo al principio del mundo.
Tampoco está todo en hacer una lectura
de la verdad del evangelio con carácter "expansivo", sino
transformador. De esa manera cobran sentido las palabras sobre los mensajeros,
las dificultades de ser rechazados y la exhortación a una
"autoestima" cuando se lleva en el alma y en el corazón la fuerza de
la verdad que ha de trasformar el mundo y la historia. Jesús pronunció estas
palabras recogidas por Mateo, en el discurso de misión, sabiendo que el rechazo
de los mensajeros estaba asegurado. Por eso se debe tener el "temple
profético" para dejarse seducir por Dios y no por el temor a los poderosos
de este mundo. No se trata solamente de ser combativos, dispuestos a la
polémica, sino de creer en la verdad del evangelio que, no mata, sino que
trasforma. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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