domingo, 25 de junio de 2017

DOMINGO 12º DEL TIEMPO ORDINARIO


“No teman”

Hemos celebrado hace poco las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés. En la primera, dedicada a la Jornada Mundial de las Comunicaciones, rezaba el lema siguiente: No temas, que yo estoy contigo (Is 43,5). La liturgia de Pentecostés, a su vez, celebra el primer despliegue intrépido y valiente de la evangelización apostólica, en la que los discípulos de Jesús dejan atrás temores y miedos.

Es la tónica que preside toda la historia de la salvación. Quien confía en Dios no tiene por qué temer. El Dios que guió y acompañó a su pueblo desde la nube, símbolo de su presencia, en la epopeya del éxodo es el mismo que alienta y da ánimos a Pedro y sus compañeros, zarandeados por las olas: ¡Ánimo!, soy yo; no teman (Mt 14,27). Fue justamente en medio de las dificultades y turbulencias inherentes al anuncio del evangelio cuando mejor experimentaron los apóstoles la mano amiga de quien no les dejaba solos y a la deriva. Ese es el legado heredado de la tradición cristiana y que nos compromete en toda suerte de iniciativas encaminadas al testimonio y la confesión pública de la fe cristiana.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

LECTURA

El profeta es una molestia para quienes obran el mal, por eso estos buscarán una forma de acabar con él. No ahorrarán calumnias, denuncias falsas y violencia. Sin embargo, el creyente no desespera y entrega su causa en manos de Dios. Dios es quien lo sostiene.

Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13

Dijo el profeta Jeremías: Oía los rumores de la gente: “¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo denunciaremos!”. Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: “Tal vez se lo pueda seducir; prevaleceremos sobre él y nos tomaremos nuestra venganza”. Pero el Señor está conmigo como un guerrero temible: por eso mis perseguidores tropezarán y no podrán prevalecer; se avergonzarán de su fracaso, será una confusión eterna, inolvidable. Señor de los ejércitos, que examinas al justo, que ves las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos!, porque a ti he encomendado mi causa. ¡Canten al Señor, alaben al Señor, porque él libró la vida del indigente del poder de los malhechores!
Palabra de Dios.

Salmo 68, 8- 10. 14. 17. 33-35

R. Respóndeme, Dios mío, por tu gran amor.

Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro; me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre: porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian. R.

Pero mi oración sube hasta ti, Señor, en el momento favorable: respóndeme, Dios mío, por tu gran amor, sálvame, por tu fidelidad. Respóndeme, Señor, por tu bondad y tu amor, por tu gran compasión vuélvete a mí. R.

Que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor: porque él Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos. Que lo alaben el cielo, la tierra y el mar, y todos los seres que se mueven en ellos. R.

II LECTURA

San Pablo presenta una antítesis entre Adán y Cristo. Adán –que en hebreo significa “ser humano”– es la figura de todo ser humano pecador. Todos hemos pecado y todos necesitamos que nuestra humanidad sea redimida. La antítesis del Adán pecador es Cristo, hombre nuevo, que nos alcanza la gracia y el perdón.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 12-15


Hermanos: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir. Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 15, 26b. 27a

Aleluya. “El Espíritu de la Verdad dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Cuántos creyentes, a lo largo de la historia, fueron víctimas de la violencia a causa de su fe. Los recordamos y honramos como mártires. Y aunque sus verdugos podrían haber pensado en que los vencieron con la muerte, la realidad es que el testimonio de esos mártires hace que muchas cosas salgan a la luz. Como seguidores de Cristo, ellos no devolvieron la violencia recibida.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 26-33

Jesús dijo a sus apóstoles: No teman a los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre de ustedes. También ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

Anclados en la Palabra de Dios

El discurso apostólico de Mt 10 constituye una especie de breviario o vademécum misionero valedero para todos los tiempos. Inspirado en lo que fue la propia misión de Jesús, ejemplariza el modelo a seguir por cuantos se sienten llamados a continuar en la obra de la evangelización. Asocia la suerte de los discípulos a la de su Maestro, con el que conforman una misma familia. Como enviados de Cristo Jesús, están en manos de Dios y por tanto no deben preocuparse ante posibles acontecimientos.

El fragmento que hoy nos ocupa viene enmarcado en la segunda parte del discurso (10, 24-42). Ahora bien, su contenido rebasa con creces el horizonte del primer envío de los Doce al pueblo de Israel, de dos en dos, como itinerantes de la predicación del Reino. La actividad de Jesús y de sus inmediatos seguidores es asumida ahora por toda la comunidad cristiana como destinataria directa del encargo dejado por Jesús. La luz del evangelio, como la lámpara sobre el candelero, ha de alumbrar a todos los hombres (5,14-16) superando las estrechas fronteras del judaísmo.

Es dentro de este contexto eclesial donde resuena la voz del evangelio de hoy, repetida cuatro veces: no temáis. La misma voz salida de los labios de Jesús en varias ocasiones haciéndose eco del reiterativo testimonio de los profetas. Cuando Jeremías es llamado a ser profeta de Dios siendo todavía un muchachuelo temeroso y asustadizo, recibe la palabra reconfortadora Yahvé: No les tengas miedo (1,8); por eso, curtido por la experiencia, proferirá más tarde las palabras que hemos escuchado en la primera lectura: pero Yahvé está conmigo, cual campeón poderoso (20,11). Es la misma palabra de apoyo y consuelo que escuchará más tarde el profeta Ezequiel ante la dura misión que le espera: no temas aunque te rodeen amenazantes y te veas sentado sobre escorpiones. No tengas miedo de lo que digan, ni te asustes de ellos (2,6).

Es el destino reservado a los mensajeros de Dios. En medio de una visión nocturna, le dirá el Señor a Pablo, el gran heraldo de Cristo Jesús: no tengas miedo, sigue hablando y no te calles (Hch 18,9). En su turbulento viaje a Roma por mar, como prisionero y en medio de la tempestad y del naufragio, la palabra del Señor le va a confirmar y animar en su misión: no temas, Pablo; tú tienes que comparecer ante el César (27,24). El Apóstol sabía muy bien a quién se había confiado.

Predicar sin temor

El miedo paraliza. ¿Cómo superarlo en momentos de prueba y persecución? Los discípulos, vinculados en la misión a la suerte de su Maestro, habrán de afrontar con temple y entereza las múltiples penalidades inherentes a su actividad apostólica, aleccionados y aconsejados por su ejemplo. La motivación última “del Reino y su justicia” (Mt 6,33) comporta una actitud consecuente hasta el final, incluso hasta el propio martirio si éste fuera el caso. Sólo a Dios hay que temer, es decir, acoger y reverenciar su soberanía desde la sabia actitud de una fe obediente a su Palabra. Si Dios provee hasta de los gorriones y de los cabellos de la cabeza, ¿cómo no va a preocuparse de quienes son sus portavoces en la tierra? Nada ocurre sin su anuencia. No están a la intemperie, zarandeados por el azar, sino en las manos amorosas y providentes de nuestro Padre Dios. El temor de Dios, principio de sabiduría cristiana, aleja y libera a sus enviados de todo posible temor a los hombres.

No se está defendiendo con esto un falso e ingenuo optimismo cristiano. Al contrario, el hecho de proclamar públicamente la fe comporta por lo general una serie de contratiempos e incomodidades que se suman al ya de por sí conflictivo y duro combate de la vida. Ahora bien, semejante actitud de resistencia activa ante las adversidades, capaz de superar el temor a los hombres, sólo es comprensible desde la plena confianza que despierta la promesa de Jesús en cuantos se declaran abiertamente a su favor. Es la convicción profunda que subyace en el fondo de toda esta serie de dichos sapienciales.

Mantengamos nuestra confesión de fe (Heb 4,14)

A finales del siglo primero, cuando los primeros cristianos se vieron envueltos en la persecución, necesitaron de la exhortación y el apoyo de sus líderes para no desfallecer en la confesión de la fe siguiendo el ejemplo de Jesucristo ante Poncio Pilato (1 Tm 6,12-13). Eran alentados a no perder de vista a Jesús, “el apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe”, ascendido ya a los cielos y fiel cumplidor de su Promesa (Heb 3,1; 4,14, 10,23).

Esta exhortación del predicador de la carta a los Hebreos a mantener nuestra confesión de fe sigue siendo de plena vigencia en la actualidad. Es la invitación que se nos hace a cuantos hemos sido incorporados por el bautismo a Cristo Jesús. Él es quien pone las palabras en nuestra boca y nos quita todos los miedos. Necesitamos una fuerte dosis sabiduría y fortaleza del Espíritu para saber testimoniar en nuestro mundo, con coraje y valentía, la fe que profesamos. No temáis… Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; lo que escucháis al oído, proclamadlo desde las azoteas.

ESTUDIO BÍBLICO.

I LECTURA  (Jeremías 20,10-13).

La I Lectura de Jeremías 20,10-13, forma parte de los famosos textos que se tienen como "confesiones de Jeremías"; textos de experiencia en los que se muestra la lucha interna del hombre de Dios, del que está seducido por El, ya que tiene que hablar y proclamar lo que nosotros no queremos oír. El profeta siente que los que no están con él le acechan y están siempre seguros de que caerá; que los sencillos que le siguen se darán cuenta de que el profeta les engaña. Este es el "sino" del verdadero profeta: nunca le concederán la razón. Es verdad que el profeta ha sido fuerte, incluso ha hablado contra el templo (7,1-15) en un discurso que es una prefiguración de lo que diría también Jesús.

Ahora, Jeremías experimenta que los poderosos, los que están en contra de su misión y su palabra, quieren "quemar" al profeta. Pretenden "seducirlo" como un día Dios lo había seducido cuando era casi un joven. Es eso mismo lo que pretenden los enemigos. Su vida ha sido un drama, no hay más que hacer un recorrido por su libro: sufrimientos, marginación social y su soledad (cf. 15,10.17; 16,13), persecuciones y las acusaciones que soporta (cf. 11,18-19; 20,10), azotes, torturas, cárcel y condena a muerte de parte de las autoridades (cf. 20,1-6; 26,11; 37,15-16; 38,1-13). Quieren hacer lo que Dios, pero para destruirlo y así el drama es más certero. De ahí que, "seducción" por "seducción", el profeta prefiere la seducción divina que le quema el alma y las entrañas con verdadero amor.

Por eso Jeremías, a pesar de saber que Dios le ha "arruinado" su vida normal o juvenil, prefiere a Dios; prefiere ponerse en sus manos. Ese es el canto final de esta "confesión" dramática del alma. Es, sí, una lamentación de Jeremías, aunque el texto acaba con una alabanza a Dios. Es una experiencia trágica de la que no se puede librar, porque tiene que seguir siendo fiel a Dios y a los hombres. No puede decir o hablar como los falsos profetas. Se queja a Dios de que lo haya elegido para esta tarea tan difícil y lo haya seducido (20,7). Y una vez seducido, vencido, comprado, se queda con Dios y con su palabra que es lo que puede traer luz a la entraña de la tierra. Por eso la pregunta para nosotros no puede ser otra que ¿se puede seguir persiguiendo a los profetas? Dios, no obstante, suscitará otros como Jeremías.

II LECTURA (Romanos 5,12-15)

La Lectura de Romanos 5,12-15 es uno de los textos más asombrosos de San Pablo en los que durante mucho tiempo se ha visto una afirmación rotunda del pecado original. Pablo está intentando hacer una lectura midráshica del texto de Gn 1-3, pretendiendo comparar a la humanidad vieja y a la humanidad nueva. La vieja procedente de Adán, la nueva liberada y salvada por Cristo. La actualización del texto de Génesis es muy simple, demasiado simple, pero esa era la forma en que se hacía entonces. Intentaba poner de manifiesto que la muerte se explica por el pecado, pero no ha de entenderse necesariamente la muerte en sentido biológico, sino como el "mysterium mortis" que nos agarra la mente y el corazón. Se trata de la muerte que hay que llorar, pero también que hay que saber "decir" y asumir. Podemos afirmar que es uno de los textos más difíciles de la carta a los Romanos sobre lo que todavía hay mucho por decir y explicar.

Interpretamos hoy que en Adán no ha pecado toda la humanidad, según se tradujo al latín (la Vulgata) el texto griego de Pablo; en Adán (ef 'ho=in quo). La construcción es difícil: no se debe leer "existe la muerte, porque en él (Adán) todos pecaron", como interpretó San Agustín, siguiendo a la Vulgata. Preferimos, pues, "existe la muerte, porque todos pecaron"; sería nuestra traducción libre del texto paulino. Es verdad que en el texto sagrado van muy unidos la muerte y el pecado. Pero el pecado debe ser libre, participativo, no simplemente hereditario; el pecado original, pues, debe personalizarse, es decir, debemos ser responsables de lo que hacemos malo. No se trata, pues, de una herencia maldita, como tampoco la muerte biológica viene a serlo, a pesar que de esa forma se piensa en muchos ámbitos humanos y religiosos.

Es verdad que existe un pecado original, y el "tipo" de ello es Adán (aunque Adán no es una persona concreta, sino la humanidad vieja), pero de Pablo no se debería sacar en consecuencia una concepción biológico-hereditaria del pecado y de la muerte. Sin duda que pecamos siguiendo el ejemplo de unos con otros, y en este sentido seguirnos el ejemplo de Adán (=la humanidad vieja) y el pecado nos asoma a la muerte como experiencia trágica, tremenda y tenebrosa de enfrentarnos, a veces, con la realidad última de nuestra existencia. Pero frente a Adán está Cristo que ha traído gracia y la salvación. Estamos constantemente bajo el dominio del pecado, pero con la salvación y la gracia de Cristo somos liberados del pecado y de la muerte sin sentido, porque ésta cobra un sentido nuevo. Solamente en la acción salvadora de Dios en Cristo podemos salir del pecado original (=la humanidad vieja) y ser criaturas nuevas.

EVANGELIO (Mateo 10,26-33):

El evangelio de Mateo 10,26-33 viene a ser como una respuesta al texto que se lee en la Iª Lectura sobre las confesiones de Jeremías. Allí podíamos sacar en consecuencia que, ante este tipo de experiencias proféticas, el silencio de Dios puede llevar a un callejón sin salida. Ahora, la palabra de Jesús es radical: no temáis a los hombres que lo único que pueden hacer es quitar la voz; pero incluso en el silencio de la muerte, la verdad no quedará obscurecida. Esta es una sección que forma parte del discurso de misión de Jesús a sus discípulos según lo entiende Mateo.

No es un texto cómodo, justamente porque la misión del evangelio debe enfrentarnos con los que quieren callar la verdad, y es que la proclamación profética y con coraje del evangelio, da la medida de la libertad y de la confianza en Dios. Cuando se habla de alternativa radical se entiende que hay que sufrir las consecuencias de confiar en la verdad del evangelio de Jesús. Aunque la verdad no está para herir, ni para matar, ni siquiera para condenar por principio, sino a "posteriori", es decir, cuando se niega la esencia de las cosas y del ser.

Se ha de tener muy presente, en la lectura del texto, que no es más importante el profeta que su mensaje, ni la misión del evangelizador que el evangelio mismo. Por eso es muy pertinente la aclaración de: lo que "os digo en secreto" -que es la "revelación" de la verdad del evangelio y del reino de Dios, mensaje fundamental de Jesús-, no lo guardéis para vosotros. Eso es lo que se debe proclamar públicamente, porque los demás también deben experimentarlo y conocerlo. No está todo en una adhesión personal, sino en el sentido "comunicativo". La dialéctica entre secreto/proclamación no obedece a los parámetros de los "mass media", sino más bien a la simbología bíblica de luz/tinieblas que se experimenta en la misma obra de la creación y transformación del caos primigenio. Es como una autodonación, tal como Dios hizo al principio del mundo.

Tampoco está todo en hacer una lectura de la verdad del evangelio con carácter "expansivo", sino transformador. De esa manera cobran sentido las palabras sobre los mensajeros, las dificultades de ser rechazados y la exhortación a una "autoestima" cuando se lleva en el alma y en el corazón la fuerza de la verdad que ha de trasformar el mundo y la historia. Jesús pronunció estas palabras recogidas por Mateo, en el discurso de misión, sabiendo que el rechazo de los mensajeros estaba asegurado. Por eso se debe tener el "temple profético" para dejarse seducir por Dios y no por el temor a los poderosos de este mundo. No se trata solamente de ser combativos, dispuestos a la polémica, sino de creer en la verdad del evangelio que, no mata, sino que trasforma. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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