domingo, 18 de junio de 2017

CORPUS CHRISTI


“El que coma de este pan vivirá para siempre!

Empiezan a alejarse las celebraciones pascuales, y se aproxima el tiempo ordinario. Y –como si hiciera de puente- la Iglesia nos regala la festividad del Corpus Christi. Antigua en su origen (se remonta a la mitad del siglo XIII), se apoya en la fe del pueblo sencillo que fue magníficamente consolidada por los grandes teólogos de la época. Profundizamos en ese “banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad” que cada domingo reúne a la comunidad cristiana, y que se convierte en “centro y culmen” de su identidad.

Hay experiencias que necesitan ser ahondadas y saboreadas. Es preciso mirar con mayor profundidad, desde la adoración, el amor y el compromiso, el sacramento de la Eucaristía, reflejo del misterio de un Dios que ha decidido quedarse sacramentalmente en medio de la humanidad, como la prueba mayor del amor que Él nos tiene.

Detrás de este sacramento late un interrogante realmente humano: ¿cómo vivir en plenitud? Nos merecemos una vida de calidad, más auténtica y digna, especialmente para aquellos que más lejos están de tenerla. La Eucaristía toca a nuestra existencia desde la celebración agradecida, la adoración rendida y el compromiso fraterno. El Corpus Christi nos urge a la caridad, y hoy especialmente nos recuerda que somos “llamados a ser comunidad”.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Dios nos pone el alimento al alcance de la mano. Así lo hizo con nuestros antepasados en el desierto, y así lo hace con nosotros hoy. Ese alimento es el que nos da la energía para caminar. Entonces, no nos cansemos inútilmente en cosas poco sustanciosas, que no nos dan ánimo para la marcha. En la Palabra y en el Pan, tenemos el sustento que nos reúne como pueblo de Dios y nos hace avanzar juntos.

Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14-16

Moisés habló al pueblo diciendo: Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. No olvides al Señor, tu Dios, que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud, y te condujo por ese inmenso y temible desierto, entre serpientes abrasadoras y escorpiones. No olvides al Señor, tu Dios, que en esa tierra sedienta y sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca, y en el desierto te alimentó con el maná, un alimento que no conocieron tus padres.
Palabra de Dios.

Salmo 147, 12-15. 19-20

R. ¡Glorifica al Señor, Jerusalén!

¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión! Él reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti. R.

Él asegura la paz en tus fronteras y te sacia con lo mejor del trigo. Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente. R.

Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel: a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. R.

II LECTURA

El pan compartido crea unidad entre quienes lo comen juntos. Si el estar reunidos alrededor de la mesa genera un vínculo entre los comensales, cuánto más cuando Jesús está presente en esta. Pidamos al Espíritu Santo que nuestras misas sean fiel reflejo de esa común-unión entre nosotros y con Jesucristo.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 10, 16-17

Hermanos: La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.
Palabra de Dios.

Secuencia   

Esta secuencia es optativa. Si se la canta o recita, puede decirse íntegra o en forma breve desde * “Este es el pan de los ángeles”.

Glorifica, Sión, a tu Salvador, aclama con himnos y cantos a tu Jefe y tu Pastor.
Glorifícalo cuanto puedas, porque él está sobre todo elogio y nunca lo glorificarás bastante.
El motivo de alabanza que hoy se nos propone es el pan que da la vida.
El mismo pan que en la Cena Cristo entregó a los Doce, congregados como hermanos.
Alabemos ese pan con entusiasmo, alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente.
Porque hoy celebramos el día en que se renueva la institución de este sagrado banquete.
En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua de la nueva alianza pone fin a la Pascua antigua.
El nuevo rito sustituye al viejo, las sombras se disipan ante la verdad, la luz ahuyenta las tinieblas.
Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que se repitiera en memoria de su amor.
Instruidos con su enseñanza, consagramos el pan y el vino para el sacrificio de la salvación.
Es verdad de fe para los cristianos que el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo.
Lo que no comprendes y no ves es atestiguado por la fe, por encima del orden natural.
Bajo la forma del pan y del vino, que son signos solamente, se ocultan preciosas realidades.
Su carne es comida, y su sangre, bebida, pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero.
Se lo recibe íntegramente, sin que nadie pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo.
Lo recibe uno, lo reciben mil, tanto estos como aquel, sin que nadie pueda consumirlo.
Es vida para unos y muerte para otros. Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado.
Es muerte para los pecadores y vida para los justos; mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios.
Cuando se parte la hostia, no vaciles: recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero.
La realidad permanece intacta, sólo se parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida.
* Este es el pan de los ángeles, convertido en alimento de los hombres peregrinos: es el verdadero pan de los hijos, que no debe tirarse a los perros.
Varios signos lo anunciaron: el sacrificio de Isaac, la inmolación del cordero pascual y el maná que comieron nuestros padres.
Jesús, buen Pastor, pan verdadero, ten piedad de nosotros: apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes eternos en la tierra de los vivientes.
Tú, que lo sabes y lo puedes todo, tú, que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en tus coherederos y amigos, junto con todos los santos.


ALELUYA        Jn 6, 51

Aleluya. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluya.


EVANGELIO

Jesús habla de lo verdadero porque hay muchas propuestas falsas que se venden como solución y se ofrecen para calmar el hambre. Pero son cosas que resultan vanas y pasajeras, y en el fondo de nuestro corazón seguimos clamando por algo que “nos llene”. Él se ofrece como alimento verdadero, porque da vida y sacia y porque nos pone en camino hacia la Vida que disfrutaremos en la comunión de la Trinidad.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 51-58

Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Recordar es comprometerse con la vida

Decimos que la Eucaristía es un “memorial”, una experiencia que actualiza y hace presente lo sucedido en el pasado. Por eso necesitamos recordar, volver a pasar por la vida y el corazón aquello que marca nuestra identidad como creyentes. Recordar experiencias que hablan de superación personal, de conquistas de la humanidad. Pero también lo que se nos ha regalado gratuitamente. ¿No notamos que somos puro don? Hemos sido bendecidos desde lo más profundo de nuestra existencia. Recordar experiencias de gracia y salvación es sintonizar con el Dios que nos amó primero, el mismo que nos ha sacado de amargos desiertos y nos ha conducido con misericordia. El que nos ha dado lo necesario y nos sigue sosteniendo en su Providencia… En lo más hondo, el recuerdo actualiza el agradecimiento, nos compromete con el presente y nos da razones para buscar una vida más plena.

Unidos formamos un solo cuerpo

Como el pan contiene en sí muchos granos de trigo, o el vino muchas uvas que perdieron lo propio para hacerse alimento, así lo humano adquiere mayor sentido cuando lo vivimos en plural. Somos por otros, somos para otros. La Eucaristía empuja a salir del individualismo y construye comunidad, pueblo, humanidad. La profecía cristiana de todos los tiempos nos urge a crear fraternidades que hagan real el Cuerpo vivo de Cristo a lo largo de la Historia. Éste sigue siendo el horizonte y el desafío de la Iglesia: integrar a otros, acompañar a los más débiles, actualizar el amor, sentirnos protagonistas y miembros vivos de un Cuerpo que –aun en construcción- quiere ofrecer a todos una experiencia de felicidad auténtica.

Yo soy el pan vivo: hay un alimento que da vida

Nuestra sociedad consume con demasiada voracidad alimentos que frustran. Acumulamos relaciones que hacen daño, sensaciones nuevas que acaban empobreciéndonos, ofertas publicitarias que nada nos solucionan. Nuevas sabidurías, planteamientos, ideologías, estilos de vida… ¿Qué puede nutrirnos en plenitud mientras pasamos por este mundo que no engañe ni caduque? La Iglesia ofrece, en la Eucaristía, a Cristo mismo. Es su Palabra el pan que alimenta. Lo son las posibilidades de alegría, fortaleza y esperanza que Él ofrece y que son reales. Y el nuevo modo de mirar y afrontar la realidad desde el amor, la entrega, la valentía, el compromiso… En Cristo hay, y habrá siempre, alimento del bueno.

Vivir para siempre

¿Quién no lo desea? La plenitud creemos que está en lo eterno, lo que tiene garantía de ser “para siempre”. Porque lo efímero limita lo humano y lo decepciona. En la Eucaristía “se nos da la prenda de la gloria futura”, y se nos recuerda que la persona está hecha para lo grande, para traspasar lo temporal y conquistar lo que no tiene límites. Y lo eterno también se puede gozar en esta tierra: el amor, la solidaridad, el servicio, el trabajo por la paz… son experiencias que lo adelantan. “Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria”.

Dios está aquí: convertirse en Eucaristía

Así cantamos y confesamos desde antiguo. “Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias, a Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte”. Es el sacramento que lo hace presente y cercano. Nos lo dice la fe, pero también la intuición espiritual. Volver a Cristo en la Eucaristía es tocar la carne de Dios, su presencia real y auténtica, quedar sobrecogido ante la cercanía del Misterio. Y no sólo eso: es salir a reconocerlo en la carne del pobre, del hermano, que también lo oculta y lo acerca a la vez. Y convertirse uno en aquello que contempla: cuerpo que se rompe en la entrega, sangre que se vierte por los demás en los pequeños intentos de que este mundo sea mejor.

Día de la caridad: Llamados a ser comunidad

El Corpus Christi -no puede ser de otra manera-, nos trae el “Día de la Caridad”. No se trata de dar limosna, sino de convertirse uno mismo en amor en medio de este mundo. Somos invitados a crecer en comunión en todas las realidades en las que vivimos, a cultivar una “espiritualidad de la comunión” en nuestra manera de mirar a los otros, a promover cauces para vivir una mayor comunión con los que sufren.

ESTUDIO BÍBLICO

Esta festividad del Corpus Christi, ya no en jueves sino en el domingo siguiente, fue instituida por Urbano IV en 1264, quien le encomendó a Santo Tomás de Aquino un oficio completo, algunos de cuyos himnos y antífonas han pasado a la historia de la liturgia como la expresión teológica más alta de este misterio inefable de la Eucaristía.

Descubrir las raíces últimas, culturales y religiosas de este sacramento de la Iglesia, que se retrae a la última cena de Jesús con sus discípulos, es un reto para una comunidad y para cada uno de nosotros personalmente, ya que como dice el Vaticano II, este sacramento es como la «culminación de toda la vida cristiana» (LG 11) y también en cuanto en él «vive, se edifica y crece sin cesar la Iglesia de Dios» (LG 26).

Pero la Eucaristía no es un sacramento cosificado, como algo sagrado, sino que siempre se renueva y se crea de nuevo desde el compromiso de Jesús con su comunidad, con la Iglesia entera. En cada Eucaristía acontece siempre algo nuevo para nosotros, porque siempre tenemos necesidades nuevas a las que el Señor resucitado de la eucaristía acude en cada una de ellas. Por ello, los textos de la liturgia de hoy están transidos de ese carácter inefable que debemos buscar en este sacramento.

Iª Lectura (Dt 8,2-3.14-16): El maná para atravesar el desierto

I.1. La Iª Lectura de Deuteronomio 8,2-3.14-16 nos habla del maná, que ha sido en la Biblia el símbolo de un “alimento divino en el desierto”. Ya se han dado varias explicaciones de cómo podían los israelitas fabricar el maná con plantas características de la región. Pero podemos imaginarnos que ellos veían en esto la mano de Dios y la fuerza divina para caminar hacia la tierra prometida. Por eso no podemos menos de imaginar que el “maná” haya sido mitificado, porque fue durante ese tiempo el pan del desierto, es decir, la vida. La simbología bíblica del maná, pues, tiene un peso especial, unido a la libertad, a la comunión en lo único y más básico para subsistir y no morir de hambre: eran como el pan de todos.

I.2. Es determinante este aspecto de la travesía del desierto, después de salir de Egipto, en la pobreza y la miseria de un lugar sin agua y sin nada, ya que ello indica que Dios no solamente da la libertad primera, sino que constantemente mantiene su fidelidad. En las tradiciones bíblicas de la Sabiduría, de las reflexiones rabínicas, y en el mismo evangelio de Juan, nos encontraremos con el maná como la prefiguración de los dones divinos. El texto del Deuteronomio invita a recordar el maná, “un alimento que tú no conocías, ni tampoco conocieron tus antepasados” (Dt 8,3). Era lógico, ya que era un alimento para el desierto y del desierto, aunque la leyenda espiritual lo haya presentado como alimento venido del cielo.

I.3. El maná era solamente para el día (Ex 16,18), sin estar preocupados por el día siguiente y por los otros días. Y era inútil, por las situación de calor del desierto, guardarlo, ya que llegaba a pudrirse (Ex 16,19-20; cf. Lc 12,13-21.29-31). También de esto la leyenda espiritual sacó su teología: a Israel se le enseñaba así a tener verdadera confianza en la providencia misericordiosa de Dios. En el desierto, el israelita era llamado a la fe–confianza.

I.4. El Deuteronomio hace una llamada a la “memoria” del pueblo, para “que no se olvide del Señor, su Dios” (Dt 8,14). El recordar la liberación de la esclavitud de Egipto por medio de la mano potente del Señor (Dt 8,14), como también el recuerdo de la experiencia humillante pero necesaria del desierto (v. 16), tienen la función esencial de colocar como fundamento de la existencia la presencia amorosa del Señor en la historia. Todo esto se hace memoria” (zikaron, en hebreo), que ha de tener tanta importancia para el sentido de la eucaristía e incluso para que este texto del Deuteronomio haya sido escogido en la liturgia del “Corpus”.

II Lectura (1Cor 10,16-17): La koinonía de la Eucaristía

II.1. Los textos neotestamentarios de la eucaristía que poseemos son fruto de un proceso histórico, por etapas, que parten de la última cena de Jesús con sus discípulos, y que en casi la totalidad de los mismos tenían un marco pascual. Por consiguiente, trasmitir las palabras de Jesús sobre el pan y sobre la copa es hacer memoria (zikaron) de su entrega a los hombres como acción pascual para la Iglesia. Nuestro texto de hoy, de todas formas, no es el de las palabras de la última cena sobre el pan y sobre la copa (cf 1Cor 11,23-26), sino una interpretación de Pablo del doble rito de la eucaristía: sobre el cáliz de bendición y sobre al pan.

II.2. Es un texto extremadamente corto, pero sustancial. Expresa uno de los aspectos inefables de la Eucaristía con el que Pablo quiere corregir divisiones en la comunidad de Corinto. La participación en la copa eucarística (el cáliz de bendición) es una participación en la vida que tiene el Señor; la participación en el pan que se bendice es una participación en el cuerpo, en la vida, en la historia de nuestro Señor.

II.3. De estos dos ritos eucarísticos, Pablo desentraña su dimensión de koinonía, de comunión. Participar en la sangre y en el cuerpo de Cristo es entrar en comunión sacramental (pero muy real) con Cristo resucitado. ¿Cómo es posible, pues, que haya divisiones en la comunidad? Este atentado a la comunión de la comunidad, de la Iglesia, es un “contra-dios”, porque dice en 1Cor 12,27 “vosotros sois el cuerpo de Cristo”. Sabemos que esta es una afirmación de advertencia a los “fuertes” de la comunidad que rompen la comunión con los débiles.

II.4. ¿Cómo es posible que la comunidad se divida? Esto es un atentado, justamente, a lo más fundamental de la Eucaristía: que hace la Iglesia, que la configura como misterio de hermandad y fraternidad. Podemos adorar el sacramento y las divisiones quedarán ahí; pero cuando se llega al centro del mismo, a la participación, entonces las divisiones de la comunidad entre ricos y pobres, entre sabios e ignorantes, entre hombres y mujeres, no pueden mantenerse de ninguna manera.

III. Evangelio (Jn 6,51-58): El pan de una vida nueva, resucitada

III.1. El texto de Juan es una elaboración teológica y catequética del simbolismo del maná, el alimento divino de la tradición bíblica, que viene al final del discurso sobre el pan de vida. Algunos autores han llegado a defender que todo el discurso del c. 6 de Jn es más sapiencial (se entiende que habla de la Sabiduría) que eucarístico. Pero se ha impuesto en la tradición cristiana el sentido eucarístico, ya que Juan no nos ha trasmitido la institución de la eucaristía en la última cena del Señor.

III.2. Este discurso de la sinagoga de Cafarnaún es muy fuerte en todos los sentidos, como es muy fuerte y de muy altos vuelos toda la teología joánica sobre Jesús como Logos, como Hijo, como luz, como agua, como resurrección. Se trata de fórmulas de revelación que no podemos imaginar dichas por el Jesús histórico, pero que son muy acertadas del Jesús que tiene una vida nueva. Desde esta cristología es como ha sido escrito y redactado el evangelio joánico.

III.3. El evangelio de Juan, con un atrevimiento que va más allá de lo que se puede permitir antropológicamente, habla de la carne y de la sangre. Ya sabemos que los hombres, ni en la Eucaristía, ni en ningún momento, tomamos carne y sangre; son conceptos radicales para hablar de vida y de resurrección. Y esto acontece en la Eucaristía, en la que se da la misma persona que se entregó por nosotros en la cruz. Sabemos que su cuerpo y su sangre deben significar una realidad distinta, porque El es ya, por la resurrección, una persona nueva, que no está determinada por el cuerpo y por la sangre que nosotros todavía tenemos. Y es muy importante ese binomio que el evangelio de Juan expresa: la eucaristía-resurrección es de capital importancia para repensar lo que celebramos y lo que debemos vivir en este sacramento.

III.4. El evangelista entiende que comer la carne y beber la sangre (los dos elementos eucarísticos tradicionales) lleva a la vida eterna. Es lo que se puso de manifiesto en la tradición patrística sobre la “medicina de inmortalidad”, y lo que recoge Sto. Tomás en su antífona del “O sacrum convivium” como “prenda de la gloria futura”. Y es que la eucaristía debe ser para la comunidad y para los individuos un verdadero alimento de resurrección. Ahora se nos adelanta en el sacramento la vida del Señor resucitado, y se nos adentra a nosotros, peregrinos, en el misterio de nuestra vida después de la muerte.

III.5. Esta dimensión se realiza mediante el proceso espiritual de participar en el misterio del “verbo encarnado” que en el evangelio de Juan es de una trascendencia irrenunciable. No debe hacerse ni concebirse desde lo mágico, sino desde la verdadera fe, pues de lo contrario no tendría sentido. Por tanto, según el cuarto evangelio, el sacramento de la eucaristía pone al creyente en relación vital y personal con el verbo encarnado, que nos lleva a la vida eterna. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


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