“El
que coma de este pan vivirá para siempre!
Empiezan a alejarse las celebraciones
pascuales, y se aproxima el tiempo ordinario. Y –como si hiciera de puente- la
Iglesia nos regala la festividad del Corpus Christi. Antigua en su origen (se
remonta a la mitad del siglo XIII), se apoya en la fe del pueblo sencillo que
fue magníficamente consolidada por los grandes teólogos de la época.
Profundizamos en ese “banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno
de toda suavidad” que cada domingo reúne a la comunidad cristiana, y que se
convierte en “centro y culmen” de su identidad.
Hay experiencias que necesitan ser
ahondadas y saboreadas. Es preciso mirar con mayor profundidad, desde la
adoración, el amor y el compromiso, el sacramento de la Eucaristía, reflejo del
misterio de un Dios que ha decidido quedarse sacramentalmente en medio de la
humanidad, como la prueba mayor del amor que Él nos tiene.
Detrás de este sacramento late un
interrogante realmente humano: ¿cómo vivir en plenitud? Nos merecemos una vida
de calidad, más auténtica y digna, especialmente para aquellos que más lejos
están de tenerla. La Eucaristía toca a nuestra existencia desde la celebración
agradecida, la adoración rendida y el compromiso fraterno. El Corpus Christi
nos urge a la caridad, y hoy especialmente nos recuerda que somos “llamados a
ser comunidad”.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Dios
nos pone el alimento al alcance de la mano. Así lo hizo con nuestros
antepasados en el desierto, y así lo hace con nosotros hoy. Ese alimento es el
que nos da la energía para caminar. Entonces, no nos cansemos inútilmente en cosas
poco sustanciosas, que no nos dan ánimo para la marcha. En la Palabra y en el
Pan, tenemos el sustento que nos reúne como pueblo de Dios y nos hace avanzar
juntos.
Lectura
del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14-16
Moisés habló al pueblo diciendo: Acuérdate
del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto
durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer
el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te
afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que
ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de
pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. No olvides al Señor, tu
Dios, que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud, y te condujo por
ese inmenso y temible desierto, entre serpientes abrasadoras y escorpiones. No
olvides al Señor, tu Dios, que en esa tierra sedienta y sin agua, hizo brotar
para ti agua de la roca, y en el desierto te alimentó con el maná, un alimento
que no conocieron tus padres.
Palabra de Dios.
Salmo
147, 12-15. 19-20
R.
¡Glorifica al Señor, Jerusalén!
¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a
tu Dios, Sión! Él reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos
dentro de ti. R.
Él asegura la paz en tus fronteras y te
sacia con lo mejor del trigo. Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre
velozmente. R.
Revela su palabra a Jacob, sus preceptos
y mandatos a Israel: a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus
mandamientos. R.
II
LECTURA
El
pan compartido crea unidad entre quienes lo comen juntos. Si el estar reunidos
alrededor de la mesa genera un vínculo entre los comensales, cuánto más cuando
Jesús está presente en esta. Pidamos al Espíritu Santo que nuestras misas sean
fiel reflejo de esa común-unión entre nosotros y con Jesucristo.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 10, 16-17
Hermanos: La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que
partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan,
todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque
participamos de ese único pan.
Palabra de Dios.
Secuencia
Esta
secuencia es optativa. Si se la canta o recita, puede decirse íntegra o en
forma breve desde * “Este es el pan de los ángeles”.
Glorifica, Sión, a tu Salvador, aclama
con himnos y cantos a tu Jefe y tu Pastor.
Glorifícalo cuanto puedas, porque él
está sobre todo elogio y nunca lo glorificarás bastante.
El motivo de alabanza que hoy se nos
propone es el pan que da la vida.
El mismo pan que en la Cena Cristo
entregó a los Doce, congregados como hermanos.
Alabemos ese pan con entusiasmo,
alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente.
Porque hoy celebramos el día en que se
renueva la institución de este sagrado banquete.
En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua de
la nueva alianza pone fin a la Pascua antigua.
El nuevo rito sustituye al viejo, las sombras
se disipan ante la verdad, la luz ahuyenta las tinieblas.
Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que
se repitiera en memoria de su amor.
Instruidos con su enseñanza, consagramos
el pan y el vino para el sacrificio de la salvación.
Es verdad de fe para los cristianos que
el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo.
Lo que no comprendes y no ves es
atestiguado por la fe, por encima del orden natural.
Bajo la forma del pan y del vino, que
son signos solamente, se ocultan preciosas realidades.
Su carne es comida, y su sangre, bebida,
pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero.
Se lo recibe íntegramente, sin que nadie
pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo.
Lo recibe uno, lo reciben mil, tanto
estos como aquel, sin que nadie pueda consumirlo.
Es vida para unos y muerte para otros.
Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado.
Es muerte para los pecadores y vida para
los justos; mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios.
Cuando se parte la hostia, no vaciles:
recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero.
La realidad permanece intacta, sólo se
parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida.
* Este es el pan de los ángeles,
convertido en alimento de los hombres peregrinos: es el verdadero pan de los
hijos, que no debe tirarse a los perros.
Varios signos lo anunciaron: el
sacrificio de Isaac, la inmolación del cordero pascual y el maná que comieron
nuestros padres.
Jesús, buen Pastor, pan verdadero, ten
piedad de nosotros: apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes
eternos en la tierra de los vivientes.
Tú, que lo sabes y lo puedes todo, tú,
que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en
tus coherederos y amigos, junto con todos los santos.
ALELUYA Jn 6, 51
Aleluya. “Yo soy el pan vivo bajado del
cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Jesús
habla de lo verdadero porque hay muchas propuestas falsas que se venden como
solución y se ofrecen para calmar el hambre. Pero son cosas que resultan vanas
y pasajeras, y en el fondo de nuestro corazón seguimos clamando por algo que
“nos llene”. Él se ofrece como alimento verdadero, porque da vida y sacia y
porque nos pone en camino hacia la Vida que disfrutaremos en la comunión de la
Trinidad.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 6, 51-58
Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan
vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que
yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí,
diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les
respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben
su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la
verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe
mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el
Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come
vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus
padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Recordar
es comprometerse con la vida
Decimos que la Eucaristía es un
“memorial”, una experiencia que actualiza y hace presente lo sucedido en el
pasado. Por eso necesitamos recordar, volver a pasar por la vida y el corazón
aquello que marca nuestra identidad como creyentes. Recordar experiencias que
hablan de superación personal, de conquistas de la humanidad. Pero también lo
que se nos ha regalado gratuitamente. ¿No notamos que somos puro don? Hemos
sido bendecidos desde lo más profundo de nuestra existencia. Recordar
experiencias de gracia y salvación es sintonizar con el Dios que nos amó
primero, el mismo que nos ha sacado de amargos desiertos y nos ha conducido con
misericordia. El que nos ha dado lo necesario y nos sigue sosteniendo en su
Providencia… En lo más hondo, el recuerdo actualiza el agradecimiento, nos
compromete con el presente y nos da razones para buscar una vida más plena.
Unidos
formamos un solo cuerpo
Como el pan contiene en sí muchos granos
de trigo, o el vino muchas uvas que perdieron lo propio para hacerse alimento,
así lo humano adquiere mayor sentido cuando lo vivimos en plural. Somos por
otros, somos para otros. La Eucaristía empuja a salir del individualismo y
construye comunidad, pueblo, humanidad. La profecía cristiana de todos los
tiempos nos urge a crear fraternidades que hagan real el Cuerpo vivo de Cristo
a lo largo de la Historia. Éste sigue siendo el horizonte y el desafío de la
Iglesia: integrar a otros, acompañar a los más débiles, actualizar el amor,
sentirnos protagonistas y miembros vivos de un Cuerpo que –aun en construcción-
quiere ofrecer a todos una experiencia de felicidad auténtica.
Yo
soy el pan vivo: hay un alimento que da vida
Nuestra sociedad consume con demasiada
voracidad alimentos que frustran. Acumulamos relaciones que hacen daño,
sensaciones nuevas que acaban empobreciéndonos, ofertas publicitarias que nada
nos solucionan. Nuevas sabidurías, planteamientos, ideologías, estilos de vida…
¿Qué puede nutrirnos en plenitud mientras pasamos por este mundo que no engañe
ni caduque? La Iglesia ofrece, en la Eucaristía, a Cristo mismo. Es su Palabra
el pan que alimenta. Lo son las posibilidades de alegría, fortaleza y esperanza
que Él ofrece y que son reales. Y el nuevo modo de mirar y afrontar la realidad
desde el amor, la entrega, la valentía, el compromiso… En Cristo hay, y habrá
siempre, alimento del bueno.
Vivir
para siempre
¿Quién no lo desea? La plenitud creemos
que está en lo eterno, lo que tiene garantía de ser “para siempre”. Porque lo
efímero limita lo humano y lo decepciona. En la Eucaristía “se nos da la prenda
de la gloria futura”, y se nos recuerda que la persona está hecha para lo
grande, para traspasar lo temporal y conquistar lo que no tiene límites. Y lo
eterno también se puede gozar en esta tierra: el amor, la solidaridad, el
servicio, el trabajo por la paz… son experiencias que lo adelantan. “Jesús, a
quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar
tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria”.
Dios
está aquí: convertirse en Eucaristía
Así cantamos y confesamos desde antiguo.
“Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias, a Ti se somete
mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte”. Es el
sacramento que lo hace presente y cercano. Nos lo dice la fe, pero también la
intuición espiritual. Volver a Cristo en la Eucaristía es tocar la carne de
Dios, su presencia real y auténtica, quedar sobrecogido ante la cercanía del
Misterio. Y no sólo eso: es salir a reconocerlo en la carne del pobre, del
hermano, que también lo oculta y lo acerca a la vez. Y convertirse uno en
aquello que contempla: cuerpo que se rompe en la entrega, sangre que se vierte
por los demás en los pequeños intentos de que este mundo sea mejor.
Día
de la caridad: Llamados a ser comunidad
El Corpus Christi -no puede ser de otra
manera-, nos trae el “Día de la Caridad”. No se trata de dar limosna, sino de
convertirse uno mismo en amor en medio de este mundo. Somos invitados a crecer
en comunión en todas las realidades en las que vivimos, a cultivar una
“espiritualidad de la comunión” en nuestra manera de mirar a los otros, a
promover cauces para vivir una mayor comunión con los que sufren.
ESTUDIO BÍBLICO
Esta festividad del Corpus Christi, ya
no en jueves sino en el domingo siguiente, fue instituida por Urbano IV en
1264, quien le encomendó a Santo Tomás de Aquino un oficio completo, algunos de
cuyos himnos y antífonas han pasado a la historia de la liturgia como la
expresión teológica más alta de este misterio inefable de la Eucaristía.
Descubrir las raíces últimas, culturales
y religiosas de este sacramento de la Iglesia, que se retrae a la última cena
de Jesús con sus discípulos, es un reto para una comunidad y para cada uno de
nosotros personalmente, ya que como dice el Vaticano II, este sacramento es
como la «culminación de toda la vida cristiana» (LG 11) y también en cuanto en
él «vive, se edifica y crece sin cesar la Iglesia de Dios» (LG 26).
Pero la Eucaristía no es un sacramento
cosificado, como algo sagrado, sino que siempre se renueva y se crea de nuevo
desde el compromiso de Jesús con su comunidad, con la Iglesia entera. En cada
Eucaristía acontece siempre algo nuevo para nosotros, porque siempre tenemos
necesidades nuevas a las que el Señor resucitado de la eucaristía acude en cada
una de ellas. Por ello, los textos de la liturgia de hoy están transidos de ese
carácter inefable que debemos buscar en este sacramento.
Iª
Lectura (Dt 8,2-3.14-16): El maná para atravesar el desierto
I.1. La Iª Lectura de Deuteronomio
8,2-3.14-16 nos habla del maná, que ha sido en la Biblia el símbolo de un
“alimento divino en el desierto”. Ya se han dado varias explicaciones de cómo
podían los israelitas fabricar el maná con plantas características de la
región. Pero podemos imaginarnos que ellos veían en esto la mano de Dios y la
fuerza divina para caminar hacia la tierra prometida. Por eso no podemos menos
de imaginar que el “maná” haya sido mitificado, porque fue durante ese tiempo
el pan del desierto, es decir, la vida. La simbología bíblica del maná, pues,
tiene un peso especial, unido a la libertad, a la comunión en lo único y más
básico para subsistir y no morir de hambre: eran como el pan de todos.
I.2. Es determinante este aspecto de la
travesía del desierto, después de salir de Egipto, en la pobreza y la miseria
de un lugar sin agua y sin nada, ya que ello indica que Dios no solamente da la
libertad primera, sino que constantemente mantiene su fidelidad. En las
tradiciones bíblicas de la Sabiduría, de las reflexiones rabínicas, y en el
mismo evangelio de Juan, nos encontraremos con el maná como la prefiguración de
los dones divinos. El texto del Deuteronomio invita a recordar el maná, “un
alimento que tú no conocías, ni tampoco conocieron tus antepasados” (Dt 8,3).
Era lógico, ya que era un alimento para el desierto y del desierto, aunque la
leyenda espiritual lo haya presentado como alimento venido del cielo.
I.3. El maná era solamente para el día
(Ex 16,18), sin estar preocupados por el día siguiente y por los otros días. Y
era inútil, por las situación de calor del desierto, guardarlo, ya que llegaba
a pudrirse (Ex 16,19-20; cf. Lc 12,13-21.29-31). También de esto la leyenda
espiritual sacó su teología: a Israel se le enseñaba así a tener verdadera
confianza en la providencia misericordiosa de Dios. En el desierto, el
israelita era llamado a la fe–confianza.
I.4. El Deuteronomio hace una llamada a
la “memoria” del pueblo, para “que no se olvide del Señor, su Dios” (Dt 8,14).
El recordar la liberación de la esclavitud de Egipto por medio de la mano
potente del Señor (Dt 8,14), como también el recuerdo de la experiencia
humillante pero necesaria del desierto (v. 16), tienen la función esencial de
colocar como fundamento de la existencia la presencia amorosa del Señor en la
historia. Todo esto se hace memoria” (zikaron, en hebreo), que ha de tener
tanta importancia para el sentido de la eucaristía e incluso para que este
texto del Deuteronomio haya sido escogido en la liturgia del “Corpus”.
II
Lectura (1Cor 10,16-17): La koinonía de la Eucaristía
II.1. Los textos neotestamentarios de la
eucaristía que poseemos son fruto de un proceso histórico, por etapas, que
parten de la última cena de Jesús con sus discípulos, y que en casi la
totalidad de los mismos tenían un marco pascual. Por consiguiente, trasmitir
las palabras de Jesús sobre el pan y sobre la copa es hacer memoria (zikaron)
de su entrega a los hombres como acción pascual para la Iglesia. Nuestro texto
de hoy, de todas formas, no es el de las palabras de la última cena sobre el
pan y sobre la copa (cf 1Cor 11,23-26), sino una interpretación de Pablo del
doble rito de la eucaristía: sobre el cáliz de bendición y sobre al pan.
II.2. Es un texto extremadamente corto,
pero sustancial. Expresa uno de los aspectos inefables de la Eucaristía con el
que Pablo quiere corregir divisiones en la comunidad de Corinto. La
participación en la copa eucarística (el cáliz de bendición) es una
participación en la vida que tiene el Señor; la participación en el pan que se
bendice es una participación en el cuerpo, en la vida, en la historia de
nuestro Señor.
II.3. De estos dos ritos eucarísticos,
Pablo desentraña su dimensión de koinonía, de comunión. Participar en la sangre
y en el cuerpo de Cristo es entrar en comunión sacramental (pero muy real) con
Cristo resucitado. ¿Cómo es posible, pues, que haya divisiones en la comunidad?
Este atentado a la comunión de la comunidad, de la Iglesia, es un
“contra-dios”, porque dice en 1Cor 12,27 “vosotros sois el cuerpo de Cristo”. Sabemos
que esta es una afirmación de advertencia a los “fuertes” de la comunidad que
rompen la comunión con los débiles.
II.4. ¿Cómo es posible que la comunidad
se divida? Esto es un atentado, justamente, a lo más fundamental de la
Eucaristía: que hace la Iglesia, que la configura como misterio de hermandad y
fraternidad. Podemos adorar el sacramento y las divisiones quedarán ahí; pero
cuando se llega al centro del mismo, a la participación, entonces las
divisiones de la comunidad entre ricos y pobres, entre sabios e ignorantes,
entre hombres y mujeres, no pueden mantenerse de ninguna manera.
III.
Evangelio (Jn 6,51-58): El pan de una vida nueva, resucitada
III.1. El texto de Juan es una
elaboración teológica y catequética del simbolismo del maná, el alimento divino
de la tradición bíblica, que viene al final del discurso sobre el pan de vida.
Algunos autores han llegado a defender que todo el discurso del c. 6 de Jn es
más sapiencial (se entiende que habla de la Sabiduría) que eucarístico. Pero se
ha impuesto en la tradición cristiana el sentido eucarístico, ya que Juan no
nos ha trasmitido la institución de la eucaristía en la última cena del Señor.
III.2. Este discurso de la sinagoga de
Cafarnaún es muy fuerte en todos los sentidos, como es muy fuerte y de muy
altos vuelos toda la teología joánica sobre Jesús como Logos, como Hijo, como
luz, como agua, como resurrección. Se trata de fórmulas de revelación que no
podemos imaginar dichas por el Jesús histórico, pero que son muy acertadas del
Jesús que tiene una vida nueva. Desde esta cristología es como ha sido escrito
y redactado el evangelio joánico.
III.3. El evangelio de Juan, con un
atrevimiento que va más allá de lo que se puede permitir antropológicamente,
habla de la carne y de la sangre. Ya sabemos que los hombres, ni en la
Eucaristía, ni en ningún momento, tomamos carne y sangre; son conceptos
radicales para hablar de vida y de resurrección. Y esto acontece en la
Eucaristía, en la que se da la misma persona que se entregó por nosotros en la
cruz. Sabemos que su cuerpo y su sangre deben significar una realidad distinta,
porque El es ya, por la resurrección, una persona nueva, que no está
determinada por el cuerpo y por la sangre que nosotros todavía tenemos. Y es
muy importante ese binomio que el evangelio de Juan expresa: la
eucaristía-resurrección es de capital importancia para repensar lo que
celebramos y lo que debemos vivir en este sacramento.
III.4. El evangelista entiende que comer
la carne y beber la sangre (los dos elementos eucarísticos tradicionales) lleva
a la vida eterna. Es lo que se puso de manifiesto en la tradición patrística
sobre la “medicina de inmortalidad”, y lo que recoge Sto. Tomás en su antífona
del “O sacrum convivium” como “prenda de la gloria futura”. Y es que la
eucaristía debe ser para la comunidad y para los individuos un verdadero
alimento de resurrección. Ahora se nos adelanta en el sacramento la vida del
Señor resucitado, y se nos adentra a nosotros, peregrinos, en el misterio de nuestra
vida después de la muerte.
III.5. Esta dimensión se realiza
mediante el proceso espiritual de participar en el misterio del “verbo
encarnado” que en el evangelio de Juan es de una trascendencia irrenunciable.
No debe hacerse ni concebirse desde lo mágico, sino desde la verdadera fe, pues
de lo contrario no tendría sentido. Por tanto, según el cuarto evangelio, el
sacramento de la eucaristía pone al creyente en relación vital y personal con
el verbo encarnado, que nos lleva a la vida eterna. (Fray Miguel de Burgos
Núñez, O. P.).
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