“Perder
la vida para encontrarla”
Este domingo, el Evangelio nos sitúa en
la parte final de las instrucciones de Jesús al enviar a sus discípulos para
anunciar la Buena Nueva. Seguimos en contexto de envío y misión; esto de por sí
ya es una clave para interpretar el texto. La misión de los discípulos tiene
sus exigencias radicales, pero también sus recompensas. Asumir nuestro
compromiso bautismal –nos lo recuerda el apóstol Pablo- indefectiblemente nos
pone ante una decisión, ante una opción; hay que jugársela, tomar posturas y
opciones claras.
Las Palabras de hoy nos interpelan
acerca de nuestra capacidad de entrega y acogida a la persona de Jesús y su
Evangelio.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
La
mujer supo reconocer que Eliseo era un hombre de Dios. Por eso, ella no
escatimó nada. Por el contrario, tuvo la sabiduría para saber a quien ofrecer
sus recursos –habitación y sustento– lo que constituía para ella y su familia una
ganancia. Porque cuando Dios pasa por la vida, también en la presencia de sus
santos y santas, toda la existencia queda transformada.
Lectura
del segundo libro de los Reyes 4, 8-11. 14-16a
Un día, Eliseo pasó por Sunám. Había
allí una mujer pudiente, que le insistió para que se quedara a comer. Desde
entonces, cada vez que pasaba, él iba a comer allí. Ella dijo a su marido:
“Mira, me he dado cuenta de que ese que pasa siempre por nuestra casa es un
santo hombre de Dios. Vamos a construirle una pequeña habitación en la terraza;
le pondremos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y así, cuando él
venga, tendrá donde alojarse”. Un día Eliseo llegó por allí, se retiró a la
habitación de arriba y se acostó. Entonces llamó a Guejazí, su servidor, y le
preguntó: “¿Qué se puede hacer por esta mujer?”. Guejazí respondió:
“Lamentablemente, no tiene un hijo y su marido es viejo”. “Llámala”, dijo
Eliseo. Cuando la llamó, ella se quedó junto a la puerta, y Eliseo le dijo: “El
año próximo, para esta misma época, tendrás un hijo en tus brazos”.
Palabra de Dios.
Salmo
88, 2-3. 16-19
R.
Cantaré eternamente el amor del Señor.
Cantaré eternamente el amor del Señor,
proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones. Porque tú has dicho: “Mi
amor se mantendrá eternamente, mi fidelidad está afianzada en el cielo”. R.
¡Feliz el pueblo que sabe aclamarte!
Ellos caminarán a la luz de tu rostro; se alegrarán sin cesar en tu Nombre,
serán exaltados a causa de tu justicia. R.
Porque tú eres su gloria y su fuerza; con
tu favor, acrecientas nuestro poder. Sí, el Señor es nuestro escudo, el Santo
de Israel es realmente nuestro rey. R.
II
LECTURA
San
Pablo expone todas las consecuencias que el bautismo tiene en nuestra vida. El
bautismo nos hace participar de la Pascua de Jesús: muere el pecado y surge la
vida nueva. En esta gracia, se desarrolla nuestra existencia.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 6, 3-4. 8-11
Hermanos: ¿No saben ustedes que todos
los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo
resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.
Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos
que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene
poder sobre él. Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que
vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y
vivos para Dios en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
ALELUYA 1Ped 2, 9
Aleluya. Ustedes, son una raza elegida,
un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas
de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz. Aleluya.
EVANGELIO
El
seguimiento de Jesús tiene exigencias fuertes. “No anteponer nada al amor de
Cristo”, como san Benito dirá en el siglo VI. El seguimiento de Jesús y la
opción fundamental por el Reino ordenan todos nuestros amores y hace que
pongamos en primer lugar a los pequeños. Así la vida se llena de sentido, así
la ganamos.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Mateo 10, 37-42
Dijo Jesús a sus apóstoles: El que ama a
su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o
a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue,
no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su
vida por mí, la encontrará. El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el
que me recibe, recibe a Aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser
profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser
justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé a
beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser
mi discípulo, no quedará sin recompensa.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La
nueva familia en Jesús: amar más…
El texto de Mt que leemos hoy es uno de
esos textos que se prestan a muchos malentendidos, por eso es necesario leerlas
e interpretarlas a luz de la decisión que impone seguir a Jesús, ser un
discípulo y discípula.
Se compara el amor a Jesús con el amor
al padre, a la madre, al hijo y a la hija; es decir, a los miembros básicos de
la familia. Sabemos que, para los judíos, la familia tenía un valor fundamental
y lo sigue teniendo para muchas culturas hoy en día. Los vínculos familiares
son los más importantes y “sostenedores” de las personas. Las exigencias de
Jesús parecen excesivas.
Por eso, hay que comprenderlas a la luz
de la opción de seguir al Maestro. En un contexto de persecución, los
discípulos, tenían que tomar opciones a la hora de vivir su fe en Jesús de
Nazareth. Ser discípulo traía consigo la indefectible división en el círculo
familiar, entre los que creían y aquellos que no. Y es ahí, donde el discípulo
y la discípula debe optar, es decir, “amar más a Jesús”. La nueva familia
conformada en Jesús, por sus seguidores exige “amar más…”
Podemos preguntarnos nosotros hoy: ¿cómo
es mi amor a Jesús? ¿de verdad, amo más a Jesús? ¿Qué supone para mí amar más a
Jesús?
Perder
la vida para encontrarla…
Realmente las palabras de Jesús son
paradójicas, desafían cualquier lógica humana para su comprensión. Ayer y hoy
lo sigue haciendo: he ahí el poder el Evangelio. El discípulo está invitado a
cargar “su cruz” y seguir al Maestro. La opción por la persona de Jesús tiene
su “cara de muerte”, su dimensión de persecución y pérdida de la propia vida:
así el discípulo se hará semejante a su Maestro.
Mateo nos hace saber que la urgencia del
evangelio invita incluso, a perder la vida; “todo y nada vale” a la hora de anunciar
la Buena Noticia de Jesús. Perder la vida por Jesús y su evangelio es
equivalente a encontrarla y ganarla; y por el contrario, “salvar” o encontrar
la vida a costa del evangelio, equivale a perderla. Esta es la ilógica del
proyecto de Jesús.
Podemos preguntarnos hoy: ¿estoy
dispuesto/a a “perder” la vida por el Evangelio? ¿Qué significa para mí,
“perder la vida”?
Recibir
a Jesús…
El largo discurso de las instrucciones a
los discípulos misioneros –en palabras de Aparecida - termina con una promesa
de recompensa. Jesús promete que nada quedará sin recompensa. Es interesante el
movimiento que se produce entre los sujetos del texto: va desde el mayor (un
profeta) hasta el menor de todos (pequeños). Esto nos sugiere que el Evangelio
siempre debe llegar hasta los más pequeños, los más humildes de este mundo.
Tanto el profeta como “el pequeño”, recibirán recompensa.
Jesús se identifica con sus discípulos,
con sus “pequeños” y afirma una de las más grandes verdades de su evangelio: el
que recibe a sus discípulos, lo recibe a El mismo y el que lo recibe a El,
recibe al Padre que lo envió. Este misterio de identificación “sacramental”
humano-divino es un desafío a nuestras estrecheces mentales e ideológicas: El
Padre está en los pequeños, en los discípulos. Por eso, no quedará sin
recompensa lo mínimo que alguien puede ofrecer: un vaso de agua.
Si los versículos anteriores (37-39)
invitaban a la entrega radical, creo que estos últimos, nos invitan a pensar en
nuestra capacidad de acogida, de recibimiento, de apertura a todos aquellos
profetas y pequeños discípulos de Jesús de Nazareth.
Podemos preguntarnos: ¿Soy consciente de
recibir a Jesús? ¿Cómo es mi capacidad de acogida y apertura a los otros? ¿Soy
capaz de compartir al menos un vaso de agua? ¿Qué significa eso para mí?
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